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El Adolescente y su Mundo
Autor: Catholic.net

Capítulo 1: Introducción

El Adolescente y su Mundo


I. Introducción


Los conocidos cambios fisiológicos, psicológicos y
espirituales que experimenta la persona cuando llega a la
edad de la adolescencia, con sus variaciones culturales,
educacionales y ambientales, pueden marcar el rumbo
definitivo de su vida. Las dificultades que suelen
acompañar a estos cambios deben ser asumidas por los
formadores con gran serenidad y responsabilidad, sin
desentenderse de ningún aspecto.

Se conoce con el nombre de adolescencia el período
evolutivo comprendido entre la niñez y la edad adulta. Si
se tuviera que concretarlo cronológicamente lo
situaríamos entre los doce y los dieciocho años, incluso
hasta los veinte. A veces se emplean otros términos como
el de pubertad o el de juventud para referirse a procesos
que están incluidos en este período, dándose lugar a una
serie de confusiones. En línea de principio, de la pubertad
suelen hablar los médicos, mientras que de la juventud
suelen hacerlo los sociólogos. Los psicólogos y educadores
en general, emplean preferentemente el término de
adolescencia. Así se puede delimitar, en cierta forma, las
facetas que estudian:

a) Cuando se habla de pubertad estamos haciendo
referencia a las modificaciones anatómicas y fisiológicas
que culminan con la producción de células germinales
maduras;

b) cuando se hace referencia a la juventud es para tratar
la proyección social y las nuevas actitudes de la gente
joven;

c) cuando se habla de preadolescencia (de los 11 a los 13
años aproximadamente) o adolescencia (de los 14 a los 18
aproximadamente), es para tratar las modificaciones
psicológicas, morales y espirituales, que tienen lugar en el
período comprendido entre la niñez y la edad adulta;

d) muchas veces al hablar del muchacho de esta edad, se
tendrá que usar el término adolescencia en sentido
general, incluyendo las diversas facetas y también la fase
de la preadolescencia.

En este apartado del documento se presentan algunos de
los rasgos de los adolescentes en las diversas dimensiones
de su personalidad y de su entorno. Lógicamente la
división que se presenta viene forzada por la necesidad de
esquematizar. Pero debe quedar clara, desde el inicio, la
intrínseca relación entre las diversas dimensiones y entre
los aspectos que se tratan. No siempre se logrará hacer
divisiones netas, por lo que algunos rasgos típicos del
adolescente vendrán tratados en dos o más apartados.
El Adolescente y su Mundo
Autor: Catholic.net

Capítulo 2: II. Dimensión Fisiológica


En un período relativamente breve, el cuerpo infantil se
transforma en adulto. Los cambios exteriores son a
menudo tan pronunciados que, a primera vista, el
muchacho puede parecer un desconocido para quienes no
lo han visto en dos o tres años. Los cambios que se
producen en el interior del cuerpo -en el tamaño, forma y
funcionamiento de los diferentes órganos y glándulas-, no
son visibles pero son tan importantes como los exteriores.

Una clasificación conveniente de las modificaciones
corporales incluye estas categorías principales: aumento
del tamaño corporal, cambios en las proporciones del
cuerpo y desarrollo de las características sexuales
primarias (órganos sexuales) y secundarias (vellosidad,
cambio de la voz, fisonomía corpórea). Pese a las
diferencias individuales en el ritmo de las
transformaciones, el patrón es similar para todos los niños
y, por lo tanto, es predecible. Esto permite ofrecer al
muchacho una adecuada información preventiva por parte
de los padres y formadores.


A. Etapas de la pubertad

Etapa prepubescente: Etapa inmadura en la cual suceden
los primeros cambios corporales y comienzan a
desarrollarse las características sexuales secundarias o los
rasgos físicos que distinguen a los dos sexos, pero en la
que todavía no se ha desarrollado la función reproductora
(entre los 11 y los 13 años en el muchacho).

Etapa pubescente: Etapa de maduración en la cual se
producen las células sexuales en los órganos de
reproducción, pero en la que aún no se han completado
los cambios corporales (entre los 13 y los 15 años).

Etapa postpubescente: Etapa madura en la cual los
órganos sexuales funcionan a la perfección, el cuerpo ha
alcanzado la altura y las proporciones debidas y las
características sexuales secundarias están bien
desarrolladas (entre los 15 y los 18 años).
B. Importancia de la transformación del cuerpo

Los cambios radicales del cuerpo tienen repercusiones
tanto físicas como psicológicas. Las alteraciones físicas
determinan no sólo lo que el joven adolescente puede
hacer sino también lo que quiere hacer. Estas
transformaciones corporales se acompañan generalmente
de fatiga, falta de ánimo y otros síntomas de una salud
deficiente que asumen proporciones exageradas cuando
los cambios físicos se suceden con rapidez.

Vamos a señalar algunos factores relacionados con los
cambios físicos y que repercuten en el comportamiento
del muchacho:

a) Rapidez del cambio: un crecimiento rápido altera de tal
manera el cuerpo que puede llevar a que el pubescente,
incapaz de aceptar en seguida su nueva figura y de
efectuar una revisión de su propia imagen física, pueda
convertirse en una persona sumamente cohibida.

b) Falta de preparación: El grado de conocimiento y de
preaviso que el muchacho tenga de los cambios que se
operan en su cuerpo incidirá notablemente en su actitud
hacia estas modificaciones. Es obvio que este preaviso se
debe realizar con tacto, pues una cosa es avisar de
advenimientos futuros y otra anticiparlos provocando la
curiosidad malsana. Es importante dar este preaviso de
forma muy positiva, natural, sin bajar a detalles, pero
usando un lenguaje comprensible. No se trata tampoco de
ocultar la verdad con historietas infantiles o ingenuas.

d) Expectativas sociales: La actitud del adolescente hacia
su cuerpo y sus rasgos faciales está influida por lo que él
cree que las personas que importan en su vida, en especial
sus padres y sus amigos, piensan de su apariencia. Un
aspecto físico que se juzgue de modo desfavorable podrá
hacer que el adolescente se sienta socialmente inseguro.

e) Estereotipos: los medios de comunicación "venden"
también estereotipos de adolescente, de condición y
presencia física. Una comparación negativa con el propio
desarrollo físico puede llevar al muchacho al autorechazo
y a la cohibición.

Una de las tareas evolutivas más difíciles para el
adolescente es la aceptación de su cuerpo y de su figura,
que ahora están cambiando significativamente. Casi todos
los niños aguardan con impaciencia el momento de su
crecimiento, pero los cambios que se operan en sus
cuerpos les causan más angustia que placer. En general, la
insatisfacción respecto de la apariencia se agudiza poco
después de haberse alcanzado la madurez sexual, o sea en
la edad en que se cursan estudios secundarios. A partir de
entonces, los adolescentes bien equilibrados muestran una
aceptación creciente de sí mismos y de su apariencia. Es
interesante saber que los muchachos, en esta época de
cambio, tienden a tener una opinión desfavorable de sus
aptitudes.
La preocupación intensa y persistente por el cambio
corporal se hace evidente cuando los adolescentes toman
medidas para conformar sus cuerpos a sus ideales y al
estereotipo cultural de lo que es apropiado a su sexo. Para
alcanzar este objetivo, se ponen incluso en manos de la
cirugía plástica para mejorar un rasgo facial, como una
nariz grande; se someten a un tratamiento de ortodoncia,
con la esperanza de mejorar la forma y la apariencia de la
boca; adquieren lentes de contacto; siguen dietas
rigurosas si creen que están excedidos de peso y buscan el
auxilio de los dermatólogos para el tratamiento de su acné
y de otros trastornos de la piel.

El formador, sin adoptar desprecio o cierta burla hacia
estas preocupaciones del muchacho, debe orientarlo hacia
los ideales que trae entre manos, de forma que no le dé
importancia desmedida a estos elementos secundarios.
Debe lograr del muchacho la aceptación y sana
autoestima, recordándole oportunamente los elementos
fundamentales y permanentes de la persona, los que
realmente valen.

Por otra parte conviene tener en cuenta que entre los
adolescentes la tendencia es la de ridiculizarse unos a
otros tomando como tema de conversación ordinario los
defectos físicos de cada uno. Aquí no hay misericordia con
nadie. Cuánto sufren algunos adolescentes por el sarcasmo
de algunos de sus compañeros incitados por la iniciativa de
los más líderes. La presencia vigilante e incluso firme del
formador es necesaria para evitar situaciones que no
llevan sino a la desintegración de un grupo, a crear
tensiones inútiles y, no pocas veces, a traumas personales.
Tarde o temprano, la mayoría de los adolescentes se
adapta a los cambios físicos de la pubertad. Entonces se
acomodan a la situación, en parte porque se sienten, en
relación a su cuerpo, más satisfechos que antes, en parte
porque aprenden a realzar sus aspectos buenos y a
disimular los desfavorables y, en parte, porque se sienten
mejor físicamente ya que el rápido crecimiento que
absorbía sus energías se aminora.

Es necesario recordar la importancia especial que el
deporte y la actividad física adquieren a lo largo de toda
la adolescencia, en el crecimiento sano de la propia
corporalidad y de la misma psicología. No pocas
enfermedades y tensiones de la adolescencia podrían al
menos reducirse si se contara con una actividad física bien
programada. Pero téngase en cuenta que, igual que su
ausencia, el exceso de deporte puede incidir en la falta de
rendimiento posterior, por ejemplo en actividades
intelectuales, por desgaste físico repetido.
C. Sexualidad y genitalidad

La sexualidad en la persona humana comprende todas sus
dimensiones: la fisiológica, la psicológica y la espiritual,
siendo de esta manera un "modo de ser" persona (hombre-
mujer) que afecta todos sus actos. Sería un error muy
grave presentar al muchacho la sexualidad de modo
reductivo o negativo, o que confundiera la "madurez" del
sexo gonádico -es decir, en la producción de esperma- y
de los órganos genitales, con la madurez en la sexualidad.
La sexualidad habla de donación afectiva e íntima, de
unión fecunda en el amor matrimonial, de una concepción
del hombre abierto a la relación complementaria en el
amor y para el amor, un amor auténtico: total, fiel,
fecundo y eterno.
Aquí señalamos sólo algunos aspectos concernientes al
desencadenamiento del desarrollo fisiológico: la
maduración del sexo gonádico y genital. El muchacho debe
conocer de antemano los cambios que va a experimentar,
entender su significado y el papel que juegan en su
madurez integral, y tener los resortes psicológicos y
espirituales para vivirlos con naturalidad.
Las diferencias en cuanto a la edad de la maduración
sexual se deben a variaciones en el funcionamiento de las
glándulas endocrinas que son responsables de la
transformación del cuerpo infantil en el de un adulto. Los
chicos maduran aproximadamente un año después que las
chicas, es decir, alrededor de los 13 y 14 años. Esta
diferencia se manifiesta no sólo en los cuerpos más
grandes y más desarrollados de las mujeres sino también
en su comportamiento más maduro, más agresivo y su
conducta más consciente del sexo.

Dependiendo de que la maduración se produzca antes o
después de la edad promedio, se habla de maduración
precoz o maduración tardía, respectivamente. Una reserva
insuficiente de hormonas gonádicas retrasa la pubertad e
impide el desarrollo normal de los órganos genitales y de
los aspectos sexuales secundarios (vellosidad, cambio de
voz, desarrollo muscular, etc.). Cuando la pubertad se
demora, los chicos pueden presentar una apariencia algo
femenina. Por lo general tienen un aspecto infantil y
muchas veces parecen inmaduros. Pero no quita que en
algunos este retardo les lleve a desarrollar, en
contrapartida, unos aspectos de inteligencia y simpatía
que les ganen la estima de los compañeros.
La pubertad acelerada, conocida como pubertad precoz,
se debe a una provisión excesiva de la hormona
gonadotrópica durante los primeros años de la infancia.
Ello afecta a las gónadas y el individuo madura demasiado
pronto. También esto puede causar algunos traumas en el
muchacho, al verse diferente ("desproporcionadamente
grande") y no saber qué le está pasando.
Presentamos a continuación algunos factores que afectan
a la maduración del sexo gonádico y genital:

a) Herencia: la edad de maduración se proyecta en la
familia. Lo que fue la experiencia del padre, precoz o no,
puede ser la del hijo.

b) Inteligencia: los niños de inteligencia superior maduran
sexualmente un poco antes que aquellos cuyo índice
intelectual corresponde al término medio o es inferior a
éste.

c) Salud: la buena salud, debida a un adecuado cuidado
prenatal y postnatal, deriva en una maduración más
temprana.
d) Nutrición: una dieta en la que predominan las proteínas
da por resultado una maduración precoz. Algunas
investigaciones en curso encuentran una relación estrecha
entre el desarrollo precoz y la ingestión de alimentos
vegetales y animales estimulados con hormonas.
e) Nivel socioeconómico de la familia: cuanto mejor es el
medio socioeconómico, tanto mayores son las
posibilidades de una maduración temprana. Como
consecuencia de una atención médica deficiente y de una
nutrición por debajo de lo normal, los niños criados en
ambientes socioeconómicos deficitarios maduran a
menudo más tarde, tal como sucede con los provenientes
de medios rurales.

f) Tamaño y conformación del cuerpo: los niños más altos
y más obesos alcanzan antes la madurez sexual. Los niños
con cuerpos de tipo femenino (caderas anchas y piernas
cortas) tienden también a una maduración precoz; a la
inversa, los de conformación masculina (hombros anchos y
piernas largas) tienden a la maduración tardía.


