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NUEVA CIENCIA
Colección dirigida p o r Nicanor Ursiv.
8
Gilbert Hottois
E L PARADIGMA
BIOÉTICO
Una ética
para la tecnociencia
EDITORIAL DEC HOMBRE
SERVICIO EDITORIAL T r t » ARGITARAPEN ZERBITZUA
UNIVERSIDAD DEL PAIS VASCO T B EUSKAL HERRIKO UNIBERTSITATEA
El paradigma bioético : Una ética para la tecnociencia /
Gilbert Hottois. — Barcelona : Anthropos ; Leioa :
Universidad del País Vasco, 1991. — 208 p. ; 20 cm. —
(Nueva Ciencia ; 8)
Tit. orig.: L e paradigme bioéthique : Une éthique pour l a
technoscience
Bibliografía p. 199-202
I S B N 84-7658-308-7
I. Universidad del País Vasco (Leioa) EL Título I I I . Colección
1. Bioética
57.01:17
17:57.01
Título original: Le paradigme bioéthique. (Une éthique pour
la technoscience) [1990]
Traducción del francés: M. Carmen Monge
Primera edición en Editorial Anthropos: octubre 1991
© Gilbert Hottois, 1991
© Editorial Anthropos, 1991
Edita: Editorial Anthropos. Promat, S. Coop. Ltda.
Vía Augusta, 64. 08006 Barcelona
En coedición con el Servicio Editorial de la Universidad del País
Vasco / Argitarapen Zerbitzua Euskal Herriko Unibertsitatea
ISBN: 84-7658-308-7
Depósito legal: B. 31.543-1991
Fotocomposición: Seted. Sant Cugat del Valles
Impresión: Indugraf, SCCL. Badajoz, 147. Barcelona
Impreso en España - Printed in Spain
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en
todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de
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electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso
previo por escrito de la editorial.
4 c
P R E F A C I O
Qué importa si el amor del prójimo se da y
O recibe en forma de aerosol... Siempre es rae-
jor ser salvado por una máquina que no ser
C. salvado... S i n embargo, esta solución no m e
<t gusta.
^ J . B R U N N E R
«La técnica se h a convertido en parte de nuestra vida
—í •"•>- [•••]• Vivimos enteramente inmersos en la m o d a técnica.»1
^ ^ Cuando algo se hace omnipresente hasta el p u n t o de
'• n confundirse c o n el aire m i s m o que se respira, es extrema-
8^ damente peligroso ignorarlo, descuidarlo o, incluso, s i m -
•» plemente, banalizarlo n o evaluándolo correctamente. Esto
^ £ es lo que, a menudo, sucede, desgraciadamente, con la téc-
^ i~ nica. Este desprecio o esta incompresión p o r lo que consti-
^ £ tuye el fenómeno dominante de Occidente acaban desarro-
llando, o al menos dejando desarrollar, reacciones oscuras
e irreflexivas en el Occidente tecnocientífico, o lo que es
 más, dejando que éste se desarrolle siguiendo u n a dinámi-
^ ca propia que n o se intenta pensar o, al menos, acompa-
ñarla p o r el pensamiento reflexivo y crítico.
Este l i b r o 2
querría ser u n a manera de empezar t a l
^ acompañamiento. Invita a pensar. Pensar de la manera
más libre y abierta sobre el tema de la tecnociencia con-
temporánea. Siguiendo u n a línea de reflexión propia con-
cede, n o obstante, m u y a menudo, e incluso sistemática-
mente, la palabra a otros autores hasta el p u n t o de que
constituye también u n a especie de antología integrada de
textos sobre la ciencia y la tecnociencia contemporáneas
' L O y
a*
>
)
(ver índice de Textos). Estos textos, esparcidos p o r el libro,
no necesariamente son u n apoyo del argumento principal:
pueden ilustrar u n a reserva, u n a objeción, u n a alternativa,
u n titubeo importante y significativo, i n v i t a n d o al lector a
pensar en otro sentido.
L a o b r a h a sido realizada de f o r m a que pueda ser per-
fectamente leída y entendida ignorando los textos que la
ilustran. L a manera de integrarlos al cuerpo del l i b r o nos
ha parecido más rica que la yuxtaposición, t a l y c o m o se
hizo en la edición anterior, del texto del autor seguido de
u n a antología de extractos n o integrados en el contexto
apropiado y siempre singular.
Hemos querido que la obra fuera resueltamente con-
temporánea y prospectiva: la tecnociencia de h o y y de m a -
ñana es l o que nos ha impulsado y las preguntas se h a n
planteado siempre desde esta perspectiva. Aunque la preo-
cupación ética sea dominante y «finalista», de alguna m a -
nera, el libro, nuestra interrogación, n o es sólo interna a la
perspectiva ética que propone. Pues la reflexión filosófica
sobre la tecnociencia, cuando es radical, n o puede conten-
tarse con preguntarse únicamente sobre los valores que
trata, en el seno de u n a determinada concepción m o r a l de
promover con, o a pesar de, las tecnociencias. Y lo que es
más importante, l a tecnociencia empuja al filósofo a plan-
tearse y replantearse la pregunta sobre el sentido, la natu-
raleza y el valor de la propia ética, de la ética c o m o t a l
—de la eticidad—, y no sólo de u n a u otra m o r a l particu-
lar. Este es el t e m a central, el corazón de los tres últimos
capítulos y, del cual, la bioética es u n a ilustración privi-
legiada.
Tras haber señalado la primacía de la técnica, contra-
riamente a la tradición occidental dominante, e introduci-
da la noción de tecnociencia (capítulo I), presentamos la
evaluación filosófica (que es también la del sentido co-
mún) más corriente que sigue distinguiendo entre «ciencia
pura» y «técnica», asimilando ésta a u n conjunto de útiles
o de medios al servicio del H o m b r e (capítulo LT). Seguida-
mente mostramos algunos de los límites de esta evalua-
ción común, instrumentalista y antropocéntrica (capítulo
8
LTI) y profundizamos el sentido de u n p u n t o de vista evolu-
cionista defendido p o r muchos tecnocientíficos y que hace
más justicia a algunos aspectos de las posibilidades tecno-
científicas (capítulos I V y V). Como ya hemos dicho, los
tres últimos capítulos (VI, V I I y V I H ) están directamente
consagrados a la pregunta (por la) ética, teniendo en cuen-
ta lo que h a sido desarrollado en las secciones preceden-
tes.
Si existe u n a pregunta teórica que atraviesa todo el l i -
bro, es l a cuarta pregunta kantiana: «¿Qué es el hombre?».
Si hay u n a i n q u i e t u d que subyace a la pregunta práctica
«¿qué vamos a hacer del hombre?», es la de preservar la
apertura —enigmática— de esta cuarta pregunta.
NOTAS
1. H . Sachsse, «Die Moderne Technick und die heutige Technikdis-
kussion», Universitas (abril 1981).
2. E s u n a reedición puesta al día, refundida y muy extensamente a m -
pliada (en realidad, casi doblada) de u n a más pequeña obra publicada en
1984 bajo el título Pour une etique dans un univers technicien, Universi-
dad de Bruselas.
9
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UNIVERSIDAD EU BOSQUE
BJ&UOTCCA
I N V E N T A R Í O
Élfv
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CAPÍTULO I
L A I M P O R T A N C I A D E L A T É C N I C A
Y D E L A T E C N O C I E N C I A
Se podría decir, yendo inmediatamente a lo
esencial, que el saber científico no es ni de
tipo sapiencial, n i de tipo contemplativo, ni
de tipo hermenéutico, sino de tipo operativo.
J . L A D R I É R E
L a ciencia se h a convertido en u n medio de la
técnica.
J . E L L U L
1. L a primacía tradicional de l a teoría
E l b i n o m i o «teoría-técnica» constituye u n a de las gran-
des articulaciones del pensamiento occidental. A l igual que
sucede en otros binomios filosóficos (tales como, por ejem-
plo, «espíritu-materia», «realidad-apariencia», etc.), u n o de
los dos términos es tradicionalmente valorado en detri-
mento del otro: en este caso, la primacía corresponde a la
teoría. Esta supremacía arranca de m u y lejos. Ya el pen-
samiento griego menospreciaba la técnica, el d o m i n i o
práctico, y colocaba p o r encima la vida contemplativa o
teorética.1
«Platón (Las leyes, V I H , 846) y Aristóteles (Política, I I I ,
5) propusieron que en sus ciudades ideales ningún trabaja-
dor m a n u a l pudiera ser ciudadano. E l trabajo artesanal y
m a n u a l es vergonzoso y deforma el alma a la vez que el
cuerpo. E n el Gorgias, Platón acusa a los "ingenieros", a
nuestros ingenieros a los que hemos visto aparecer en la
11
>
misma época del gran filósofo. [...] Para todos los filósofos
la vida contemplativa es superior a las formas más altas de
actividad práctica. P.M. Schuhl [...] señala que la corrien-
te de pensamiento que surge en Jonia, en particular con
Arquitas y Eudoxo, y favorable a la creación de u n a téc-
nica científica, está contrarrestada en Arquímedes a conse-
cuencia de la influencia platónica. L a oposición entre el
esclavo y el hombre libre se prolonga en la oposición entre
técnica y ciencia» (B. Gille, Histoires des tecniques, pp.
362-363).
«El más grande de los ingenieros de la antigüedad, Ar-
químedes, n o llegó, parece ser, a convencerse de la legiti-
m i d a d de sus trabajos de mecánica.» Desde la Antigüedad
Clásica, «la vida contemplativa triunfa decididamente so-
bre la vida práctica, aunque Tales, p o r ejemplo, había tra-
tado de asociarlas» (P. Schuhl, Machinisme et philosophie,
pp. 15-16).
La descuálificación antigua
Por su lado, Plotino lleva hasta el extremo una tenden-
cia ya patente en Platón y Aristóteles y en la mayor parte
de los filósofos de la Antigüedad —salvo, quizás, en el caso
de los sofistas y de los atomistas—, a saber, el predominio
de la actitud contemplativa o teórica sobre la actitud prác-
tica y sobre la actitud productiva o poética: si se admite
que la actitud teórica apunta al conocimiento riguroso y
demostrativo, que la actitud práctica concierne al buen-ha-
cer de un agente cualquiera y que la actitud productiva o
poética apunta a crear una cosa distinta de su creador, se
ve que la visión griega del universo asigna a la técnica un
status inferior. Ésta queda definitivamente en el plano in-
telectual del dominio de la aproximación, en el plano mo-
ral del dominio del artificio; su eficacia misma le hace co-
rrer, permanentemente, el riesgo de la desmedida. Se en-
tiende, pues, que la racionalidad técnica percibida y, a me-
nudo descrita de forma sutil, quede en un plano inferior;
que los técnicos, por otra parte necesarios, sean socialmen-
te menospreciados y que la técnica misma no forme parte
de la realización de la esencia del hombre [J.Y. Goffi, La
philosophie de la technique, pp. 39-40].
12
El menosprecio platónico
De las tres clases sociales que componen el estado pla-
tónico, la virtud suprema de la episteme es propia de la
primera, la de los gobernantes, le corresponde el valor a la
clase de los militares, mientras que a la clase inferior for-
mada por artesanos y agricultores Platón no les atribuye
ninguna virtud específica. A juicio de Plutarco, Platón es el
responsable de que la techne mecánica fuera desestimada
como objeto de interés teórico: «La apreciada techne meca-
nica había sido ejercida con anterioridad por Eudoxo y Ar-
quitas; éstos, para hacer que la geometría pareciera más
agradable, habían solucionado, con ejemplos mecánicos
concretos, aquellos problemas geométricos cuya compren-
sión no era inmediata [...]. Pero Platón estaba descontento
con ello y les reprochó que deshonraran de esta manera lo
superior de la geometría transportando esta ciencia del do-
minio de las cosas incorpóreas y abstractas al de los obje-
tos sensibles y utilizando objetos que eran sólo propios de
vulgares y toscos artesanos. Como consecuencia de estas
consideraciones, la mecánica se separó de la geometría y
fue despreciada durante mucho tiempo por la filosofía
pura, quedando reducida al rango de una techne militar»
[M. Medina, De la techne a la tecnología, pp. 46-47].
E n la historia de Occidente, el proyecto de la ciencia o
del saber se ha confundido con el proyecto teórico. Etimo-
lógicamente, el término «teoría» evoca la visión, la con-
templación. Pero la teoría presenta también la forma de
u n logos, de u n discurso racional. E l proyecto teórico es,
pues, un discurso racional articulado que contempla o refle-
ja la estructura racional de lo real. E l saber es «logoteoría».
Este proyecto perteneció, primeramente, a la filosofía (con
la que la ciencia se confundió durante m u c h o tiempo). Pa-
só a ser, posteriormente, el de la ciencia llamada pura.
Todavía hoy, son muchos los que esperan, más o menos
expresamente, que la ciencia produzca la Teoría de lo Re-
al, es decir, u n a imagen simbólica (lógica, matemática,
unitaria, lingüística) que nos mostrase la naturaleza y la
estructura de lo real, ofreciéndonos la maestría contempla-
tiva como si se tratara de u n cuadro que se d o m i n a de u n
vistazo.2
13
L a ciencia llamada «pura» se situaba en u n a esfera de
verdad más allá de toda consideración práctica y moral. E n
sí, la ciencia sería necesariamente buena, o en el peor de
los casos, neutra, es decir, n i buena n i mala. Sólo su uso
pondría de relieve la apreciación m o r a l . E n pocas pala-
bras, el problema de la elección y de la responsabilidad
éticas n o surgiría más que en relación con la ciencia lla-
mada «aplicada», entendida como técnica.
«El m i s m o postulado que separa la teoría de la práctica
es el que diferencia el proyecto científico de sus conse-
cuencias, el saber concebido como fin y el saber realizado
como técnica. L a tecnología, aplicación de la ciencia, es la
que asume la responsabilidad total y entera de los incon-
venientes del progreso técnico, n o la ciencia cuyo verdade-
ro fin es ajeno al de la tecnología. L a ciencia es pura» (J.J.
Salomón, Science et politique, p. 243).
2. L a ciencia moderna
E n los comienzos de la «ciencia moderna», desde el
siglo X V al x v n , se produce u n a mutación profunda de la
que nuestras actuales tecnociencias son la consecuencia le-
jana. Esta mutación desvió el proyecto occidental de cien-
cia hacia la operatividad (tecnomatemática) y lo arrancó
de la empresa logoteórica de la contemplación y del len-
guaje natural. S i n embargo, los efectos de esta mutación
apenas serán inmediatamente perceptibles: la ciencia m o -
derna sigue pensándose de acuerdo con la escisión entre lo
teórico y lo técnico, entendiéndose siempre como «buena»
o «neutra» en tanto que ciencia.
Veamos cuáles son las articulaciones esenciales de esa
mutación. L a ciencia antigua (logoteórica), contra la que
la ciencia moderna debe imponerse, es la ciencia arsitotéli-
co-tomista. Ésta ignora las matemáticas y la experimenta-
ción (es decir, la experiencia provocada y activa que aisla
fenómenos y se sirve de instrumentos). Habla el lenguaje
natural y se corresponde, en gran parte, con u n a especula-
ción o u n a reflexión sobre nuestro ser-natural-en-el-mun-
do-por-el-lenguaje, sobre lo real tal como el lenguaje nos lo
i ofrece. La antigua ciencia filosófica es u n a especie de se-
mántica, de puesta en orden conceptual definitiva de, y a
partir de, el conjunto m a l organizado de las significaciones
^ dadas en el lenguaje. E l ideal de la ciencia antigua es el de
' constituir u n cuerpo lógicamente organizado, apoyado en
definiciones (que enuncian la esencia de los seres y de las
cosas) y en principios, a partir de los cuales, se procede
deductivamente. A l concluir el trabajo «científico» (episté-
mico) especulativo, la semántica confusa y cambiante del
lenguaje natural se mostrará sistemáticamente organizada
y estabilizada. Una ciencia así, lingüística, semántica, es-
peculativa, ofrece u n a imagen del m u n d o que tiene sentido
pero que, al m i s m o tiempo, n o es del todo, o es m u y poco,
operativa. Es decir, esta imagen logoteórica de lo que es
— y que procede todavía de la confusión oscura de las pa-
f labras y las cosas— no permite la predicción n i la inter-
vención efectiva en lo real.
* Las dos grandes características de la ciencia moderna
son la matematización y la experimentación. Una y otra
¡ obligan a romper con nuestro ser-natural-en-el-mundo-
por-el-lenguaje. Esta ruptura priva al m u n d o de significa-
do, a la vez que hace de él u n campo de operación y de
acción. S i n embargo, estos dos grandes instrumentos de la
ciencia moderna no son reconocidos de igual modo por
sus promotores. Así, R. Descartes n o ve más que la impor-
tancia de las matemáticas, mientras que F. Bacon no ad-
mite más que la de la experiencia. Pero u n o y otro recha-
zan el saber especulativo libresco (escolástico) y subrayan
el poder operativo de la nueva ciencia. Para R. Descartes,
ésta nos convierte en «maestros y poseedores de la natura-
leza». Para F. Bacon,3
se trata de «dominar la naturaleza
f por el arte»r
F. Bacon y R. Descartes, maestros de la naturaleza
 Filosóficamente, pocas cosas parecen aproximar a Ba-
con y Descartes puesto que el primero es empirista y el
segundo racionalista* Sin embargo, en lo que concierne a
sus ideas sobre la técnica, la proximidad entre ambos pen-
14 15
sadores es mucha. La Antigüedad colocaba a la técnica en
la esfera de la necesidad, pero la evaluaba negativamente
en una comparación implícita entre el arte y la naturaleza.
Lo que hay en común entre Bacon y Descartes es una nue-
va evaluación de la técnica que entraña una reflexión iné-
dita sobre las relaciones entre el arte y la naturaleza. Al
mismo tiempo, la técnica se convertirá en poder autónomo
respecto al dominio estrictamente antropológico de la ne-
cesidad.
* A) Para Bacon las cosas están particularmente claras: «Si
se encontrara un mortal que no tuviera otra ambición más
que la de extender el imperio y el poder del género humano
sobre la inmensidad de las cosas, tendríamos que convenir en
que ésta es más pura, más noble y más augusta que cualquier
otra» (Novum Organum). No se podría ir, más claramente,
contra la actitud platónica para quien la ambición más pura
implica, por el contrario, el rechazo de ese poder.
El mismo ideal intervencionista encontramos en Des-
cartes: «En lugar de esta filosofía especulativa que se ense-
ña en las escuelas se podría encontrar el modo de obrar
mediante el cual, conociendo la fuerza y las acciones del
fuego, del aire, de los astros, de los cielos y del resto de los
cuerpos que nos rodean, tan claramente como conocemos
los diversos oficios de nuestros artesanos, podríamos em-
plearlos de igual modo para los usos para los que son pro-
pios y, así, volvernos dueños y poseedores de la naturale-
za» (El discurso del método, VI). Esta comparación entre el
maestro de escuela y el artesano, comparación de la que
sale ventajoso el artesano, nos muestra que la escala de
valores se ha invertido desde Platón.
B) El objetivo de la actividad técnica es el dominio cre-
ciente sobre las cosas. Ahora bien, si es necesario obrar
«para extender los límites del imperio del hombre sobre la
naturaleza entera y hacer todo cuanto le es posible» (La
nueva Atlántida), no se «somete a la naturaleza más que
obedeciéndola» (Novum Organum). Esta fórmula no sería
más que un slogan si no estuviera matizada: «la ciencia y
el poder humano coinciden en todos los puntos y se diri-
gen al mismo objetivo; en la ignorancia está la causa que
nos priva del efecto; pues no se puede vencer a la naturale-
za más que obedeciéndola; y lo que era principio, efecto o
causa en la teoría se convierte en regla, objetivo o medio
en la práctica» (Novum Organum).
16
>
[...] Puesto que la técnica está pensada dentro de un
mismo marco, un mecanismo al servicio del poder, las
operaciones del técnico se describirán de forma similar.
Así, Bacon afirma: «el hombre no tiene otro poder sobre la
naturaleza que el de poder darle movimiento; y todo lo que
puede hacer es aproximar o alejar, unos de otros, a los
cuerpos naturales. Cuando este alejamiento o acercamien-
to son posibles [...] lo puede todo; fuera de esto no puede
nada» (De Dignitate et augmentis, U, 2). Descartes, por su
parte, escribió, en una forma que recuerda, casi literalmen-
te, a la de su predecesor, «la medicina, los mecánicos y, en
general, todas las artes para las cuales el conocimiento de
la física puede servir, no tienen más fin que aplicar algu-
nos cuerpos sensibles a otros, de modo que se produzcan
efectos sensibles como consecuencia de causas naturales»
(Principios de Filosofía, IV, 204) [J.Y. Goffi, La philosophie
de la technique, pp. 43-45]. %
* L a naturaleza profundamente operativa de la nueva
ciencia se expresa, de u n modo concreto, en el hecho de
que el nuevo sistema del m u n d o (el heliocentrismo coper-
nicano en oposición al geocentrismo ptolomeico) se i m -
pone porque permite cálculos más simples y predicciones
más precisas en lo que se refiere al movimiento de los
planetas y no porque sea intuitivamente más evidente (al
contrario) o porque ofrezca u n a imagen más fiel de lo
real. L a representación teórica de lo real con la que la
ciencia trabaja se convierte así en modelo, es decir,
(re)construcción de u n a parte de lo real destinada a dar
informaciones seguras sobre el encadenamiento de los
hechos y las consecuencias de nuestras intervenciones en
el curso de los acontecimientos. Junto a la interpretación
realista que tuvo también desde su nacimiento dicha con-
cepción (y que tanto inquietaba a la Iglesia puesto que
defendía que realmente la tierra giraba alrededor del sol y
no se trataba sólo de u n modelo de representación), el
sistema copernicano fue concebido como u n a «ficción
matemática cómoda para calcular y rectificar las Tablas
astronómicas de Ptolomeo [...], simple artificio de cálculo
sin realidad física, útil para simplificar los cálculos con
17
que construir u n anuario del tiempo». Galileo, el precur-
sor de esta revolución, era a l a vez matemático, e ingenie-
ro del duque de Florencia. También él, que enunció que
«el l i b r o de la naturaleza está escrito en lenguaje matemá-
tico», fue q u i e n construyó u n telescopio que sirvió para
preparar la penetración experimental de este nuevo espa-
cio del m u n d o que las matemáticas habían abalizado teó-
ricamente. *
3 L a técnica y la matemática se encuentran, silenciosas,
en el seno de la nueva ciencia y, allí, se respaldan para
levantar la empresa del saber logoteórico, especulativo y
simbólico. L a característica fundamental de la ciencia m o -
derna es l a tecnomatemática, es decir, la operatividad.
Además, y pese a que esta identidad está lejos de ser inme-
diatamente reconocida porque se halla ahogada en u n
océano de filosofía, teología y esoterismo diversos, estalla
con violencia en toda u n a alegoría del d o m i n i o , la domina-
ción, la penetración y la posesión de la naturaleza, de las
que sólo estamos empezando a elaborar su asombroso i n -
ventario (cf. B . Easlea, Science et philosophie. Une revolu-
tion 1450-1750, París, Ramsay, 1986). Esta violencia de la
acción científica n o se verá desmentida. Según C. Bernard:
« N o se ha podido descubrir las leyes de la materia bruta
más que penetrando los cuerpos y las máquinas inertes, de
igual m o d o n o se podrá llegar a conocer las leyes y propie-
dades de la materia viva más que m a n i p u l a n d o los orga-
nismos vivos para introducirse en su interior» (Jntroduc-
tion á l'étude de la médecine experiméntale).^
La ciencia moderna es violenta
Los filósofos aristotélicos estaban fatalmente estanca-
dos, impotentes ante la Naturaleza —ridiculizaba Bacon—,
y no debían «nunca poner la mano sobre ella n i tomarla».
Dilapidando su energía en una vana contemplación, Aristó-
teles había «dejado la Naturaleza intocada e inviolada».
