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«Proceso de la literatura» peruana
JOSÉ CARLOS ROVIRA
José Carlos Rovira Soler:
Catedrático de literatura hispano-
americana en la Universidad de
Alicante. Es autor de libros, ar-
tículos y ediciones sobre autores
contemporáneos (Rubén Darío,
Miguel Hernández, Pablo Neruda,
José María Arguedas, Juan Gil-
Albert) así como sobre poetas de
la tradición cancioneril en la corte
napolitana de Alfonso el Magná-
nimo, literatura novohispana, rela-
ciones del mundo cultural italiano
con la tradición hispanoamericana,
siendo sus últimos libros José To-
ribio Medina y la fundación bi-
bliográfica y literaria del mundo
colonial hispanoamericano (2002)
y Ciudad y literatura en América
Latina (2005).
«PROCESO DE LA LITERATURA»
PERUANA
JOSÉ CARLOS ROVIRA
Mi título es evidentemente un préstamo
de uno de los textos que son emblemas de la
revisión de la tradición literaria en Perú: el
«Proceso de la literatura», el último de los 7
ensayos de interpretación de la realidad perua-
na. Recordemos que el «Testimonio de parte»
con el que comienza el capítulo, no quiere
dejar lugar a dudas sobre el valor que le da a
la palabra «proceso»:
La palabra proceso tiene en este caso su acepción
judicial. No escondo ningún propósito de participar
en la elaboración de la historia de la literatura perua-
na. Me propongo, sólo, aportar mi testimonio a un
juicio que considero abierto. Me parece que en este
proceso se ha oído hasta ahora, casi exclusivamente,
testimonios de defensa, y que es tiempo de que se
oiga también testimonios de acusación. Mi testimo-
nio es convicta y confesamente un testimonio de
parte. Todo crítico, todo testigo, cumple consciente
o inconscientemente una misión (…) mi misión ante
el pasado, parece ser la de votar en contra. No me exi-
mo de cumplirla, ni me excuso por su parcialidad.1
Cuando leemos por primera vez los 7 en-
sayos, pensamos que vamos a encontrarnos, y
parcialmente así es, la palabra proceso en las
acepciones no jurídicas; o sea en su valor como
«transcurso del tiempo», o «conjunto de las
fases sucesivas de un fenómeno natural o de
una operación artificial» (RAE). Mariátegui
envuelve sin embargo la palabra en su acepción
judicial, aunque sepamos que va a dirigirse al
transcurso de la literatura peruana.
Los 7 ensayos aparecen en 1928, dos años
antes de la muerte del pensador, y se ha ana-
lizado en ellos, tras su diferente escritura en
distintos tiempos, la construcción de un todo
unitario que sin embargo ha sido pensado,
escrito y publicado como fragmentos de una
taracea de pensamiento que en esa obra, sin
duda la de más aliento mariateguiano, intenta
adquirir la unidad. No voy a hablar del prin-
cipio de desilusión que la obra puede crearnos
por el paso inexorable del tiempo sobre ella:
ochenta años son muchos para que aquel
«proceso» de la literatura no deba tener otras
consideraciones, aparte por supuesto de otros
contenidos. Me preocupa sobre todo el enve-
jecimiento de algunas valoraciones que siguen
siendo secundadas y difundidas.
No voy a hablar sobre estas cuestiones
que, en esta publicación, tendrán sin duda
aclaración y explicación por parte de uno
de los especialistas principales en su obra, el
profesor Eugenio Chang-Rodríguez, autor
de la imprescindible obra Poética e ideología
en José Carlos Mariátegui2, con la que tanto
podemos seguir aprendiendo.
No tengo dudas sobre el valor histórico
del texto con el que Mariátegui cerraba de
alguna forma un ciclo de reflexión sobre la
literatura peruana, un espacio teórico que se
había iniciado con José de la Riva-Agüero en
19053, y que había sido continuado y variado
por José Gálvez, en 19154, y definitivamente
transformado por Luis Alberto Sánchez en
19205. De alguna forma, como señaló en un
incipiente trabajo Miguel Ángel Rodríguez
Rea6, el texto de Mariátegui vino a continuar,
variar e intentar cerrar aquel debate.
¿QUÉ LEÍA O CÓMO SE FORMABA
SOBRE PERÚ UN ADOLESCENTE ES-
PAÑOL A MEDIADOS DEL SIGLO XX?
Este epígrafe, como es fácil identificar,
es un juego con un título de Ventura García
1
José Carlos Mariátegui, 7 ensa-
yos de interpretación de la rea-
lidad peruana, Caracas, Ayau-
cho, 1979, p. 149. Cito siempre
a partir de esta edición.
2
Eugenio Chang Rodríguez, Poé-
tica e ideología en José Carlos
Mariátegui, Madrid, Porrúa Tu-
ranzas, 1983.
3
José de la Riva-Agüero, Ca-
rácter de la literatura del Perú
independiente, Lima, Rosay Edi-
tor, 1905.
4
José Gálvez, Posibilidad de una
genuina literatura nacional, Li-
ma, Casa editora M. Moral,
1915.
5
Nos referimos a su ensayo Noso-
tros: ensayo sobre una Literatura
Nacional, tesis de Bachiller que
publicó en 1920 en La Prensa de
Lima, con el título Literatura pe-
ruana. Capítulo de un ensayo
preliminar, los días 5, 6 y 7 de
agosto de 1920, pp. 1 y 2.
6
Miguel Ángel Rodríguez Rea, La
literatura peruana en debate:
1905-1928, Prólogo de David
Sobrevilla, Lima, Ediciones An-
tonio Ricardo, 1985.
América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14
ISSN: 1577-3442
8
«Proceso de la literatura» peruana
JOSÉ CARLOS ROVIRA
América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14
Perú, quien explicaba que faltaba un séptimo
conferenciante, José María de Cossío, que
apoyó la iniciativa pero que no quiso interve-
nir porque no conocía Perú. La verdad es que,
leyendo en la actualidad esas conferencias, lo
alegado por Cossío parece que era importante
ya que tres de los seis conferenciantes (el es-
cultor Victorio Macho, el Marqués de Lozoya
y Eugenio Montes) crean una guía turística,
memorial e imperial sobre el Cuzco, Macchu
Picchu y Lima, en donde el Inca no aparece
por casi ninguna parte; Gregorio Marañón
nos sorprende con su «Vida y andanzas de
Pablo de Olavide» que justifica porque, en
Lima, habló hace cuatro años del «mestizo
ungido por un nombre mágico», dice, refi-
riéndose a Garcilaso, y por ese motivo va a
hablar ahora del dieciochesco Olavide.
Quedan Menéndez Pidal y Pemán como
exclusivos conferenciantes conmemorativos.
De don Ramón, en 1959, poco tenemos que
decir. Mi respeto a su figura me hace dolo-
roso siempre comentar algunos de sus textos
increíbles. Tenía 90 años y le quedaban nueve
de vida. Se aprestaba a publicar un libro que
apareció en 1963 titulado El padre Las Casas.
Su doble personalidad9, un libro que hace años
describí no como obra de don Ramón, sino de
Robert Louis Stevenson. De hecho parece que
aprovechó aquella conferencia para anticipar
lo que estaba escribiendo.
Comienza en cualquier caso su conferen-
cia, titulada «La moral en la conquista del Pe-
rú y el Inca Garcilaso de la Vega», evocando
su viaje a Perú, sus cuarenta días limeños, del
lejano 1905, cuando entre otros conoció a Ri-
cardo Palma, a José de la Riva Agüero, a José
Santos Chocano, del que aprendió aquello de
«la sangre es española e incaico es el latido»10.
Luego deja los recuerdos de aquel viaje y nos
anuncia que va a hablar de la Conquista del
Perú y «de cómo el Inca Garcilaso apreció
esa conquista».
Las primeras tres cuartas partes de la con-
ferencia son un análisis sobre el Padre Las
Casas y sus posiciones sobre la conquista y
sobre las riquezas del Perú concretamente. Su
debate con Francisco Vitoria va plagando de
adjetivos negativos la imagen del dominico:
su ambición, su egolatría, su miedo a ir como
obispo del Cuzco, su erróneo proceder como
obispo de Chiapas, su doble personalidad…
páginas y páginas que se desgranan en una
conferencia en la que, si hubiésemos asistido a
ella, probablemente estaríamos pensando que
Calderón, situando yo la experiencia medio
siglo después del relato del insigne peruano7.
Recuerdo que esta revista intenta que se dé
cuenta de algunos momentos principales de
lo que llamamos Literatura peruana, a los
cuatrocientos años de los Comentarios rea-
les, convirtiendo el texto del Inca Garcilaso
de la Vega en una referencia imprescindible
conmemorativa (y no sólo conmemorativa):
posiblemente los Comentarios tengan ya, a
los cuatrocientos años de su publicación, el
carácter de eje de una reflexión americana
e hispanoamericana de la que no podemos
prescindir para configurar sentidos, dimen-
siones culturales e históricas y procesos de
trascendencia cultural que universalizaron
aquella literatura.
Este proyecto surgió por tanto de esa
conmemoración del cuarto centenario de la
obra principal de Garcilaso, pero no quería
presentarse como un estudio cerrado en la
misma, sino como la apertura a una tradición
que obtiene en ella un referente clave, y que
llega a lo contemporáneo como proceso crea-
tivo. Querríamos también con él, con Gaci-
laso, ejemplificar una atención metodológica
al Perú y su literatura que es, como sabemos,
una de las grandes literaturas universales.
A veces, una conmemoración nos debe
llevar a intentar un estado de la cuestión, para
lo que recuerdo un referente muy negativo,
con el que voy a empezar.
Narro una conmemoración acaecida en
España en los trescientos cincuenta años de
la publicación de los Comentarios reales. Está
contenida en un volumen que se titula Seis
temas peruanos8, con el subtítulo significativo
de «Conferencias pronunciadas en la emba-
jada del Perú en España», y que publicó la
Colección Austral de Espasa-Calpe el 3 de
diciembre de 1960, un año después de que
se acogiera en la representación diplomática
aquella conmemoración que se realizó exac-
tamente entre el 12 de noviembre y el 10 de
diciembre de 1959, durante los jueves de cada
semana.
Firmaban aquel volumen Ramón Menén-
dez Pidal, Victorio Macho, el Marqués de
Lozoya (o sea, Juan de Contreras y López de
Ayala); José María Pemán, Gregorio Mara-
ñón y Eugenio Montes («los más ilustres de
España», como dice el Marqués de Lozoya,
excluyéndose de los ilustres modestamente
él mismo, al comienzo de su conferencia). Lo
prologaba Manuel Cisneros, embajador del
7
El título de Ventura García Cal-
derón, donde da cuenta de sus
lecturas juveniles, es ¿Cómo era
un adolescente peruano al co-
menzar el siglo XX? Y está pre-
sente en Nosotros, Obra Escogi-
da, ed. de Luis Alberto Sánchez,
Lima, Edubanco, 1986, pp.
519-529. Lo antologué en José
Carlos Rovira (ed.), Identidad
cultural y literatura, Alicante,
Instituto Gil-Albert, 1992, pp.
184-190.
