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UNIVERSIDAD DE RELACIONES INTERNACIONALES 
MOSCÚ, 2 DE NOVIEMBRE DE 2007
Nada más útil que el uso de un diccionario para avanzar en el aprendizaje del léxico una lengua. Alcanzado un cierto nivel, un diccio- nario monolingüe, que es donde con mayor precisión aparecen los significados y sus ma- tices en una lengua, proporciona una infor- mación utilísima para el usuario. La confe- rencia sondea en los principios de la lexico- grafía y se concentra en el análisis de tres tipos de diccionarios: los de significados, los ideológicos o temáticos y los de autorida- des, y explica las ventajas e inconvenientes en el uso de los más significativos y prácti- cos.
Queridos colegas, queridas colegas, queridos alumnos y alumnas: Dos profesoras de alta clase y fundada inteligen- cia, que enseñan Lengua Española en esta universidad, y con quienes coincidí hace unos meses en el viaje que hicieron por España, defendían con vehemencia la rique- za y abundancia léxica de la lengua rusa frente a la esca- sez de la española y de otras muchas… Y pretendían, con variados ejemplos, convencer a propios y extraños de su ejemplificado razonamiento… ¿Cuántas palabras tiene el ruso? ¿Cuántas tiene el español?, llegaron a plantear… ¿Y cuántas el inglés?... ¿Cuántas palabras tiene un dic- cionario…? ¿Contienen los diccionarios todas las pala- bras de una lengua o siempre faltan…? ¿Hay en los dic- cionarios palabras que sobran? 
La oportunidad que se me brinda ahora es una agradable coincidencia. Y lo es porque me pidieron que dedicara una de mis intervenciones de esta visita a des- arrollar la valoración que le concedemos los lingüistas a los repertorios léxicos de la lengua española, y el uso que podemos hacer de ellos. No creo haber tenido difi- cultades en seleccionar aquellos diccionarios que más pueden convenir a un estudiante, y mucho menos te- niendo en cuenta el altísimo nivel con que se enseña es- pañol en esta universidad. Los conocimientos que de mi
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lengua tienen los profesores y profesoras de este centro son tan elevados que es un placer hablar con ellos, com- partir juicios y teorías, y aprender de esa mirada tan complaciente como intelectual… y, lo que es más emo- cionante aún, comprobar cómo se trasmite a los alum- nos. Inicio, pues, la respuesta a esas dos profesoras y les digo que el recientísimo Diccionario del español ac- tual, del lexicólogo Manuel Seco, contiene 95.000 pala- bras, más o menos las mismas que aparecen en la terce- ra edición del María Moliner… Y eso que con mil ya de- cimos que una persona conoce una lengua… y en la vida diaria no necesitamos más de tres o cuatro mil… Los lin- güistas coinciden en reconocer que no es tan importante la cantidad de palabras ingresadas en el patrimonio léxi- co de una lengua como la capacidad para crearlas… y cualquier lengua moderna puede inventar, combinar o tomar prestadas… tantas cuantas palabras necesite… otra cosa es la destreza de sus hablantes para utilizarlas. 
Las palabras, esas unidades mágicas, llegan a emocionar. Algunas veces la reflexión sobre la manera de abarcarlas se instala en el pensamiento como cual- quier otra testarudez. Y como no se trata del acuerdo con nuestro vecino o compañero lingüista, ni depende la
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estabilidad física o psíquica de nadie, uno puede elevar discusiones y comentarios de esos asuntos tan triviales, tan incondicionalmente inofensivos, acariciarlos, con- centrarse en ellos, y pasar deleitosos momentos sin acordarse de si son placeres o sinsabores las miserias de la vida. Esa habilidad mental, privilegio de unos cuantos lexicógrafos y lexicólogos, es extensible a otros ámbitos de la labor investigadora responsable y útil. Así que vamos a hablar de diccionarios de la len- gua, es decir, de aquellos repertorios que recogen las palabras y expresiones de manera general. Evitamos, en esta memoria todos aquellos que se concentran en asun- tos técnicos o especializados, prescindimos de los dic- cionarios bilingües, y también de los etimológicos y de los que desarrollan una sola parcela de la lengua como el de rimas o el de dudas. No entraremos tampoco en los diccionarios de sinónimos porque en estos no hay una ciencia especial, sino una colección de palabras más o menos acertadas unidas a la entrada correspondiente. Diremos simplemente que son más el resultado de una habilidad editorial que de riguroso estudio lingüístico. 
Concentrados, por tanto, en los que recogen pala- bras y expresiones con la intención de explicarlas, dire- mos que la historia de la lexicografía del español conce- bida en este sentido, se inicia en el año 1611 y se extien-
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de hasta estos días en que se acaba de publicar el últi- mo, la tercera edición de un diccionario de la lengua que revolucionó en su momento la lexicografía. Pero de esto hablaremos más tarde. Antes de 1611, el autor de la primera gramática de la lengua española, Antonio de Nebrija, había redactado una pionera colección de pala- bras, pero sin más intención que relacionarlas con el latín. Aquel diccionario bilingüe, del año 1495, que cita- mos por su antigüedad, se llama Dictionarium latinum- hispanum et hispanum-latinum. 
Contamos, sí, por tanto, como primer lexicógrafo de la lengua española con Sebastián de Covarrubias, sacerdote y canónigo de la catedral de Cuenca, y autor del Tesoro de la lengua castellana, publicado en 1611. Por entonces su autor frisaba los 72 años. Los lexicólo- gos lo son en edad madura, avanzada, que es cuando las palabras se ajustan con mayor fineza en el entendimien- to, y se manejan con mayor habilidad. Sebastián de Co- varrubias y Orozco nos dejó un interesantísimo docu- mento para conocer el léxico del siglo de oro. Nunca an- tes nadie se había ocupado de tal catálogo para la lengua española. A pesar del tiempo transcurrido, la labor de Covarrubias ha recibido y sigue recibiendo profundos elogios. No hablaré más de él porque hoy es utilizado
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por los estudiosos del pasado, y mucho menos por los estudiantes extranjeros. Covarrubias no tuvo tiempo de revisar su edición porque murió dos años después. Esa tendencia de los lexicólogos españoles a publicar su obra y morir antes de comprobar su difusión será también una constante en la historia de la lexicología. La misma suerte corrieron Julio Casares y María Moliner, y otros muchos lexicógrafos extranjeros. No podríamos decir lo mismo de los poetas, que, en el otro extremo, suelen ser grandes en la juven- tud, y cuento más breves en existencia, más extensos en recuerdos. A este principio añadiremos otro: los grandes re- pertorios de palabras son el resultado de una labor per- sonal, o de una impronta única, exclusiva, de un punto de vista individual. Algunos recientes diccionarios se han llevado a cabo por un grupo de colaboradores, pero siempre dirigidos por la mirada de un lexicógrafo único, como en el caso de Ignacio Bosque del que en breve hablaremos. Una situación muy distinta es la que se ha creado con las publicaciones del Diccionario de Uso de María Moliner, sello comprado por los editores y apro- vechado en grado máximo para la propaganda editorial que aprovecha calidad literaria y fama.
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Si consideramos, con Ferdinand de Saussure, que las palabras son la íntima unión de un significado con un significante, clasificaremos los diccionarios en dos tipos, los semasiológicos, que son los que pretenden darnos significados para los significantes o palabras, y los ono- masiológicos, que son los que nos ofrecen palabras para un significado o campo de significados. En el ámbito de los primeros, distinguiremos entre en los Diccionarios de autoridades, en los cuales las en- tradas aparecen apoyadas con citas de escritores o pu- blicaciones periódicas: prensa diaria, revistas… y los dic- cionarios de la lengua, más interesados en plasmar el campo justo del significado con procedimientos de an- claje, con ejemplos no necesariamente buscados en los escritores. Estos últimos, como ustedes saben, son los más populares. Organizaremos, por tanto, nuestro estudio en tres partes. 
En la primera nos dedicamos a los diccionarios semasiológicos, es decir, los de significados, que son los más frecuentes en su uso. En ellos las palabras aparecen alfabetizadas, y junto a ellas una definición, con inde-
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pendencia de que añadan o no otro tipo de informacio- nes. En la segunda parte de nuestro estudio hablare- mos de los diccionarios onomasiológicos, también lla- mados ideológicos, lógicos, temáticos o conceptuales. En ellos buscamos, por diversos procedimientos, pala- bras o expresiones. En la tercera parte de esta conferencia hablare- mos de los diccionarios de autoridades, que son tam- bién de significados, pero aparecen éstos significados ilustrados por citas especialmente seleccionadas de au- tores de reconocido prestigio que delimitan y resaltan el uso más culto y literario de las palabras. 1. DICCIONARIOS SEMASIOLÓGICOS Hablemos, por tanto, en primer lugar, de los dic- cionarios semasiológicos o de significados, es decir, de aquellos en los que junto al lema encontramos una o va- rias definiciones o acepciones, y algunas informaciones más complementarias.
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Tres diccionarios, además del citado de Covarru- bias, merecen comentario en este primer apartado: el de la Real Academia, el de María Moliner y el dirigido por Concha Maldonado. EL DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA La primera edición del Diccionario de la Academia apareció en 1780. Después se conocería como DRAE, si- glas de Diccionario de la Real Academia Española, cada una de las ediciones, que desde entonces no han cesado. Sin ánimo de elevar la menor critica a su labor institucio- nal diremos que el Drae tradicionalmente se publica cuando viene bien... La vigésima primera edición apare- ció, como exigía la fecha, en 1992, y la última, la vigési- ma segunda, en el 2003. 
La vigésimo segunda cuenta con unos 88.500 artí- culos. En ella han desaparecido las letras ch y ll, para ar- monizar las normas de alfabetización mundial. Contiene 40.000 novedades léxicas, entre ellas, por poner algunos ejemplos modernos, zapear, liposucción o videojuego. Apareció también de manera informatizada y puede consultarse en Internet. En su voluntad de renovación para un mejor reflejo de la realidad lingüística, esta aña-
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de 27.000 marcas de americanismos para dar cabida al español universal. Los editores, de la Editorial Espasa, que es la que edita a la Academia, suelen criticar el método de trabajo, la información inútil, la escasa mo- dernidad y la falta de rigor en la selección de las pala- bras. Es obligación de los académicos recoger los térmi- nos del español de todos, las expresiones que realmente están en la calle, y no aquellas que ellos recuerdan que utilizaban sus antepasados… Pero los académicos son personas mayores, mucho más anclados en tradición que en los vertiginosos modernos cambios de la lengua. El texto académico, sin embargo, sirve de referencia a tantos cuantos trabajan con el léxico y contiene un am- plio y dignísimo caudal de información de gran interés y esencialmente práctica pues en cualquier duda la Aca- demia pone solución. 
