1. LAS HERIDAS DEL AMOR
Ana García-Mina Freire*
* Miembro del Consejo de Redacción de Sal Terrae. Profesora de Psicología en la Uni-
versidad Pontificia Comillas de Madrid. <anamina@upcomillas.es>.
Sal Terrae
Resumen
No hay vida sin amor, ni amor sin heridas. Es inevitable. Amar nos lleva a
abrirnos, a compartir, a ser vulnerables, y esto conlleva desencuentros, rechazos,
silencios, decepciones, desamor. Quien esté esperando un amor sin fisuras ni aris-
tas nunca se decidirá a amar. Por muy heridos que estemos, todos necesitamos
dar y recibir amor. Mucho de nuestro deseo y sentido de Vivir depende de ello.
Para superar estas heridas necesitamos conocer sus causas y comprender sus sig-
nificados. Muchas veces herimos y nos hieren por experiencias en las que no he-
mos reparado. Necesitamos reflexionar sobre nuestros aprendizajes y formas de
querer. En este artículo se ofrecen algunas pistas para esta reflexión.
Abstract
There is no life without love, or love without wounds. It’s unavoidable.
Loving makes us open ourselves, share, and be vulnerable which, in turn,
causes misunderstandings, rejection, silence, disappointment, and
heartbreak. Whoever waits for a love without fissures or thorns will never
dare to love. As hurt as we can be, we all need to give and receive love.
Much of our desire and sense to Live depends on this. To overcome these
wounds we need to know their causes and understand their meanings. Many
times, we hurt others or we are hurt by unnoticed experiences. We need to
stop and reflect on what we have learned and on how we love. In this article
I offer some clues for this reflection.
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2. 1. J.R. CHAVES GARCÍA, El gran libro del desamor. De las parejas, rupturas y superviven-
cias, Solisombra, Villamayor 1999, 97.
2. E. FROMM, El arte de amar, Paidós Studio, Barcelona 19824
, 27.
3. R. MAY, Libertad y destino en psicoterapia, DDB, Bilbao 1988, 54.
ana garcía-mina freireSal Terrae
«Ahora que se ha quemado mi granero hasta los cimientos,
puedo contemplar la luna»
(Haiku Japonés)
Decía Cátulo, que «las rupturas sentimentales golpean de la misma mane-
ra los corazones de los pobres y los ricos; de los sabios y los necios; de los po-
derosos y los débiles»1
. El amor nos iguala a todos. No ofrece distinción.
Es un sentimiento universal. Todos buscamos y necesitamos amor, y to-
dos hemos gustado de su sabor y su amargura. Amar se entronca en la
raíz misma de nuestra existencia y, como tal, lleva inherente el sello de la
fragilidad. «Es el impulso más poderoso que existe», indica Fromm2
, «la
fuerza que sostiene la humanidad», y a su vez es muy vulnerable. Amar
no es fácil. Muchas heridas que llevamos en el corazón surgieron de
amores bien intencionados pero equivocados, de personas atrapadas por
su propia historia de desamor.
Quien busque un seguro a todo riesgo en el amor está perdido. Como
veremos a lo largo del artículo, amar es una experiencia que comprome-
te todo nuestro ser. Nuestra personalidad, nuestra madurez, nuestra au-
toestima, nuestros valores; nuestros primeros vínculos afectivos de la in-
fancia; la manera en que nos quisieron y vivimos el amor en la familia;
el éxito y fracaso en nuestras primeras relaciones de amistad, de pareja,
de comunidad... La manera de dar y de recibir amor está muy condicio-
nada por nuestra historia y nuestros recursos emocionales. Pero ¿en qué
medida nos paramos a reflexionar sobre ello? Nos preocupamos por el
modo en que nos aman ¿Y nosotros? ¿Cómo es nuestro modo de amar?
