Los niños en el parque juegan solos aunque estén juntos, al igual que los ancianos que los observan sentados solos. Aunque los niños se acercan y comparten objetos como baldes, lo hacen casi sin hablar ni comunicarse. Del mismo modo, los ancianos miran a los niños jugar sin verlos realmente, recordando su propia infancia solitaria que ahora los ha dejado también solos. Tanto los niños pequeños como los ancianos experimentan una soledad parecida en los extremos de la vida.