El mérito, a mi parecer, de la labor de la Real Aca- demia de la Lengua en los últimos años, está en su vo- luntad de no trabajar aislada de la realidad de varieda- des de uso que el español experimenta en los lugares del mundo donde se habla. Esta tendencia a la unidad se inició en la mitad del siglo XX, en 1951, en México. Allí se constituyó la Asociación de Academias de la Lengua Es- pañola, que agrupa 22 organismos de protección, entre ellos la española, la filipina, la norteamericana y todas las hispanoamericanas. Su misión es trabajar en pro de la
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unidad, pero también de la diversidad. El secretario ge- neral desde 1994 es el costarricense Humberto López Morales, filólogo de personalidad abierta y generosa, respetado y admirado en los dos continentes y autor de una amplia obra que lo avala. La primera Academia ame- ricana que se fundó fue la de Colombia, en 1871. La última ha sido la Norteamericana 1973. Está a punto de aparecer, en nombre de las 22 academias, la Gramática de la Lengua Española, la últi- ma, porque hay otras muchas. Su aparición hubiera de- bido ser un trabajo con plazo en 1992, fecha que con- memoraba el quinto centenario del descubrimiento de América. Pero no pudo ser. Fue parcialmente suplida por la gramática del académico Emilio Alarcos. La anterior, la edición de 1973 tenía un título que indicaba su provisio- nalidad: Esbozo de una nueva gramática de la Lengua Española, y si ahondamos más en el pasado, la última obra con el nombre de Gramática de la Lengua Española data de 1931. Las demás son de los siglos precedentes. EL DICCIONARIO DE USO DE LA LENGUA ESPAÑOLA DE MARÍA MOLINER 
Pues bien. Aunque la Academia se alimenta de un fornido cúmulo de instrumentos para sus ediciones,
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aunque se nutre con los más insignes sabios, aunque los colaboradores realizan el trabajo sistemático y no sis- temático, aunque cuentan con los medios técnicos más modernos a su alcance, resulta que el diccionario de una funcionaria destinada en bibliotecas compite hoy con los centenares de académicos que han colaborado en el Drae. Cuando semejante competencia ha destacado en otros ámbitos del conocimiento es porque había nacido un Einstein, o un Kant, o un Cervantes… Creo que no es exagerado decir que algo parecido es María Moliner, pe- ro veamos las razones. 
María Moliner Ruiz no pertenece exactamente a la generación de Casares, que es anterior, ni siquiera a la de los atildados y arrogantes lingüistas del siglo XX, ni a las clases académicas, ni al orgulloso y encumbrado cuerpo docente, pero sí a ese reducido grupo de perso- nas decididas, tenaces, capaces de cultivar con mimo y esmero ese mundo intelectual. Mujer sencillamente in- teresada, y para muchos, marcadamente natural y fran- ca, al igual que otros lexicólogos dedicó buena parte de su vida a la redacción de su Diccionario de uso del espa- ñol que publicó a los 66 años de edad. Casares lo había hecho a los 64 y el lingüista inglés Roget a los 73, es de- cir, todas son obras de madurez, que es cuando se han agitado, ajustado y acomodado las palabras multitud de veces en lecturas y conversaciones; que es cuando la
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mente se encuentra en plena riqueza léxica. Uno no aca- ba nunca de aprender palabras. Pues bien, la obra de María Moliner es, una vez más, el resultado de una serie de circunstancias a veces favorables, a veces adversas, pero en una detenida lectura de la biografía de la autora parece como si la adversidad hubiera contribuido a un mejor logro de sus objetivos. Las grandes obras indivi- duales no son el resultado de una minuciosa programa- ción, sino el alumbramiento, la conjunción de un abanico de eventos entre los que el trabajo, la inteligencia y la paciencia ocupan un lugar de privilegio. Y si exceptua- mos a Julio Casares, que, a pesar de las duras circunstan- cias de la guerra civil se llenó de gloria y reconocimiento en vida, Roget y Moliner, en siglos y circunstancias dis- tintas, murieron sin imaginarse siquiera la dimensión que habían de alcanzar sus obras. Algunas preguntas parecen de especial interés: ¿Por qué es tan importante El diccionario de uso de Mar- ía Moliner en el campo de la lexicografía? ¿Cómo consi- guió llevarlo a cabo? ¿Cómo logró aunar esfuerzos e in- teligencia para un libro tan necesario, tan revelador, tan equilibrado en su formas, en su consulta, tan completo en su estudio y tan fundado?
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¿Quién es María Moliner Ruiz? Si por cualquier cir- cunstancia hubiera dejado su obra a medias o casi aca- bada, no la llamaríamos escritora, sino bibliotecaria. Una olvidada bibliotecaria. En ella coinciden las tres carac- terísticas necesarias para la elaboración de un trabajo como el suyo: el acoplamiento familiar y formativo, es decir la magia; la capacidad para captar las necesidades y ajustarlas con tanta inteligencia como humildad, es de- cir la mente privilegiada; y la circunstancias propicias, es decir el ambiente necesario para la creación del mito. Del detenido análisis de su vida y sus actuaciones descubrimos, en primer lugar, el mundo prodigioso de su infancia y juventud. Hija y nieta de médico rural, tiene a su alcance la fina y delicada educación de familias tan privilegiadas. Aunque nació en Paniza, provincia de Zara- goza, en la comunidad de Aragón, a la vez que el siglo veinte, a los dos años ya residía en Madrid. Su familia además, según todos los indicios, tenía sólidas raíces asentadas en una tradición liberal, y tanto ella como sus dos hermanos estudiaron en la Institución Libre de Ense- ñanza, cuna de tantos ilustres sabios del siglo. 
Perteneció a una de las primeras generaciones de mujeres universitarias. Estudió Filosofía y Letras, por en- tonces tal vez la única carrera femenina, sección de His- toria, también única especialidad de la universidad de
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Zaragoza. Y en cuanto termina la licenciatura, busca, a la temprana edad de veintidós años, el acomodo más con- veniente para su estabilidad: una plaza de funcionaria, ganada por oposición, en el cuerpo de Archiveros, Biblio- tecarios y Arqueólogos. 
Entre 1922, que empieza a trabajar como funcio- naria, y 1970, año en que se jubila (los años coinciden con su edad), a María Moliner nadie la conoce por otro oficio que el de bibliotecaria. Primero en el archivo de Simancas, después en Murcia, Valencia y luego, en su traslado a Madrid para acercarse a su marido, como bi- bliotecaria de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. Todos sabemos cuales son las obligaciones laborales de los funcionarios, y también conocemos, aproximadamente, los horarios de las bibliotecas. Lo que nadie puede saber muy bien, ni siquiera su propia familia cuando ha sido entrevistada, es cuándo, ni cómo, ni por qué inició la elaboración de su magna obra. Supongamos que fue hacia los años 1950, y que, en labor parecida a la constancia que exigen otros menesteres, pero con una mente privilegiada, invirtió unos quince años de traba- jo… Conocemos sus instrumentos: una máquina de es- cribir, un lápiz y una goma… Y sus carencias: nunca dis- puso de un privilegio universitario, ni académico, ni de otra institución. Nunca recibió favor alguno que le per-
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mitiera desarrollar ese hormigueo en sus búsquedas, esa clasificación tan ajustada, esas palabras y expresiones tan propias. El hecho es que en 1966 la editorial Gredos, que no Espasa, la editorial de la Academia, publicó el primer volumen del Diccionario de uso del español, y un año después el segundo.¿Qué hace una bibliotecaria ocupando los espacios reservados a los profesores de universidad, a los académicos, a los encumbrados erudi- tos? Por entonces, solo por entonces, cuando María Mo- liner cuenta con 66-67 años, los lectores empiezan a co- nocer su obra. Pero poca gente se hace eco de aquel evento. La editorial ha hecho una prudentísima edición de pocos ejemplares, que no se ve obligada a reimprimir en los años que siguen. Ha aparecido un excelente libro, pero es necesario que se sepa, y que llegue a las biblio- tecas que ella misma durante tanto tiempo ha organiza- do. Y no llega. Al menos no llega en los primeros años. La obra produce cierta sorpresa en los ambientes universitarios en que consigue introducirse, que no son muchos. El Diccionario de uso no es ninguna broma. ¿Por qué? ¿Qué añade aquel diccionario a los que ya existían? La respuesta es tan sencilla como agradable de explicar: 
1. El primer lugar ofrece todo lo que figura en el Diccionario de la Academia, y se aleja de él en el uso de
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una expresión, de unos términos ajustados a la ciencia que exige la materia, pero agradablemente distanciada del tono doctoral y encumbrado de los académicos. 2. En segundo lugar Moliner explica el origen eti- mológico de las palabras con terminología más cercana, y da las definiciones como quien generosamente habla con la vecina. Pero si tenemos que explicar esto de ma- nera más rigurosa, diremos que muchas de las definicio- nes de la Academia están redactadas en una lengua de otra época, que no es el lenguaje directamente entendi- ble. 
3. En tercer lugar, la Academia recurre con excesi- va insistencia a la definición en círculo vicioso: amparar se explica como «favorecer, proteger»; favorecer, como «ayudar, amparar, socorrer»; proteger como «amparar, favorecer, defender»; defender como «amparar, librar, proteger»; ayudar, como «auxiliar, socorrer»; auxiliar, como «dar auxilio»; auxilio, como «ayuda, socorro, am- paro»; y así sucesivamente. Moliner decide romper este juego, habitual ya en los lexicógrafos sumisos al modelo académico. No sólo evita la definición circular, para lo cual inventa una jerarquización lógica de los conceptos, sino que desmonta una por una todas las definiciones de la Academia, y las vuelve a redactar en español del siglo
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XX, y les da en muchos casos una precisión que les falta- ba. Es decir, supera a la Academia en rectitud y en cor- tesía hacia el usuario. 4. Pero no se queda ahí. En cuarto lugar, conscien- te de la necesidad de informar sobre la familia de las pa- labras, añade su parentesco, la línea familiar hereditaria o familia léxica. De esta manera nos dice que los hijos o nietos de la palabra calor, pongamos por caso, son: ca- loría, caloricidad, calurosamente, caluroso, calorífero, calorífugo, calorimetría y calorímetro. 5. En quinto lugar nos informa de los primos her- manos de las palabras, y de sus primos lejanos, y nos ofrece así todo un campo de parentesco o campo semántico… Y he aquí lo realmente nuevo, lo impresio- nante, lo que a tantos lectores conmueve: lo que hace es similar a lo que habían elaborado los lexicógrafos Mark Peter Roget o Julio Casares Sánchez en sus diccionarios ideológicos o conceptuales, aunque en este campo su utilidad es más discutible. Pocos son los usuarios a quie- nes he oído hablar de estas búsquedas, pocos también los críticos que han encumbrado estas aportaciones. 
Afinemos, entonces, resumamos. En la misma en- trada encontramos el origen, el significado, la línea fami- liar hereditaria y los parentescos. Y, por si fuera poco, se
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detiene a regalarnos algunos ejemplos de frases donde la palabra aparece en su contexto. Es decir, los dicciona- rios de la Academia y, en gran medida, el de su antece- sor Julio Casares… y mejorados… ¿podía darse más au- dacia, más arrogancia intelectual en la humilde bibliote- caria? Pues bien, añadiremos una característica más que no contemplaba la Academia: la distinción de dos gran- des niveles dentro del léxico, el de las palabras y acep- ciones usuales, y las no usuales, diferenciadas por me- dios tipográficos. ¿Y cómo fue el impacto en medios académicos y universitarios? ¿Cómo entendieron que una bibliotecaria publicara un diccionario que superaba al de la Acade- mia? 
Por entonces había un profesor de lingüística histórica en la Universidad Complutense que fue el pri- mero, me refiero al primero de entre los que tenían que reconocerlo, en anunciar y proclamar la calidad de la obra de la bibliotecaria que pronto pasó a llamarse el María Moliner. Era aquel profesor, o al menos así lo veía yo por entonces como estudiante de aquella universi- dad, el lingüista de mayor prestigio, y la universidad lo sabía. Habitualmente refugiado en su profundo respeto a todos y a todo, no le daba ninguna importancia a su altísima categoría intelectual. Parecía como si no lo su-
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piera, o no quisiera saberlo. Tal vez pensaba que no era verdad, o quizás no pensaba en nada. Se llamaba Rafael Lapesa. Lo veíamos, honrado y cabal, como un hombre humilde, casi siempre fracasado en sus esfuerzos por vestir correctamente, distanciado de todas las comidillas de los departamentos, de las intrigas por el poder, de las tertulias insidiosas, de las envidias que necesariamente inspiran la convivencia. Le hablaba de usted a todo el mundo, tan cargado de respeto como desasistido de pe- dantería. No omitiré, aunque el acato exija mi distan- ciamiento, recordar que yo fui su alumno en los cursos de doctorado, y que nos trataba con una elegancia tan cercana como distante, tan respetuosa como generosa, que no aprecié en otro profesor. 