8
Ramón Menéndez Pidal, et alii,
Seis temas peruanos; Madrid,
Espasa Calpe (austral), 1960.
9
Ramón Menéndez Pidal, El pa-
dre Las Casas. Su doble perso-
nalidad, Madrid, Espasa-Calpe,
1963.
10
Una observación: no sé si don
Ramón, que había leído todo,
recordaría al hacer su evocación
de don José Santos Chocano, la
broma del gran Rubén, cuan-
do escribió como preludio a
Alma América aquel pareado
que Chocano tachó: «Tal dije
cuando don José Santos Choca-
no,/último de los Incas, se tornó
castellano.
9
«Proceso de la literatura» peruana
JOSÉ CARLOS ROVIRA
América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14
tocaba todavía las nieblas precolombinas y
que por su pluma tocaba ya la plenitud euro-
pea del Renacimiento» (p. 79).
Máxima expresión inequívoca el Inca de
«los valores hispánicos», «de los valores de
nuestra historia en América», de la armonía
del ser español…y, a partir de aquí, tras una
larga divagación en la que La Araucana sig-
nifica la universalidad de dar protagonismo
al vencido, tras tratar el teatro americano de
Lope de Vega, para lo que recurre a audaces
comparaciones con «angelitos negros» (bo-
lero popularizado por Antonio Machín, al
que Pemán que debía tener poco oído o co-
nocimiento musical llama «tango gangoso»),
recurre a otro ejemplo musical para explicar
el castizo españolismo como síntesis de uni-
versalidad, para lo que narra que siempre
llevamos a los extranjeros a que vean nuestro
casticismo en La verbena de la paloma, donde
la gorrita que llevan los chulos es inglesa y las
mujeres lucen «el mantón de Manila», que,
recalca textualmente Pemán, «que ya dice su
mismo nombre que es de Manila»…
Resulta a veces difícil seguir la gracia gadi-
tana de José María Pemán, que se convierte en
chiste fácil. Lo parecen incluso sus metáforas,
que a continuación abordan una nueva sínte-
sis de la Hispanidad, en la que va a situar la
obra del Inca, definiéndolo así: «ni es indige-
nismo puro ni europeísmo calcado sino que es
toda la exuberancia de la selva virgen metida
en la discreta y racional medida del Partenón
de Atenas» (p. 91), para, tras un cúmulo de
divagaciones de época en la que destaca la
creación del «Derecho de Indias», terminar
actualizando la obra del Inca, dándole un sen-
tido contemporáneo exactamente así:
Ahora hay también una luz incansablemente en-
cendida, con satánico desvelo, en los laboratorios
donde se desintegra el átomo o se conspira contra
las bases morales de la sociedad. Y yo os digo a
todos vosotros, diplomáticos, escritores, académicos,
catedráticos, que me estáis escuchando esta tarde: no
apaguéis vuestras luces hasta ver quién acaba primero
su tarea, si los que están trabajando para la guerra y la
muerte o los que están trabajando para aquel orden
integrador que tan entrañablemente sentía el Inca
Garcilaso, y que reclama un nuevo Derecho plane-
tario puesto radicalmente al servicio y de la paz y la
confraternidad entre los hombres. (p. 97)
Así se conmemoraba al Inca Garcilaso en
la España de hace cincuenta años. He dejado
a ver cuándo entra en materia. Lo hace en las
cuatro páginas finales, donde contrapone la
visión destructiva de la conquista que analiza
en Las Casas a la visión integradora de El Inca,
que verá males, incluso a veces hasta crímenes,
pero que no achacará más que a los que los
realizan y nunca a la Monarquía española, de
la que no discute su derecho sobre las Indias:
Una vez consumada la conquista, olvidadas las
fieras guerras y rebeliones subsiguientes, surge en la
mente de Garcilaso una construcción histórica ideal,
opuesta a la utopía jurídica de Las Casas. Mientras
Las Casas exalta a los indios atropellando toda
mesura en el encomio y odiaba furiosamente a los
españoles, Garcilaso, ecuánime, idealiza el imperio
inca sin cometer excesos comparativamente intole-
rables, y tiende un velo sobre las imperfecciones de
la conquista, dejando ver sólo la parte grandiosa del
suceso histórico. (p. 37)
Ramón Menéndez Pidal mantiene su ho-
menaje al Inca en el interior del desconcierto
para el lector que provoca su más amplio
ataque a Las Casas, que no era el motivo de
su conferencia y, sin embargo, sí lo fue, pero
mantiene el tono reflexivo del que siempre
solía hacer gala.
El otro autor que dedica su conferencia al
Inca es José María Pemán, que resulta como
casi siempre un ejemplo de graciosa retórica
imperial. Su conferencia se llama «El Inca
Garcilaso de la Vega, fruta nueva del Perú»,
frase que el propio Inca, en la dedicatoria de
su Historia general del Perú, atribuía a Felipe
II ante su traducción de los Diálogos de amor
de León Hebreo.
Comienza Pemán afirmando que el Inca
«es expresión y reflejo típico de los valores de
la obra de España en América» (p. 75). Habla
de que la conquista fue el ejemplo principal de
la formación del «Orbis Christianum». Cita la
obra de Bernal Díaz del Castillo, al que llama
«soldadote de pocas letras», y habla de su na-
rración civilizadora, para afirmar que «Hasta
el soldado éste, un tanto iletrado, llegaba
allí pretendiendo dar a sus mandobles, a sus
tajos y a sus arcabuzazos, una trascendencia
metafísica»(p. 77). Tras un recorrido civiliza-
dor sobre la presencia española en América,
aborda la traducción de los Diálogos de amor,
el episodio en el que el rey afirmó que eran
«fruta nueva del Perú», para afirmar que el
rey sabía que aquel libro era esto, la obra de
un «criollo», dice, «que por su sangre materna
Inca Garcilaso de la Vega.
10
«Proceso de la literatura» peruana
JOSÉ CARLOS ROVIRA
América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14
identificación de lo peruano. Conocemos el
papel que las literaturas nacionales, surgidas
tras la independencia, confieren al pasado co-
lonial como parte de la expresión literaria del
país y de su identidad. En el caso de Perú, la
propia conciencia de su determinación histó-
rica, la condición virreinal y todos sus mitos
conexos, y la clase dirigente que sucedió a la
que detentaba los poderes en el virreinato,
que a fin de cuentas era la misma, crearon
una tendencia a asumir la tradición colonial
como propia, sin más ruptura que el hecho
político de la independencia. Pero las crisis
sociales del tiempo posterior a la independen-
cia favorecieron aún más esa apropiación del
pasado como «nostalgia virreinal», que bien
identificó Mariátegui en sus 7 ensayos (cf. «El
problema de la tierra»).
Esta encrucijada está actuando a comienzos
de siglo y la determina un eje social y cultural
que se plantea la modernidad como objetivo,
y que quiere saldar cuentas con el pasado, o
incorporarlo a la misma modernidad11.
Surgen tendencias culturales que reivin-
dican el pasado desde otras perspectivas y
matices. Si quisiésemos buscar dos polos dife-
renciados ampliamente en sus objetivos, pero
muy próximos quizá en análisis, tendríamos
que recordar la perplejidad que nos produce
leer algunos textos que informan el debate li-
terario sobre la colonia en los primeros treinta
años del siglo XX.
Me referiré a ello:
1. La conceptualización de los «hispanis-
tas». La tesis de José de la Riva-Agüero, Ca-
rácter de la literatura del Perú independiente,
publicada en 1905, plantea radicalmente la
dependencia de lo que se considera literatura
peruana respecto de la literatura española.
Recordemos la aseveración principal de Riva-
Agüero:
La literatura peruana forma parte de la castellana.
Esta es la verdad inconcusa, desde que la lengua
que hablamos y de que se sirven nuestros literatos
es la castellana. La literatura del Perú, a partir de la
Conquista, es literatura castellana provincial, ni más
ni menos que la de las islas Canarias o la de Aragón
o Murcia, por ejemplo, puesto que nada tiene que
ver con la literatura, la dependencia o independencia
policía de la región donde se cultiva. (p. 220)
Esta tesis de la identidad con la literatura
española conlleva una valoración negativa de
la tradición imitativa colonial:
muchas perlas esparcidas por los otros escri-
tos turísticos e imperiales que conforman el
volumen. A fin de cuentas, lo que he propues-
to hasta aquí no es más que una entrada que
me parece casi humorística al tema de nuestro
monográfico, que se celebra cincuenta años
después de aquel y a cuatrocientos años de los
Comentarios reales. Es evidente que el Inca va
a ser tratado en este número como referencia
de la formación de una tradición literaria
que es muy amplia y muy rica. Pero querría
recoger algunas reflexiones que todavía me
parecen de necesario recorrido antes de su
comienzo.
HISPANISMO, COLONIALISMO, INDI-
GENISMO, LITERATURA NACIONAL
Mi segundo enunciado nos sitúa ante cua-
tro términos que el adolescente, o algo más
mayor, el joven español que quiera adentrase
en la literatura peruana, hará bien en plan-
tearse. Como Francisco José López Alfonso
ha dado cuenta en sus libros, y en el artículo
aquí publicado, de la trascendencia de este
debate, les resumo por mi parte el manifiesto
cansancio que me produjo, en su día, intentar
entender una discusión de comienzos de siglo
XX de la que antes he mencionado algunos
textos principales.
Nos era muy difícil entender el indige-
nismo, por ejemplo, a los que nos habíamos
formado en la mistificación imperial de la his-
panidad. Lo conté una vez como experiencia
personal. Para mí fue la lectura de José María
Arguedas la que me adentró en la cuestión del
indigenismo, y lo hizo en un terreno estético.
Nos resultaba muy difícil adentrarnos en un
debate que, en todo caso, intentaba confor-
mar una identidad nacional de la literatura.
El problema esencial de la literatura pe-
ruana, como el de todas las literaturas de
América, venía determinado por la relación
con el pasado previo a la Independencia y, en
el caso peruano, como en el mexicano, de una
forma acuciante, por la relación que se esta-
blecía con el mundo previo a la colonia, con el
mundo prehispánico. Determinar la relación
de lo que llamaban Literatura peruana con
la colonial y la prehispánica se convierte, a
comienzos de siglo XX, en uno de los puntos
cruciales de un debate que determina el mun-
do intelectual.
El siglo XIX había empezado a nacio-
nalizar la tradición colonial como parte de
11
La noción de modernidad tiene
que ser afrontada en cualquier
caso desde los espacios políticos
que se refieren a ella. Como
resumen muy breve diré que
la estructura del país aparecía
vinculada a las estructuras eco-
nómicas del pasado y que la
estructura social aparecía frac-
turada por una gran población
indígena desposeída y una oli-
garquía terrateniente que era
heredera de los grupos sociales
que detentaron siempre el poder.
En medio, una burguesía dé-
bil y un incipiente proletariado.
En los terrenos políticos de la
«modernidad», la posición que
encarnará Mariátegui tiene que
ver con una noción de moderni-
dad asociada a un programa de
transformación revolucionario y
socialista, pero la modernidad
es una perpleja instancia que
se intenta alcanzar desde otros
predicados ideológicos: el libe-
ralismo o la socialdemocracia
aprista.
