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Escatología:
Escatología viene del griego "éskhatos" último y "logos" tratado (o verbo, palabra viva, inteligencia
o enseñanza). Es la rama de la teología que estudia las enseñanzas bíblicas concernientes al final de
los tiempos, en particular del período relacionado con la Parusía o segunda venida de Jesucristo y los
acontecimientos relacionados.
Entre los capítulos predominantemente escatológicos del N.T. están Mateo 24, Marcos 13, Lucas 17 y 21,
1 Corintios 15, 1 Tesalonicenses 4-5, 2 Tes 1-2 y 2 Pedro 3.
Dos aspectos inseparables han de ser tenidos en cuenta cuando se habla de escatología desde el punto
de vista cristiano:
por una parte, la revelación plena de Dios que ha tenido lugar en Jesús, la aparición de Dios en el
mundo que constituye el acontecimiento decisivo que
imprime a la historia su orientación definitiva; con
Cristo ha irrumpido en el mundo "lo último", o, tal
vez mejor todavía, él es "el último". Por otra parte,
y siempre en relación con este primer aspecto, se ha
de considerar el contenido concreto de la esperanza
cristiana, no solamente "lo último", sino también "las
cosas últimas", aquello que espera al hombre, sea al fin
de la historia (escatología colectiva o final), sea al
término de su vida mortal (escatología personal o
"intermedia"). También este segundo punto de vista tiene que ver directamente con Cristo. En efecto,
la esperanza cristiana no puede tener otro objeto último que no sea Dios mismo, que se nos manifiesta
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en Cristo. La escatología cristiana no nos habla, por tanto, de un futuro intramundano superable en
principio por cualquier otro acontecimiento, sino del futuro absoluto, que es Dios mismo. Jesús como
acontecimiento escatológico nos abre el sentido de las ultimidades del mundo y del hombre. Lo que en
él ha acontecido ya de modo aún velado, lo que desde su resurrección es realidad en él que es la cabeza,
espera la manifestación plena en todo su cuerpo.
La orientación cristológica de la escatología
cristiana determina sus características
fundamentales. En primer lugar, no podemos
pretender una "descripción" del mundo futuro.
Jesús nos manifiesta al Padre, al que nadie ha
visto (cf Jn 1,18). La revelación de Dios en su
plenitud no sólo es mucho más de lo que el ojo
ha visto o el oído ha oído, sino que va mucho más
allá de lo que nuestra mente puede imaginar
(cf 1Cor 2,9). El mismo intento de describir lo que esperamos sería, por tanto, destructor de la misma
esperanza cristiana; significaría reducir a nuestro ámbito mundano lo que por definición lo sobrepasa.
La escatología cristiana es, en segundo lugar, un mensaje de salvación. Nos anuncia la realización plena
de la salvación acontecida en Jesús. Si todo el acontecimiento de Cristo es salvador, no puede dejar de
serlo su manifestación definitiva. Es verdad que la fe cristiana afirma con toda seriedad la posibilidad
de la condenación del hombre, de su rechazo de la gracia que a todos se ofrece (porque sólo así se
afirma su auténtica libertad, y por tanto el carácter verdaderamente humano de la adhesión a Dios y a
su invitación a la comunión amorosa); pero es igualmente claro que esto no puede constituir el centro
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de su mensaje. La escatología cristiana es un aspecto del anuncio de salvación, es "evangelio" en el más
puro sentido del término. Así lo entendieron los primeros cristianos, que deseaban ardientemente la
plena manifestación de Jesús en la gloria.
Por último, la escatología cristiana es consciente de tener que afirmar la realidad ya presente de "lo
último" a la vez que el futuro de "las cosas últimas". Por una parte, Jesús ya ha venido, ha muerto y ha
resucitado; pero, por otra, nosotros no participamos todavía plenamente de su gloria. El señorío de
Cristo sobre todo es real desde su resurrección (! Misterio pascual), pero todavía no ha sido plenamente
manifestado. Jesús ha vencido ya al pecado y a la
muerte, pero nosotros experimentamos todavía su
peso. Es la paradoja del presente y del futuro, de la
continuidad y de la ruptura entre este mundo y los
nuevos cielos y la tierra nueva. El futuro absoluto
está realmente anticipado en Jesús (de otro modo
no podríamos decir absolutamente nada de él), es
ya relevante para nosotros y, a la vez, sigue siendo
la novedad radical que va incluso más allá de nuestros deseos. En la gran mayoría de los escritos
neotestamentarios hallamos esta tensión entre presente y futuro, que, naturalmente, admite diversas
acentuaciones de uno u otro aspecto. Creo que, como regla hermenéutica, puede valer el principio de
afirmar a la vez ambos extremos, sin contraponer el uno al otro. La realidad de la salvación en Jesús no
puede ser minimizada; el bautismo significa una participación en su muerte y en su resurrección. Por
otra parte, la plena participación en su gloria presupone también la participación en su muerte, no sólo
sacramentalmente anticipada. Todo lo que somos y es el mundo que nos rodea ha de ser sometido al
juicio de la cruz de Cristo.