Rafael Lapesa era académico de la lengua cuando en 1972, tras el fallecimiento del también académico Narciso Alonso Cortés, cuyo nombre cito en su memoria, pero ustedes no tienen por qué conocer ni recordar, quedó vacante el sillón de la letra B. El profesor de lin- güística histórica que había creído en la bibliotecaria la propuso para cubrir la vacante. Por entonces no se había ganado la incansable escritora a aquellos ilustres seño- res. Todo era demasiado reciente. ¿Iba a entrar en la Re- al Academia quien tanto había superado a los Académi- cos? Los eruditos señores no están obligados a explicar los motivos de su elección. En aquella votación ganó el
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sillón Emilio Alarcos, el actual autor de la Gramática más codiciada de España, si es que estos asuntos producen adición. Siempre me pregunté, entonces y ahora, cómo debió vivir la bibliotecaria aquella repentina ascensión al olimpo de los sabios, tres años antes de su jubilación, que se produjo a los setenta. Nunca lo supimos, pero ahora lo sospecho. María Moliner no se enteró de que había hecho una obra tan importante: receptora del re- conocimiento de unos pocos, silenciada por otros, igno- rada por la mayoría, María Moliner debió ser consciente de la importancia de lo que había hecho, aunque tam- bién de la posibilidad de que aquello pasara desapercibi- do… 
Quienes por entonces estábamos en la universi- dad vimos pasar por las aulas, en homenajes o mesas redondas, en encuentros personales, a veces en conver- saciones mucho más informales, a los dramaturgos del momento: Antonio Buero Vallejo, Francisco Nieva… A los lingüistas: Manuel Alvar, Antonio Tovar, Fernando Láza- ro Carreter, Eugenio Coseriu… A los críticos literarios: Andrés Amorós, Marina Mayoral, Santos Sanz Villanue- va… A los poetas: Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerar- do Diego, Rafael Alberti, Blas de Otero… A los novelistas: Juan Benet, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández San-
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tos… Pero nunca a María Moliner. A nadie se le ocurrió acercarnos a quien tan cerca vivía de nuestras aulas, na- die le concedió la categoría de los otros. Nunca vi en persona a la insigne investigadora, ni supe de conferen- cia alguna de ella, ni asistí a mesa redonda en que María Moliner estuviera, ni tuve ocasión de cruzarme con ella. A falta de fuentes más directas, utilizo mi imaginación para describir, más con sospechas que con fidelidad, lo que fue de la bibliotecaria. El Diccionario de uso del Español se reimprimió dos ve- ces en cinco años, más porque se había hecho una baja tirada, que porque su difusión fuera un éxito. Mucha gente lo elogió, pero la autora había entrado más en la edad de los homenajes que de la creación. Su marido murió en 1974 y ella, a quien tanto mal había hecho la guerra y la posguerra, en 1975 sufrió un padecimiento cerebral, tal vez Alzheimer, que la tuvo alejada de la vida pública hasta su muerte en 1981. Fue entonces, como sucede tantas veces, cuando la fama de Moliner se dis- paró. Y lo hizo aupada por un artículo que el famoso au- tor de Cien años de soledad, Gabriel García Márquez pu- blicó en el periódico El País, una necrológica que elogia- ba el Diccionario de Uso del Español. El novelista colom- biano despertó las conciencias, y solo entonces se multi- plicaron los elogios.
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A nadie pareció inquietarle la renovación de su obra hasta que en mitad de la década de 1990, la de las grandes publicaciones de la Academia, y de la lexicograf- ía, la editorial Gredos reunió a un grupo de expertos pa- ra su actualización, y en 1998, un año antes de la Orto- grafía y la Gramática Descriptiva, la misma editorial pu- blicó la segunda edición del Diccionario de uso del espa- ñol. Esta elegante nueva versión, sin desdeñar nada de la primera, claro está, es, a mi parecer, el intento renova- dor más ambicioso que ha producido el siglo XX. La len- gua es algo vivo y los diccionarios deben someterse a los hablantes. Deseo y espero que el Diccionario de uso del español se convierta en la obra de referencia para mu- chas generaciones de hispanohablantes como lo fue la de Covarrubias. La recientísima tercera edición del María Moliner la han completado un grupo de expertos dirigidos por un editor, Joaquín Dacosta. Todavía no he tenido la oportu- nidad de valorar las novedades porque ni siquiera me ha llegado aún. Recordaré, sin embargo, que en la segunda edición se alzaron voces críticas, comentarios adversos, malestar personal por los medios que habían utilizado, por los enfrentamientos entre los herederos y por un distanciamiento excesivo de los principios que habían inspirado la primera redacción.
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CLAVE. DICCIONARIO DE USO DEL ESPAÑOL ACTUAL. DIRIGIDO POR CONCHA MALDONADO Casi todas las editoriales publican su propio dic- cionario, basado, sistemáticamente, en el de la Acade- mia, que es el que marca el uso. Ninguna prescinde, sin embargo, del Moliner. Todas las editoriales critican y denuestan a los académicos por sus procedimientos. La dimensión que la enseñanza de la lengua española ha tomado en el mudo hace que la publicación de dicciona- rios sea, además de una actividad deseada y muy renta- ble… La rentabilidad y el la ciencia se entienden con difi- cultad. La voluntad de sacar partido sea como sea a las situaciones confunde a los usuarios. 
En ese esfuerzo por mejorar la exposición y limar la información y presentarla de manera atractiva destaco la labor de Concha Maldonado. El diccionario Clave, de 1997 para su primera edición y 2006 para la segunda, explica y matiza, resuelve dudas de pronunciación, reco- ge las palabras y expresiones vivas, se acerca al habla cotidiana y a las nuevas tecnologías: bluetooth (que el español, reacio a la pronunciación sonora de la interden- tal, pronuncia como puede: blutu, butus..), blog, spam, chateo, wifi…; del mundo de la economía: euríbor, ibex..., y también incluye siglas de uso habitual en la len-
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gua del tipo ONG (organización no gubernamental), o ETT (empresa de trabajo temporal), o incluso en inglés, SMS (Short Message Service o Servicio de Mensajes Cor- tos). Se trata de un diccionario menor, y digo menor por su extensión, que no por su contenido. Un dicciona- rio en formato manejable, con tipografía moderna y útil y de gran concisión. Ofrece además un CD con una pre- sentación atractiva, y lo más interesante, con gran clari- dad y transparencia. 2. DICCIONARIOS ONOMASIOLÓGICOS 
En los diccionarios onomasiológicos o de palabras, partimos, como es sabido, de un significado, que tam- bién recordamos o sugerimos mediante una palabra, y lo rellenamos con otras que, como en las ramas de un árbol, van navegando hacia el exterior. No son muchas las lenguas que desarrollan este tipo de repertorios, ni tampoco los usuarios que se acercan a tan particular y a mi parecer necesaria búsqueda porque los hablantes sienten mucho más la necesitad de buscar significados que de localizar palabras. Son sin embargo estos diccio-
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narios particularmente útiles en el aprendizaje de las lenguas sobre todo en el desarrollo y ampliación del léxi- co. Una lengua tan importante como el latín no se in- teresó en su larga historia por una clasificación sistemá- tica de su léxico. Pero sí lo hizo el griego con un título que no necesita explicaciones porque seguimos utilizan- do sus raíces. Se llama Onomasticón, que expresado en español moderno sería algo así como Libro que sirve pa- ra localizar el nombre de las cosas. Su autor fue Julio Pólux, un lingüista nacido en Nauratis, Egipto, hacia el año 135, que vivió unos cincuenta y siete años. Murió en Atenas. Fue el primer intento occidental por construir un vocabulario ajeno a las exigencias del orden alfabético, y ajustado a los significados de las palabras. Encontró que la división en diez partes se ajustaba a su visión de los conceptos y cosas que era necesario denominar en el mundo del inglés de entonces, es decir, de la lengua en que más se extendía la cultura, que era el griego. Sus se- ries de palabras análogas siguen hoy sirviendo como principio de estudio. 
El interés por este tipo de información cayó en el olvido, como tantos otros asuntos relacionados con el conocimiento científico, durante muchos siglos, hasta que nació en Londres, en 1779, Peter Mark Roget. Peter
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Mark Roget, educado el la exigente sociedad inglesa, no era sino un lingüista aficionado. Su única profesión fue la medicina, y a eso dedicó su vida activa. Una vez retirado, a la madura edad de 61 años, recuperó un pequeño tra- bajo de juventud, una clasificación de palabras por con- ceptos que había realizado con veintitantos años por mero placer estético, como quien se entretiene comple- tando un crucigrama. Había dejado aquellos apuntes guardados en cualquier cajón y abandonada su vida pro- fesional, les quitó el polvo y dedicó todo su tiempo y concentración a organizar y ensanchar aquella base léxi- ca, hasta conseguir, once años después (María Moliner dedicaría, según todos los indicios, quince años) una amplísima clasificación de palabras que publicó en 1852 con un título espectacular: Tesoro de las palabras y las frases de la lengua inglesa clasificadas para facilitar la expresión de las ideas y como ayuda en la composición literaria. Su libro, en efecto, es una colección de palabras sin explicación alguna. Sus significados son deducidos por los hablantes ingleses en función de sus conocimien- tos, a los que añaden los de las palabras vecinas. 
Peter Mark Roget murió a los 90 años sin conocer la segunda edición de su libro. Se fue sin ni siquiera ima- ginarse que se editaría más de sesenta veces, que se ex- tendería, acompañando a la propagación de la lengua
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inglesa, por todo el mundo, que se actualizaría en más de cincuenta ocasiones, que se venderían más de treinta millones de ejemplares, y que sería un compañero indis- pensable en muchas generaciones de oradores y escrito- res anglófonos. Hoy, reconocido como un clásico y di- fundido en baratísimas ediciones de bolsillo, ocupa un lugar el las estanterías de la mayoría de los hogares británicos, estadounidenses, australianos y de todo el mundo. Hoy es considerado como uno de los dicciona- rios de referencia más importantes de la lengua inglesa y, por tanto, del mundo. La clasificación de palabras de Peter Mark Roget ha superado con incuestionable éxito el test del tiempo, y se ha mostrado capaz de absorber los nuevos conceptos y el vocabulario técnico con la es- tructura que él ideó. Sucesivos editores han conseguido que hoy sea indispensable en el moderno uso de la len- gua vehicular de la humanidad. En cualquier librería del mundo, no solo de dominios anglófonos, que tenga un mínimo espacio dedicado a los estudiantes ingleses, allí está el Tesoro de las palabras y frases del inglés a dispo- sición del estudiante y el escritor. 
