2. Jesús predicaba a veces a grandes masas de gente y
rodeado de una multitud de personas.
3. Pero otras veces estaba a solas con los 12 apóstoles y
varias veces junto con unos pocos discípulos y
discípulas que solían seguirle.
4. Con los 12 apóstoles estaba de una manera más especial,
pues les tenía que orientar para cuando comenzasen a
predicar: en algunas ocasiones de manera como ensayo y
después de subir al cielo y después de Pentecostés de
forma definitiva.
5. No se trataba de ponerles como de color de rosa todo lo
relativo al apostolado. Les hablaba de persecuciones
que iban a tener como las tenía ya el mismo Jesús y
más que iba a tener. También iban a ser insultados sin
razón. Y todo esto hacía que se llenasen de temores.
Más
cuando les
dijo que
ellos, que
eran como
mansas
ovejas,
iban a
estar como
entre
lobos.
6. Ante esto ya les había consolado Jesús diciéndoles que
iban a tener un don especial, don del Espíritu Santo, para
saberse defender de modo que pareciera como si Dios
hablase por medio de ellos mismos.
23. Así que Jesús varias veces y hasta la «Última Cena» no
dejó de consolarles. Hoy comienza el evangelio con estas
palabras: «No tengáis miedo». Esta frase la repetía varias
veces el papa san Juan Pablo II, desde el comienzo de su
apostolado.
Dice así el evangelio de este día:
Es algo muy
importante
para la vida
cristiana y
sobre todo
para la
evangeliza-
ción.
24. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis
miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no
llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a
saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y
lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No
tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden
matar el alma. No, temed al que puede destruir con el
fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones
por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo
sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta
los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no
tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los
gorriones.
Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también
me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me
niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi
Padre del cielo». Mateo 10,26-33
25. Hoy también se nos dice a nosotros, porque en este
mundo, a pesar de saber que hay muchos adelantos, hay
también muchos miedos. Y una señal de estos miedos
es que todo se procura dejar bien cerrado: la casa, el
coche o auto (recuerdo los años en que yo dejaba por la
noche el coche abierto en la calle y con la llave puesta).
Hay miedo de
perder el
empleo, hasta
de tener el
dinero en el
banco, miedo
a los
desastres, al
terrorismo,
etc.
26. Y en el terreno religioso hay miedo a los cambios en la
Iglesia, miedo al qué dirán en el apostolado, miedo al
fracaso, a las críticas. La gente que vive atemorizada,
suele pensar sólo en las fuerzas humanas y materiales.
Y hasta los cristianos creemos poco en la ayuda de
Dios.
27. Hoy Jesús nos dice como a los apóstoles: «No tengáis
miedo»- Y nos da tres razones: La primera es porque
todo llegará a descubrirse.
No hace falta
esperar quizá al
Juicio final,
donde todas las
acciones
quedarán
patentes. En el
trascurso de la
vida se van
descubriendo
muchas cosas.
28. Pero sobre todo: Dios lo ve todo y a Dios no se le puede
ocultar nada. Había un dicho: «Dios ve una hormiga negra
sobre una piedra negra en una noche totalmente oscura».
29. Además la opinión de la gente cambia con
mucha facilidad. Así que la verdad hasta
humanamente es que va descubriéndose
poco a poco.
¡Que miedo suele haber al qué dirá la gente! Lo
primero que debemos pensar, porque es lo más
importante (o totalmente importante) es lo que
diga Dios, no lo que diga la gente.
30. Y resulta que iba a ser madre sin esperar a
completar la ceremonia del matrimonio y sin saberlo José.
Como ejemplo plenamente
ilustrador del no tener
miedo por estar en las
manos de Dios, podíamos
poner a la Virgen María.
Cuando el ángel la ofreció
de parte de Dios ser la
madre del Redentor y
comprendió que era esa la
voluntad del Creador, se
puso en Sus manos sin
mirar qué podría decir la
gente. Quizá algunos
familiares sabrían de su
entrega plena a Dios y
todos sabían de su vida
leal.
50. La 2ª razón
que da
Jesús para
vivir sin
temor es
porque no
hay que
temer a los
hombres
sino a
Dios.
51. No es que sea lo
principal el temor
de Dios.
Normalmente
debemos actuar
por amor; pero si
el amor no nos
mantiene en la
gracia, que al
menos el temor
de caer en el
castigo eterno
nos pueda
preservar del
pecado.