Bacon, por el contrario, pensaba que podía invitar a los
«verdaderos hijos del saber» que aspiran a «ir más allá» y
a «someter [...] a la Naturaleza en acción», a unirse a él
para, «atravesando los cursos exteriores de la Naturaleza
en donde tantos han aventurado ya sus pasos, encontrar
18
por fin un camino que conduzca a sus habitaciones priva-
das». Bacon proclamaba su varonil intención de presidir
«el nacimiento verdaderamente masculino del tiempo», de
inaugurar la nueva era en la que la humanidad debía, pro-
gresivamente, adquirir el poder de «conquistarla y some-
terla [la Naturaleza], de conmoverla hasta sus fundamen-
tos». E n su Avancements des Sciences, Bacon llamaba a los
hombres a reconciliarse y a unir sus fuerzas contra la Na-
turaleza, «para tomar por asalto y ocupar sus castillos y
sus plazas fuertes», una invitación que evoca, un poco, la
violación colectiva de la Naturaleza. Coincidiendo con el
pensamiento de Bacon, Henry Oldenburg escribió a un fu-
turo miembro de la Royal Society que «los verdaderos hi-
jos de la ciencia» son aquellos que no están satisfechos con
las verdades ya conocidas, sino que se esfuerzan por
«abandonar la antecámara de la naturaleza para penetrar
en su gabinete interior». Un historiador especialista en el
Siglo de las Luces quedó comprensiblemente impresiona-
do por este lenguaje de los filósofos del siglo xvm «lleno de
metáforas que apestan a batalla y al acto físico de la pene-
tración». Claramente, la ciencia era un asunto masculino y
la tierra una mujer. Nuestra última Ilustración tomará
prestado todo esto a principios del siglo xrx. En el alba de
su carrera en la Real Institución, sir Humphrey Davy, futu-
ro presidente de la Royal Society, explicaba orgullosamen-
te que «el hombre de ciencia», no contento de lo que se
puede encontrar en la superficie de la Tierra, «ha penetra-
do en su seno [...] para apaciguar la fiebre de sus deseos
y para extender y acrecentar su poder». Y, retóricamen-
te, preguntaba: «¿Quién no saciaría la ambición de fami-
liarizarse con los secretos más profundos de la Naturale-
za, de verificar sus operaciones escondidas?». La ciencia
—proclamaba triunfante— ha dado al filósofo natural
«poderes que podrían calificarse de creadores; éstos le
han permitido [...] por la práctica de la experimentación,
interrogar a la Naturaleza con autoridad y no como lo
haría el erudito pasivo que no desea nada más que com-
prender las operaciones de la Naturaleza, sino más bien,
como un maestro activo que se sirve de sus propios instru-
mentos».
He indicado ya que la voluntad de liberar a la humani-
dad de las numerosas tiranías de la naturaleza es una cosa
y el deseo de adquirir un poder total sobre la naturaleza
19
>
«por sí mismo», otra cosa muy distinta. Pero, ¿se trataba
realmente de esto? Parece más bien que tras u n largo desa-
rrollo histórico ha aparecido en Europa occidental un tipo
de hombres que están deseosos de romper sus lazos con la
«Tierra Madre» para responder a un deseo compulsivo de
probar su masculinidad y virilidad. El medio que ellos de-
bían emplear era la apropiación tecnológica, cada vez más
pujante, de una Tierra pasiva, para permitir a los hombres,
según las palabras maestras de Francis Bacon, «hacer todo
lo que es posible hacer» [B. Easlea, Science et philosophie,
pp. 295-296].
3. L a tecnociencia contemporánea
* E l ideal antiguo —logoteórico y filosófico— de la cien-
cia está todavía m u y arraigado en la consciencia (a despe-
cho de la mutación producida en el proyecto occidental
del saber, emplazado cada vez más bajo el signo tecnoma-
temático de la operatividad). Nosotros seguiremos de éste,
esencialmente, la dimensión técnica. L a matematización
de la ciencia y de su objeto se concibe como la puesta en
marcha de la posibilidad del pleno desarrollo técnico. L a
matematización es la repetición g e n e r a l d e la aproxima-
ción a la totalidad de lo real bajo el ángulo de su m a n i p u -
lación üimitada, del juego, sin límites, de l a realización de
todo lo posible. *
«La teoría matemática potencializa [crea lo posible,
G.H.], p o r el hecho m i s m o de que ella inviste a priori u n a
naturaleza vista de manera operativa. L a técnica la segui-
rá, más o menos bien, c o n más o menos rapidez» (D. Jani-
caud, La puissance du rationnel, p. 194).
Hoy, los polos teórico y técnico de la actividad científi-
ca están indisolublemente trenzados.
~* «Esta distinción [entre ciencia y técnica, G.H.], aparen-
temente clara, está puesta en tela de j u i c i o p o r el crecien-
te entrelazamiento de las ciencias naturales y de l a técnica,
que se manifiesta tanto como u n a tecnificación de la cien-
cia como u n a cientifización de la técnica» ( H . Stork, Ein-
fuhrung in die Philosophie der Technik, p. 41). B. Gille ha-
20
>
bla de «la interpenetración de la ciencia y de la técnica»
(op. cit., p. 1.119) y de «la dificultad de disociarlas» (His-
toires des techniques, p. 1.453).
«El guión que une los términos de "ciencia-tecnología"
indica esa unión esencial [...]. L a nueva ciencia es, p o r su
esencia, tecnológica» (W. Barret, The Illusion of Technique,
p. 202). *
El entrelazamiento tecnocientífico
La ciencia pura no es sino un elemento entre los varios
que constituyen las actividades de investigación: no tiene
por qué ocupar un lugar prioritario en el camino que con-
duzca a la resolución de los enigmas del universo. Toda la
investigación contemporánea se produce en un vaivén en-
tre el concepto y la aplicación, entre la teoría y la práctica,
en palabras de Bachelard, entre «el espíritu trabajador y la
materia trabajada». En esta relación, la theoria es la instan-
cia primera de la techne, más en sentido cronológico que
jerárquico y sin que sus prioridades epistemológicas sean
una constante respecto a los logros técnicos que las fun-
dan; las conquistas de la ciencia pasan también por las de
la tecnología^La experiencia de la guerra y, más reciente-
mente, las investigaciones espaciales o los grandes labora-
torios industriales (los Bell Laboratories, la General Elec-
tric, el Du Pont o la LBM) son una muestra de que, si bien
el desarrollo técnico depende estrechamente de la ciencia
pura, el progreso de la ciencia depende también, muy es-
trechamente, de la técnica. El empleo masivo de instru-
mentos no se ha convertido menos en una norma para los
científicos que los conceptos y teorías para los ingenieros
[...]. De igual modo que la ciencia crea nuevos seres técni-
cos, la técnica crea nuevas líneas de objetos científicos. La
frontera es tan tenue que no se puede distinguir entre la
actitud del espíritu del científico y la del ingeniero, ya que
existen casos intermedios [JJ. Salomón, Science et politi-
que, pp. 135-136].*;
Esta unión vale incluso para la investigación básica, ya
se trate de la biología, la física (desde la astrofísica a la
microfísica) o la neurología.
21
Tecnociencia e investigación física básica
Cuando observamos los objetos de nuestra vida cotidia-
na, el proceso físico que hace posible esa observación no
juega más que un papel secundario. A pesar de ello, cada
proceso de observación provoca perturbaciones considera-
bles en las partículas elementales de la materia. Es absolu-
tamente imposible hablar de los comportamientos de la
partícula sin tener en cuenta los procesos de observación
[...]. La pregunta de si esas partículas existen «en sí mis-
mas» en el espacio y el tiempo no puede, por tanto, plan-
tearse en esos términos; en efecto, no podemos hablar más
que de, los acontecimientos que se desarrollan cuando, por
la acción recíproca de la partícula y de no importa qué
otro sistema físico, por ejemplo, los instrumentos de medi-
da, se intenta conocer el comportamiento de la partícula.
La concepción de la realidad objetiva de las partículas ele-
mentales está, pues, extrañamente resuelta [...]. Los defen-
sores del atomismo han debido rendirse a la evidencia de
que su ciencia no es más que un eslabón en la infinita
cadena de diálogos posibles entre el hombre y la naturale-
za y de que, sencillamente, no podemos hablar de una na-
turaleza «en sí». Las ciencias de la naturaleza presuponen
siempre al hombre y, como Bohr ha dicho, nosotros no
somos espectadores sino actores en el teatro de la vida [...].
Antes de hablar de las consecuencias generales que se deri-
van de esta nueva situación de la física moderna, es nece-
sario mencionar el desarrollo" de la técnica, tanto por su
importancia en la vida práctica sobre la tierra, como por-
que su desarrollo ha corrido paralelo al de las ciencias de
la naturaleza; ha sido la técnica la que ha extendido, desde
Occidente, las ciencias de la naturaleza sobre la tierra en-
tera y las ha situado en el centro del pensamiento contem-
poráneo. Durante este desarrollo, a lo largo de los dos últi-
mos siglos, la técnica siempre ha sido la condición y con-
secuencia de las ciencias de la naturaleza [W. Heisenberg,
La naturaleza en la física contemporánea, pp. 18-20].
«En los próximos veinte años las tecnologías de lo vivo
tendrán u n lugar importante n o sólo para la transferencia
y aplicación de conocimientos nuevos que llegan desde las
investigaciones básicas o aplicadas, sino también para
fecundar y permitir, ellas mismas, estos conocimientos»
22
(F. Gros, Sciences de la vie et société, p. 119). «La interde-
pendencia entre los progresos en la biología básica y far-
macología es total: la farmacología depende de todas las
adquisiciones en biología, los medicamentos son y serán,
cada vez más, u n elemento fundamental para la investiga-
ción básica» (ibíd., p. 147). «Los instrumentos son actores
privilegiados en el avance de las ciencias. A la vez, conse-
cuencia y causa de los descubrimientos técnicos y de los
nuevos conceptos» (ibíd., p. 149).
Esto n o significa que la distinción entre investigación
básica e investigación aplicada (es decir, aquella cuyo fin
es la puesta a p u n t o de los descubrimientos e inventos i n -
mediatamente explotables desde u n p u n t o de vista econó-
mico) haya desaparecido. Significa sólo que n o se trata de
una actividad científica «pura», «teórica», p o r u n a parte, y
ciencias aplicadas o técnicas, p o r otra. Básica o aplicada,
la investigación es tecnocientíftca y la simple observación
de lo que sucede en u n laboratorio n o permite, en general,
distinguir si las actividades que allí se desarrollan son apli-
cadas o no. Siempre, y en todo lugar, el aparato tecnológi-
co está presente y tiene gran peso.
La interacción entre ciencia y tecnología
Lo que es significativo es que, por sus profundas raíces,
la actividad tecnológica contemporánea esté ligada a la
práctica científica. Por otra parte, esta unión es tanto más
patente cuanto más se la asocia a formas más avanzadas
de tecnología. Es interesante constatar que, al principio,
las teorías científicas siguieron a las instauraciones tecno-
lógicas (como es el caso de la máquina de vapor) mientras
que en tiempos más recientes, por el contrario, es la teoría
la que ha precedido a las realizaciones técnicas, por ejem-
plo, la energía atómica. Parece, pues, que hay un carácter
específico en la tecnología contemporánea: su interacción
estrecha con la ciencia.
Esto plantea, de inmediato, dos cuestiones. Por un
lado, nos lleva a preguntarnos, considerando la intensidad
de esta interacción, si existe aún verdaderamente una dis-
tinción entre ciencia y tecnología y, por otra parte, explicar
cómo es posible esta interacción.
23
)
Aparentemente, la frontera entre ciencia y tecnología se
difumina cada vez más. Por uno y otro lado, lo que sor-
prende, sobre todo, es que nos encontremos en presencia
de una actividad socialmente organizada, planificada, per-
siguiendo fines que han sido conscientemente elegidos y
de carácter esencialmente práctico. Se trata en ambos ca-
sos de una investigación organizada y sistemática y en la
que el término «investigación» caracteriza tanto lo que
se hace bajo el nombre tradicional de ciencia como lo
que se hace bajo el nombre de técnica.KPor ejemplo,
no hay mucha diferencia entre un laboratorio de investi-
gación adscrito a la Universidad en el que, en principio,
se persigue la «investigación pura» y u n laboratorio de
investigación adscrito a una gran empresa, en el que se
preocupan, sobre todo, por sus posibles aplicaciones in-
dustriales. %Pero, incluso no considerando los aspectos
sociales de la actividad científica, que en efecto tanto la
aproximan a la actividad tecnológica, se podrían, desde
la estructura interna de la andadura científica, extraer ar-
gumentos para mostrar que ésta tiende, cada vez más, a
confundirse con la andadura tecnológica. En todo caso, no
hay otro progreso posible en las ciencias no formales más
que el que se debe a la experimentación o, al menos, a la
observación.
[...] En cualquier caso, lo que muestran hechos de este
género (que, por otra parte, son cada vez más numerosos)
es, simplemente, que hay una estrecha interacción entre
ciencia y tecnología y que el progreso de la ciencia depen-
de, en parte, del progreso de la tecnología y viceversa, pero
no que ciencia y tecnología tiendan a confundirse. Existe,
a pesar, de todo, una diferencia de naturaleza entre estos
dos tipos de actividad. En pocas palabras, se podría decir
que el fin de la ciencia es el progreso del conocimiento
mientras que la tecnología tiene por fin la transformación
de la realidad dada [J. Ladriére, Les enjeux de la rationalité,
pp. 55-57].
Nuestra relación con lo real está, de ahora eri adelante,
mediada técnicamente y n o simplemente simbólicamente4
mediada.
24
)
Del mundo natural sensible al cosmos tecnocientífico
La física moderna se ocupa, principalmente, de fenó-
menos a los que la experiencia natural no tiene ningún
acceso. La óptica no se limita a cuantificar las distintas
gradaciones que cualitativamente podemos experimentar,
sino que comprende también el estudio de la luz invisible;
la acústica estudia los ultrasonidos inaudibles [...] y no te-
nemos ningún órgano para percibir los rayos X o los gam-
ma [...]. La física se desarrolla tan peculiarmente sólo des-
pués de haberse desprendido de la experiencia natural sen-
sible [...]. Podemos aclarar esto tomando un ejemplo histó-
rico: es muy conocido que Goethe no quería dejarse arre-
batar, mediante los instrumentos y las matemáticas, la
visión inmediata de la naturaleza, la Naturaleza misma, tal
como ésta se refleja en el espíritu humano. «El micros-
copio y el telescopio destruyen la sensibilidad pura del
hombre.» Goethe sabía que quien hacía uso de ellos en-
traba en una nueva parcela del mundo. En efecto, estos
instrumentos no sólo sobrepasan a los órganos sensoria-
les del hombre sino que, a la vez, dejan tras de sí al hom-
bre natural [...]. Sin embargo, no es esta la concepción
que prevalece hoy en el mundo de la ciencia y la técni-
ca. En la aproximación actual a la naturaleza, ésta, tal
como la define Heisenberg, acaba identificándose con el
ámbito que las ciencias naturales penetran mediante la
técnica, sin considerar el hecho de que todavía pueda dar-
se como naturaleza en la experiencia inmediata [...]. El
progreso técnico establece la vida humana sobre bases que
se alejan, cada vez más, de la existencia natural dada [...].
La ciencia de la naturaleza acaba convirtiéndose, necesa-
riamente, en técnica conforme se va alejando del dominio
sensible natural [H.J. Meyer, Die Technisierung der Welt,
pp. 123-124].
Convertida, sobre todo, en provocación, intervención y
manipulación, la investigación científica n o es sólo u n a re-
flexión sobre lo real en sí. Ciertamente, lo teórico es activo
en el proceso de investigación, aunque esto constituya sólo
una etapa — l a de la construcción de u n modelo, p o r ejem-
plo, que a m o d o de plano sirve de elemento de repre-
sentación al servicio de actividades prácticas, físicas— y
sea u n trampolín hacia nuevas investigaciones prácticas.
..• " " X
25
« A partir de ahí, lo que suscita la invención es el deseo
de innovación y, de nuevo, se retoma el esquema [...]. Para
inventar cualquier cosa nueva debe determinarse el nivel
científico necesario, al que se llega mediante la investi-
gación básica, que surge para encontrar solución a u n
problema técnico» (B. Gille, Histoires des techniques, pp.
74-75).
Tampoco se duda en decir que n o sólo teoría y técnica
están estrechamente entrelazadas, sino también que la p r i -
macía la tiene, cada vez más, el polo técnico.
«Esta es, en efecto, la última palabra: la ciencia se h a
convertido e n u n medio de la técnica» (J. Ellul, La techni-
que ou l'enjeu du siécle, p. 8).
^Heidegger, p o r s u parte, pone de manifiesto «el ca-
rácter engañoso de l a afirmación de que l a técnica m o -
derna es ciencia n a t u r a l aplicada» (La cuestión de la téc-
nica, p. 31). C o m o también C. M i t c h a m hace notar, «en
lugar de describir la tecnología c o m o ciencia aplicada,
Heidegger piensa que sería más j u s t o l l a m a r a l a ciencia
"tecnología teórica"» (¿Qué es la filosofía de la tecnolo-
gía?). L a física m o d e r n a no es u n a física experimental
porque aplique a la naturaleza aparatos p a r a interrogar-
la, sino, p o r el c o n t r a r i o , porque la física — y y a c o m o
p u r a teoría— obliga a la naturaleza a mostrarse c o m o
complejo calculable y previsible de las fuerzas que l a ex-
perimentación está encargada de interrogar, p a r a que se
sepa si y cómo l a naturaleza, así obligada, responde a la
llamada (Heidegger, op. cit., p. 29).%.
•lAsí, l a vieja concepción teórica de la contemplación
discursiva h a cedido su lugar dominante a u n a relación
esencialmente activa de manipulación, de reconstrucción y
de deconstrucción de la realidad que pone la repre-
sentación teórica al servicio de la actividad manipulativa.
Los términos «tecnociencia» y «tecnocientífico» señalan, a
la vez, el entrelazamiento entre los dos polos y la prepon-
derancia del polo técnico y, además, son apropiados para
designar la actividad científica contemporánea en su com-
plejidad y originalidad,
T o m a r consciencia de la naturaleza tecnocientífica, de
26
la actividad científica contemporánea tiene, a su vez, m u -
chas consecuencias importantes. Dicho más generalmente,
el correlato de la ciencia o del saber teórico tradicional era
la esencia del objeto a conocer; el correlato de la tecno-
ciencia contemporánea es la plasticidad del objeto a mani-
pular (ya se trate de la materia física, viva o pensante). E l
ser y su esencia son el correlato del ver y del hablar. Lo
posible y capaz, el correlato del hacer.
E n todos los ámbitos, cada vez más, las tecnociencias
crean el objeto, que exploran. Descubrimiento e inven-
ción n o están claramente delimitados. Así sucede en físi-
ca de partículas, en química (síntesis nuevas), en biolo-
gía (nuevas formas de vida) y, quizás, dentro de n o m u -
cho tiempo, en el campo de la psicología (inteligencia
artificial).
L a noción de verdad cambia radicalmente al pasar del
saber logoteórico al saber tecnocientífico. L a verdad no es
ya aquella experiencia luminosa y explicativa que nos reve-
la la esencia profunda de lo real y atestigua la connivencia
fundamental (ontológica) de las palabras y de las cosas,
del lenguaje y de lo real en la intuición del sentido del ser.
N o es n i siquiera esa representación simbólica adecuada
de lo real c o n la que sueña aún la ciencia moderna. Es
eficiencia tecnofísica, seguridad y poder de acción. L a ver-
dad «objetiva», reconocida como fundamentalmente ope-
rativa, tiene como criterio negativo: «si eso falla es que
hay algún error en alguna parte. E l fracaso significa el
error; ese es el p u n t o fundamental que introduce la prácti-
ca (acertar-fallar) en el corazón m i s m o de la relación de
verdad». Si invertimos el criterio entonces tenemos: «si
esto n o es falso, n o fallará», que constituye «la carta epis-
temológica de l a técnica. Desde ese p u n t o de vista, la téc-
nica es la manifestación más ostensible de la verdad del
saber objetivo, manifestación que consiste en la inversión
de los momentos práctico y teórico de este saber» (Roque-
plo, Penser la technique, p. 28).
«La técnica se convierte en la materialización del poder
(acertar) inscrito en el saber a título de criterio de "ver-
dad" (no-falsedad) objetiva. Desde este p u n t o de vista, las
27
técnicas son la manifestación natural de la "verdad" de las
ciencias sobre las que se fundamentan.» Hay, pues, entre
ciencia y técnica, u n a dialéctica que se parece a u n «blo-
queo dinámico» que algunos l l a m a n «autodesarrollo cien-
tífico-técnico» (Roqueplo, op. cit., pp. 128-129).
Esto funciona
«¡Esto funciona!» Con este grito de triunfo estremecido
del inventor se expresa el origen [el de la técnica] profundo
[...] de frases como: Es verdad, es acertado, es bello» [...]. A
la vez, Zschimmer (Philosophie der Technik) delimita la di-
ferencia entre el funcionamiento técnico y los aspectos
económicos. «Nadie sé para a pensar en la rentabilidad
económica con la que el osado piloto ha desafiado, por
primera vez, la tempestad y las nubes. Su ingenio pudo ser
trasoñado, derrochando energía y materia. Pero con él,
puede volar —¡qué admirable!—. Que independientemente
de cualquier otra consideración, eso "funcione", que el
hombre tenga la posibilidad de surcar los aires, los mares
y las tierras: ¡De esto se trata sobre todo! [...]. Y esto rto
tiene nada que ver con la economía. Seguramente, el mise-
rable principio de la economía aniquilaría cualquier crea-
ción técnica, cualquier audacia, toda la creatividad técni-
ca, si ésta hubiera sido prioritaria o si fuera la idea básica
que se imponía» [A. Huning, Das Schaffen der Ingenieurs,
pp. 16-17].
Así c o m o la ciencia teórica podía ser llamada pura e
inocente, la tecnociencia, al ser esencialmente actividad
productora y modificadora del m u n d o , n o es n u n c a total-
mente inocente. L a praxis es éticamente problemática. Las
cuestiones éticas se colocan hoy en el nivel de la investiga-
ción llamada básica debido a que el proyecto del saber es
hacer y poder. Esto es cierto, p o r ejemplo, tanto para lo
que se refiere a la investigación básica en física c o m o para
lo que se refiere a la genética molecular.
Retomando, en u n contexto contemporáneo, la p r i m e r a
pregunta kantiana: «¿qué puedo saber?», G. Ropohl ad-
vierte que esta pregunta une, de ahora en adelante, el sa-
ber y el hacer: «lo que yo puedo saber» está ligado a «lo
28
)
que yo puedo hacer o fabricar». Así, la pregunta ética es,
al m i s m o tiempo, necesaria en el centro m i s m o de la pro-
blemática del conocimiento y de los límites del conoci-
miento (ver Technik ein Problem der Philosophie).
Concluyendo, la técnica envuelve e inerva a la ciencia
contemporánea. Esto n o significa (lo que sigue lo mostra-
rá explícitamente) que la ciencia esté a remolque de los
fines técnicos de la aplicación y que se haya convertido, en
este sentido, en exclusivamente utilitarista e interesada.
Que la ciencia es técnica quiere decir, sobre todo, que la
técnica constituye u n a mediación esencial de la relación
científica con lo real. L a técnica y, más generalmente, la
operatividad. L a investigación básica es deudora del apoyo,
no marginal, de u n a tecnología cada vez más sofisticada.
Y esto que acabamos de designar bajo el nombre de «in-
vestigación o ciencia p u r a o teórica» es, generalmente, en
la parte que n o depende directamente de la técnica, de
naturaleza matemática, es decir, operativa. Está claro que
este «ser teórico» n o tiene m u c h o que ver con el antiguo
proyecto teórico (conceptual, discursivo: fundamentalmen-
te lingüístico y no matemático) del saber que tratábamos
al empezar. L a física ilustra, del mejor modo, esta ineluc-
table y doble dependencia de la ciencia con relación a la
operatividad matemática y técnica. E l problema práctico-
ético (con todas sus prolongaciones particularmente políti-
cas) de la tecnociencia se impone t a n fundamental y u n i -
versalmente debido a que la técnica se afianza en todo el
antiguo proyecto teorético del saber.