El Roget fue traducido al francés, o mejor dicho, versionado, conservando sus estructuras. Y muchos años después, en 1977, al alemán. Nadie se interesó, sin embargo, por llevar a cabo una versión española. Hace solo unos meses, comentando este asunto con la direc- tora de diccionarios de la editorial Espasa, que es, como
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he dicho, la que publica las obras de la Real Academia, me dijo: “No tenemos ningún interés en adaptar ese dic- cionario. En España esos asuntos no interesan.” Su afir- mación era cierta, pero solo tenía un valor parcial. No quiero creer que fuera una razón de menosprecio, pre- fiero explicarlo diciendo que, cuando pudo interesar, apareció en España un lexicógrafo también excepcional era Julio Casares Sánchez. A él vamos a dedicar este apartado, pero también a dos artífices más del léxico: Fernando Corripio e Ignacio Bosque. EL DICCIONARIO IDEOLÓGICO DE JULIO CASARES 
Julio Casares Sánchez nació en Granada veintitrés años antes que María Moliner, en 1877, y murió en 1964, diecisiete años antes que ella. La historia lo cono- cerá y recordará por su original legado, recogido en un espléndido trabajo lexicográfico, su famoso Diccionario Ideológico de la lengua española, que aúna rigor y ame- nidad dentro de un nuevo concepto de abordar el estu- dio de los significados de las palabras, y las relaciones de afinidad establecidas entre ellas. Interesa detenerse en algunos rasgos de la vida de Casares. Estudió derecho, que no lingüística, en la universidad de Madrid, pero también… música. Con 29 años tuvo su primer trabajo:
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formar parte como violinista en la orquesta del Teatro Real de Madrid. Pero aquello no le proporcionaba esta- bilidad económica alguna. Necesitado de actividad labo- ral menos sujeta a los vaivenes de la fortuna, tuvo que buscar otra cosa. Y no se protegió en la jurisprudencia, que era su formación, ni en la enseñanza, amparo de tantos lingüistas, ni siquiera en la vida bohemia y variada de los músicos, no, en nada de eso: hubo de trabajar du- rante algún tiempo en… un taller de ebanistería. Y como aquello tampoco podía ser la solución para un joven co- mo él, abandonó durante algún tiempo toda actividad remunerada y se concentró, como haría después María Moliner, en la preparación de unas oposiciones para funcionario en el ministerio de Estado, es decir, el cami- no que tanto ha asegurado la estabilidad de los españo- les durante el siglo XX. Lo demás, como tantas veces ocurre, fue una carrera guiada por el trabajo y las favo- rables influencias del azar. 
Interesado por las lenguas orientales, y estudioso por libre de las mismas, fue nombrado agregado cultural en la embajada de España en Tokio. Le interesaba el ja- ponés, pero también el fenómeno lingüístico. De regreso a Madrid cultivó los círculos intelectuales, escribió ensa- yos y artículos relacionados con la lengua y la literatura, ganó prestigio intelectual y, en su progresivo ascenso en puestos de la administración, fue nombrado delegado de
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España en la Sociedad de Naciones, con sede en Ginebra, y más tarde miembro de la Real Academia Española, y luego, en 1936, secretario perpetuo de la misma. Y aquí queríamos llegar. Desde tan privilegiado puesto, pre- sentó en numerosas ocasiones el proyecto de elaborar un Diccionario Ideológico de la lengua española. No cre- yeron en él. Los ancianos académicos se mostraron tan reacios a acometerlo como a incorporar algunas de las propuestas metodológicas del intelectual granadino a las técnicas lexicográficas tradicionales que regulaban la re- visión periódica del diccionario académico oficial. 
Ante la falta del entusiasmo de sus compañeros, Julio Casares emprendió por cuenta propia la redacción de su obra. Trabajó muchos años en ella, tal vez unos quince, y la publicó en 1942 con el ya clásico título de Diccionario ideológico de la lengua española. Aquella primera edición estaba plagada de errores, subsanados en las posteriores, hasta la definitiva, que quedó anclada en 1959. Casares había tenido la ocasión de conocer los grandes diccionarios ideológicos que enriquecían la lexi- cografía inglesa, francesa y alemana sembrada por Ro- get. Dividió su diccionario en tres partes. La tercera, la más extensa, no ofrece novedad alguna: es un mero lis- tado de palabras alfabéticas a las que se añade su signifi- cado. La primera, que él llama parte sinóptica, es una
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atractiva y graciosa clasificación de ideas en cuarenta páginas, pero exenta de utilidad. La central, la llamada parte analógica, recoge en unas 500 páginas su verdade- ra aportación al estudio del léxico. Pero, a diferencia de las obras europeas, Casares no se atrevió a abordar el revolucionario orden semántico o lógico, o de significa- dos, y, más conservador que sus colegas ingleses, se re- fugió en el alfabético. A pesar de todo, el lector puede partir de su propia competencia lingüística, es decir, de las ideas que ya se ha forjado acerca de una cosa, para llegar a todas las palabras que la designan o que tienen alguna relación de significado con ella. Este procedi- miento permite, entre otras innovaciones, localizar una palabra desconocida a partir de una idea aproximada del concepto general que se busca; hallar palabras similares a las que se investigan, pero más precisas y exactas que las originariamente concebidas; manejar toda la gama sinonímica de una idea o concepto y, en general, y tener acceso a todo el vocabulario que integra el campo semántico de una voz. Veamos, brevemente, la relación entre Casares y Roget. 
Mark Roget clasificó de manera lógica 980 concep- tos, es decir, listados de palabras o artículos, que él inicia con un lema o palabra clave y luego desarrolla. En su or-
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den evoca, palabra a palabra, un abanico de ideas, de sugerencias, de valoraciones. La palabra boda, por ejemplo, elevada a la categoría de concepto general de- ntro de la lengua, es la número 894 de sus entradas, pe- ro en su contenido aparecen, en grupitos, todas aquellas relacionadas: las que denominan a los enamorados, las que aluden a los tipos de bodas, las que designan los grados de parentesco, las que se refieren a las situacio- nes de la ceremonia, las expresiones… Y así hasta un to- tal de unas trescientas. El siguiente grupo, el 895 se lla- ma celibato, y el 896 divorcio. 
Casares, que se inspira en él, nos da algo parecido, pero en orden alfabético, y no cuenta con 980 conceptos en orden lógico, sino con 2.000. El inconveniente de al- fabetización es que necesariamente los significados están aislados. Pero al conjuro de la idea, a la llamada del concepto, Julio Casares ofrece en tropel las voces, seguidas de las sinonimias, analogías, antítesis y referen- cias. Nos regala un metódico inventario del inmenso caudal de palabras castizas que por desconocidas u olvi- dadas no nos prestan servicio alguno, otras cuya existen- cia se sabe o se presume, pero que dispersas, y agazapa- das en las columnas, nos resultan inaccesibles mientras no conozcamos de antemano su representación en la frase. Pero lo que destaca, lo que dignifica al diccionario
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de Casares es que ha reunido las palabras del español en torno a una de las 2.000 ideas que él concibe. Como tan- tos intelectuales del siglo XX que han dedicado su vida a la investigación, que han alejado su pensamiento del mundo para concentrarlo en la lingüística, Casares murió con casi noventa años de edad, probablemente pensan- do más en la vida de sus revoltosas palabras que en cualquier otra peregrina y triste imagen de la senectud. EL DICCIONARIO DE IDEAS AFINES DE FERNANDO CORRIPIO 
Fernando Corripio Pérez nació en Madrid en 1928. Es- tudió Filología inglesa, pero trabajó en la marina mer- cante… y luego como traductor de inglés. Parece un des- tino común el de la pluralidad de profesiones. Publicó un Diccionario de sinónimos y antónimos de la lengua espa- ñola que le sirvió de base para la redacción definitiva de su Diccionario de ideas afines a la edad de 67 años. Solo la longevidad parece premiar a quienes se dedican a las palabras. El libro contiene 400.000 palabras ordenadas, pero también repetidas hasta la saciedad por las exigen- cias de la presentación alfabética. 
Corría el año 1985 cuando apareció su compendio léxico basado, principalmente, en la relación hiperónimo o palabra de mayor valor significativo e hipónimo o pa-
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labra de significado contenido en el hiperónimo. Murió ocho años después sin actualizar su obra. Desde su mo- destia, sin que nadie lo recomendara especialmente, porque Fernando Corripio ni era académico ni profesor universitario, alcanzó una extraordinaria difusión y uso. Recientemente ha sido actualizado y resulta de un enorme atractivo como diccionario conceptual. Corripio ofrece torrentes de palabras agazapadas, seguidas, co- nectadas, palabras que despiertan un abanico de posibi- lidades. Como la ordenación del lema es alfabética, ne- cesita incorporar entradas sin más desarrollo que unos cuantos sinónimos, rindiendo así su trabajo al método de búsqueda conocido por el usuario. ¿Cómo acercarse con rapidez y eficacia a sus largos estudios? Ese es preci- samente el problema peor resuelto. Roget necesita tan- tas páginas para el índice como para el cuerpo. Ofrece así un estudio que necesita de la alfabetización para la búsqueda. La verdadera aportación de Corripio, en defi- nitiva, se concentra en sus 3.000 artículos básicos, que vienen a ser, incrustados en el revuelto alfabético, las necesidades de la organización de nuestro mundo de conceptos. Despojado de la broza, ordenado por mate- rias, el Corripio sería un excelente diccionario ideológico o conceptual.
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Y ahora vayamos a la anécdota. Como ustedes saben, o tal vez sepan, y con esto vamos a ver de qué manera un comportamiento social puede influir en la lengua; como ustedes saben, digo, hace un par de años España se convirtió en uno de los primeros países del mundo en admitir el matrimonio o unión entre homosexuales. La ley lo llama matrimonio, y no unión, ni pacto como en Francia, ni acuerdo ni contrato… Lo llama, en contra del significado de la palabra, matrimonio. La ley acepta, igualmente, la adopción de hijos. No es necesario recor- dar, porque todos lo sobemos, las condiciones y exigen- cias que imponen las leyes naturales. Si los hijos de fami- lias homosexuales tuvieran que obedecer a los principios de la ley española, tendrían que llamar a sus padres cónyuge A y cónyuge B, que es como lo define, porque la apelación tradicional ya no existe. Una pareja de esta nueva generación invitada por periodistas franceses dijo, explicando su convivencia, que le pedían a su hijo que los llamaran papá David, y papá Raúl. Pues bien, Fernan- do Corripio, no tuvo ocasión, como es tradicional en quienes se dedican a estos menesteres, de actualizar en esta línea su diccionario, ni siquiera de conocer la nueva situación legal y familiar de los españoles y españolas (utilizo en este doblete la moda políticamente correcta). Pero su libro cayó, no sé como, en manos de la poderosa Asociación de Gays y Lesbianas. Se podría llamar Asocia- ción de Homosexuales, pero la palabra homosexual se
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ha teñido de cierto molesto valor ofensivo del que difí- cilmente se recuperará. Recurrir al eufemismo anglicista, Gay, que comparte el significado de alegre, resulta un recurso prudente y lingüísticamente rentable. Pero a Fernando Corripio no se le ocurrió que un cambio social de tal embargadora iba a afectar a los españoles, así que en su entrada homosexual tuvo la imprudencia (quién se lo iba a decir a él) de introducir los siguientes términos: invertido, pervertido, vicioso, depravado, anormal, des- viado, corrompido, degenerado, afeminado… y otras más que silencio por respeto. Y todo eso para el hombre, los sinónimos para la mujer no tampoco tienen desperdicio: tortillera, bollera, pervertida, viciosa, invertida… Cuando vieron aquello en engrandecida Asociación, pidieron in- mediatamente sus miembros a los jueces el secuestro del libro. La policía intervino, fueron retirados los ejem- plares de las librerías y bibliotecas del país y… desapare- cieron todos. El mismo método utilizaba la santa inquisi- ción. La editorial Herder, asistida por un grupo de cola- boradores, ha sacado una nueva edición sin las palabras ofensivas para que nadie pueda ser conducido a error.
