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El túnel
Cap. I
Soy Juan pablo Castel, el pintor que mato a mira Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no
se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
La frase “todo tiempo pasado fue mejor” no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que la gente las echa
en el olvido. Yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que
“todo tiempo pasado fue peor”, si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado.
En lo que a mí se refiere, debo confesar que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad,
liquidando a seis o siete tipos que conozco. Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración.
Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejo de hambre y
entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva.
Cap. II
No sé si ya dije que voy a relatar mi crimen. Conozco bastante bien el alma humana para prever qué pensarán en la
vanidad. Piensen lo que quieran: me importa un bledo; la opinión y la justicia de los hombres. Supongan, pues, que
publico esta historia por vanidad. De la vanidad no digo nada: creo que nadie está desprovisto de este notable motor del
Progreso Humano.
Cuando era chico me desesperaba la idea de que mi madre muriera algún día, no imaginaba que mi madre pudiese tener
defectos. Ahora que no existe, debo decir que fue tan buena como puede llegar a serlo un ser humano. Sin embargo no
relato esta historia por vanidad, me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme. AUNQUE SEA
UNA SOLA PERSONA.
Podría hablar hasta el cansancio y a gritos ante una asamblea de rusos y nadie me entendería. ¿Se dan cuenta de lo que
quiero decir?
Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que mate.
Cap. III
Todos saben que mate a María Iribarne Hunter, pero nadie sabe como la conocí, que relaciones hubo exactamente entre
nosotros y como fui haciéndome la idea de matarla.
Presente un cuadro llamado “Maternidad”, en el Salón de Primavera de 1946, en Buenos Aires. Todo el mundo pasaba y
miraba el cuadro pero no se fijaban en una pequeña ventanita que había arriba a la izquierda del cuadro, en la cual
había pintada una mujer que miraba al mar, solo se fijaban en la imagen de primer plano, porque creían que ese
pequeño detalle solo era un adorno.
Una mujer paso y miro el cuadro, pero a diferencia de las demás personas se fijo en esa escena de la ventanita, después
de un rato desapareció entre la multitud, yo vacilaba entre un miedo invencible y un angustioso deseo de llamarla. Sin
embargo cuando desapareció me sentí irritado, infeliz, pensando que podría no verla más, perdida entre habitantes
anónimos de buenos aires.
Volví a casa, nervioso, descontento, triste. Hasta que clausuro el salón, fui todos los días y esperaba cerca para
reconocer a las personas que se paraban frente a mi cuadro. Pero no volvió a aparecer. Durante los siguientes meses
solo pensé en ella y en la posibilidad de volver a verla. Solo pinte para ella.
Cap. IV
Una tarde, por fin, la vi por la calle. Caminaba por la otra vereda, como quien tiene que llegar a un lugar definido a una
hora definida. Sentí una indescriptible emoción, imagine tantas cosas, que al verla no supe que hacer. La muchacha por
lo visto, solía visitar salones de pintura.
Creo haber dicho que soy muy tímido; por eso había pensado y repensado un probable encuentro y entablar una
conversación a propósito de algunos de los cuadros. Después de examinar esta posibilidad, la abandone. Yo nunca iba a
salones de pintura. Diré antes que nada, que no me gustan los grupos, sectas, cofradías, gremios y cosas por el estilo.
Tampoco la jerga y la vanidad de estos grupos, de creerse superiores al resto. Tomo el ejemplo que se me ocurre en este
momento: el del Doctor Prato. Tiene mucho talento y lo creía un verdadero amigo.
Un día Prato me invito a una fiesta de una sociedad a la que el pertenecía: la Sociedad Psicoanalítica. Allí había una gran
calidad de gente, pero decidí salir a la calle. Allí pensé que los grupos que menos me gustaban eran los de pintores, por
culpa de los críticos ya que ellos solo critican sin saber cómo se pinta un cuadro, como si una persona que no ha llegado
a tocar un bisturí le critique el trabajo a un cirujano. Lo mismo pasa con la pintura.
Cap. V
Debía descartar, pues, la posibilidad de encontrarla en una exposición. Podía suceder, que ella tuviera un amigo que a su
vez fuese amigo mío. En ese caso, bastaría con una simple presentación. Pero luego descarte esta posibilidad, encontrar
un amigo suyo era tan difícil como encontrarla a ella misma. Luego pensé en otra posibilidad, el encuentro con María en
la calle, pero lo malo es que había un problema ¿Quién iniciaría la conversación? soy muy tímido, e incapaz, entonces
solo me quedaba una posibilidad: que ella iniciara la conversación.
Durante varios tiempos me imagine encuentros, en los que, ella iniciaba la conversación y a partir de eso yo continuaba.
Pero el problema estaba en que ella, empezara preguntándome por algo tan alejado como el arte o sobre la impresión
que le había causado mi ventanita.
Una noche llegue a la conclusión: era imposible que yo tomara la iniciativa, y aun más difícil que si ella la tomara, fuera
a preguntar por mi cuadro.
Cap. VI
Al verla caminar por la vereda de enfrente, todas las variantes se amontonaron y revolvieron en mi cabeza. Mientras
tanto me sentía tan nervioso y emocionado que no atinaba a otra cosa que a seguir su marcha por la vereda de
enfrente. Caminamos varias cuadras, dio vuelta en la esquina de San Martin, camino unos pasos y entro en edificio de la
Compañía T y entre detrás. Esperaba el ascensor y le pregunte: ¿este es el edificio de la Compañía T?, ella se dio vuelta
con sencillez y me respondió afirmativamente, pero enseguida al mirarme, se sonrojo tan intensamente, que comprendí
que me había reconocido
Me emocione tanto que solo atine a otra pregunta: ¿por qué se sonroja? Me iba a responder cuando perdí el control y
agregue: se sonroja porque me ha reconocido. He pensado en usted varios meses, tengo algo que preguntarle, algo
referente a la ventanita ¿comprende? Asustada respondió ¿Qué ventanita? pensé que si ella no se acordaba de la
ventanita, era porque no le había dado mayor importancia, sino por simple curiosidad.
Veo que me he equivocado. Buenas tardes y Salí apresuradamente casi corriendo en una dirección cualquiera. Oí detrás
una voz que me decía: ¡señor, señor! Era ella me había seguido, al instante dijo: perdóneme, señor...perdone mi
estupidez... estaba tan asustada...que no advertí que usted preguntaba por la escena del cuadro. ¿Entonces la recuerda?
Le pregunte. Si, la recuerdo constantemente agrego, luego pareció arrepentirse de lo que dijo y se echo a correr.
Salí corriendo tras ella hasta que comprendí lo ridículo de la escena, no era necesario, podría verla en cualquier
momento, a la entrada o a la salida de la oficina. Lo importante era que recordaba la escena de la ventana, estaba
contento.
Cap. VII
¿En la oficina? Me pregunte en voz alta, ¿Y quién me había dicho que trabajaba en la oficina? La idea de perderla por
varios meses o para siempre me da vértigo y ya sin reflexionar corrí; pronto me encontré en la puerta de la compañía T,
y ella no se veía por ningún lado. Salí de la compañía y me senté en frente a ver si la veía, pero no la
vi por ningún lado. Al poco tiempo decidí ir al ascensor y subir a ver si de pronto la veía, pero luego de buscarla en los
demás pisos, no la encontré. Salí de la compañía y pensé en 3 posibilidades:
1. La gestión era larga; en ese caso había que seguir esperando.
2. Después de lo que había pasado, quizá estaba demasiado excitada y habría ido a dar una vuelta antes de hacer la
gestión; también correspondía esperar.
3. Trabajaba allí; en este caso había que esperar hasta la hora de salida.
Después de que pasaron unas cuantas horas, descarte las dos primeras posibilidades, solo me quedaba esperar a que
saliera el personal de la empresa.
A las seis y minutos salieron los primeros empleados y a las seis y media ya habían salido casi todos los empleados, solo
quedaban los empleados que ocupaban los cargos más altos, y decidí esperar hasta las siete. Pero a esta hora tampoco
había salido ella, todo había terminado.
Cap. VIII
Llegue muy deprimido a mi casa, pero no deje de ordenar y clasificar las ideas, o ella entro para hacer una gestión o
trabajaba allí.
Pensé que la diligencia que había ido hacer, la hubiera pospuesto para otro día por el trastorno del encuentro, o si era
que trabajara allí habría decidido ir a su casa por el encuentro. En estos dos casos era conveniente que volviera al día
siguiente. Pero la tercera posibilidad era fatal, había pensado en que la diligencia que María tuviera que hacer fuera muy
corta y que mientras que la buscaba, ella hubiera salido y no nos hemos cruzado. En este caso de nada serviría ir al día
siguiente, pero había dos posibilidades favorables y me aferre a ellas con desesperación.
La frase de María: “La recuerdo constantemente” me había dejado pensativo, imagine que podía pasar mucho tiempo
antes de volver a encontrarla. Era necesario me encontré diciendo en voz alta, varias veces: “¡Es necesario, es
necesario!”.
Cap. IX
Al día siguiente fui a la compañía T y me puse a esperar en el café, hasta que la vi salir del subterráneo, inmediatamente
me levante de un salto y corrí hacia ella. Cuando me vio, se detuvo como si se hubiese convertido en piedra, la tome del
brazo y sin decir ni una sola palabra la arrastre por la calle en dirección a la plaza. Me pregunto: ¿a dónde me lleva? Y le
respondí: a la plaza San Martin. Necesito hablar con Usted urgente.
Cuando llegamos a la plaza busque un banco alejado y nos sentamos. Le pregunte ¿por que se había ido? y me
respondió que no sabía. Luego de hablar un rato, le dije que necesitaba de ella, y me pregunto ¿Por qué?, y le dije
porque ella era la única que se había fijado en esa escena de mi cuadro, por lo tanto pensaba igual que yo. Luego de un
largo tiempo de hablar, María dijo: “pero no se qué ganarías con verme. Hago mal a todos los que se me acercan”.
Cap. X
Quedamos en vernos pronto. Me dio vergüenza decirle que deseaba verla al otro día o que deseaba seguir viéndola allí
mismo. Esa misma noche le hable por teléfono, me atendió una mujer y le dije que necesitaba hablar con la Srta. María
Iribarne, casi instantáneamente oí su voz, pero con un tono oficinesco.
Le dije que necesitaba verla, y ella me pidió que esperara un momento, descargo la bocina del teléfono, y cuando volvió
al teléfono le dije: “necesito verla, María”, el silencio de su respuesta me inquieto hasta que dijo: “yo también, no he
dejado de pensar en Usted, todo esto me parece muy extraño y estoy muy perturbada.