Luis Alberto Sánchez.
11
«Proceso de la literatura» peruana
JOSÉ CARLOS ROVIRA
América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14
¿A qué se reduce pues la literatura colonial? A
sermones y versos igualmente infestados por el
gongorismo y por bajas adulaciones, y a la vasta pero
indigesta erudición de Diego León Pinelo, Espinosa
Medrano, Menacho, Llano Zapata, Bermúdez de la
Torre, Peralta y Bravo Lagunas: literatura vacía y
ceremoniosa, hinchada y áulica, literatura chinesca
y bizantina, a la vez caduca e infantil, con todos los
defectos de la niñez y de la decrepitud, interesante
para el bibliófilo y para el historiador pero inútil y
repulsiva para el artista y para el poeta. (p. 76)
En su conceptualización hay además una
negación explícita del pasado prehispánico
como informante o integrante de la tradición
literaria. Sobre el mundo indígena repite con-
ceptualmente sobre todo las afirmaciones de
Marcelino Menéndez Pelayo12, a quien cita
como testimonio de autoridad junto a otros
españoles, cuando está hablando de la ameri-
canización de la literatura:
El sistema que para americanizar la literatura se re-
monta hasta los tiempos anteriores a la conquista, y
trata de hacer revivir poéticamente las civilizaciones
quechua y azteca, y las ideas y los sentimientos de los
aborígenes, me parece el más estrecho e infecundo.
No debe llamársele americanismo sino exotismo.
Ya lo han dicho Menéndez Pelayo, Rubió y Lluch
y Juan Valera: aquellas civilizaciones o semiciviliza-
ciones ante-hispanas murieron, se extinguieron, y no
hay modo de reanudar su tradición, puesto que no
dejaron literatura. Para los criollos de raza española
son extranjeras y peregrinas, y nada nos liga con ellas;
y extranjeras y peregrinas son también para los mes-
tizos y los indios cultos, porque la educación que han
recibido los ha europeizado por completo. (p. 227)
El tiempo en el que considera que vive es
además el de una «incipiente literatura perua-
na» que, para Riva-Agüero, debe «conservar
el legado de la tradición española». La inci-
piente literatura ha entrado en una negativa
actitud de imitación hacia el mundo cultural
francés, imitación que la está empobreciendo,
mientras que lo que debe hacer es mirar a los
grandes modelos europeos. Las posiciones de
crítica literaria contemporánea, su rechazo al
inicial indigenismo de Mariano Melgar, o su
crítica ideológica a la poesía de Manuel Gon-
zález Prada, y a otros contemporáneos, son
elementos que no puedo tratar aquí, donde
sólo propongo una reseña de sus posiciones
más importantes y centrales en relación a lo
español y lo indígena.
2. Matices y transformaciones: Hay dos
contribuciones ya mencionadas que constru-
yen una matización y variación de las tesis
de Riva-Agüero. Me refiero al libro de José
Gálvez (Posibilidad de una genuina literatura
nacional) aparecido en 1915 y, sobre todo, a
los trabajos que Luis Alberto Sánchez publica
a partir de 1920.
3. La preocupación principal de Gálvez
es fijar lo nacional, tras la aceptación de los
parámetros de imitación en los que ha surgido
y se ha desarrollado la literatura en Perú. La
adaptación de los modelos europeos ha estado
carente de originalidad «al desdeñar lo propio
y empequeñecerlo» (p. 43). Sólo la fusión de
lo propio, de la tradición, permitirá vincularse
al «sentido universal literario» y, para ello, lo
propio serán los «temas nacionales», por lo
que propone una mirada al mundo indígena,
una incorporación de «la raíz histórica del
legado indígena en su imponente grandeza,
en su misteriosa y enorme vaguedad legenda-
ria», pero considerando el mundo del pasado
precolombino como algo acabado (p. 16) que,
sin embargo, abre raíces sentimentales hacia el
presente: Mariano Melgar, por ejemplo, como
gran comienzo de originalidad en su fusión de
la clasicidad con lo indígena. Un debate sobre
la literatura de lo criollo y la literatura criolla
anima la presencia del criollismo como una
forma de identidad nacional, sin desarraigarse
de la tradición hispánica.
4. Luis Alberto Sánchez: en 1928, el mis-
mo año en el que Mariátegui publicará los 7
ensayos, aparece el primer volumen de La li-
teratura peruana. Derrotero para una historia
espiritual del Perú de Luis Alberto Sánchez13,
donde plantea la presencia prehispánica como
un antecedente necesario para explicar la lite-
ratura nacional, cuestión que ya había abor-
dado en Nosotros: ensayo sobre una literatura
nacional, tesis de bachillerato de Sánchez que
apareció en La Prensa de Lima los días 5, 6 y
7 de agosto de 1920 con el título Literatura
peruana. Capítulo de un ensayo preliminar,
donde ya afirma la tradición quechua como
raíz de la literatura peruana. En palabras de
Antonio Cornejo Polar: «Es mérito indis-
cutible de Sánchez el haber ganado para la
historia de la literatura peruana todo un vasto
período, el prehispánico, como parte consti-
tutiva de un proceso que resulta inexplicable
sin ese antecedente»14. En la fijación de esta
idea, está la vuelta hacia un pasado que, desde
la tradición de la oralidad, se puede recuperar
12
Recordemos: «La poesía ame-
ricana de que vamos a tratar
no es de las elegías del rey de
Tetzcuco, Netzahualcoyolt, ni la
del Ollantay, drama quechua
no anterior al siglo XVIII, sino
la que llevaron a América los
colonos españoles y conservan
sus descendientes. Si algo de
americanismo primitivo llegó a
infiltrarse en esta poesía (lo cual
es muy dudoso), sólo en este sen-
tido podrán tener cabida tales
elementos bárbaros y exóticos
en un cuadro de la literatura
hispano-americana, la cual, por
lo demás, ha seguido en todo
las vicisitudes de la general li-
teratura española [...]. Esto no
excluye gran originalidad en los
pormenores; pero el fundamento
de esta originalidad, más bien
que en opacas, incoherentes y
misteriosas tradiciones de gentes
bárbaras o degeneradas, que
para los mismos americanos de
hoy resultan mucho más extra-
ñas, menos familiares y menos
interesantes que las de los asi-
rios, los persas o los egipcios; ha
de buscarse en la contemplación
de las maravillas de un mundo
nuevo, en los elementos propios
del paisaje, en la modificación
de la raza por el medio am-
biente, y en la enérgica vida
que engendraron, primero el
esfuerzo de la colonización y
de la conquista, luego la guerra
de separación, y, finalmente, las
discordias civiles». Marcelino
Menéndez Pelayo, Historia de
la poesía hispano-americana,
Madrid, CSIC, 1948, p. 10.
13
Luis Alberto Sánchez, La literatu-
ra peruana. Derrotero para una
historia espiritual del Perú, Lima,
Ed. Ediventas, 1966, 3ª ed.
14
Antonio Cornejo Polar, La forma-
ción de la tradición literaria en
el Perú, Lima, Centro de Estudios
y Publicaciones, 1989, p. 118.
José Carlos Mariátegui.
12
«Proceso de la literatura» peruana
JOSÉ CARLOS ROVIRA
América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14
y que será una de las bases de la escritura y de
lo nacional.
5. Mariátegui: sin embargo, sorprende la
debilidad del planteamiento de Mariátegui
sobre la literatura prehispánica en los 7 en-
sayos; sorprende en quien estaba intentando
fundar una tradición cultural indígena y, sin
embargo, afirmaba que:
La civilización autóctona no llegó a la escritura y, por
ende, no llegó propia y estrictamente a la literatura,
o más bien, ésta se detuvo en la etapa de los aedas, de
las leyendas y de las representaciones coreográfico-
teatrales. La escritura y la gramática quechuas son en
su origen obra española y los escritos quechuas per-
tenecen totalmente a literatos bilingües… (p. 153)
Por eso mismo, el veredicto de literatura
nacional parece irrenunciablemente español
en sus orígenes:
La literatura nacional es en el Perú, como la naciona-
lidad misma, de irrenunciable filiación española. Es
una literatura escrita, pensada y sentida en español,
aunque en los tonos, y aun en la sintaxis y prosodia
del idioma, la influencia indígena sea en algunos
casos más o menos palmaria e intensa. (p. 153)
Un postmariateguiano de indudable ri-
gor como Antonio Cornejo Polar tuvo que
platearse el problema, cuando analizaba que
el maestro intentó fundar precisamente un
panorama cultural en el que el tradiciona-
lismo consideraba el pasado prehispánico
como prehistoria, mientras el espíritu revo-
lucionario de su época «reasume la tradición
nacional íntegra y subraya la importancia de
lo nativo»15, para afirmar lo paradójico de «El
proceso de la literatura», donde parece inco-
herente que establezca que el límite de la lite-
ratura peruana sea la irrupción de la escritura
en español, con lo que margina de su historia
tanto el proceso anterior a la conquista como
las manifestaciones modernas de la oralidad
indígena» (p. 131).
Plantea a continuación Cornejo una forma
de salida de la contradicción en la que sin
duda Mariátegui está incurriendo: él mismo
relativizaba el concepto de literatura nacional
y, adentrándonos en su texto, podemos llegar
a partir de este problema a la interpretación
de la literatura peruana como una literatura,
dice Cornejo, «no orgánicamente nacional».
Se fija en otro fragmento de «El proceso de
la literatura», cuando dice: «El dualismo que-
chua-español del Perú no resuelto aún, hace
de la literatura nacional un caso de excepción
que no es posible estudiar con el método
válido para las literaturas orgánicamente na-
cionales, nacidas y crecidas sin la intervención
de una conquista», y reafirma la idea del Perú
como una nación conflictiva, en formación,
desgarrada por la conquista en relación al
hecho originario, para lo que recuerda otra
cita de «Regionalismo y centralismo», otro de
los 7 ensayos: «En el Perú el problema de la
unidad es mucho más hondo, porque no hay
aquí que resolver una pluralidad de tradicio-
nes locales o regionales sino una dualidad de
raza, de lengua y de sentimiento, nacida de
la invasión y conquista del Perú autóctono
por una raza extranjera que no ha conseguido
fusionarse con la raza indígena, ni eliminarla
ni absorberla».
Afirma Cornejo a partir de aquí que, pa-
ra Mariátegui, «lo nacional no es, entonces,
un punto de partida, algo ya resuelto por
el curso de la historia, sino un proyecto y
hasta una utopía» (p. 132), que cumpliría el
período final de la periodización establecida
por Mariátegui de la literatura nacional como
final del proceso que precedió, integrado por
la literatura colonial y cosmopolita.
Al margen de esta cuestión determinativa
de la literatura nacional, hay un problema mu-
cho más sencillo que quizá sea el que tengamos
que recorrer. ¿Dónde situamos la existencia de
un corpus textual en quechua que permita una
reivindicación de ese pasado?16. Los antólo-
gos contemporáneos de la literatura quechua
hacen un recorrido por los textos históricos
con fragmentos literarios quechuas de Juan de
Betanzos (1551), Pedro Sarmiento de Gamboa
(1572), Cristóbal de Molina (1573), Blas Valera
(1578), Felipe Huamán Poma de Ayala (1585),
Inca Garcilaso de la Vega (1593), Francisco de
Ávila (1598) y Juan de Santa Cruz Pachacuti
Yamki Salcamaygua (1613).
