Los obispos reunidos en las Catacumbas de Santa Domitila durante el Concilio Vaticano II en 1965 firmaron el Pacto de las Catacumbas, comprometiéndose a vivir en pobreza, rechazar símbolos de poder y privilegio, y centrar su ministerio en los pobres, con el objetivo de reflejar mejor la Iglesia de Jesús como una comunidad de creyentes.