Algunos posibles efectos según el tipo de maduración:

a) Maduración precoz: reputación favorable fundada en
una capacidad atlética superior; frecuente elección para
cumplir roles dirigentes; popularidad con las chicas a
causa de intereses sociales, aptitudes y sofisticación
(carácter rico y completo del que ha viajado bastante,
tiene abundantes relaciones sociales, experiencias
culturales, etc.); confianza en sí mismo y autoconcepto
favorable en razón de un trato social propicio. Esto no
quita, como hemos señalado, que pueda traer ciertos
traumas si el ambiente y el preaviso no es adecuado.

b) Maduración tardía: elección poco frecuente para
cumplir roles dirigentes; turbación, apocamiento y timidez
causados por un físico poco desarrollado; rechazo por las
chicas en las actividades sociales por falta de
sofisticación; autorrechazo debido a las actitudes sociales
poco favorables.
Ya hemos señalado de alguna forma la importancia de
enseñar al muchacho, en el momento y el modo adecuado,
la diferencia entre recibir una sensación y el consentirla.
Esto es importante para que el muchacho, cuando
empiece a experimentar los impulsos fisiológicos de la
sexualidad, pueda juzgar y actuar con naturalidad. Debe
entender que el impulso mecánico de excitación de los
órganos genitales ante un estímulo presentado de
improviso -claramente no buscado-, que la eyaculación
nocturna espontánea, que la misma tendencia sexual,
etc., a los ojos de Dios, son algo natural si no se consiente
en esos momentos a la búsqueda de placer egoísta, y si se
encauza esa fuerza hacia un amor verdadero, que equivale
siempre, y más en su edad, al dominio de sí por amor a
Cristo, al respeto incondicional del propio cuerpo y de la
dignidad del prójimo, especialmente de la mujer, y a la
realización de grandes obras con la propia fuerza pasional.
.
Capítulo 3: III. Dimensión Psicológica - Afectiva



Guste o no, un niño no puede permanecer para siempre en
la etapa infantil. Cuando el desarrollo físico llega a
determinado punto, se espera que el niño madure
psicológicamente y abandone la conducta infantil. Elaborar
el cambio desde la infancia a la adultez es una tarea
demasiado vasta para un lapso breve de tiempo. Por
consiguiente, el niño debe contar con tiempo para realizar
el cambio. Esa es la función de la adolescencia. Estos
cambios de comportamiento son importantes y acompañan
las rápidas alteraciones físicas propias de la adolescencia.
A medida que el desarrollo corporal va siendo más
pausado, en la adolescencia final, las modificaciones de la
conducta también se hacen más lentas.

El muchacho se encuentra con más problemas nuevos y con
menos tiempo para resolverlos que en ningún otro período
anterior de su vida. Se da cuenta de que en razón de su
apariencia adulta se espera que actúe como tal, pero no
sabe cómo hacerlo; debe aprender a valerse por sí mismo y
a enfrentarse al mundo sin que sus padres y formadores
hagan de armadura o parachoques, como lo hacían cuando
era un niño, pero a la vez necesita y busca, aunque no
siempre explícitamente, el consejo y la guía firme de sus
formadores.

Para los muchachos todos estos cambios no son
superficiales. Los cambios iniciales les preocupan y a veces
les asustan. Ellos necesitan que se les explique qué les está
sucediendo. Muchas veces se sienten culpables por los
cambios que experimentan, por falta de una información
básica. Y, como ya hemos señalado, es necesario dar una
información adecuada: se trata de prevenir no de adelantar
experiencias. Si el formador no se siente aún capacitado,
pida el consejo de expertos, o remita esta labor a la
persona de un sacerdote.

A. Cambios en las pautas de conducta acostumbradas

Los constantes cambios físicos y psicológicos muchas veces
no son entendidos por el adolescente. Esto se manifiesta
claramente en una constante insatisfacción, en un no
entender su propio mundo interior y no sentir como propio
el mundo externo que le rodea.

El púber muestra una característica aversión al trabajo.
Hace lo menos posible en el hogar y en la escuela, descuida
a menudo los deberes asignados en el seno familiar y deja
sin hacer las tareas escolares. Aun cuando padres y
maestros acusen al muchacho de "pereza premeditada",
ésta responde en gran parte a razones fisiológicas. Es un
resultado directo del rápido crecimiento físico de la
pubertad que absorbe sus energías y lo lleva a tal grado de
cansancio que no tiene ni el gusto ni la motivación para
realizar más de lo que es absolutamente necesario. Cuando
se le culpa o se le castiga desproporcionadamente por no
hacer lo que se espera de él, estas actitudes contribuyen a
crear resentimientos que reducen aún más su motivación.

El niño muestra un interés agudo por el juego, y si se reúne
con otros es para jugar; también se aficiona a la lectura y a
los programas infantiles de televisión. En cambio, el
adolescente empieza a perder el interés en esas
actividades. No pocas veces le invade el aburrimiento, se
aleja del contacto social con sus compañeros y pasa la
mayor parte del tiempo solo, tendido en algún lugar o
elaborando sueños diurnos. Este cambio se debe también
en parte al estado general de fatiga paralelo al crecimiento
veloz y a las alteraciones glandulares.

El muchacho puede desarrollar fácilmente una actitud
antagónica hacia otros, comprendidos los miembros de su
familia, sus profesores y sus compañeros. Tiende a la
crítica y al desprecio de todo lo que dicen o hacen. Por
ello, muchas de sus amistades de la infancia se ven
forzadas a romper relaciones con él. Los objetivos
especiales en los que se descarga el antagonismo del
muchacho son los miembros del sexo opuesto. En tanto que
el antagonismo sexual es pronunciado durante la etapa de
pandilla del final de la infancia, alcanza por lo general su
pico de intensidad en el curso de la pubertad. Los
muchachos se sienten resentidos por el mayor tamaño y
desenvoltura de chicas de su misma edad. Lógicamente
este antagonismo, poco a poco, se va convirtiendo en
atracción y aventura.

Hay una fuerte emotividad: o se aísla o se lanza a la
exterioridad. Muchos jóvenes necesitan mostrarse
extrovertidos ante sus compañeros para no dar a conocer
posibles conflictos interiores. Otros, por el contrario, optan
por hacer su vida paralela a la de los demás como si los
demás no pudieran comprender su fuerte mundo emocional
y pasional. Los enamoramientos repentinos, los constantes
sentimientos de incomprensión de parte de los demás,
etc., tienen su raíz en el gran potencial emotivo que
caracteriza a la adolescencia.

Esta emotividad, bien encauzada, lleva al entusiasmo típico
del adolescente; es fácil atraerlo con lo novedoso pero
también con los "antiguos ideales" de la infancia si son
presentados con otras perspectivas y con motivaciones
adecuadas. El formador que sabe identificarse con el
entusiasmo propio del preadolescente pronto ganará su
atención y, si sabe ofrecer cauces adecuados a ese
entusiasmo, también su liderazgo.

Hay tendencia a la rebeldía, a las constantes discusiones, a
la actitud de contradecir por sistema, a aparentes
comportamientos antisociales. No es raro que el
adolescente, con mayor o menor conciencia, lance un reto
a la seguridad y autoridad de su formador, a través de
comportamientos o interpelaciones que intentan desbordar
los márgenes de la conducta ideal de un "niño bueno". En
estas ocasiones el adolescente, no pocas veces, está
poniendo a prueba la firmeza de su formador. Éste debe
mostrarse ecuánime, sereno, sin nerviosismos o
impaciencias. Actuando así pronto acrecentará su liderazgo
sobre el muchacho. En el fondo el muchacho está buscando
una persona que tenga la seguridad que él no tiene,
aunque quiera actuar como si la tuviera.
Hay tendencia a buscar escapismos. Tendencia a buscar
escapismos. El adolescente se sabe en plenitud de vida y
con una energía constante que parece no tener límites.
Esta vitalidad los lleva muchas veces a buscar un tipo de
mundo distinto del que tienen entre manos. Cuando con el
paso del tiempo se van dando cuenta de que el mundo no
va a cambiar, muchos de ellos van buscando ciertas salidas
de escape; la modalidad de éstos dependerá de la forma de
ser de cada adolescente, de su extroversión o introversión.

A propósito de este tema es importante tener en cuenta el
síndrome internet (incluyendo aquí los juegos electrónicos
y todo lo referente a realidad virtual) para entender lo que
empieza a suceder con numerosos adolescentes que tienen
una verdadera adicción al mismo. De no controlarse esta
adicción (límite de tiempo), independientemente del
problema de los contenidos nocivos al alcance del
muchacho, se crea un verdadero desajuste psíquico que
afecta a las relaciones familiares y sociales del muchacho.
La dependencia de internet en la que algunos muchachos
caen les puede llevar a momentos fuertes de depresión a la
hora de volverse a encontrar con la realidad, después de
horas de "evasión virtual".

La adolescencia es la época en la que el muchacho está
definiendo su personalidad y su carácter se va evidenciando
cada vez más. No resulta fácil para el adolescente lograr la
identidad de su personalidad. Una tendencia muy marcada
en ellos es la de dividir la vida entre su mundo interior y su
forma de presentarse ante los demás, en su grupo de
amigos y su medio ambiente. Son muchos los elementos
que pueden desviar a un preadolescente y a un adolescente
en este sentido. La presión ambiental muchas veces
provocará un choque interno, una división entre la forma
de pensar de su núcleo familiar y la forma de pensar de las
amistades nacientes. Hay que controlar estas divisiones
para que vayan encontrando cauces de solución y para que
el muchacho aprenda a "distinguir sin separar".

La afectividad también va experimentando cambios. Hemos
señalado ya cómo el antagonismo inicial hacia el sexo
femenino se va transformando en atracción. Esta atracción
en un inicio tiene un marcado carácter fisiológico,
manifestado principalmente en la curiosidad por el
conocimiento del cuerpo femenino y por la necesidad de
dirigir hacia él la tendencia pasional que el muchacho
siente cada vez con más fuerza. A esta atracción fisiológica
se va incorporando la atracción psicológico-afectiva,
provocada en parte por el descubrimiento de los límites de
la propia afectividad masculina y en parte por el
descubrimiento de la riqueza de la afectividad femenina. El
muchacho empieza a percibir que sus tendencias afectivas
tienen una dirección definida y ve la necesidad de
realizarse en la complementariedad femenina.

Se sabe que en esta fase el muchacho termina de definir el
así llamado sexo de género, es decir, termina de
identificarse psicológicamente en modo pleno con su
masculinidad, en parte por la adaptación completa a su
cuerpo, en parte por la clara diferenciación que establece
espontáneamente entre él y el sexo opuesto. En este
proceso son conocidos los titubeos que pueden darse,
especialmente si no ha habido de por medio una educación
sana y equilibrada, sin descartar posibles causas
patológicas. El muchacho no debe asustarse si, en esta fase
de definición, en algunos momentos siente (no consiente)
cierta inclinación hacia compañeros del mismo sexo. Se le
debe ayudar para que, poco a poco, oriente
definitivamente sus inclinaciones sexuales y se abra sin
temores hacia la novedad del sexo femenino. Es este temor
lo que muchas veces provoca un encerramiento en la
propia sexualidad, manifestándose a veces en el
autoerotismo y, llevado al extremo, en la homosexualidad.
Esto es, en definitiva, arrastrar la propia sexualidad, cuya
realización está en la donación fecunda, hacia la
contradictoriedad y el sinsentido.


B. La transición a la madurez

Pocos jóvenes logran la transición de la infancia a la
adultez sin "cicatrices emocionales". A veces tales marcas
carecen de importancia; en otras ocasiones son tan
perjudiciales que los adolescentes renuncian a la lucha y
permanecen inmaduros durante el resto de sus vidas.
Ciertos efectos de la transición son más comunes y más
perniciosos que otros: inestabilidad, preocupación por los
problemas que deben enfrentar, conducta perturbadora e
infelicidad.