El fin de la inocencia científica
La tecnonaturaleza es, precisamente, el espacio en el
que se cuestionan los escrúpulos y matices que constituyen
la separación ideal entre ciencia y política. No es que lo
sagrado y lo profano estén allí condenados a tener buena
relación, al contrario: en la alianza entre el saber y el po-
der, la partida no está igualada y los malentendidos abun-
dan. Pero no hay otra elección más que la de hacer como
si el lenguaje, las necesidades y los intereses del uno se
plegaran a los del otro. La élite «científico-técnica» no ha
tomado el poder y se guarda bien de pensarlo, pero saca
29
partido de él; el poder no ha esclavizado a la ciencia y se
guarda de hacerlo, pero ha subordinado su progreso [el de
la ciencia] a la consecución de sus propios fines. La tecno-
naturaleza no es neutra, aunque la ciencia pretende serlo;
por el contrario, ésta determina el fin de la inocencia del
científico como desligado del proyecto político al que sirve
y del que se sirve. El sabio no ocupa el lugar del jefe o del
profeta, está a su servicio sin darse cuenta de que con ello
renuncia a su vocación: trabajando para conseguir su vo-
cación él hace, al mismo tiempo, el trabajo del poder; pue-
de afirmar la cientificidad de su obra a la vez que la inscri-
be en la ideología de una causa.
Lo que el científico no es, de hecho, es u n sabio en el
sentido de que lo que ofrezca sea a la verdad y de que lo
que se ponga en juego en la ciencia (en la tecnonaturaleza)
deje de ser la verdad: la tecnonaturaleza es el espacio en el
que se muestra la ciencia como técnica y al científico
como técnico de un saber cuya instrumentalidad es el sen-
tido más que la relación a la verdad [J.J. Salomón, Science
et Politique, pp. 271-272].
NOTAS
1. E s interesante señalar también que existe u n a actitud similar de
menosprecio por la técnica en lugares distintos a Occidente. (Cf. al res-
pecto: A.Y. Al Hassan, «Llslam et la science», La Recherche, junio [1982],
y J . Needham, La science chinoise et l'Occident.) S i n embargo, fue en
Occidente donde surgieron la ciencia y la- técnica modernas y, por tanto,
es con relación a la ciencia occidental que interesa poner en evidencia
la evolución de l a relación teoría-técnica. Debido a la importancia que la
técnica h a adquirido en el mundo contemporáneo, los historiadores h a n
tomado conciencia de la negligencia que ha sufrido la dimensión práctico-
técnica en la historia de las civilizaciones y las culturas. Así, tanto las
«historias de la técnica» como las monografías sobre ella se h a n multipli-
cado. Según B. Gille: «Arquímedes representa bien el ideal técnico-cientí-
fico de la E s c u e l a [...]. L a técnica es, en verdad, l a inspiración de sus
trabajos teóricos» (Histoires des techniques, p. 337). A propósito de la E s -
cuela de Alejandría: «Filón pensaba que la ciencia era u n instrumento, no
el único, indispensable para la técnica» {ibíd., p. 347). «Desde los siglos
xvi al xvm, incluso en el xrx, la mayor parte de los sabios eran técnicos:
Benedetti, Stevin y Galileo, Roberval y Varignon, Blondel y Duhamel du
Monceau» {ibíd., p. 1.453).
30
2. Respecto al origen de la tradición teórica y al modo cómo con el
nacimiento de la filosofía esta tradición se institucionaliza contra la vieja
«tradición operativa», artesanal, práctica, inmemorial: M. Medina, De la
techne a la tecnología, Valencia, Tirant, 1988.
3. Cf. A. Quint, F. Bacon, Oxford Universiry Press, 1980.
4. Cf. infra, cap. III, p. 3: Sobre la diferencia entre el signo (lo simbóli-
co) y la técnica (lo operativo).
31
1
)
CAPÍTULO I I
L A E V A L U A C I Ó N A N T R O P O L O G I S T A
D E L A T E C N O C I E N C I A
L a ciencia ofrece a la Humanidad, si ésta
quiere políticamente, el excitante descubri-
miento del mundo y l a mejora permanente de
la vida.
J. MrrrERAND
L a tecnología libera al hombre de las necesi-
dades materiales y le procura alimento, mate-
rias primas, energía, higiene y comunicación,
en una palabra, u n a vida libre de necesida-
des, permitiéndole asi una existencia con dig-
nidad humana.
K . S T E I N B U C H
1. Definición d e l antropologismo
E l sufijo «ismo» es indicativo de que u n a ciencia ha
sido absolutizada y de que ésta pretende responder a las
preguntas más fundamentales. Así, existe u n psicologismo,
u n biologismo, u n sociologismo (recientemente, u n socio-
biologismo), u n fisicalismo, etc. E l antropologismo coinci-
de con u n a absolutización de la antropología o de u n a an-
tropología, es decir, de u n a teoría del hombre (que deter-
m i n a la naturaleza, el origen, las necesidades y los fines
humanos) de tal manera que todas las preguntas, todas las
evaluaciones y todas las respuestas se conciben y formulan
en términos antropológicos. Por naturaleza, el antropolo-
gismo va u n i d o a u n antropocentrismo: toda l u z procede
de la teoría del hombre, toda significación pivota alrede-
dor del h o m b r e y toda finalidad regresa a él.
33
Conviene señalar que la h u m a n i d a d , y Occidente en
particular, n o ha sido siempre antropologista y antropo-
centrista. Más bien, n o lo ha sido nunca. E l centrarse en el
hombre es u n acontecimiento filosófico que no se remonta
más allá de algunos siglos. E l pensamiento antiguo se cen-
traba en la naturaleza o en el ser; el pensamiento medieval
en dios; el pensamiento científico m o d e r n o gira alrededor
del universo o la materia.
Hacer del h o m b r e — i n d i v i d u o , sociedad o h u m a n i -
d a d — el núcleo fundamental del pensamiento constituye,
pues, u n acontecimiento histórico datable, del que, desde
luego, n o está p r o h i b i d o preguntarse p o r los límites y ex-
plorar su alcance.
L a concepción antropologista y antropocentista de la
tecnociencia consiste en entender y juzgar a esta última en
términos antropológicos: dada u n a teoría del h o m b r e (ex-
presamente o no), se considera y sitúa a la ciencia y la
técnica en función de dicha teoría.
«Para salvar nuestra ciencia y nuestra técnica, debemos
primero salvar al hombre [...] rindiendo justicia a la natu-
raleza humana» (L. M u m f o r d , Técnica y civilización, p. 13).
E l antropologismo conlleva, evidentemente, la negación
de la autonomía de la técnica, y ésta «no f o r m a u n sistema
independiente c o m o el universo: para el antropologismo la
técnica no existe más que c o m o elemento de la cultura
humana» (ibíd., p. 18).
E l antropologismo conlleva u n instrumentálismo: las
técnicas son vistas como útiles y medios físicos que pro-
longan, en mayor o m e n o r medida, los órganos naturales:
«la interpretación filosófica más común a f i r m a que los úti-
les y las máquinas son extensiones del hombre, proyec-
ciones de sus órganos» (C. M i t c h a m , Types of Technology,
p. 238). Las técnicas están al servicio del h o m b r e y le con-
ceden su d o m i n i o sobre la naturaleza.
«Ya hemos subrayado que este ideal progresista, bajo
su f o r m a más popular y bajo la cual, además, persiste to-
davía casi intacto, consiste en confiar en el valor y buen-
hacer de los progresos técnicos acumulados (los de la i n -
dustria y los del arte de curar) y, en pensar, según la opi-
34
nión general, que el origen de estos acelerados perfeccio-
namientos está en el progreso científico. E l alma popular
de nuestro tiempo ve el bien y el fin de todos los males en
un aumento indefinido del poder del hombre sobre la natu-
raleza» (E. Dupreel, Deux essais sur le progrés, pp. 48-49)
L a visión del hombre «en conflicto con la naturaleza y
dominándola» constituye «el elemento clave del industria-
lismo, superideología donde m a r x i s m o y antimarxismo si-
túan, u n o y otro, sus postulados» (A. Toffler, La tercera ola,
p. 132). Hemos de advertir que esta superideología está
hoy atacada desde numerosos flancos. La tercera ola es u n
ejemplo inteligente de u n a de esas críticas en la que se
invita a ver a la naturaleza como u n compañero y no
como u n esclavo y en la que se apuesta por el desarrollo
de las tecnologías blandas, la descentralización y la diver-
sificación tecnológicas. Toffler pone «el acento sobre la
simbiosis o armonía entre el h o m b r e y la tierra. E n esta
obra la noción de hostilidad es sustituida p o r la de alian-
za» (ibíd., p. 360).
Así se ha desarrollado, bajo el efecto de la t o m a de con-
ciencia ecologista, lo que puede parecer u n a descentraliza-
ción. L a planetarización m i s m a de la técnica y de sus con-
secuencias invita a t o m a r u n punto de vista sistemático y
global en el que el pernio es la biosfera o la «Tierra» (hi-
pótesis Gaia, de J. Lovelock) y n o el hombre. E. M o r i n
indicaba, recientemente, la necesidad de u n copilotaje Na-
turaleza-Hombre. Esta toma de conciencia implica u n a
preocupación p o r la preservación de los equilibrios y d i -
versidades biológicas. E n cualquier caso, lo más frecuente
es que esta nueva actitud n o constituya u n abandono real
del punto de vista antropocentrista. L a preocupación eco-
logista está dictada por la exigencia de supervivencia de la
especie humana. E l respeto a la naturaleza n o es u n respe-
to absoluto a la naturaleza p o r ella misma, sino u n a nece-
sidad que se impone con miras a asegurar la continuación
y el futuro bienestar de la h u m a n i d a d sobre la Tierra. Así,
debemos proteger a la naturaleza porque ésta es patrimo-
nio común de la humanidad y no debemos dilapidarla des-
consideradamente porque nos pertenece a todos. Resu-
35
>
rniendo, todos los imperativos relativos a la naturaleza son
imperativos condicionales o técnicos, n u n c a categóricos: la
vida hay que protegerla porque es el medio de superviven-
cia y de progreso del hombre. Todo lo que se sigue de aquí
no tiene sentido n i valor más que en función del h o m b r e y
su futuro. E n realidad, n o se trata de u n a vuelta a u n a
verdadera filosofía de la naturaleza o al sentido antiguo de
la physis. E l antropocentrismo se revela más complejo y
difícil de tratar de lo que parecía serlo en el siglo X I X e
incluso durante la p r i m e r a m i t a d del X X .
La naturaleza como patrimonio humano
Ahora bien, ¿cuál es el status de la naturaleza en las
diferentes declaraciones de los derechos del hombre? Se
podría decir, en primer lugar, que esa naturaleza tiene al
hombre como centro y que, administrativamente, se en-
cuentra en una situación precopernicana en la que se man-
tienen todas las aberraciones del geocentrismo traspasadas
al derecho.
En segundo lugar, parece que esta naturaleza está total-
mente «humanizada» y, por tanto, totalmente politizada o,
si se prefiere, juridizada si uno considera que el derecho es
un progreso político. Esto se deduce muy directamente de
la concepción antropocéntrica de la naturaleza.
En tercer lugar, en fin, los únicos peligros que presenta
la naturaleza resultan de las manipulaciones a las que el
hombre la somete [...]. Dicho esto, y si se intenta describir
a grandes rasgos el contenido de este «patrimonio común»
se podría, quizás, entresacar dos características: por un
lado, este patrimonio es inapropiable, por otro, es el único
objeto de una gestión llamada «racional» [...].
Dicho de otro modo, la humanidad es la que adminis-
tra este patrimonio común de la forma más racional; está
animado por una razón económica universal, puesto que
representa el género humano y, mejor aún, puesto que pre-
tende revelar lo genuinamente humano.
En último extremo, esta «Humanidad» apunta a ser el
sujeto universal de la planificación económica mundial en
la que la naturaleza sería, a fin de cuentas, el único objeto
[B. Edelman y M.A. Hermitte, L'homme, la nature et le
droit, pp. 135-140].
36
)
2. Amplitud y diversidad de l a evaluación
antropologista
Una interpretación corriente de la tecnociencia (que se
puede remontar fácilmente a Descartes, y hasta a F. Ba-
con) aproxima ciencia teórica y técnica como dos formas
solidarias de la m i s m a voluntad de poder y d o m i n i o pro-
pios de Occidente. L a ciencia teórica ofrecería u n dominio
simbólico que se realizaría en la técnica, la cual procura
u n d o m i n i o efectivo, físico, de lo real.
La técnica, dominio humanista de la naturaleza
Entender el mundo como un objeto de posesión y utili-
zación humanos es un evento inaudito y enteramente nue-
vo [...]. El hombre es visto como un ingeniero racional que
clirige las fuerzas del cosmos y las explota. Descartes ha
sido, así, el primero en concebir una relación fundamental-
mente técnica del hombre con el universo [...]. El otro
nombre que debe ser citado es el de Francis Bacon [...].
Éste proclamó como ideal científico de la modernidad la
realización del aforismo: «Saber es poder», el método de
las ciencias exactas [...]. Sus célebres palabras «natura pa-
rendo vincitur», tienen un doble sentido que cabría subra-
yar: A la naturaleza se la vence si se la obedece, se le debe
pues obedecer si se la quiere dominar. La finalidad que
Bacon asigna a la ciencia, al igual que Descartes, es la de
mejorar las condiciones de vida, suprimir la necesidad, la
preocupación y la miseria, en suma, permitir la prosperi-
dad general de la especie humana. Bacon llegó a indicar
una sugestiva fórmula para el progreso de las ciencias y las
artes que haría de ellas el medio con el que extender las
fronteras del dominio del hombre sobre la naturaleza, una
extensión del regnum hominis [H.J. Meyer, Die Technisie-
rung der Welt, pp. 51-53].
Pero u n perspectiva también antropologista, e igual-
mente generalizada (y que se encuentra, p o r ejemplo, en
algunos filósofos alemanes contemporáneos c o m o J. Ha-
bermas y K.O. Apel), es la que tiende a señalar que la dis-
tinción entre ciencia y técnica se debe a que éstas no res-
ponden a los mismos intereses humanos (teórico y de co-
37
nocimiento para la ciencia; práctico, de d o m i n i o y satis-
facción de las necesidades, para la técnica).
«La f o r m a más común de distinguir entre ciencia y tec-
nología es la que se basa en los fines e intenciones: se dice
que el conocimiento científico apunta a conocer el m u n d o ,
el conocimiento tecnológico a controlarlo y manipularlo»
(C. M i t c h a m , Types of Technology, p. 257).
«La distinción entre ciencia y técnica procede funda-
mentalmente de que la p r i m e r a apunta al conocimiento,
mientras que la segunda a la acción eficaz» (F. Russo,
Science et technique, p. 1.112).
L a evaluación antropologista de la tecnociencia está,
pues, como vemos, extremadamente generalizada y reviste
formas concretas m u y diversas, a veces antagónicas, yendo
desde u n utilitarismo grosero centrado e n la satisfacción
de las necesidades, hasta la idea de u n a realización final
de la esencia del hombre gracias a la mediación de las
técnicas y las ciencias.
La ideología del Progreso — c u a d r o general del pensa-
miento h u m a n i s t a — , desarrollada sobre todo a partir del
Siglo de las Luces, «prolonga la utopía técnica en u n a v i -
sión mesiánica» ( J J . Salomón, Science et politique, p. 47):1
gracias a los desarrollos tecnocientíficos, las necesidades
más elementales, así como las demandas más elevadas
(igualdad, justicia social, ocio, etc.), se satisfarán.
El modelo tecnocientífico del progreso
Lo que mantiene la confianza en el progreso universal
en todos los espíritus del siglo xrx no es tal filosofía n i tal
interés, ya que ninguna filosofía y ningún interés son co-
munes a todos los partidarios de la doctrina: sino el hecho
de que los progresos se acumulan e imponen a la vista de
todos. E l optimismo popular se nutre del floreciente espec-
táculo de progresos técnicos que cada década trae. Todos
coinciden en reconocer que la fuente común de este pro-
greso es la ciencia indefinidamente acrecentada y perfeccio-
nada.
El progreso constante del conocimiento científico au-
menta indefinidamente el poder del hombre sobre la natura-
leza; el progreso teórico entraña el progreso práctico. Los
38
ciudadanos perciben y aclaman a este último, principal-
mente bajo dos formas: una, el maqumismo, donde la evi-
dencia del crecimiento del poder es tan grande; otra, en el
caso la medicina, donde se evidencia su valor para lo que
es perentorio [...]. En resumen, es el espectáculo de los
progresos técnicos unidos al del saber, lo que mantiene la
confianza en la idea del progreso indefinido, como fue la
evidencia de los progresos técnicos lo que dio a los pen-
sadores del Renacimiento los medios para concebir e im-
poner la doctrina [E. Dupreel, Deux essais sur le progrés
p. 40].
Verdadero lugar común (en sentido n o peyorativo) del
pensamiento contemporáneo, la evaluación antropocen-
trista se afirma todavía en los «Estados Generales de la
Ciencia» (1982) de los que F. Gros resumía así su inten-
ción: «Tender el puente que ponga a la ciencia al servicio
del hombre». Este es el núcleo de obras clásicas como Téc-
nica y civilización de L. M u m f o r d : «someter la técnica a
fines humanos» (p. 18) es la base de u n o de los pilares
fundamentales del h u m a n i s m o reinante. H a y que recono-
cer que la concepción antropologista e instrumentahsta se
sugiere espontáneamente p o r la asimilación tradicional de
técnica a medios, de los que el hombre sería la fuente ra-
cional y el beneficiario natural.
E l antropocentrismo es el hogar de u n tipo de filosofía
general de la técnica que se desarrolló en EE.UU. (cf. la
serie «Research i n Philosophy a n d Technology» dirigida
por P. Durbin, s i n duda la más importante en el dominio
de expresión de la «Society for Philosophy a n d Techno-
logy») y en Alemania (Lenk, Rapp, H u n i n g , autor de la
V D I [Verein Deutsche Ingenieure]) bajo la forma de u n
vasto pragmatismo. Inmediatamente ligado con éste, la
concepción antropologista inerva lo que los americanos
llaman el «Technology Assessment»: la evaluación antici-
pada de los progresos técnicos para orientarlos mejor y
dirigirlos más seguramente hacia ciertos proyectos socia-
les o humanos.2
Están también enmarcadas en u n utilita-
rismo de pocas miras las tecnologías denominadas punta.
U n ejemplo, m u y actual, es el de las biotecnologías, espe-
39
cialmente las manipulaciones genéticas e n donde la mayor
parte de las justificaciones expuestas son, casi exclusiva-
mente, de tipo socioeconómico o terapéutico.
U n ejemplo de ello sería la carrera alimenticia: «una
vaca de 500 k g fabrica alrededor de medio kilo de proteí-
nas en 24 h [...]. 500 k g de bacterias (reprogramadas y
controladas, G.H.) producirían de 5 a 50 toneladas de pro-
teínas» (M.A. d'Adler y M . Allain-Regnault, L'avenir de la
biólogié)?
Otros ejemplos similares pueden ser la mejora de la
agricultura gracias a la solución del p r o b l e m a de la fija-
ción del nitrógeno atmosférico; el uso de bacterias des-
contaminantes; la explotación de bacterias enriquecidas
con genes de organismos superiores para p r o d u c i r indus-
trialmente moléculas terapéuticas (insulina, p o r ejemplo);
la mejora de razas de crianza y, ¿por qué no?, de la es-
pecie h u m a n a : eugenesia, negativa y positiva,4
m u e s t r a n
esa óptica de mejora de la h u m a n i d a d gracias a l a tecno-
ciencia.
La manipulación genética utilitaria
Todavía nos separan decenas de años del día en el que
los padres se dirijan al supermercado genético para com-
prar allí genes a su elección. La mayor parte de los rasgos
que a los padres les gustaría ver manifiestos —inteligencia,
dones, color del pelo, talla del busto, personalidad, forma
de la nariz, probabilidad de vivir mucho tiempo— no se
encuentran en un solo gen. Son el resultado de la interac-
ción de numerosos genes (sin contar la interacción con el
ambiente después del nacimiento) [...]. Sin embargo, los
progresos ya conseguidos son de un interés considerable
para la humanidad. Los sabios esperan, gracias a nuevas
bacterias, estar en condiciones de crear fabricas bioquími-
cas que produzcan, por ejemplo, anticuerpos o antibióti-
cos. De hecho, muchos investigadores ya han pedido la pa-
tente comercial de algunos de sus descubrimientos. Una de
las posibilidades que parece interesarles particularmente es
la de fabricar bacterias capaces de estimular el crecimiento
de los cereales. Esto permitiría reducir el consumo de abo-
nos raros y costosos. Uno de los investigadores de la Ge-
40
)
neral Electric esperaba poder crear un organismo capaz
de extraer metales preciosos de materiales de desecho
[V. Packard, Lhomme remodelé, p. 226].
«Un microorganismo se convierte en u n a minifábrica
trabajando para los hombres.»5
«Reprogramar a los micro-
bios para hacerles producir las substancias útiles para la
sociedad» (L'avenir des biotechnologies vu de Washington).6
Este utilitarismo llega a t o m a r las formas más materia-
listas y brutales de la razón económica y comercial. Tam-
bién lo vivo manipulado —«las nuevas formas de vida»—
pueden llegar a patentarse como cualquier otra invención
o innovación técnicas. E l mercado —expresión del hombre
y sus necesidades— se introduce en la tecnociencia hasta
en sus avances más audaces (cf. M.A. Hermitte [ed.],
L'homme, la nature, le droit).
3. Ambivalencia de l a evaluación antropologista
Sin embargo, la evaluación antropologista n o tiene por
qué ser necesariamente positiva: la ideología del progreso
h u m a n o p o r el progreso tecnocientífico n o reina sin divi-
siones. Desde el Siglo de las Luces existen pensadores —de
forma ejemplar J J . Rousseau— que proponen concepcio-
nes del h o m b r e en las que las ciencias y las técnicas apare-
cen como contrarias a la naturaleza y a los fines del h o m -
bre, y debido a las cuales la h u m a n i d a d padece más incon-
venientes que beneficios. E n algunos aspectos, los movi-
mientos ecologistas y fundamentalistas contemporáneos
muestran también u n naturalismo antitecnocientífico.
El antropologismo negativo: la «Kulturkritik» alemana
La «Kulturkritik» alemana se opone a la técnica con un
no insistente. Explotación y pérdida de la libertad del hom-
bre (F.G. Junger), despersonalización (HJ. Meyer) y atro-
fia de la consciencia (G. Anders), apatridia y olvido de la
tradición (K. Jaspers), educación de masas y pobreza (F.G.
Junger) desmesura (Z.B.R. Dvorak) y un, cada vez menor,
respeto por lo establecido: esto es lo que, junto a otros
41
males, se ve como el aspecto negativo de la «era de la téc-
nica» y lo que la propia técnica trae. Ésta se hace inhuma-
na y se la presiente como una amenaza. La «Kulturkritik»
tiene, sin duda alguna, una larga tradición filosófica; su
forma actual está determinada por el idealismo alemán y
por la filosofía de la existencia. Esa es la razón por la cual
es, además de un fenómeno filosófico, también un fenóme-
no literario [...]. Como centro de la argumentación están
los reproches, según los cuales la técnica deja al hombre
sin hogar y sin base, lo despersonaliza y lo funcionaliza (lo
que entraña una pérdida de libertad) y saquea la naturale-
za [ H . Stork, Einfuhrung in die Phillosophie der Technik,
pp. 80-81].