De repente me dijo que debía colgar porque viene gente, no conforme le respondí que la llamaría por la mañana muy
temprano. Ella accedió.
Cap. XI
Pase una noche agitada. No pude dibujar ni pintar, aunque intente muchas veces empezar algo. Salí a caminar y de
pronto me encontré en la calle Corrientes. Me sentí diferente, miraba a la gente con simpatía y antes siempre he mirado
con antipatía y hasta con asco, sobre todo en los amontonamientos.
Esa noche, pues, mi desprecio por la humanidad había desaparecido. Entre al café Marzotto, en ese lugar va gente a oír
tangos, pero a oírlos como un creyente en Dios oye “La pasión según San Mateo”
Cap. XII
A la mañana siguiente, a eso de las diez, llame por teléfono a María, me dijeron que había salido para el campo. Me
quede helado, pero me había dejado una carta. Fui a buscar dicha carta en casa de María, es ahí cuando conocí al Sr.
Allende, esposo de María. Era un hombre alto y flaco, tenía los ojos bien abiertos, pues, era ciego. Me pidió que leyera
mi carta con tranquilidad, aunque siendo de María no debe ser nada urgente, me dijo.
Abrí el sobre, saque la carta; decía una sola frase: “Yo también pienso en usted. MARIA”.
Cuando Allende sintió doblar el papel me dijo: “Nada urgente, supongo.” No, le respondí.
Allende me dijo que María se había ido a la estancia de su familia, pero que en estos momentos estaba en manos de su
primo Hunter. “He oído hablar de él” respondí con amargura. En ese momento decidí irme, me acompaño hasta la
puerta y me despidió.
Cap. XII
Después de la charla con Allende, necesitaba despejarme y pensar con tranquilidad. Me preguntaba cosas: ¿cómo
porque María no me había dicho que era casada, y porque tenía que ir a la estancia a estar con Hunter? Estas y otras
preguntas daban vueltas en mi cabeza.
Todavía me seguía pareciendo extraño el por qué se encerraba María para hablar por teléfono. Deduje que ella también
hablaba con otros hombres, como lo hacía conmigo, ya que a la mucama le pareció extraño cuando llame a su casa
preguntando por la señorita Iribarne, cuando los demás le decían solo María.
Volviendo al tema de la carta, reflexione y saque más deducciones, como la forma en que me hizo llegar la carta.
Olvide mis razonamientos y me dedique mejor a tratar de recordar que era lo que tenía su rostro, ya que me hacia
recordar algo del pasado. Sentí que el amor anónimo que había alimentado durante años de soledad, se habían
concentrado en María.
Trate de dejar atrás miss tontas deducciones acerca de Hunter, la Estancia, el teléfono, etc. Pero no pude.
Cap. XIV
Los días siguientes fueron agitados. En mi precipitación no había preguntado cuando volvería María de la estancia; ese
mismo día llame por teléfono para averiguarlo, la mucama no sabía nada, entonces le pedí la dirección de la estancia.
Esa noche escribí una carta desesperada, preguntándole cuando volvería y que me llamara urgente.
Tuve un sueño: visitaba de noche una vieja casa solitaria. Era una casa conocida por mi desde la infancia, algunos
recuerdos me decían el camino que debía seguir, pero sentía que habían enemigos y gente que se burlaban de mi, y de
mi ingenuidad. También sentí que renacían los amores de infancia que había tenido y las sensaciones que estos me
hacían sentir, pero cuando desperté, comprendí que la casa del sueño era María.
Cap. XV
Mi pensamiento era como un explorador perdido en un paisaje neblinoso: veía cosas vagas, siluetas de hombres y cosas,
indecisos perfiles de peligros y abismos. La llegada de la carta fue como la salida del sol.
Un sol nocturno, no sé si se puede decir esto pero, “Nocturno” era la palabra más apropiada para María.
La carta que me envió decía que los paisajes que veía le traían recuerdos y que cuando se paraba en frente del mar veía
como Yo me interponía entre el mar y ella. Luego de que termine de leer la carta, tuve la extraña certeza de que María
era mía y solo mía. Sin embargo la había matado, debido a que soy un estúpido, egoísta y cruel.
Cap. XVI
Amaba desesperadamente a María y no obstante la palabra amor no se había pronunciado entre nosotros. Espere
ansioso su regreso de la estancia, pero ella no volvía. Creció en mi una especie de locura, le escribí nuevamente pero
ahora le confesé mi cariño hacia ella.
A los días recibí una respuesta:” tengo miedo de hacerte mucho mal”. Le conteste que no me importaba el mal que
pueda hacerme, sino podría amarla, me moriría. Cada segundo que pasaba lejos de ella era una tortura. Pasaron días y la
contestación de María no llego, desesperado escribí: “estas pisoteando este amor”. Al otro día, por teléfono oí su voz:
vuelvo mañana a Buenos Aires. Te hablo apenas llegue.
Al otro día me llamo, le pedí que nos viéramos pronto, me dijo: “si, nos veremos hoy mismo, en la Recoleta.”
Cuando nos encontramos allí le pregunte por que se había ido, pero ella no me respondió y en vez de eso, ella dijo que
no quería hablar de ella, sino de mí. Mi respuesta era obvia, no quería hablar de mí, sino de los dos. “te quiero” le dije,
¿Qué sentís por mi María? y ella no respondió. Me Altere y prendí un fosforo para verle la cara, estaba llorando
silenciosamente y a la vez me miraba con ternura. Luego me respondió que también me quería, pero no conforme le
pregunte ¿De qué manera, me quieres? ya que había muchas formas de querer a un ser y que no era lo mismo querer a
un hermano o a un amigo que a el novio.
Luego María se paro y me dijo que ya se iba, le pregunte por que se iba tan rápido, a lo que ella respondió diciéndome
que tenía miedo de que no la entendiera, también dijo que ella me había advertido de que me haría mucho mal.
Respondí diciéndole que eso era culpa mía.
Le pregunte su edad, y ella me respondió preguntándome lo mismo. Le respondí que tenia 38 y María me dijo que era
muy joven. Volví a preguntarle su edad pero ella no respondió y me dijo lo absurdo de la conversación.
Cap. XVII
Durante más de un mes nos vimos casi todos los días. María comenzó a venir al taller, yo vivía obsesionado con la idea
que su amor era, en el mejor de los casos, amor de madre o de hermana. De modo que la unión física se me aparecía
como una garantía de verdadero amor. El amor físico, lejos de tranquilizarme, me perturbo más. En algunos encuentros
la agarraba del brazo y la apretaba fuerte lastimándola; otras veces el encuentro con ella era positivo.
En uno de esos encuentros violentos, llegue a tal extremo de gritarle “PUTA”, por lo cual ella se pasmo y se puso a llorar;
arrepentido, corrí y le pedí que me perdonara, hasta tal punto de llorar suplicándole y diciéndole que era un monstruo
cruel. Apenas María se calmo comenzó a sonreír, y eso me pareció sospechoso ya que cualquier mujer a la que le digan
eso no se pondría contenta aun después de que le pidieran perdón. Estas escenas se repetían varias veces y entonces
decidíamos salir a dar una vuelta por Plaza Francia como dos adolescentes enamorados.
Pero esos momentos se fueron haciendo más raros y cortos, como inestables. Mis dudas y mis interrogatorios fueron
envolviéndolo todo, como una liana que fuera enredando y ahogando los arboles de un parque en una monstruosa
trama.
Cap. XVIII
Mis interrogatorios, cada día más frecuentes y retorcidos, eran a propósito de sus silencios, sus miradas, sus palabras
perdidas, algún viaje a la estancia, sus amores.
Un día le pregunte por que usaba el apellido de soltera y no el de Allende, respondió que eso no tenía importancia, pero
para mí si le dije. Se rio y dijo: “eso es costumbre de familia”. Al instante le dije:”sin embargo, la primera vez que hable a
tu casa y pregunte por la Srta. Iribarne, la mucama vacilo un instante antes de responderme”. “te habrá parecido, es
costumbre nuestra de manera que la mucama también lo sabe. Todos me llaman María Iribarne” dijo; le dije: “no me
parece natural que siendo casada, cuando te llamen señorita la mucama se extrañe”. Agrego: “Ah... No me di cuenta que
era eso lo que te sorprendía. Nada de esto tiene importancia Juan Pablo, y no sé que quieres demostrar”.
En ese momento me elogio mientras se reía, pero yo seguía completamente serio y continúe con el interrogatorio hasta
que ya no aguante y le pregunte quien era ese Richard, del que ella en otras oportunidades me había hablado. Dijo que
era un hombre que le enviaba cartas, y que probablemente ella fue la causa del suicidio. Le pedí que me mostrara las
cartas, a lo que ella respondió que las había quemado porque eran tristes y la deprimían. Se me ocurrió preguntarle si
estuvo enamorada de ese hombre, me respondió que no, Richard no era de su tipo y que en cierto modo se parecía
mucho a mi. Cuando murió decidió destruir todo lo que prolongaba su existencia. Quedo deprimida y no pude sacarle
una sola palabra más acerca de Richard.
Cap. XIX
Naturalmente, puesto que se había casado con Allende, era lógico pensar que alguna vez debió sentir algo por ese
hombre, eran varios enigmas que quería dilucidar, pero sobre todo estos dos:¿lo había querido en alguna oportunidad? ,
¿Lo quería todavía? Estas dos preguntas no se podían tomar en forma asilada: estaban vinculadas a otras: si no quería a
Allende, ¿a quien quería? ¿A mí? ¿A Hunter? ¿A alguno de los otros misteriosos personajes del teléfono? Pero también
era posible que no quisiera a nadie.
Decidí aclarar el problema con María, le pregunte por que se había casado con él, la respuesta fue que lo quería.
Entonces ahora no lo quieres, pensé en voz alta; no he dicho que haya dejado de quererlo, refuto. Siempre haces
cuestiones de palabras y retorces todo, hasta lo increíble.
Repetí mi pregunta y ella se quedo en silencio. Le pregunte si se acostaba con Allende, a lo que me respondió: “si”;
entonces lo deseas, afirme con mala intención, tardo en responder y al fin dijo: “¡he dicho que me acuesto con él, no
que lo desee! Me sentí aliviado, y exclame: “¡lo haces sin desearlo pero haciéndole creer que lo deseas!”. María se
quedo muda y empezó a llorar mirando al suelo, luego murmuro: “yo no he dicho eso, sos increíblemente cruel”.