Inestabilidad

Proviene de sentimientos de inseguridad y ésta, a su vez,
se presenta cuando la persona debe abandonar las pautas
habituales y sustituirlas por otras. El adolescente ya no
puede conducirse como un niño, pero no se siente seguro
de su capacidad para hacer lo que la sociedad espera de él.

Los sentimientos de inseguridad siempre son acompañados
de tensión emocional; el muchacho se muestra preocupado
y ansioso, o enojado y frustrado. Raramente es feliz en
medio de su inseguridad porque se da cuenta de que su
conducta refleja su falta de confianza en sí mismo. La
tensión emocional puede expresarse exterior o
interiormente; el adolescente puede ser agresivo, tímido o
retraído.

El adolescente muchas veces ve todo lo que le está
sucediendo con una gran confusión de sentimientos. Por
una parte se siente culpable del desenvolverse de su
inestabilidad, y por otra, tiene la impresión de que él está
sufriendo algo de lo que no es culpable. Un formador que
sabe esperar, y sabe reaccionar siempre con una
equilibrada comprensión en los momentos más difíciles,
tendrá asegurada una respuesta muy noble por parte del
adolescente, aunque quizá ésta no sea inmediata.

La inestabilidad se exterioriza, asimismo, en pautas de
conducta no relacionadas con la emotividad. Algunos
adolescentes exageran su dedicación escolar, otros se
lanzan con entusiasmo a la práctica de deportes, y otros
pasan la mayor parte de su tiempo en actividades sociales.
Algunos dan cuenta de su inestabilidad alternando sus
gustos, sus intereses, sus aspiraciones vocacionales y sus
amistades.

A medida que avanza la adolescencia, el muchacho se hace
cada vez más estable. Con cuánta anticipación y con qué
grado de éxito habrá de alcanzar la estabilidad depende en
parte de su motivación para acelerar la transición hacia la
madurez y, en parte, de las oportunidades con que cuente
para hacerlo. Cuando descubre que la gente considera su
inestabilidad de modo desfavorable, encuentra una
motivación para hacerse más estable y digno de confianza.
Cuando tiene motivaciones especiales (una "misión", una
personalidad líder que forjarse, etc.), se acelera su
estabilidad y el logro de la madurez.

Ante la inestabilidad del adolescente, el formador debe
mostrarse siempre como el amigo fiel que no cambia de
parecer aunque cambien las circunstancias. En ocasiones se
ha podido constatar que frases como: "tú antes no eras
así..." "cómo has cambiado en cuestión de meses..." u otras
parecidas, han provocado reacciones muy negativas en los
adolescentes. El buen formador ejercerá un valioso papel
de guía si va un paso por delante y le explica
oportunamente al muchacho qué le va a acontecer. Así
será para el adolescente como un amigo de los tiempos
difíciles; cuando éstos lleguen, el adolescente sabrá a
quién recurrir.

Preocupación por los problemas

La adaptación a nuevas situaciones siempre ocasiona
problemas. Por diversas razones, en la adolescencia los
problemas parecen más graves de lo que son en realidad o
de lo que parecerían si se presentaran en otras edades. Los
problemas del adolescente se intensifican si las tareas
evolutivas de la infancia no han sido dominadas
completamente. Esto debe hacer pensar a los educadores
que a la persona no se le puede empezar a formar cuando
llega a la adolescencia, o ante ciertos problemas.
El adolescente se preocupa con problemas concernientes a
su hogar (relaciones con miembros de la familia,
disciplina), a la escuela (calificaciones, relaciones con
profesores, actividades ajenas a los estudios), al estado
físico (salud, ejercicios), a la apariencia (peso, atractivo
físico, conformación adecuada al sexo), a las emociones
(desbordes temperamentales, estado anímico), a la
adaptación (aceptación por los compañeros, roles
dirigentes), a la vocación (selección, capacitación) y a los
valores (moralidad, drogas, sexo, etc.).

La principal razón de que la adolescencia sea denominada
una "edad de problemas" reside en que con frecuencia se
juzga al muchacho según pautas adultas en lugar de
hacerlo con las apropiadas para su edad. Por ejemplo, es
necesario saber que gran parte de sus maneras groseras y
de su vestimenta caprichosa cumplen el objetivo de atraer
la atención ajena hacia sí mismo. Asimismo, su
egocentrismo lo hace poco cooperativo, lo vuelve
desconsiderado con otros y proclive a hablar de sí mismo y
de sus problemas. Un comportamiento semejante revela
inmadurez y conduce a que se emitan sobre él juicios
desfavorables.

El adolescente es más un problema para sí mismo que para
los demás. No se ha adaptado a su nuevo rol en la vida, por
lo cual se siente confuso, inseguro y ansioso. Es un error
tratarlo como si fuese un niño o esperar que se comporte
como un adulto. En tanto el muchacho permanece en este
estado de confusión e incertidumbre no cesa de estar tenso
y nervioso. Esto lo conduce, a veces, a una conducta
agresiva, perturbadora y que busca llamar la atención; o a
la depresión, irritabilidad e infelicidad.

Después de alejarse afectivamente de sus padres, muchos
adolescentes se sienten a la deriva y necesitan encontrar
nuevas fuentes de protección para sus problemas. Algunos
se vuelven hacia profesores, sacerdotes, hermanos
mayores, parientes adultos y amigos de la familia. Otros
consideran a todos los adultos como representantes de la
autoridad y evitan colocarse en una posición de
sometimiento frente a ellos. Entonces requieren ayuda de
miembros de su propia edad o, si no tienen confianza en el
auxilio que éstos pueden prestarles, se ponen en
comunicación con consejeros invisibles a través del correo
y obtienen respuestas en columnas apropiadas de
periódicos y revistas o por medio de la radio y la TV.

Muchos de los problemas que enfrenta el preadolescente
atañen, también, al adolescente tardío. Esto indica que el
adolescente mayor no resolvió satisfactoriamente los
problemas que se le presentaron en la etapa anterior. Por
ejemplo, si sigue muy preocupado por su apariencia, si
busca escaparse de sus responsabilidades escolares con
otras actividades, o si las relaciones con miembros del sexo
opuesto todavía constituyen un problema.

Infelicidad

Es posible que una inadecuada evolución en la adolescencia
lleve al muchacho a desarrollar ciertos rasgos de
infelicidad. De por medio está: un desconocimiento agudo
de la propia personalidad y del sentido de su vida y de las
situaciones concretas por las que atraviesa; una
permanente falta de aceptación personal provocada
muchas veces por nocivas comparaciones con otras
personas; una desmotivación constante que no le permite
tomar la propia vida como reto y como "el negocio más
grande" que tiene entre manos. No se pueden olvidar las
circunstancias y el ambiente que tanto golpean a los
muchachos de esta edad.
Son varias las razones por las que estos rasgos de
infelicidad deberían estar sujetos a un cuidadoso control.
En primer lugar, la infelicidad conduce a una conducta que
la perpetúa. El adolescente que exhibe cierta infelicidad
por su expresión taciturna o mediante una conducta
antisocial, descubre que las reacciones sociales que suscita
son tan desfavorables que lo convierten en un ser
rechazado. Esto acentúa su infelicidad y lo lleva a otras
formas de conducta que intensifican el rechazo social.

La infelicidad se convierte a menudo en un estado
habitual. Deja su marca en la expresión facial de la
persona y en su modo característico de adaptarse a la
gente y a las situaciones que le depara la vida. Los
formadores deben intervenir decididamente para cortar de
raíz las causas de esa infelicidad que se puede ir
incrustando en el alma del muchacho. Las consecuencias,
aunque se estén gestando en el silencio, pueden salir a la
luz después de varios años y de forma tristemente
dramática.
La infelicidad conduce a ajustes personales y sociales
deficientes que, con el tiempo, pueden derivar en
perturbaciones de la personalidad. Que esto suceda o no
depende en gran medida de la forma de expresión que
adopte la infelicidad. Por ejemplo, el adolescente que
mitiga los tormentos de su condición infeliz refugiándose
en un mundo de pensamientos quiméricos tiene más
probabilidad de llegar a padecer trastornos mentales que
quien expresa su infelicidad disputando con otros.


C. Cómo se facilita la transición hacia la adultez
La persona que es inmadura en la adultez lo fue también,
muy probablemente, durante toda su adolescencia. Tal vez
no contó con el estímulo ambiental o la motivación
suficiente para aprender lo que aprendieron sus
compañeros. De ahí la importancia de facilitar la transición
a la madurez.

Será muy útil en la educación del adolescente que se
combine una restricción con un privilegio (por ejemplo, dar
o no un permiso, conceder un viaje especial). Esto hará
que el adolescente asuma la responsabilidad de sus
acciones y al mismo tiempo acentuará su responsabilidad
hacia el grupo social.

Ayudará, también, que los formadores combinen una
acción de libertad con una de responsabilidad. Cuando el
adolescente aprenda que los derechos y las
responsabilidades van unidas, el hecho lo ayudará a
refrenar sus exigencias de derechos hasta ser capaz de
manejarlos con éxito.

Es bueno también alternar un elogio (entendido más como
aliento) con una crítica positiva. Demasiados cumplidos
pueden conducir al adolescente a una confianza en sí
mismo llena de vanidad que disminuirá su motivación para
conformarse a las expectativas sociales. Una crítica
persistente debilitará la confianza en sí mismo y hará
también decrecer su motivación. Un equilibrio saludable
entre ambas actitudes, por el contrario, incrementará su
motivación para aprender lo que se espera de él y
reforzará la confianza en sus actitudes.

Se deben relacionar las exigencias del adolescente con su
capacidad de aprendizaje. No hay manera más rápida de
inducir al adolescente a romper sus vínculos con la infancia
y a desarrollar sus propias pautas de pensamiento y de
acción que brindarle la motivación necesaria para que haga
aquellas cosas que están a su alcance, de acuerdo con su
grado de desarrollo. Es decir, el formador debe conocer
bien las posibilidades del adolescente en cada fase y
dimensión de su personalidad, y debe inducirle a
potenciarlas lo más posible.

Un elemento que ayudará al muchacho es enseñarle a dejar
el egocentrismo característico de esta etapa de manera
que comprenda que no es el centro del pensamiento y
sentimientos de las demás personas como él lo
experimenta. Y, por otro lado, es preciso que aprenda a
distanciarse de su impresionabilidad para ser más objetivo
y sereno en sus juicios y actitudes ; que contrarreste los
sentimientos negativos con actos positivos.
.
Capítulo 4: IV. Dimensión Social




A. Relaciones interpersonales

En el desarrollo social se considera que la adolescencia
comienza cuando concluye el estadio llamado "de
exploración", que termina entre los 10 y los 11 años, y
cuando inicia el estadio llamado "de organización", hasta
los catorce años. Es en este estadio donde se da el
nacimiento de la verdadera sociabilidad, en cuanto que la
persona llega a ser consciente del propio yo y comienza a
darse cuenta de la propia vida, de su propio puesto en el
mundo en el cual debe vivir. El siguiente estadio, el de la
"reflexión consciente" sobre las relaciones sociales, es
típicamente de la adolescencia. La sociabilidad, en
sentido estricto, depende de la toma de conciencia de las
capacidades y de los límites personales, de una parte, y de
la exploración del entorno y de las relaciones
interpersonales, por otra parte en el período evolutivo de
la adolescencia la vida social toma una nueva dirección;
en las personas normales es el momento donde se
desarrolla la verdadera sociabilidad. Pero también en este
período es donde se dan también las mayores dificultades,
especialmente en el trato con las personas del otro sexo y
en relación a los adultos. Muchos adolescentes se revelan
incapaces de afrontar con éxito estas nuevas exigencias y
terminan por retroceder a formas precedentes de relación
social o por crear formas de comportamiento
compensacional (fomentar aficiones infantiles,
encerramiento en los propios sueños, autoerotismo, etc.).

Los adolescentes son muy sensibles a los estímulos
sociales: ningún problema les parece tan importante como
el de introducirse en la vida del grupo de sus coetáneos.
La influencia del grupo social es más intensa por el hecho
de que el adolescente necesita ser socialmente aceptado y
por el hecho de que busca conformarse a las exigencias
del mismo grupo.

Pero el surgir y afirmarse de comportamientos sociales en
el adolescente no implica inicialmente motivos
altruísticos, más bien hay constatación de la propia
debilidad: él desea apoyarse en alguien semejante, ser
bien querido o, al menos, comprendido. Es relevante el
hecho de que la vida grupal empuja al muchacho a la
autonomía del ambiente familiar.

