2. El evangelio de este
domingo es el mismo
para los tres ciclos, ya
que, además de
contarnos lo que
sucedió en la aparición
de Jesús resucitado a
los apóstoles en la
tarde-noche del
domingo de la
resurrección, nos cuenta
lo que pasó a los ocho
días cuando ya estaban
todos juntos.
Dice así:
3. Al anochecer de aquel día, el primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús,
se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y, diciendo
esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos
se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz
a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y
les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos."
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba
con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le
decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si
no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el
dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su
costado, no lo creo."
(sigue)
4. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos
y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las
puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros."
Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis
manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡Señor
mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto
has creído? Dichosos los que crean sin haber visto."
Muchos otros signos, que no están escritos en este
libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se
han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su
nombre.
Juan 20,19-31.
5. Una de las primeras
ideas que suscita la
lectura de este
evangelio es que da la
impresión que Jesús
mismo quería que se
celebrase su
resurrección en “el día
primero de la
semana”. Quizá
recordando lo de que
esta religión no es un
remiendo de la
antigua, sino una vida
nueva con un espíritu
nuevo: el amor.
6. Por eso nosotros celebramos el domingo con una especial
alegría, pues la misa es un verdadero encuentro con Cristo
Resucitado. Nos lo dice nuestra fe, que nos debe unir en el
amor a Jesús en la Eucaristía.
11. Ya la primitiva comunidad llamó al primer
día de la semana “el día del Señor”,
que es lo
que
significa la
palabra
“domingo”.
12. En cierto sentido
podemos decir que
se aparece Cristo
resucitado.
Y desde la primitiva
comunidad se reúnen
los cristianos para
celebrar la eucaristía en
un doble don de Dios: la
mesa de la Palabra y la
mesa del Cuerpo y
Sangre de Cristo.
13. Dice el evangelio que
los apóstoles estaban
“con las puertas
cerradas por miedo a
los judíos”.
Cerradas las puertas
externas y las
puertas internas de la
fe y de la esperanza.
14. Ellos habían dejado todo por seguir al Maestro y en Él
habían puesto toda su ilusión. Le querían de verdad:
pero ahora se veían desorientados: ¿Qué iban a hacer
ahora cuando todo se había terminado? Y estaban
acobardados ante la posible reacción de las autoridades.
La muerte
de Jesús
les había
herido
demasiado
en el
corazón.
15. Para esa hora de la tarde
ya las mujeres les habían
dicho que Jesús había
resucitado. San Juan
había ido al sepulcro con
Pedro y “había creído”. Y
especialmente a san
Pedro se le había
aparecido el Señor. Y
según cuenta san Lucas,
para entonces habían
vuelto los dos de Emaús.
16. La necesitaban verdaderamente. La paz es como la
tarjeta de visita de Jesucristo. Todos la necesitamos, en
lo individual y en lo colectivo. Es estar en equilibrio con
Dios, nosotros y los demás. Eso es lo que significaba la
palabra empleada por Jesús: SCHALOM.
Jesús se
presenta en
medio de
ellos y les
dice: “La
paz sea con
vosotros”.
25. Jesús les da la paz verdadera, no como la da el mundo
entre guerras y ambiciones. La paz que les da Jesús, y
nos quiere dar a nosotros, es un fruto del Espíritu Santo.
Para recibir bien esta paz, debe uno estar sin pecados.
Por eso les va a dar a los apóstoles, y a sus sucesores, el
poder de perdonar los pecados.
26. Entonces Jesús, dando un
aliento de vida, les da el
Espíritu Santo. Y alguno
pregunta: ¿Pero el Espíritu
Santo no vino en
Pentecostés? El Espíritu
Santo es infinito. Y
decimos que puede venir
muchas veces y nunca
podremos llenarnos del
todo. Por eso alguno
traduce: Y Jesús “les dio
Espíritu Santo”. Como
nosotros podemos
recibirle muchas veces;
pero procuremos que cada
vez nos llene más.
27. Este don que da Jesús a los apóstoles, el Espíritu Santo,
es el gran regalo de la Pascua. Es el que va a cambiar los
corazones.
28. Es quien va a realizar el verdadero milagro de la
resurrección: el cambio de vida y corazón en los apóstoles,
como quiere Jesús que también se realice en nosotros. Por
eso estemos dispuestos para recibir siempre este gran
regalo de la Pascua.
29. Alguno piensa que
Jesús resucitado
hubiera podido
manifestarse de una
manera
espectacular, con
milagros y signos
ante Pilato, sumos
sacerdotes y
soldados,
causantes de la
pasión, para que
cayesen de rodillas
ante Él.
30. No es esa la
manera de actuar
de Jesús. Él que
no bajó de la cruz
tampoco va a
apabullar a los
enemigos.
La experiencia
de la
resurrección se
vive desde la fe,
nunca desde la
curiosidad o la
venganza.
31. Jesús no quiere seguidores vencidos sino convencidos,
no acepta creyentes obligados sino libres, que sean
bendecidos por el Espíritu de Dios, que es Espíritu de
amor. Ese es el milagro de la resurrección: los cobardes
se llenan de audacia, los tristes se llenan de gozo y
entusiasmo.