Por otra parte, la primera gran recopila-
ción textual es la del lingüista alemán E.W.
Middendorf, que se publicó en Leipzig en
189117, y la primera peruana, de textos proce-
dentes de la oralidad, es la muy curiosa Azu-
cenas quechuas, obra emérita del farmacéutico
Adolfo Vienrich, publicada en la localidad
andina de Tarma en 1905, y continuada en
1906 por Apólogos quechuas, obras en las que
restos de la textualidad del pasado se unen
a la continuidad de la escritura quechua del
presente18.
15
Antonio Conejo Polar, op.cit.,
p. 130.
16
Corpus textual que tiene en la
actualidad la muy útil antología
Edmundo Bendezú Aybar, (ed.),
Literatura quechua, caracas, Bi-
blioteca Ayacucho, 1980.
17
E.W. Middenorf, Dramattische
und lyrische Dichtungen der
Keshua Sprache, Leipzig, F.A.
Brochaus, 1891.
18
Adolfo Vienrich, Azucenas que-
chuas, Tarma, La Aurora, 1905;
y Fábulas quechuas, Tarma, La
Aurora, 1906. Cf. El análisis
de Cornejo Polar, op.cit., pp.
125-126.
13
«Proceso de la literatura» peruana
JOSÉ CARLOS ROVIRA
América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14
Lo que parece evidente es que el estado de
la textualidad quechua, e inca, no era en los
años 20 el que empezará a ser en el decenio
siguiente, con datos inaugurales como la Li-
teratura Inca (1938) de Jorge Basadre19, o el
trabajo de recuperación, entre el presente y el
pasado, de José María Arguedas, iniciado por
Canto Kechwa también en 193820.
Estos datos nos llevan a afirmar que Ma-
riátegui lo que hizo sobre la literatura inca e
indígena es no hablar de lo que no conocía o
no podía conocer, lo que crea ese efecto extra-
ño en su «proceso de la literatura», obra en la
que necesariamente quería desembarazarse de
la lección de un maestro como José de la Riva-
Agüero, el maestro de la tradición hispanista
en el Perú. Sobre la tradición colonial, recor-
demos también las posiciones de Mariátegui:
La primera etapa de la literatura peruana no podía
eludir la suerte que le imponía su origen. La literatura
de los españoles de la Colonia no es peruana; es es-
pañola. Claro está que no por estar escrita en idioma
español, sino por haber sido concebida con espíritu y
sentimiento españoles. Gálvez, hierofante del culto al
Virreinato en su literatura, reconoce como crítico que
«la época de la Colonia no produjo sino imitadores
serviles e inferiores de la literatura española, y espe-
cialmente la gongórica de la que tomaron sólo lo hin-
chado y lo malo y que no tuvieron la comprensión
ni el sentimiento del medio, exceptuando a Garcilaso,
que sintió la naturaleza y a Caviedes que fue persona-
lísimo en sus agudezas y que en ciertos aspectos de la
vida nacional, en la malicia criolla, puede y debe ser
considerado como el lejano antepasado de Segura, de
Pardo, de Palma y de Paz Soldán». (p. 154)
La cita de la Posibilidad de una genuina
literatura nacional de José Gálvez, obra de
1915, y la coincidencia con Riva-Agüero en
la valoración de la literatura colonial como
literatura española, sólo adquiere un matiz
diferente cuando a continuación Mariátegui
enfoca la obra de Garcilaso:21
Garcilaso, sobre todo, es una figura solitaria en la
literatura de la Colonia. En Garcilaso se dan la mano
dos edades, dos culturas. Pero Garcilaso es más inka
que conquistador, más quechua que español. Es tam-
bién, un caso de excepción. Y en esto residen precisa-
mente su individualidad y grandeza. Garcilaso nació
del primer abrazo, del primer amplexo profundo
de las dos razas, la conquistadora y la indígena. Es,
históricamente, el primer «peruano» si entendemos
la «peruanidad» como una formación social, deter-
minada por la conquista y colonización españolas.
Garcilaso llena con su nombre y su obra una etapa
entera de la literatura peruana. Es el primer peruano,
sin dejar de ser español. Su obra, bajo su aspecto
histórico-estético, pertenece a la épica española. Es
inseparable de la máxima epopeya de España: el des-
cubrimiento y la conquista de América». (p. 154)
Mariátegui mantiene aquí un difícil equi-
libro, o una contradicción que, por un lado
lo lleva a fundar en Garcilaso el ser de la
peruanidad y, por otro, a seguir afirmando el
carácter español de su obra. Es destacable el
escaso conocimiento de la literatura colonial
que demuestra. Ni tan siquiera presta aten-
ción a indicaciones de Riva-Agüero, que en
el apéndice a su libro de 1905 reconoció ya su
olvido, ente otras cosas, de la lírica colonial
salvando, a través de Menéndez Pelayo, el
«Discurso en loor de la poesía» y la «Epístola
de Amarilis a Belardo»22. Creo que Mariáte-
gui demuestra poco conocimiento del proceso
literario peruano en su historia y aventura una
opinión tajante que tiene su centro expresivo
en su «Colonialismo supérstite», la tesis terce-
ra del «Proceso de la literatura», donde lanza
su visión de los tres períodos de la literatura
peruana (colonial, cosmopolita y nacional), y
en algunas reflexiones esenciales, como su res-
cate de Ricardo Palma del colonialismo en el
que varios, como Riva-Agüero, lo situaban.
Pero el proceso de la literatura, pienso
ahora, no fue el análisis de la historia colonial,
o prehispánica, o el criollismo (que razones
de tiempo y espacio me han impedido refle-
jar). Creo que hoy, en la revisión de aquellos
espacios polémicos, queda sobre todo una
noción del proceso literario que me interesa
destacar y que de alguna forma abre el sentido
del encuentro que vamos a hacer. No he des-
tacado suficientemente que donde se clausura
de una forma absoluta el tema del futuro de
la literatura y la imitación es en Mariátegui,
precisamente al anunciar el presente. Veamos
rápidamente el problema.
José de la Riva-Agüero, tras su afirmación
hispanista, tras criticar el afrancesamiento
de la literatura del Perú independiente, tras
insistir en la necesidad de no abandonar el
tronco común español, plantea como objeti-
vo, para huir de la monotonía del criollismo,
para abandonar los vaivenes de las modas,
«estudiar a los autores clásicos de las litera-
turas extranjeras» como fuente de una nueva
imitatio basada en múltiples modelos, incluso
19
Jorge Basadre, La literatura In-
ca, Paris, Desclée de Brouwer,
1938. En la Biblioteca de Cul-
tura Peruana de Ventura García
Calderón.
20
José María Arguedas, Canto
Kechwa, Lima, Compañía de
Impresiones y Publicaciones,
1938.
21
Riva-Agüero enfoca a Garcilaso,
en nota, dentro de las crónicas
históricas que, «aunque por lo
general no fueran en la mente
de sus autores obras literarias,
tienen, quizá por lo mismo, una
ingenuidad y una sencillez en-
cantadoras»; habla de las cró-
nicas «deliciosas» de Garcilaso,
pero las excluye, junto a otras
«porque no alcanzan a alterar
el aspecto de las letras de la
Colonia» (p. 15-16).
22
Estas dos obras, esenciales pa-
ra el proceso literario peruano,
han tenido una excelente edi-
ción crítica reciente con una
introducción esencial: Clarinda
y Amarilis, Discurso en Loor de
la poesía. Epístola a Belardo,
ed. de Raquel Chang-Rodríguez,
Lima, Pontificia Universidad Ca-
tólica del Perú, 2009.
14
«Proceso de la literatura» peruana
JOSÉ CARLOS ROVIRA
América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14
plagios, pase la afirmación de Riva-Agüero. Como
orientación, jamás23.
En 1928, José Carlos Mariátegui sacaba a
la literatura peruana de este debate y lo hacía
no sólo con la consideración de la literatura
peruana como una literatura «no orgánica-
mente nacional» por la compleja realidad
social y racial que debía asumir, sino, sobre
todo, por la mirada a los próximos y a los
contemporáneos que realiza en su «Proceso
de la literatura», mirada que no constituye só-
lo la parte más amplia, sino la más consistente
de la obra: allí está la propuesta de lectura de
Palma fuera del colonialismo en el que algu-
nos seguían situándolo, allí su reivindicación
de Manuel González Prada, sus nuevas lectu-
ras de Melgar, o de la limitación española de
Chocano, su reivindicación de Valdelomar, de
Eguren, de Alberto Hidalgo, de Magda Por-
tal, de Alberto Guillén, de Alcides Spelucín,
o aquella nueva propuesta para el indigenismo
actuante en su contemporaneidad que antici-
pa tiempos esenciales de la narrativa peruana,
o aquel nombre que destaca en el panorama
como César Vallejo en quien literalmente fun-
da la grandeza de la nueva creación que, tras
superar la etapa colonial, empieza a separarse
también de la cosmopolita para entrar en la
nacional a través de los nuevos modelos. Sus
contemporáneos, encerrados en un debate to-
davía teórico sobre la imitación, no tuvieron
tiempo, o al menos no tuvieron la intensidad
de su mirada, a excepción de Luis Alberto
Sánchez que la estaba iniciando.
Creo que la gran lección del «proceso de
la literatura» es su capacidad de anticipar en
1928 un tiempo literario que iba a universa-
lizar y a dotar de profunda originalidad a la
literatura peruana. Los otros debates quedan
ahí, comprimidos por un debate en la historia,
mientras Mariátegui definió lo nuevo con la
belleza con la que cierra su estudio, cuando,
hablando de la imitación todavía imperan-
te hacia los «decadentismos occidentales»,
anuncia un tiempo en el que «bajo este flujo
precario, un nuevo sentimiento, una nueva re-
velación se anuncian. Por los caminos univer-
sales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan,
nos vamos acercando cada vez más a nosotros
mismos».
en los más selectos de la tradición contempo-
ránea europea, con un consejo con el que casi
cierra sus reflexiones:
Debemos aprender pero no repetir servilmente;
asimilar, pero no copiar; aclimatar, pero no reflejar
sin crítica ni propósito, como lo hemos venido
haciendo en todo el curso de nuestra historia. Sólo
por esta labor de selección de imitaciones podemos
suplir la originalidad que nos falta y crearnos en el
concierto de la civilización universal un lugar mo-
desto pero digno, exento de pretensiones prematuras
y de ridiculeces pueriles. Y ¿quién sabe si en ella no
se oculta el germen de la originalidad para lo por
venir? (p. 271)
José Gálvez, al matizar a Riva-Agüero
en pos de una «genuina literatura nacional»
plantea, más que la imitación, la adaptación
de los modelos europeos que deben ser he-
chos carne «en nuestro espíritu» y producir
frutos «modificados» a través de «nuestro
temperamento», para que programáticamente
debamos asumir que:
No desconozco la fuerza de la imitación y le doy
toda su importancia, pero creo que cabe dentro de
la individualidad de cada artista atender más al am-
biente que nos rodea, a la tradición que nos cobija, al
legado de razas y de historia que pesa sobre nosotros.