¿Por qué el muchacho abandona la seguridad de las
relaciones familiares? ¿Por qué a veces se da una
alternancia de comportamiento: muy bien con el grupo,
muy mal con la familia? Es un cambio de valencias
afectivas. Después del largo período de afectividad
familiar, el muchacho va a la búsqueda de nuevas fuentes
de afectividad. No son raros los muchachos que durante la
adolescencia viven bajo la pesadilla del afecto (mal
entendido) de sus padres, que les lleva a una deformación
en sus relaciones sociales.

En la preadolescencia la amistad está más ordenada a la
identificación grupal, por lo que es una amistad de
carácter normalmente superficial. Los grados de intimidad
o de distancia social entre amigos aparecen poco a poco a
medida que se desarrolla la adolescencia. Los muchachos
se eligen el propio confidente; en la amistad hay un fuerte
elemento de selección, que se complica con el surgir del
interés por la persona del otro sexo.

Parece que el deseo de amistad es paralelo al deseo de
conocerse. La actitud auto-analítica parece perder
eficacia si el muchacho no tiene la posibilidad de
realizarlo más intensamente
en la presencia de otra persona; él ama la confidencia,
requiere sólo la existencia de uno que escuche, no le pide
más. Más tarde el amigo pasará de ser mero confidente de
"mis problemas" a compañero real. Es en este período en
donde el educador puede presentarse como un verdadero
amigo que, como ningún otro, sabe escuchar y
comprender.

La amistad responde a otras exigencias: la de defenderse
contra la incomprensión o la opresión de los grandes, es
decir, contra el mundo de los adultos; la de superar la
dificultad de la instancia moral personal sustituyéndola
con una instancia colectiva, la de las reglas del grupo. En
las motivaciones para elegir a los compañeros hay un
cambio con respecto a los niños: en éstos los motivos son
más externos, en la adolescencia la elección viene
determinada del comportamiento social y del carácter de
la persona.

Los adolescentes tienden a aislarse frecuentemente en la
búsqueda de sí mismos; pero a menudo se unen en
pequeños grupos muy homogéneos y muy críticos en
relación al exterior, grupos inestables, influenciados por la
personalidad del líder, en los cuales determinadas
personas son aceptadas o rechazadas.

En la vida grupal de los adolescentes hay elementos
negativos que ellos mismos no logran eliminar. Pero es
mucho más lo positivo de esta vida grupal: la vida de
grupo reduce el hábito de fantasear y de soñar con los
ojos abiertos; la inestabilidad del humor y carácter tiende
a controlarse; en los grupos grandes se elimina el morboso
gusto por el secreto personal; la inteligencia de la persona
viene socialmente usada, y hay una cierta compensación
en el uso de las capacidades intelectuales de diverso
coeficiente.

Según la profesora Hurlock, la aceptabilidad social durante
la adolescencia estaría ligada a varios factores: actividad
física; el mismo modo de vestir; intereses semejantes;
status socioeconómico igual o superior a la media;
deportividad y sentido del humor; experiencia social
suficiente para poderse adaptar a las diversas situaciones;
aptitudes para bailar, conversar, jugar al tenis, etc.;
inteligencia suficiente para tomar iniciativas y para
adaptarse a las actividades que gustan a otros;
información social; hospitalidad en la propia casa;
estabilidad de residencia; intereses amigables y
cooperativos para con los otros; prestigio que resulta de la
superioridad en alguna actividad; fama favorable.

Las condiciones de aislamiento estarían ligadas a los
siguiente factores: aspecto externo no atrayente;
problemas físicos que impiden la participación grupal;
diferencias muy acentuadas en el status socioeconómico;
la religión; el nivel de inteligencia y cultura; aislamiento
geográfico; sentimiento de inseguridad que hace a la
persona demasiado dependiente de los otros; absorción en
sí mismo, lo que extingue el interés por los demás;
actitudes de prepotencia o de resentimiento; mala fama;
cambios frecuentes de casa; imposibilidad de recibir a
otros en la propia casa; timidez; agresividad; no tener
cualidades para el deporte; intereses distintos.

B. Actitudes ético-sociales

Es necesario proveer el ambiente favorable en el que los
sentimientos, valores, ideales, los comportamientos y
hábitos de significado ético-social vengan aprehendidos
antes que nada. Ésta es una responsabilidad concreta de
los familiares y educadores: formar en los muchachos una
personalidad socialmente adaptada de modo que, saliendo
del círculo familiar o escolar, puedan tomar el puesto que
les compete en la comunidad.
El muchacho comprende rápido que, para poder vivir en
medio de la sociedad según una línea de conducta
racional, necesita saber hacer uso de la propia libertad y
necesita saber respetar los derechos de los demás y de la
comunidad civil. Más tarde, esta aspiración a la libertad se
identifica con la defensa de la persona humana.

Su actitud hacia la sociedad muchas veces es pesimista, en
cuanto es considerada como una construcción arbitraria de
los adultos. Ésta les provoca repulsión por estar fundada
sobre el compromiso, lo transitorio, la astucia o la fuerza
y raramente sobre la honestidad. En parte por esto, y en
parte por la ineficacia del sistema educativo, la mayoría
de los adolescentes muestra gran desinterés por la
política.

Un punto especialmente crítico en el joven es constatar
que las normas de la convivencia social no son observadas
por aquellos que teóricamente aprecian su valor. Esto
puede llevar a serias desviaciones o, incluso, terminar en
actitudes de rigorismo intransigente.
El muchacho, debido a su incipiente personalidad, se
coloca como igual ante sus mayores; pero al mismo tiempo
se siente otro, diferente de éstos por la vida nueva que se
agita en él. Y entonces, naturalmente, quiere
sobrepasarles y sorprenderles transformando el mundo.
Por ello, los sistemas o planes de vida de los adolescentes,
por una parte, están llenos de sentimientos generosos, de
proyectos altruistas o de fervor místico; y, por otra, no
están ausentes de elementos de megalomanía y de
consciente egocentrismo.
El joven vive en función de la sociedad. Pero la sociedad
que le interesa es la que quiere reformar. Las sociedades
(grupos) de niños tienen como fin el juego colectivo, las
de los adolescentes son principalmente sociedades de
discusión. Es normal que dos amigos jóvenes se pierdan en
discursos sinfín destinados a combatir el mundo real.
Podrá haber crítica mutua de las soluciones respectivas,
pero el acuerdo sobre la necesidad absoluta de reformas
es unánime.
La verdadera adaptación a la sociedad se hará cuando el
muchacho, ayudado por el educador, de "reformador" pase
a "realizador". No se trata, por tanto, de que el educador
frustre de alguna manera los grandes ideales del
adolescente. Antes bien, su papel es encauzarle
progresivamente reconciliándole con la realidad, dando
cauce a sus inquietudes con acciones concretas. Por ello
es clave que el educador presente a los adolescentes
grandes proyectos apostólicos encaminados a la promoción
social y al cambio cultural. Lo único que hace con eso es
aliarse íntimamente con la psicología del adolescente, y
ayudarle a su pleno desarrollo y madurez.

C. Ambiente social inmediato del adolescente

La vida del colegio va adquiriendo mayor importancia en
la definición del rol social del muchacho. En la convivencia
con sus compañeros va descubriendo su personalidad, sus
virtudes y carencias y, lo que más le importa, el grado de
aceptación. En este momento el fracaso en las relaciones
con los compañeros puede ser definitivo. Los muchachos,
muchas veces, no admiten a los compañeros menos
capacitados, que pueden llegar a traumarse seriamente.

Sus amigos, sus calificaciones y profesores, son con
frecuencia causa de tensiones e incomprensiones para
ellos, así como de imborrables momentos de alegría y sana
convivencia. Aquí es importante subrayar que algunos
profesores llegan a formar parte del círculo de amigos de
los adolescentes. Su influjo, para bien o para mal, es a
veces decisivo. Si el formador quiere ayudar al muchacho,
debe poseer noticia de primera mano sobre el talante de
sus profesores y de su ambiente escolar en general.

Para el preadolescente el colegio es su mundo. Nada de lo
que le sucede allí le es indiferente. Lo que al adulto le
puede parecer insignificante (un gol en el recreo, un
saludo del profesor, una burla del compañero, una clase
aburrida, etc.) no lo es para él. Con frecuencia cosas
pequeñas ocasionan grandes tensiones. En este contexto
es muy importante que el formador esté muy atento para
percibir e interpretar todas las reacciones que va
mostrando el muchacho ante el mundo que poco a poco va
empezando a descubrir.
Son fundamentales también las actividades
complementarias. Los padres y educadores deben
fomentarlas sin atosigar ni "cargar demasiado las tintas".
Esta serie de actividades pueden ser una válvula de escape
para un muchacho menos afortunado en las aulas.

Las reuniones sociales empiezan a ser el punto de
referencia de la vida de los muchachos. Pueden pasarse la
semana programándolas o hablando de cómo fue la última
que tuvieron. El desenvolvimiento de estas reuniones, sus
actividades concretas, serán proporcionalmente
adecuadas a la forma de ser de los grupos participantes.
Los padres y educadores de muchachos de por sí sanos no
deberían preocuparse mucho de lo que hacen en ellas,
bastan unas breves referencias para saber que todo va
bien. En cambio, no pueden actuar así los padres y
educadores de muchachos más inquietos. Es necesario
prevenirles de las consecuencias negativas de lo que
puede suceder en esas reuniones sociales. A éstos no hay
que darles tantas facilidades, libertad de horarios, mucho
dinero, etc. Los padres y educadores no deben dejarse
impresionar de sus reclamos de mayor libertad ("porque
todos van a ir..."). Tampoco se trata de prohibiciones
tajantes, porque las consecuencias pueden ser peores.

El problema no es tanto "a dónde va el muchacho", sino
"con quién va". Fiestas, conciertos, partidos de fútbol,
etc.; sin duda que el ambiente de estos lugares es
importante, pero interesa más el ambiente limitado,
inmediato, el que el grupito concreto de amigos forma en
torno a sí en cualquiera de estos lugares. Ese ambiente
inmediato es el que más importancia reviste para la
educación moral y de la conciencia del muchacho, para el
desenvolvimiento sano de sus capacidades sociales y
humanas. Un buen grupo de amistades será capaz de
construir en los adolescentes, en poco tiempo, valores y
principios que el formador tarda años en hacerles
entender. Y de igual manera, un ambiente negativo de
amistades puede destruir en breve tiempo lo que se había
construido con el esfuerzo de varios años.

No podemos pasar por alto, en este punto, el hecho de
que en los ambientes de preadolescentes y adolescentes
es muy alto el índice del abuso de alcohol, tabaco y,
aunque no tan generalizado en todos los países y
ambientes, también la droga. Así mismo, la permisividad
en materia sexual. Muchos de nuestros jóvenes se ven
violentamente bombardeados y presionados por este
ambiente de grupo y muchas veces no son capaces de
sobreponerse, por curiosidad, inexperiencia y, sobre todo,
por la necesidad, tan fuerte en la adolescencia, de quedar
bien y ser aceptados.

No es infrecuente el caso de muchachos que, por diversos
motivos, se juntan con un grupo de diferente edad. Debido
a los cambios fuertes que hay en los adolescentes de un
año para otro, esto no es nada aconsejable. Hay que
buscar lo más posible la homogeneidad. Incluso si un
adolescente está repitiendo un curso debería seguir
juntándose con los muchachos de su edad, a no ser que se
demuestre que psicológica y afectivamente no esté aún a
su altura.

Poco a poco el grupo de preadolescentes se va abriendo al
grupo de niñas, normalmente de un curso o dos inferior al
de ellos. Dentro de esta relación grupal se van creando
intereses más particulares y se van definiendo las
preferencias y tendencias concretas de cara al otro sexo.
Es importante vigilar para que esta intersección de grupos
de ambos sexos se realice en un entorno sano y de mucho
respeto. En la adolescencia hay que fomentar esta
relación múltiple para no adelantar un "noviazgo" que
podría impedir un conocimiento del otro sexo variado y
rico. El muchacho puede entender fácilmente que no le
conviene "comprometerse" sólo con una niña, cuando está
en la edad de la definición de las propias tendencias,
preferencias, inclinaciones naturales y gustos.

Es bueno fomentar lo más posible en los muchachos los
viajes, fines de semana, períodos de vacaciones, que
puedan compartir con los educadores (sacerdotes, laicos
comprometidos). Hay que hacerles ver a los padres de
familia lo absurdo de negar estos viajes a los hijos,
mientras les permiten ir a otros lugares donde el ambiente
sano, al menos, no está garantizado (mucho más cuando
es mixto, donde las malas sorpresas suelen darse).

