Raimundo aprendió a ladrar tras años de práctica perseverante, motivado por su amor hacia sus hermanos perros y el deseo de comunicarse con ellos. Un día, su ladrido fue entendido por Leo, con quien desde entonces conversaba cada atardecer bajo la glorieta. Leo le dijo a Raimundo que ladraba bien pero que todavía se notaba su "acento humano".