E n su obra, Technology and the Future, E. S h u u r m a n
evidencia l a división que existe en la opinión filosófica con-
temporánea acerca de la cuestión de la tecnociencia. Por
u n lado, hay pensadores que como F.G. Junger, H.J. Meyer
o M . Heidegger7
ven en la técnica u n extravío mayor de la
humanidad, la marca de u n a profunda alienación de la l i -
bertad y la dignidad humanas; por otra parte, los hay quie-
nes c o m o N . Wiener, G. Klaus o K. Steinbuch ven en el
progreso tecnocientífico el incremento del d o m i n i o del
h o m b r e sobre la naturaleza y la condición de su liberación.
«Progresistas» y «apocalípticos»
La inexistencia de conceptualizaciones y objetividad
que caracterizan, generalmente, las negligencias de la filo-
sofía en relación a la técnica, determina puntos de vista
sumarios y arcaicos que, dicho muy simplemente, definen
dos «escuelas»: los «progresistas» afirman, como u n acto
de fe, el valor que la técnica tiene para el ser humano y
sueñan con la reconciliación final con una naturaleza
reencontrada, donde el trabajo solitario de las máquinas
permitiría el ocio del hombre; los «apocalípticos» recalcan,
a cual más, el mito del aprendiz de brujo creador de algo
que le domina; predicen y avisan una catástrofe que acaba-
ría, al final, siendo un sacrificio. Por simplistas que sean,
estas tesis cristalizan los desarrollos intelectuales contem-
poráneos. A su vez, resumen los obstáculos básicos que
han de combatirse y, sobre todo, muestran, por sí mismas,
42
#
la falta de una búsqueda filosófica auténtica, preocupa-
da por el rigor y la objetividad (J.C. Beaune, La technolo-
gie, p. 7).
Huida adelante y nostalgia del pasado
Podemos ya prever, en m i opinión, el conflicto de acti-
tudes que decidirá nuestro futuro. Por un lado, veo a los
que piensan que pueden hacer frente a nuestra crisis, si no
de un plumazo, al menos sin mucha dificultad. Yo les lla-
mo los partidarios de la huida hacia adelante. Por otro
lado, se encuentran aquellos que, en demanda de un nuevo
estilo de vida, buscan retornar a ciertas verdades básicas
acerca del hombre y su universo. Les llamo los nostálgicos
del pasado. Admitamos que los partidarios de la huida
adelante, como el diablo, cantan los mejores refranes, o al
menos, los más populares y familiares. Uno no puede que-
darse en punto muerto, dicen ellos. Hacerlo significa ir
marcha atrás. Hay que ir hacia adelante. No hay ningún
mal en la tecnología moderna, únicamente es incompleta
en la actualidad; completémosla. Se podría citar a Sicco
Mansholt, uno de los más eminentes portavoces de la Co-
munidad Económica Europea como representante típico
de este grupo. «Aún más, más lejos, más rápido, más rico
—dice él—, tales son los imperativos de la sociedad con-
temporánea.» Y, según él, debemos ayudar a la gente a
adaptarse, «pues no hay otra solución» [...]. ¿Qué decir del
otro punto de vista? Reúne a gentes firmemente convenci-
das de que el desarrollo tecnológico ha tomado un mal
giro y que hay que devolverlo al buen camino. La expre-
sión de «nostálgico del pasado» tiene, claramente, una
connotación religiosa. En efecto, decir «no» a las modas y
fascinaciones de la época, y poner en cuestión los presu-
puestos de una civilización que parece destinada a con-
quistar el mundo entero, requiere una buena dosis de co-
raje. No se puede sacar la fuerza necesaria más que de
profundas convicciones. Si no se la sacara más que de un
simple temor al futuro, correría el gran riesgo de desvane-
cerse en el momento decisivo [E.F. Schumacher, Small is
beautiful, pp. 161-163].
También el antropologismo guía la concepción marxis-
ta de la técnica. K. M a r x tiene el mérito de haber sido el
43
)
primero en colocar el d o m i n i o técnico en el centro de la
atención filosófica, t a l c o m o muestra K. Axelos en Marx,
penseur de la technique: «Este pensamiento parte del análi-
sis y crítica de la alienación del ser del h o m b r e [...] y hace
posible, en fin, la satisfacción plena de las necesidades
vitales, el reino de la abundancia, el m u n d o de la trans-
parencia de todo lo que es y se hace. Esta (reconcilia-
ción significa: conquista del m u n d o p o r y para el hombre,
despliegue i l i m i t a d o de las fuerzas de la técnica» (vol. I ,
pp. 8-9).
E l marxismo contemporáneo retoma esta idea de u n a
«redención tecnológica» pero invocando a las técnicas pun-
ta como, p o r ejemplo, lo es la cibernética para G. Klaus.
«A los ojos de Klaus, la idea de K. M a r x de " u n reino de la
libertad" parece realizable sin obstáculos, gracias a las po-
sibilidades de la cibernética. Klaus pensaba que era posi-
ble, dado u n sistema cibernético, llegar a u n a síntesis de la
regulación social y de "libertad" humana» (E. Schuurman,
Technology and the Future, p. 311).
La tecnociencia, motor de la historia
Viendo la técnica, la actividad práctica y sensible como
el motor del desarrollo histórico de la humanidad y de la
transformación de la naturaleza en material del trabajo so-
cial, y viendo la técnica más desarrollada, esto es, la indus-
tria, como lo que prepara la desalienación del hombre, la
liberación de su actividad (si bien en el presente remata la
alienación), la satisfacción de la totalidad de sus necesida-
des naturales, humanas y sociales, Marx asocia indudable-
mente la técnica y la ciencia; la técnica productiva e indus-
trial es incluso inseparable de la técnica científica [...]. Con-
siderando la creencia como uno de los modos particulares
de la alienación, de la fundamental y de la ideológica, que
derivan de la ciencia, Marx no parece destinar a ésta a
la supresión, como sucede con la política, el Estado, la re-
ligión, el arte y la filosofía. La creencia, ligada a la técni-
ca, constituida en tanto que saber que reposa sobre u n ha-
cer, puede sobrevivir al paso de todas las formas de aliena-
ción [...].
En la productividad absoluta, la actividad práctica, la
praxis transformadora —en una palabra, en la técnica—,
44
)
se confunden naturalismo, humanismo, socialismo-comu-
nismo. La técnica no se reduce a las máquinas y a la pro-
ducción industrial limitada. La técnica, al contrario, es la
fuerza motriz de la historia, el poder que transforma la
naturaleza en historia, el motor del movimiento de la his-
toria universal [K. Axelos, Marx, penseur de la technique,
vol. n , pp. 66; 259].
L a técnica encuentra así u n lugar en cada gran filosofía
de la Historia: mediante ésta se favorece o se contrarresta
la realización de los fines últimos del H o m b r e y de la His-
toria. Todas estas escatologías, más o menos laicaizadas,
giran alrededor de imágenes antropológicas diversas, a
menudo vagas, que van desde la representación del h o m -
bre liberado de la mayor parte de sus necesidades natura-
les (eventualmente bucólicas) a la imagen de u n a humani-
dad «tecnopoética», artista y lúdica, pasando p o r la ima-
gen de u n a sociedad libremente comunicativa en la traspa-
rencia de la relación c o n otras.
Pero el p u n t o fundamental del cambio que se ha pro-
ducido en la evaluación antropologista de la tecnociencia,
sea positiva o negativa, es que todo sucede como si se
dispusiera de la respuesta a la pregunta «¿qué es el h o m -
bre?» y como si sobre la base de esta respuesta se pudiera
concluir lo que es conveniente hacer y n o hacer, aceptar
como posible salvación o rechazar c o m o posible extravío.
Y la vaguedad de las concepciones y escatologías h u m a -
nas no constituye aquí u n handicap. Esta imprecisión no
impide en absoluto —¡al c o n t r a r i o ! — ser taxativamente
afirmativo ante preguntas concretas. S i n embargo, como
veremos en los capítulos siguientes, la tecnociencia, lejos
de decirnos lo que es el hombre, n o deja de recordarnos,
introduciéndolo en el seno de la evolución, que debería
aparecemos, h o y más que nunca, c o m o u n enigma abier-
to y solidario c o n el enigma m i s m o de la evolución cós-
mica, c o m o u n ser en devenir, haciéndose, inventándose y
reinventándose sobre el fondo de u n futuro radicalmente
inanticipable.
45
4. L a politización de l a tecnociencia
U n aspecto particularmente importante y espectacular
del antropologismo reinante es la politización de la tecno-
ciencia. H a y que entender a la vez, dentro de esto, la servi-
d u m b r e de la tecnociencia al poder político y la interpreta-
ción de aquella como u n conjunto de fenómenos cuyo sen-
tido y alcance se revelarían del análisis y de la filosofía
políticos.
«Poco i m p o r t a el modo en que caractericemos la tecno-
logía [...], es del todo evidente que los males en las socie-
dades capitalistas avanzadas y en las sociedades socialistas
burocráticas provienen del uso de la técnica y que el al-
cance de estos males es, prioritariamente, u n problema
político (K. Nielsen, Technology as Ideology, p. 131). «Es
u n error pretender, como Galbrait y otros autores h a n he-
cho, que el orden tecnológico es autónomo y toma cuerpo
p o r sí m i s m o . Más bien es, en u n a medida considerable,
una creación de los intereses de la clase dominante y su
autonomía, u n a mistificación ideológica» (ibíd., p. 145).
Nada de técnica «en sí»
Seguramente es una simpleza decir que cualquier pro-
ducto técnico no está ligado a unos valores. Naturalmente
se puede utilizar un martillo para clavar un clavo o para
matar, y la energía nuclear con fines pacíficos o bélicos.
Pero hablar así de la técnica es síntoma de una abstrac-
ción inadmisible ya que se la haría enteramente ahistórica.
Todo producto técnico debe servir para determinadas ne-
cesidades, cumplir funciones específicas, concretar deter-
minadas perspectivas, cuando éstas sean, incluso, las del
juego. Ahora bien, ¿de quién son esas necesidades, quién
define las funciones, quién formula las perspectivas? El
hombre como ser individual y colectivo a u n tiempo, crea
y utiliza todos los constructos técnicos para fines puestos
por él y no es posible hablar de técnica sin hacer mención
a todo este conjunto. Aquellos que afirman que la «técnica
en sí» es neutra desde el punto de vista de los valores olvi-
dan preguntarse si conocemos lo que de forma general se
denomina una «técnica en sí». Ésta existe tan poco como
46
existe un hombre en sí o un arte en sí. Todas las cosas
relevantes de la técnica han sido creadas para un uso y
este uso no sigue fines abstractos o ahistóricos, sino fines
determinados en el seno de conjuntos individuales y socia-
les descriptibles [K. Tuchel, citado por A. Huning, Das
Schaffen des Ingenieurs, pp. 27-28].
J.J. Salomón entiende que esta politización de la tecno-
ciencia es u n destino necesario y que se inscribe, de lleno,
en la concepción moderna de la ciencia y la técnica bajo
las categorías de poder-hacer y d o m i n i o instrumental de la
naturaleza.
«Las relaciones que se h a n trabado entre ciencia y po-
der desde mediados de este siglo estaban inscritas en el
inicio y en la naturaleza m i s m a de la ciencia moderna. [...]
Al concebir la naturaleza bajo el horizonte m i s m o de la
instrumentalidad, la ciencia se condenaba a n o ser más
que u n instrumento» (J.J. Salomón, Science et politique,
pp. 19-20).
«La ciencia se realiza como técnica en medio de otras,
ésta es manipulación de fuerzas naturales bajo el horizonte
de decisiones políticas» (ibíd., p. 26).
L a aclaración última de este horizonte político debería
surgir, evidentemente, de u n a antropología filosófica sobre
cuyo fondo la unión ciencia-técnica y la primacía de la
técnica se confirmara.
Se sabe que la tecnocracia es la forma más específica
de la complicidad entre tecnociencia y poder que muchos
coinciden en identificar como el mayor peligro y tentación
del Occidente tecnocientífico.
Tecnocracia
Podemos denominar tecnocracia al ejercicio del poder
de decisión y organización (en el ámbito de la economía,
la industria y el comercio, el Estado o la gran empresa) de
un pequeño grupo de hombres de formación técnica que
aceptan la disciplina jerárquica y están, generalmente, co-
locados bajo la autoridad de un jefe. El poder tecnocrático
no tiene su origen ni en una delegación de poderes de tipo
democrático ni en la herencia, sino en la elección que rea-
47
lizan los gobiernos políticos, si se trata de ia tecnocracia
de Estado, o en los elementos dirigentes de la firma (capi-
talistas influyentes, directores, etc.), si se trata de la tecno-
cracia de empresas. Como escribió André Siegfried «nos
alejamos de la democracia del siglo xvin: el dirigismo im-
perioso, de la época conlleva la apropiación técnica en lu-
gar de la delegación [J. Billy, Les techniciens et le pouvoir,
P- 14].
El fin tecnocrático de la democracia
Según la concepción tecnocrática, la política acaba
convirtiéndose en una técnica social que descansa sobre
conocimientos sociofísicos y a la que corresponde el nivel
«meta» de la teoría: una tecnología social. Esta concepción
de la sociedad como una máquina que hay que considerar
científicamente convierte a la política, en tanto que activi-
dad específica del hombre, en redundante ya que, por una
parte, la meta está dada, a saber, la satisfacción de las ne-
cesidades y el desarrollo de las capacidades y, por otro
lado, la realización de esa meta no es más que un mero
problema científico y de organización. La dominación en
este sistema se expresaría como la obediencia de los
no competentes a las diferentes competencias reales [...].
«Esto significa que se ha producido un cambio que permi-
te la construcción de una civilización científico-técnica
donde la relación de dominio pierde su antigua dimensión
de poder de unas personas sobre otras. En lugar de leyes y
normas políticas se crea una legalidad fundada en las co-
sas, propia de la civilización científico-técnica, y que no
puede establecerse n i en forma de decisiones políticas ni
comprenderse como una normativa enraizada en esas con-
cepciones y visiones del mundo. Así, la idea de democracia
pierde también, de alguna forma, su substancia clásica; en
lugar de una voluntad política del pueblo, surge una legali-
dad efectiva que el hombre produce como ciencia y traba-
jo» [H. Schelsky, Der Mensch in der Wissenchafilichen Zivi-
lasation]. [...] El estado técnico substrae a la democracia su
substancia porque las decisiones y conclusiones tecnocien-
tíficas no pueden apoyarse en ninguna expresión de la vo-
luntad. En muchos casos, las situaciones en las que hay
que tomar una decisión, no pueden administrarse intelec-
tualmente a partir de la capacidad de juzgar racionalmente
propia del entendimiento humano ordinario ni a partir de
la experiencia ordinaria de la vida, de manera que sólo es
necesario más información y saber tratarlas científicamen-
te, sin que las decisiones públicas se perciban apenas. So-
bre esta concepción, Schelsky puede afirmar [...] su idea de
que los sistemas fundados en las más diversas ideologías
se hacen cada vez más parecidos. Está convencido de que
el uso, cada vez mayor, de la ciencia y la técnica, con inde-
pendencia de las visiones circundantes del mundo, entraña
el advenimiento del estado técnico en el que ya no se ejer-
ce u n poder sobre las personas, sino en el que se da sólo
una gestión efectiva y organización de los procesos socio-
económico-técnicos [A. Huning, Das Schaffen des Inge-
nieurs, pp. 125-129].
L a pseudo-tecnocientificación de la política que com-
porta la tecnocracia n o excede, generalmente, el antropo-
centrismo. L a sociedad tecnocrática es u n pariente m u y
allegado de la utopía (que se desarrolla precisamente a
partir del siglo XVI y x v n y de la cual La nueva Atlántida de
F. Bacon constituye u n a de las primeras ilustraciones).
Qué es u n a utopía si n o la representación, el «plan» de
una sociedad perfecta donde, gracias a los medios creados
por la razón instrumental (es decir, especialmente median-
te las ciencias y la técnica), la h u m a n i d a d habrá, en fin,
alcanzado o actualizado su esencia y alcanzado u n a estabi-
lidad funcional feliz y definitivamente cerrada. Utopía y
Tecnocracia proponen u n a «solución final» para la huma-
nidad en cuyo seno la democracia n o tiene n i lugar n i ra-
zón de ser.
E n conclusión, la tecnociencia queda reducida en la
concepción antropologista a u n mero conjunto de medios
e instrumentos, subordinados a la realización de fines o a
la satisfacción de ciertas necesidades explicitadas en u n a
cierta teoría del hombre. N o se plantea ningún problema
ético específico, es decir, diferente de la problemática ge-
neral de los medios y fines bajo la cual se colocaría como
conjunto determinado de medios. L o esencial del debate se
centra entonces en las necesidades y metas que h a n sido
satisfechas o estimuladas p o r la tecnociencia. Esta es la
49
razón p o r la que muchas obras relativas a la técnica se
encuentran en realidad confinadas a la exposición y crítica
de las concepciones del hombre, proyectos sociales y con-
sideraciones políticas, como si la tecnociencia no constitu-
yera también u n fenómeno lo suficientemente autónomo y
específico c o m o para plantear preguntas propias e irreduc-
tibles a otras.
NOTAS
1. A menudo se ha señalado el carácter de religión laicaizada que
posee la doctrina materialista y racionalista del Progreso, a la vez que se
ha denunciado su finalismo vago y mitológico. «Con la llegada del racio-
nalismo la creencia en la técnica acaba convirtiéndose en u n a religión
materialista. L a técnica es eterna e inmortal, como Dios Padre. Salva a la
Humanidad, como Dios Hijo y, nos ilumina como el Espíritu Santo. S u
adorador es el snob progresista de los tiempos modernos desde L a Mettrie
hasta Lenine» (O. Spengler, L'homme et la technique, París, Gallimard,
1958, Idees, p. 148). «Llamamos Progreso al camino sobre esas vías: era
el gran slogan del precedente siglo. L o s hombres ven ante ellos la historia,
como u n a gran arteria en la que, bravamente y siempre "adelante", desfila
la "humanidad" [...]. Pero ¿hacia dónde va? Y ¿durante cuánto tiempo?
Para llegar ¿adonde? E r a u n poco ridículo ese camino hacia el infinito y
a lo infinito, hacia u n objetivo en el que los hombres no pensaban se-
riamente o que no se representaban con claridad, incluso, a decir ver-
dad, que no se atrevían a examinar: pues u n objetivo es u n fin» (ibíd.,
pp. 47-48).
2. V e r Derian y Staropoli, La technologje incontrolée?, París, P U F ,
1975, pp. 15, 29-30, passim. «El Technology Assessment trata de conside-
rar conjuntamente la interrelación entre tecnología, sociedad y medio a m -
biente. E n la fase de investigación, todos los grupos sociales interesados
se asocian al trabajo. E n otras palabras, se trata de tener en cuenta todos
los efectos probables de las nuevas tecnologías, lo que comprende tam-
bién sus implicaciones sociales.» Idea próxima a la anterior el «Risk
Assessment», aunque éste tiene u n carácter más político: «se trata de u n
examen político acerca del riesgo, examen que puede conducir a la con-
clusión de que "no hacer nada" es preferible a correr el riesgo» (A. J a u -
motte, «L'Université face á la science et la technique en accusion», Les
cahiers du Centre J. Georgin [marzo 1980]).
3. Science et Avenir (abril 1979).
4. L a eugenesia negativa y terapéutica no trata de mejorar las capaci-
dades normales del hombre para convertirlo en u n «superhombre» (como
es el caso de la eugenesia positiva), sino sólo de suprimir los defectos
50
genéticos (enfermedades hereditarias, accidentes genéticos, etc.). No obs-
tante, la frontera entre ambos tipos de eugenesia es engañosa.
5. Sciences et Avenir (abril 1979).
6. Sciences et Technique (abril-mayo, 1979). E l trabajo realizado por
F. Gros, F . Jacob y P. Royer, Sciences de la vie et société, París, Seuil,
1979, Points, contiene una m i n a de ilustraciones (especialmente, pp. 195
ss.).
7. Hay que hacer notar que la posición de Heidegger sobre la tecnolo-
gía no es simplemente negativa, sino profundamente ambivalente. Ade-
más, Heidegger no tiene u n a actitud antropocentrista respecto de la técni-
ca. S u pensamiento es irreductible al antropocentrismo reinante en la m a -
yor parte de la filosofía contemporánea.
CAPÍTULO I I I
T E C N O C I E N C I A Y M A N I P U L A C I Ó N
D E L A N A T U R A L E Z A H U M A N A
Quizás, no quede lejos el momento en que se
diga: «Mi hipotálamo se baña en luberina» en
lugar de u n simple «Os amo». Esto no es más
que una ocurrencia.
J . D . VlNCENT
No puedo saber si existe u n muro, la natura-
leza humana, contra el que l a técnica se rom-
pe los dientes [...]. E l dilema entre hombre y
naturaleza no es suficiente para fundamentar
una crítica a la técnica y no es sino u n con-
trapunto a la omnipotencia técnica.
J . E L L U L
U n a meta o, al menos, u n a posibilidad, surge
de la revolución biomédica: la reconstrucción
del hombre y no simplemente «un cambio en
la forma de pensar, por el pensamiento».
D . J . R O Y
Si el hombre h a de moderar su actividad tecnocientífi-
ca, es indispensable que él no se vea afectado por aquello
mismo que mide. A h o r a bien, la tecnociencia ha adquirido
y aumentado su poder para modificar y manipular la Na-
turaleza y la naturaleza humana. Ofrece posibilidades f u -
turas y u n a visión de futuro, siguiendo las cuales el h o m -
bre y el m u n d o natural son radicalmente transformables.
Los límites de la perspectiva instrumentalista de la técnica
Las determinaciones antropológicas, hasta aquí satis-
factorias, se han convertido en insuficientes respecto a la
técnica moderna: una serie importante de antropólogos-fi-
53
lósofos de la última generación como P. Alsberg, M. Sche-
ler, Ortega y Gasset, W. Sombart, A. Gehlen, etc., entien-
den que la esencia de la técnica se halla en el hecho de qué
el hombre la ha desarrollado como prolongación de sus
órganos con el fin de paliar sus propias insuficiencias or-
gánicas. Esta tesis de la técnica como «suplemento orgáni-
co» [...] no define la esencia de la técnica moderna ya que
presupone una relación hombre-mundo en la que el hom-
bre, dotado de órganos-herramientas, se encuentra frente a
la naturaleza, la domina y explota [...]. Frente a aquélla (es
decir, frente al comportamiento instrumentalista en rela-
ción a la naturaleza) se da la relación entre el hombre y la
realidad técnicamente producida [...]. Este mundo técnico
es, en esencia, construcción y comprensión del hombre
mismo [...]. Dios ha creado la tierra, el agua, los árboles,
los animales, en suma, la Naturaleza; pero el hombre ha
creado los ferrocarriles, las carreteras, los aviones y la ra-
dio, los spoutniks y la organización de partidos; en la civili-
zación técnica el hombre se descubre a sí mismo como
invención científica y como obra técnica. Por tanto, de he-
cho, una nueva relación del hombre con el mundo y con él
mismo se ha instituido, extendiéndose sobre la Tierra, con
la civilización técnica [H. Shelsky, Auf der Suche nach
Wirklichkeit, pp. 456-457].
E n lugar de u n simple medio o herramienta — « Y a que
ante todo l a técnica moderna no es u n a herramienta y n o
tiene nada que ver con herramientas» ( M . Heidegger, Nur
ein Gott kann uns noch retten)— la técnica es ya el medio,
el microcosmo planetario, en constante evolución, en el
que pasamos del nivel más concreto (el confort doméstico,
por ejemplo) al más abstracto (las últimas informaciones
sobre la expansión y origen del universo, p o r ejemplo; i n -
formaciones conseguidas y difundidas gracias a la técnica).
1. Manipulación de l a naturaleza:
h a c i a el tecnobiocosmos
^ L a tecnociencia transtorna, hace estallar, física y con-
ceptualmente, el m u n d o y el orden llamado natural.^Esto
54
puede ilustrarse c o n algunos ejemplos tomados de la lite-
ratura científica.1
—*' Se utiliza técnicamente lo vivo, o parcelas de lo
vivo, como instrumentos para producir, por ejemplo, seres
vivos sin precedentes (uso de plásmidos como «vectores
genéticos», es decir, herramientas de comunicación y
transferencia de genes; uso de enzimas de restricción
como escalpelos genéticos y de enzimas ligasas para soldar
ADN) y se entiende conceptual y materialmente lo vivo,
m i c r o y macroscópico, como máquinas o fábricas para
captar, transformar y p r o d u c i r energía y para cincelar mo-
léculas complejas, etc. y-
«La célula funciona de m o d o similar a como lo hace
una fábrica química en m i n i a t u r a y automatizada [...]