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Los contenidos concretos de la escatología cristiana (en cuyo
detalle no podemos entrar) llevan también el sello de Jesús,
muestran que son el desarrollo del acontecimiento escatológico
que con su presencia en el mundo ha tenido lugar. En el credo
niceno-constantinopolitano se proclama la fe en la venida
gloriosa de Cristo para juzgar a vivos y muertos, y se añade que
su reino no tendrá fin. La manifestación gloriosa de Jesús ha
sido el objeto de la esperanza de los primeros cristianos. Si en
la resurrección Jesús ha sido entronizado como Señor, este
dominio ha de manifestarse plenamente. La parusía del Señor
es, por tanto, la consecuencia de su resurrección, la plena
realización de la salvación, cuyo fundamento está en la
victoria que Jesús ya ha obtenido. Pablo ha expresado el
contenido teológico de este acontecimiento en 1Cor 15,23-
28: Cristo es la primicia de la resurrección, a la que seguirá,
en su venida, la resurrección de todos (enseguida volveremos
sobre este aspecto). La venida o parusía de Cristo significa el "fin", y con él la destrucción de todas
las potencias enemigas de Dios y del hombre, incluida la muerte, contemplada aquí, sin duda, en su
relación íntima con el pecado (cf 1Cor 15,54-56). En este momento final todo queda sometido a Cristo, su
dominio sobre el mundo se hace realidad. Entonces Jesús entrega el /reino al Padre, por cuya iniciativa
se ha realizado toda la historia de la salvación, que en este momento concluye. La referencia de Jesús al
Padre, constante en todos los instantes de su vida, encuentra también aquí su expresión. Con su pleno
dominio sobre toda su creación, Dios será "todo en todas las cosas".
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La manifestación plena del
dominio de Dios significa la
plena salvación del hombre. En
el pasaje a que nos acabamos
de referir y en otros lugares (cf,
p.ej., Flp 3,21; 1Tes 4,1418) se
señala la conexión entre parusía
y resurrección. Esta última, como
plenitud del hombre, viene a ser
el correlato de la aparición de
Jesús en su gloria. El dominio de Cristo sobre todo significa nuestra plena salvación. La resurrección
equivale, por tanto, a la plenitud del hombre en todas sus dimensiones, personales, cósmicas y sociales.
La configuración con Cristo resucitado es la única vocación definitiva del hombre. Él es la primicia, a
partir de la cual se hace realidad la resurrección de todos los que son de Cristo (cf 1Cor 15,20-23); es
también el primogénito de entre los muertos (cf Col 1,18); y, por consiguiente, "del mismo modo que
hemos revestido la imagen del hombre terreno, revestiremos también la imagen del celestial" (1Cor
15,49). La resurrección en el último día significa también la plenitud del cuerpo de Cristo, de la Iglesia
celeste. No se puede olvidar cuando se trata de la escatología la dimensión social de la vida cristiana
que en otros campos teológicos se pone tan de relieve. El capítulo VII de la constitución LG, del concilio
Vaticano II, es suficientemente claro al respecto.
La perfecta configuración con Cristo resucitado y la participación de su vida constituye precisamente
la "vida eterna", el "cielo". La salvación del hombre no puede ser más que Dios mismo, ya que desde el
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momento de la creación estamos hechos para él. Sólo en él puede hallar descanso el corazón humano
(cf SAN AGUSTIN, Confesiones 1,1). Por ello la tradición de la Iglesia, con una clara base bíblica (ICor 13,12;
1Jn 3,2), ha hablado de la visión de Dios, intuitiva y "cara a cara", como el contenido fundamental de
la recompensa de los justos. Una visión que no hay que entender en el sentido meramente intelectual,
sino en el de comunión plena de amor con el Dios uno y trino en la realización total de nuestra filiación
divina. La condición del hombre salvado es para otros muchos pasajes del Nuevo Testamento "estar
con Cristo" (cf Lc 23,43; ITes 1,17; Flp 1,2; Jn 17,24; etc.). En la inserción en el cuerpo glorioso del Señor
alcanzaremos la plenitud de la vida.
Jesús como presencia definitiva de la salvación, y en este sentido acontecimiento escatológico, nos
abre a la esperanza de las cosas últimas; y éstas, en definitva, se concentran también en él, por quien
tenemos en el Espíritu acceso al Padre. En efecto, no tendría sentido que aquel que tenía que venir nos
remitiera a alguien o a algo distinto de él mismo.
La manifestación plena del
dominio de Dios significa la
plena salvación del hombre.
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