Rollo May define la libertad humana como «la capacidad de hacer una
pausa entre el estímulo y la respuesta»3
. En el amor es fundamental esta
pausa. Muchas heridas podrían evitarse si las analizásemos y les diésemos
sentido. Es cierto que en ocasiones son tan sangrantes o dolorosas (violen-
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3. 4. Quienes deseen profundizar sobre la violencia en la pareja pueden consultar: A. GAR-
CÍA-MINA FREIRE (coord.), La violencia contra las mujeres en la pareja: claves de aná-
lisis y de intervención, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2010.
5. C. YELA GARCÍA, El amor desde la psicología social, Pirámide, Madrid 2000, 100.
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cia, maltrato, infidelidad, celos patológicos, divorcio, separación, la muer-
te de seres queridos...) que a uno no le queda más remedio que escuchar-
las. Pero aquellas que se inician en el roce de la convivencia, en el descui-
do de los pequeños detalles, en nuestro propio narcisismo... las dejamos
pasar. De ahí que en esta ocasión4
quiera detenerme en estas últimas: las
heridas que se entremezclan con el cariño, que aparecen entre la gente a la
que se quiere y que desea vincularse con los demás. A menudo, las heridas
que más cuesta cicatrizar comenzaron por desencuentros a los que no di-
mos importancia, por heridas que arrastramos de otras relaciones.
El aprendizaje del amor
Para comprender y dar sentido a nuestra manera de amar es necesario que
revisemos nuestro aprendizaje en el amor. Platón, en su obra «El Banque-
te», ofrece una definición del amor que nos puede ayudar a situarnos. En
boca de Sócrates describe este sentimiento como hijo de Poros, «dios de la
abundancia», y de Penia, «dios de la penuria»; la unión del deseo de dar lo
mejor de uno mismo con el deseo y la necesidad de recibir lo mejor del
otro5
. En esta dialéctica nace y crece el amor: carencia-abundancia; narci-
sismo-altruismo; egoísmo-generosidad; angustia-serenidad; dependencia-
autonomía, miedo-seguridad; inmadurez-madurez.
Nacemos obligados a desarrollar nuestra capacidad de amar. Forma par-
te de nuestro instinto de supervivencia. Sin esta motivación para vincu-
larnos y entrelazar la vida con la de otros, moriríamos. Nuestra vulnera-
bilidad e indefensión no lo resistiría. Para vivir, necesitamos sentir que
nuestra vida está «habitada», que hay personas que de manera especial
quieren compartir sus días y su intimidad con nosotros.
El amor se fragua en los primeros vínculos afectivos que establecemos en
la infancia. La primera escuela del amor es nuestro entorno familiar, y en
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4. 6. A. GARCÍA-MINA FREIRE, «El nido humano: La familia», en COMUNIDAD DE MA-
DRID, ¿Cómo crecen nuestros hijos?, Comunidad de Madrid, Madrid 2006, 6-18.
7. Mª.J. ORTIZ BARÓN – S. YARNOZ YABEN, Teoría del apego y relaciones afectivas, Ser-
vicio editorial Universidad del País Vasco, Bilbao 1993.
8. J. BOLWBY, El vínculo afectivo, Paidós, Buenos Aires 1976.
ana garcía-mina freireSal Terrae
especial las relaciones afectivas que establecimos con aquellas personas
que realizaron las labores de maternaje. Nuestra capacidad para amar se
nutre de estas primeras relaciones de apego. Nuestro amor, hijo de la in-
defensión y la penuria, buscará abrazos, caricias, miradas, alimento, cui-
dados, seguridad para calmar la angustia que la conciencia de separativi-
dad le genera. En esta búsqueda de contacto e intimidad, no solo iremos
aprendiendo lo que es el amor, sino que además crearemos nuestro pri-
mer sentido de identidad y decidiremos si la vida merece vivirse, si no-
sotros merecemos vivirla y si los otros se merecen nuestra confianza6
.