“porque es evidente que es así, si lo haces es porque lo engañas, no solo en sus sentimientos si no también en sus
sensaciones.” Le dije, y por un momento sentí el deseo de llevar la crueldad hasta el máximo y agregue, aunque me
daba cuenta de su vulgaridad y torpeza: “Engañando a un ciego”.
Cap. XX
Después de decir esa frase me sentía divido, sentía dos personalidades: una cruel y mezquina y la otra pura y tierna;
dispuesta a humillarme, arrodillándome y pidiendo perdón. De todos modos, ya era tarde para cerrar la herida que
había provocado en el alma de María. Lo único que logre fue una mirada piadosa mientras ella salía del taller que
aseguraba que no me guardaba rencor. Quede sin hacer nada, hasta que tuve conciencia de que debía hacer una serie
de cosas. Corrí a la calle, pero María ya no se veía por ningún lado; tome un taxi y decidí esperarla en su casa, luego
llame a su casa desde un teléfono público y no se encontraba. Salí a caminar por los lugares que recorríamos juntos,
cuando pensé que ella no quería verme después del episodio. Corrí hasta su casa, pero era muy tarde entonces
telefonee nuevamente y en efecto había vuelto; pero me dijeron que estaba en cama y que le era imposible atender el
teléfono. Había dado mi nombre, sin embargo.
Algo se había roto entre nosotros.
Cap. XXI
Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad, en aquel momento me encontraba solo como consecuencias de
mis peores atributos, de mis bajas acciones. En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo
también formo parte de él; en esos momentos me invade una furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación
del suicidio, me emborracho, busco a las prostitutas.
Esa noche me emborrache en un cafetín del bajo, sentí tanto asco de la mujer que estaba conmigo y de los marineros
que me rodeaban que Salí corriendo a la calle. Me senté junto al mar y pensé en todas las proyectos de suicidio que
tenia. En la madrugada cuando decidí volver a mi casa, de golpe me encontré frente a la casa de Allende, era absurdo
que a esas horas pudiera verla de algún modo. Se me ocurrió una idea, baje por la avenida busque un café y llame por
teléfono. Me atendieron después de cinco minutos, en ese momento me quede paralizado y sin abrir la boca colgué.
Hui despavorido y comencé a caminar al azar, de pronto estaba nuevamente en el café, pedí una ginebra y mientras la
bebía me propuse volver a mi casa.
Luego de un tiempo me encontré por fin en el taller. Me eché, vestido, sobre la cama y me dormí.
Cap. XXII
Desperté tratando de gritar y me encontré de pie en medio del taller. Tuve un sueño: me habían citado junto a unos
amigos a una casa. Luego de que llegue, observe la casa por fuera y parecía común e igual a las otras. Decidí entrar,
pero una vez adentro vi que esa casa era diferente a todas las otras y el dueño de la casa me dijo que me había estado
esperando; fue allí cuando comprendí que eso había sido una trampa, e intente huir pero mi cuerpo no respondía; me
resigne a ver lo que sucedía.
Luego el sujeto me convirtió en un pájaro, llegaron mis amigos y note que ellos no se habían dado cuenta de que estaba
convertido en pájaro y me veían normal, entonces decidí gritarles para advertirles del peligro pero solo salía un chillido y
además de eso mis amigos no escucharon; entonces me di cuenta que estaba perdido para siempre y el secreto iría
conmigo a la tumba.
Cap. XXIII
Cuando desperté estaba en medio de la habitación, de pie, bañado en sudor frio. Eran las diez de la mañana, corrí al
teléfono. Me dijeron que se había ido a la estancia, quede anonadado. Resolví escribirle una carta, no recuerdo ahora las
palabras exactas, era muy larga, le decía que me perdonase que era una basura que no merecía su amor, estaba
condenado con justicia a morir en la soledad absoluta.
Pasaron días sin que llegara respuesta, le envié una segunda carta y luego una tercera y una cuarta en la que decidí
relatarle todo lo que había pasado aquella noche que siguió a nuestra separación. A la vuelta de correo llego una carta
de María, llena de ternura, quería que fuera a la estancia. Prepare la valija, una caja de pinturas y corrí a la estación
Constitución.
Cap. XXIV
La estación Allende es una de esas estaciones de campo. Me estaba esperando un chofer, me dijo que María no había
ido por que estaba enferma.
El chofer me llevo a la estancia, donde se encontraba María, una vez ahí me recibieron Hunter y Mimí Hunter que
realizaron una serie de preguntas. Luego Hunter me dijo que María estaba indispuesta y que bajaría luego. Decidió
llevarme a conocer la casa, también dijo que el cuarto en el que el dormía era el del difunto abuelo y luego me dirigió al
cuarto que ocuparía.
Me dejo solo en la pieza y dijo que me esperaría abajo para él te. Pensé que María podía estar en cualquiera de los otros
cuartos, tuve una idea: me acerque a la pared y golpee, con la esperanza que si fuera María contestaría con un golpe.
Salí al corredor, mire si no había nadie, me acerque a la puerta de al lado y mientras sentía una gran agitación trate de
golpear la puerta. No me anime a hacerlo y volví casi corriendo a mi cuarto. Después decidí bajar al jardín. Estaba muy
desorientado.
Cap. XXV
Fue una vez en la mesa que la flaca me pregunto a que pintores prefería, cite algunos nombres muy importantes y Mimí
dijo que a ella no le gustaban esa clase de artistas y si ella fuera una artista no haría cosas que llamaran la atención.
Luego me pregunto si era capaz de leer una novela rusa, sin dejarme responder dijo que era muy difícil, debido que a
cada rato cambiaban los nombres de los personajes en la novela. En ese momento comprendí que esta clase de gente,
es la que a María le produce tristeza y de ninguna manera son rivales para mí.
Cambiamos de tema y nos dirigimos hacia las novelas policiales, en ese momento Mimí le dice a Hunter que el sería
incapaz de escribir una novela policial, instantáneamente Hunter le demuestra que si puede y empieza a relatar una.
Luego de un rato deduje que María no quería bajar, para no soportar las opiniones de su primo. Recordé unas palabras
que dijo el chofer a las que no había prestado atención, algo referente a una prima del señor que acababa de llegar de
Mar del Plata, para tomar el té. María desesperada por la llegada repentina de esa mujer, se había encerrado en su
dormitorio fingiendo sentirse mal. Mi capa más profunda se entristeció al pensar que María formaba también parte de
ese círculo y que, de alguna manera, podría tener atributos parecidos.
Cap. XXVI
Cuando nos levantamos de la mesa para caminar por el parque, vi que María se acercaba a nosotros, lo que confirmaba
mi hipótesis. Inmediatamente volvieron las sensaciones de culpa que había sentido cuando le había dicho a María que
engañaba a un ciego. Me saludo, pero ya no era como antes, como un saludo de un amigo y me pregunto por las
manchas, en ese momento no supe que decir, no sabía a qué manchas se refería; María dijo las manchas que prometiste
mostrarme entonces comprendí lo que María quería lograr con esas preguntas y le respondí que sí, claro que las traje las
tengo en el dormitorio. Ella dijo tener mucha ansiedad de verlas, la invite a verlas y dude por un momento de que se nos
uniera Mimí, pero María supo que hacer que impidiera cualquier tipo de entro metimiento.
Me tomo del brazo con decisión y me condujo hacia la casa. Observar a los que quedaban y me pareció advertir un
relámpago intencionado en los ojos con que Mimí miro a Hunter.
Cap. XXVII
Pensaba quedarme varios días en la estancia, pero solo pase una noche. Subimos a buscar las presuntas manchas y
finalmente bajamos con mi caja de pintura y una carpeta de dibujos, destina a simular las manchas. Los primos habían
desaparecido de todos modos, María comenzó a sentirse de buen humor era una mujer diferente de la que yo había
conocido hasta ese momento; y lejos de producirme alegría, me entristecía y desesperanzaba, porque intuía que esa
forma de María me era casi totalmente ajena y que, de algún modo debía pertenecer a Hunter o a algún otro.
Luego de caminar por el bosque, fuimos a unas rocas que había en la playa y durante mucho tiempo estuvimos en
silencio hasta que María me dijo cuantas veces había soñado compartir ese momento conmigo, le parecía que esa
escena la hubiéramos vivido siempre juntos. Cuando vi aquella mujer solitaria de tu ventana, sentí como que eras como
yo y que también buscabas ciegamente a alguien, una especia de interlocutor mudo, desde aquel día pensé
constantemente en vos, te soñé muchas veces acá en este mismo lugar, pensé en buscarte pero tenía miedo de
equivocarme; con mi mente te llamaba, por eso me quede paralizada en ese absurdo encuentro en el ascensor.
María empezó a contarme como era ella antes, me hablo de un primo Juan, de la infancia en la estancia y otros
momentos tormentosos vividos con ese primo, María estaba haciendo una confesión cruel y tormentosa.
Cap. XXVIII
Pasaron cosas muy raras. Cuando llegamos a la casa encontramos a Hunter muy agitado, trataba de disimularlo. Mimí se
había ido y en el comedor todo estaba dispuesto para la comida. Durante la comida casi no se hablo, vigile a Hunter,
cada palabra y sus gestos también vigile la cara de María, que comento acerca de la novela de Sartre que estaba
leyendo.
A Hunter pareció no gustarle, era evidente que tenía algo contra María que había nacido durante nuestra larga
conversación. Mi conclusión fue: Hunter esta celoso y eso prueba que entre ellos y ella hay algo más que una simple
relación de amistad y de parentesco.
Pretexte cansancio apenas nos levantamos de la mesa, simule entrar a mi pieza, y me quede parado en el corredor para
ver si lograba escuchar algo; enseguida oí la voz agitada de Hunter pero no descifré lo que decía, no hubo respuesta de
María, Hunter repitió la frase más agitada que la vez anterior y María dijo unas palabras en voz muy baja seguidas de un
ruido de sillas; al instante oí pasos en la escalera y corrí a encerrarme en mi cuarto, me quede escuchando por el agujero
de la llave. No pude dormir y saque una conclusión: “María es amante de Hunter”.
Amaneció y baje las escaleras con mi valija y mi caja de pinturas, le pedí a un mucamo que saludara al señor de mi parte
y que tenía que viajar de urgencia a Buenos Aires. Camine hasta la estación y tuve que esperar varias horas, por
momentos pensé que aparecería María, pero no vino. Cuando llego el tren mire por última vez con la esperanza de que
apareciera a último momento y no la vi llegar, sentí una infinita tristeza.