[gracias a la cual] las pequeñas moléculas son producidas
átomo a atómo» (F. Gros, et. al, Sciences de la vie et socié-
té, p. 27).
«La bioconversión establecerá su éxito sobre el descu-
brimiento e invención de plantas más eficaces para trans-
formar la energía solar» (ibíd., p. 96).
—^Inversamente, se conciben máquinas futuras como
seres vivos que puedan evolucionar. «En efecto, llegará u n
día, quizás, en que educaremos a nuestras máquinas ^(A.
Toffler, Le choc du futur, p. 222).^Con esto sueñan las re-
cientes investigaciones relativas a los biotransistores con
-^semiconductores moleculares, en el campo de los ordena-
dores químicos o biológicos, que utilizan las propiedades
lógicas de las macromoléculas sintetizadas p o r medio de
la ingeniería genética, asistida p o r ordenador.5
Así, el círcu-
lo se cierra: la cibernética hace posible la manipulación
más delicada del ser vivo lo que, a su vez, hace posible
una nueva generación cibernética, en el sentido casi pro-
pio de «generación».2
— * S e m o d i f i c a n totalmente los modos de reproduc-
ción natural: el caso extremo es la clonación, practicada ya
en mamíferos (con clones de ratones en Genova) y peces Á
— -Se mezclan especies naturales con el fin de explorar
e inventar técnicas de hibridación o quimeras ^(por ejem-
plo, células híbridas de ratones y hombres a las que pro-
55
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El Paradigma Bioético Una Ética Para la Tecnociencia

  • 1. NUEVA CIENCIA Colección dirigida p o r Nicanor Ursiv. 8 Gilbert Hottois E L PARADIGMA BIOÉTICO Una ética para la tecnociencia EDITORIAL DEC HOMBRE SERVICIO EDITORIAL T r t » ARGITARAPEN ZERBITZUA UNIVERSIDAD DEL PAIS VASCO T B EUSKAL HERRIKO UNIBERTSITATEA
  • 2. El paradigma bioético : Una ética para la tecnociencia / Gilbert Hottois. — Barcelona : Anthropos ; Leioa : Universidad del País Vasco, 1991. — 208 p. ; 20 cm. — (Nueva Ciencia ; 8) Tit. orig.: L e paradigme bioéthique : Une éthique pour l a technoscience Bibliografía p. 199-202 I S B N 84-7658-308-7 I. Universidad del País Vasco (Leioa) EL Título I I I . Colección 1. Bioética 57.01:17 17:57.01 Título original: Le paradigme bioéthique. (Une éthique pour la technoscience) [1990] Traducción del francés: M. Carmen Monge Primera edición en Editorial Anthropos: octubre 1991 © Gilbert Hottois, 1991 © Editorial Anthropos, 1991 Edita: Editorial Anthropos. Promat, S. Coop. Ltda. Vía Augusta, 64. 08006 Barcelona En coedición con el Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco / Argitarapen Zerbitzua Euskal Herriko Unibertsitatea ISBN: 84-7658-308-7 Depósito legal: B. 31.543-1991 Fotocomposición: Seted. Sant Cugat del Valles Impresión: Indugraf, SCCL. Badajoz, 147. Barcelona Impreso en España - Printed in Spain Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial. 4 c P R E F A C I O Qué importa si el amor del prójimo se da y O recibe en forma de aerosol... Siempre es rae- jor ser salvado por una máquina que no ser C. salvado... S i n embargo, esta solución no m e <t gusta. ^ J . B R U N N E R «La técnica se h a convertido en parte de nuestra vida —í •"•>- [•••]• Vivimos enteramente inmersos en la m o d a técnica.»1 ^ ^ Cuando algo se hace omnipresente hasta el p u n t o de '• n confundirse c o n el aire m i s m o que se respira, es extrema- 8^ damente peligroso ignorarlo, descuidarlo o, incluso, s i m - •» plemente, banalizarlo n o evaluándolo correctamente. Esto ^ £ es lo que, a menudo, sucede, desgraciadamente, con la téc- ^ i~ nica. Este desprecio o esta incompresión p o r lo que consti- ^ £ tuye el fenómeno dominante de Occidente acaban desarro- llando, o al menos dejando desarrollar, reacciones oscuras e irreflexivas en el Occidente tecnocientífico, o lo que es más, dejando que éste se desarrolle siguiendo u n a dinámi- ^ ca propia que n o se intenta pensar o, al menos, acompa- ñarla p o r el pensamiento reflexivo y crítico. Este l i b r o 2 querría ser u n a manera de empezar t a l ^ acompañamiento. Invita a pensar. Pensar de la manera más libre y abierta sobre el tema de la tecnociencia con- temporánea. Siguiendo u n a línea de reflexión propia con- cede, n o obstante, m u y a menudo, e incluso sistemática- mente, la palabra a otros autores hasta el p u n t o de que constituye también u n a especie de antología integrada de textos sobre la ciencia y la tecnociencia contemporáneas ' L O y a* >
  • 3. ) (ver índice de Textos). Estos textos, esparcidos p o r el libro, no necesariamente son u n apoyo del argumento principal: pueden ilustrar u n a reserva, u n a objeción, u n a alternativa, u n titubeo importante y significativo, i n v i t a n d o al lector a pensar en otro sentido. L a o b r a h a sido realizada de f o r m a que pueda ser per- fectamente leída y entendida ignorando los textos que la ilustran. L a manera de integrarlos al cuerpo del l i b r o nos ha parecido más rica que la yuxtaposición, t a l y c o m o se hizo en la edición anterior, del texto del autor seguido de u n a antología de extractos n o integrados en el contexto apropiado y siempre singular. Hemos querido que la obra fuera resueltamente con- temporánea y prospectiva: la tecnociencia de h o y y de m a - ñana es l o que nos ha impulsado y las preguntas se h a n planteado siempre desde esta perspectiva. Aunque la preo- cupación ética sea dominante y «finalista», de alguna m a - nera, el libro, nuestra interrogación, n o es sólo interna a la perspectiva ética que propone. Pues la reflexión filosófica sobre la tecnociencia, cuando es radical, n o puede conten- tarse con preguntarse únicamente sobre los valores que trata, en el seno de u n a determinada concepción m o r a l de promover con, o a pesar de, las tecnociencias. Y lo que es más importante, l a tecnociencia empuja al filósofo a plan- tearse y replantearse la pregunta sobre el sentido, la natu- raleza y el valor de la propia ética, de la ética c o m o t a l —de la eticidad—, y no sólo de u n a u otra m o r a l particu- lar. Este es el t e m a central, el corazón de los tres últimos capítulos y, del cual, la bioética es u n a ilustración privi- legiada. Tras haber señalado la primacía de la técnica, contra- riamente a la tradición occidental dominante, e introduci- da la noción de tecnociencia (capítulo I), presentamos la evaluación filosófica (que es también la del sentido co- mún) más corriente que sigue distinguiendo entre «ciencia pura» y «técnica», asimilando ésta a u n conjunto de útiles o de medios al servicio del H o m b r e (capítulo LT). Seguida- mente mostramos algunos de los límites de esta evalua- ción común, instrumentalista y antropocéntrica (capítulo 8 LTI) y profundizamos el sentido de u n p u n t o de vista evolu- cionista defendido p o r muchos tecnocientíficos y que hace más justicia a algunos aspectos de las posibilidades tecno- científicas (capítulos I V y V). Como ya hemos dicho, los tres últimos capítulos (VI, V I I y V I H ) están directamente consagrados a la pregunta (por la) ética, teniendo en cuen- ta lo que h a sido desarrollado en las secciones preceden- tes. Si existe u n a pregunta teórica que atraviesa todo el l i - bro, es l a cuarta pregunta kantiana: «¿Qué es el hombre?». Si hay u n a i n q u i e t u d que subyace a la pregunta práctica «¿qué vamos a hacer del hombre?», es la de preservar la apertura —enigmática— de esta cuarta pregunta. NOTAS 1. H . Sachsse, «Die Moderne Technick und die heutige Technikdis- kussion», Universitas (abril 1981). 2. E s u n a reedición puesta al día, refundida y muy extensamente a m - pliada (en realidad, casi doblada) de u n a más pequeña obra publicada en 1984 bajo el título Pour une etique dans un univers technicien, Universi- dad de Bruselas. 9
  • 4. :.'f,,.. '^^í*^' UNIVERSIDAD EU BOSQUE BJ&UOTCCA I N V E N T A R Í O Élfv - FICHA; •2 2 ^ W P CAPÍTULO I L A I M P O R T A N C I A D E L A T É C N I C A Y D E L A T E C N O C I E N C I A Se podría decir, yendo inmediatamente a lo esencial, que el saber científico no es ni de tipo sapiencial, n i de tipo contemplativo, ni de tipo hermenéutico, sino de tipo operativo. J . L A D R I É R E L a ciencia se h a convertido en u n medio de la técnica. J . E L L U L 1. L a primacía tradicional de l a teoría E l b i n o m i o «teoría-técnica» constituye u n a de las gran- des articulaciones del pensamiento occidental. A l igual que sucede en otros binomios filosóficos (tales como, por ejem- plo, «espíritu-materia», «realidad-apariencia», etc.), u n o de los dos términos es tradicionalmente valorado en detri- mento del otro: en este caso, la primacía corresponde a la teoría. Esta supremacía arranca de m u y lejos. Ya el pen- samiento griego menospreciaba la técnica, el d o m i n i o práctico, y colocaba p o r encima la vida contemplativa o teorética.1 «Platón (Las leyes, V I H , 846) y Aristóteles (Política, I I I , 5) propusieron que en sus ciudades ideales ningún trabaja- dor m a n u a l pudiera ser ciudadano. E l trabajo artesanal y m a n u a l es vergonzoso y deforma el alma a la vez que el cuerpo. E n el Gorgias, Platón acusa a los "ingenieros", a nuestros ingenieros a los que hemos visto aparecer en la 11
  • 5. > misma época del gran filósofo. [...] Para todos los filósofos la vida contemplativa es superior a las formas más altas de actividad práctica. P.M. Schuhl [...] señala que la corrien- te de pensamiento que surge en Jonia, en particular con Arquitas y Eudoxo, y favorable a la creación de u n a téc- nica científica, está contrarrestada en Arquímedes a conse- cuencia de la influencia platónica. L a oposición entre el esclavo y el hombre libre se prolonga en la oposición entre técnica y ciencia» (B. Gille, Histoires des tecniques, pp. 362-363). «El más grande de los ingenieros de la antigüedad, Ar- químedes, n o llegó, parece ser, a convencerse de la legiti- m i d a d de sus trabajos de mecánica.» Desde la Antigüedad Clásica, «la vida contemplativa triunfa decididamente so- bre la vida práctica, aunque Tales, p o r ejemplo, había tra- tado de asociarlas» (P. Schuhl, Machinisme et philosophie, pp. 15-16). La descuálificación antigua Por su lado, Plotino lleva hasta el extremo una tenden- cia ya patente en Platón y Aristóteles y en la mayor parte de los filósofos de la Antigüedad —salvo, quizás, en el caso de los sofistas y de los atomistas—, a saber, el predominio de la actitud contemplativa o teórica sobre la actitud prác- tica y sobre la actitud productiva o poética: si se admite que la actitud teórica apunta al conocimiento riguroso y demostrativo, que la actitud práctica concierne al buen-ha- cer de un agente cualquiera y que la actitud productiva o poética apunta a crear una cosa distinta de su creador, se ve que la visión griega del universo asigna a la técnica un status inferior. Ésta queda definitivamente en el plano in- telectual del dominio de la aproximación, en el plano mo- ral del dominio del artificio; su eficacia misma le hace co- rrer, permanentemente, el riesgo de la desmedida. Se en- tiende, pues, que la racionalidad técnica percibida y, a me- nudo descrita de forma sutil, quede en un plano inferior; que los técnicos, por otra parte necesarios, sean socialmen- te menospreciados y que la técnica misma no forme parte de la realización de la esencia del hombre [J.Y. Goffi, La philosophie de la technique, pp. 39-40]. 12 El menosprecio platónico De las tres clases sociales que componen el estado pla- tónico, la virtud suprema de la episteme es propia de la primera, la de los gobernantes, le corresponde el valor a la clase de los militares, mientras que a la clase inferior for- mada por artesanos y agricultores Platón no les atribuye ninguna virtud específica. A juicio de Plutarco, Platón es el responsable de que la techne mecánica fuera desestimada como objeto de interés teórico: «La apreciada techne meca- nica había sido ejercida con anterioridad por Eudoxo y Ar- quitas; éstos, para hacer que la geometría pareciera más agradable, habían solucionado, con ejemplos mecánicos concretos, aquellos problemas geométricos cuya compren- sión no era inmediata [...]. Pero Platón estaba descontento con ello y les reprochó que deshonraran de esta manera lo superior de la geometría transportando esta ciencia del do- minio de las cosas incorpóreas y abstractas al de los obje- tos sensibles y utilizando objetos que eran sólo propios de vulgares y toscos artesanos. Como consecuencia de estas consideraciones, la mecánica se separó de la geometría y fue despreciada durante mucho tiempo por la filosofía pura, quedando reducida al rango de una techne militar» [M. Medina, De la techne a la tecnología, pp. 46-47]. E n la historia de Occidente, el proyecto de la ciencia o del saber se ha confundido con el proyecto teórico. Etimo- lógicamente, el término «teoría» evoca la visión, la con- templación. Pero la teoría presenta también la forma de u n logos, de u n discurso racional. E l proyecto teórico es, pues, un discurso racional articulado que contempla o refle- ja la estructura racional de lo real. E l saber es «logoteoría». Este proyecto perteneció, primeramente, a la filosofía (con la que la ciencia se confundió durante m u c h o tiempo). Pa- só a ser, posteriormente, el de la ciencia llamada pura. Todavía hoy, son muchos los que esperan, más o menos expresamente, que la ciencia produzca la Teoría de lo Re- al, es decir, u n a imagen simbólica (lógica, matemática, unitaria, lingüística) que nos mostrase la naturaleza y la estructura de lo real, ofreciéndonos la maestría contempla- tiva como si se tratara de u n cuadro que se d o m i n a de u n vistazo.2 13
  • 6. L a ciencia llamada «pura» se situaba en u n a esfera de verdad más allá de toda consideración práctica y moral. E n sí, la ciencia sería necesariamente buena, o en el peor de los casos, neutra, es decir, n i buena n i mala. Sólo su uso pondría de relieve la apreciación m o r a l . E n pocas pala- bras, el problema de la elección y de la responsabilidad éticas n o surgiría más que en relación con la ciencia lla- mada «aplicada», entendida como técnica. «El m i s m o postulado que separa la teoría de la práctica es el que diferencia el proyecto científico de sus conse- cuencias, el saber concebido como fin y el saber realizado como técnica. L a tecnología, aplicación de la ciencia, es la que asume la responsabilidad total y entera de los incon- venientes del progreso técnico, n o la ciencia cuyo verdade- ro fin es ajeno al de la tecnología. L a ciencia es pura» (J.J. Salomón, Science et politique, p. 243). 2. L a ciencia moderna E n los comienzos de la «ciencia moderna», desde el siglo X V al x v n , se produce u n a mutación profunda de la que nuestras actuales tecnociencias son la consecuencia le- jana. Esta mutación desvió el proyecto occidental de cien- cia hacia la operatividad (tecnomatemática) y lo arrancó de la empresa logoteórica de la contemplación y del len- guaje natural. S i n embargo, los efectos de esta mutación apenas serán inmediatamente perceptibles: la ciencia m o - derna sigue pensándose de acuerdo con la escisión entre lo teórico y lo técnico, entendiéndose siempre como «buena» o «neutra» en tanto que ciencia. Veamos cuáles son las articulaciones esenciales de esa mutación. L a ciencia antigua (logoteórica), contra la que la ciencia moderna debe imponerse, es la ciencia arsitotéli- co-tomista. Ésta ignora las matemáticas y la experimenta- ción (es decir, la experiencia provocada y activa que aisla fenómenos y se sirve de instrumentos). Habla el lenguaje natural y se corresponde, en gran parte, con u n a especula- ción o u n a reflexión sobre nuestro ser-natural-en-el-mun- do-por-el-lenguaje, sobre lo real tal como el lenguaje nos lo i ofrece. La antigua ciencia filosófica es u n a especie de se- mántica, de puesta en orden conceptual definitiva de, y a partir de, el conjunto m a l organizado de las significaciones ^ dadas en el lenguaje. E l ideal de la ciencia antigua es el de ' constituir u n cuerpo lógicamente organizado, apoyado en definiciones (que enuncian la esencia de los seres y de las cosas) y en principios, a partir de los cuales, se procede deductivamente. A l concluir el trabajo «científico» (episté- mico) especulativo, la semántica confusa y cambiante del lenguaje natural se mostrará sistemáticamente organizada y estabilizada. Una ciencia así, lingüística, semántica, es- peculativa, ofrece u n a imagen del m u n d o que tiene sentido pero que, al m i s m o tiempo, n o es del todo, o es m u y poco, operativa. Es decir, esta imagen logoteórica de lo que es — y que procede todavía de la confusión oscura de las pa- f labras y las cosas— no permite la predicción n i la inter- vención efectiva en lo real. * Las dos grandes características de la ciencia moderna son la matematización y la experimentación. Una y otra ¡ obligan a romper con nuestro ser-natural-en-el-mundo- por-el-lenguaje. Esta ruptura priva al m u n d o de significa- do, a la vez que hace de él u n campo de operación y de acción. S i n embargo, estos dos grandes instrumentos de la ciencia moderna no son reconocidos de igual modo por sus promotores. Así, R. Descartes n o ve más que la impor- tancia de las matemáticas, mientras que F. Bacon no ad- mite más que la de la experiencia. Pero u n o y otro recha- zan el saber especulativo libresco (escolástico) y subrayan el poder operativo de la nueva ciencia. Para R. Descartes, ésta nos convierte en «maestros y poseedores de la natura- leza». Para F. Bacon,3 se trata de «dominar la naturaleza f por el arte»r F. Bacon y R. Descartes, maestros de la naturaleza Filosóficamente, pocas cosas parecen aproximar a Ba- con y Descartes puesto que el primero es empirista y el segundo racionalista* Sin embargo, en lo que concierne a sus ideas sobre la técnica, la proximidad entre ambos pen- 14 15
  • 7. sadores es mucha. La Antigüedad colocaba a la técnica en la esfera de la necesidad, pero la evaluaba negativamente en una comparación implícita entre el arte y la naturaleza. Lo que hay en común entre Bacon y Descartes es una nue- va evaluación de la técnica que entraña una reflexión iné- dita sobre las relaciones entre el arte y la naturaleza. Al mismo tiempo, la técnica se convertirá en poder autónomo respecto al dominio estrictamente antropológico de la ne- cesidad. * A) Para Bacon las cosas están particularmente claras: «Si se encontrara un mortal que no tuviera otra ambición más que la de extender el imperio y el poder del género humano sobre la inmensidad de las cosas, tendríamos que convenir en que ésta es más pura, más noble y más augusta que cualquier otra» (Novum Organum). No se podría ir, más claramente, contra la actitud platónica para quien la ambición más pura implica, por el contrario, el rechazo de ese poder. El mismo ideal intervencionista encontramos en Des- cartes: «En lugar de esta filosofía especulativa que se ense- ña en las escuelas se podría encontrar el modo de obrar mediante el cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del aire, de los astros, de los cielos y del resto de los cuerpos que nos rodean, tan claramente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, podríamos em- plearlos de igual modo para los usos para los que son pro- pios y, así, volvernos dueños y poseedores de la naturale- za» (El discurso del método, VI). Esta comparación entre el maestro de escuela y el artesano, comparación de la que sale ventajoso el artesano, nos muestra que la escala de valores se ha invertido desde Platón. B) El objetivo de la actividad técnica es el dominio cre- ciente sobre las cosas. Ahora bien, si es necesario obrar «para extender los límites del imperio del hombre sobre la naturaleza entera y hacer todo cuanto le es posible» (La nueva Atlántida), no se «somete a la naturaleza más que obedeciéndola» (Novum Organum). Esta fórmula no sería más que un slogan si no estuviera matizada: «la ciencia y el poder humano coinciden en todos los puntos y se diri- gen al mismo objetivo; en la ignorancia está la causa que nos priva del efecto; pues no se puede vencer a la naturale- za más que obedeciéndola; y lo que era principio, efecto o causa en la teoría se convierte en regla, objetivo o medio en la práctica» (Novum Organum). 16 > [...] Puesto que la técnica está pensada dentro de un mismo marco, un mecanismo al servicio del poder, las operaciones del técnico se describirán de forma similar. Así, Bacon afirma: «el hombre no tiene otro poder sobre la naturaleza que el de poder darle movimiento; y todo lo que puede hacer es aproximar o alejar, unos de otros, a los cuerpos naturales. Cuando este alejamiento o acercamien- to son posibles [...] lo puede todo; fuera de esto no puede nada» (De Dignitate et augmentis, U, 2). Descartes, por su parte, escribió, en una forma que recuerda, casi literalmen- te, a la de su predecesor, «la medicina, los mecánicos y, en general, todas las artes para las cuales el conocimiento de la física puede servir, no tienen más fin que aplicar algu- nos cuerpos sensibles a otros, de modo que se produzcan efectos sensibles como consecuencia de causas naturales» (Principios de Filosofía, IV, 204) [J.Y. Goffi, La philosophie de la technique, pp. 43-45]. % * L a naturaleza profundamente operativa de la nueva ciencia se expresa, de u n modo concreto, en el hecho de que el nuevo sistema del m u n d o (el heliocentrismo coper- nicano en oposición al geocentrismo ptolomeico) se i m - pone porque permite cálculos más simples y predicciones más precisas en lo que se refiere al movimiento de los planetas y no porque sea intuitivamente más evidente (al contrario) o porque ofrezca u n a imagen más fiel de lo real. L a representación teórica de lo real con la que la ciencia trabaja se convierte así en modelo, es decir, (re)construcción de u n a parte de lo real destinada a dar informaciones seguras sobre el encadenamiento de los hechos y las consecuencias de nuestras intervenciones en el curso de los acontecimientos. Junto a la interpretación realista que tuvo también desde su nacimiento dicha con- cepción (y que tanto inquietaba a la Iglesia puesto que defendía que realmente la tierra giraba alrededor del sol y no se trataba sólo de u n modelo de representación), el sistema copernicano fue concebido como u n a «ficción matemática cómoda para calcular y rectificar las Tablas astronómicas de Ptolomeo [...], simple artificio de cálculo sin realidad física, útil para simplificar los cálculos con 17
