Este cuento tradicional mexicano narra la historia de cómo la señora Esperanza logró poner fin a las noches de desorden causadas por los numerosos coyotes de diferentes tamaños que vivían en el bosque. Luego de que los coyotes molestaran nuevamente al viejo Santiago una noche, él le pidió ayuda a la señora Esperanza. Ella preparó un delicioso mole para atraer a los coyotes a su casa, donde fueron transformados por las nubes, los terregales y los rayos: los más pequeños se convirtieron en armadillos
Cuento Motriz para trabajar en educacion física con motivo del día de san Jorge. Ideal para el 1º Ciclo. Incluido dentro de un proyecto medieval de Ciclo. las actividades completas se pueden seguir en el blog:educafisicacceipcampodeborja.blogspot.com
Cuento Motriz para trabajar en educacion física con motivo del día de san Jorge. Ideal para el 1º Ciclo. Incluido dentro de un proyecto medieval de Ciclo. las actividades completas se pueden seguir en el blog:educafisicacceipcampodeborja.blogspot.com
Trabajo realizado por los alumnos de 2do. grado, en la escuela, en las clases de Prácticas del Lenguaje y Biblioteca, con las docentes Luisa de grado y Mirtha de Biblioteca, de acuerdo al Proyecto Distrital de Lectura y reescritura de cuentos tradicionales.
Entre muchos sociólogos y politólogos, la palabra comunidad ha servido para identificar, en conjuntos más o menos homogéneos, grupos de individuos, organizaciones, oficiantes y hasta naciones y estados con rasgos comunes, afinidades u objetivos compartidos. Así, merced entre otras cosas a esa uniformización lingüística, ha quedado enmascarado un ethos humano, una forma organizada de la vida con tan diversas manifestaciones como comunidades hay en todas las regiones de este planeta.
Trabajo realizado por los alumnos de 2do. grado, en la escuela, en las clases de Prácticas del Lenguaje y Biblioteca, con las docentes Luisa de grado y Mirtha de Biblioteca, de acuerdo al Proyecto Distrital de Lectura y reescritura de cuentos tradicionales.
Entre muchos sociólogos y politólogos, la palabra comunidad ha servido para identificar, en conjuntos más o menos homogéneos, grupos de individuos, organizaciones, oficiantes y hasta naciones y estados con rasgos comunes, afinidades u objetivos compartidos. Así, merced entre otras cosas a esa uniformización lingüística, ha quedado enmascarado un ethos humano, una forma organizada de la vida con tan diversas manifestaciones como comunidades hay en todas las regiones de este planeta.
¿Qué harías si paseando por el bosque de tu pueblo, descubrieses una burbuja con un gnomo dentro, pidiéndote que entres en ella?
Óscar, Tom y Sandra, son tres chiquillos que viven en un pueblo de España en el año 1.979. Una mañana de Octubre, deciden hacer novillos e irse de excursión a un bosque cercano. Su inseparable perrito Topo va tras ellos, pero cuando se adentran en el bosque, desaparece. Buscando a Topo, descubren una gigantesca burbuja que tendrán que atravesar para rescatarlo, y así realizarán el más fantástico viaje al pasado que jamás habrían podido sospechar: Retrocederán al año 510 y viajarán hasta Lutecia, un pueblo dentro de una isla donde conviven gnomos y humanos.
Con la ayuda de Lukuá, un gnomo amigo, se enteran de que a Topo lo tiene apresado Colungo, el cruel y avaricioso jefe del pueblo, que les pedirá un tesoro a cambio de liberar al animal. En la búsqueda del tesoro, que según la leyenda yace en las riberas del río, vivirán muchas aventuras, incluso un combate con un soldado en Las Arenas de Lutecia, y todo ello en un tiempo limitado, pues su estancia en Lutecia… ¡Sólo puede durar tres días!
Entre vagones del metro hizo su vida el último de mis héroes.
Cuando se fue, no estuve para despedirlo.
Bajé entonces a encontrarlo en el inframundo donde hacía sus obras…
Las trabajadoras sexuales en algunas imágenes. Testimonio sobre la Organización Nacional de Activistas por la Emanicipación de la Mujer, ONAEM - Bolivia.
La negación del devenir temporal no es para los aymara necesariamente un absurdo, un
imposible: es el sueño lúcido del que se rehusa a dejar de desear un “otro tiempo”. Y a cada paso histórico dado sobre los caminos, movilizados, los dueños del altiplano occidental boliviano pretenden que ese periodo “donde ya sólo manden los indios” surja de sus acciones, deteniendo para siempre el péndulo y el tictac de sus dominadores que todavía determina buena parte de su existencia.
introducción, casi
viví como pude las jornadas de septiembre y octubre de 2003 en las que los aymaras en bolivia contuvieron por fin las fuerzas que los antagonizaron por siglos —condenándolos a un lento genocidio—, y aprendí mucho con ellos.
armados de sí mismos, mis hermanas y hermanos de las comunidades y de las provincias, de los barrios alteños (y hasta de las laderas paceñas) fueron una enorme persona que, lo dije en otro libro, dice desde entonces su palabra con fuerza inusitada.
no soy poeta, soy apenas testigo. lo que aquí encierro son las imágenes que fueron quedando rezagadas en mis cuadernos: otro modo de sentir y mirar lo que vivimos.
hay palabras incomprensibles para algunos. no se preocupen, confío en que lo dicho y un par de herramientas sirvan para despejar sus dudas, llenar los huecos… más de uno habrá que no entenderá nada, pero quizá es porque nunca ha entendido.
perdonen las minúsculas… tienen sentido.
kolkata, diciembre de 2013.