Cap. XXIX
Los días que precedieron a la muerte de María fueron los más atroces de mi vida, recordé muchos acontecimientos
como si fueran sueños. Tengo la impresión que durante días estuve borracho y seguí tomando hasta que alguien me
llevo a mi casa. Cuando desperté, abrí la ducha y me metí, empecé a recordar cosas que María me preguntaba como por
las manchas, lo de las novelas policiales, etc.… Y luego, a medida que me enfriaba, aquellos trozos de recuerdos se
unieron y así todo concordaba y encajaba bien. Salí del baño, me vestí y decidí escribirle otra carta a María. En ella le
dije por que me había ido de la estancia así, y también que no se explicaba cómo podía estar con Allende, Hunter y
conmigo al mismo tiempo. Esa clase de actitudes daba mucho que pensar. Releí la carta y me pareció que con los
cambios anotados quedaba lo suficiente hiriente. La cerré, fui al correo central y la despache.
Cap. XXX
Apenas Salí del correo advertí dos cosas: no había dicho en la carta por que había inferido que ella era amante de
Hunter; y no sabía que me proponía al herirla tan despiadadamente. Así que busque el recibo para ir a reclamar la carta
pero no lo encontré. Decidí volver al correo y le dije a la empleada que atendía que había perdido el recibo pero que
quería sacar una carta que hace poco había enviado por que ya no la quería enviar, pero la empleada me dijo que eso
era imposible ya que el reglamento no se lo permitía. Le insistí diciendo que le podría mostrar documentos que le
podían acreditar que esa carta era mía, los miro y respondió diciendo que esos documentos no servían.
Al final la mujer accedió a buscar la carta y comprobar que era mía, y para ello me hizo una serie de preguntas. Le dije
que le podría mostrar el borrador, pero ella dijo que eso tampoco servía, entonces estalle en rabia y le dije que la
mandara si así lo quería. Decidí esperar la salida del personal para insultar a la empleada solterona.
Cap. XXXI
Después de esperar una hora, decidí irme la carta estaba bien y era bueno que llegase a manos de María. Luego decidí ir
a dar una vuelta, fui a la Recoleta allí me puse a pensar en lo que realmente quería y llegue a la conclusión de que debía
llamar a María por el teléfono y emprendí camino a mi casa. Cuando llegue inmediatamente llame a María, pero me
dijeron que ella no estaba y que llamaría en una hora. La espera me pareció interminable.
Al fin hable con María y le pregunte varias cosas, pero no contesto a ninguna de mis preguntas y eso hizo que terminara
diciéndole a gritos que me mataría y que necesitaba verla en seguida en Buenos Aires. Me prometió venir Buenos Aires,
al día siguiente, lo único que lograremos es lastimarnos cruelmente, una vez más; dijo con voz muy débil. Le pedí que lo
pensara bien antes de tomar cualquier decisión y colgué sin agregar nada más.
Cap. XXXII
Salí de mi taller furiosamente, a pesar de que la vería al otro día estaba desconsolado y sentía un odio sordo e
impreciso. Esa tarde empecé a beber, termine yendo a un bar donde contrate a una prostituta y luego pelee con un
marinero. A la madrugada la lleve al taller y ella se rió de uno de los cuadros que allí había, no me importaba el juicio de
esa desgraciada sobre mi arte.
Estábamos en la cama y en esos momentos vi una expresión en ella que ya había visto antes en María. “¡Puta!” grite
apartándome con asco, la prostituta ofendida me agarro fuerte y me mordió el brazo hasta sangrar. Pensaba que me
refería a ella. La saque de mi casa a puntapiés y le dije que si no se iba la mataría como a un perro. Se fue gritando
insultos a pesar de la cantidad de dinero que le arroje detrás.
Fui al baño, llene la bañadera de agua fría, me desnude y entre. Quería aclarar mis pensamientos, poco a poco puse en
funcionamiento mi cerebro hasta que logre formular la idea en esta forma terrible, pero indudable: “María y la
prostituta han tenido una expresión semejante; la prostituta simulaba placer; María, pues, simulaba placer; María es una
prostituta”.
Furioso salte de la bañadera gritando: “puta, puta, puta”…me vestí a con rapidez cuando pasaron ante mi todos los
momentos sospechosos. Todo encajaba, María me había engañado.
Cap. XXXIII
Muchas de las conclusiones que extraje en aquel lucido pero fantasmagórico examen eran hipotéticas, no las podía
demostrar, aunque tenía la certeza de no equivocarme. Después de concluir esto llame a Lartigue, era amigo de Hunter
y le dije que lo iría a visitar.
Ya estando en casa de Lartigue le elogie el libro de versos, pero luego le pregunte secamente: ¿hace cuanto son amantes
Hunter y María? Lartigue es vanidoso pero no zonzo y creyó evadir mi pregunta contestando que no sabía nada y
rápidamente volvió a hablar del libro y del premio. Me fui corriendo, eran las tres de la tarde, María ya debía haber
llegado a Buenos Aires; entonces fui y la llame desde un café, quedamos de encontrarnos en la Recoleta, en el lugar de
siempre a las cinco. María también dijo que solo vino porque se lo pedí, pero debería haberse quedado en la estancia ya
que Hunter estaba enfermo.
Cap. XXXIV
Antes de las cinco estuve en la recoleta, en el banco donde solíamos encontrarnos. Pensé, con desesperada melancolía,
en los momentos que habíamos pasado en aquellos jardines. A medida que me iba analizando esas reflexiones, mas iba
haciéndome a la idea de aceptar su amor así, sin condiciones y me aterrorizaba la idea de quedarme sin nada.
Desgraciadamente María me fallo una vez más, fui y la llame desde un teléfono público, la mucama me dijo que hacía
poco había partido a la estancia y se quedaría una semana. Indignado volví al taller, pensé que entre consolarme a mí en
un parque y acostarse con Hunter en la estancia no podía haber lugar a dudas. Se me ocurrió una idea, llame
nuevamente y pregunte si antes de que ella partiera había recibido una llamada de la Estancia y me dijeron que si, era
Hunter.
Iba a salir corriendo cuando se me ocurrió una idea, fui a la cocina y agarre un cuchillo grande y destrocé la pintura de la
playa mientras lloraba veía como caían los pedazos de aquella mujer ansiosa y aquella espera. Corrí a la casa de Mapelli,
pero no se encontraba, estaba en una librería. Corrí hasta ahí y lo encontré, le pedí que me prestara su auto y con
asombro me pregunto si pasaba algo grave, se me ocurrió decirle que mi padre estaba muy grave y no tenia tren hasta el
otro día. Se ofreció a llevarme pero me negué, me miro con asombro nuevamente, pero termino por darme las llaves.
Cap. XXXV
Eran las seis de la tarde, calcule que con el auto podía llegar en cuatro horas, de modo que a las diez estaría allá.
Mientras viajaba pensaba en que María y yo parecíamos separados por un muro de vidrio, por el cual nos podíamos ver
pero nunca hablar, oír ni tocar.
Sentía una voluptuosidad que le hacía pensar en el desprecio que él sentía por ella. Me acordaba de la cita a la que ella
no fue, para que la había citado si nos volveríamos a decir esas cosas oscuras y ásperas , y así una vez más
pareceríamos separados por esa pared de vidrio. Llegue a la estancia a las diez y cuarto, detuve el auto en el camino
real, para no llamar la atención con el ruido del motor y camine. Cuando llegue a la casa grande, vi que estaban
encendidas las luces de la planta baja; pensé que todavía estarían en el comedor.
Me oculte en un lugar del parque que me permitía vigilar la salida de gente por la escalera y espere.
Cap. XXXVI
Fue una espera interminable, no sé cuánto tiempo paso pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y
complicada, lleno de cosas y vueltas atrás. Me parecía que había vivido en un túnel oscuro, al igual que María, en una
especie de pasadizos paralelos, pero la hora del encuentro finalmente había llegado. ¿Los pasadizos se habían unido?,
no, los pasadizos seguían paralelos como antes; toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia
mía que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi
juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había
creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo
sin límites de los que no viven en túneles y por casualidad se había acercado a una de mis extrañas ventanas. Mientras
yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal. Entonces sentía que mi destino era infinitamente
más solitario que lo que había imaginado.
Cap. XXXVII
Después de este inmenso tiempo de mares y túneles, bajaron lentamente por la escalinata, sabiendo que mientras ella
gozaba en calma yo estaría atormentado en un minucioso infierno de razonamientos, de imaginaciones.
Pensaba en que podrían estar charlando y en que lenguaje, mientras hicieron una larga recorrida por el parque, la
tormenta estaba encima de nosotros, negra, desgarrada por los relámpagos y truenos. El pampero soplaba con fuerza y
comenzaron las primeras gotas, corrieron a refugiarse en la casa. Desde mi escondite vigilaba las luces del primer piso, al
poco tiempo se encendió la luz del cuarto central: el de Hunter; esperaba que se encendiera el del cuarto de María, pero
la luz no se encendió. Era obvio que dormirían juntos.
Mi cuerpo se derrumbo lentamente, como si le hubiera llegado la hora de la vejez.
Cap. XXXVIII
Entre los arboles agitados por el vendaval, empapado por la lluvia, sentí que pasaba un tiempo implacable hasta que a
través de mis ojos vi que una luz se encendía en otro dormitorio. Lo que sucedió luego, lo recuerdo como una pesadilla.
Luchando con la tormenta, trepe hasta la planta alta por la reja de una ventana. Luego camine por la terraza hasta
encontrar una puerta. Entre a la galería interior y busque su dormitorio. Temblando empuñe el cuchillo y abrí la puerta,
ahí estaba ella, me acerque a su cama, me miro y luego me pregunto qué iba a hacer, acariciándole el pelo le respondí
que tenía que matarla. Llorando le clave el cuchillo en el pecho, ella apretó las mandíbulas y cerró los ojos y cuando yo
saque el cuchillo con sangre, me miro con una mirada dolorosa y humilde. Clave el cuchillo varias veces en su pecho y
vientre, luego Salí por la terraza y descendí. Corrí a buenos aires, telefonee a la casa de Allende, lo hice despertar y le
dije que debía verlo urgente.
Le dije que venía de la estancia y que desde luego María era la amante de Hunter, y también era mi amante y la de
muchos otros. Insensato me dijo el ciego mientras corría hacia mí con unas manos que parecían garras, me hice a un
lado y tropezó con una mesita. Se incorporo y me persiguió por toda la sala, escape a la calle por la escalera.
Cuando me entregue en la comisaria eran casi las seis, sentí que una caverna negra se iba agrandando dentro de mi
cuerpo.
