Este documento discute la obediencia a la autoridad. Argumenta que la sumisión es una cuestión de actitud mientras que la obediencia es un asunto de conducta. Solo Dios merece obediencia absoluta; las autoridades delegadas solo merecen obediencia limitada cuando sus órdenes no contradigan a Dios. La iglesia necesita tanto la vida espiritual como el reconocimiento de la autoridad para mantener el orden.