Nuestras primeras lecciones de amor tendrán lugar fundamentalmente a
través de nuestros padres (cómo se quieren) y de ese contacto íntimo sur-
gido de su capacidad para ser el dios de la abundancia. Cada vez son más
numerosas las investigaciones que confirman la importancia de la cali-
dad de este vínculo emocional en el posterior estilo de relación que las
personas adoptamos en la vida7
. En función de la disponibilidad, incon-
dicionalidad, sensibilidad y sintonización afectiva y efectiva con las ne-
cesidades del niño, podemos encontrar tres estilos de apego diferentes: el
apego seguro; el apego inseguro, ansioso o ambivalente; y el apego inseguro
evitativo8
.
Se desarrolla un apego seguro cuando uno se ha sentido cuidado, atendi-
do y protegido en la medida en que lo necesitaba. Cuando ha sido abra-
zado y se la ha permitido ser en toda su fragilidad. Esta labor exige un
amor maduro, generoso y sensible; un amor centrado en el otro, que res-
peta su individualidad y acepta su voluntad de separación y sus diferen-
cias. Este estilo de relación generará una seguridad y una confianza bási-
ca, esencial para nuestro modo de amar. Las personas que han crecido
desde este apego son personas que disfrutan compartiendo la vida con
los otros. Cuidan sus relaciones de intimidad y no se viven incómodos
cuando otros dependen emocionalmente de ellos o cuando ellos necesi-
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tan apoyarse en los demás. Tienen una actitud confiada y abierta ante la
vida, y las heridas del amor, pese a que puedan dolerles y dejarlos mal-
trechos, no harán peligrar su autoestima.
Pero no siempre nuestros estilos de vinculación han sido gestados con es-
tos mimbres. Los motivos pueden ser muy diversos: la personalidad de
los padres, el concepto de educación que tienen, el momento vital que
tanto ellos como la familia atraviesan, sus propios estilos de apego, una
enfermedad, falta de madurez, no desear ser padres... Transmitimos lo
que somos, y en el amor también.
El apego inseguro, ansioso o ambivalente tiene lugar cuando el niño no
tiene la certeza de poder contar con el apoyo de sus padres. Sin una ra-
zón previsible, estos a veces se comportan con cariño, y otras veces con
frialdad. A veces atienden a sus demandas, y otras veces le ignoran. El ni-
ño no sabe qué esperar; la incertidumbre le angustia, instalándose den-
tro de sí la duda sobre si será suficientemente valioso y digno de ser que-
rido. Esta inseguridad aparecerá inevitablemente en las demás relaciones
de amor: hermanos, amigos, pareja, Dios, comunidad... A pesar de que
la gente le quiera, le costará mucho terminar de creérselo, necesitando
que el otro le dé pruebas reiteradas de su amor. Ante la propia ambiva-
lencia vivida, puede acabar reaccionando de la misma manera que sus fi-
guras de apego: a veces te da muestras de su cariño, y otras veces te ig-
nora; a veces puedes confiar en él, y otras veces te decepciona. A menu-
do, las personas que viven este apego inseguro desearían tener más inti-
midad que la que viven en las relaciones. Sus dudas sobre su valía pue-
den llevarlas a tener un estilo de amar excesivo, sin límites, lo que suele
ser vivido por los otros como agobiante y absorbente. La ansiedad que
viven en el amor les agota, y son los que más sufren y temen la soledad
de los tres estilos de apego.
Por último, el apego inseguro evitativo se gesta cuando el vínculo se es-
tructura en una carencia de contacto e intimidad. Quienes incorporan
este estilo de relación aprendieron desde muy niños que no podían con-
tar con un abrazo que calmase su miedo. Esta vivencia de frialdad afec-
tiva les llevará a protegerse de su desconsuelo, elaborando una persona-
lidad más desapegada, autosuficiente y desconfiada. Aprenderán que es
mejor no manifestar sus emociones y evitarán aquellas situaciones que
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les hagan sentirse frágiles. Como en los casos anteriores, esta manera de
relación incidirá en su forma de querer. Con frecuencia, no se sentirán
cómodos en una relación íntima. Preferirán la distancia a la cercanía, y
les costará confiar y compartir aquellas experiencias de sí mismos en las
que se sienten vulnerables. Evitarán pedir y considerarán un signo de
madurez no necesitar a nadie. Y aunque su desconfianza provoque des-
confianza, preferirán guarecerse en su hermetismo antes que arriesgarse
a vivir una nueva decepción.