Es recomendable que en las conversaciones con los
adolescentes o en las pláticas que se les dirige se haga una
constante referencia a la realidad de su mundo. El
adolescente tiende a interpretar todo lo que le sucede en
clave de su mundo interior y de su medio ambiente.
Cuando nuestras recomendaciones están basadas en
ejemplos de su vida ordinaria, de sus problemas
específicos, adquieren una gran fuerza.
Si se quiere influir eficazmente en la vida de un
adolescente se tiene que asegurar la influencia en la vida
de todo su grupo de amigos. Querer construir sin contar
con el apoyo de su medio ambiente inmediato no da
garantías de consistencia y de duración. Para lograr esto,
es vital la ayuda de la vida de equipo. Un punto sabido es
que, al encontrarse con un grupo de amigos, el formador
debe apuntar a la conquista del líder natural. Ganado éste
para el bien, será un "co-formador" de ayuda inestimable,
pues llegará a ser eco de las orientaciones rectas y vigía
de la fiel perseverancia de su círculo de amigos en los
compromisos de vida cristiana.

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  • 1. El Adolescente y su Mundo Autor: Catholic.net Capítulo 1: Introducción El Adolescente y su Mundo I. Introducción Los conocidos cambios fisiológicos, psicológicos y espirituales que experimenta la persona cuando llega a la edad de la adolescencia, con sus variaciones culturales, educacionales y ambientales, pueden marcar el rumbo definitivo de su vida. Las dificultades que suelen acompañar a estos cambios deben ser asumidas por los formadores con gran serenidad y responsabilidad, sin desentenderse de ningún aspecto. Se conoce con el nombre de adolescencia el período evolutivo comprendido entre la niñez y la edad adulta. Si se tuviera que concretarlo cronológicamente lo situaríamos entre los doce y los dieciocho años, incluso hasta los veinte. A veces se emplean otros términos como el de pubertad o el de juventud para referirse a procesos que están incluidos en este período, dándose lugar a una serie de confusiones. En línea de principio, de la pubertad suelen hablar los médicos, mientras que de la juventud suelen hacerlo los sociólogos. Los psicólogos y educadores en general, emplean preferentemente el término de adolescencia. Así se puede delimitar, en cierta forma, las facetas que estudian: a) Cuando se habla de pubertad estamos haciendo referencia a las modificaciones anatómicas y fisiológicas que culminan con la producción de células germinales
  • 2. maduras; b) cuando se hace referencia a la juventud es para tratar la proyección social y las nuevas actitudes de la gente joven; c) cuando se habla de preadolescencia (de los 11 a los 13 años aproximadamente) o adolescencia (de los 14 a los 18 aproximadamente), es para tratar las modificaciones psicológicas, morales y espirituales, que tienen lugar en el período comprendido entre la niñez y la edad adulta; d) muchas veces al hablar del muchacho de esta edad, se tendrá que usar el término adolescencia en sentido general, incluyendo las diversas facetas y también la fase de la preadolescencia. En este apartado del documento se presentan algunos de los rasgos de los adolescentes en las diversas dimensiones de su personalidad y de su entorno. Lógicamente la división que se presenta viene forzada por la necesidad de esquematizar. Pero debe quedar clara, desde el inicio, la intrínseca relación entre las diversas dimensiones y entre los aspectos que se tratan. No siempre se logrará hacer divisiones netas, por lo que algunos rasgos típicos del adolescente vendrán tratados en dos o más apartados. El Adolescente y su Mundo Autor: Catholic.net Capítulo 2: II. Dimensión Fisiológica En un período relativamente breve, el cuerpo infantil se transforma en adulto. Los cambios exteriores son a menudo tan pronunciados que, a primera vista, el muchacho puede parecer un desconocido para quienes no lo han visto en dos o tres años. Los cambios que se
  • 3. producen en el interior del cuerpo -en el tamaño, forma y funcionamiento de los diferentes órganos y glándulas-, no son visibles pero son tan importantes como los exteriores. Una clasificación conveniente de las modificaciones corporales incluye estas categorías principales: aumento del tamaño corporal, cambios en las proporciones del cuerpo y desarrollo de las características sexuales primarias (órganos sexuales) y secundarias (vellosidad, cambio de la voz, fisonomía corpórea). Pese a las diferencias individuales en el ritmo de las transformaciones, el patrón es similar para todos los niños y, por lo tanto, es predecible. Esto permite ofrecer al muchacho una adecuada información preventiva por parte de los padres y formadores. A. Etapas de la pubertad Etapa prepubescente: Etapa inmadura en la cual suceden los primeros cambios corporales y comienzan a desarrollarse las características sexuales secundarias o los rasgos físicos que distinguen a los dos sexos, pero en la que todavía no se ha desarrollado la función reproductora (entre los 11 y los 13 años en el muchacho). Etapa pubescente: Etapa de maduración en la cual se producen las células sexuales en los órganos de reproducción, pero en la que aún no se han completado los cambios corporales (entre los 13 y los 15 años). Etapa postpubescente: Etapa madura en la cual los órganos sexuales funcionan a la perfección, el cuerpo ha alcanzado la altura y las proporciones debidas y las características sexuales secundarias están bien desarrolladas (entre los 15 y los 18 años).
  • 4. B. Importancia de la transformación del cuerpo Los cambios radicales del cuerpo tienen repercusiones tanto físicas como psicológicas. Las alteraciones físicas determinan no sólo lo que el joven adolescente puede hacer sino también lo que quiere hacer. Estas transformaciones corporales se acompañan generalmente de fatiga, falta de ánimo y otros síntomas de una salud deficiente que asumen proporciones exageradas cuando los cambios físicos se suceden con rapidez. Vamos a señalar algunos factores relacionados con los cambios físicos y que repercuten en el comportamiento del muchacho: a) Rapidez del cambio: un crecimiento rápido altera de tal manera el cuerpo que puede llevar a que el pubescente, incapaz de aceptar en seguida su nueva figura y de efectuar una revisión de su propia imagen física, pueda convertirse en una persona sumamente cohibida. b) Falta de preparación: El grado de conocimiento y de preaviso que el muchacho tenga de los cambios que se operan en su cuerpo incidirá notablemente en su actitud hacia estas modificaciones. Es obvio que este preaviso se debe realizar con tacto, pues una cosa es avisar de advenimientos futuros y otra anticiparlos provocando la curiosidad malsana. Es importante dar este preaviso de forma muy positiva, natural, sin bajar a detalles, pero usando un lenguaje comprensible. No se trata tampoco de ocultar la verdad con historietas infantiles o ingenuas. d) Expectativas sociales: La actitud del adolescente hacia su cuerpo y sus rasgos faciales está influida por lo que él cree que las personas que importan en su vida, en especial sus padres y sus amigos, piensan de su apariencia. Un aspecto físico que se juzgue de modo desfavorable podrá
  • 5. hacer que el adolescente se sienta socialmente inseguro. e) Estereotipos: los medios de comunicación "venden" también estereotipos de adolescente, de condición y presencia física. Una comparación negativa con el propio desarrollo físico puede llevar al muchacho al autorechazo y a la cohibición. Una de las tareas evolutivas más difíciles para el adolescente es la aceptación de su cuerpo y de su figura, que ahora están cambiando significativamente. Casi todos los niños aguardan con impaciencia el momento de su crecimiento, pero los cambios que se operan en sus cuerpos les causan más angustia que placer. En general, la insatisfacción respecto de la apariencia se agudiza poco después de haberse alcanzado la madurez sexual, o sea en la edad en que se cursan estudios secundarios. A partir de entonces, los adolescentes bien equilibrados muestran una aceptación creciente de sí mismos y de su apariencia. Es interesante saber que los muchachos, en esta época de cambio, tienden a tener una opinión desfavorable de sus aptitudes. La preocupación intensa y persistente por el cambio corporal se hace evidente cuando los adolescentes toman medidas para conformar sus cuerpos a sus ideales y al estereotipo cultural de lo que es apropiado a su sexo. Para alcanzar este objetivo, se ponen incluso en manos de la cirugía plástica para mejorar un rasgo facial, como una nariz grande; se someten a un tratamiento de ortodoncia, con la esperanza de mejorar la forma y la apariencia de la boca; adquieren lentes de contacto; siguen dietas rigurosas si creen que están excedidos de peso y buscan el auxilio de los dermatólogos para el tratamiento de su acné y de otros trastornos de la piel. El formador, sin adoptar desprecio o cierta burla hacia estas preocupaciones del muchacho, debe orientarlo hacia
  • 6. los ideales que trae entre manos, de forma que no le dé importancia desmedida a estos elementos secundarios. Debe lograr del muchacho la aceptación y sana autoestima, recordándole oportunamente los elementos fundamentales y permanentes de la persona, los que realmente valen. Por otra parte conviene tener en cuenta que entre los adolescentes la tendencia es la de ridiculizarse unos a otros tomando como tema de conversación ordinario los defectos físicos de cada uno. Aquí no hay misericordia con nadie. Cuánto sufren algunos adolescentes por el sarcasmo de algunos de sus compañeros incitados por la iniciativa de los más líderes. La presencia vigilante e incluso firme del formador es necesaria para evitar situaciones que no llevan sino a la desintegración de un grupo, a crear tensiones inútiles y, no pocas veces, a traumas personales. Tarde o temprano, la mayoría de los adolescentes se adapta a los cambios físicos de la pubertad. Entonces se acomodan a la situación, en parte porque se sienten, en relación a su cuerpo, más satisfechos que antes, en parte porque aprenden a realzar sus aspectos buenos y a disimular los desfavorables y, en parte, porque se sienten mejor físicamente ya que el rápido crecimiento que absorbía sus energías se aminora. Es necesario recordar la importancia especial que el deporte y la actividad física adquieren a lo largo de toda la adolescencia, en el crecimiento sano de la propia corporalidad y de la misma psicología. No pocas enfermedades y tensiones de la adolescencia podrían al menos reducirse si se contara con una actividad física bien programada. Pero téngase en cuenta que, igual que su ausencia, el exceso de deporte puede incidir en la falta de rendimiento posterior, por ejemplo en actividades intelectuales, por desgaste físico repetido.
  • 7. C. Sexualidad y genitalidad La sexualidad en la persona humana comprende todas sus dimensiones: la fisiológica, la psicológica y la espiritual, siendo de esta manera un "modo de ser" persona (hombre- mujer) que afecta todos sus actos. Sería un error muy grave presentar al muchacho la sexualidad de modo reductivo o negativo, o que confundiera la "madurez" del sexo gonádico -es decir, en la producción de esperma- y de los órganos genitales, con la madurez en la sexualidad. La sexualidad habla de donación afectiva e íntima, de unión fecunda en el amor matrimonial, de una concepción del hombre abierto a la relación complementaria en el amor y para el amor, un amor auténtico: total, fiel, fecundo y eterno. Aquí señalamos sólo algunos aspectos concernientes al desencadenamiento del desarrollo fisiológico: la maduración del sexo gonádico y genital. El muchacho debe conocer de antemano los cambios que va a experimentar, entender su significado y el papel que juegan en su madurez integral, y tener los resortes psicológicos y espirituales para vivirlos con naturalidad. Las diferencias en cuanto a la edad de la maduración sexual se deben a variaciones en el funcionamiento de las glándulas endocrinas que son responsables de la transformación del cuerpo infantil en el de un adulto. Los chicos maduran aproximadamente un año después que las chicas, es decir, alrededor de los 13 y 14 años. Esta diferencia se manifiesta no sólo en los cuerpos más grandes y más desarrollados de las mujeres sino también en su comportamiento más maduro, más agresivo y su conducta más consciente del sexo. Dependiendo de que la maduración se produzca antes o después de la edad promedio, se habla de maduración precoz o maduración tardía, respectivamente. Una reserva insuficiente de hormonas gonádicas retrasa la pubertad e
  • 8. impide el desarrollo normal de los órganos genitales y de los aspectos sexuales secundarios (vellosidad, cambio de voz, desarrollo muscular, etc.). Cuando la pubertad se demora, los chicos pueden presentar una apariencia algo femenina. Por lo general tienen un aspecto infantil y muchas veces parecen inmaduros. Pero no quita que en algunos este retardo les lleve a desarrollar, en contrapartida, unos aspectos de inteligencia y simpatía que les ganen la estima de los compañeros. La pubertad acelerada, conocida como pubertad precoz, se debe a una provisión excesiva de la hormona gonadotrópica durante los primeros años de la infancia. Ello afecta a las gónadas y el individuo madura demasiado pronto. También esto puede causar algunos traumas en el muchacho, al verse diferente ("desproporcionadamente grande") y no saber qué le está pasando. Presentamos a continuación algunos factores que afectan a la maduración del sexo gonádico y genital: a) Herencia: la edad de maduración se proyecta en la familia. Lo que fue la experiencia del padre, precoz o no, puede ser la del hijo. b) Inteligencia: los niños de inteligencia superior maduran sexualmente un poco antes que aquellos cuyo índice intelectual corresponde al término medio o es inferior a éste. c) Salud: la buena salud, debida a un adecuado cuidado prenatal y postnatal, deriva en una maduración más temprana. d) Nutrición: una dieta en la que predominan las proteínas da por resultado una maduración precoz. Algunas investigaciones en curso encuentran una relación estrecha entre el desarrollo precoz y la ingestión de alimentos vegetales y animales estimulados con hormonas.