  • 8. que construir u n anuario del tiempo». Galileo, el precur- sor de esta revolución, era a l a vez matemático, e ingenie- ro del duque de Florencia. También él, que enunció que «el l i b r o de la naturaleza está escrito en lenguaje matemá- tico», fue q u i e n construyó u n telescopio que sirvió para preparar la penetración experimental de este nuevo espa- cio del m u n d o que las matemáticas habían abalizado teó- ricamente. * 3 L a técnica y la matemática se encuentran, silenciosas, en el seno de la nueva ciencia y, allí, se respaldan para levantar la empresa del saber logoteórico, especulativo y simbólico. L a característica fundamental de la ciencia m o - derna es l a tecnomatemática, es decir, la operatividad. Además, y pese a que esta identidad está lejos de ser inme- diatamente reconocida porque se halla ahogada en u n océano de filosofía, teología y esoterismo diversos, estalla con violencia en toda u n a alegoría del d o m i n i o , la domina- ción, la penetración y la posesión de la naturaleza, de las que sólo estamos empezando a elaborar su asombroso i n - ventario (cf. B . Easlea, Science et philosophie. Une revolu- tion 1450-1750, París, Ramsay, 1986). Esta violencia de la acción científica n o se verá desmentida. Según C. Bernard: « N o se ha podido descubrir las leyes de la materia bruta más que penetrando los cuerpos y las máquinas inertes, de igual m o d o n o se podrá llegar a conocer las leyes y propie- dades de la materia viva más que m a n i p u l a n d o los orga- nismos vivos para introducirse en su interior» (Jntroduc- tion á l'étude de la médecine experiméntale).^ La ciencia moderna es violenta Los filósofos aristotélicos estaban fatalmente estanca- dos, impotentes ante la Naturaleza —ridiculizaba Bacon—, y no debían «nunca poner la mano sobre ella n i tomarla». Dilapidando su energía en una vana contemplación, Aristó- teles había «dejado la Naturaleza intocada e inviolada». Bacon, por el contrario, pensaba que podía invitar a los «verdaderos hijos del saber» que aspiran a «ir más allá» y a «someter [...] a la Naturaleza en acción», a unirse a él para, «atravesando los cursos exteriores de la Naturaleza en donde tantos han aventurado ya sus pasos, encontrar 18 por fin un camino que conduzca a sus habitaciones priva- das». Bacon proclamaba su varonil intención de presidir «el nacimiento verdaderamente masculino del tiempo», de inaugurar la nueva era en la que la humanidad debía, pro- gresivamente, adquirir el poder de «conquistarla y some- terla [la Naturaleza], de conmoverla hasta sus fundamen- tos». E n su Avancements des Sciences, Bacon llamaba a los hombres a reconciliarse y a unir sus fuerzas contra la Na- turaleza, «para tomar por asalto y ocupar sus castillos y sus plazas fuertes», una invitación que evoca, un poco, la violación colectiva de la Naturaleza. Coincidiendo con el pensamiento de Bacon, Henry Oldenburg escribió a un fu- turo miembro de la Royal Society que «los verdaderos hi- jos de la ciencia» son aquellos que no están satisfechos con las verdades ya conocidas, sino que se esfuerzan por «abandonar la antecámara de la naturaleza para penetrar en su gabinete interior». Un historiador especialista en el Siglo de las Luces quedó comprensiblemente impresiona- do por este lenguaje de los filósofos del siglo xvm «lleno de metáforas que apestan a batalla y al acto físico de la pene- tración». Claramente, la ciencia era un asunto masculino y la tierra una mujer. Nuestra última Ilustración tomará prestado todo esto a principios del siglo xrx. En el alba de su carrera en la Real Institución, sir Humphrey Davy, futu- ro presidente de la Royal Society, explicaba orgullosamen- te que «el hombre de ciencia», no contento de lo que se puede encontrar en la superficie de la Tierra, «ha penetra- do en su seno [...] para apaciguar la fiebre de sus deseos y para extender y acrecentar su poder». Y, retóricamen- te, preguntaba: «¿Quién no saciaría la ambición de fami- liarizarse con los secretos más profundos de la Naturale- za, de verificar sus operaciones escondidas?». La ciencia —proclamaba triunfante— ha dado al filósofo natural «poderes que podrían calificarse de creadores; éstos le han permitido [...] por la práctica de la experimentación, interrogar a la Naturaleza con autoridad y no como lo haría el erudito pasivo que no desea nada más que com- prender las operaciones de la Naturaleza, sino más bien, como un maestro activo que se sirve de sus propios instru- mentos». He indicado ya que la voluntad de liberar a la humani- dad de las numerosas tiranías de la naturaleza es una cosa y el deseo de adquirir un poder total sobre la naturaleza 19
  • 9. > «por sí mismo», otra cosa muy distinta. Pero, ¿se trataba realmente de esto? Parece más bien que tras u n largo desa- rrollo histórico ha aparecido en Europa occidental un tipo de hombres que están deseosos de romper sus lazos con la «Tierra Madre» para responder a un deseo compulsivo de probar su masculinidad y virilidad. El medio que ellos de- bían emplear era la apropiación tecnológica, cada vez más pujante, de una Tierra pasiva, para permitir a los hombres, según las palabras maestras de Francis Bacon, «hacer todo lo que es posible hacer» [B. Easlea, Science et philosophie, pp. 295-296]. 3. L a tecnociencia contemporánea * E l ideal antiguo —logoteórico y filosófico— de la cien- cia está todavía m u y arraigado en la consciencia (a despe- cho de la mutación producida en el proyecto occidental del saber, emplazado cada vez más bajo el signo tecnoma- temático de la operatividad). Nosotros seguiremos de éste, esencialmente, la dimensión técnica. L a matematización de la ciencia y de su objeto se concibe como la puesta en marcha de la posibilidad del pleno desarrollo técnico. L a matematización es la repetición g e n e r a l d e la aproxima- ción a la totalidad de lo real bajo el ángulo de su m a n i p u - lación üimitada, del juego, sin límites, de l a realización de todo lo posible. * «La teoría matemática potencializa [crea lo posible, G.H.], p o r el hecho m i s m o de que ella inviste a priori u n a naturaleza vista de manera operativa. L a técnica la segui- rá, más o menos bien, c o n más o menos rapidez» (D. Jani- caud, La puissance du rationnel, p. 194). Hoy, los polos teórico y técnico de la actividad científi- ca están indisolublemente trenzados. ~* «Esta distinción [entre ciencia y técnica, G.H.], aparen- temente clara, está puesta en tela de j u i c i o p o r el crecien- te entrelazamiento de las ciencias naturales y de l a técnica, que se manifiesta tanto como u n a tecnificación de la cien- cia como u n a cientifización de la técnica» ( H . Stork, Ein- fuhrung in die Philosophie der Technik, p. 41). B. Gille ha- 20 > bla de «la interpenetración de la ciencia y de la técnica» (op. cit., p. 1.119) y de «la dificultad de disociarlas» (His- toires des techniques, p. 1.453). «El guión que une los términos de "ciencia-tecnología" indica esa unión esencial [...]. L a nueva ciencia es, p o r su esencia, tecnológica» (W. Barret, The Illusion of Technique, p. 202). * El entrelazamiento tecnocientífico La ciencia pura no es sino un elemento entre los varios que constituyen las actividades de investigación: no tiene por qué ocupar un lugar prioritario en el camino que con- duzca a la resolución de los enigmas del universo. Toda la investigación contemporánea se produce en un vaivén en- tre el concepto y la aplicación, entre la teoría y la práctica, en palabras de Bachelard, entre «el espíritu trabajador y la materia trabajada». En esta relación, la theoria es la instan- cia primera de la techne, más en sentido cronológico que jerárquico y sin que sus prioridades epistemológicas sean una constante respecto a los logros técnicos que las fun- dan; las conquistas de la ciencia pasan también por las de la tecnología^La experiencia de la guerra y, más reciente- mente, las investigaciones espaciales o los grandes labora- torios industriales (los Bell Laboratories, la General Elec- tric, el Du Pont o la LBM) son una muestra de que, si bien el desarrollo técnico depende estrechamente de la ciencia pura, el progreso de la ciencia depende también, muy es- trechamente, de la técnica. El empleo masivo de instru- mentos no se ha convertido menos en una norma para los científicos que los conceptos y teorías para los ingenieros [...]. De igual modo que la ciencia crea nuevos seres técni- cos, la técnica crea nuevas líneas de objetos científicos. La frontera es tan tenue que no se puede distinguir entre la actitud del espíritu del científico y la del ingeniero, ya que existen casos intermedios [JJ. Salomón, Science et politi- que, pp. 135-136].*; Esta unión vale incluso para la investigación básica, ya se trate de la biología, la física (desde la astrofísica a la microfísica) o la neurología. 21
  • 10. Tecnociencia e investigación física básica Cuando observamos los objetos de nuestra vida cotidia- na, el proceso físico que hace posible esa observación no juega más que un papel secundario. A pesar de ello, cada proceso de observación provoca perturbaciones considera- bles en las partículas elementales de la materia. Es absolu- tamente imposible hablar de los comportamientos de la partícula sin tener en cuenta los procesos de observación [...]. La pregunta de si esas partículas existen «en sí mis- mas» en el espacio y el tiempo no puede, por tanto, plan- tearse en esos términos; en efecto, no podemos hablar más que de, los acontecimientos que se desarrollan cuando, por la acción recíproca de la partícula y de no importa qué otro sistema físico, por ejemplo, los instrumentos de medi- da, se intenta conocer el comportamiento de la partícula. La concepción de la realidad objetiva de las partículas ele- mentales está, pues, extrañamente resuelta [...]. Los defen- sores del atomismo han debido rendirse a la evidencia de que su ciencia no es más que un eslabón en la infinita cadena de diálogos posibles entre el hombre y la naturale- za y de que, sencillamente, no podemos hablar de una na- turaleza «en sí». Las ciencias de la naturaleza presuponen siempre al hombre y, como Bohr ha dicho, nosotros no somos espectadores sino actores en el teatro de la vida [...]. Antes de hablar de las consecuencias generales que se deri- van de esta nueva situación de la física moderna, es nece- sario mencionar el desarrollo" de la técnica, tanto por su importancia en la vida práctica sobre la tierra, como por- que su desarrollo ha corrido paralelo al de las ciencias de la naturaleza; ha sido la técnica la que ha extendido, desde Occidente, las ciencias de la naturaleza sobre la tierra en- tera y las ha situado en el centro del pensamiento contem- poráneo. Durante este desarrollo, a lo largo de los dos últi- mos siglos, la técnica siempre ha sido la condición y con- secuencia de las ciencias de la naturaleza [W. Heisenberg, La naturaleza en la física contemporánea, pp. 18-20]. «En los próximos veinte años las tecnologías de lo vivo tendrán u n lugar importante n o sólo para la transferencia y aplicación de conocimientos nuevos que llegan desde las investigaciones básicas o aplicadas, sino también para fecundar y permitir, ellas mismas, estos conocimientos» 22 (F. Gros, Sciences de la vie et société, p. 119). «La interde- pendencia entre los progresos en la biología básica y far- macología es total: la farmacología depende de todas las adquisiciones en biología, los medicamentos son y serán, cada vez más, u n elemento fundamental para la investiga- ción básica» (ibíd., p. 147). «Los instrumentos son actores privilegiados en el avance de las ciencias. A la vez, conse- cuencia y causa de los descubrimientos técnicos y de los nuevos conceptos» (ibíd., p. 149). Esto n o significa que la distinción entre investigación básica e investigación aplicada (es decir, aquella cuyo fin es la puesta a p u n t o de los descubrimientos e inventos i n - mediatamente explotables desde u n p u n t o de vista econó- mico) haya desaparecido. Significa sólo que n o se trata de una actividad científica «pura», «teórica», p o r u n a parte, y ciencias aplicadas o técnicas, p o r otra. Básica o aplicada, la investigación es tecnocientíftca y la simple observación de lo que sucede en u n laboratorio n o permite, en general, distinguir si las actividades que allí se desarrollan son apli- cadas o no. Siempre, y en todo lugar, el aparato tecnológi- co está presente y tiene gran peso. La interacción entre ciencia y tecnología Lo que es significativo es que, por sus profundas raíces, la actividad tecnológica contemporánea esté ligada a la práctica científica. Por otra parte, esta unión es tanto más patente cuanto más se la asocia a formas más avanzadas de tecnología. Es interesante constatar que, al principio, las teorías científicas siguieron a las instauraciones tecno- lógicas (como es el caso de la máquina de vapor) mientras que en tiempos más recientes, por el contrario, es la teoría la que ha precedido a las realizaciones técnicas, por ejem- plo, la energía atómica. Parece, pues, que hay un carácter específico en la tecnología contemporánea: su interacción estrecha con la ciencia. Esto plantea, de inmediato, dos cuestiones. Por un lado, nos lleva a preguntarnos, considerando la intensidad de esta interacción, si existe aún verdaderamente una dis- tinción entre ciencia y tecnología y, por otra parte, explicar cómo es posible esta interacción. 23
  • 11. ) Aparentemente, la frontera entre ciencia y tecnología se difumina cada vez más. Por uno y otro lado, lo que sor- prende, sobre todo, es que nos encontremos en presencia de una actividad socialmente organizada, planificada, per- siguiendo fines que han sido conscientemente elegidos y de carácter esencialmente práctico. Se trata en ambos ca- sos de una investigación organizada y sistemática y en la que el término «investigación» caracteriza tanto lo que se hace bajo el nombre tradicional de ciencia como lo que se hace bajo el nombre de técnica.KPor ejemplo, no hay mucha diferencia entre un laboratorio de investi- gación adscrito a la Universidad en el que, en principio, se persigue la «investigación pura» y u n laboratorio de investigación adscrito a una gran empresa, en el que se preocupan, sobre todo, por sus posibles aplicaciones in- dustriales. %Pero, incluso no considerando los aspectos sociales de la actividad científica, que en efecto tanto la aproximan a la actividad tecnológica, se podrían, desde la estructura interna de la andadura científica, extraer ar- gumentos para mostrar que ésta tiende, cada vez más, a confundirse con la andadura tecnológica. En todo caso, no hay otro progreso posible en las ciencias no formales más que el que se debe a la experimentación o, al menos, a la observación. [...] En cualquier caso, lo que muestran hechos de este género (que, por otra parte, son cada vez más numerosos) es, simplemente, que hay una estrecha interacción entre ciencia y tecnología y que el progreso de la ciencia depen- de, en parte, del progreso de la tecnología y viceversa, pero no que ciencia y tecnología tiendan a confundirse. Existe, a pesar, de todo, una diferencia de naturaleza entre estos dos tipos de actividad. En pocas palabras, se podría decir que el fin de la ciencia es el progreso del conocimiento mientras que la tecnología tiene por fin la transformación de la realidad dada [J. Ladriére, Les enjeux de la rationalité, pp. 55-57]. Nuestra relación con lo real está, de ahora eri adelante, mediada técnicamente y n o simplemente simbólicamente4 mediada. 24 ) Del mundo natural sensible al cosmos tecnocientífico La física moderna se ocupa, principalmente, de fenó- menos a los que la experiencia natural no tiene ningún acceso. La óptica no se limita a cuantificar las distintas gradaciones que cualitativamente podemos experimentar, sino que comprende también el estudio de la luz invisible; la acústica estudia los ultrasonidos inaudibles [...] y no te- nemos ningún órgano para percibir los rayos X o los gam- ma [...]. La física se desarrolla tan peculiarmente sólo des- pués de haberse desprendido de la experiencia natural sen- sible [...]. Podemos aclarar esto tomando un ejemplo histó- rico: es muy conocido que Goethe no quería dejarse arre- batar, mediante los instrumentos y las matemáticas, la visión inmediata de la naturaleza, la Naturaleza misma, tal como ésta se refleja en el espíritu humano. «El micros- copio y el telescopio destruyen la sensibilidad pura del hombre.» Goethe sabía que quien hacía uso de ellos en- traba en una nueva parcela del mundo. En efecto, estos instrumentos no sólo sobrepasan a los órganos sensoria- les del hombre sino que, a la vez, dejan tras de sí al hom- bre natural [...]. Sin embargo, no es esta la concepción que prevalece hoy en el mundo de la ciencia y la técni- ca. En la aproximación actual a la naturaleza, ésta, tal como la define Heisenberg, acaba identificándose con el ámbito que las ciencias naturales penetran mediante la técnica, sin considerar el hecho de que todavía pueda dar- se como naturaleza en la experiencia inmediata [...]. El progreso técnico establece la vida humana sobre bases que se alejan, cada vez más, de la existencia natural dada [...]. La ciencia de la naturaleza acaba convirtiéndose, necesa- riamente, en técnica conforme se va alejando del dominio sensible natural [H.J. Meyer, Die Technisierung der Welt, pp. 123-124]. Convertida, sobre todo, en provocación, intervención y manipulación, la investigación científica n o es sólo u n a re- flexión sobre lo real en sí. Ciertamente, lo teórico es activo en el proceso de investigación, aunque esto constituya sólo una etapa — l a de la construcción de u n modelo, p o r ejem- plo, que a m o d o de plano sirve de elemento de repre- sentación al servicio de actividades prácticas, físicas— y sea u n trampolín hacia nuevas investigaciones prácticas. ..• " " X 25
  • 12. « A partir de ahí, lo que suscita la invención es el deseo de innovación y, de nuevo, se retoma el esquema [...]. Para inventar cualquier cosa nueva debe determinarse el nivel científico necesario, al que se llega mediante la investi- gación básica, que surge para encontrar solución a u n problema técnico» (B. Gille, Histoires des techniques, pp. 74-75). Tampoco se duda en decir que n o sólo teoría y técnica están estrechamente entrelazadas, sino también que la p r i - macía la tiene, cada vez más, el polo técnico. «Esta es, en efecto, la última palabra: la ciencia se h a convertido e n u n medio de la técnica» (J. Ellul, La techni- que ou l'enjeu du siécle, p. 8). ^Heidegger, p o r s u parte, pone de manifiesto «el ca- rácter engañoso de l a afirmación de que l a técnica m o - derna es ciencia n a t u r a l aplicada» (La cuestión de la téc- nica, p. 31). C o m o también C. M i t c h a m hace notar, «en lugar de describir la tecnología c o m o ciencia aplicada, Heidegger piensa que sería más j u s t o l l a m a r a l a ciencia "tecnología teórica"» (¿Qué es la filosofía de la tecnolo- gía?). L a física m o d e r n a no es u n a física experimental porque aplique a la naturaleza aparatos p a r a interrogar- la, sino, p o r el c o n t r a r i o , porque la física — y y a c o m o p u r a teoría— obliga a la naturaleza a mostrarse c o m o complejo calculable y previsible de las fuerzas que l a ex- perimentación está encargada de interrogar, p a r a que se sepa si y cómo l a naturaleza, así obligada, responde a la llamada (Heidegger, op. cit., p. 29).%. •lAsí, l a vieja concepción teórica de la contemplación discursiva h a cedido su lugar dominante a u n a relación esencialmente activa de manipulación, de reconstrucción y de deconstrucción de la realidad que pone la repre- sentación teórica al servicio de la actividad manipulativa. Los términos «tecnociencia» y «tecnocientífico» señalan, a la vez, el entrelazamiento entre los dos polos y la prepon- derancia del polo técnico y, además, son apropiados para designar la actividad científica contemporánea en su com- plejidad y originalidad, T o m a r consciencia de la naturaleza tecnocientífica, de 26 la actividad científica contemporánea tiene, a su vez, m u - chas consecuencias importantes. Dicho más generalmente, el correlato de la ciencia o del saber teórico tradicional era la esencia del objeto a conocer; el correlato de la tecno- ciencia contemporánea es la plasticidad del objeto a mani- pular (ya se trate de la materia física, viva o pensante). E l ser y su esencia son el correlato del ver y del hablar. Lo posible y capaz, el correlato del hacer. E n todos los ámbitos, cada vez más, las tecnociencias crean el objeto, que exploran. Descubrimiento e inven- ción n o están claramente delimitados. Así sucede en físi- ca de partículas, en química (síntesis nuevas), en biolo- gía (nuevas formas de vida) y, quizás, dentro de n o m u - cho tiempo, en el campo de la psicología (inteligencia artificial). L a noción de verdad cambia radicalmente al pasar del saber logoteórico al saber tecnocientífico. L a verdad no es ya aquella experiencia luminosa y explicativa que nos reve- la la esencia profunda de lo real y atestigua la connivencia fundamental (ontológica) de las palabras y de las cosas, del lenguaje y de lo real en la intuición del sentido del ser. N o es n i siquiera esa representación simbólica adecuada de lo real c o n la que sueña aún la ciencia moderna. Es eficiencia tecnofísica, seguridad y poder de acción. L a ver- dad «objetiva», reconocida como fundamentalmente ope- rativa, tiene como criterio negativo: «si eso falla es que hay algún error en alguna parte. E l fracaso significa el error; ese es el p u n t o fundamental que introduce la prácti- ca (acertar-fallar) en el corazón m i s m o de la relación de verdad». Si invertimos el criterio entonces tenemos: «si esto n o es falso, n o fallará», que constituye «la carta epis- temológica de l a técnica. Desde ese p u n t o de vista, la téc- nica es la manifestación más ostensible de la verdad del saber objetivo, manifestación que consiste en la inversión de los momentos práctico y teórico de este saber» (Roque- plo, Penser la technique, p. 28). «La técnica se convierte en la materialización del poder (acertar) inscrito en el saber a título de criterio de "ver- dad" (no-falsedad) objetiva. Desde este p u n t o de vista, las 27
  • 13. técnicas son la manifestación natural de la "verdad" de las ciencias sobre las que se fundamentan.» Hay, pues, entre ciencia y técnica, u n a dialéctica que se parece a u n «blo- queo dinámico» que algunos l l a m a n «autodesarrollo cien- tífico-técnico» (Roqueplo, op. cit., pp. 128-129). Esto funciona «¡Esto funciona!» Con este grito de triunfo estremecido del inventor se expresa el origen [el de la técnica] profundo [...] de frases como: Es verdad, es acertado, es bello» [...]. A la vez, Zschimmer (Philosophie der Technik) delimita la di- ferencia entre el funcionamiento técnico y los aspectos económicos. «Nadie sé para a pensar en la rentabilidad económica con la que el osado piloto ha desafiado, por primera vez, la tempestad y las nubes. Su ingenio pudo ser trasoñado, derrochando energía y materia. Pero con él, puede volar —¡qué admirable!—. Que independientemente de cualquier otra consideración, eso "funcione", que el hombre tenga la posibilidad de surcar los aires, los mares y las tierras: ¡De esto se trata sobre todo! [...]. Y esto rto tiene nada que ver con la economía. Seguramente, el mise- rable principio de la economía aniquilaría cualquier crea- ción técnica, cualquier audacia, toda la creatividad técni- ca, si ésta hubiera sido prioritaria o si fuera la idea básica que se imponía» [A. Huning, Das Schaffen der Ingenieurs, pp. 16-17]. Así c o m o la ciencia teórica podía ser llamada pura e inocente, la tecnociencia, al ser esencialmente actividad productora y modificadora del m u n d o , n o es n u n c a total- mente inocente. L a praxis es éticamente problemática. Las cuestiones éticas se colocan hoy en el nivel de la investiga- ción llamada básica debido a que el proyecto del saber es hacer y poder. Esto es cierto, p o r ejemplo, tanto para lo que se refiere a la investigación básica en física c o m o para lo que se refiere a la genética molecular. Retomando, en u n contexto contemporáneo, la p r i m e r a pregunta kantiana: «¿qué puedo saber?», G. Ropohl ad- vierte que esta pregunta une, de ahora en adelante, el sa- ber y el hacer: «lo que yo puedo saber» está ligado a «lo 28 ) que yo puedo hacer o fabricar». Así, la pregunta ética es, al m i s m o tiempo, necesaria en el centro m i s m o de la pro- blemática del conocimiento y de los límites del conoci- miento (ver Technik ein Problem der Philosophie). Concluyendo, la técnica envuelve e inerva a la ciencia contemporánea. Esto n o significa (lo que sigue lo mostra- rá explícitamente) que la ciencia esté a remolque de los fines técnicos de la aplicación y que se haya convertido, en este sentido, en exclusivamente utilitarista e interesada. Que la ciencia es técnica quiere decir, sobre todo, que la técnica constituye u n a mediación esencial de la relación científica con lo real. L a técnica y, más generalmente, la operatividad. L a investigación básica es deudora del apoyo, no marginal, de u n a tecnología cada vez más sofisticada. Y esto que acabamos de designar bajo el nombre de «in- vestigación o ciencia p u r a o teórica» es, generalmente, en la parte que n o depende directamente de la técnica, de naturaleza matemática, es decir, operativa. Está claro que este «ser teórico» n o tiene m u c h o que ver con el antiguo proyecto teórico (conceptual, discursivo: fundamentalmen- te lingüístico y no matemático) del saber que tratábamos al empezar. L a física ilustra, del mejor modo, esta ineluc- table y doble dependencia de la ciencia con relación a la operatividad matemática y técnica. E l problema práctico- ético (con todas sus prolongaciones particularmente políti- cas) de la tecnociencia se impone t a n fundamental y u n i - versalmente debido a que la técnica se afianza en todo el antiguo proyecto teorético del saber. El fin de la inocencia científica La tecnonaturaleza es, precisamente, el espacio en el que se cuestionan los escrúpulos y matices que constituyen la separación ideal entre ciencia y política. No es que lo sagrado y lo profano estén allí condenados a tener buena relación, al contrario: en la alianza entre el saber y el po- der, la partida no está igualada y los malentendidos abun- dan. Pero no hay otra elección más que la de hacer como si el lenguaje, las necesidades y los intereses del uno se plegaran a los del otro. La élite «científico-técnica» no ha tomado el poder y se guarda bien de pensarlo, pero saca 29