Estos estilos de vinculación pueden ser modificados a lo largo de vida. Las
experiencias de apego de nuestra infancia condicionan pero no determinan
nuestra forma de relación y manera de amar. El encuentro con otras per-
sonas, el desarrollo de una mayor madurez, la vivencia de otros amores más
afortunados, la experiencia de Dios... nos pueden ayudar a sanar nuestra
falta de confianza en nosotros mismos y en los demás; pero para aprove-
char estas oportunidades hemos de hacer «una pausa» y conectar con la se-
guridad o inseguridad básica que nuestro legado de la infancia nos ha de-
jado. Muchas reacciones del presente responden a vivencias del pasado. En
las cosas del querer, el tiempo avanza muy lentamente.
El amor convierte los espejos en ventanas
El amor es una constante en nuestras vidas. Si bien nuestra primera ex-
periencia de amar surge de la carencia, en la medida en que vayamos cre-
ciendo y sintiéndonos queridos por el acierto de un amor maduro, deja-
remos de vivirnos prisioneros de nuestro egocentrismo. Gracias a este
Amor, la indefensión se convertirá en seguridad, y nuestros miedos en
confianza. Comenzaremos a mirar al otro en lo que es, y no en función
de nuestra necesidad o nuestros temores. Al considerar más importante
«amar» que «ser amado», dejaremos de buscarnos a nosotros mismos en
el otro.
Poco a poco, nuestra necesidad de vinculación nos impulsará a ir am-
pliando nuestro círculo de relaciones e ir desarrollando diferentes formas
de amar. Irán surgiendo los amigos, las experiencias de enamoramiento,
la vivencia de Dios, las relaciones de pareja, las opciones vocacionales, la
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7. 9. R.J. STERNBERG, El triángulo del amor. Intimidad, pasión y compromiso, Paidós, Bue-
nos Aires 1989.
las heridas del amor Sal Terrae
creación de una familia, la vida en comunidad... Y entre unos y otros
amores se nos irá pasando la vida y daremos sentido a nuestra existencia.
El amor nos sitúa ante una lógica que nos trasciende. Nos invita a con-
vertir nuestros espejos en ventanas, a mirar más allá de nuestra necesidad
y a pasar de ser «amados» a ser «amantes». Pero ¿qué es Amar? Muchos
desencuentros se derivan de las diferentes expectativas y grado de impli-
cación que cada cual considere propios del querer. Hagamos una «se-
gunda pausa» y veamos, más allá de ser hijos de la abundancia y la ca-
rencia, lo que entraña el amor.
Intimidad, pasión y compromiso
Entre las muchas definiciones que a lo largo de los tiempos se han dado
sobre el amor, he elegido la desarrollada por Robert Sternberg, psicólo-
go y profesor de la Universidad de Yale. Para Sternberg9
, el amor se asien-
ta en tres grandes pilares: la intimidad, la pasión y el compromiso. En es-
tos están incluidos otros aspectos fundamentales del amor, como son: el
cuidado, el respeto, la comunicación, la reciprocidad, la confianza, la
lealtad, la franqueza, el apoyo, la entrega, la comprensión, la gratuidad,
el saberse perdonar.
La intimidad tiene una gran importancia en el amor. Para Sternberg es
el componente más fundamental. Suele iniciarse a través de encuentros
en los que gradualmente nos damos a conocer y vamos sintiéndonos mu-
tuamente respetados y valorados en nuestra individualidad. Conforme
una relación crece en intimidad, uno se siente en confianza y disfruta
compartiendo lo que es. Hay una gran fluidez en la comunicación, y se
respira autenticidad en el modo de ser y estar. Uno sabe que puede con-
tar con el otro, y existe una valoración mutua desde el reconocimiento
no solo de las virtudes, sino también de las limitaciones.
