Tras la caída del Imperio Romano en 409, los visigodos entraron en la península ibérica como federados de los romanos para expulsarlos. Derrotaron a los vándalos y alanos y se asentaron, estableciendo su capital en Toledo y convirtiendo las provincias romanas en ducados. Gobernaron la península hasta el siglo VIII, manteniendo el latín como lengua y estructurando una monarquía sustentada en el derecho germánico y apoyada por una asamblea.