  • 14. partido de él; el poder no ha esclavizado a la ciencia y se guarda de hacerlo, pero ha subordinado su progreso [el de la ciencia] a la consecución de sus propios fines. La tecno- naturaleza no es neutra, aunque la ciencia pretende serlo; por el contrario, ésta determina el fin de la inocencia del científico como desligado del proyecto político al que sirve y del que se sirve. El sabio no ocupa el lugar del jefe o del profeta, está a su servicio sin darse cuenta de que con ello renuncia a su vocación: trabajando para conseguir su vo- cación él hace, al mismo tiempo, el trabajo del poder; pue- de afirmar la cientificidad de su obra a la vez que la inscri- be en la ideología de una causa. Lo que el científico no es, de hecho, es u n sabio en el sentido de que lo que ofrezca sea a la verdad y de que lo que se ponga en juego en la ciencia (en la tecnonaturaleza) deje de ser la verdad: la tecnonaturaleza es el espacio en el que se muestra la ciencia como técnica y al científico como técnico de un saber cuya instrumentalidad es el sen- tido más que la relación a la verdad [J.J. Salomón, Science et Politique, pp. 271-272]. NOTAS 1. E s interesante señalar también que existe u n a actitud similar de menosprecio por la técnica en lugares distintos a Occidente. (Cf. al res- pecto: A.Y. Al Hassan, «Llslam et la science», La Recherche, junio [1982], y J . Needham, La science chinoise et l'Occident.) S i n embargo, fue en Occidente donde surgieron la ciencia y la- técnica modernas y, por tanto, es con relación a la ciencia occidental que interesa poner en evidencia la evolución de l a relación teoría-técnica. Debido a la importancia que la técnica h a adquirido en el mundo contemporáneo, los historiadores h a n tomado conciencia de la negligencia que ha sufrido la dimensión práctico- técnica en la historia de las civilizaciones y las culturas. Así, tanto las «historias de la técnica» como las monografías sobre ella se h a n multipli- cado. Según B. Gille: «Arquímedes representa bien el ideal técnico-cientí- fico de la E s c u e l a [...]. L a técnica es, en verdad, l a inspiración de sus trabajos teóricos» (Histoires des techniques, p. 337). A propósito de la E s - cuela de Alejandría: «Filón pensaba que la ciencia era u n instrumento, no el único, indispensable para la técnica» {ibíd., p. 347). «Desde los siglos xvi al xvm, incluso en el xrx, la mayor parte de los sabios eran técnicos: Benedetti, Stevin y Galileo, Roberval y Varignon, Blondel y Duhamel du Monceau» {ibíd., p. 1.453). 30 2. Respecto al origen de la tradición teórica y al modo cómo con el nacimiento de la filosofía esta tradición se institucionaliza contra la vieja «tradición operativa», artesanal, práctica, inmemorial: M. Medina, De la techne a la tecnología, Valencia, Tirant, 1988. 3. Cf. A. Quint, F. Bacon, Oxford Universiry Press, 1980. 4. Cf. infra, cap. III, p. 3: Sobre la diferencia entre el signo (lo simbóli- co) y la técnica (lo operativo). 31
  • 15. 1 ) CAPÍTULO I I L A E V A L U A C I Ó N A N T R O P O L O G I S T A D E L A T E C N O C I E N C I A L a ciencia ofrece a la Humanidad, si ésta quiere políticamente, el excitante descubri- miento del mundo y l a mejora permanente de la vida. J. MrrrERAND L a tecnología libera al hombre de las necesi- dades materiales y le procura alimento, mate- rias primas, energía, higiene y comunicación, en una palabra, u n a vida libre de necesida- des, permitiéndole asi una existencia con dig- nidad humana. K . S T E I N B U C H 1. Definición d e l antropologismo E l sufijo «ismo» es indicativo de que u n a ciencia ha sido absolutizada y de que ésta pretende responder a las preguntas más fundamentales. Así, existe u n psicologismo, u n biologismo, u n sociologismo (recientemente, u n socio- biologismo), u n fisicalismo, etc. E l antropologismo coinci- de con u n a absolutización de la antropología o de u n a an- tropología, es decir, de u n a teoría del hombre (que deter- m i n a la naturaleza, el origen, las necesidades y los fines humanos) de tal manera que todas las preguntas, todas las evaluaciones y todas las respuestas se conciben y formulan en términos antropológicos. Por naturaleza, el antropolo- gismo va u n i d o a u n antropocentrismo: toda l u z procede de la teoría del hombre, toda significación pivota alrede- dor del h o m b r e y toda finalidad regresa a él. 33
  • 16. Conviene señalar que la h u m a n i d a d , y Occidente en particular, n o ha sido siempre antropologista y antropo- centrista. Más bien, n o lo ha sido nunca. E l centrarse en el hombre es u n acontecimiento filosófico que no se remonta más allá de algunos siglos. E l pensamiento antiguo se cen- traba en la naturaleza o en el ser; el pensamiento medieval en dios; el pensamiento científico m o d e r n o gira alrededor del universo o la materia. Hacer del h o m b r e — i n d i v i d u o , sociedad o h u m a n i - d a d — el núcleo fundamental del pensamiento constituye, pues, u n acontecimiento histórico datable, del que, desde luego, n o está p r o h i b i d o preguntarse p o r los límites y ex- plorar su alcance. L a concepción antropologista y antropocentista de la tecnociencia consiste en entender y juzgar a esta última en términos antropológicos: dada u n a teoría del h o m b r e (ex- presamente o no), se considera y sitúa a la ciencia y la técnica en función de dicha teoría. «Para salvar nuestra ciencia y nuestra técnica, debemos primero salvar al hombre [...] rindiendo justicia a la natu- raleza humana» (L. M u m f o r d , Técnica y civilización, p. 13). E l antropologismo conlleva, evidentemente, la negación de la autonomía de la técnica, y ésta «no f o r m a u n sistema independiente c o m o el universo: para el antropologismo la técnica no existe más que c o m o elemento de la cultura humana» (ibíd., p. 18). E l antropologismo conlleva u n instrumentálismo: las técnicas son vistas como útiles y medios físicos que pro- longan, en mayor o m e n o r medida, los órganos naturales: «la interpretación filosófica más común a f i r m a que los úti- les y las máquinas son extensiones del hombre, proyec- ciones de sus órganos» (C. M i t c h a m , Types of Technology, p. 238). Las técnicas están al servicio del h o m b r e y le con- ceden su d o m i n i o sobre la naturaleza. «Ya hemos subrayado que este ideal progresista, bajo su f o r m a más popular y bajo la cual, además, persiste to- davía casi intacto, consiste en confiar en el valor y buen- hacer de los progresos técnicos acumulados (los de la i n - dustria y los del arte de curar) y, en pensar, según la opi- 34 nión general, que el origen de estos acelerados perfeccio- namientos está en el progreso científico. E l alma popular de nuestro tiempo ve el bien y el fin de todos los males en un aumento indefinido del poder del hombre sobre la natu- raleza» (E. Dupreel, Deux essais sur le progrés, pp. 48-49) L a visión del hombre «en conflicto con la naturaleza y dominándola» constituye «el elemento clave del industria- lismo, superideología donde m a r x i s m o y antimarxismo si- túan, u n o y otro, sus postulados» (A. Toffler, La tercera ola, p. 132). Hemos de advertir que esta superideología está hoy atacada desde numerosos flancos. La tercera ola es u n ejemplo inteligente de u n a de esas críticas en la que se invita a ver a la naturaleza como u n compañero y no como u n esclavo y en la que se apuesta por el desarrollo de las tecnologías blandas, la descentralización y la diver- sificación tecnológicas. Toffler pone «el acento sobre la simbiosis o armonía entre el h o m b r e y la tierra. E n esta obra la noción de hostilidad es sustituida p o r la de alian- za» (ibíd., p. 360). Así se ha desarrollado, bajo el efecto de la t o m a de con- ciencia ecologista, lo que puede parecer u n a descentraliza- ción. L a planetarización m i s m a de la técnica y de sus con- secuencias invita a t o m a r u n punto de vista sistemático y global en el que el pernio es la biosfera o la «Tierra» (hi- pótesis Gaia, de J. Lovelock) y n o el hombre. E. M o r i n indicaba, recientemente, la necesidad de u n copilotaje Na- turaleza-Hombre. Esta toma de conciencia implica u n a preocupación p o r la preservación de los equilibrios y d i - versidades biológicas. E n cualquier caso, lo más frecuente es que esta nueva actitud n o constituya u n abandono real del punto de vista antropocentrista. L a preocupación eco- logista está dictada por la exigencia de supervivencia de la especie humana. E l respeto a la naturaleza n o es u n respe- to absoluto a la naturaleza p o r ella misma, sino u n a nece- sidad que se impone con miras a asegurar la continuación y el futuro bienestar de la h u m a n i d a d sobre la Tierra. Así, debemos proteger a la naturaleza porque ésta es patrimo- nio común de la humanidad y no debemos dilapidarla des- consideradamente porque nos pertenece a todos. Resu- 35
  • 17. > rniendo, todos los imperativos relativos a la naturaleza son imperativos condicionales o técnicos, n u n c a categóricos: la vida hay que protegerla porque es el medio de superviven- cia y de progreso del hombre. Todo lo que se sigue de aquí no tiene sentido n i valor más que en función del h o m b r e y su futuro. E n realidad, n o se trata de u n a vuelta a u n a verdadera filosofía de la naturaleza o al sentido antiguo de la physis. E l antropocentrismo se revela más complejo y difícil de tratar de lo que parecía serlo en el siglo X I X e incluso durante la p r i m e r a m i t a d del X X . La naturaleza como patrimonio humano Ahora bien, ¿cuál es el status de la naturaleza en las diferentes declaraciones de los derechos del hombre? Se podría decir, en primer lugar, que esa naturaleza tiene al hombre como centro y que, administrativamente, se en- cuentra en una situación precopernicana en la que se man- tienen todas las aberraciones del geocentrismo traspasadas al derecho. En segundo lugar, parece que esta naturaleza está total- mente «humanizada» y, por tanto, totalmente politizada o, si se prefiere, juridizada si uno considera que el derecho es un progreso político. Esto se deduce muy directamente de la concepción antropocéntrica de la naturaleza. En tercer lugar, en fin, los únicos peligros que presenta la naturaleza resultan de las manipulaciones a las que el hombre la somete [...]. Dicho esto, y si se intenta describir a grandes rasgos el contenido de este «patrimonio común» se podría, quizás, entresacar dos características: por un lado, este patrimonio es inapropiable, por otro, es el único objeto de una gestión llamada «racional» [...]. Dicho de otro modo, la humanidad es la que adminis- tra este patrimonio común de la forma más racional; está animado por una razón económica universal, puesto que representa el género humano y, mejor aún, puesto que pre- tende revelar lo genuinamente humano. En último extremo, esta «Humanidad» apunta a ser el sujeto universal de la planificación económica mundial en la que la naturaleza sería, a fin de cuentas, el único objeto [B. Edelman y M.A. Hermitte, L'homme, la nature et le droit, pp. 135-140]. 36 ) 2. Amplitud y diversidad de l a evaluación antropologista Una interpretación corriente de la tecnociencia (que se puede remontar fácilmente a Descartes, y hasta a F. Ba- con) aproxima ciencia teórica y técnica como dos formas solidarias de la m i s m a voluntad de poder y d o m i n i o pro- pios de Occidente. L a ciencia teórica ofrecería u n dominio simbólico que se realizaría en la técnica, la cual procura u n d o m i n i o efectivo, físico, de lo real. La técnica, dominio humanista de la naturaleza Entender el mundo como un objeto de posesión y utili- zación humanos es un evento inaudito y enteramente nue- vo [...]. El hombre es visto como un ingeniero racional que clirige las fuerzas del cosmos y las explota. Descartes ha sido, así, el primero en concebir una relación fundamental- mente técnica del hombre con el universo [...]. El otro nombre que debe ser citado es el de Francis Bacon [...]. Éste proclamó como ideal científico de la modernidad la realización del aforismo: «Saber es poder», el método de las ciencias exactas [...]. Sus célebres palabras «natura pa- rendo vincitur», tienen un doble sentido que cabría subra- yar: A la naturaleza se la vence si se la obedece, se le debe pues obedecer si se la quiere dominar. La finalidad que Bacon asigna a la ciencia, al igual que Descartes, es la de mejorar las condiciones de vida, suprimir la necesidad, la preocupación y la miseria, en suma, permitir la prosperi- dad general de la especie humana. Bacon llegó a indicar una sugestiva fórmula para el progreso de las ciencias y las artes que haría de ellas el medio con el que extender las fronteras del dominio del hombre sobre la naturaleza, una extensión del regnum hominis [H.J. Meyer, Die Technisie- rung der Welt, pp. 51-53]. Pero u n perspectiva también antropologista, e igual- mente generalizada (y que se encuentra, p o r ejemplo, en algunos filósofos alemanes contemporáneos c o m o J. Ha- bermas y K.O. Apel), es la que tiende a señalar que la dis- tinción entre ciencia y técnica se debe a que éstas no res- ponden a los mismos intereses humanos (teórico y de co- 37
  • 18. nocimiento para la ciencia; práctico, de d o m i n i o y satis- facción de las necesidades, para la técnica). «La f o r m a más común de distinguir entre ciencia y tec- nología es la que se basa en los fines e intenciones: se dice que el conocimiento científico apunta a conocer el m u n d o , el conocimiento tecnológico a controlarlo y manipularlo» (C. M i t c h a m , Types of Technology, p. 257). «La distinción entre ciencia y técnica procede funda- mentalmente de que la p r i m e r a apunta al conocimiento, mientras que la segunda a la acción eficaz» (F. Russo, Science et technique, p. 1.112). L a evaluación antropologista de la tecnociencia está, pues, como vemos, extremadamente generalizada y reviste formas concretas m u y diversas, a veces antagónicas, yendo desde u n utilitarismo grosero centrado e n la satisfacción de las necesidades, hasta la idea de u n a realización final de la esencia del hombre gracias a la mediación de las técnicas y las ciencias. La ideología del Progreso — c u a d r o general del pensa- miento h u m a n i s t a — , desarrollada sobre todo a partir del Siglo de las Luces, «prolonga la utopía técnica en u n a v i - sión mesiánica» ( J J . Salomón, Science et politique, p. 47):1 gracias a los desarrollos tecnocientíficos, las necesidades más elementales, así como las demandas más elevadas (igualdad, justicia social, ocio, etc.), se satisfarán. El modelo tecnocientífico del progreso Lo que mantiene la confianza en el progreso universal en todos los espíritus del siglo xrx no es tal filosofía n i tal interés, ya que ninguna filosofía y ningún interés son co- munes a todos los partidarios de la doctrina: sino el hecho de que los progresos se acumulan e imponen a la vista de todos. E l optimismo popular se nutre del floreciente espec- táculo de progresos técnicos que cada década trae. Todos coinciden en reconocer que la fuente común de este pro- greso es la ciencia indefinidamente acrecentada y perfeccio- nada. El progreso constante del conocimiento científico au- menta indefinidamente el poder del hombre sobre la natura- leza; el progreso teórico entraña el progreso práctico. Los 38 ciudadanos perciben y aclaman a este último, principal- mente bajo dos formas: una, el maqumismo, donde la evi- dencia del crecimiento del poder es tan grande; otra, en el caso la medicina, donde se evidencia su valor para lo que es perentorio [...]. En resumen, es el espectáculo de los progresos técnicos unidos al del saber, lo que mantiene la confianza en la idea del progreso indefinido, como fue la evidencia de los progresos técnicos lo que dio a los pen- sadores del Renacimiento los medios para concebir e im- poner la doctrina [E. Dupreel, Deux essais sur le progrés p. 40]. Verdadero lugar común (en sentido n o peyorativo) del pensamiento contemporáneo, la evaluación antropocen- trista se afirma todavía en los «Estados Generales de la Ciencia» (1982) de los que F. Gros resumía así su inten- ción: «Tender el puente que ponga a la ciencia al servicio del hombre». Este es el núcleo de obras clásicas como Téc- nica y civilización de L. M u m f o r d : «someter la técnica a fines humanos» (p. 18) es la base de u n o de los pilares fundamentales del h u m a n i s m o reinante. H a y que recono- cer que la concepción antropologista e instrumentahsta se sugiere espontáneamente p o r la asimilación tradicional de técnica a medios, de los que el hombre sería la fuente ra- cional y el beneficiario natural. E l antropocentrismo es el hogar de u n tipo de filosofía general de la técnica que se desarrolló en EE.UU. (cf. la serie «Research i n Philosophy a n d Technology» dirigida por P. Durbin, s i n duda la más importante en el dominio de expresión de la «Society for Philosophy a n d Techno- logy») y en Alemania (Lenk, Rapp, H u n i n g , autor de la V D I [Verein Deutsche Ingenieure]) bajo la forma de u n vasto pragmatismo. Inmediatamente ligado con éste, la concepción antropologista inerva lo que los americanos llaman el «Technology Assessment»: la evaluación antici- pada de los progresos técnicos para orientarlos mejor y dirigirlos más seguramente hacia ciertos proyectos socia- les o humanos.2 Están también enmarcadas en u n utilita- rismo de pocas miras las tecnologías denominadas punta. U n ejemplo, m u y actual, es el de las biotecnologías, espe- 39
  • 19. cialmente las manipulaciones genéticas e n donde la mayor parte de las justificaciones expuestas son, casi exclusiva- mente, de tipo socioeconómico o terapéutico. U n ejemplo de ello sería la carrera alimenticia: «una vaca de 500 k g fabrica alrededor de medio kilo de proteí- nas en 24 h [...]. 500 k g de bacterias (reprogramadas y controladas, G.H.) producirían de 5 a 50 toneladas de pro- teínas» (M.A. d'Adler y M . Allain-Regnault, L'avenir de la biólogié)? Otros ejemplos similares pueden ser la mejora de la agricultura gracias a la solución del p r o b l e m a de la fija- ción del nitrógeno atmosférico; el uso de bacterias des- contaminantes; la explotación de bacterias enriquecidas con genes de organismos superiores para p r o d u c i r indus- trialmente moléculas terapéuticas (insulina, p o r ejemplo); la mejora de razas de crianza y, ¿por qué no?, de la es- pecie h u m a n a : eugenesia, negativa y positiva,4 m u e s t r a n esa óptica de mejora de la h u m a n i d a d gracias a l a tecno- ciencia. La manipulación genética utilitaria Todavía nos separan decenas de años del día en el que los padres se dirijan al supermercado genético para com- prar allí genes a su elección. La mayor parte de los rasgos que a los padres les gustaría ver manifiestos —inteligencia, dones, color del pelo, talla del busto, personalidad, forma de la nariz, probabilidad de vivir mucho tiempo— no se encuentran en un solo gen. Son el resultado de la interac- ción de numerosos genes (sin contar la interacción con el ambiente después del nacimiento) [...]. Sin embargo, los progresos ya conseguidos son de un interés considerable para la humanidad. Los sabios esperan, gracias a nuevas bacterias, estar en condiciones de crear fabricas bioquími- cas que produzcan, por ejemplo, anticuerpos o antibióti- cos. De hecho, muchos investigadores ya han pedido la pa- tente comercial de algunos de sus descubrimientos. Una de las posibilidades que parece interesarles particularmente es la de fabricar bacterias capaces de estimular el crecimiento de los cereales. Esto permitiría reducir el consumo de abo- nos raros y costosos. Uno de los investigadores de la Ge- 40 ) neral Electric esperaba poder crear un organismo capaz de extraer metales preciosos de materiales de desecho [V. Packard, Lhomme remodelé, p. 226]. «Un microorganismo se convierte en u n a minifábrica trabajando para los hombres.»5 «Reprogramar a los micro- bios para hacerles producir las substancias útiles para la sociedad» (L'avenir des biotechnologies vu de Washington).6 Este utilitarismo llega a t o m a r las formas más materia- listas y brutales de la razón económica y comercial. Tam- bién lo vivo manipulado —«las nuevas formas de vida»— pueden llegar a patentarse como cualquier otra invención o innovación técnicas. E l mercado —expresión del hombre y sus necesidades— se introduce en la tecnociencia hasta en sus avances más audaces (cf. M.A. Hermitte [ed.], L'homme, la nature, le droit). 3. Ambivalencia de l a evaluación antropologista Sin embargo, la evaluación antropologista n o tiene por qué ser necesariamente positiva: la ideología del progreso h u m a n o p o r el progreso tecnocientífico n o reina sin divi- siones. Desde el Siglo de las Luces existen pensadores —de forma ejemplar J J . Rousseau— que proponen concepcio- nes del h o m b r e en las que las ciencias y las técnicas apare- cen como contrarias a la naturaleza y a los fines del h o m - bre, y debido a las cuales la h u m a n i d a d padece más incon- venientes que beneficios. E n algunos aspectos, los movi- mientos ecologistas y fundamentalistas contemporáneos muestran también u n naturalismo antitecnocientífico. El antropologismo negativo: la «Kulturkritik» alemana La «Kulturkritik» alemana se opone a la técnica con un no insistente. Explotación y pérdida de la libertad del hom- bre (F.G. Junger), despersonalización (HJ. Meyer) y atro- fia de la consciencia (G. Anders), apatridia y olvido de la tradición (K. Jaspers), educación de masas y pobreza (F.G. Junger) desmesura (Z.B.R. Dvorak) y un, cada vez menor, respeto por lo establecido: esto es lo que, junto a otros 41