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8. 10. R.J. STERNBERG, «Triangulating Love», en R. STERNBERG – M.L. BARNES (eds.), The
Psychology of Love, Yale University Press, New Haven 1988, 122.
ana garcía-mina freireSal Terrae
La pasión es ese estado intenso de deseo de unión con el otro en el que
nuestro cuerpo y nuestra mente se activan a la vez. Aunque en muchas
ocasiones este deseo de querer estar con el otro está asociado a una atrac-
ción sexual, no siempre la pasión es expresión de este deseo. También
puede uno verse excitado psicofisiológicamente desde otras necesidades
y deseos, como la necesidad de pertenencia, de autoestima, de sumisión
o dominación, de admiración profunda, de sentirse querido, de grati-
tud... En función del tipo de relación y del tiempo de la misma, este
componente puede ir variando en intensidad e importancia.
El tercer componente del amor es la decisión-compromiso, que consta de
dos aspectos, uno a corto plazo y otro a más largo plazo. El primero con-
siste en la decisión que uno toma de amar a una persona; el segundo es
el compromiso de permanecer en ese amor. Estos dos aspectos no nece-
sariamente se dan de forma simultánea. Podemos decidir amar, pero no
comprometernos con ese amor; o podemos comprometernos a mantener
un amor que uno previamente no ha elegido. Este componente, al igual
que el de la intimidad, suele crecer gradualmente. Cuando la relación es-
tá consolidada, en ocasiones se convierte en la tabla de salvación. En
tiempos difíciles y momentos de desamor, el vivirnos comprometidos
nos permite mantenernos unidos.
Dependiendo del tipo de relación que tengamos (paterno-filial, frater-
nal, de amistad, de pareja, con Dios, comunitaria...) y del momento de
la misma, estos tres componentes tendrán diferente protagonismo.
Sternberg describe hasta siete tipos de amor en función de las posibles
combinaciones que se pueden dar entre los tres componentes10
.
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9. AMOR NECIO
Pasión+Compromiso
AMOR VACIO
Solo Decisión/Compromiso
ENCAPRICHAMIENTO
Solo Pasión
AMOR COMPAÑERISMO
Intimidad+Compromiso
AMOR ROMÁNTICO
Intimidad+Pasión
CARIÑO / AFECTO
Solo intimidad
AMOR CONSUMADO
O COMPLETO
Intimidad+Pasión+
Compromiso
las heridas del amor Sal Terrae
Cada relación tiene sus peculiaridades y se modifica con el paso del tiem-
po. En este proceso es importante analizar si ese es el tipo de amor que uno
desea para sí mismo y para la relación. Inexorablemente, las relaciones su-
fren la erosión de la vida. No hay relación familiar, de amistad, de pareja,
con Dios, comunitaria, con uno mismo... que no tenga sus altibajos. Amar
no es fácil. Todos poseemos una herencia vital, gracias a la cual dispone-
mos de las bases y los códigos para amar, pero de manera limitada. Sin em-
bargo, es desde esta fragilidad desde donde estamos llamados a encontrar-
nos y a ser capaces de dar lo mejor de nosotros mismos.
Amar es una carrera de fondo, y no siempre se siente uno con fuerzas o
motivado para llegar a la meta. Uno de los mayores enemigos del amor
es el tedio, el aburrimiento, el peso de la costumbre. Hay amores que
bostezan, que han perdido uno de los aspectos más básicos del querer:
«disfrutar juntos». En el amor es fundamental alimentar este espacio de
intimidad. No basta con que uno sienta cariño hacia otra persona; es ne-
cesario expresarlo, compartirlo, celebrarlo. Cuando se pierde la compli-
cidad, el deseo de estar juntos y compartir la vida..., la relación se con-
vierte en un campo abonado para el desamor. Aquellas relaciones en las
que se habla poco y se escucha menos corren el gran riesgo de que un día
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10. 11. P. VARELA, Amor puro y duro. Psicología de la pareja. Sus emociones y conflictos, La Es-
fera de los Libros, Madrid 2006, 75.