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EL DICCIONARIO COMBINATORIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA (REDES), Y EL DICCIONARIO PRÁCTICO COMBINATORIO DE A LENGUA ESPAÑOLA DE IGNACIO BOSQUE 
Y hablemos de una versión más de la búsqueda de pa- labras, la publicación, en doble libro, de la idea del lexicógrafo de nuestro recorrido, Ignacio Bosque. La per- sonalidad de este lingüista, abierto y dicharachero, algo tímido e incondicionalmente generoso con su interlocu- tor, es radicalmente distinta. Su talante es otro. Nacido en 1945, estudiante de la Universidad Autónoma de Ma- drid y profesor de la Universidad Complutense, es ac- tualmente Secretario General de la Real Academia Espa- ñola, el mismo cargo que tuvo Casares y Seco, sus lexicógrafos anteriores. Desde tan privilegiado puesto ha renunciado, a diferencia de sus antecesores, a una labor individual y ha elegido el trabajo en equipo dirigido por él mismo. Ya en sus clases de la universidad hablaba so- bre las palabras y sus combinaciones (tomate combina con maduro, verde…, pero no con discreto, ni con inteli- gente…). Y en cuanto tenía ocasión, se acercaba a la pi- zarra y ponía todos los ejemplos que habían merodeado por su mente en la noche anterior. Así que en cuanto alcanzó puestos de privilegio, hábil en la búsqueda de subvenciones oficiales que pudieran colaborar para la redacción de su vieja idea, buscó una editorial y una edi- tora que creyera en su proyecto, Concha Maldonado,
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antigua alumna suya de la Universidad Complutense, se rodeó de dieciséis colaboradores financiados por los proyectos de investigación universitaria y otros ocho puestos a su disposición por la editorial S.M. Estuvieron trabajando ocho horas diarias, según testimonio directo, durante tres años, las veinticuatro personas, y fruto de aquella labor fue el Diccionario Combinatorio de la Len- gua Española, difundido con el nombre de REDES. Una labor llevada a cabo a través de un corpus de texto mo- derno minuciosamente trabajado. El resultado fue un denso y riguroso volumen. Pero Ignacio Bosque, incan- sable, constantemente incentivado, quería algo más, y dos años después, ayudado por un equipo semejante, sacó, en la misma editorial, un volumen tres veces infe- rior a Redes en extensión y cuatro veces más rico en combinaciones. Práctico, como a él le gusta que lo lla- men, tiene 14.000 entradas y unas 400.000 combinacio- nes, según él mismo me explicó. Muchas de ellas dedu- cidas por la lógica, pero razonables. Miremos un lema, diplomático, en su valor sustantivo. Encontraremos en el articulo tantos apartados como po- sibilidades combinatorias con categorías de palabras, en este caso tres:
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con adjetivos: de carrera · joven, novel · veterano · ex- perimentado, experto con sustantivos: oposición (a), carrera (de), gremio (de) con verbos: mediar, intervenir, representar, negociar, acordar El resultado es, a mi parecer, enormemente atractivo e interesante… Conocemos las combinaciones, pero cuando los vemos en su entrada correspondiente nos sentimos agradecidos por el descubrimiento. El primero, REDES, supera al segundo en rigor, citas, en apoyos cul- tos, en trabajo científico, y en numero de páginas; el se- gundo, PRÁCTICO, supera al primero en combinaciones, en síntesis, en eficacia y en rápida información. Ninguno de los dos supera una barrera psicológica, la del conser- vadurismo del usuario español. A diferencia de germa- nos y eslavos, el usuario hispano, educado en los princi- pios clásicos del diccionario, rechaza las novedades, no parece interesarle esa información desmenuzada. 
Retengan ustedes el nombre de este lingüista, Ignacio Bosque. Probablemente lo conocen. Hizo, también ro- deado de colaboradores, en este caso ochenta y dos lin- güistas de razonable prestigio, esa enorme Gramática descriptiva de la Lengua Española, en tres volúmenes, publicada en 1997 por Espasa, y es el responsable, desde
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su puesto de Secretario, de la nueva gramática, que podríamos llamar panhispánica, a punto de aparecer y que llevará el sello de todas las Academias de la lengua española del mundo. Una verdadera revolución en la lin- güística.
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3. DICCIONARIOS de AUTORIDADES Tres diccionarios para este último apartado, el clásico de la Real Academia, el de Manuel Seco y el Pan- hispánico de dudas. EL DICCIONARIO DE AUTORIDADES DE LA REAL ACADEMIA La Real Academia Española publicó su Diccionario de Autoridades en cinco volúmenes entre los años 1726 y 1739. Más de un siglo antes, en 1612, una sociedad literaria fundada en Florencia y llamada de la Crusca, precursora en los estudios lexicográficos modernos, hab- ía publicado el Vocabulario degli Accademici della Crus- ca, basado en la lengua literaria empleada por los prin- cipales escritores italianos del siglo XIV: Dante, Petrarca, Boccaccio… y durante mucho tiempo fue tenido como código de la lengua y sirvió como modelo para los gran- des vocabularios europeos de los siglos XVII y XVIII. Para la lengua inglesa, 1604 es el año de referencia. Su primer diccionario monolingüe, A Table Alphabeticall, de Robert Cawdrey. Y para la lengua francesa, la Academia Gala impulsó la publicación del Dictionnaire de la langue fran- çaise, en 1694.
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Pues bien, el Diccionario de Autoridades se alzó para el castellano como la principal obra de referencia lexicográfica. Los términos que allí aparecieron estaban autorizados con referencias, y al menos tres ejemplos del uso que de ellos habían hecho las principales autori- dades literarias españolas. Incluía todas las palabras de uso común así como algunos términos científicos, y prescindía de las etimologías que se consideraban incier- tas. La Academia llevó a cabo mediante esta obra un gran esfuerzo para fijar el idioma común, depuraba los usos torcidos o desviados, y especialmente los galicis- mos que se habían introducido en años anteriores. EL DICCIONARIO DEL ESPAÑOL ACTUAL DE MANUEL SECO 
Manuel Seco Reymundo, nació en Madrid en 1928 en el seno de una familia acomodada y de arraigada tra- dición lingüística. Su padre, Rafael Seco, es autor de una interesante gramática. El profesor seco es doctor en Filo- logía Románica y redactor-jefe del seminario de Lexico- grafía de la Real Academia Española, pero su labor insti- tucional se pierde en el anonimato, mientras ha sido co- nocido durante muchos años por su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, hasta la publicación,
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en 1999, a la edad de 71 años, uno menos que Covarru- bias, de su Diccionario del Español Actual. La ingente obra tiene 4.600 páginas, 75.000 entra- das o lemas y 141.000 acepciones. Su valor, sin embargo, no está ahí, sino en haber conseguido llegar a ser, según todos los indicios, un Diccionario de Autoridades moder- no. Contiene, si nos fiamos de la propaganda editorial, 200.000 citas del uso vivo del español de nuestro tiem- po, de testimonios auténticos del uso escrito de la len- gua española para los que han servido más de 1.600 li- bros e impresos de todo género y miles de números de publicaciones periódicas. Seco va a cumplir ochenta años y, por utilizar una expresión castiza, está como un chaval. Dirige el ámbito lexicográfico de la editorial Espasa, que es la que publica la acción de la Real Academia, prepara una cuidadísima edición de su Diccionario de dudas, le gusta hablar de lingüística y, con gran elegancia, cuenta impasible los momentos difíciles vividos en su carrera, ufano y recelo- so, abierto y exigente, distante y autoritario me contó, no hace mucho, y no sé si creérmelo, que ha dedicado cerca de 30 años a su diccionario, y que ha trabajado to- dos los días. Tendríamos que añadir, para ser completos, que la autoría viene compartida con Olimpia Andrés y Gabino Ramos.
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El diccionario de Seco viene a ocupar en para el español un hueco importante, un quehacer pendiente. Nuestra lengua hermana, el francés, dispone, desde 1873, de un extensísimo diccionario de autoridades, en cinco volúmenes redactado por un verdadero entusiasta del trabajo minucioso, Emile Littré, y llamado sencilla- mente Dictionnaire de la langue française. La cantidad de citas que introduce en cada una de las entradas es inmensa y cuando el lector revisa, lee y relee tantas citas estéticas, literarias, meritorias, excelsas y no sé que más decir, se apropia del universo de la palabra de manera tan inesperada como placentera. Creo que este nivel de concepción y estilo solo es comparable con el Oxford En- glish Dictionary, algo posterior al Littré, pero de la mis- ma época, publicado en 1895 y uno de los mejores dic- cionarios que existen de una lengua occidental, con cer- ca de dos millones y medio de citas de de escritores en lengua inglesa de todos los tiempos. Frente a estas dos monumentales obras, sin em- bargo, la consulta del Seco satisface. Las definiciones son ajustadas y breves y las citas adecuadas al mundo de hoy, modernas… Abruma, sin embargo, el rigor… Se hace necesaria una especial concentración para entrar en su universo.
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EL DICCIONARIO PANHISPÁNICO DE DUDAS En el año 2004 apareció el diccionario panhispáni- co de dudas. Ahora no se trata de la Real Academia Es- pañola de la Lengua, sino de todas las academias de la lengua del mundo. Unos años antes, en 1998, había apa- recido la ortografía consensuada, acordada por todos, preparada para que el uso ortográfico del español sea universalmente el mismo. Un logro al que no ha llegado ninguna de las cuatro lenguas mayores de la humanidad, y tampoco lenguas de tanto prestigio como el francés… Se discutió el adjetivo panhispánico, es decir, todo los hispánico o relacionado con todos los pueblos que hablan la lengua española. Con independencia del efecto del nombre, el volumen tiene la habilidad de llegar a rin- cones léxicos insospechados y dar soluciones a términos de los que el hablante puede dudar. Esta obra, desarrollada con una prudencia, tiene la habilidad de incluir un amplio índice de autores contem- poráneos en los que el lexicógrafo se apoya para soste- ner e l uso de la palabra. Evita así términos locales y vul- garismos cuyo uso y persistencia en la lengua no están garantizados.
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FINAL El Covarrubias, el Tesoro del viejo clérigo Sebas- tián, abría el camino. El DRAE, tan criticado como usado, el Moliner que campea por la impronta de su personali- dad. El Casares, que se inspira en el Roget, el Corripio que no había previsto los cambios sociales; Redes y Práctico, por fin un buen trabajo que abre el horizonte de los estudios léxicos. El de Autoridades, tan venerado por la lexicología, el Seco, que es la versión española del Oxford y el Littré, el panhispánico, que revoluciona los acuerdos… 
La lengua española está aparentemente bien ser- vida… Creo sin embargo que le falta un gran diccionario conceptual, una clasificación léxica que esté dispuesta en una ordenación lógica, por significados colindantes, que huya del extravagante sentido del orden alfabético, que aparezca clasificada en tantos campos y subcampos co- mo fueren necesarios para dar cabida a compartimentos o celdas capaces de albergar a los términos de las últi- mas décadas. Que en estas colecciones de palabras vivan unas vecinas con otras, yazcan pegadas y seguidas en ordenamientos y tipificaciones que, como en las prietas
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hojas de un árbol, se desplacen ordenadas desde el tron- co hacia las más distantes y recónditas ramas. Que una palabra o sintagma o expresión domine desde su signifi- cado más amplio o hiperónimo al grupo de palabras o hipónimos que contiene. Que cada uno de esos campos distinga con independencia y precisión sustantivos de adjetivos, y adjetivos de verbos, y verbos de adverbios, y conceda un apartado especial a los campos semánticos cerrados. Que cada voz ocupe un lugar, un espacio defi- nido por las palabras que aparecen a su lado, por algu- nas breves explicaciones que encabecen el listado, y por otras que encabecen el listado del listado en su viaje desde el tronco hacia las ramitas, de tal manera que ca- da término reciba su valor por el lugar que ocupa en el gigantesco desarrollo. Que cada uno de los receptáculos permita invitar en sus dependencias a las palabras y ex- presiones nuevas o recién nacidas, a las resucitadas o a las que, desde otras lenguas, sean bien recibidas y enca- jadas. 