  • 9. e) Nivel socioeconómico de la familia: cuanto mejor es el medio socioeconómico, tanto mayores son las posibilidades de una maduración temprana. Como consecuencia de una atención médica deficiente y de una nutrición por debajo de lo normal, los niños criados en ambientes socioeconómicos deficitarios maduran a menudo más tarde, tal como sucede con los provenientes de medios rurales. f) Tamaño y conformación del cuerpo: los niños más altos y más obesos alcanzan antes la madurez sexual. Los niños con cuerpos de tipo femenino (caderas anchas y piernas cortas) tienden también a una maduración precoz; a la inversa, los de conformación masculina (hombros anchos y piernas largas) tienden a la maduración tardía. Algunos posibles efectos según el tipo de maduración: a) Maduración precoz: reputación favorable fundada en una capacidad atlética superior; frecuente elección para cumplir roles dirigentes; popularidad con las chicas a causa de intereses sociales, aptitudes y sofisticación (carácter rico y completo del que ha viajado bastante, tiene abundantes relaciones sociales, experiencias culturales, etc.); confianza en sí mismo y autoconcepto favorable en razón de un trato social propicio. Esto no quita, como hemos señalado, que pueda traer ciertos traumas si el ambiente y el preaviso no es adecuado. b) Maduración tardía: elección poco frecuente para cumplir roles dirigentes; turbación, apocamiento y timidez causados por un físico poco desarrollado; rechazo por las chicas en las actividades sociales por falta de sofisticación; autorrechazo debido a las actitudes sociales poco favorables.
  • 10. Ya hemos señalado de alguna forma la importancia de enseñar al muchacho, en el momento y el modo adecuado, la diferencia entre recibir una sensación y el consentirla. Esto es importante para que el muchacho, cuando empiece a experimentar los impulsos fisiológicos de la sexualidad, pueda juzgar y actuar con naturalidad. Debe entender que el impulso mecánico de excitación de los órganos genitales ante un estímulo presentado de improviso -claramente no buscado-, que la eyaculación nocturna espontánea, que la misma tendencia sexual, etc., a los ojos de Dios, son algo natural si no se consiente en esos momentos a la búsqueda de placer egoísta, y si se encauza esa fuerza hacia un amor verdadero, que equivale siempre, y más en su edad, al dominio de sí por amor a Cristo, al respeto incondicional del propio cuerpo y de la dignidad del prójimo, especialmente de la mujer, y a la realización de grandes obras con la propia fuerza pasional. . Capítulo 3: III. Dimensión Psicológica - Afectiva Guste o no, un niño no puede permanecer para siempre en la etapa infantil. Cuando el desarrollo físico llega a determinado punto, se espera que el niño madure psicológicamente y abandone la conducta infantil. Elaborar el cambio desde la infancia a la adultez es una tarea demasiado vasta para un lapso breve de tiempo. Por consiguiente, el niño debe contar con tiempo para realizar el cambio. Esa es la función de la adolescencia. Estos cambios de comportamiento son importantes y acompañan las rápidas alteraciones físicas propias de la adolescencia. A medida que el desarrollo corporal va siendo más pausado, en la adolescencia final, las modificaciones de la conducta también se hacen más lentas. El muchacho se encuentra con más problemas nuevos y con
  • 11. menos tiempo para resolverlos que en ningún otro período anterior de su vida. Se da cuenta de que en razón de su apariencia adulta se espera que actúe como tal, pero no sabe cómo hacerlo; debe aprender a valerse por sí mismo y a enfrentarse al mundo sin que sus padres y formadores hagan de armadura o parachoques, como lo hacían cuando era un niño, pero a la vez necesita y busca, aunque no siempre explícitamente, el consejo y la guía firme de sus formadores. Para los muchachos todos estos cambios no son superficiales. Los cambios iniciales les preocupan y a veces les asustan. Ellos necesitan que se les explique qué les está sucediendo. Muchas veces se sienten culpables por los cambios que experimentan, por falta de una información básica. Y, como ya hemos señalado, es necesario dar una información adecuada: se trata de prevenir no de adelantar experiencias. Si el formador no se siente aún capacitado, pida el consejo de expertos, o remita esta labor a la persona de un sacerdote. A. Cambios en las pautas de conducta acostumbradas Los constantes cambios físicos y psicológicos muchas veces no son entendidos por el adolescente. Esto se manifiesta claramente en una constante insatisfacción, en un no entender su propio mundo interior y no sentir como propio el mundo externo que le rodea. El púber muestra una característica aversión al trabajo. Hace lo menos posible en el hogar y en la escuela, descuida a menudo los deberes asignados en el seno familiar y deja sin hacer las tareas escolares. Aun cuando padres y maestros acusen al muchacho de "pereza premeditada", ésta responde en gran parte a razones fisiológicas. Es un resultado directo del rápido crecimiento físico de la pubertad que absorbe sus energías y lo lleva a tal grado de
  • 12. cansancio que no tiene ni el gusto ni la motivación para realizar más de lo que es absolutamente necesario. Cuando se le culpa o se le castiga desproporcionadamente por no hacer lo que se espera de él, estas actitudes contribuyen a crear resentimientos que reducen aún más su motivación. El niño muestra un interés agudo por el juego, y si se reúne con otros es para jugar; también se aficiona a la lectura y a los programas infantiles de televisión. En cambio, el adolescente empieza a perder el interés en esas actividades. No pocas veces le invade el aburrimiento, se aleja del contacto social con sus compañeros y pasa la mayor parte del tiempo solo, tendido en algún lugar o elaborando sueños diurnos. Este cambio se debe también en parte al estado general de fatiga paralelo al crecimiento veloz y a las alteraciones glandulares. El muchacho puede desarrollar fácilmente una actitud antagónica hacia otros, comprendidos los miembros de su familia, sus profesores y sus compañeros. Tiende a la crítica y al desprecio de todo lo que dicen o hacen. Por ello, muchas de sus amistades de la infancia se ven forzadas a romper relaciones con él. Los objetivos especiales en los que se descarga el antagonismo del muchacho son los miembros del sexo opuesto. En tanto que el antagonismo sexual es pronunciado durante la etapa de pandilla del final de la infancia, alcanza por lo general su pico de intensidad en el curso de la pubertad. Los muchachos se sienten resentidos por el mayor tamaño y desenvoltura de chicas de su misma edad. Lógicamente este antagonismo, poco a poco, se va convirtiendo en atracción y aventura. Hay una fuerte emotividad: o se aísla o se lanza a la exterioridad. Muchos jóvenes necesitan mostrarse extrovertidos ante sus compañeros para no dar a conocer posibles conflictos interiores. Otros, por el contrario, optan
  • 13. por hacer su vida paralela a la de los demás como si los demás no pudieran comprender su fuerte mundo emocional y pasional. Los enamoramientos repentinos, los constantes sentimientos de incomprensión de parte de los demás, etc., tienen su raíz en el gran potencial emotivo que caracteriza a la adolescencia. Esta emotividad, bien encauzada, lleva al entusiasmo típico del adolescente; es fácil atraerlo con lo novedoso pero también con los "antiguos ideales" de la infancia si son presentados con otras perspectivas y con motivaciones adecuadas. El formador que sabe identificarse con el entusiasmo propio del preadolescente pronto ganará su atención y, si sabe ofrecer cauces adecuados a ese entusiasmo, también su liderazgo. Hay tendencia a la rebeldía, a las constantes discusiones, a la actitud de contradecir por sistema, a aparentes comportamientos antisociales. No es raro que el adolescente, con mayor o menor conciencia, lance un reto a la seguridad y autoridad de su formador, a través de comportamientos o interpelaciones que intentan desbordar los márgenes de la conducta ideal de un "niño bueno". En estas ocasiones el adolescente, no pocas veces, está poniendo a prueba la firmeza de su formador. Éste debe mostrarse ecuánime, sereno, sin nerviosismos o impaciencias. Actuando así pronto acrecentará su liderazgo sobre el muchacho. En el fondo el muchacho está buscando una persona que tenga la seguridad que él no tiene, aunque quiera actuar como si la tuviera. Hay tendencia a buscar escapismos. Tendencia a buscar escapismos. El adolescente se sabe en plenitud de vida y con una energía constante que parece no tener límites. Esta vitalidad los lleva muchas veces a buscar un tipo de mundo distinto del que tienen entre manos. Cuando con el paso del tiempo se van dando cuenta de que el mundo no va a cambiar, muchos de ellos van buscando ciertas salidas
  • 14. de escape; la modalidad de éstos dependerá de la forma de ser de cada adolescente, de su extroversión o introversión. A propósito de este tema es importante tener en cuenta el síndrome internet (incluyendo aquí los juegos electrónicos y todo lo referente a realidad virtual) para entender lo que empieza a suceder con numerosos adolescentes que tienen una verdadera adicción al mismo. De no controlarse esta adicción (límite de tiempo), independientemente del problema de los contenidos nocivos al alcance del muchacho, se crea un verdadero desajuste psíquico que afecta a las relaciones familiares y sociales del muchacho. La dependencia de internet en la que algunos muchachos caen les puede llevar a momentos fuertes de depresión a la hora de volverse a encontrar con la realidad, después de horas de "evasión virtual". La adolescencia es la época en la que el muchacho está definiendo su personalidad y su carácter se va evidenciando cada vez más. No resulta fácil para el adolescente lograr la identidad de su personalidad. Una tendencia muy marcada en ellos es la de dividir la vida entre su mundo interior y su forma de presentarse ante los demás, en su grupo de amigos y su medio ambiente. Son muchos los elementos que pueden desviar a un preadolescente y a un adolescente en este sentido. La presión ambiental muchas veces provocará un choque interno, una división entre la forma de pensar de su núcleo familiar y la forma de pensar de las amistades nacientes. Hay que controlar estas divisiones para que vayan encontrando cauces de solución y para que el muchacho aprenda a "distinguir sin separar". La afectividad también va experimentando cambios. Hemos señalado ya cómo el antagonismo inicial hacia el sexo femenino se va transformando en atracción. Esta atracción en un inicio tiene un marcado carácter fisiológico, manifestado principalmente en la curiosidad por el
  • 15. conocimiento del cuerpo femenino y por la necesidad de dirigir hacia él la tendencia pasional que el muchacho siente cada vez con más fuerza. A esta atracción fisiológica se va incorporando la atracción psicológico-afectiva, provocada en parte por el descubrimiento de los límites de la propia afectividad masculina y en parte por el descubrimiento de la riqueza de la afectividad femenina. El muchacho empieza a percibir que sus tendencias afectivas tienen una dirección definida y ve la necesidad de realizarse en la complementariedad femenina. Se sabe que en esta fase el muchacho termina de definir el así llamado sexo de género, es decir, termina de identificarse psicológicamente en modo pleno con su masculinidad, en parte por la adaptación completa a su cuerpo, en parte por la clara diferenciación que establece espontáneamente entre él y el sexo opuesto. En este proceso son conocidos los titubeos que pueden darse, especialmente si no ha habido de por medio una educación sana y equilibrada, sin descartar posibles causas patológicas. El muchacho no debe asustarse si, en esta fase de definición, en algunos momentos siente (no consiente) cierta inclinación hacia compañeros del mismo sexo. Se le debe ayudar para que, poco a poco, oriente definitivamente sus inclinaciones sexuales y se abra sin temores hacia la novedad del sexo femenino. Es este temor lo que muchas veces provoca un encerramiento en la propia sexualidad, manifestándose a veces en el autoerotismo y, llevado al extremo, en la homosexualidad. Esto es, en definitiva, arrastrar la propia sexualidad, cuya realización está en la donación fecunda, hacia la contradictoriedad y el sinsentido. B. La transición a la madurez Pocos jóvenes logran la transición de la infancia a la