12. L. BUSCAGLIA, Amor. Ser Persona, Plaza y Janés, Barcelona 1984, 76.
13. A. GRÜN, El arte de ser feliz, Sal Terrae, Santander 2008, 91.
14. Ibid., 90.
ana garcía-mina freireSal Terrae
sus miembros no sepan qué decirse. Ser fiel no se reduce a no ser infiel,
sino que requiere verdad, interés, implicación, transparencia11
. No hay
amor donde no hay voluntad, decía Gandhi.12
El amor necesita atención,
cuidados, alegría. Un espacio en el que el «nosotros» sea posible.
La memoria del corazón
Probablemente, a lo largo de la lectura de este artículo te habrán venido
a la mente algunas de las personas que amándote te hirieron, y otras a las
que dañaste con tu forma de querer. Dar sentido a nuestro amor nos lle-
va a caminar por estas sendas: es el tributo que pagamos por nuestra fra-
gilidad. Pero la memoria de nuestro corazón no solo custodia historias
de desamor; también guarda con detalle experiencias de agradecimiento.
Experiencias que merecen nuestra «tercera y última pausa» en esta refle-
xión sobre el amor.
Decía Bonhoeffer que «sin la gratitud, mi pasado se hunde en la oscuri-
dad, en el enigma, en la nada»13
. Quien se siente agradecido ha experi-
mentado el amor en su vida. Es capaz de darse cuenta de todo el bien re-
cibido y capta la bondad inherente a las personas. El agradecimiento, se-
ñala Anselm Grün14
, otorga duración al amor y aliento a nuestros com-
promisos. Cuando estos son vividos desde el agradecimiento, uno se
siente impulsado a transmitir lo recibido y a amar desde esa vivencia de
agape apasionado con la vida, con su gente y con los proyectos que dan
consistencia a sus días.
Amar es un acto de fe, de confianza en uno mismo y en el otro. Es la
esencia y el motor de nuestras relaciones y nuestra motivación para vivir.
Siempre implica un riesgo y una cuota de dolor y desengaño. Por mucho
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11. 15. A. GARCÍA-MINA FREIRE, «¡Corazón mío, qué abandonado te tengo!»: Sal Terrae 92
(2004), 473-484.
16. Z. BAUMAN, Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Fondo de
Cultura Económica, Madrid 20099
, 37.
las heridas del amor Sal Terrae
que lo deseemos, no hay ninguna garantía que nos asegure nuestros
amores, pero sí hay unas condiciones para que nuestras relaciones crez-
can en el amor. Gran parte de su futuro depende del cuidado, respeto,
intimidad y compromiso que les dediquemos y nos dediquemos. Aun-
que en esta ocasión no haya profundizado en el amor hacia uno mismo,
este es fundamental15
. No es posible amar al otro si no nos queremos a
nosotros mismos. El amor que transmitimos es un fiel reflejo de nues-
tra autoestima.
El amor necesita construirse sobre los cimientos de lo que es auténtico
en uno, en los otros y en la relación. El amor no se improvisa: para que-
rernos hace falta tiempo. Las cosas más elevadas, recuerda Rosenzweig,
no pueden planearse: hay que estar permanentemente dispuestos16
.
Amar no se reduce a una relación, sino que acaba convirtiéndose en una
actitud ante la vida.
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12. En el acompañamiento espiritual, la persona acompañada (el discípulo)
es la principal responsable de su propio proceso, tanto para iniciar su
propio camino espiritual como para relacionarse con Dios y
comprometerse con los demás; lo cual incluye discernir y decidir cada día
sobre muchas opciones vitales, grandes y pequeñas, incluida su vocación
cristiana particular. El acompañante trata de ayudar en ese generoso
esfuerzo. La perspectiva manejada en el libro es predominantemente
ignaciana, aunque la universalidad de los procesos implicados en un
acompañamiento espiritual queda de manifiesto en las alusiones a santa
Teresa de Jesús y a la Sagrada Escritura.
LUIS Mª
GARCÍA DOMÍNGUEZ, SJ
El libro del discípulo
El acompañamiento
espiritual
208 págs.
P.V.P.: 12,50 €
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