Desde el modesto puesto de estudiosos y artífices de nuestra lengua, digámoslo con templanza y sosiego, consideramos necesario y urgente que nuestro patrimo- nio léxico quede fotografiado en un diccionario concep- tual de campos semánticos, en uno de esos manuales que ya sirvieron para el griego, para el chino y para el sánscrito, y que actualmente prestan un envidiable ser-
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vicio como fiel instrumento de ayuda léxica a lenguas como el ruso, el francés o el inglés. Y que ese estudio, generoso y hospitalario para la actualización, perdure en largas y pacíficas décadas como elemento común tanto para los usuarios de lengua materna como para quienes han de usarlo como lengua secundaria o adquirida du- rante una larga y pacífica vida a través de los años. En palabras del profesor Becerra Hidalgo: “Este tipo de dic- cionario puede ser útil, aparte de su justificación científi- ca, para conocer mejor nuestra lengua, para mejorar las técnicas de la comunicación, para aprender mejor el es- pañol como segunda lengua y para enriquecer el propio vocabulario.” Espero que ese Altas Léxico de la lengua española sea capaz de convencer a esas dos ilustres y simpáticas profesoras de esta universidad, del inmenso caudal léxi- co y fraseológico de la lengua española, probablemente tan grande, estoy seguro, como el de la lengua rusa. Es- pero que una vez comprobada esa realidad inequívoca se estreche aún más la amistad entre nuestros pueblos. Muchas gracias
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REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD PARA EL APRENDIZAJE DE LA LENGUA ESPAÑOLA Rafael del Moral (MGIMO, Moscú, octubre de 2007) (Guía para la orientación) - Los orígenes: Antonio de Nebrija (1495) y Sebastián de Covarrubias (1611) DICCIONARIOS de SIGNIFICADOS (SEMASIOLÓGICOS) 
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 Diccionario de Uso de la Lengua Española de María Moliner (1966-67) 
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OCTAVO SEGUNDO PERIODO. EMPRENDIEMIENTO VSOCTAVO SEGUNDO PERIODO. EMPRENDIEMIENTO VS
OCTAVO SEGUNDO PERIODO. EMPRENDIEMIENTO VS
 

Repertorios léxicos y su utilidad en el aprendizaje de las lenguas

  • 1. RRaaffaaeell ddeell MMoorraall RREEPPEERRTTOORRIIOOSS LLÉÉXXIICCOOSS YY SSUU UUTTIILLIIDDAADD EENN LLAA EENNSSEEÑÑAANNZZAA DDEE LLEENNGGUUAASS UNIVERSIDAD DE RELACIONES INTERNACIONALES MOSCÚ, 2 DE NOVIEMBRE DE 2007
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  • 3. Nada más útil que el uso de un diccionario para avanzar en el aprendizaje del léxico una lengua. Alcanzado un cierto nivel, un diccio- nario monolingüe, que es donde con mayor precisión aparecen los significados y sus ma- tices en una lengua, proporciona una infor- mación utilísima para el usuario. La confe- rencia sondea en los principios de la lexico- grafía y se concentra en el análisis de tres tipos de diccionarios: los de significados, los ideológicos o temáticos y los de autorida- des, y explica las ventajas e inconvenientes en el uso de los más significativos y prácti- cos.
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  • 5. Queridos colegas, queridas colegas, queridos alumnos y alumnas: Dos profesoras de alta clase y fundada inteligen- cia, que enseñan Lengua Española en esta universidad, y con quienes coincidí hace unos meses en el viaje que hicieron por España, defendían con vehemencia la rique- za y abundancia léxica de la lengua rusa frente a la esca- sez de la española y de otras muchas… Y pretendían, con variados ejemplos, convencer a propios y extraños de su ejemplificado razonamiento… ¿Cuántas palabras tiene el ruso? ¿Cuántas tiene el español?, llegaron a plantear… ¿Y cuántas el inglés?... ¿Cuántas palabras tiene un dic- cionario…? ¿Contienen los diccionarios todas las pala- bras de una lengua o siempre faltan…? ¿Hay en los dic- cionarios palabras que sobran? La oportunidad que se me brinda ahora es una agradable coincidencia. Y lo es porque me pidieron que dedicara una de mis intervenciones de esta visita a des- arrollar la valoración que le concedemos los lingüistas a los repertorios léxicos de la lengua española, y el uso que podemos hacer de ellos. No creo haber tenido difi- cultades en seleccionar aquellos diccionarios que más pueden convenir a un estudiante, y mucho menos te- niendo en cuenta el altísimo nivel con que se enseña es- pañol en esta universidad. Los conocimientos que de mi
  • 6. RAFAEL DEL MORAL 2 lengua tienen los profesores y profesoras de este centro son tan elevados que es un placer hablar con ellos, com- partir juicios y teorías, y aprender de esa mirada tan complaciente como intelectual… y, lo que es más emo- cionante aún, comprobar cómo se trasmite a los alum- nos. Inicio, pues, la respuesta a esas dos profesoras y les digo que el recientísimo Diccionario del español ac- tual, del lexicólogo Manuel Seco, contiene 95.000 pala- bras, más o menos las mismas que aparecen en la terce- ra edición del María Moliner… Y eso que con mil ya de- cimos que una persona conoce una lengua… y en la vida diaria no necesitamos más de tres o cuatro mil… Los lin- güistas coinciden en reconocer que no es tan importante la cantidad de palabras ingresadas en el patrimonio léxi- co de una lengua como la capacidad para crearlas… y cualquier lengua moderna puede inventar, combinar o tomar prestadas… tantas cuantas palabras necesite… otra cosa es la destreza de sus hablantes para utilizarlas. Las palabras, esas unidades mágicas, llegan a emocionar. Algunas veces la reflexión sobre la manera de abarcarlas se instala en el pensamiento como cual- quier otra testarudez. Y como no se trata del acuerdo con nuestro vecino o compañero lingüista, ni depende la
  • 7. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 3 estabilidad física o psíquica de nadie, uno puede elevar discusiones y comentarios de esos asuntos tan triviales, tan incondicionalmente inofensivos, acariciarlos, con- centrarse en ellos, y pasar deleitosos momentos sin acordarse de si son placeres o sinsabores las miserias de la vida. Esa habilidad mental, privilegio de unos cuantos lexicógrafos y lexicólogos, es extensible a otros ámbitos de la labor investigadora responsable y útil. Así que vamos a hablar de diccionarios de la len- gua, es decir, de aquellos repertorios que recogen las palabras y expresiones de manera general. Evitamos, en esta memoria todos aquellos que se concentran en asun- tos técnicos o especializados, prescindimos de los dic- cionarios bilingües, y también de los etimológicos y de los que desarrollan una sola parcela de la lengua como el de rimas o el de dudas. No entraremos tampoco en los diccionarios de sinónimos porque en estos no hay una ciencia especial, sino una colección de palabras más o menos acertadas unidas a la entrada correspondiente. Diremos simplemente que son más el resultado de una habilidad editorial que de riguroso estudio lingüístico. Concentrados, por tanto, en los que recogen pala- bras y expresiones con la intención de explicarlas, dire- mos que la historia de la lexicografía del español conce- bida en este sentido, se inicia en el año 1611 y se extien-
  • 8. RAFAEL DEL MORAL 4 de hasta estos días en que se acaba de publicar el últi- mo, la tercera edición de un diccionario de la lengua que revolucionó en su momento la lexicografía. Pero de esto hablaremos más tarde. Antes de 1611, el autor de la primera gramática de la lengua española, Antonio de Nebrija, había redactado una pionera colección de pala- bras, pero sin más intención que relacionarlas con el latín. Aquel diccionario bilingüe, del año 1495, que cita- mos por su antigüedad, se llama Dictionarium latinum- hispanum et hispanum-latinum. Contamos, sí, por tanto, como primer lexicógrafo de la lengua española con Sebastián de Covarrubias, sacerdote y canónigo de la catedral de Cuenca, y autor del Tesoro de la lengua castellana, publicado en 1611. Por entonces su autor frisaba los 72 años. Los lexicólo- gos lo son en edad madura, avanzada, que es cuando las palabras se ajustan con mayor fineza en el entendimien- to, y se manejan con mayor habilidad. Sebastián de Co- varrubias y Orozco nos dejó un interesantísimo docu- mento para conocer el léxico del siglo de oro. Nunca an- tes nadie se había ocupado de tal catálogo para la lengua española. A pesar del tiempo transcurrido, la labor de Covarrubias ha recibido y sigue recibiendo profundos elogios. No hablaré más de él porque hoy es utilizado
  • 9. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 5 por los estudiosos del pasado, y mucho menos por los estudiantes extranjeros. Covarrubias no tuvo tiempo de revisar su edición porque murió dos años después. Esa tendencia de los lexicólogos españoles a publicar su obra y morir antes de comprobar su difusión será también una constante en la historia de la lexicología. La misma suerte corrieron Julio Casares y María Moliner, y otros muchos lexicógrafos extranjeros. No podríamos decir lo mismo de los poetas, que, en el otro extremo, suelen ser grandes en la juven- tud, y cuento más breves en existencia, más extensos en recuerdos. A este principio añadiremos otro: los grandes re- pertorios de palabras son el resultado de una labor per- sonal, o de una impronta única, exclusiva, de un punto de vista individual. Algunos recientes diccionarios se han llevado a cabo por un grupo de colaboradores, pero siempre dirigidos por la mirada de un lexicógrafo único, como en el caso de Ignacio Bosque del que en breve hablaremos. Una situación muy distinta es la que se ha creado con las publicaciones del Diccionario de Uso de María Moliner, sello comprado por los editores y apro- vechado en grado máximo para la propaganda editorial que aprovecha calidad literaria y fama.
  • 10. RAFAEL DEL MORAL 6 Si consideramos, con Ferdinand de Saussure, que las palabras son la íntima unión de un significado con un significante, clasificaremos los diccionarios en dos tipos, los semasiológicos, que son los que pretenden darnos significados para los significantes o palabras, y los ono- masiológicos, que son los que nos ofrecen palabras para un significado o campo de significados. En el ámbito de los primeros, distinguiremos entre en los Diccionarios de autoridades, en los cuales las en- tradas aparecen apoyadas con citas de escritores o pu- blicaciones periódicas: prensa diaria, revistas… y los dic- cionarios de la lengua, más interesados en plasmar el campo justo del significado con procedimientos de an- claje, con ejemplos no necesariamente buscados en los escritores. Estos últimos, como ustedes saben, son los más populares. Organizaremos, por tanto, nuestro estudio en tres partes. En la primera nos dedicamos a los diccionarios semasiológicos, es decir, los de significados, que son los más frecuentes en su uso. En ellos las palabras aparecen alfabetizadas, y junto a ellas una definición, con inde-
  • 11. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 7 pendencia de que añadan o no otro tipo de informacio- nes. En la segunda parte de nuestro estudio hablare- mos de los diccionarios onomasiológicos, también lla- mados ideológicos, lógicos, temáticos o conceptuales. En ellos buscamos, por diversos procedimientos, pala- bras o expresiones. En la tercera parte de esta conferencia hablare- mos de los diccionarios de autoridades, que son tam- bién de significados, pero aparecen éstos significados ilustrados por citas especialmente seleccionadas de au- tores de reconocido prestigio que delimitan y resaltan el uso más culto y literario de las palabras. 1. DICCIONARIOS SEMASIOLÓGICOS Hablemos, por tanto, en primer lugar, de los dic- cionarios semasiológicos o de significados, es decir, de aquellos en los que junto al lema encontramos una o va- rias definiciones o acepciones, y algunas informaciones más complementarias.