Instrucciones del procedimiento para la oferta y la gestión conjunta del proceso de admisión a los centros públicos de primer ciclo de educación infantil de Pamplona para el curso 2024-2025.
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Historia de los muchos coyotes
LUIS A. GÓMEZ
para los tres enanos
Cuenta el abuelo del tío Cosa, a quien se lo dijo un primo de la hermana del
señor de la esquina, que hubo un tiempo sin relojes, cuando las horas y los
minutos eran pedazos de sombra bajo los árboles, en que existían muchos
coyotes de muy diferentes tamaños y grosores. Había coyotes flacos y largos
como el perro de los hijos de mi amigo el “Bizcocho”; otros eran chaparros y
fuertes como los macetones en los que mi abue Chofi plantaba helechos; y
también coyotes gorditos y de ojos pequeños, parecidos a los suéteres de una
novia que tuve en esos años medio grises cuando ustedes apenas y sabían
hablar tres palabras.
En noches oscuras y frias, más o menos como ésta, los coyotes salían de sus
casas en los bosques para corretear entre las matas, jugando a las escondidas
o, si se aburrían de jugar entre ellos, se iban a las casas de la gente para
comerse los restos de la cena y molestar a aquellos niños que, cansados de dar
lata, se habían quedado dormidos sin quitarse los zapatos.
La verdad no eran mala onda los coyotes, pero sin oportunidad ni ganas de
trabajar o estudiar alguna cosa, se habían vuelto muchísimo muy molestosos
para las personas. No pasaba noche sin ruido ni platos rotos. Era muy difícil
dormirse con tanto relajo como hacían estos animales; todos amanecían con
sueño y unas ojerotas del tamaño de una manzana... nadie tenía ganas de ir a
trabajar o a la escuela.
En esos días, todos los seres vivos (plantas y animales) hablaban la misma
lengua; después cuando las frutas decidieron por cuenta propia tener sabores
distintos, los animales, los hombres y los demás comenzaron a hablar
diferentes idiomas; pero eso se los cuento otro día. Estábamos pues en que
todos hablaban lo mismo, y era tan conocido el lenguaje, que uno podía hablar
hasta con el sol, las nubes y los cerros.
Una mañana tibia, luego de tomar el café con leche y el pan dulce, el viejo
Santiago decidió que los coyotes ya eran insoportables; no era justo tanto
desastre y tanto jolgorio por las noches si había quien, como él, tenía la
necesidad de levantarse temprano. Así, agarró su sombrero y, en vez de
tomar el rumbo de su trabajo, se fué a visitar a la señora Esperanza, amiga
íntima de mi abuelita y de las nubes y terregales que vivían por esa zona. La
encontró en su casita, dándole alpiste a los pájaros cantores y cantando con
ellos la canción del “Tecolotito”.
—Buenos días, saludó Santiago.
—¿Qué tal don Santis? ¿qué lo trae a ésta, su casa?
—Pues ya ve, aquí, con la desvelada encima.
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—Como todo el mundo; esos canijos coyotes ya no paran de andar
parrandeando.
—Por eso mismo vengo.
—A ver, dígame.
—Pues... yo digo que ya fue mucho; es hora de parar a esos huevones que
nomás andan molestando. Y venía a ver si a usted no se le ocurre nada.
—Mire, don Santis, la mera verdad no. Véngase mañana... ya pensaré en
algo.
***
Pasó el día ése con las gracias y desventuras que suelen cargar los días en sus
morrales. Los grandes trabajaron de mal humor, los niños jugaron muy poco
y algunos enamorados, de tan cansados, apenas y pudieron darse un besito
dormilón. ¡Y cómo no! Si los coyotes hacían más ruido en las noches que los
cohetes de las fiestas de Xoxocotla.
El viejo Santiago regresó ya de noche a su casa. Cenó con su mujer y después
de platicar un rato sobre las viejas historias y algunas un poco más nuevas,
se fueron los dos a acostar.
Como a eso de las 2 de la mañana, un grupo grande de coyotes se apareció por
la casa para dar lata. Entraron por la ventanita de la cocina, espantaron al
gato y se pusieron a buscar queso, chicharrón y frijoles para echarse un
taquito, y las cervezas de don Santis para pasar bocado. Al poco rato, ya
medio borrachos, les dio por cantar con la guitarra canciones de amor y de
guerra, pero tan desafinados, que parecían un montón de cacerolas de peltre
cayendo por un barranco.