Si hay posibilidad de que tengamos literatura ¿por
qué no cabe que sea fruto en parte del medio y del
factor histórico? (p. 19)
Luis Alberto Sánchez, que reconoce el
pasado como el de una imitación necesaria,
critica la postura imitativa hacia el futuro que
plantea Riva-Agüero, también en la cancela-
ción de los elementos indígenas cuya posibi-
lidad está construyendo:
Riva Agüero […] habla de la imitación y dice que
ella moldeará nuestra futura originalidad literaria.
La paradoja no puede ser más audaz, sin embargo,
añade, esa imitación no es copia sino asimilación;
sólo que no se comprende por qué deslinda, como
exótico, el elemento indígena, ni por qué no hemos
de poder constituir los latinoamericanos nuestra
literatura, a fuerza de hurgar la propia historia, la
conciencia propia, y a fuerza de imaginar el porve-
nir. Como disculpa a nuestras muchas imitaciones y
23
Cit. Rea, op.cit. pág. 53.

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PROCESO DE LA LITERATURA PERUANA

  • 1. 7 «Proceso de la literatura» peruana JOSÉ CARLOS ROVIRA José Carlos Rovira Soler: Catedrático de literatura hispano- americana en la Universidad de Alicante. Es autor de libros, ar- tículos y ediciones sobre autores contemporáneos (Rubén Darío, Miguel Hernández, Pablo Neruda, José María Arguedas, Juan Gil- Albert) así como sobre poetas de la tradición cancioneril en la corte napolitana de Alfonso el Magná- nimo, literatura novohispana, rela- ciones del mundo cultural italiano con la tradición hispanoamericana, siendo sus últimos libros José To- ribio Medina y la fundación bi- bliográfica y literaria del mundo colonial hispanoamericano (2002) y Ciudad y literatura en América Latina (2005). «PROCESO DE LA LITERATURA» PERUANA JOSÉ CARLOS ROVIRA Mi título es evidentemente un préstamo de uno de los textos que son emblemas de la revisión de la tradición literaria en Perú: el «Proceso de la literatura», el último de los 7 ensayos de interpretación de la realidad perua- na. Recordemos que el «Testimonio de parte» con el que comienza el capítulo, no quiere dejar lugar a dudas sobre el valor que le da a la palabra «proceso»: La palabra proceso tiene en este caso su acepción judicial. No escondo ningún propósito de participar en la elaboración de la historia de la literatura perua- na. Me propongo, sólo, aportar mi testimonio a un juicio que considero abierto. Me parece que en este proceso se ha oído hasta ahora, casi exclusivamente, testimonios de defensa, y que es tiempo de que se oiga también testimonios de acusación. Mi testimo- nio es convicta y confesamente un testimonio de parte. Todo crítico, todo testigo, cumple consciente o inconscientemente una misión (…) mi misión ante el pasado, parece ser la de votar en contra. No me exi- mo de cumplirla, ni me excuso por su parcialidad.1 Cuando leemos por primera vez los 7 en- sayos, pensamos que vamos a encontrarnos, y parcialmente así es, la palabra proceso en las acepciones no jurídicas; o sea en su valor como «transcurso del tiempo», o «conjunto de las fases sucesivas de un fenómeno natural o de una operación artificial» (RAE). Mariátegui envuelve sin embargo la palabra en su acepción judicial, aunque sepamos que va a dirigirse al transcurso de la literatura peruana. Los 7 ensayos aparecen en 1928, dos años antes de la muerte del pensador, y se ha ana- lizado en ellos, tras su diferente escritura en distintos tiempos, la construcción de un todo unitario que sin embargo ha sido pensado, escrito y publicado como fragmentos de una taracea de pensamiento que en esa obra, sin duda la de más aliento mariateguiano, intenta adquirir la unidad. No voy a hablar del prin- cipio de desilusión que la obra puede crearnos por el paso inexorable del tiempo sobre ella: ochenta años son muchos para que aquel «proceso» de la literatura no deba tener otras consideraciones, aparte por supuesto de otros contenidos. Me preocupa sobre todo el enve- jecimiento de algunas valoraciones que siguen siendo secundadas y difundidas. No voy a hablar sobre estas cuestiones que, en esta publicación, tendrán sin duda aclaración y explicación por parte de uno de los especialistas principales en su obra, el profesor Eugenio Chang-Rodríguez, autor de la imprescindible obra Poética e ideología en José Carlos Mariátegui2, con la que tanto podemos seguir aprendiendo. No tengo dudas sobre el valor histórico del texto con el que Mariátegui cerraba de alguna forma un ciclo de reflexión sobre la literatura peruana, un espacio teórico que se había iniciado con José de la Riva-Agüero en 19053, y que había sido continuado y variado por José Gálvez, en 19154, y definitivamente transformado por Luis Alberto Sánchez en 19205. De alguna forma, como señaló en un incipiente trabajo Miguel Ángel Rodríguez Rea6, el texto de Mariátegui vino a continuar, variar e intentar cerrar aquel debate. ¿QUÉ LEÍA O CÓMO SE FORMABA SOBRE PERÚ UN ADOLESCENTE ES- PAÑOL A MEDIADOS DEL SIGLO XX? Este epígrafe, como es fácil identificar, es un juego con un título de Ventura García 1 José Carlos Mariátegui, 7 ensa- yos de interpretación de la rea- lidad peruana, Caracas, Ayau- cho, 1979, p. 149. Cito siempre a partir de esta edición. 2 Eugenio Chang Rodríguez, Poé- tica e ideología en José Carlos Mariátegui, Madrid, Porrúa Tu- ranzas, 1983. 3 José de la Riva-Agüero, Ca- rácter de la literatura del Perú independiente, Lima, Rosay Edi- tor, 1905. 4 José Gálvez, Posibilidad de una genuina literatura nacional, Li- ma, Casa editora M. Moral, 1915. 5 Nos referimos a su ensayo Noso- tros: ensayo sobre una Literatura Nacional, tesis de Bachiller que publicó en 1920 en La Prensa de Lima, con el título Literatura pe- ruana. Capítulo de un ensayo preliminar, los días 5, 6 y 7 de agosto de 1920, pp. 1 y 2. 6 Miguel Ángel Rodríguez Rea, La literatura peruana en debate: 1905-1928, Prólogo de David Sobrevilla, Lima, Ediciones An- tonio Ricardo, 1985. América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14 ISSN: 1577-3442
  • 2. 8 «Proceso de la literatura» peruana JOSÉ CARLOS ROVIRA América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14 Perú, quien explicaba que faltaba un séptimo conferenciante, José María de Cossío, que apoyó la iniciativa pero que no quiso interve- nir porque no conocía Perú. La verdad es que, leyendo en la actualidad esas conferencias, lo alegado por Cossío parece que era importante ya que tres de los seis conferenciantes (el es- cultor Victorio Macho, el Marqués de Lozoya y Eugenio Montes) crean una guía turística, memorial e imperial sobre el Cuzco, Macchu Picchu y Lima, en donde el Inca no aparece por casi ninguna parte; Gregorio Marañón nos sorprende con su «Vida y andanzas de Pablo de Olavide» que justifica porque, en Lima, habló hace cuatro años del «mestizo ungido por un nombre mágico», dice, refi- riéndose a Garcilaso, y por ese motivo va a hablar ahora del dieciochesco Olavide. Quedan Menéndez Pidal y Pemán como exclusivos conferenciantes conmemorativos. De don Ramón, en 1959, poco tenemos que decir. Mi respeto a su figura me hace dolo- roso siempre comentar algunos de sus textos increíbles. Tenía 90 años y le quedaban nueve de vida. Se aprestaba a publicar un libro que apareció en 1963 titulado El padre Las Casas. Su doble personalidad9, un libro que hace años describí no como obra de don Ramón, sino de Robert Louis Stevenson. De hecho parece que aprovechó aquella conferencia para anticipar lo que estaba escribiendo. Comienza en cualquier caso su conferen- cia, titulada «La moral en la conquista del Pe- rú y el Inca Garcilaso de la Vega», evocando su viaje a Perú, sus cuarenta días limeños, del lejano 1905, cuando entre otros conoció a Ri- cardo Palma, a José de la Riva Agüero, a José Santos Chocano, del que aprendió aquello de «la sangre es española e incaico es el latido»10. Luego deja los recuerdos de aquel viaje y nos anuncia que va a hablar de la Conquista del Perú y «de cómo el Inca Garcilaso apreció esa conquista». Las primeras tres cuartas partes de la con- ferencia son un análisis sobre el Padre Las Casas y sus posiciones sobre la conquista y sobre las riquezas del Perú concretamente. Su debate con Francisco Vitoria va plagando de adjetivos negativos la imagen del dominico: su ambición, su egolatría, su miedo a ir como obispo del Cuzco, su erróneo proceder como obispo de Chiapas, su doble personalidad… páginas y páginas que se desgranan en una conferencia en la que, si hubiésemos asistido a ella, probablemente estaríamos pensando que Calderón, situando yo la experiencia medio siglo después del relato del insigne peruano7. Recuerdo que esta revista intenta que se dé cuenta de algunos momentos principales de lo que llamamos Literatura peruana, a los cuatrocientos años de los Comentarios rea- les, convirtiendo el texto del Inca Garcilaso de la Vega en una referencia imprescindible conmemorativa (y no sólo conmemorativa): posiblemente los Comentarios tengan ya, a los cuatrocientos años de su publicación, el carácter de eje de una reflexión americana e hispanoamericana de la que no podemos prescindir para configurar sentidos, dimen- siones culturales e históricas y procesos de trascendencia cultural que universalizaron aquella literatura. Este proyecto surgió por tanto de esa conmemoración del cuarto centenario de la obra principal de Garcilaso, pero no quería presentarse como un estudio cerrado en la misma, sino como la apertura a una tradición que obtiene en ella un referente clave, y que llega a lo contemporáneo como proceso crea- tivo. Querríamos también con él, con Gaci- laso, ejemplificar una atención metodológica al Perú y su literatura que es, como sabemos, una de las grandes literaturas universales. A veces, una conmemoración nos debe llevar a intentar un estado de la cuestión, para lo que recuerdo un referente muy negativo, con el que voy a empezar. Narro una conmemoración acaecida en España en los trescientos cincuenta años de la publicación de los Comentarios reales. Está contenida en un volumen que se titula Seis temas peruanos8, con el subtítulo significativo de «Conferencias pronunciadas en la emba- jada del Perú en España», y que publicó la Colección Austral de Espasa-Calpe el 3 de diciembre de 1960, un año después de que se acogiera en la representación diplomática aquella conmemoración que se realizó exac- tamente entre el 12 de noviembre y el 10 de diciembre de 1959, durante los jueves de cada semana. Firmaban aquel volumen Ramón Menén- dez Pidal, Victorio Macho, el Marqués de Lozoya (o sea, Juan de Contreras y López de Ayala); José María Pemán, Gregorio Mara- ñón y Eugenio Montes («los más ilustres de España», como dice el Marqués de Lozoya, excluyéndose de los ilustres modestamente él mismo, al comienzo de su conferencia). Lo prologaba Manuel Cisneros, embajador del 7 El título de Ventura García Cal- derón, donde da cuenta de sus lecturas juveniles, es ¿Cómo era un adolescente peruano al co- menzar el siglo XX? Y está pre- sente en Nosotros, Obra Escogi- da, ed. de Luis Alberto Sánchez, Lima, Edubanco, 1986, pp. 519-529. Lo antologué en José Carlos Rovira (ed.), Identidad cultural y literatura, Alicante, Instituto Gil-Albert, 1992, pp. 184-190. 8 Ramón Menéndez Pidal, et alii, Seis temas peruanos; Madrid, Espasa Calpe (austral), 1960. 9 Ramón Menéndez Pidal, El pa- dre Las Casas. Su doble perso- nalidad, Madrid, Espasa-Calpe, 1963. 10 Una observación: no sé si don Ramón, que había leído todo, recordaría al hacer su evocación de don José Santos Chocano, la broma del gran Rubén, cuan- do escribió como preludio a Alma América aquel pareado que Chocano tachó: «Tal dije cuando don José Santos Choca- no,/último de los Incas, se tornó castellano.