  • 12. RAFAEL DEL MORAL 8 Tres diccionarios, además del citado de Covarru- bias, merecen comentario en este primer apartado: el de la Real Academia, el de María Moliner y el dirigido por Concha Maldonado. EL DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA La primera edición del Diccionario de la Academia apareció en 1780. Después se conocería como DRAE, si- glas de Diccionario de la Real Academia Española, cada una de las ediciones, que desde entonces no han cesado. Sin ánimo de elevar la menor critica a su labor institucio- nal diremos que el Drae tradicionalmente se publica cuando viene bien... La vigésima primera edición apare- ció, como exigía la fecha, en 1992, y la última, la vigési- ma segunda, en el 2003. La vigésimo segunda cuenta con unos 88.500 artí- culos. En ella han desaparecido las letras ch y ll, para ar- monizar las normas de alfabetización mundial. Contiene 40.000 novedades léxicas, entre ellas, por poner algunos ejemplos modernos, zapear, liposucción o videojuego. Apareció también de manera informatizada y puede consultarse en Internet. En su voluntad de renovación para un mejor reflejo de la realidad lingüística, esta aña-
  • 13. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 9 de 27.000 marcas de americanismos para dar cabida al español universal. Los editores, de la Editorial Espasa, que es la que edita a la Academia, suelen criticar el método de trabajo, la información inútil, la escasa mo- dernidad y la falta de rigor en la selección de las pala- bras. Es obligación de los académicos recoger los térmi- nos del español de todos, las expresiones que realmente están en la calle, y no aquellas que ellos recuerdan que utilizaban sus antepasados… Pero los académicos son personas mayores, mucho más anclados en tradición que en los vertiginosos modernos cambios de la lengua. El texto académico, sin embargo, sirve de referencia a tantos cuantos trabajan con el léxico y contiene un am- plio y dignísimo caudal de información de gran interés y esencialmente práctica pues en cualquier duda la Aca- demia pone solución. El mérito, a mi parecer, de la labor de la Real Aca- demia de la Lengua en los últimos años, está en su vo- luntad de no trabajar aislada de la realidad de varieda- des de uso que el español experimenta en los lugares del mundo donde se habla. Esta tendencia a la unidad se inició en la mitad del siglo XX, en 1951, en México. Allí se constituyó la Asociación de Academias de la Lengua Es- pañola, que agrupa 22 organismos de protección, entre ellos la española, la filipina, la norteamericana y todas las hispanoamericanas. Su misión es trabajar en pro de la
  • 14. RAFAEL DEL MORAL 10 unidad, pero también de la diversidad. El secretario ge- neral desde 1994 es el costarricense Humberto López Morales, filólogo de personalidad abierta y generosa, respetado y admirado en los dos continentes y autor de una amplia obra que lo avala. La primera Academia ame- ricana que se fundó fue la de Colombia, en 1871. La última ha sido la Norteamericana 1973. Está a punto de aparecer, en nombre de las 22 academias, la Gramática de la Lengua Española, la últi- ma, porque hay otras muchas. Su aparición hubiera de- bido ser un trabajo con plazo en 1992, fecha que con- memoraba el quinto centenario del descubrimiento de América. Pero no pudo ser. Fue parcialmente suplida por la gramática del académico Emilio Alarcos. La anterior, la edición de 1973 tenía un título que indicaba su provisio- nalidad: Esbozo de una nueva gramática de la Lengua Española, y si ahondamos más en el pasado, la última obra con el nombre de Gramática de la Lengua Española data de 1931. Las demás son de los siglos precedentes. EL DICCIONARIO DE USO DE LA LENGUA ESPAÑOLA DE MARÍA MOLINER Pues bien. Aunque la Academia se alimenta de un fornido cúmulo de instrumentos para sus ediciones,
  • 15. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 11 aunque se nutre con los más insignes sabios, aunque los colaboradores realizan el trabajo sistemático y no sis- temático, aunque cuentan con los medios técnicos más modernos a su alcance, resulta que el diccionario de una funcionaria destinada en bibliotecas compite hoy con los centenares de académicos que han colaborado en el Drae. Cuando semejante competencia ha destacado en otros ámbitos del conocimiento es porque había nacido un Einstein, o un Kant, o un Cervantes… Creo que no es exagerado decir que algo parecido es María Moliner, pe- ro veamos las razones. María Moliner Ruiz no pertenece exactamente a la generación de Casares, que es anterior, ni siquiera a la de los atildados y arrogantes lingüistas del siglo XX, ni a las clases académicas, ni al orgulloso y encumbrado cuerpo docente, pero sí a ese reducido grupo de perso- nas decididas, tenaces, capaces de cultivar con mimo y esmero ese mundo intelectual. Mujer sencillamente in- teresada, y para muchos, marcadamente natural y fran- ca, al igual que otros lexicólogos dedicó buena parte de su vida a la redacción de su Diccionario de uso del espa- ñol que publicó a los 66 años de edad. Casares lo había hecho a los 64 y el lingüista inglés Roget a los 73, es de- cir, todas son obras de madurez, que es cuando se han agitado, ajustado y acomodado las palabras multitud de veces en lecturas y conversaciones; que es cuando la
  • 16. RAFAEL DEL MORAL 12 mente se encuentra en plena riqueza léxica. Uno no aca- ba nunca de aprender palabras. Pues bien, la obra de María Moliner es, una vez más, el resultado de una serie de circunstancias a veces favorables, a veces adversas, pero en una detenida lectura de la biografía de la autora parece como si la adversidad hubiera contribuido a un mejor logro de sus objetivos. Las grandes obras indivi- duales no son el resultado de una minuciosa programa- ción, sino el alumbramiento, la conjunción de un abanico de eventos entre los que el trabajo, la inteligencia y la paciencia ocupan un lugar de privilegio. Y si exceptua- mos a Julio Casares, que, a pesar de las duras circunstan- cias de la guerra civil se llenó de gloria y reconocimiento en vida, Roget y Moliner, en siglos y circunstancias dis- tintas, murieron sin imaginarse siquiera la dimensión que habían de alcanzar sus obras. Algunas preguntas parecen de especial interés: ¿Por qué es tan importante El diccionario de uso de Mar- ía Moliner en el campo de la lexicografía? ¿Cómo consi- guió llevarlo a cabo? ¿Cómo logró aunar esfuerzos e in- teligencia para un libro tan necesario, tan revelador, tan equilibrado en su formas, en su consulta, tan completo en su estudio y tan fundado?
  • 17. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 13 ¿Quién es María Moliner Ruiz? Si por cualquier cir- cunstancia hubiera dejado su obra a medias o casi aca- bada, no la llamaríamos escritora, sino bibliotecaria. Una olvidada bibliotecaria. En ella coinciden las tres carac- terísticas necesarias para la elaboración de un trabajo como el suyo: el acoplamiento familiar y formativo, es decir la magia; la capacidad para captar las necesidades y ajustarlas con tanta inteligencia como humildad, es de- cir la mente privilegiada; y la circunstancias propicias, es decir el ambiente necesario para la creación del mito. Del detenido análisis de su vida y sus actuaciones descubrimos, en primer lugar, el mundo prodigioso de su infancia y juventud. Hija y nieta de médico rural, tiene a su alcance la fina y delicada educación de familias tan privilegiadas. Aunque nació en Paniza, provincia de Zara- goza, en la comunidad de Aragón, a la vez que el siglo veinte, a los dos años ya residía en Madrid. Su familia además, según todos los indicios, tenía sólidas raíces asentadas en una tradición liberal, y tanto ella como sus dos hermanos estudiaron en la Institución Libre de Ense- ñanza, cuna de tantos ilustres sabios del siglo. Perteneció a una de las primeras generaciones de mujeres universitarias. Estudió Filosofía y Letras, por en- tonces tal vez la única carrera femenina, sección de His- toria, también única especialidad de la universidad de
  • 18. RAFAEL DEL MORAL 14 Zaragoza. Y en cuanto termina la licenciatura, busca, a la temprana edad de veintidós años, el acomodo más con- veniente para su estabilidad: una plaza de funcionaria, ganada por oposición, en el cuerpo de Archiveros, Biblio- tecarios y Arqueólogos. Entre 1922, que empieza a trabajar como funcio- naria, y 1970, año en que se jubila (los años coinciden con su edad), a María Moliner nadie la conoce por otro oficio que el de bibliotecaria. Primero en el archivo de Simancas, después en Murcia, Valencia y luego, en su traslado a Madrid para acercarse a su marido, como bi- bliotecaria de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. Todos sabemos cuales son las obligaciones laborales de los funcionarios, y también conocemos, aproximadamente, los horarios de las bibliotecas. Lo que nadie puede saber muy bien, ni siquiera su propia familia cuando ha sido entrevistada, es cuándo, ni cómo, ni por qué inició la elaboración de su magna obra. Supongamos que fue hacia los años 1950, y que, en labor parecida a la constancia que exigen otros menesteres, pero con una mente privilegiada, invirtió unos quince años de traba- jo… Conocemos sus instrumentos: una máquina de es- cribir, un lápiz y una goma… Y sus carencias: nunca dis- puso de un privilegio universitario, ni académico, ni de otra institución. Nunca recibió favor alguno que le per-
  • 19. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 15 mitiera desarrollar ese hormigueo en sus búsquedas, esa clasificación tan ajustada, esas palabras y expresiones tan propias. El hecho es que en 1966 la editorial Gredos, que no Espasa, la editorial de la Academia, publicó el primer volumen del Diccionario de uso del español, y un año después el segundo.¿Qué hace una bibliotecaria ocupando los espacios reservados a los profesores de universidad, a los académicos, a los encumbrados erudi- tos? Por entonces, solo por entonces, cuando María Mo- liner cuenta con 66-67 años, los lectores empiezan a co- nocer su obra. Pero poca gente se hace eco de aquel evento. La editorial ha hecho una prudentísima edición de pocos ejemplares, que no se ve obligada a reimprimir en los años que siguen. Ha aparecido un excelente libro, pero es necesario que se sepa, y que llegue a las biblio- tecas que ella misma durante tanto tiempo ha organiza- do. Y no llega. Al menos no llega en los primeros años. La obra produce cierta sorpresa en los ambientes universitarios en que consigue introducirse, que no son muchos. El Diccionario de uso no es ninguna broma. ¿Por qué? ¿Qué añade aquel diccionario a los que ya existían? La respuesta es tan sencilla como agradable de explicar: 1. El primer lugar ofrece todo lo que figura en el Diccionario de la Academia, y se aleja de él en el uso de
  • 20. RAFAEL DEL MORAL 16 una expresión, de unos términos ajustados a la ciencia que exige la materia, pero agradablemente distanciada del tono doctoral y encumbrado de los académicos. 2. En segundo lugar Moliner explica el origen eti- mológico de las palabras con terminología más cercana, y da las definiciones como quien generosamente habla con la vecina. Pero si tenemos que explicar esto de ma- nera más rigurosa, diremos que muchas de las definicio- nes de la Academia están redactadas en una lengua de otra época, que no es el lenguaje directamente entendi- ble. 3. En tercer lugar, la Academia recurre con excesi- va insistencia a la definición en círculo vicioso: amparar se explica como «favorecer, proteger»; favorecer, como «ayudar, amparar, socorrer»; proteger como «amparar, favorecer, defender»; defender como «amparar, librar, proteger»; ayudar, como «auxiliar, socorrer»; auxiliar, como «dar auxilio»; auxilio, como «ayuda, socorro, am- paro»; y así sucesivamente. Moliner decide romper este juego, habitual ya en los lexicógrafos sumisos al modelo académico. No sólo evita la definición circular, para lo cual inventa una jerarquización lógica de los conceptos, sino que desmonta una por una todas las definiciones de la Academia, y las vuelve a redactar en español del siglo