  • 16. adultez sin "cicatrices emocionales". A veces tales marcas carecen de importancia; en otras ocasiones son tan perjudiciales que los adolescentes renuncian a la lucha y permanecen inmaduros durante el resto de sus vidas. Ciertos efectos de la transición son más comunes y más perniciosos que otros: inestabilidad, preocupación por los problemas que deben enfrentar, conducta perturbadora e infelicidad. Inestabilidad Proviene de sentimientos de inseguridad y ésta, a su vez, se presenta cuando la persona debe abandonar las pautas habituales y sustituirlas por otras. El adolescente ya no puede conducirse como un niño, pero no se siente seguro de su capacidad para hacer lo que la sociedad espera de él. Los sentimientos de inseguridad siempre son acompañados de tensión emocional; el muchacho se muestra preocupado y ansioso, o enojado y frustrado. Raramente es feliz en medio de su inseguridad porque se da cuenta de que su conducta refleja su falta de confianza en sí mismo. La tensión emocional puede expresarse exterior o interiormente; el adolescente puede ser agresivo, tímido o retraído. El adolescente muchas veces ve todo lo que le está sucediendo con una gran confusión de sentimientos. Por una parte se siente culpable del desenvolverse de su inestabilidad, y por otra, tiene la impresión de que él está sufriendo algo de lo que no es culpable. Un formador que sabe esperar, y sabe reaccionar siempre con una equilibrada comprensión en los momentos más difíciles, tendrá asegurada una respuesta muy noble por parte del adolescente, aunque quizá ésta no sea inmediata. La inestabilidad se exterioriza, asimismo, en pautas de
  • 17. conducta no relacionadas con la emotividad. Algunos adolescentes exageran su dedicación escolar, otros se lanzan con entusiasmo a la práctica de deportes, y otros pasan la mayor parte de su tiempo en actividades sociales. Algunos dan cuenta de su inestabilidad alternando sus gustos, sus intereses, sus aspiraciones vocacionales y sus amistades. A medida que avanza la adolescencia, el muchacho se hace cada vez más estable. Con cuánta anticipación y con qué grado de éxito habrá de alcanzar la estabilidad depende en parte de su motivación para acelerar la transición hacia la madurez y, en parte, de las oportunidades con que cuente para hacerlo. Cuando descubre que la gente considera su inestabilidad de modo desfavorable, encuentra una motivación para hacerse más estable y digno de confianza. Cuando tiene motivaciones especiales (una "misión", una personalidad líder que forjarse, etc.), se acelera su estabilidad y el logro de la madurez. Ante la inestabilidad del adolescente, el formador debe mostrarse siempre como el amigo fiel que no cambia de parecer aunque cambien las circunstancias. En ocasiones se ha podido constatar que frases como: "tú antes no eras así..." "cómo has cambiado en cuestión de meses..." u otras parecidas, han provocado reacciones muy negativas en los adolescentes. El buen formador ejercerá un valioso papel de guía si va un paso por delante y le explica oportunamente al muchacho qué le va a acontecer. Así será para el adolescente como un amigo de los tiempos difíciles; cuando éstos lleguen, el adolescente sabrá a quién recurrir. Preocupación por los problemas La adaptación a nuevas situaciones siempre ocasiona problemas. Por diversas razones, en la adolescencia los
  • 18. problemas parecen más graves de lo que son en realidad o de lo que parecerían si se presentaran en otras edades. Los problemas del adolescente se intensifican si las tareas evolutivas de la infancia no han sido dominadas completamente. Esto debe hacer pensar a los educadores que a la persona no se le puede empezar a formar cuando llega a la adolescencia, o ante ciertos problemas. El adolescente se preocupa con problemas concernientes a su hogar (relaciones con miembros de la familia, disciplina), a la escuela (calificaciones, relaciones con profesores, actividades ajenas a los estudios), al estado físico (salud, ejercicios), a la apariencia (peso, atractivo físico, conformación adecuada al sexo), a las emociones (desbordes temperamentales, estado anímico), a la adaptación (aceptación por los compañeros, roles dirigentes), a la vocación (selección, capacitación) y a los valores (moralidad, drogas, sexo, etc.). La principal razón de que la adolescencia sea denominada una "edad de problemas" reside en que con frecuencia se juzga al muchacho según pautas adultas en lugar de hacerlo con las apropiadas para su edad. Por ejemplo, es necesario saber que gran parte de sus maneras groseras y de su vestimenta caprichosa cumplen el objetivo de atraer la atención ajena hacia sí mismo. Asimismo, su egocentrismo lo hace poco cooperativo, lo vuelve desconsiderado con otros y proclive a hablar de sí mismo y de sus problemas. Un comportamiento semejante revela inmadurez y conduce a que se emitan sobre él juicios desfavorables. El adolescente es más un problema para sí mismo que para los demás. No se ha adaptado a su nuevo rol en la vida, por lo cual se siente confuso, inseguro y ansioso. Es un error tratarlo como si fuese un niño o esperar que se comporte como un adulto. En tanto el muchacho permanece en este estado de confusión e incertidumbre no cesa de estar tenso
  • 19. y nervioso. Esto lo conduce, a veces, a una conducta agresiva, perturbadora y que busca llamar la atención; o a la depresión, irritabilidad e infelicidad. Después de alejarse afectivamente de sus padres, muchos adolescentes se sienten a la deriva y necesitan encontrar nuevas fuentes de protección para sus problemas. Algunos se vuelven hacia profesores, sacerdotes, hermanos mayores, parientes adultos y amigos de la familia. Otros consideran a todos los adultos como representantes de la autoridad y evitan colocarse en una posición de sometimiento frente a ellos. Entonces requieren ayuda de miembros de su propia edad o, si no tienen confianza en el auxilio que éstos pueden prestarles, se ponen en comunicación con consejeros invisibles a través del correo y obtienen respuestas en columnas apropiadas de periódicos y revistas o por medio de la radio y la TV. Muchos de los problemas que enfrenta el preadolescente atañen, también, al adolescente tardío. Esto indica que el adolescente mayor no resolvió satisfactoriamente los problemas que se le presentaron en la etapa anterior. Por ejemplo, si sigue muy preocupado por su apariencia, si busca escaparse de sus responsabilidades escolares con otras actividades, o si las relaciones con miembros del sexo opuesto todavía constituyen un problema. Infelicidad Es posible que una inadecuada evolución en la adolescencia lleve al muchacho a desarrollar ciertos rasgos de infelicidad. De por medio está: un desconocimiento agudo de la propia personalidad y del sentido de su vida y de las situaciones concretas por las que atraviesa; una permanente falta de aceptación personal provocada muchas veces por nocivas comparaciones con otras personas; una desmotivación constante que no le permite
  • 20. tomar la propia vida como reto y como "el negocio más grande" que tiene entre manos. No se pueden olvidar las circunstancias y el ambiente que tanto golpean a los muchachos de esta edad. Son varias las razones por las que estos rasgos de infelicidad deberían estar sujetos a un cuidadoso control. En primer lugar, la infelicidad conduce a una conducta que la perpetúa. El adolescente que exhibe cierta infelicidad por su expresión taciturna o mediante una conducta antisocial, descubre que las reacciones sociales que suscita son tan desfavorables que lo convierten en un ser rechazado. Esto acentúa su infelicidad y lo lleva a otras formas de conducta que intensifican el rechazo social. La infelicidad se convierte a menudo en un estado habitual. Deja su marca en la expresión facial de la persona y en su modo característico de adaptarse a la gente y a las situaciones que le depara la vida. Los formadores deben intervenir decididamente para cortar de raíz las causas de esa infelicidad que se puede ir incrustando en el alma del muchacho. Las consecuencias, aunque se estén gestando en el silencio, pueden salir a la luz después de varios años y de forma tristemente dramática. La infelicidad conduce a ajustes personales y sociales deficientes que, con el tiempo, pueden derivar en perturbaciones de la personalidad. Que esto suceda o no depende en gran medida de la forma de expresión que adopte la infelicidad. Por ejemplo, el adolescente que mitiga los tormentos de su condición infeliz refugiándose en un mundo de pensamientos quiméricos tiene más probabilidad de llegar a padecer trastornos mentales que quien expresa su infelicidad disputando con otros. C. Cómo se facilita la transición hacia la adultez
  • 21. La persona que es inmadura en la adultez lo fue también, muy probablemente, durante toda su adolescencia. Tal vez no contó con el estímulo ambiental o la motivación suficiente para aprender lo que aprendieron sus compañeros. De ahí la importancia de facilitar la transición a la madurez. Será muy útil en la educación del adolescente que se combine una restricción con un privilegio (por ejemplo, dar o no un permiso, conceder un viaje especial). Esto hará que el adolescente asuma la responsabilidad de sus acciones y al mismo tiempo acentuará su responsabilidad hacia el grupo social. Ayudará, también, que los formadores combinen una acción de libertad con una de responsabilidad. Cuando el adolescente aprenda que los derechos y las responsabilidades van unidas, el hecho lo ayudará a refrenar sus exigencias de derechos hasta ser capaz de manejarlos con éxito. Es bueno también alternar un elogio (entendido más como aliento) con una crítica positiva. Demasiados cumplidos pueden conducir al adolescente a una confianza en sí mismo llena de vanidad que disminuirá su motivación para conformarse a las expectativas sociales. Una crítica persistente debilitará la confianza en sí mismo y hará también decrecer su motivación. Un equilibrio saludable entre ambas actitudes, por el contrario, incrementará su motivación para aprender lo que se espera de él y reforzará la confianza en sus actitudes. Se deben relacionar las exigencias del adolescente con su capacidad de aprendizaje. No hay manera más rápida de inducir al adolescente a romper sus vínculos con la infancia y a desarrollar sus propias pautas de pensamiento y de acción que brindarle la motivación necesaria para que haga
  • 22. aquellas cosas que están a su alcance, de acuerdo con su grado de desarrollo. Es decir, el formador debe conocer bien las posibilidades del adolescente en cada fase y dimensión de su personalidad, y debe inducirle a potenciarlas lo más posible. Un elemento que ayudará al muchacho es enseñarle a dejar el egocentrismo característico de esta etapa de manera que comprenda que no es el centro del pensamiento y sentimientos de las demás personas como él lo experimenta. Y, por otro lado, es preciso que aprenda a distanciarse de su impresionabilidad para ser más objetivo y sereno en sus juicios y actitudes ; que contrarreste los sentimientos negativos con actos positivos. . Capítulo 4: IV. Dimensión Social A. Relaciones interpersonales En el desarrollo social se considera que la adolescencia comienza cuando concluye el estadio llamado "de exploración", que termina entre los 10 y los 11 años, y cuando inicia el estadio llamado "de organización", hasta los catorce años. Es en este estadio donde se da el nacimiento de la verdadera sociabilidad, en cuanto que la persona llega a ser consciente del propio yo y comienza a darse cuenta de la propia vida, de su propio puesto en el mundo en el cual debe vivir. El siguiente estadio, el de la "reflexión consciente" sobre las relaciones sociales, es típicamente de la adolescencia. La sociabilidad, en sentido estricto, depende de la toma de conciencia de las capacidades y de los límites personales, de una parte, y de
  • 23. la exploración del entorno y de las relaciones interpersonales, por otra parte en el período evolutivo de la adolescencia la vida social toma una nueva dirección; en las personas normales es el momento donde se desarrolla la verdadera sociabilidad. Pero también en este período es donde se dan también las mayores dificultades, especialmente en el trato con las personas del otro sexo y en relación a los adultos. Muchos adolescentes se revelan incapaces de afrontar con éxito estas nuevas exigencias y terminan por retroceder a formas precedentes de relación social o por crear formas de comportamiento compensacional (fomentar aficiones infantiles, encerramiento en los propios sueños, autoerotismo, etc.). Los adolescentes son muy sensibles a los estímulos sociales: ningún problema les parece tan importante como el de introducirse en la vida del grupo de sus coetáneos. La influencia del grupo social es más intensa por el hecho de que el adolescente necesita ser socialmente aceptado y por el hecho de que busca conformarse a las exigencias del mismo grupo. Pero el surgir y afirmarse de comportamientos sociales en el adolescente no implica inicialmente motivos altruísticos, más bien hay constatación de la propia debilidad: él desea apoyarse en alguien semejante, ser bien querido o, al menos, comprendido. Es relevante el hecho de que la vida grupal empuja al muchacho a la autonomía del ambiente familiar. ¿Por qué el muchacho abandona la seguridad de las relaciones familiares? ¿Por qué a veces se da una