Cap. XXXIX
En estos meses de encierro he intentado muchas veces razonar la ultima palabra del ciego, la palabra insensato. Algún
día tal vez logre hacerlo y entonces analizare también los motivos que pudo haber tenido Allende para suicidarse-
Al menos puedo pintar, aunque sospecho que los médicos se ríen a mis espaldas, solo sé que existió un ser que entendía
mi pintura. Mientras tanto, estos cuadros deben de confirmarlos cada vez mas en su estúpido punto de vista. Y los
muros de este infierno serán, así, cada día mas herméticos.
FIN.

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El tunel - Resumen por Cap.

  • 1. El túnel Cap. I Soy Juan pablo Castel, el pintor que mato a mira Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. La frase “todo tiempo pasado fue mejor” no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que la gente las echa en el olvido. Yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que “todo tiempo pasado fue peor”, si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado. En lo que a mí se refiere, debo confesar que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos que conozco. Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejo de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva. Cap. II No sé si ya dije que voy a relatar mi crimen. Conozco bastante bien el alma humana para prever qué pensarán en la vanidad. Piensen lo que quieran: me importa un bledo; la opinión y la justicia de los hombres. Supongan, pues, que publico esta historia por vanidad. De la vanidad no digo nada: creo que nadie está desprovisto de este notable motor del Progreso Humano. Cuando era chico me desesperaba la idea de que mi madre muriera algún día, no imaginaba que mi madre pudiese tener defectos. Ahora que no existe, debo decir que fue tan buena como puede llegar a serlo un ser humano. Sin embargo no relato esta historia por vanidad, me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme. AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA. Podría hablar hasta el cansancio y a gritos ante una asamblea de rusos y nadie me entendería. ¿Se dan cuenta de lo que quiero decir? Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que mate. Cap. III Todos saben que mate a María Iribarne Hunter, pero nadie sabe como la conocí, que relaciones hubo exactamente entre nosotros y como fui haciéndome la idea de matarla. Presente un cuadro llamado “Maternidad”, en el Salón de Primavera de 1946, en Buenos Aires. Todo el mundo pasaba y miraba el cuadro pero no se fijaban en una pequeña ventanita que había arriba a la izquierda del cuadro, en la cual había pintada una mujer que miraba al mar, solo se fijaban en la imagen de primer plano, porque creían que ese pequeño detalle solo era un adorno. Una mujer paso y miro el cuadro, pero a diferencia de las demás personas se fijo en esa escena de la ventanita, después de un rato desapareció entre la multitud, yo vacilaba entre un miedo invencible y un angustioso deseo de llamarla. Sin embargo cuando desapareció me sentí irritado, infeliz, pensando que podría no verla más, perdida entre habitantes anónimos de buenos aires.
  • 2. Volví a casa, nervioso, descontento, triste. Hasta que clausuro el salón, fui todos los días y esperaba cerca para reconocer a las personas que se paraban frente a mi cuadro. Pero no volvió a aparecer. Durante los siguientes meses solo pensé en ella y en la posibilidad de volver a verla. Solo pinte para ella. Cap. IV Una tarde, por fin, la vi por la calle. Caminaba por la otra vereda, como quien tiene que llegar a un lugar definido a una hora definida. Sentí una indescriptible emoción, imagine tantas cosas, que al verla no supe que hacer. La muchacha por lo visto, solía visitar salones de pintura. Creo haber dicho que soy muy tímido; por eso había pensado y repensado un probable encuentro y entablar una conversación a propósito de algunos de los cuadros. Después de examinar esta posibilidad, la abandone. Yo nunca iba a salones de pintura. Diré antes que nada, que no me gustan los grupos, sectas, cofradías, gremios y cosas por el estilo. Tampoco la jerga y la vanidad de estos grupos, de creerse superiores al resto. Tomo el ejemplo que se me ocurre en este momento: el del Doctor Prato. Tiene mucho talento y lo creía un verdadero amigo. Un día Prato me invito a una fiesta de una sociedad a la que el pertenecía: la Sociedad Psicoanalítica. Allí había una gran calidad de gente, pero decidí salir a la calle. Allí pensé que los grupos que menos me gustaban eran los de pintores, por culpa de los críticos ya que ellos solo critican sin saber cómo se pinta un cuadro, como si una persona que no ha llegado a tocar un bisturí le critique el trabajo a un cirujano. Lo mismo pasa con la pintura. Cap. V Debía descartar, pues, la posibilidad de encontrarla en una exposición. Podía suceder, que ella tuviera un amigo que a su vez fuese amigo mío. En ese caso, bastaría con una simple presentación. Pero luego descarte esta posibilidad, encontrar un amigo suyo era tan difícil como encontrarla a ella misma. Luego pensé en otra posibilidad, el encuentro con María en la calle, pero lo malo es que había un problema ¿Quién iniciaría la conversación? soy muy tímido, e incapaz, entonces solo me quedaba una posibilidad: que ella iniciara la conversación. Durante varios tiempos me imagine encuentros, en los que, ella iniciaba la conversación y a partir de eso yo continuaba. Pero el problema estaba en que ella, empezara preguntándome por algo tan alejado como el arte o sobre la impresión que le había causado mi ventanita. Una noche llegue a la conclusión: era imposible que yo tomara la iniciativa, y aun más difícil que si ella la tomara, fuera a preguntar por mi cuadro. Cap. VI Al verla caminar por la vereda de enfrente, todas las variantes se amontonaron y revolvieron en mi cabeza. Mientras tanto me sentía tan nervioso y emocionado que no atinaba a otra cosa que a seguir su marcha por la vereda de enfrente. Caminamos varias cuadras, dio vuelta en la esquina de San Martin, camino unos pasos y entro en edificio de la Compañía T y entre detrás. Esperaba el ascensor y le pregunte: ¿este es el edificio de la Compañía T?, ella se dio vuelta con sencillez y me respondió afirmativamente, pero enseguida al mirarme, se sonrojo tan intensamente, que comprendí que me había reconocido Me emocione tanto que solo atine a otra pregunta: ¿por qué se sonroja? Me iba a responder cuando perdí el control y agregue: se sonroja porque me ha reconocido. He pensado en usted varios meses, tengo algo que preguntarle, algo referente a la ventanita ¿comprende? Asustada respondió ¿Qué ventanita? pensé que si ella no se acordaba de la ventanita, era porque no le había dado mayor importancia, sino por simple curiosidad.
  • 3. Veo que me he equivocado. Buenas tardes y Salí apresuradamente casi corriendo en una dirección cualquiera. Oí detrás una voz que me decía: ¡señor, señor! Era ella me había seguido, al instante dijo: perdóneme, señor...perdone mi estupidez... estaba tan asustada...que no advertí que usted preguntaba por la escena del cuadro. ¿Entonces la recuerda? Le pregunte. Si, la recuerdo constantemente agrego, luego pareció arrepentirse de lo que dijo y se echo a correr. Salí corriendo tras ella hasta que comprendí lo ridículo de la escena, no era necesario, podría verla en cualquier momento, a la entrada o a la salida de la oficina. Lo importante era que recordaba la escena de la ventana, estaba contento. Cap. VII ¿En la oficina? Me pregunte en voz alta, ¿Y quién me había dicho que trabajaba en la oficina? La idea de perderla por varios meses o para siempre me da vértigo y ya sin reflexionar corrí; pronto me encontré en la puerta de la compañía T, y ella no se veía por ningún lado. Salí de la compañía y me senté en frente a ver si la veía, pero no la vi por ningún lado. Al poco tiempo decidí ir al ascensor y subir a ver si de pronto la veía, pero luego de buscarla en los demás pisos, no la encontré. Salí de la compañía y pensé en 3 posibilidades: 1. La gestión era larga; en ese caso había que seguir esperando. 2. Después de lo que había pasado, quizá estaba demasiado excitada y habría ido a dar una vuelta antes de hacer la gestión; también correspondía esperar. 3. Trabajaba allí; en este caso había que esperar hasta la hora de salida. Después de que pasaron unas cuantas horas, descarte las dos primeras posibilidades, solo me quedaba esperar a que saliera el personal de la empresa. A las seis y minutos salieron los primeros empleados y a las seis y media ya habían salido casi todos los empleados, solo quedaban los empleados que ocupaban los cargos más altos, y decidí esperar hasta las siete. Pero a esta hora tampoco había salido ella, todo había terminado. Cap. VIII Llegue muy deprimido a mi casa, pero no deje de ordenar y clasificar las ideas, o ella entro para hacer una gestión o trabajaba allí. Pensé que la diligencia que había ido hacer, la hubiera pospuesto para otro día por el trastorno del encuentro, o si era que trabajara allí habría decidido ir a su casa por el encuentro. En estos dos casos era conveniente que volviera al día siguiente. Pero la tercera posibilidad era fatal, había pensado en que la diligencia que María tuviera que hacer fuera muy corta y que mientras que la buscaba, ella hubiera salido y no nos hemos cruzado. En este caso de nada serviría ir al día siguiente, pero había dos posibilidades favorables y me aferre a ellas con desesperación. La frase de María: “La recuerdo constantemente” me había dejado pensativo, imagine que podía pasar mucho tiempo antes de volver a encontrarla. Era necesario me encontré diciendo en voz alta, varias veces: “¡Es necesario, es necesario!”. Cap. IX Al día siguiente fui a la compañía T y me puse a esperar en el café, hasta que la vi salir del subterráneo, inmediatamente me levante de un salto y corrí hacia ella. Cuando me vio, se detuvo como si se hubiese convertido en piedra, la tome del brazo y sin decir ni una sola palabra la arrastre por la calle en dirección a la plaza. Me pregunto: ¿a dónde me lleva? Y le respondí: a la plaza San Martin. Necesito hablar con Usted urgente.