  • 3. 9 «Proceso de la literatura» peruana JOSÉ CARLOS ROVIRA América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14 tocaba todavía las nieblas precolombinas y que por su pluma tocaba ya la plenitud euro- pea del Renacimiento» (p. 79). Máxima expresión inequívoca el Inca de «los valores hispánicos», «de los valores de nuestra historia en América», de la armonía del ser español…y, a partir de aquí, tras una larga divagación en la que La Araucana sig- nifica la universalidad de dar protagonismo al vencido, tras tratar el teatro americano de Lope de Vega, para lo que recurre a audaces comparaciones con «angelitos negros» (bo- lero popularizado por Antonio Machín, al que Pemán que debía tener poco oído o co- nocimiento musical llama «tango gangoso»), recurre a otro ejemplo musical para explicar el castizo españolismo como síntesis de uni- versalidad, para lo que narra que siempre llevamos a los extranjeros a que vean nuestro casticismo en La verbena de la paloma, donde la gorrita que llevan los chulos es inglesa y las mujeres lucen «el mantón de Manila», que, recalca textualmente Pemán, «que ya dice su mismo nombre que es de Manila»… Resulta a veces difícil seguir la gracia gadi- tana de José María Pemán, que se convierte en chiste fácil. Lo parecen incluso sus metáforas, que a continuación abordan una nueva sínte- sis de la Hispanidad, en la que va a situar la obra del Inca, definiéndolo así: «ni es indige- nismo puro ni europeísmo calcado sino que es toda la exuberancia de la selva virgen metida en la discreta y racional medida del Partenón de Atenas» (p. 91), para, tras un cúmulo de divagaciones de época en la que destaca la creación del «Derecho de Indias», terminar actualizando la obra del Inca, dándole un sen- tido contemporáneo exactamente así: Ahora hay también una luz incansablemente en- cendida, con satánico desvelo, en los laboratorios donde se desintegra el átomo o se conspira contra las bases morales de la sociedad. Y yo os digo a todos vosotros, diplomáticos, escritores, académicos, catedráticos, que me estáis escuchando esta tarde: no apaguéis vuestras luces hasta ver quién acaba primero su tarea, si los que están trabajando para la guerra y la muerte o los que están trabajando para aquel orden integrador que tan entrañablemente sentía el Inca Garcilaso, y que reclama un nuevo Derecho plane- tario puesto radicalmente al servicio y de la paz y la confraternidad entre los hombres. (p. 97) Así se conmemoraba al Inca Garcilaso en la España de hace cincuenta años. He dejado a ver cuándo entra en materia. Lo hace en las cuatro páginas finales, donde contrapone la visión destructiva de la conquista que analiza en Las Casas a la visión integradora de El Inca, que verá males, incluso a veces hasta crímenes, pero que no achacará más que a los que los realizan y nunca a la Monarquía española, de la que no discute su derecho sobre las Indias: Una vez consumada la conquista, olvidadas las fieras guerras y rebeliones subsiguientes, surge en la mente de Garcilaso una construcción histórica ideal, opuesta a la utopía jurídica de Las Casas. Mientras Las Casas exalta a los indios atropellando toda mesura en el encomio y odiaba furiosamente a los españoles, Garcilaso, ecuánime, idealiza el imperio inca sin cometer excesos comparativamente intole- rables, y tiende un velo sobre las imperfecciones de la conquista, dejando ver sólo la parte grandiosa del suceso histórico. (p. 37) Ramón Menéndez Pidal mantiene su ho- menaje al Inca en el interior del desconcierto para el lector que provoca su más amplio ataque a Las Casas, que no era el motivo de su conferencia y, sin embargo, sí lo fue, pero mantiene el tono reflexivo del que siempre solía hacer gala. El otro autor que dedica su conferencia al Inca es José María Pemán, que resulta como casi siempre un ejemplo de graciosa retórica imperial. Su conferencia se llama «El Inca Garcilaso de la Vega, fruta nueva del Perú», frase que el propio Inca, en la dedicatoria de su Historia general del Perú, atribuía a Felipe II ante su traducción de los Diálogos de amor de León Hebreo. Comienza Pemán afirmando que el Inca «es expresión y reflejo típico de los valores de la obra de España en América» (p. 75). Habla de que la conquista fue el ejemplo principal de la formación del «Orbis Christianum». Cita la obra de Bernal Díaz del Castillo, al que llama «soldadote de pocas letras», y habla de su na- rración civilizadora, para afirmar que «Hasta el soldado éste, un tanto iletrado, llegaba allí pretendiendo dar a sus mandobles, a sus tajos y a sus arcabuzazos, una trascendencia metafísica»(p. 77). Tras un recorrido civiliza- dor sobre la presencia española en América, aborda la traducción de los Diálogos de amor, el episodio en el que el rey afirmó que eran «fruta nueva del Perú», para afirmar que el rey sabía que aquel libro era esto, la obra de un «criollo», dice, «que por su sangre materna Inca Garcilaso de la Vega.
  • 4. 10 «Proceso de la literatura» peruana JOSÉ CARLOS ROVIRA América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14 identificación de lo peruano. Conocemos el papel que las literaturas nacionales, surgidas tras la independencia, confieren al pasado co- lonial como parte de la expresión literaria del país y de su identidad. En el caso de Perú, la propia conciencia de su determinación histó- rica, la condición virreinal y todos sus mitos conexos, y la clase dirigente que sucedió a la que detentaba los poderes en el virreinato, que a fin de cuentas era la misma, crearon una tendencia a asumir la tradición colonial como propia, sin más ruptura que el hecho político de la independencia. Pero las crisis sociales del tiempo posterior a la independen- cia favorecieron aún más esa apropiación del pasado como «nostalgia virreinal», que bien identificó Mariátegui en sus 7 ensayos (cf. «El problema de la tierra»). Esta encrucijada está actuando a comienzos de siglo y la determina un eje social y cultural que se plantea la modernidad como objetivo, y que quiere saldar cuentas con el pasado, o incorporarlo a la misma modernidad11. Surgen tendencias culturales que reivin- dican el pasado desde otras perspectivas y matices. Si quisiésemos buscar dos polos dife- renciados ampliamente en sus objetivos, pero muy próximos quizá en análisis, tendríamos que recordar la perplejidad que nos produce leer algunos textos que informan el debate li- terario sobre la colonia en los primeros treinta años del siglo XX. Me referiré a ello: 1. La conceptualización de los «hispanis- tas». La tesis de José de la Riva-Agüero, Ca- rácter de la literatura del Perú independiente, publicada en 1905, plantea radicalmente la dependencia de lo que se considera literatura peruana respecto de la literatura española. Recordemos la aseveración principal de Riva- Agüero: La literatura peruana forma parte de la castellana. Esta es la verdad inconcusa, desde que la lengua que hablamos y de que se sirven nuestros literatos es la castellana. La literatura del Perú, a partir de la Conquista, es literatura castellana provincial, ni más ni menos que la de las islas Canarias o la de Aragón o Murcia, por ejemplo, puesto que nada tiene que ver con la literatura, la dependencia o independencia policía de la región donde se cultiva. (p. 220) Esta tesis de la identidad con la literatura española conlleva una valoración negativa de la tradición imitativa colonial: muchas perlas esparcidas por los otros escri- tos turísticos e imperiales que conforman el volumen. A fin de cuentas, lo que he propues- to hasta aquí no es más que una entrada que me parece casi humorística al tema de nuestro monográfico, que se celebra cincuenta años después de aquel y a cuatrocientos años de los Comentarios reales. Es evidente que el Inca va a ser tratado en este número como referencia de la formación de una tradición literaria que es muy amplia y muy rica. Pero querría recoger algunas reflexiones que todavía me parecen de necesario recorrido antes de su comienzo. HISPANISMO, COLONIALISMO, INDI- GENISMO, LITERATURA NACIONAL Mi segundo enunciado nos sitúa ante cua- tro términos que el adolescente, o algo más mayor, el joven español que quiera adentrase en la literatura peruana, hará bien en plan- tearse. Como Francisco José López Alfonso ha dado cuenta en sus libros, y en el artículo aquí publicado, de la trascendencia de este debate, les resumo por mi parte el manifiesto cansancio que me produjo, en su día, intentar entender una discusión de comienzos de siglo XX de la que antes he mencionado algunos textos principales. Nos era muy difícil entender el indige- nismo, por ejemplo, a los que nos habíamos formado en la mistificación imperial de la his- panidad. Lo conté una vez como experiencia personal. Para mí fue la lectura de José María Arguedas la que me adentró en la cuestión del indigenismo, y lo hizo en un terreno estético. Nos resultaba muy difícil adentrarnos en un debate que, en todo caso, intentaba confor- mar una identidad nacional de la literatura. El problema esencial de la literatura pe- ruana, como el de todas las literaturas de América, venía determinado por la relación con el pasado previo a la Independencia y, en el caso peruano, como en el mexicano, de una forma acuciante, por la relación que se esta- blecía con el mundo previo a la colonia, con el mundo prehispánico. Determinar la relación de lo que llamaban Literatura peruana con la colonial y la prehispánica se convierte, a comienzos de siglo XX, en uno de los puntos cruciales de un debate que determina el mun- do intelectual. El siglo XIX había empezado a nacio- nalizar la tradición colonial como parte de 11 La noción de modernidad tiene que ser afrontada en cualquier caso desde los espacios políticos que se refieren a ella. Como resumen muy breve diré que la estructura del país aparecía vinculada a las estructuras eco- nómicas del pasado y que la estructura social aparecía frac- turada por una gran población indígena desposeída y una oli- garquía terrateniente que era heredera de los grupos sociales que detentaron siempre el poder. En medio, una burguesía dé- bil y un incipiente proletariado. En los terrenos políticos de la «modernidad», la posición que encarnará Mariátegui tiene que ver con una noción de moderni- dad asociada a un programa de transformación revolucionario y socialista, pero la modernidad es una perpleja instancia que se intenta alcanzar desde otros predicados ideológicos: el libe- ralismo o la socialdemocracia aprista. Luis Alberto Sánchez.
