El modelo médico de atención del parto ha sido objeto de creciente escrutinio, debido a su tratamiento hospitalario y a la utilización rutinaria e innecesaria de procedimientos médicos que, además de ser incómodos para la mujer, pueden llegar a alterar su salud o la del recién nacido. Organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) (Chalmers B, 2001) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) (ONU, documento A, 2012) han insistido en aplicar las mejores evidencias científicas para definir los procedimientos más adecuados para la atención de la salud sexual y reproductiva, además de haber emitido las recomendaciones internacionales para mejorar la atención del parto basadas en los derechos humanos. Procedimientos cuestionados con estos enfoques son por ejemplo: la admisión de pacientes a salas de labor de forma temprana, la realización de intervenciones de manera rutinaria como el uso de oxitocina, el rasurado del vello púbico, que puede incrementar el riesgo de infección; el uso de enema y vaciamiento vesical, la amniotomia, el corte temprano del cordón umbilical, la revisión manual de la cavidad uterina y la separación madre-hijo posterior al nacimiento, entre otros. Es importante analizar dichos procedimientos a través de la medicina basada en evidencia, que exige la integración de la experiencia clínica individual con la mejor evidencia disponible derivada de la investigación y los valores de la persona. No se trata de limitar el quehacer de los profesionistas, sino de establecer lineamientos básicos que contribuyan a reducir los riesgos que pudieran asociarse a las intervenciones de salud. El personal de las instituciones de salud deberá ser conscientes, que las modificaciones de las condiciones de atención del embarazo y parto representan un reto, que requerirá de procesos graduales de sensibilización, formación y adaptación.