  • 4. Cuando llegamos a la plaza busque un banco alejado y nos sentamos. Le pregunte ¿por que se había ido? y me respondió que no sabía. Luego de hablar un rato, le dije que necesitaba de ella, y me pregunto ¿Por qué?, y le dije porque ella era la única que se había fijado en esa escena de mi cuadro, por lo tanto pensaba igual que yo. Luego de un largo tiempo de hablar, María dijo: “pero no se qué ganarías con verme. Hago mal a todos los que se me acercan”. Cap. X Quedamos en vernos pronto. Me dio vergüenza decirle que deseaba verla al otro día o que deseaba seguir viéndola allí mismo. Esa misma noche le hable por teléfono, me atendió una mujer y le dije que necesitaba hablar con la Srta. María Iribarne, casi instantáneamente oí su voz, pero con un tono oficinesco. Le dije que necesitaba verla, y ella me pidió que esperara un momento, descargo la bocina del teléfono, y cuando volvió al teléfono le dije: “necesito verla, María”, el silencio de su respuesta me inquieto hasta que dijo: “yo también, no he dejado de pensar en Usted, todo esto me parece muy extraño y estoy muy perturbada. De repente me dijo que debía colgar porque viene gente, no conforme le respondí que la llamaría por la mañana muy temprano. Ella accedió. Cap. XI Pase una noche agitada. No pude dibujar ni pintar, aunque intente muchas veces empezar algo. Salí a caminar y de pronto me encontré en la calle Corrientes. Me sentí diferente, miraba a la gente con simpatía y antes siempre he mirado con antipatía y hasta con asco, sobre todo en los amontonamientos. Esa noche, pues, mi desprecio por la humanidad había desaparecido. Entre al café Marzotto, en ese lugar va gente a oír tangos, pero a oírlos como un creyente en Dios oye “La pasión según San Mateo” Cap. XII A la mañana siguiente, a eso de las diez, llame por teléfono a María, me dijeron que había salido para el campo. Me quede helado, pero me había dejado una carta. Fui a buscar dicha carta en casa de María, es ahí cuando conocí al Sr. Allende, esposo de María. Era un hombre alto y flaco, tenía los ojos bien abiertos, pues, era ciego. Me pidió que leyera mi carta con tranquilidad, aunque siendo de María no debe ser nada urgente, me dijo. Abrí el sobre, saque la carta; decía una sola frase: “Yo también pienso en usted. MARIA”. Cuando Allende sintió doblar el papel me dijo: “Nada urgente, supongo.” No, le respondí. Allende me dijo que María se había ido a la estancia de su familia, pero que en estos momentos estaba en manos de su primo Hunter. “He oído hablar de él” respondí con amargura. En ese momento decidí irme, me acompaño hasta la puerta y me despidió. Cap. XII Después de la charla con Allende, necesitaba despejarme y pensar con tranquilidad. Me preguntaba cosas: ¿cómo porque María no me había dicho que era casada, y porque tenía que ir a la estancia a estar con Hunter? Estas y otras preguntas daban vueltas en mi cabeza. Todavía me seguía pareciendo extraño el por qué se encerraba María para hablar por teléfono. Deduje que ella también hablaba con otros hombres, como lo hacía conmigo, ya que a la mucama le pareció extraño cuando llame a su casa preguntando por la señorita Iribarne, cuando los demás le decían solo María. Volviendo al tema de la carta, reflexione y saque más deducciones, como la forma en que me hizo llegar la carta. Olvide mis razonamientos y me dedique mejor a tratar de recordar que era lo que tenía su rostro, ya que me hacia recordar algo del pasado. Sentí que el amor anónimo que había alimentado durante años de soledad, se habían
  • 5. concentrado en María. Trate de dejar atrás miss tontas deducciones acerca de Hunter, la Estancia, el teléfono, etc. Pero no pude. Cap. XIV Los días siguientes fueron agitados. En mi precipitación no había preguntado cuando volvería María de la estancia; ese mismo día llame por teléfono para averiguarlo, la mucama no sabía nada, entonces le pedí la dirección de la estancia. Esa noche escribí una carta desesperada, preguntándole cuando volvería y que me llamara urgente. Tuve un sueño: visitaba de noche una vieja casa solitaria. Era una casa conocida por mi desde la infancia, algunos recuerdos me decían el camino que debía seguir, pero sentía que habían enemigos y gente que se burlaban de mi, y de mi ingenuidad. También sentí que renacían los amores de infancia que había tenido y las sensaciones que estos me hacían sentir, pero cuando desperté, comprendí que la casa del sueño era María. Cap. XV Mi pensamiento era como un explorador perdido en un paisaje neblinoso: veía cosas vagas, siluetas de hombres y cosas, indecisos perfiles de peligros y abismos. La llegada de la carta fue como la salida del sol. Un sol nocturno, no sé si se puede decir esto pero, “Nocturno” era la palabra más apropiada para María. La carta que me envió decía que los paisajes que veía le traían recuerdos y que cuando se paraba en frente del mar veía como Yo me interponía entre el mar y ella. Luego de que termine de leer la carta, tuve la extraña certeza de que María era mía y solo mía. Sin embargo la había matado, debido a que soy un estúpido, egoísta y cruel. Cap. XVI Amaba desesperadamente a María y no obstante la palabra amor no se había pronunciado entre nosotros. Espere ansioso su regreso de la estancia, pero ella no volvía. Creció en mi una especie de locura, le escribí nuevamente pero ahora le confesé mi cariño hacia ella. A los días recibí una respuesta:” tengo miedo de hacerte mucho mal”. Le conteste que no me importaba el mal que pueda hacerme, sino podría amarla, me moriría. Cada segundo que pasaba lejos de ella era una tortura. Pasaron días y la contestación de María no llego, desesperado escribí: “estas pisoteando este amor”. Al otro día, por teléfono oí su voz: vuelvo mañana a Buenos Aires. Te hablo apenas llegue. Al otro día me llamo, le pedí que nos viéramos pronto, me dijo: “si, nos veremos hoy mismo, en la Recoleta.” Cuando nos encontramos allí le pregunte por que se había ido, pero ella no me respondió y en vez de eso, ella dijo que no quería hablar de ella, sino de mí. Mi respuesta era obvia, no quería hablar de mí, sino de los dos. “te quiero” le dije, ¿Qué sentís por mi María? y ella no respondió. Me Altere y prendí un fosforo para verle la cara, estaba llorando silenciosamente y a la vez me miraba con ternura. Luego me respondió que también me quería, pero no conforme le pregunte ¿De qué manera, me quieres? ya que había muchas formas de querer a un ser y que no era lo mismo querer a un hermano o a un amigo que a el novio. Luego María se paro y me dijo que ya se iba, le pregunte por que se iba tan rápido, a lo que ella respondió diciéndome que tenía miedo de que no la entendiera, también dijo que ella me había advertido de que me haría mucho mal. Respondí diciéndole que eso era culpa mía. Le pregunte su edad, y ella me respondió preguntándome lo mismo. Le respondí que tenia 38 y María me dijo que era muy joven. Volví a preguntarle su edad pero ella no respondió y me dijo lo absurdo de la conversación.
  • 6. Cap. XVII Durante más de un mes nos vimos casi todos los días. María comenzó a venir al taller, yo vivía obsesionado con la idea que su amor era, en el mejor de los casos, amor de madre o de hermana. De modo que la unión física se me aparecía como una garantía de verdadero amor. El amor físico, lejos de tranquilizarme, me perturbo más. En algunos encuentros la agarraba del brazo y la apretaba fuerte lastimándola; otras veces el encuentro con ella era positivo. En uno de esos encuentros violentos, llegue a tal extremo de gritarle “PUTA”, por lo cual ella se pasmo y se puso a llorar; arrepentido, corrí y le pedí que me perdonara, hasta tal punto de llorar suplicándole y diciéndole que era un monstruo cruel. Apenas María se calmo comenzó a sonreír, y eso me pareció sospechoso ya que cualquier mujer a la que le digan eso no se pondría contenta aun después de que le pidieran perdón. Estas escenas se repetían varias veces y entonces decidíamos salir a dar una vuelta por Plaza Francia como dos adolescentes enamorados. Pero esos momentos se fueron haciendo más raros y cortos, como inestables. Mis dudas y mis interrogatorios fueron envolviéndolo todo, como una liana que fuera enredando y ahogando los arboles de un parque en una monstruosa trama. Cap. XVIII Mis interrogatorios, cada día más frecuentes y retorcidos, eran a propósito de sus silencios, sus miradas, sus palabras perdidas, algún viaje a la estancia, sus amores. Un día le pregunte por que usaba el apellido de soltera y no el de Allende, respondió que eso no tenía importancia, pero para mí si le dije. Se rio y dijo: “eso es costumbre de familia”. Al instante le dije:”sin embargo, la primera vez que hable a tu casa y pregunte por la Srta. Iribarne, la mucama vacilo un instante antes de responderme”. “te habrá parecido, es costumbre nuestra de manera que la mucama también lo sabe. Todos me llaman María Iribarne” dijo; le dije: “no me parece natural que siendo casada, cuando te llamen señorita la mucama se extrañe”. Agrego: “Ah... No me di cuenta que era eso lo que te sorprendía. Nada de esto tiene importancia Juan Pablo, y no sé que quieres demostrar”. En ese momento me elogio mientras se reía, pero yo seguía completamente serio y continúe con el interrogatorio hasta que ya no aguante y le pregunte quien era ese Richard, del que ella en otras oportunidades me había hablado. Dijo que era un hombre que le enviaba cartas, y que probablemente ella fue la causa del suicidio. Le pedí que me mostrara las cartas, a lo que ella respondió que las había quemado porque eran tristes y la deprimían. Se me ocurrió preguntarle si estuvo enamorada de ese hombre, me respondió que no, Richard no era de su tipo y que en cierto modo se parecía mucho a mi. Cuando murió decidió destruir todo lo que prolongaba su existencia. Quedo deprimida y no pude sacarle una sola palabra más acerca de Richard. Cap. XIX Naturalmente, puesto que se había casado con Allende, era lógico pensar que alguna vez debió sentir algo por ese hombre, eran varios enigmas que quería dilucidar, pero sobre todo estos dos:¿lo había querido en alguna oportunidad? , ¿Lo quería todavía? Estas dos preguntas no se podían tomar en forma asilada: estaban vinculadas a otras: si no quería a Allende, ¿a quien quería? ¿A mí? ¿A Hunter? ¿A alguno de los otros misteriosos personajes del teléfono? Pero también era posible que no quisiera a nadie. Decidí aclarar el problema con María, le pregunte por que se había casado con él, la respuesta fue que lo quería. Entonces ahora no lo quieres, pensé en voz alta; no he dicho que haya dejado de quererlo, refuto. Siempre haces cuestiones de palabras y retorces todo, hasta lo increíble.