52. Este temor de Dios
es muy diferente
del que estamos
acostumbrados a
pensar en relación
a la vida material.
El temor a Dios es
tan bueno y
sublime que es un
don del Espíritu
Santo. Es el temor
de perder a Dios o
temor a nosotros
mismos, a nuestra
debilidad.
53. Jesús nos da
confianza y
nos dice que
no tenemos
por qué temer
a los hombres.
Lo más que
nos pueden
hacer es
quitarnos la
vida material,
pero no la vida
eterna.
54. Hasta de esto
peor que nos
pueda hacer la
maldad
humana, que
sería el
quitarnos la
vida material,
Dios puede
sacar gran
provecho:
para nosotros,
para el bien de
otras personas
y de toda la
Iglesia.
55. Por eso se necesita fe para estar bien persuadido de
que el mayor mal no es la muerte temporal sino la
condenación y el pecado que la prepara.
56. La 3ª razón que da
Jesús para vivir
sin miedo es que
contamos con el
cariño y la
protección de
Dios. Si Dios
cuida hasta de los
pajarillos ¿cómo
no va a cuidar de
nosotros? Hasta
sabe el número de
nuestros cabellos.
Es la ley de la
Providencia
Divina en nuestra
vida
57. Es difícil
comprender la
Providencia de Dios
en nuestra vida
cuando vemos
tantas cosas que
nos disgustan,
cuando hay tantos
desastres y vemos
que muchas veces
triunfa el mal y la
injusticia.
58. Sabemos que esta vida es
de paso hacia “la nueva
tierra y nuevos cielos”.
Pero hay demasiada gente
que vive como si
viviéramos en una vida
final y no hubiera nada
más. Hoy una vez más
debemos reavivar nuestra
fe en la presencia
amorosa de Dios a
nuestro lado o
profundamente inmersa
en nuestro interior. Pero
Dios no nos doblega, sino
que nos llama y nos invita.
Dios siempre respeta
nuestra libertad.
59. “Todas las cosas las
ordena Dios para bien de
los que le aman”. Esto que
ya proclamaba san Pablo,
debemos tenerlo en cuenta
al proclamar la Providencia
Divina en nuestra vida.
Qué difícil es comprender
que todo lo hace Dios para
nuestro bien. Claro que a
veces chocamos con la
mala voluntad de otras
personas. Pero hasta de
eso podemos sacar bienes.
Por eso entreguémonos en
las manos de Dios y
hagamos el bien.
60. Termina hoy el evangelio con
una especie de fórmula
sapiencial: «Si uno se pone de
mi parte ante los hombres, yo
también me pondré de su parte
ante mi Padre del cielo. Y si
uno me niega ante los
hombres, yo también lo negaré
ante mi Padre del cielo». Hay
muchas maneras de ponernos
de parte de Dios. Lo más
sencillo será cumplir cada uno
con sus deberes dentro de la
sociedad y de la Iglesia. Será
siempre practicar el bien y la
misericordia siguiendo el ser
de Dios.
61. Pero hoy se nos insiste
especialmente en confiar
en Dios. Por eso en la 1ª
lectura, que siempre está
muy unida con el
evangelio nos habla el
profeta Jeremías. Sufrió
mucho por defender los
derechos de Dios, estaba
perseguido; pero sentía
que Dios estaba con él y
seguía poniendo su
confianza en el Señor.
Así dice esta lectura.
62. Dijo Jeremías: "Oía el cuchicheo de la gente: "Pavor en
torno; delatadlo, vamos a delatarlo." Mis amigos
acechaban mi traspié: "a ver si se deja seducir, y lo
abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él."
Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis
enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se
avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no
se olvidará.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas
lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que
tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa.
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del
pobre de manos de los impíos."
Jeremías 20,10-13
63. Hay que saber
fiarse más de Dios,
que siempre está a
nuestro lado y que
con su providencia
gobierna todo el
universo para
nuestro bien. No
sólo vela por todos
en general, sino
por cada uno de
nosotros en
particular.
64. En la misa, cuando estamos en la presencia del Señor de
una manera más tierna y eficaz por estar en la Eucaristía
y en la comunidad reunida, le pidamos que nos llene de
su amor y que luego sintamos su Providencia en el
quehacer de nuestra vida.
Terminamos
dirigiendo
nuestra
súplica al
Señor, como
el salmo
responsorial
que dice:
«Señor, que
me escuche
tu gran
bondad».