En el siglo II, las comunidades cristianas crecían en número a pesar de las persecuciones de los emperadores romanos que las veían como una secta atea y peligrosa. Surgen herejías como el docetismo, el gnosticismo y el montanismo que son respondidas por la Iglesia a través de padres apostólicos como San Ignacio de Antioquía y padres apologistas como Justino que defendieron la doctrina cristiana.