1. MIÉRCOLES SANTO 6 DE ABRIL DE 2020
MIÉRCOLES SANTO
En el camino que nos conduce hasta los misterios centrales de nuestra fe, celebramos el
Miércoles Santo, víspera de la gran solemnidad de la Cena del Señor. Ya apenas queda tiempo,
porque entramos en el pórtico del amor derramado que ha sido causa de nuestra salvación. En
el día de hoy volvemos a adentrarnos en el Cenáculo para conocer el precio de la traición,
treinta monedas. Ante la traición, se crea el desconcierto propio del pecado. ¿Seré yo Maestro?
Esa debe ser la pregunta de este día, ¿seré yo Maestro? Interrogarnos sobre la forma concreta
en que, nosotros, cada jornada, traicionamos el amor infinito de nuestro Dios. Hoy toca
abrazarnos fuertes a la cruz para conocer la medida de la misericordia de Dios, que no se quedó
nada para sí, sino que todo lo entregó. En el marco de aquella Cena pudimos conocer un dolor
más desgarrante que el más certero clavo, el dolor de la traición de un amigo. Pero Cristo
quiere acogernos entre sus brazos extendidos en la cruz; para eso, colócate en esta jornada a
los pies de la cruz y del madero, guarda silencio y contempla.
Como cantos litúrgicos para esta jornada, proponemos los siguientes:
Mi peso en tus hombros: https://www.youtube.com/watch?v=cR12p7MeUlA
Mirar al Señor: https://www.youtube.com/watch?v=Ejg1b3ZG-x0
Heme aquí: https://www.youtube.com/watch?v=f_DD_7hcdOM
Nadie te ama como yo: https://www.youtube.com/watch?v=Iz0B2X662yM
La muerte no es el final: https://www.youtube.com/watch?v=NBAXYoCCI4g
Cualquiera de estos cantos puede usarse para introducir la celebración. Además, puede
usarse alguno de ellos tras la meditación de la Palabra y antes de la Profesión de Fe.
Al finalizar, recomendamos una canto dedicado a María Santísima, firme al pie de la Cruz.
María, mírame: https://www.youtube.com/watch?v=KZpTMZy65y8
2. MIÉRCOLES SANTO 6 DE ABRIL DE 2020
Guía de la celebración: En el nombre del Padre, † del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos: Amén.
Alguno de los participantes, o el guía de la celebración, introduce la celebración con la siguiente
monición inicial:
En la víspera del Sacro Triduo Pascual, contemplamos el dolor más amargo por el que el
Maestro tuvo que pasar: la traición. Mucho más allá de las aberrantes laceraciones, de la tortura
o de la crucifixión, la soledad y la traición de los suyos se clava en el corazón de Jesús con
mayor fuerza que la lanzada que certificó su muerte. Un beso y treinta monedas de plata son
suficientes para que se perpetúe el pecado que ha perseguido a la humanidad a lo largo de toda
su historia: dar la espalda a Dios. Judas Iscariote coloca a Jesús en un nuevo escenario; ya no
estará rodeado por multitudes que le aclaman y le vitorean como rey, al contrario, pedirán su
muerte y lo triturarán a golpes. Se acerca el momento, prepara el corazón, sea consumado la
traición. Comencemos elevando nuestra súplica a Dios.
Guía de la celebración:
Oremos
Dios, Padre nuestro,
vuelve hacia ti nuestros corazones, para que,
consagrados a tu servicio,
no te busquemos sino a ti, lo único necesario,
y nos entreguemos a la práctica de las buenas obras.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
En este momento nos preparamos para escuchar la Palabra de Dios. La celebración consiste en
una primera lectura, en una respuesta sálmica y en la proclamación del Evangelio. Si realizamos esta
celebración individualmente, proclamamos las lecturas detenidamente interiorizando su contenido. Si
realizamos esta celebración con los miembros de nuestro hogar, podemos distribuir previamente las
lecturas entre los participantes.
PRIMERA LECTURA 1Jn 4, 7-16
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Juan:
Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se
manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que
vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para
nuestros pecados.