  • 24. alternancia de comportamiento: muy bien con el grupo, muy mal con la familia? Es un cambio de valencias afectivas. Después del largo período de afectividad familiar, el muchacho va a la búsqueda de nuevas fuentes de afectividad. No son raros los muchachos que durante la adolescencia viven bajo la pesadilla del afecto (mal entendido) de sus padres, que les lleva a una deformación en sus relaciones sociales. En la preadolescencia la amistad está más ordenada a la identificación grupal, por lo que es una amistad de carácter normalmente superficial. Los grados de intimidad o de distancia social entre amigos aparecen poco a poco a medida que se desarrolla la adolescencia. Los muchachos se eligen el propio confidente; en la amistad hay un fuerte elemento de selección, que se complica con el surgir del interés por la persona del otro sexo. Parece que el deseo de amistad es paralelo al deseo de conocerse. La actitud auto-analítica parece perder eficacia si el muchacho no tiene la posibilidad de realizarlo más intensamente en la presencia de otra persona; él ama la confidencia, requiere sólo la existencia de uno que escuche, no le pide más. Más tarde el amigo pasará de ser mero confidente de "mis problemas" a compañero real. Es en este período en donde el educador puede presentarse como un verdadero amigo que, como ningún otro, sabe escuchar y comprender. La amistad responde a otras exigencias: la de defenderse contra la incomprensión o la opresión de los grandes, es
  • 25. decir, contra el mundo de los adultos; la de superar la dificultad de la instancia moral personal sustituyéndola con una instancia colectiva, la de las reglas del grupo. En las motivaciones para elegir a los compañeros hay un cambio con respecto a los niños: en éstos los motivos son más externos, en la adolescencia la elección viene determinada del comportamiento social y del carácter de la persona. Los adolescentes tienden a aislarse frecuentemente en la búsqueda de sí mismos; pero a menudo se unen en pequeños grupos muy homogéneos y muy críticos en relación al exterior, grupos inestables, influenciados por la personalidad del líder, en los cuales determinadas personas son aceptadas o rechazadas. En la vida grupal de los adolescentes hay elementos negativos que ellos mismos no logran eliminar. Pero es mucho más lo positivo de esta vida grupal: la vida de grupo reduce el hábito de fantasear y de soñar con los ojos abiertos; la inestabilidad del humor y carácter tiende a controlarse; en los grupos grandes se elimina el morboso gusto por el secreto personal; la inteligencia de la persona viene socialmente usada, y hay una cierta compensación en el uso de las capacidades intelectuales de diverso coeficiente. Según la profesora Hurlock, la aceptabilidad social durante la adolescencia estaría ligada a varios factores: actividad física; el mismo modo de vestir; intereses semejantes; status socioeconómico igual o superior a la media; deportividad y sentido del humor; experiencia social
  • 26. suficiente para poderse adaptar a las diversas situaciones; aptitudes para bailar, conversar, jugar al tenis, etc.; inteligencia suficiente para tomar iniciativas y para adaptarse a las actividades que gustan a otros; información social; hospitalidad en la propia casa; estabilidad de residencia; intereses amigables y cooperativos para con los otros; prestigio que resulta de la superioridad en alguna actividad; fama favorable. Las condiciones de aislamiento estarían ligadas a los siguiente factores: aspecto externo no atrayente; problemas físicos que impiden la participación grupal; diferencias muy acentuadas en el status socioeconómico; la religión; el nivel de inteligencia y cultura; aislamiento geográfico; sentimiento de inseguridad que hace a la persona demasiado dependiente de los otros; absorción en sí mismo, lo que extingue el interés por los demás; actitudes de prepotencia o de resentimiento; mala fama; cambios frecuentes de casa; imposibilidad de recibir a otros en la propia casa; timidez; agresividad; no tener cualidades para el deporte; intereses distintos. B. Actitudes ético-sociales Es necesario proveer el ambiente favorable en el que los sentimientos, valores, ideales, los comportamientos y hábitos de significado ético-social vengan aprehendidos antes que nada. Ésta es una responsabilidad concreta de los familiares y educadores: formar en los muchachos una personalidad socialmente adaptada de modo que, saliendo del círculo familiar o escolar, puedan tomar el puesto que les compete en la comunidad.
  • 27. El muchacho comprende rápido que, para poder vivir en medio de la sociedad según una línea de conducta racional, necesita saber hacer uso de la propia libertad y necesita saber respetar los derechos de los demás y de la comunidad civil. Más tarde, esta aspiración a la libertad se identifica con la defensa de la persona humana. Su actitud hacia la sociedad muchas veces es pesimista, en cuanto es considerada como una construcción arbitraria de los adultos. Ésta les provoca repulsión por estar fundada sobre el compromiso, lo transitorio, la astucia o la fuerza y raramente sobre la honestidad. En parte por esto, y en parte por la ineficacia del sistema educativo, la mayoría de los adolescentes muestra gran desinterés por la política. Un punto especialmente crítico en el joven es constatar que las normas de la convivencia social no son observadas por aquellos que teóricamente aprecian su valor. Esto puede llevar a serias desviaciones o, incluso, terminar en actitudes de rigorismo intransigente. El muchacho, debido a su incipiente personalidad, se coloca como igual ante sus mayores; pero al mismo tiempo se siente otro, diferente de éstos por la vida nueva que se agita en él. Y entonces, naturalmente, quiere sobrepasarles y sorprenderles transformando el mundo. Por ello, los sistemas o planes de vida de los adolescentes, por una parte, están llenos de sentimientos generosos, de proyectos altruistas o de fervor místico; y, por otra, no están ausentes de elementos de megalomanía y de consciente egocentrismo.
  • 28. El joven vive en función de la sociedad. Pero la sociedad que le interesa es la que quiere reformar. Las sociedades (grupos) de niños tienen como fin el juego colectivo, las de los adolescentes son principalmente sociedades de discusión. Es normal que dos amigos jóvenes se pierdan en discursos sinfín destinados a combatir el mundo real. Podrá haber crítica mutua de las soluciones respectivas, pero el acuerdo sobre la necesidad absoluta de reformas es unánime. La verdadera adaptación a la sociedad se hará cuando el muchacho, ayudado por el educador, de "reformador" pase a "realizador". No se trata, por tanto, de que el educador frustre de alguna manera los grandes ideales del adolescente. Antes bien, su papel es encauzarle progresivamente reconciliándole con la realidad, dando cauce a sus inquietudes con acciones concretas. Por ello es clave que el educador presente a los adolescentes grandes proyectos apostólicos encaminados a la promoción social y al cambio cultural. Lo único que hace con eso es aliarse íntimamente con la psicología del adolescente, y ayudarle a su pleno desarrollo y madurez. C. Ambiente social inmediato del adolescente La vida del colegio va adquiriendo mayor importancia en la definición del rol social del muchacho. En la convivencia con sus compañeros va descubriendo su personalidad, sus virtudes y carencias y, lo que más le importa, el grado de aceptación. En este momento el fracaso en las relaciones con los compañeros puede ser definitivo. Los muchachos, muchas veces, no admiten a los compañeros menos
  • 29. capacitados, que pueden llegar a traumarse seriamente. Sus amigos, sus calificaciones y profesores, son con frecuencia causa de tensiones e incomprensiones para ellos, así como de imborrables momentos de alegría y sana convivencia. Aquí es importante subrayar que algunos profesores llegan a formar parte del círculo de amigos de los adolescentes. Su influjo, para bien o para mal, es a veces decisivo. Si el formador quiere ayudar al muchacho, debe poseer noticia de primera mano sobre el talante de sus profesores y de su ambiente escolar en general. Para el preadolescente el colegio es su mundo. Nada de lo que le sucede allí le es indiferente. Lo que al adulto le puede parecer insignificante (un gol en el recreo, un saludo del profesor, una burla del compañero, una clase aburrida, etc.) no lo es para él. Con frecuencia cosas pequeñas ocasionan grandes tensiones. En este contexto es muy importante que el formador esté muy atento para percibir e interpretar todas las reacciones que va mostrando el muchacho ante el mundo que poco a poco va empezando a descubrir. Son fundamentales también las actividades complementarias. Los padres y educadores deben fomentarlas sin atosigar ni "cargar demasiado las tintas". Esta serie de actividades pueden ser una válvula de escape para un muchacho menos afortunado en las aulas. Las reuniones sociales empiezan a ser el punto de referencia de la vida de los muchachos. Pueden pasarse la semana programándolas o hablando de cómo fue la última que tuvieron. El desenvolvimiento de estas reuniones, sus
  • 30. actividades concretas, serán proporcionalmente adecuadas a la forma de ser de los grupos participantes. Los padres y educadores de muchachos de por sí sanos no deberían preocuparse mucho de lo que hacen en ellas, bastan unas breves referencias para saber que todo va bien. En cambio, no pueden actuar así los padres y educadores de muchachos más inquietos. Es necesario prevenirles de las consecuencias negativas de lo que puede suceder en esas reuniones sociales. A éstos no hay que darles tantas facilidades, libertad de horarios, mucho dinero, etc. Los padres y educadores no deben dejarse impresionar de sus reclamos de mayor libertad ("porque todos van a ir..."). Tampoco se trata de prohibiciones tajantes, porque las consecuencias pueden ser peores. El problema no es tanto "a dónde va el muchacho", sino "con quién va". Fiestas, conciertos, partidos de fútbol, etc.; sin duda que el ambiente de estos lugares es importante, pero interesa más el ambiente limitado, inmediato, el que el grupito concreto de amigos forma en torno a sí en cualquiera de estos lugares. Ese ambiente inmediato es el que más importancia reviste para la educación moral y de la conciencia del muchacho, para el desenvolvimiento sano de sus capacidades sociales y humanas. Un buen grupo de amistades será capaz de construir en los adolescentes, en poco tiempo, valores y principios que el formador tarda años en hacerles entender. Y de igual manera, un ambiente negativo de amistades puede destruir en breve tiempo lo que se había construido con el esfuerzo de varios años. No podemos pasar por alto, en este punto, el hecho de
  • 31. que en los ambientes de preadolescentes y adolescentes es muy alto el índice del abuso de alcohol, tabaco y, aunque no tan generalizado en todos los países y ambientes, también la droga. Así mismo, la permisividad en materia sexual. Muchos de nuestros jóvenes se ven violentamente bombardeados y presionados por este ambiente de grupo y muchas veces no son capaces de sobreponerse, por curiosidad, inexperiencia y, sobre todo, por la necesidad, tan fuerte en la adolescencia, de quedar bien y ser aceptados. No es infrecuente el caso de muchachos que, por diversos motivos, se juntan con un grupo de diferente edad. Debido a los cambios fuertes que hay en los adolescentes de un año para otro, esto no es nada aconsejable. Hay que buscar lo más posible la homogeneidad. Incluso si un adolescente está repitiendo un curso debería seguir juntándose con los muchachos de su edad, a no ser que se demuestre que psicológica y afectivamente no esté aún a su altura. Poco a poco el grupo de preadolescentes se va abriendo al grupo de niñas, normalmente de un curso o dos inferior al de ellos. Dentro de esta relación grupal se van creando intereses más particulares y se van definiendo las preferencias y tendencias concretas de cara al otro sexo. Es importante vigilar para que esta intersección de grupos de ambos sexos se realice en un entorno sano y de mucho respeto. En la adolescencia hay que fomentar esta relación múltiple para no adelantar un "noviazgo" que podría impedir un conocimiento del otro sexo variado y rico. El muchacho puede entender fácilmente que no le
  • 32. conviene "comprometerse" sólo con una niña, cuando está en la edad de la definición de las propias tendencias, preferencias, inclinaciones naturales y gustos. Es bueno fomentar lo más posible en los muchachos los viajes, fines de semana, períodos de vacaciones, que puedan compartir con los educadores (sacerdotes, laicos comprometidos). Hay que hacerles ver a los padres de familia lo absurdo de negar estos viajes a los hijos, mientras les permiten ir a otros lugares donde el ambiente sano, al menos, no está garantizado (mucho más cuando es mixto, donde las malas sorpresas suelen darse). Es recomendable que en las conversaciones con los adolescentes o en las pláticas que se les dirige se haga una constante referencia a la realidad de su mundo. El adolescente tiende a interpretar todo lo que le sucede en clave de su mundo interior y de su medio ambiente. Cuando nuestras recomendaciones están basadas en ejemplos de su vida ordinaria, de sus problemas específicos, adquieren una gran fuerza. Si se quiere influir eficazmente en la vida de un adolescente se tiene que asegurar la influencia en la vida de todo su grupo de amigos. Querer construir sin contar con el apoyo de su medio ambiente inmediato no da garantías de consistencia y de duración. Para lograr esto, es vital la ayuda de la vida de equipo. Un punto sabido es que, al encontrarse con un grupo de amigos, el formador debe apuntar a la conquista del líder natural. Ganado éste para el bien, será un "co-formador" de ayuda inestimable, pues llegará a ser eco de las orientaciones rectas y vigía
  • 33. de la fiel perseverancia de su círculo de amigos en los compromisos de vida cristiana.