  • 5. 11 «Proceso de la literatura» peruana JOSÉ CARLOS ROVIRA América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14 ¿A qué se reduce pues la literatura colonial? A sermones y versos igualmente infestados por el gongorismo y por bajas adulaciones, y a la vasta pero indigesta erudición de Diego León Pinelo, Espinosa Medrano, Menacho, Llano Zapata, Bermúdez de la Torre, Peralta y Bravo Lagunas: literatura vacía y ceremoniosa, hinchada y áulica, literatura chinesca y bizantina, a la vez caduca e infantil, con todos los defectos de la niñez y de la decrepitud, interesante para el bibliófilo y para el historiador pero inútil y repulsiva para el artista y para el poeta. (p. 76) En su conceptualización hay además una negación explícita del pasado prehispánico como informante o integrante de la tradición literaria. Sobre el mundo indígena repite con- ceptualmente sobre todo las afirmaciones de Marcelino Menéndez Pelayo12, a quien cita como testimonio de autoridad junto a otros españoles, cuando está hablando de la ameri- canización de la literatura: El sistema que para americanizar la literatura se re- monta hasta los tiempos anteriores a la conquista, y trata de hacer revivir poéticamente las civilizaciones quechua y azteca, y las ideas y los sentimientos de los aborígenes, me parece el más estrecho e infecundo. No debe llamársele americanismo sino exotismo. Ya lo han dicho Menéndez Pelayo, Rubió y Lluch y Juan Valera: aquellas civilizaciones o semiciviliza- ciones ante-hispanas murieron, se extinguieron, y no hay modo de reanudar su tradición, puesto que no dejaron literatura. Para los criollos de raza española son extranjeras y peregrinas, y nada nos liga con ellas; y extranjeras y peregrinas son también para los mes- tizos y los indios cultos, porque la educación que han recibido los ha europeizado por completo. (p. 227) El tiempo en el que considera que vive es además el de una «incipiente literatura perua- na» que, para Riva-Agüero, debe «conservar el legado de la tradición española». La inci- piente literatura ha entrado en una negativa actitud de imitación hacia el mundo cultural francés, imitación que la está empobreciendo, mientras que lo que debe hacer es mirar a los grandes modelos europeos. Las posiciones de crítica literaria contemporánea, su rechazo al inicial indigenismo de Mariano Melgar, o su crítica ideológica a la poesía de Manuel Gon- zález Prada, y a otros contemporáneos, son elementos que no puedo tratar aquí, donde sólo propongo una reseña de sus posiciones más importantes y centrales en relación a lo español y lo indígena. 2. Matices y transformaciones: Hay dos contribuciones ya mencionadas que constru- yen una matización y variación de las tesis de Riva-Agüero. Me refiero al libro de José Gálvez (Posibilidad de una genuina literatura nacional) aparecido en 1915 y, sobre todo, a los trabajos que Luis Alberto Sánchez publica a partir de 1920. 3. La preocupación principal de Gálvez es fijar lo nacional, tras la aceptación de los parámetros de imitación en los que ha surgido y se ha desarrollado la literatura en Perú. La adaptación de los modelos europeos ha estado carente de originalidad «al desdeñar lo propio y empequeñecerlo» (p. 43). Sólo la fusión de lo propio, de la tradición, permitirá vincularse al «sentido universal literario» y, para ello, lo propio serán los «temas nacionales», por lo que propone una mirada al mundo indígena, una incorporación de «la raíz histórica del legado indígena en su imponente grandeza, en su misteriosa y enorme vaguedad legenda- ria», pero considerando el mundo del pasado precolombino como algo acabado (p. 16) que, sin embargo, abre raíces sentimentales hacia el presente: Mariano Melgar, por ejemplo, como gran comienzo de originalidad en su fusión de la clasicidad con lo indígena. Un debate sobre la literatura de lo criollo y la literatura criolla anima la presencia del criollismo como una forma de identidad nacional, sin desarraigarse de la tradición hispánica. 4. Luis Alberto Sánchez: en 1928, el mis- mo año en el que Mariátegui publicará los 7 ensayos, aparece el primer volumen de La li- teratura peruana. Derrotero para una historia espiritual del Perú de Luis Alberto Sánchez13, donde plantea la presencia prehispánica como un antecedente necesario para explicar la lite- ratura nacional, cuestión que ya había abor- dado en Nosotros: ensayo sobre una literatura nacional, tesis de bachillerato de Sánchez que apareció en La Prensa de Lima los días 5, 6 y 7 de agosto de 1920 con el título Literatura peruana. Capítulo de un ensayo preliminar, donde ya afirma la tradición quechua como raíz de la literatura peruana. En palabras de Antonio Cornejo Polar: «Es mérito indis- cutible de Sánchez el haber ganado para la historia de la literatura peruana todo un vasto período, el prehispánico, como parte consti- tutiva de un proceso que resulta inexplicable sin ese antecedente»14. En la fijación de esta idea, está la vuelta hacia un pasado que, desde la tradición de la oralidad, se puede recuperar 12 Recordemos: «La poesía ame- ricana de que vamos a tratar no es de las elegías del rey de Tetzcuco, Netzahualcoyolt, ni la del Ollantay, drama quechua no anterior al siglo XVIII, sino la que llevaron a América los colonos españoles y conservan sus descendientes. Si algo de americanismo primitivo llegó a infiltrarse en esta poesía (lo cual es muy dudoso), sólo en este sen- tido podrán tener cabida tales elementos bárbaros y exóticos en un cuadro de la literatura hispano-americana, la cual, por lo demás, ha seguido en todo las vicisitudes de la general li- teratura española [...]. Esto no excluye gran originalidad en los pormenores; pero el fundamento de esta originalidad, más bien que en opacas, incoherentes y misteriosas tradiciones de gentes bárbaras o degeneradas, que para los mismos americanos de hoy resultan mucho más extra- ñas, menos familiares y menos interesantes que las de los asi- rios, los persas o los egipcios; ha de buscarse en la contemplación de las maravillas de un mundo nuevo, en los elementos propios del paisaje, en la modificación de la raza por el medio am- biente, y en la enérgica vida que engendraron, primero el esfuerzo de la colonización y de la conquista, luego la guerra de separación, y, finalmente, las discordias civiles». Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de la poesía hispano-americana, Madrid, CSIC, 1948, p. 10. 13 Luis Alberto Sánchez, La literatu- ra peruana. Derrotero para una historia espiritual del Perú, Lima, Ed. Ediventas, 1966, 3ª ed. 14 Antonio Cornejo Polar, La forma- ción de la tradición literaria en el Perú, Lima, Centro de Estudios y Publicaciones, 1989, p. 118. José Carlos Mariátegui.
  • 6. 12 «Proceso de la literatura» peruana JOSÉ CARLOS ROVIRA América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14 y que será una de las bases de la escritura y de lo nacional. 5. Mariátegui: sin embargo, sorprende la debilidad del planteamiento de Mariátegui sobre la literatura prehispánica en los 7 en- sayos; sorprende en quien estaba intentando fundar una tradición cultural indígena y, sin embargo, afirmaba que: La civilización autóctona no llegó a la escritura y, por ende, no llegó propia y estrictamente a la literatura, o más bien, ésta se detuvo en la etapa de los aedas, de las leyendas y de las representaciones coreográfico- teatrales. La escritura y la gramática quechuas son en su origen obra española y los escritos quechuas per- tenecen totalmente a literatos bilingües… (p. 153) Por eso mismo, el veredicto de literatura nacional parece irrenunciablemente español en sus orígenes: La literatura nacional es en el Perú, como la naciona- lidad misma, de irrenunciable filiación española. Es una literatura escrita, pensada y sentida en español, aunque en los tonos, y aun en la sintaxis y prosodia del idioma, la influencia indígena sea en algunos casos más o menos palmaria e intensa. (p. 153) Un postmariateguiano de indudable ri- gor como Antonio Cornejo Polar tuvo que platearse el problema, cuando analizaba que el maestro intentó fundar precisamente un panorama cultural en el que el tradiciona- lismo consideraba el pasado prehispánico como prehistoria, mientras el espíritu revo- lucionario de su época «reasume la tradición nacional íntegra y subraya la importancia de lo nativo»15, para afirmar lo paradójico de «El proceso de la literatura», donde parece inco- herente que establezca que el límite de la lite- ratura peruana sea la irrupción de la escritura en español, con lo que margina de su historia tanto el proceso anterior a la conquista como las manifestaciones modernas de la oralidad indígena» (p. 131). Plantea a continuación Cornejo una forma de salida de la contradicción en la que sin duda Mariátegui está incurriendo: él mismo relativizaba el concepto de literatura nacional y, adentrándonos en su texto, podemos llegar a partir de este problema a la interpretación de la literatura peruana como una literatura, dice Cornejo, «no orgánicamente nacional». Se fija en otro fragmento de «El proceso de la literatura», cuando dice: «El dualismo que- chua-español del Perú no resuelto aún, hace de la literatura nacional un caso de excepción que no es posible estudiar con el método válido para las literaturas orgánicamente na- cionales, nacidas y crecidas sin la intervención de una conquista», y reafirma la idea del Perú como una nación conflictiva, en formación, desgarrada por la conquista en relación al hecho originario, para lo que recuerda otra cita de «Regionalismo y centralismo», otro de los 7 ensayos: «En el Perú el problema de la unidad es mucho más hondo, porque no hay aquí que resolver una pluralidad de tradicio- nes locales o regionales sino una dualidad de raza, de lengua y de sentimiento, nacida de la invasión y conquista del Perú autóctono por una raza extranjera que no ha conseguido fusionarse con la raza indígena, ni eliminarla ni absorberla». Afirma Cornejo a partir de aquí que, pa- ra Mariátegui, «lo nacional no es, entonces, un punto de partida, algo ya resuelto por el curso de la historia, sino un proyecto y hasta una utopía» (p. 132), que cumpliría el período final de la periodización establecida por Mariátegui de la literatura nacional como final del proceso que precedió, integrado por la literatura colonial y cosmopolita. Al margen de esta cuestión determinativa de la literatura nacional, hay un problema mu- cho más sencillo que quizá sea el que tengamos que recorrer. ¿Dónde situamos la existencia de un corpus textual en quechua que permita una reivindicación de ese pasado?16. Los antólo- gos contemporáneos de la literatura quechua hacen un recorrido por los textos históricos con fragmentos literarios quechuas de Juan de Betanzos (1551), Pedro Sarmiento de Gamboa (1572), Cristóbal de Molina (1573), Blas Valera (1578), Felipe Huamán Poma de Ayala (1585), Inca Garcilaso de la Vega (1593), Francisco de Ávila (1598) y Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamki Salcamaygua (1613). Por otra parte, la primera gran recopila- ción textual es la del lingüista alemán E.W. Middendorf, que se publicó en Leipzig en 189117, y la primera peruana, de textos proce- dentes de la oralidad, es la muy curiosa Azu- cenas quechuas, obra emérita del farmacéutico Adolfo Vienrich, publicada en la localidad andina de Tarma en 1905, y continuada en 1906 por Apólogos quechuas, obras en las que restos de la textualidad del pasado se unen a la continuidad de la escritura quechua del presente18. 15 Antonio Conejo Polar, op.cit., p. 130. 16 Corpus textual que tiene en la actualidad la muy útil antología Edmundo Bendezú Aybar, (ed.), Literatura quechua, caracas, Bi- blioteca Ayacucho, 1980. 17 E.W. Middenorf, Dramattische und lyrische Dichtungen der Keshua Sprache, Leipzig, F.A. Brochaus, 1891. 18 Adolfo Vienrich, Azucenas que- chuas, Tarma, La Aurora, 1905; y Fábulas quechuas, Tarma, La Aurora, 1906. Cf. El análisis de Cornejo Polar, op.cit., pp. 125-126.