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Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y
su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él,
y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos
testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que
Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el
amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor
permanece en Dios, y Dios en él.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL Sal 102,1-2.3-4.6-7
R/. La misericordia del Señor dura por siempre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.
El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel. R/.
EVANGELIO Mt 26, 14-25
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo:
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos sacerdotes y les
propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión
propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y
le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
Él contestó:
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«ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo
celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer
se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió:
«El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se
va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le
valdría no haber nacido.»
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió:
«Tú lo has dicho.»
Palabra del Señor.
Para interiorizar la Palabra que hemos escuchado, proponemos una reflexión que se puede leer
en alta voz, o cada uno de forma individual, permitiendo que todos permanezcamos en meditación
activa en torno al regalo de la Palabra de Dios.
CATEQUESIS DE SU SANTIDAD FRANCISCO EL 16 DE ABRIL DE 2014 EN LA PLAZA DE SAN
PEDRO:
Hoy, a mitad de la Semana Santa, la liturgia nos presenta un episodio triste: el relato de la
traición de Judas, que se dirige a los jefes del Sanedrín para comerciar y entregarles a su
Maestro. «¿Cuánto me dais si yo os lo entrego?». Jesús en ese momento tiene un precio. Este
hecho dramático marca el inicio de la Pasión de Cristo, un itinerario doloroso que Él elige con
absoluta libertad. Lo dice claramente Él mismo: «Yo entrego mi vida... Nadie me la quita, sino
que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla» (Jn
10, 17-18). Y así, con esta traición, comienza el camino de la humillación, del despojamiento
de Jesús. Como si estuviese en el mercado: esto cuesta treinta denarios... Una vez iniciada la
senda de la humillación y del despojamiento, Jesús la recorre hasta el final.
Jesús alcanza la completa humillación con la «muerte de cruz». Se trata de la peor muerte,
la que se reservaba a los esclavos y a los delincuentes. Jesús era considerado un profeta, pero
muere como un delincuente. Contemplando a Jesús en su pasión, vemos como en un espejo los
sufrimientos de la humanidad y encontramos la respuesta divina al misterio del mal, del dolor,
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de la muerte. Muchas veces sentimos horror por el mal y el dolor que nos rodea y nos
preguntamos: «¿Por qué Dios lo permite?». Es una profunda herida para nosotros ver el
sufrimiento y la muerte, especialmente de los inocentes. Cuando vemos sufrir a los niños se
nos hace una herida en el corazón: es el misterio del mal. Y Jesús carga sobre sí todo este mal,
todo este sufrimiento. Esta semana nos hará bien a todos nosotros mirar el crucifijo, besar las
llagas de Jesús, besarlas en el crucifijo. Él cargó sobre sí todo el sufrimiento humano, se
revistió con este sufrimiento.
Nosotros esperamos que Dios en su omnipotencia derrote la injusticia, el mal, el pecado y
el sufrimiento con una victoria divina triunfante. Dios, en cambio, nos muestra una victoria
humilde que humanamente parece un fracaso. Podemos decir que Dios vence en el fracaso. El
Hijo de Dios, en efecto, se ve en la cruz como un hombre derrotado: sufre, es traicionado, es
insultado y, por último, muere. Pero Jesús permite que el mal se ensañe con Él y lo carga sobre
sí para vencerlo. Su pasión no es un accidente; su muerte —esa muerte— estaba «escrita». En
verdad, no encontramos muchas explicaciones. Se trata de un misterio desconcertante, el
misterio de la gran humildad de Dios: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito»
(Jn 3, 16). Esta semana pensemos mucho en el dolor de Jesús y digamos a nosotros mismos:
esto es por mí. Incluso si yo hubiese sido la única persona en el mundo, Él lo habría hecho. Lo
hizo por mí. Besemos el crucifijo y digamos: por mí, gracias Jesús, por mí.