  • 7. Repetí mi pregunta y ella se quedo en silencio. Le pregunte si se acostaba con Allende, a lo que me respondió: “si”; entonces lo deseas, afirme con mala intención, tardo en responder y al fin dijo: “¡he dicho que me acuesto con él, no que lo desee! Me sentí aliviado, y exclame: “¡lo haces sin desearlo pero haciéndole creer que lo deseas!”. María se quedo muda y empezó a llorar mirando al suelo, luego murmuro: “yo no he dicho eso, sos increíblemente cruel”. “porque es evidente que es así, si lo haces es porque lo engañas, no solo en sus sentimientos si no también en sus sensaciones.” Le dije, y por un momento sentí el deseo de llevar la crueldad hasta el máximo y agregue, aunque me daba cuenta de su vulgaridad y torpeza: “Engañando a un ciego”. Cap. XX Después de decir esa frase me sentía divido, sentía dos personalidades: una cruel y mezquina y la otra pura y tierna; dispuesta a humillarme, arrodillándome y pidiendo perdón. De todos modos, ya era tarde para cerrar la herida que había provocado en el alma de María. Lo único que logre fue una mirada piadosa mientras ella salía del taller que aseguraba que no me guardaba rencor. Quede sin hacer nada, hasta que tuve conciencia de que debía hacer una serie de cosas. Corrí a la calle, pero María ya no se veía por ningún lado; tome un taxi y decidí esperarla en su casa, luego llame a su casa desde un teléfono público y no se encontraba. Salí a caminar por los lugares que recorríamos juntos, cuando pensé que ella no quería verme después del episodio. Corrí hasta su casa, pero era muy tarde entonces telefonee nuevamente y en efecto había vuelto; pero me dijeron que estaba en cama y que le era imposible atender el teléfono. Había dado mi nombre, sin embargo. Algo se había roto entre nosotros. Cap. XXI Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad, en aquel momento me encontraba solo como consecuencias de mis peores atributos, de mis bajas acciones. En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo también formo parte de él; en esos momentos me invade una furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación del suicidio, me emborracho, busco a las prostitutas. Esa noche me emborrache en un cafetín del bajo, sentí tanto asco de la mujer que estaba conmigo y de los marineros que me rodeaban que Salí corriendo a la calle. Me senté junto al mar y pensé en todas las proyectos de suicidio que tenia. En la madrugada cuando decidí volver a mi casa, de golpe me encontré frente a la casa de Allende, era absurdo que a esas horas pudiera verla de algún modo. Se me ocurrió una idea, baje por la avenida busque un café y llame por teléfono. Me atendieron después de cinco minutos, en ese momento me quede paralizado y sin abrir la boca colgué. Hui despavorido y comencé a caminar al azar, de pronto estaba nuevamente en el café, pedí una ginebra y mientras la bebía me propuse volver a mi casa. Luego de un tiempo me encontré por fin en el taller. Me eché, vestido, sobre la cama y me dormí. Cap. XXII Desperté tratando de gritar y me encontré de pie en medio del taller. Tuve un sueño: me habían citado junto a unos amigos a una casa. Luego de que llegue, observe la casa por fuera y parecía común e igual a las otras. Decidí entrar, pero una vez adentro vi que esa casa era diferente a todas las otras y el dueño de la casa me dijo que me había estado esperando; fue allí cuando comprendí que eso había sido una trampa, e intente huir pero mi cuerpo no respondía; me resigne a ver lo que sucedía. Luego el sujeto me convirtió en un pájaro, llegaron mis amigos y note que ellos no se habían dado cuenta de que estaba convertido en pájaro y me veían normal, entonces decidí gritarles para advertirles del peligro pero solo salía un chillido y además de eso mis amigos no escucharon; entonces me di cuenta que estaba perdido para siempre y el secreto iría conmigo a la tumba.
  • 8. Cap. XXIII Cuando desperté estaba en medio de la habitación, de pie, bañado en sudor frio. Eran las diez de la mañana, corrí al teléfono. Me dijeron que se había ido a la estancia, quede anonadado. Resolví escribirle una carta, no recuerdo ahora las palabras exactas, era muy larga, le decía que me perdonase que era una basura que no merecía su amor, estaba condenado con justicia a morir en la soledad absoluta. Pasaron días sin que llegara respuesta, le envié una segunda carta y luego una tercera y una cuarta en la que decidí relatarle todo lo que había pasado aquella noche que siguió a nuestra separación. A la vuelta de correo llego una carta de María, llena de ternura, quería que fuera a la estancia. Prepare la valija, una caja de pinturas y corrí a la estación Constitución. Cap. XXIV La estación Allende es una de esas estaciones de campo. Me estaba esperando un chofer, me dijo que María no había ido por que estaba enferma. El chofer me llevo a la estancia, donde se encontraba María, una vez ahí me recibieron Hunter y Mimí Hunter que realizaron una serie de preguntas. Luego Hunter me dijo que María estaba indispuesta y que bajaría luego. Decidió llevarme a conocer la casa, también dijo que el cuarto en el que el dormía era el del difunto abuelo y luego me dirigió al cuarto que ocuparía. Me dejo solo en la pieza y dijo que me esperaría abajo para él te. Pensé que María podía estar en cualquiera de los otros cuartos, tuve una idea: me acerque a la pared y golpee, con la esperanza que si fuera María contestaría con un golpe. Salí al corredor, mire si no había nadie, me acerque a la puerta de al lado y mientras sentía una gran agitación trate de golpear la puerta. No me anime a hacerlo y volví casi corriendo a mi cuarto. Después decidí bajar al jardín. Estaba muy desorientado. Cap. XXV Fue una vez en la mesa que la flaca me pregunto a que pintores prefería, cite algunos nombres muy importantes y Mimí dijo que a ella no le gustaban esa clase de artistas y si ella fuera una artista no haría cosas que llamaran la atención. Luego me pregunto si era capaz de leer una novela rusa, sin dejarme responder dijo que era muy difícil, debido que a cada rato cambiaban los nombres de los personajes en la novela. En ese momento comprendí que esta clase de gente, es la que a María le produce tristeza y de ninguna manera son rivales para mí. Cambiamos de tema y nos dirigimos hacia las novelas policiales, en ese momento Mimí le dice a Hunter que el sería incapaz de escribir una novela policial, instantáneamente Hunter le demuestra que si puede y empieza a relatar una. Luego de un rato deduje que María no quería bajar, para no soportar las opiniones de su primo. Recordé unas palabras que dijo el chofer a las que no había prestado atención, algo referente a una prima del señor que acababa de llegar de Mar del Plata, para tomar el té. María desesperada por la llegada repentina de esa mujer, se había encerrado en su dormitorio fingiendo sentirse mal. Mi capa más profunda se entristeció al pensar que María formaba también parte de ese círculo y que, de alguna manera, podría tener atributos parecidos. Cap. XXVI Cuando nos levantamos de la mesa para caminar por el parque, vi que María se acercaba a nosotros, lo que confirmaba mi hipótesis. Inmediatamente volvieron las sensaciones de culpa que había sentido cuando le había dicho a María que engañaba a un ciego. Me saludo, pero ya no era como antes, como un saludo de un amigo y me pregunto por las manchas, en ese momento no supe que decir, no sabía a qué manchas se refería; María dijo las manchas que prometiste mostrarme entonces comprendí lo que María quería lograr con esas preguntas y le respondí que sí, claro que las traje las
  • 9. tengo en el dormitorio. Ella dijo tener mucha ansiedad de verlas, la invite a verlas y dude por un momento de que se nos uniera Mimí, pero María supo que hacer que impidiera cualquier tipo de entro metimiento. Me tomo del brazo con decisión y me condujo hacia la casa. Observar a los que quedaban y me pareció advertir un relámpago intencionado en los ojos con que Mimí miro a Hunter. Cap. XXVII Pensaba quedarme varios días en la estancia, pero solo pase una noche. Subimos a buscar las presuntas manchas y finalmente bajamos con mi caja de pintura y una carpeta de dibujos, destina a simular las manchas. Los primos habían desaparecido de todos modos, María comenzó a sentirse de buen humor era una mujer diferente de la que yo había conocido hasta ese momento; y lejos de producirme alegría, me entristecía y desesperanzaba, porque intuía que esa forma de María me era casi totalmente ajena y que, de algún modo debía pertenecer a Hunter o a algún otro. Luego de caminar por el bosque, fuimos a unas rocas que había en la playa y durante mucho tiempo estuvimos en silencio hasta que María me dijo cuantas veces había soñado compartir ese momento conmigo, le parecía que esa escena la hubiéramos vivido siempre juntos. Cuando vi aquella mujer solitaria de tu ventana, sentí como que eras como yo y que también buscabas ciegamente a alguien, una especia de interlocutor mudo, desde aquel día pensé constantemente en vos, te soñé muchas veces acá en este mismo lugar, pensé en buscarte pero tenía miedo de equivocarme; con mi mente te llamaba, por eso me quede paralizada en ese absurdo encuentro en el ascensor. María empezó a contarme como era ella antes, me hablo de un primo Juan, de la infancia en la estancia y otros momentos tormentosos vividos con ese primo, María estaba haciendo una confesión cruel y tormentosa. Cap. XXVIII Pasaron cosas muy raras. Cuando llegamos a la casa encontramos a Hunter muy agitado, trataba de disimularlo. Mimí se había ido y en el comedor todo estaba dispuesto para la comida. Durante la comida casi no se hablo, vigile a Hunter, cada palabra y sus gestos también vigile la cara de María, que comento acerca de la novela de Sartre que estaba leyendo. A Hunter pareció no gustarle, era evidente que tenía algo contra María que había nacido durante nuestra larga conversación. Mi conclusión fue: Hunter esta celoso y eso prueba que entre ellos y ella hay algo más que una simple relación de amistad y de parentesco. Pretexte cansancio apenas nos levantamos de la mesa, simule entrar a mi pieza, y me quede parado en el corredor para ver si lograba escuchar algo; enseguida oí la voz agitada de Hunter pero no descifré lo que decía, no hubo respuesta de María, Hunter repitió la frase más agitada que la vez anterior y María dijo unas palabras en voz muy baja seguidas de un ruido de sillas; al instante oí pasos en la escalera y corrí a encerrarme en mi cuarto, me quede escuchando por el agujero de la llave. No pude dormir y saque una conclusión: “María es amante de Hunter”. Amaneció y baje las escaleras con mi valija y mi caja de pinturas, le pedí a un mucamo que saludara al señor de mi parte y que tenía que viajar de urgencia a Buenos Aires. Camine hasta la estación y tuve que esperar varias horas, por momentos pensé que aparecería María, pero no vino. Cuando llego el tren mire por última vez con la esperanza de que apareciera a último momento y no la vi llegar, sentí una infinita tristeza. Cap. XXIX Los días que precedieron a la muerte de María fueron los más atroces de mi vida, recordé muchos acontecimientos como si fueran sueños. Tengo la impresión que durante días estuve borracho y seguí tomando hasta que alguien me llevo a mi casa. Cuando desperté, abrí la ducha y me metí, empecé a recordar cosas que María me preguntaba como por