  • 7. 13 «Proceso de la literatura» peruana JOSÉ CARLOS ROVIRA América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14 Lo que parece evidente es que el estado de la textualidad quechua, e inca, no era en los años 20 el que empezará a ser en el decenio siguiente, con datos inaugurales como la Li- teratura Inca (1938) de Jorge Basadre19, o el trabajo de recuperación, entre el presente y el pasado, de José María Arguedas, iniciado por Canto Kechwa también en 193820. Estos datos nos llevan a afirmar que Ma- riátegui lo que hizo sobre la literatura inca e indígena es no hablar de lo que no conocía o no podía conocer, lo que crea ese efecto extra- ño en su «proceso de la literatura», obra en la que necesariamente quería desembarazarse de la lección de un maestro como José de la Riva- Agüero, el maestro de la tradición hispanista en el Perú. Sobre la tradición colonial, recor- demos también las posiciones de Mariátegui: La primera etapa de la literatura peruana no podía eludir la suerte que le imponía su origen. La literatura de los españoles de la Colonia no es peruana; es es- pañola. Claro está que no por estar escrita en idioma español, sino por haber sido concebida con espíritu y sentimiento españoles. Gálvez, hierofante del culto al Virreinato en su literatura, reconoce como crítico que «la época de la Colonia no produjo sino imitadores serviles e inferiores de la literatura española, y espe- cialmente la gongórica de la que tomaron sólo lo hin- chado y lo malo y que no tuvieron la comprensión ni el sentimiento del medio, exceptuando a Garcilaso, que sintió la naturaleza y a Caviedes que fue persona- lísimo en sus agudezas y que en ciertos aspectos de la vida nacional, en la malicia criolla, puede y debe ser considerado como el lejano antepasado de Segura, de Pardo, de Palma y de Paz Soldán». (p. 154) La cita de la Posibilidad de una genuina literatura nacional de José Gálvez, obra de 1915, y la coincidencia con Riva-Agüero en la valoración de la literatura colonial como literatura española, sólo adquiere un matiz diferente cuando a continuación Mariátegui enfoca la obra de Garcilaso:21 Garcilaso, sobre todo, es una figura solitaria en la literatura de la Colonia. En Garcilaso se dan la mano dos edades, dos culturas. Pero Garcilaso es más inka que conquistador, más quechua que español. Es tam- bién, un caso de excepción. Y en esto residen precisa- mente su individualidad y grandeza. Garcilaso nació del primer abrazo, del primer amplexo profundo de las dos razas, la conquistadora y la indígena. Es, históricamente, el primer «peruano» si entendemos la «peruanidad» como una formación social, deter- minada por la conquista y colonización españolas. Garcilaso llena con su nombre y su obra una etapa entera de la literatura peruana. Es el primer peruano, sin dejar de ser español. Su obra, bajo su aspecto histórico-estético, pertenece a la épica española. Es inseparable de la máxima epopeya de España: el des- cubrimiento y la conquista de América». (p. 154) Mariátegui mantiene aquí un difícil equi- libro, o una contradicción que, por un lado lo lleva a fundar en Garcilaso el ser de la peruanidad y, por otro, a seguir afirmando el carácter español de su obra. Es destacable el escaso conocimiento de la literatura colonial que demuestra. Ni tan siquiera presta aten- ción a indicaciones de Riva-Agüero, que en el apéndice a su libro de 1905 reconoció ya su olvido, ente otras cosas, de la lírica colonial salvando, a través de Menéndez Pelayo, el «Discurso en loor de la poesía» y la «Epístola de Amarilis a Belardo»22. Creo que Mariáte- gui demuestra poco conocimiento del proceso literario peruano en su historia y aventura una opinión tajante que tiene su centro expresivo en su «Colonialismo supérstite», la tesis terce- ra del «Proceso de la literatura», donde lanza su visión de los tres períodos de la literatura peruana (colonial, cosmopolita y nacional), y en algunas reflexiones esenciales, como su res- cate de Ricardo Palma del colonialismo en el que varios, como Riva-Agüero, lo situaban. Pero el proceso de la literatura, pienso ahora, no fue el análisis de la historia colonial, o prehispánica, o el criollismo (que razones de tiempo y espacio me han impedido refle- jar). Creo que hoy, en la revisión de aquellos espacios polémicos, queda sobre todo una noción del proceso literario que me interesa destacar y que de alguna forma abre el sentido del encuentro que vamos a hacer. No he des- tacado suficientemente que donde se clausura de una forma absoluta el tema del futuro de la literatura y la imitación es en Mariátegui, precisamente al anunciar el presente. Veamos rápidamente el problema. José de la Riva-Agüero, tras su afirmación hispanista, tras criticar el afrancesamiento de la literatura del Perú independiente, tras insistir en la necesidad de no abandonar el tronco común español, plantea como objeti- vo, para huir de la monotonía del criollismo, para abandonar los vaivenes de las modas, «estudiar a los autores clásicos de las litera- turas extranjeras» como fuente de una nueva imitatio basada en múltiples modelos, incluso 19 Jorge Basadre, La literatura In- ca, Paris, Desclée de Brouwer, 1938. En la Biblioteca de Cul- tura Peruana de Ventura García Calderón. 20 José María Arguedas, Canto Kechwa, Lima, Compañía de Impresiones y Publicaciones, 1938. 21 Riva-Agüero enfoca a Garcilaso, en nota, dentro de las crónicas históricas que, «aunque por lo general no fueran en la mente de sus autores obras literarias, tienen, quizá por lo mismo, una ingenuidad y una sencillez en- cantadoras»; habla de las cró- nicas «deliciosas» de Garcilaso, pero las excluye, junto a otras «porque no alcanzan a alterar el aspecto de las letras de la Colonia» (p. 15-16). 22 Estas dos obras, esenciales pa- ra el proceso literario peruano, han tenido una excelente edi- ción crítica reciente con una introducción esencial: Clarinda y Amarilis, Discurso en Loor de la poesía. Epístola a Belardo, ed. de Raquel Chang-Rodríguez, Lima, Pontificia Universidad Ca- tólica del Perú, 2009.
  • 8. 14 «Proceso de la literatura» peruana JOSÉ CARLOS ROVIRA América sin nombre, nos 13-14 (2009) 7-14 plagios, pase la afirmación de Riva-Agüero. Como orientación, jamás23. En 1928, José Carlos Mariátegui sacaba a la literatura peruana de este debate y lo hacía no sólo con la consideración de la literatura peruana como una literatura «no orgánica- mente nacional» por la compleja realidad social y racial que debía asumir, sino, sobre todo, por la mirada a los próximos y a los contemporáneos que realiza en su «Proceso de la literatura», mirada que no constituye só- lo la parte más amplia, sino la más consistente de la obra: allí está la propuesta de lectura de Palma fuera del colonialismo en el que algu- nos seguían situándolo, allí su reivindicación de Manuel González Prada, sus nuevas lectu- ras de Melgar, o de la limitación española de Chocano, su reivindicación de Valdelomar, de Eguren, de Alberto Hidalgo, de Magda Por- tal, de Alberto Guillén, de Alcides Spelucín, o aquella nueva propuesta para el indigenismo actuante en su contemporaneidad que antici- pa tiempos esenciales de la narrativa peruana, o aquel nombre que destaca en el panorama como César Vallejo en quien literalmente fun- da la grandeza de la nueva creación que, tras superar la etapa colonial, empieza a separarse también de la cosmopolita para entrar en la nacional a través de los nuevos modelos. Sus contemporáneos, encerrados en un debate to- davía teórico sobre la imitación, no tuvieron tiempo, o al menos no tuvieron la intensidad de su mirada, a excepción de Luis Alberto Sánchez que la estaba iniciando. Creo que la gran lección del «proceso de la literatura» es su capacidad de anticipar en 1928 un tiempo literario que iba a universa- lizar y a dotar de profunda originalidad a la literatura peruana. Los otros debates quedan ahí, comprimidos por un debate en la historia, mientras Mariátegui definió lo nuevo con la belleza con la que cierra su estudio, cuando, hablando de la imitación todavía imperan- te hacia los «decadentismos occidentales», anuncia un tiempo en el que «bajo este flujo precario, un nuevo sentimiento, una nueva re- velación se anuncian. Por los caminos univer- sales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos». en los más selectos de la tradición contempo- ránea europea, con un consejo con el que casi cierra sus reflexiones: Debemos aprender pero no repetir servilmente; asimilar, pero no copiar; aclimatar, pero no reflejar sin crítica ni propósito, como lo hemos venido haciendo en todo el curso de nuestra historia. Sólo por esta labor de selección de imitaciones podemos suplir la originalidad que nos falta y crearnos en el concierto de la civilización universal un lugar mo- desto pero digno, exento de pretensiones prematuras y de ridiculeces pueriles. Y ¿quién sabe si en ella no se oculta el germen de la originalidad para lo por venir? (p. 271) José Gálvez, al matizar a Riva-Agüero en pos de una «genuina literatura nacional» plantea, más que la imitación, la adaptación de los modelos europeos que deben ser he- chos carne «en nuestro espíritu» y producir frutos «modificados» a través de «nuestro temperamento», para que programáticamente debamos asumir que: No desconozco la fuerza de la imitación y le doy toda su importancia, pero creo que cabe dentro de la individualidad de cada artista atender más al am- biente que nos rodea, a la tradición que nos cobija, al legado de razas y de historia que pesa sobre nosotros. Si hay posibilidad de que tengamos literatura ¿por qué no cabe que sea fruto en parte del medio y del factor histórico? (p. 19) Luis Alberto Sánchez, que reconoce el pasado como el de una imitación necesaria, critica la postura imitativa hacia el futuro que plantea Riva-Agüero, también en la cancela- ción de los elementos indígenas cuya posibi- lidad está construyendo: Riva Agüero […] habla de la imitación y dice que ella moldeará nuestra futura originalidad literaria. La paradoja no puede ser más audaz, sin embargo, añade, esa imitación no es copia sino asimilación; sólo que no se comprende por qué deslinda, como exótico, el elemento indígena, ni por qué no hemos de poder constituir los latinoamericanos nuestra literatura, a fuerza de hurgar la propia historia, la conciencia propia, y a fuerza de imaginar el porve- nir. Como disculpa a nuestras muchas imitaciones y 23 Cit. Rea, op.cit. pág. 53.