Cuando todo parece perdido, cuando ya no queda nadie porque herirán «al pastor y se
dispersarán las ovejas del rebaño» (Mt 26, 31), es entonces cuando Dios interviene con el poder
de la resurrección. La resurrección de Jesús no es el final feliz de una hermoso cuento, no es
el «happy end» de una película; sino la intervención de Dios Padre allí donde se rompe la
esperanza humana. En el momento en el que todo parece perdido, en el momento del dolor, en
el que muchas personas sienten la necesidad de bajar de la cruz, es el momento más cercano a
la resurrección. La noche se hace más oscura precisamente antes de que comience la luz. En el
momento más oscuro interviene Dios y resucita.
Jesús, que eligió pasar por esta senda, nos llama a seguirlo por su mismo camino de
humillación. Cuando en ciertos momentos de la vida no encontramos algún camino de salida
para nuestras dificultades, cuando precipitamos en la oscuridad más densa, es el momento de
nuestra humillación y despojo total, la hora en la que experimentamos que somos frágiles y
pecadores. Es precisamente entonces, en ese momento, que no debemos ocultar nuestro
fracaso, sino abrirnos confiados a la esperanza en Dios, como hizo Jesús. Queridos hermanos
y hermanas, en esta semana nos hará bien tomar el crucifijo en la mano y besarlo mucho,
mucho, y decir: gracias Jesús, gracias Señor.
Concluida la meditación de la Palabra, profesamos con toda la Iglesia nuestra fe y elevamos al
Padre nuestras súplicas.
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PROFESAMOS NUESTRA FE
Todos: Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna.
Amén.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Guía de la celebración: Con el corazón en la presencia de Dios, y convencidos de su infinita
bondad, presentémosle nuestras súplicas confiadas.
Las peticiones las puede realizar el propio guía o alguno de los participantes.
1. Por el Pueblo Santo de Dios; pidamos por el Papa Francisco, por el colegio de los obispos,
por los sacerdotes y por todos los fieles, para que juntos celebremos con hondura este Triduo
Pascual. Roguemos al Señor.
2. Por los crucificados de nuestro tiempo, por quienes sufren cualquier dolencia en el cuerpo
o en el espíritu; para que hallen consuelo en el madero santo de la cruz. Roguemos al Señor.
3. Por los hombres y mujeres de ciencia, por los artistas, por los que estudian el mundo y al
hombre; para que la verdad que investigan les conduzca siempre al Hacedor de la vida.
Roguemos al Señor.
4. Por las personas que viven estos días en soledad; para que no desfallezca su ánimo, y se
vean siempre fortalecido por el amor de Dios. Roguemos al Señor.
5. Por todos los afectados por coronavirus; pidamos de forma especial por todos los
fallecidos, por sus familiares, por los agentes sanitarios y por las fuerzas de seguridad del
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Estado, para que todos, en esta circunstancia, puedan conocer la mano misericordiosa de
Dios. Roguemos al Señor.
6. Por cada uno de nosotros, para que nos dejemos amar por el Maestro, que entregó todo
por nuestra salvación. Roguemos al Señor.
Guía de la celebración: Escucha Señor, a tu pueblo que te implora, y recoge en tu precioso
corazón las súplicas que te presenta. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Todos: Amén.
Concluimos esta celebración invocando al Padre con la oración de los hijos, elevando la oración
final y suplicando a María Santísima por el fin de esta pandemia.
PADRENUESTRO
Guía de la celebración: Unidos con los lazos invisibles de la comunión y de la fraternidad,
elevemos nuestras súplicas confiadas a Dios, diciendo:
Todos:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén
Guía de la celebración:
Oremos
Señor, que tu gracia no nos
falte en estos días santos,
para que entregados plenamente a tu servicio,
sintamos tu amor permanente en nosotros
y el don de tu protección continua.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
Guía de la celebración: El Señor nos bendiga, † nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida
eterna.
Todos: Amén.
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ORACIÓN A MARÍA
Todos:
Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de
esperanza. Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los enfermos, que bajo la cruz estuviste
asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.
Tú, Salvación de todos los pueblos, sabes de qué tenemos necesidad y estamos seguros que
proveerás, para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de
este momento de prueba.
Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y a hacer lo
que nos dirá Jesús, quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha cargado nuestros
dolores para conducirnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.
Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios. No desprecies nuestras súplicas
que estamos en la prueba y libéranos de todo pecado, o Virgen gloriosa y bendita”.