  • 10. las manchas, lo de las novelas policiales, etc.… Y luego, a medida que me enfriaba, aquellos trozos de recuerdos se unieron y así todo concordaba y encajaba bien. Salí del baño, me vestí y decidí escribirle otra carta a María. En ella le dije por que me había ido de la estancia así, y también que no se explicaba cómo podía estar con Allende, Hunter y conmigo al mismo tiempo. Esa clase de actitudes daba mucho que pensar. Releí la carta y me pareció que con los cambios anotados quedaba lo suficiente hiriente. La cerré, fui al correo central y la despache. Cap. XXX Apenas Salí del correo advertí dos cosas: no había dicho en la carta por que había inferido que ella era amante de Hunter; y no sabía que me proponía al herirla tan despiadadamente. Así que busque el recibo para ir a reclamar la carta pero no lo encontré. Decidí volver al correo y le dije a la empleada que atendía que había perdido el recibo pero que quería sacar una carta que hace poco había enviado por que ya no la quería enviar, pero la empleada me dijo que eso era imposible ya que el reglamento no se lo permitía. Le insistí diciendo que le podría mostrar documentos que le podían acreditar que esa carta era mía, los miro y respondió diciendo que esos documentos no servían. Al final la mujer accedió a buscar la carta y comprobar que era mía, y para ello me hizo una serie de preguntas. Le dije que le podría mostrar el borrador, pero ella dijo que eso tampoco servía, entonces estalle en rabia y le dije que la mandara si así lo quería. Decidí esperar la salida del personal para insultar a la empleada solterona. Cap. XXXI Después de esperar una hora, decidí irme la carta estaba bien y era bueno que llegase a manos de María. Luego decidí ir a dar una vuelta, fui a la Recoleta allí me puse a pensar en lo que realmente quería y llegue a la conclusión de que debía llamar a María por el teléfono y emprendí camino a mi casa. Cuando llegue inmediatamente llame a María, pero me dijeron que ella no estaba y que llamaría en una hora. La espera me pareció interminable. Al fin hable con María y le pregunte varias cosas, pero no contesto a ninguna de mis preguntas y eso hizo que terminara diciéndole a gritos que me mataría y que necesitaba verla en seguida en Buenos Aires. Me prometió venir Buenos Aires, al día siguiente, lo único que lograremos es lastimarnos cruelmente, una vez más; dijo con voz muy débil. Le pedí que lo pensara bien antes de tomar cualquier decisión y colgué sin agregar nada más. Cap. XXXII Salí de mi taller furiosamente, a pesar de que la vería al otro día estaba desconsolado y sentía un odio sordo e impreciso. Esa tarde empecé a beber, termine yendo a un bar donde contrate a una prostituta y luego pelee con un marinero. A la madrugada la lleve al taller y ella se rió de uno de los cuadros que allí había, no me importaba el juicio de esa desgraciada sobre mi arte. Estábamos en la cama y en esos momentos vi una expresión en ella que ya había visto antes en María. “¡Puta!” grite apartándome con asco, la prostituta ofendida me agarro fuerte y me mordió el brazo hasta sangrar. Pensaba que me refería a ella. La saque de mi casa a puntapiés y le dije que si no se iba la mataría como a un perro. Se fue gritando insultos a pesar de la cantidad de dinero que le arroje detrás. Fui al baño, llene la bañadera de agua fría, me desnude y entre. Quería aclarar mis pensamientos, poco a poco puse en funcionamiento mi cerebro hasta que logre formular la idea en esta forma terrible, pero indudable: “María y la prostituta han tenido una expresión semejante; la prostituta simulaba placer; María, pues, simulaba placer; María es una prostituta”. Furioso salte de la bañadera gritando: “puta, puta, puta”…me vestí a con rapidez cuando pasaron ante mi todos los momentos sospechosos. Todo encajaba, María me había engañado.
  • 11. Cap. XXXIII Muchas de las conclusiones que extraje en aquel lucido pero fantasmagórico examen eran hipotéticas, no las podía demostrar, aunque tenía la certeza de no equivocarme. Después de concluir esto llame a Lartigue, era amigo de Hunter y le dije que lo iría a visitar. Ya estando en casa de Lartigue le elogie el libro de versos, pero luego le pregunte secamente: ¿hace cuanto son amantes Hunter y María? Lartigue es vanidoso pero no zonzo y creyó evadir mi pregunta contestando que no sabía nada y rápidamente volvió a hablar del libro y del premio. Me fui corriendo, eran las tres de la tarde, María ya debía haber llegado a Buenos Aires; entonces fui y la llame desde un café, quedamos de encontrarnos en la Recoleta, en el lugar de siempre a las cinco. María también dijo que solo vino porque se lo pedí, pero debería haberse quedado en la estancia ya que Hunter estaba enfermo. Cap. XXXIV Antes de las cinco estuve en la recoleta, en el banco donde solíamos encontrarnos. Pensé, con desesperada melancolía, en los momentos que habíamos pasado en aquellos jardines. A medida que me iba analizando esas reflexiones, mas iba haciéndome a la idea de aceptar su amor así, sin condiciones y me aterrorizaba la idea de quedarme sin nada. Desgraciadamente María me fallo una vez más, fui y la llame desde un teléfono público, la mucama me dijo que hacía poco había partido a la estancia y se quedaría una semana. Indignado volví al taller, pensé que entre consolarme a mí en un parque y acostarse con Hunter en la estancia no podía haber lugar a dudas. Se me ocurrió una idea, llame nuevamente y pregunte si antes de que ella partiera había recibido una llamada de la Estancia y me dijeron que si, era Hunter. Iba a salir corriendo cuando se me ocurrió una idea, fui a la cocina y agarre un cuchillo grande y destrocé la pintura de la playa mientras lloraba veía como caían los pedazos de aquella mujer ansiosa y aquella espera. Corrí a la casa de Mapelli, pero no se encontraba, estaba en una librería. Corrí hasta ahí y lo encontré, le pedí que me prestara su auto y con asombro me pregunto si pasaba algo grave, se me ocurrió decirle que mi padre estaba muy grave y no tenia tren hasta el otro día. Se ofreció a llevarme pero me negué, me miro con asombro nuevamente, pero termino por darme las llaves. Cap. XXXV Eran las seis de la tarde, calcule que con el auto podía llegar en cuatro horas, de modo que a las diez estaría allá. Mientras viajaba pensaba en que María y yo parecíamos separados por un muro de vidrio, por el cual nos podíamos ver pero nunca hablar, oír ni tocar. Sentía una voluptuosidad que le hacía pensar en el desprecio que él sentía por ella. Me acordaba de la cita a la que ella no fue, para que la había citado si nos volveríamos a decir esas cosas oscuras y ásperas , y así una vez más pareceríamos separados por esa pared de vidrio. Llegue a la estancia a las diez y cuarto, detuve el auto en el camino real, para no llamar la atención con el ruido del motor y camine. Cuando llegue a la casa grande, vi que estaban encendidas las luces de la planta baja; pensé que todavía estarían en el comedor. Me oculte en un lugar del parque que me permitía vigilar la salida de gente por la escalera y espere. Cap. XXXVI Fue una espera interminable, no sé cuánto tiempo paso pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás. Me parecía que había vivido en un túnel oscuro, al igual que María, en una especie de pasadizos paralelos, pero la hora del encuentro finalmente había llegado. ¿Los pasadizos se habían unido?, no, los pasadizos seguían paralelos como antes; toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia
  • 12. mía que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles y por casualidad se había acercado a una de mis extrañas ventanas. Mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal. Entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado. Cap. XXXVII Después de este inmenso tiempo de mares y túneles, bajaron lentamente por la escalinata, sabiendo que mientras ella gozaba en calma yo estaría atormentado en un minucioso infierno de razonamientos, de imaginaciones. Pensaba en que podrían estar charlando y en que lenguaje, mientras hicieron una larga recorrida por el parque, la tormenta estaba encima de nosotros, negra, desgarrada por los relámpagos y truenos. El pampero soplaba con fuerza y comenzaron las primeras gotas, corrieron a refugiarse en la casa. Desde mi escondite vigilaba las luces del primer piso, al poco tiempo se encendió la luz del cuarto central: el de Hunter; esperaba que se encendiera el del cuarto de María, pero la luz no se encendió. Era obvio que dormirían juntos. Mi cuerpo se derrumbo lentamente, como si le hubiera llegado la hora de la vejez. Cap. XXXVIII Entre los arboles agitados por el vendaval, empapado por la lluvia, sentí que pasaba un tiempo implacable hasta que a través de mis ojos vi que una luz se encendía en otro dormitorio. Lo que sucedió luego, lo recuerdo como una pesadilla. Luchando con la tormenta, trepe hasta la planta alta por la reja de una ventana. Luego camine por la terraza hasta encontrar una puerta. Entre a la galería interior y busque su dormitorio. Temblando empuñe el cuchillo y abrí la puerta, ahí estaba ella, me acerque a su cama, me miro y luego me pregunto qué iba a hacer, acariciándole el pelo le respondí que tenía que matarla. Llorando le clave el cuchillo en el pecho, ella apretó las mandíbulas y cerró los ojos y cuando yo saque el cuchillo con sangre, me miro con una mirada dolorosa y humilde. Clave el cuchillo varias veces en su pecho y vientre, luego Salí por la terraza y descendí. Corrí a buenos aires, telefonee a la casa de Allende, lo hice despertar y le dije que debía verlo urgente. Le dije que venía de la estancia y que desde luego María era la amante de Hunter, y también era mi amante y la de muchos otros. Insensato me dijo el ciego mientras corría hacia mí con unas manos que parecían garras, me hice a un lado y tropezó con una mesita. Se incorporo y me persiguió por toda la sala, escape a la calle por la escalera. Cuando me entregue en la comisaria eran casi las seis, sentí que una caverna negra se iba agrandando dentro de mi cuerpo. Cap. XXXIX En estos meses de encierro he intentado muchas veces razonar la ultima palabra del ciego, la palabra insensato. Algún día tal vez logre hacerlo y entonces analizare también los motivos que pudo haber tenido Allende para suicidarse- Al menos puedo pintar, aunque sospecho que los médicos se ríen a mis espaldas, solo sé que existió un ser que entendía mi pintura. Mientras tanto, estos cuadros deben de confirmarlos cada vez mas en su estúpido punto de vista. Y los muros de este infierno serán, así, cada día mas herméticos. FIN.