Don Santiago, viejo pero valiente, tomó un bastón de ocote que tenía en la
pared y se fue directito a la cocina para agarrar a los coyotes a palazos. Nada
más alcanzó a darle al de la guitarra; los animales eran tantos y tan canijos
que entre todos lo agarraron y le quitaron su bastón, lo sentaron en un rincón
y se siguieron la parranda hasta las 6 de la madrugada.
Después de tan dura experiencia, al viejo se le puso mala la vista y tuvo la
necesidad de usar anteojos. Pero con todo, ese mismo día se fue a visitar de
nuevo a doña Esperanza, a ver si ya se le había ocurrido algo. La halló
echándole agua a los alcatraces y chismeando con ellos sobre las penas de
amor del viejo clavel por la rosa amarilla.
—Buenas doña Esperanza.
—¿Cómo está? ¿qué me cuenta don Santis?
—Nada más véame. Anoche esos carajos coyotes fueron a mi casa a alborotar.
Me urge, bueno, nos urge una solución para este problema.
—No se preocupe, ya estuve consultando con mis amigos y esta noche se
acaban las broncas.
—¿De veras? ¡qué bueno!
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—Sólo le pido de favor que vaya al huerto a traerme unos chilacayotes porque
voy a preparar un mole para la cena.
El viejo Santiago se extrañó mucho de la cuestión; le parecía rarísimo que si
la señora Esperanza iba a solucionar el problema coyotesco, quisiera cocinar
un mole. De todos modos se fue al huerto y le consiguió los chilacayotes más
sabrosos que encontró.
***
Ya pasó también el segundo día con sus colores y ruidos, como cualquier día
de éstos. Y cuando ya era de noche, los coyotes se empezaron a juntar en el
bosque para jugar “bote pateado”. Estaban en lo más emocionante, que es el
momento de encontrar al último jugador, y los asaltó un olorcito a mole, al
mole más delicioso jamás preparado ni por mi madrina, quien sabía de
lumbres y sazones más que la Morena de dibujo.
Se pusieron requete contentos y fueron siguiendo el olor hasta llegar a casa
de doña Esperanza. Sin perder tiempo se trataron de meter a darse el atracón
de su vida. Entre esto, es bueno saber que los coyotes eran muy ordenados
para atacar: primero hacían una fila por estaturas, del más chico al más
grande y, luego de tomar correctamente su distancia, se iban metiendo a las
casas de uno en uno.
Ya estaban pues, bien listos los coyotes, y empezaron los más chicos, que
parecían cojines o almohadas para niños. En eso, las nubes, las amigas de
doña Esperanza, soltaron un aguacero tremendo. Los coyotes siguieron
atacando en fila, pero tanta agua empezó a hacer lodo de los terregales, esos
amigos de la señora que vivían en los alrededores de su casa, y los coyotes
más chicos se fueron hundiendo poco a poco hasta que el lodo los tapó por
completo, menos las cabezas.
Encorajinados, los coyotes que parecían suéteres trataron de entrar a la casa,
pero del cielo cayeron cantidad de rayos y organizaron tremenda
chamusquina de pelos de coyote. Incluso a los chaparros y fuertes alcanzó la
quemazón, aunque estos últimos lograron medio cubrirse con unas ramas que
encontraron.
Viendo tan difíciles las cosas y tan caliente la lucha, los coyotes grandes y
flacos salieron corriendo para avisar a todos los otros, dando unos aullidos de
alarma y miedo; por esto algunas veces se les conoce como coyones.
El caso es que esa noche toda la gente durmió como está mandado. No hubo
relajo o parranda coyotil. Don Santis roncó como caño viejo toda la noche.
***
La próxima vez que el sol se fue a dormir, llevándose con él una cobija azul
cielo, los coyotes, malheridos, se fueron reuniendo como era su costumbre. Los
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coyotes más chicos traían en el lomo unas costras de lodo seco tan grandes
que parecían cazuelas con patas; hoy día la gente les dice armadillos. Los
coyotes suéter estaban negros y grises de la punta de los bigotes a la de la
cola, y cojeaban un poco; desde entonces se les conoce por el nombre de
tlacuaches; todavía a veces se acuerdan de sus parrandas y se meten a comer
en las casas.
Los chaparros y fuertes tenían parte del cuerpo ahumado y parte con el pelo
claro, pues se habían cubierto con las ramas ésas que ya dije; estaban muy
enojados y así se quedaron para siempre, con el nombre de tejones.
Unicamente los más grandes coyotes, los aulladores, quedaron casi sin
heridas o pelo quemado. Pero como eran lo cobardes correlones, todos los
demás les hicieron tal pleito, que dura hasta hoy, y ni unos ni otros pueden
verse ni en pintura. En fin, ya nunca más hubo tanto problema con ellos. Ésta
es la historia de los coyotes que yo me sé y con gusto la he contado, para
compartirla con quien tenga la paciencia de llegar hasta este punto.
Noviembre 3 de1995.