  • 20. males, se ve como el aspecto negativo de la «era de la téc- nica» y lo que la propia técnica trae. Ésta se hace inhuma- na y se la presiente como una amenaza. La «Kulturkritik» tiene, sin duda alguna, una larga tradición filosófica; su forma actual está determinada por el idealismo alemán y por la filosofía de la existencia. Esa es la razón por la cual es, además de un fenómeno filosófico, también un fenóme- no literario [...]. Como centro de la argumentación están los reproches, según los cuales la técnica deja al hombre sin hogar y sin base, lo despersonaliza y lo funcionaliza (lo que entraña una pérdida de libertad) y saquea la naturale- za [ H . Stork, Einfuhrung in die Phillosophie der Technik, pp. 80-81]. E n su obra, Technology and the Future, E. S h u u r m a n evidencia l a división que existe en la opinión filosófica con- temporánea acerca de la cuestión de la tecnociencia. Por u n lado, hay pensadores que como F.G. Junger, H.J. Meyer o M . Heidegger7 ven en la técnica u n extravío mayor de la humanidad, la marca de u n a profunda alienación de la l i - bertad y la dignidad humanas; por otra parte, los hay quie- nes c o m o N . Wiener, G. Klaus o K. Steinbuch ven en el progreso tecnocientífico el incremento del d o m i n i o del h o m b r e sobre la naturaleza y la condición de su liberación. «Progresistas» y «apocalípticos» La inexistencia de conceptualizaciones y objetividad que caracterizan, generalmente, las negligencias de la filo- sofía en relación a la técnica, determina puntos de vista sumarios y arcaicos que, dicho muy simplemente, definen dos «escuelas»: los «progresistas» afirman, como u n acto de fe, el valor que la técnica tiene para el ser humano y sueñan con la reconciliación final con una naturaleza reencontrada, donde el trabajo solitario de las máquinas permitiría el ocio del hombre; los «apocalípticos» recalcan, a cual más, el mito del aprendiz de brujo creador de algo que le domina; predicen y avisan una catástrofe que acaba- ría, al final, siendo un sacrificio. Por simplistas que sean, estas tesis cristalizan los desarrollos intelectuales contem- poráneos. A su vez, resumen los obstáculos básicos que han de combatirse y, sobre todo, muestran, por sí mismas, 42 # la falta de una búsqueda filosófica auténtica, preocupa- da por el rigor y la objetividad (J.C. Beaune, La technolo- gie, p. 7). Huida adelante y nostalgia del pasado Podemos ya prever, en m i opinión, el conflicto de acti- tudes que decidirá nuestro futuro. Por un lado, veo a los que piensan que pueden hacer frente a nuestra crisis, si no de un plumazo, al menos sin mucha dificultad. Yo les lla- mo los partidarios de la huida hacia adelante. Por otro lado, se encuentran aquellos que, en demanda de un nuevo estilo de vida, buscan retornar a ciertas verdades básicas acerca del hombre y su universo. Les llamo los nostálgicos del pasado. Admitamos que los partidarios de la huida adelante, como el diablo, cantan los mejores refranes, o al menos, los más populares y familiares. Uno no puede que- darse en punto muerto, dicen ellos. Hacerlo significa ir marcha atrás. Hay que ir hacia adelante. No hay ningún mal en la tecnología moderna, únicamente es incompleta en la actualidad; completémosla. Se podría citar a Sicco Mansholt, uno de los más eminentes portavoces de la Co- munidad Económica Europea como representante típico de este grupo. «Aún más, más lejos, más rápido, más rico —dice él—, tales son los imperativos de la sociedad con- temporánea.» Y, según él, debemos ayudar a la gente a adaptarse, «pues no hay otra solución» [...]. ¿Qué decir del otro punto de vista? Reúne a gentes firmemente convenci- das de que el desarrollo tecnológico ha tomado un mal giro y que hay que devolverlo al buen camino. La expre- sión de «nostálgico del pasado» tiene, claramente, una connotación religiosa. En efecto, decir «no» a las modas y fascinaciones de la época, y poner en cuestión los presu- puestos de una civilización que parece destinada a con- quistar el mundo entero, requiere una buena dosis de co- raje. No se puede sacar la fuerza necesaria más que de profundas convicciones. Si no se la sacara más que de un simple temor al futuro, correría el gran riesgo de desvane- cerse en el momento decisivo [E.F. Schumacher, Small is beautiful, pp. 161-163]. También el antropologismo guía la concepción marxis- ta de la técnica. K. M a r x tiene el mérito de haber sido el 43
  • 21. ) primero en colocar el d o m i n i o técnico en el centro de la atención filosófica, t a l c o m o muestra K. Axelos en Marx, penseur de la technique: «Este pensamiento parte del análi- sis y crítica de la alienación del ser del h o m b r e [...] y hace posible, en fin, la satisfacción plena de las necesidades vitales, el reino de la abundancia, el m u n d o de la trans- parencia de todo lo que es y se hace. Esta (reconcilia- ción significa: conquista del m u n d o p o r y para el hombre, despliegue i l i m i t a d o de las fuerzas de la técnica» (vol. I , pp. 8-9). E l marxismo contemporáneo retoma esta idea de u n a «redención tecnológica» pero invocando a las técnicas pun- ta como, p o r ejemplo, lo es la cibernética para G. Klaus. «A los ojos de Klaus, la idea de K. M a r x de " u n reino de la libertad" parece realizable sin obstáculos, gracias a las po- sibilidades de la cibernética. Klaus pensaba que era posi- ble, dado u n sistema cibernético, llegar a u n a síntesis de la regulación social y de "libertad" humana» (E. Schuurman, Technology and the Future, p. 311). La tecnociencia, motor de la historia Viendo la técnica, la actividad práctica y sensible como el motor del desarrollo histórico de la humanidad y de la transformación de la naturaleza en material del trabajo so- cial, y viendo la técnica más desarrollada, esto es, la indus- tria, como lo que prepara la desalienación del hombre, la liberación de su actividad (si bien en el presente remata la alienación), la satisfacción de la totalidad de sus necesida- des naturales, humanas y sociales, Marx asocia indudable- mente la técnica y la ciencia; la técnica productiva e indus- trial es incluso inseparable de la técnica científica [...]. Con- siderando la creencia como uno de los modos particulares de la alienación, de la fundamental y de la ideológica, que derivan de la ciencia, Marx no parece destinar a ésta a la supresión, como sucede con la política, el Estado, la re- ligión, el arte y la filosofía. La creencia, ligada a la técni- ca, constituida en tanto que saber que reposa sobre u n ha- cer, puede sobrevivir al paso de todas las formas de aliena- ción [...]. En la productividad absoluta, la actividad práctica, la praxis transformadora —en una palabra, en la técnica—, 44 ) se confunden naturalismo, humanismo, socialismo-comu- nismo. La técnica no se reduce a las máquinas y a la pro- ducción industrial limitada. La técnica, al contrario, es la fuerza motriz de la historia, el poder que transforma la naturaleza en historia, el motor del movimiento de la his- toria universal [K. Axelos, Marx, penseur de la technique, vol. n , pp. 66; 259]. L a técnica encuentra así u n lugar en cada gran filosofía de la Historia: mediante ésta se favorece o se contrarresta la realización de los fines últimos del H o m b r e y de la His- toria. Todas estas escatologías, más o menos laicaizadas, giran alrededor de imágenes antropológicas diversas, a menudo vagas, que van desde la representación del h o m - bre liberado de la mayor parte de sus necesidades natura- les (eventualmente bucólicas) a la imagen de u n a humani- dad «tecnopoética», artista y lúdica, pasando p o r la ima- gen de u n a sociedad libremente comunicativa en la traspa- rencia de la relación c o n otras. Pero el p u n t o fundamental del cambio que se ha pro- ducido en la evaluación antropologista de la tecnociencia, sea positiva o negativa, es que todo sucede como si se dispusiera de la respuesta a la pregunta «¿qué es el h o m - bre?» y como si sobre la base de esta respuesta se pudiera concluir lo que es conveniente hacer y n o hacer, aceptar como posible salvación o rechazar c o m o posible extravío. Y la vaguedad de las concepciones y escatologías h u m a - nas no constituye aquí u n handicap. Esta imprecisión no impide en absoluto —¡al c o n t r a r i o ! — ser taxativamente afirmativo ante preguntas concretas. S i n embargo, como veremos en los capítulos siguientes, la tecnociencia, lejos de decirnos lo que es el hombre, n o deja de recordarnos, introduciéndolo en el seno de la evolución, que debería aparecemos, h o y más que nunca, c o m o u n enigma abier- to y solidario c o n el enigma m i s m o de la evolución cós- mica, c o m o u n ser en devenir, haciéndose, inventándose y reinventándose sobre el fondo de u n futuro radicalmente inanticipable. 45
  • 22. 4. L a politización de l a tecnociencia U n aspecto particularmente importante y espectacular del antropologismo reinante es la politización de la tecno- ciencia. H a y que entender a la vez, dentro de esto, la servi- d u m b r e de la tecnociencia al poder político y la interpreta- ción de aquella como u n conjunto de fenómenos cuyo sen- tido y alcance se revelarían del análisis y de la filosofía políticos. «Poco i m p o r t a el modo en que caractericemos la tecno- logía [...], es del todo evidente que los males en las socie- dades capitalistas avanzadas y en las sociedades socialistas burocráticas provienen del uso de la técnica y que el al- cance de estos males es, prioritariamente, u n problema político (K. Nielsen, Technology as Ideology, p. 131). «Es u n error pretender, como Galbrait y otros autores h a n he- cho, que el orden tecnológico es autónomo y toma cuerpo p o r sí m i s m o . Más bien es, en u n a medida considerable, una creación de los intereses de la clase dominante y su autonomía, u n a mistificación ideológica» (ibíd., p. 145). Nada de técnica «en sí» Seguramente es una simpleza decir que cualquier pro- ducto técnico no está ligado a unos valores. Naturalmente se puede utilizar un martillo para clavar un clavo o para matar, y la energía nuclear con fines pacíficos o bélicos. Pero hablar así de la técnica es síntoma de una abstrac- ción inadmisible ya que se la haría enteramente ahistórica. Todo producto técnico debe servir para determinadas ne- cesidades, cumplir funciones específicas, concretar deter- minadas perspectivas, cuando éstas sean, incluso, las del juego. Ahora bien, ¿de quién son esas necesidades, quién define las funciones, quién formula las perspectivas? El hombre como ser individual y colectivo a u n tiempo, crea y utiliza todos los constructos técnicos para fines puestos por él y no es posible hablar de técnica sin hacer mención a todo este conjunto. Aquellos que afirman que la «técnica en sí» es neutra desde el punto de vista de los valores olvi- dan preguntarse si conocemos lo que de forma general se denomina una «técnica en sí». Ésta existe tan poco como 46 existe un hombre en sí o un arte en sí. Todas las cosas relevantes de la técnica han sido creadas para un uso y este uso no sigue fines abstractos o ahistóricos, sino fines determinados en el seno de conjuntos individuales y socia- les descriptibles [K. Tuchel, citado por A. Huning, Das Schaffen des Ingenieurs, pp. 27-28]. J.J. Salomón entiende que esta politización de la tecno- ciencia es u n destino necesario y que se inscribe, de lleno, en la concepción moderna de la ciencia y la técnica bajo las categorías de poder-hacer y d o m i n i o instrumental de la naturaleza. «Las relaciones que se h a n trabado entre ciencia y po- der desde mediados de este siglo estaban inscritas en el inicio y en la naturaleza m i s m a de la ciencia moderna. [...] Al concebir la naturaleza bajo el horizonte m i s m o de la instrumentalidad, la ciencia se condenaba a n o ser más que u n instrumento» (J.J. Salomón, Science et politique, pp. 19-20). «La ciencia se realiza como técnica en medio de otras, ésta es manipulación de fuerzas naturales bajo el horizonte de decisiones políticas» (ibíd., p. 26). L a aclaración última de este horizonte político debería surgir, evidentemente, de u n a antropología filosófica sobre cuyo fondo la unión ciencia-técnica y la primacía de la técnica se confirmara. Se sabe que la tecnocracia es la forma más específica de la complicidad entre tecnociencia y poder que muchos coinciden en identificar como el mayor peligro y tentación del Occidente tecnocientífico. Tecnocracia Podemos denominar tecnocracia al ejercicio del poder de decisión y organización (en el ámbito de la economía, la industria y el comercio, el Estado o la gran empresa) de un pequeño grupo de hombres de formación técnica que aceptan la disciplina jerárquica y están, generalmente, co- locados bajo la autoridad de un jefe. El poder tecnocrático no tiene su origen ni en una delegación de poderes de tipo democrático ni en la herencia, sino en la elección que rea- 47
  • 23. lizan los gobiernos políticos, si se trata de ia tecnocracia de Estado, o en los elementos dirigentes de la firma (capi- talistas influyentes, directores, etc.), si se trata de la tecno- cracia de empresas. Como escribió André Siegfried «nos alejamos de la democracia del siglo xvin: el dirigismo im- perioso, de la época conlleva la apropiación técnica en lu- gar de la delegación [J. Billy, Les techniciens et le pouvoir, P- 14]. El fin tecnocrático de la democracia Según la concepción tecnocrática, la política acaba convirtiéndose en una técnica social que descansa sobre conocimientos sociofísicos y a la que corresponde el nivel «meta» de la teoría: una tecnología social. Esta concepción de la sociedad como una máquina que hay que considerar científicamente convierte a la política, en tanto que activi- dad específica del hombre, en redundante ya que, por una parte, la meta está dada, a saber, la satisfacción de las ne- cesidades y el desarrollo de las capacidades y, por otro lado, la realización de esa meta no es más que un mero problema científico y de organización. La dominación en este sistema se expresaría como la obediencia de los no competentes a las diferentes competencias reales [...]. «Esto significa que se ha producido un cambio que permi- te la construcción de una civilización científico-técnica donde la relación de dominio pierde su antigua dimensión de poder de unas personas sobre otras. En lugar de leyes y normas políticas se crea una legalidad fundada en las co- sas, propia de la civilización científico-técnica, y que no puede establecerse n i en forma de decisiones políticas ni comprenderse como una normativa enraizada en esas con- cepciones y visiones del mundo. Así, la idea de democracia pierde también, de alguna forma, su substancia clásica; en lugar de una voluntad política del pueblo, surge una legali- dad efectiva que el hombre produce como ciencia y traba- jo» [H. Schelsky, Der Mensch in der Wissenchafilichen Zivi- lasation]. [...] El estado técnico substrae a la democracia su substancia porque las decisiones y conclusiones tecnocien- tíficas no pueden apoyarse en ninguna expresión de la vo- luntad. En muchos casos, las situaciones en las que hay que tomar una decisión, no pueden administrarse intelec- tualmente a partir de la capacidad de juzgar racionalmente propia del entendimiento humano ordinario ni a partir de la experiencia ordinaria de la vida, de manera que sólo es necesario más información y saber tratarlas científicamen- te, sin que las decisiones públicas se perciban apenas. So- bre esta concepción, Schelsky puede afirmar [...] su idea de que los sistemas fundados en las más diversas ideologías se hacen cada vez más parecidos. Está convencido de que el uso, cada vez mayor, de la ciencia y la técnica, con inde- pendencia de las visiones circundantes del mundo, entraña el advenimiento del estado técnico en el que ya no se ejer- ce u n poder sobre las personas, sino en el que se da sólo una gestión efectiva y organización de los procesos socio- económico-técnicos [A. Huning, Das Schaffen des Inge- nieurs, pp. 125-129]. L a pseudo-tecnocientificación de la política que com- porta la tecnocracia n o excede, generalmente, el antropo- centrismo. L a sociedad tecnocrática es u n pariente m u y allegado de la utopía (que se desarrolla precisamente a partir del siglo XVI y x v n y de la cual La nueva Atlántida de F. Bacon constituye u n a de las primeras ilustraciones). Qué es u n a utopía si n o la representación, el «plan» de una sociedad perfecta donde, gracias a los medios creados por la razón instrumental (es decir, especialmente median- te las ciencias y la técnica), la h u m a n i d a d habrá, en fin, alcanzado o actualizado su esencia y alcanzado u n a estabi- lidad funcional feliz y definitivamente cerrada. Utopía y Tecnocracia proponen u n a «solución final» para la huma- nidad en cuyo seno la democracia n o tiene n i lugar n i ra- zón de ser. E n conclusión, la tecnociencia queda reducida en la concepción antropologista a u n mero conjunto de medios e instrumentos, subordinados a la realización de fines o a la satisfacción de ciertas necesidades explicitadas en u n a cierta teoría del hombre. N o se plantea ningún problema ético específico, es decir, diferente de la problemática ge- neral de los medios y fines bajo la cual se colocaría como conjunto determinado de medios. L o esencial del debate se centra entonces en las necesidades y metas que h a n sido satisfechas o estimuladas p o r la tecnociencia. Esta es la 49
  • 24. razón p o r la que muchas obras relativas a la técnica se encuentran en realidad confinadas a la exposición y crítica de las concepciones del hombre, proyectos sociales y con- sideraciones políticas, como si la tecnociencia no constitu- yera también u n fenómeno lo suficientemente autónomo y específico c o m o para plantear preguntas propias e irreduc- tibles a otras. NOTAS 1. A menudo se ha señalado el carácter de religión laicaizada que posee la doctrina materialista y racionalista del Progreso, a la vez que se ha denunciado su finalismo vago y mitológico. «Con la llegada del racio- nalismo la creencia en la técnica acaba convirtiéndose en u n a religión materialista. L a técnica es eterna e inmortal, como Dios Padre. Salva a la Humanidad, como Dios Hijo y, nos ilumina como el Espíritu Santo. S u adorador es el snob progresista de los tiempos modernos desde L a Mettrie hasta Lenine» (O. Spengler, L'homme et la technique, París, Gallimard, 1958, Idees, p. 148). «Llamamos Progreso al camino sobre esas vías: era el gran slogan del precedente siglo. L o s hombres ven ante ellos la historia, como u n a gran arteria en la que, bravamente y siempre "adelante", desfila la "humanidad" [...]. Pero ¿hacia dónde va? Y ¿durante cuánto tiempo? Para llegar ¿adonde? E r a u n poco ridículo ese camino hacia el infinito y a lo infinito, hacia u n objetivo en el que los hombres no pensaban se- riamente o que no se representaban con claridad, incluso, a decir ver- dad, que no se atrevían a examinar: pues u n objetivo es u n fin» (ibíd., pp. 47-48). 2. V e r Derian y Staropoli, La technologje incontrolée?, París, P U F , 1975, pp. 15, 29-30, passim. «El Technology Assessment trata de conside- rar conjuntamente la interrelación entre tecnología, sociedad y medio a m - biente. E n la fase de investigación, todos los grupos sociales interesados se asocian al trabajo. E n otras palabras, se trata de tener en cuenta todos los efectos probables de las nuevas tecnologías, lo que comprende tam- bién sus implicaciones sociales.» Idea próxima a la anterior el «Risk Assessment», aunque éste tiene u n carácter más político: «se trata de u n examen político acerca del riesgo, examen que puede conducir a la con- clusión de que "no hacer nada" es preferible a correr el riesgo» (A. J a u - motte, «L'Université face á la science et la technique en accusion», Les cahiers du Centre J. Georgin [marzo 1980]). 3. Science et Avenir (abril 1979). 4. L a eugenesia negativa y terapéutica no trata de mejorar las capaci- dades normales del hombre para convertirlo en u n «superhombre» (como es el caso de la eugenesia positiva), sino sólo de suprimir los defectos 50 genéticos (enfermedades hereditarias, accidentes genéticos, etc.). No obs- tante, la frontera entre ambos tipos de eugenesia es engañosa. 5. Sciences et Avenir (abril 1979). 6. Sciences et Technique (abril-mayo, 1979). E l trabajo realizado por F. Gros, F . Jacob y P. Royer, Sciences de la vie et société, París, Seuil, 1979, Points, contiene una m i n a de ilustraciones (especialmente, pp. 195 ss.). 7. Hay que hacer notar que la posición de Heidegger sobre la tecnolo- gía no es simplemente negativa, sino profundamente ambivalente. Ade- más, Heidegger no tiene u n a actitud antropocentrista respecto de la técni- ca. S u pensamiento es irreductible al antropocentrismo reinante en la m a - yor parte de la filosofía contemporánea.
  • 25. CAPÍTULO I I I T E C N O C I E N C I A Y M A N I P U L A C I Ó N D E L A N A T U R A L E Z A H U M A N A Quizás, no quede lejos el momento en que se diga: «Mi hipotálamo se baña en luberina» en lugar de u n simple «Os amo». Esto no es más que una ocurrencia. J . D . VlNCENT No puedo saber si existe u n muro, la natura- leza humana, contra el que l a técnica se rom- pe los dientes [...]. E l dilema entre hombre y naturaleza no es suficiente para fundamentar una crítica a la técnica y no es sino u n con- trapunto a la omnipotencia técnica. J . E L L U L U n a meta o, al menos, u n a posibilidad, surge de la revolución biomédica: la reconstrucción del hombre y no simplemente «un cambio en la forma de pensar, por el pensamiento». D . J . R O Y Si el hombre h a de moderar su actividad tecnocientífi- ca, es indispensable que él no se vea afectado por aquello mismo que mide. A h o r a bien, la tecnociencia ha adquirido y aumentado su poder para modificar y manipular la Na- turaleza y la naturaleza humana. Ofrece posibilidades f u - turas y u n a visión de futuro, siguiendo las cuales el h o m - bre y el m u n d o natural son radicalmente transformables. Los límites de la perspectiva instrumentalista de la técnica Las determinaciones antropológicas, hasta aquí satis- factorias, se han convertido en insuficientes respecto a la técnica moderna: una serie importante de antropólogos-fi- 53
  • 26. lósofos de la última generación como P. Alsberg, M. Sche- ler, Ortega y Gasset, W. Sombart, A. Gehlen, etc., entien- den que la esencia de la técnica se halla en el hecho de qué el hombre la ha desarrollado como prolongación de sus órganos con el fin de paliar sus propias insuficiencias or- gánicas. Esta tesis de la técnica como «suplemento orgáni- co» [...] no define la esencia de la técnica moderna ya que presupone una relación hombre-mundo en la que el hom- bre, dotado de órganos-herramientas, se encuentra frente a la naturaleza, la domina y explota [...]. Frente a aquélla (es decir, frente al comportamiento instrumentalista en rela- ción a la naturaleza) se da la relación entre el hombre y la realidad técnicamente producida [...]. Este mundo técnico es, en esencia, construcción y comprensión del hombre mismo [...]. Dios ha creado la tierra, el agua, los árboles, los animales, en suma, la Naturaleza; pero el hombre ha creado los ferrocarriles, las carreteras, los aviones y la ra- dio, los spoutniks y la organización de partidos; en la civili- zación técnica el hombre se descubre a sí mismo como invención científica y como obra técnica. Por tanto, de he- cho, una nueva relación del hombre con el mundo y con él mismo se ha instituido, extendiéndose sobre la Tierra, con la civilización técnica [H. Shelsky, Auf der Suche nach Wirklichkeit, pp. 456-457]. E n lugar de u n simple medio o herramienta — « Y a que ante todo l a técnica moderna no es u n a herramienta y n o tiene nada que ver con herramientas» ( M . Heidegger, Nur ein Gott kann uns noch retten)— la técnica es ya el medio, el microcosmo planetario, en constante evolución, en el que pasamos del nivel más concreto (el confort doméstico, por ejemplo) al más abstracto (las últimas informaciones sobre la expansión y origen del universo, p o r ejemplo; i n - formaciones conseguidas y difundidas gracias a la técnica). 1. Manipulación de l a naturaleza: h a c i a el tecnobiocosmos ^ L a tecnociencia transtorna, hace estallar, física y con- ceptualmente, el m u n d o y el orden llamado natural.^Esto 54 puede ilustrarse c o n algunos ejemplos tomados de la lite- ratura científica.1 —*' Se utiliza técnicamente lo vivo, o parcelas de lo vivo, como instrumentos para producir, por ejemplo, seres vivos sin precedentes (uso de plásmidos como «vectores genéticos», es decir, herramientas de comunicación y transferencia de genes; uso de enzimas de restricción como escalpelos genéticos y de enzimas ligasas para soldar ADN) y se entiende conceptual y materialmente lo vivo, m i c r o y macroscópico, como máquinas o fábricas para captar, transformar y p r o d u c i r energía y para cincelar mo- léculas complejas, etc. y- «La célula funciona de m o d o similar a como lo hace una fábrica química en m i n i a t u r a y automatizada [...] [gracias a la cual] las pequeñas moléculas son producidas átomo a atómo» (F. Gros, et. al, Sciences de la vie et socié- té, p. 27). «La bioconversión establecerá su éxito sobre el descu- brimiento e invención de plantas más eficaces para trans- formar la energía solar» (ibíd., p. 96). —^Inversamente, se conciben máquinas futuras como seres vivos que puedan evolucionar. «En efecto, llegará u n día, quizás, en que educaremos a nuestras máquinas ^(A. Toffler, Le choc du futur, p. 222).^Con esto sueñan las re- cientes investigaciones relativas a los biotransistores con -^semiconductores moleculares, en el campo de los ordena- dores químicos o biológicos, que utilizan las propiedades lógicas de las macromoléculas sintetizadas p o r medio de la ingeniería genética, asistida p o r ordenador.5 Así, el círcu- lo se cierra: la cibernética hace posible la manipulación más delicada del ser vivo lo que, a su vez, hace posible una nueva generación cibernética, en el sentido casi pro- pio de «generación».2 — * S e m o d i f i c a n totalmente los modos de reproduc- ción natural: el caso extremo es la clonación, practicada ya en mamíferos (con clones de ratones en Genova) y peces Á — -Se mezclan especies naturales con el fin de explorar e inventar técnicas de hibridación o quimeras ^(por ejem- plo, células híbridas de ratones y hombres a las que pro- 55