Aquellos
discípulos
estaban
como
muertos y se
sienten
resucitados
con Cristo.
32. Después, la primitiva comunidad cristiana vive en
ambiente de resurrección. Es el ambiente de paz, de
amor, de unidad. Así nos lo dice hoy la primera lectura,
según lo cuentan los Hechos de los Apóstoles, 2,42-47.
Pero el
milagro
de la
Resurrec-
ción
continúa.
No sólo
en los
apóstoles
33. Los hermanos eran constantes en escuchar la
enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la
fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo
estaba impresionado por los muchos prodigios y
signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los
creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en
común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían
entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario
acudían al templo todos unidos, celebraban la
fracción del pan en las casas y comían juntos,
alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran
bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor
iba agregando al grupo los que se iban salvando.
34. También es verdad que hay muchas actitudes equivoca-
das al querer juzgar a la Iglesia. A veces sólo ven la Iglesia
en la jerarquía; otros no la distinguen de una sociedad
humana; muchos no ven ni distinguen el elemento
sobrenatural de la Iglesia que también es imperfecta y
pecadora. Demos motivos de que juzguen bien.
A veces es difícil
ver la presencia de
Cristo resucitado
en la Iglesia,
porque nos falta
presentar a Cristo
en nuestras vidas.
35. El evangelio
continúa. Tiene otra
segunda parte que
sucedió tal día como
hoy, a los ocho días.
Resulta que Tomás,
“uno de los doce”,
no estaba en aquella
primera aparición.
No sabemos cuánto
tardaría, quizá varios
días, si tuvo que
hacer algún viaje.
El hecho es que los apóstoles que estaban muy
contentos, dijeron a Tomás:
39. A Tomás le faltaba la
fe; pero tenía un
amor muy grande a
Jesús. En cierto
momento nos dice el
evangelio que
estaba dispuesto a
morir por Jesús.
Pero ahora Tomás
estaba nervioso y
triste por no haberle
podido ver. Y se
puso terco:
"Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no
meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la
mano en su costado, no lo creo."
40. Y Jesús se presenta de
nuevo y le trata a Tomás
con mucho cariño.
Jesús no le apunta con
el dedo amenazador,
sino que le invita a
meter el dedo en sus
heridas. Era como tocar
los signos del gran amor
que se ha manifestado
en el Calvario y que
sigue ofreciéndose a
todos. Esta es la postura
de Jesús y debe ser
siempre la postura de la
Iglesia.
41. El dedo amenazador
jamás ha salvado a
nadie, nunca ha
constituido un argu-
mento convincente,
sino todo lo contrario.
Si algo no se puede
conseguir con el
amor, mucho menos
con las amenazas,
sobre todo cuando se
trata de la gloria de
Dios, de conseguir
algo por el espíritu de
Dios, que es espíritu
de bondad y de amor.
42. Y en ese momento
santo Tomás realiza
algo portentoso:
hace la
manifestación más
grandiosa de todo el
evangelio. Podíamos
decir quizá que el
evangelista ha
puesto en boca de
Tomás el mejor
sentimiento que
quiere tengamos
hacia Jesús: “Señor
mío y Dios mío”.
43. Muchas personas
repiten esta
expresión cuando el
sacerdote levanta el
Cuerpo de Cristo
después de la
consagración en la
eucaristía. Que
nosotros entonces o
muchas veces
cuando estemos
ante el altar le
podamos decir, de
verdad y de corazón,
con toda nuestra
alma:
48. Casi debemos agradecer a
santo Tomas que por esa
su ausencia primera y por
las dudas después, nos ha
enseñado a decir: “Señor
mío y Dios mío”. Y no sólo
eso, sino que Jesús se
dirigió a nosotros en
forma de bienaventuranza
cuando dijo: “Dichosos
los que crean sin haber
visto.” Porque nosotros
caminamos por la fe en
esta vida, pero caminamos
con nuestro Dios y Señor,
especialmente en la
Eucaristía.
49. Esto nos indica que tenemos que ratificar que Jesús es
Nuestro Señor en la vida de cada día. Jesús resucitado
camina con nosotros cuando estamos de camino o
sentados a la mesa partiendo y compartiendo el
alimento, cuando leemos la Escritura o atendemos al
enfermo.
Siempre está
dispuesto a
quitar las
dudas o los
miedos, para
que reine la
paz y el amor.
50. Por la resurrección de
Cristo hemos renacido
a otra vida nueva. Esta
vida nueva es para
tener esperanza en la
alegría que Dios nos
va dando y mucho
más la que
esperamos. Esto a
pesar de las
dificultades que puede
haber como dicen que
pasaban aquellos a
quienes se dirigía san
Pedro en su primera
carta, como nos dice
la 2ª lectura de hoy.1Pedro 1,3-9
51. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que
en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo
de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para
una esperanza viva, para una herencia incorruptible,
pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La
fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que
aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de
ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en
pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de
más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo
aquilatan a fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor
cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a
Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os
alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando
así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.
52. Terminamos
cantando la
alegría de
sabernos que
vamos con
Cristo
resucitado,
unidos a la
alegría de María
porque
queremos
compartir el
verdadero amor
con todos los
que caminamos
con el Señor.