  • 21. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 17 XX, y les da en muchos casos una precisión que les falta- ba. Es decir, supera a la Academia en rectitud y en cor- tesía hacia el usuario. 4. Pero no se queda ahí. En cuarto lugar, conscien- te de la necesidad de informar sobre la familia de las pa- labras, añade su parentesco, la línea familiar hereditaria o familia léxica. De esta manera nos dice que los hijos o nietos de la palabra calor, pongamos por caso, son: ca- loría, caloricidad, calurosamente, caluroso, calorífero, calorífugo, calorimetría y calorímetro. 5. En quinto lugar nos informa de los primos her- manos de las palabras, y de sus primos lejanos, y nos ofrece así todo un campo de parentesco o campo semántico… Y he aquí lo realmente nuevo, lo impresio- nante, lo que a tantos lectores conmueve: lo que hace es similar a lo que habían elaborado los lexicógrafos Mark Peter Roget o Julio Casares Sánchez en sus diccionarios ideológicos o conceptuales, aunque en este campo su utilidad es más discutible. Pocos son los usuarios a quie- nes he oído hablar de estas búsquedas, pocos también los críticos que han encumbrado estas aportaciones. Afinemos, entonces, resumamos. En la misma en- trada encontramos el origen, el significado, la línea fami- liar hereditaria y los parentescos. Y, por si fuera poco, se
  • 22. RAFAEL DEL MORAL 18 detiene a regalarnos algunos ejemplos de frases donde la palabra aparece en su contexto. Es decir, los dicciona- rios de la Academia y, en gran medida, el de su antece- sor Julio Casares… y mejorados… ¿podía darse más au- dacia, más arrogancia intelectual en la humilde bibliote- caria? Pues bien, añadiremos una característica más que no contemplaba la Academia: la distinción de dos gran- des niveles dentro del léxico, el de las palabras y acep- ciones usuales, y las no usuales, diferenciadas por me- dios tipográficos. ¿Y cómo fue el impacto en medios académicos y universitarios? ¿Cómo entendieron que una bibliotecaria publicara un diccionario que superaba al de la Acade- mia? Por entonces había un profesor de lingüística histórica en la Universidad Complutense que fue el pri- mero, me refiero al primero de entre los que tenían que reconocerlo, en anunciar y proclamar la calidad de la obra de la bibliotecaria que pronto pasó a llamarse el María Moliner. Era aquel profesor, o al menos así lo veía yo por entonces como estudiante de aquella universi- dad, el lingüista de mayor prestigio, y la universidad lo sabía. Habitualmente refugiado en su profundo respeto a todos y a todo, no le daba ninguna importancia a su altísima categoría intelectual. Parecía como si no lo su-
  • 23. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 19 piera, o no quisiera saberlo. Tal vez pensaba que no era verdad, o quizás no pensaba en nada. Se llamaba Rafael Lapesa. Lo veíamos, honrado y cabal, como un hombre humilde, casi siempre fracasado en sus esfuerzos por vestir correctamente, distanciado de todas las comidillas de los departamentos, de las intrigas por el poder, de las tertulias insidiosas, de las envidias que necesariamente inspiran la convivencia. Le hablaba de usted a todo el mundo, tan cargado de respeto como desasistido de pe- dantería. No omitiré, aunque el acato exija mi distan- ciamiento, recordar que yo fui su alumno en los cursos de doctorado, y que nos trataba con una elegancia tan cercana como distante, tan respetuosa como generosa, que no aprecié en otro profesor. Rafael Lapesa era académico de la lengua cuando en 1972, tras el fallecimiento del también académico Narciso Alonso Cortés, cuyo nombre cito en su memoria, pero ustedes no tienen por qué conocer ni recordar, quedó vacante el sillón de la letra B. El profesor de lin- güística histórica que había creído en la bibliotecaria la propuso para cubrir la vacante. Por entonces no se había ganado la incansable escritora a aquellos ilustres seño- res. Todo era demasiado reciente. ¿Iba a entrar en la Re- al Academia quien tanto había superado a los Académi- cos? Los eruditos señores no están obligados a explicar los motivos de su elección. En aquella votación ganó el
  • 24. RAFAEL DEL MORAL 20 sillón Emilio Alarcos, el actual autor de la Gramática más codiciada de España, si es que estos asuntos producen adición. Siempre me pregunté, entonces y ahora, cómo debió vivir la bibliotecaria aquella repentina ascensión al olimpo de los sabios, tres años antes de su jubilación, que se produjo a los setenta. Nunca lo supimos, pero ahora lo sospecho. María Moliner no se enteró de que había hecho una obra tan importante: receptora del re- conocimiento de unos pocos, silenciada por otros, igno- rada por la mayoría, María Moliner debió ser consciente de la importancia de lo que había hecho, aunque tam- bién de la posibilidad de que aquello pasara desapercibi- do… Quienes por entonces estábamos en la universi- dad vimos pasar por las aulas, en homenajes o mesas redondas, en encuentros personales, a veces en conver- saciones mucho más informales, a los dramaturgos del momento: Antonio Buero Vallejo, Francisco Nieva… A los lingüistas: Manuel Alvar, Antonio Tovar, Fernando Láza- ro Carreter, Eugenio Coseriu… A los críticos literarios: Andrés Amorós, Marina Mayoral, Santos Sanz Villanue- va… A los poetas: Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerar- do Diego, Rafael Alberti, Blas de Otero… A los novelistas: Juan Benet, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández San-
  • 25. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 21 tos… Pero nunca a María Moliner. A nadie se le ocurrió acercarnos a quien tan cerca vivía de nuestras aulas, na- die le concedió la categoría de los otros. Nunca vi en persona a la insigne investigadora, ni supe de conferen- cia alguna de ella, ni asistí a mesa redonda en que María Moliner estuviera, ni tuve ocasión de cruzarme con ella. A falta de fuentes más directas, utilizo mi imaginación para describir, más con sospechas que con fidelidad, lo que fue de la bibliotecaria. El Diccionario de uso del Español se reimprimió dos ve- ces en cinco años, más porque se había hecho una baja tirada, que porque su difusión fuera un éxito. Mucha gente lo elogió, pero la autora había entrado más en la edad de los homenajes que de la creación. Su marido murió en 1974 y ella, a quien tanto mal había hecho la guerra y la posguerra, en 1975 sufrió un padecimiento cerebral, tal vez Alzheimer, que la tuvo alejada de la vida pública hasta su muerte en 1981. Fue entonces, como sucede tantas veces, cuando la fama de Moliner se dis- paró. Y lo hizo aupada por un artículo que el famoso au- tor de Cien años de soledad, Gabriel García Márquez pu- blicó en el periódico El País, una necrológica que elogia- ba el Diccionario de Uso del Español. El novelista colom- biano despertó las conciencias, y solo entonces se multi- plicaron los elogios.
  • 26. RAFAEL DEL MORAL 22 A nadie pareció inquietarle la renovación de su obra hasta que en mitad de la década de 1990, la de las grandes publicaciones de la Academia, y de la lexicograf- ía, la editorial Gredos reunió a un grupo de expertos pa- ra su actualización, y en 1998, un año antes de la Orto- grafía y la Gramática Descriptiva, la misma editorial pu- blicó la segunda edición del Diccionario de uso del espa- ñol. Esta elegante nueva versión, sin desdeñar nada de la primera, claro está, es, a mi parecer, el intento renova- dor más ambicioso que ha producido el siglo XX. La len- gua es algo vivo y los diccionarios deben someterse a los hablantes. Deseo y espero que el Diccionario de uso del español se convierta en la obra de referencia para mu- chas generaciones de hispanohablantes como lo fue la de Covarrubias. La recientísima tercera edición del María Moliner la han completado un grupo de expertos dirigidos por un editor, Joaquín Dacosta. Todavía no he tenido la oportu- nidad de valorar las novedades porque ni siquiera me ha llegado aún. Recordaré, sin embargo, que en la segunda edición se alzaron voces críticas, comentarios adversos, malestar personal por los medios que habían utilizado, por los enfrentamientos entre los herederos y por un distanciamiento excesivo de los principios que habían inspirado la primera redacción.
  • 27. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 23 CLAVE. DICCIONARIO DE USO DEL ESPAÑOL ACTUAL. DIRIGIDO POR CONCHA MALDONADO Casi todas las editoriales publican su propio dic- cionario, basado, sistemáticamente, en el de la Acade- mia, que es el que marca el uso. Ninguna prescinde, sin embargo, del Moliner. Todas las editoriales critican y denuestan a los académicos por sus procedimientos. La dimensión que la enseñanza de la lengua española ha tomado en el mudo hace que la publicación de dicciona- rios sea, además de una actividad deseada y muy renta- ble… La rentabilidad y el la ciencia se entienden con difi- cultad. La voluntad de sacar partido sea como sea a las situaciones confunde a los usuarios. En ese esfuerzo por mejorar la exposición y limar la información y presentarla de manera atractiva destaco la labor de Concha Maldonado. El diccionario Clave, de 1997 para su primera edición y 2006 para la segunda, explica y matiza, resuelve dudas de pronunciación, reco- ge las palabras y expresiones vivas, se acerca al habla cotidiana y a las nuevas tecnologías: bluetooth (que el español, reacio a la pronunciación sonora de la interden- tal, pronuncia como puede: blutu, butus..), blog, spam, chateo, wifi…; del mundo de la economía: euríbor, ibex..., y también incluye siglas de uso habitual en la len-
  • 28. RAFAEL DEL MORAL 24 gua del tipo ONG (organización no gubernamental), o ETT (empresa de trabajo temporal), o incluso en inglés, SMS (Short Message Service o Servicio de Mensajes Cor- tos). Se trata de un diccionario menor, y digo menor por su extensión, que no por su contenido. Un dicciona- rio en formato manejable, con tipografía moderna y útil y de gran concisión. Ofrece además un CD con una pre- sentación atractiva, y lo más interesante, con gran clari- dad y transparencia. 2. DICCIONARIOS ONOMASIOLÓGICOS En los diccionarios onomasiológicos o de palabras, partimos, como es sabido, de un significado, que tam- bién recordamos o sugerimos mediante una palabra, y lo rellenamos con otras que, como en las ramas de un árbol, van navegando hacia el exterior. No son muchas las lenguas que desarrollan este tipo de repertorios, ni tampoco los usuarios que se acercan a tan particular y a mi parecer necesaria búsqueda porque los hablantes sienten mucho más la necesitad de buscar significados que de localizar palabras. Son sin embargo estos diccio-
  • 29. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 25 narios particularmente útiles en el aprendizaje de las lenguas sobre todo en el desarrollo y ampliación del léxi- co. Una lengua tan importante como el latín no se in- teresó en su larga historia por una clasificación sistemá- tica de su léxico. Pero sí lo hizo el griego con un título que no necesita explicaciones porque seguimos utilizan- do sus raíces. Se llama Onomasticón, que expresado en español moderno sería algo así como Libro que sirve pa- ra localizar el nombre de las cosas. Su autor fue Julio Pólux, un lingüista nacido en Nauratis, Egipto, hacia el año 135, que vivió unos cincuenta y siete años. Murió en Atenas. Fue el primer intento occidental por construir un vocabulario ajeno a las exigencias del orden alfabético, y ajustado a los significados de las palabras. Encontró que la división en diez partes se ajustaba a su visión de los conceptos y cosas que era necesario denominar en el mundo del inglés de entonces, es decir, de la lengua en que más se extendía la cultura, que era el griego. Sus se- ries de palabras análogas siguen hoy sirviendo como principio de estudio. El interés por este tipo de información cayó en el olvido, como tantos otros asuntos relacionados con el conocimiento científico, durante muchos siglos, hasta que nació en Londres, en 1779, Peter Mark Roget. Peter
  • 30. RAFAEL DEL MORAL 26 Mark Roget, educado el la exigente sociedad inglesa, no era sino un lingüista aficionado. Su única profesión fue la medicina, y a eso dedicó su vida activa. Una vez retirado, a la madura edad de 61 años, recuperó un pequeño tra- bajo de juventud, una clasificación de palabras por con- ceptos que había realizado con veintitantos años por mero placer estético, como quien se entretiene comple- tando un crucigrama. Había dejado aquellos apuntes guardados en cualquier cajón y abandonada su vida pro- fesional, les quitó el polvo y dedicó todo su tiempo y concentración a organizar y ensanchar aquella base léxi- ca, hasta conseguir, once años después (María Moliner dedicaría, según todos los indicios, quince años) una amplísima clasificación de palabras que publicó en 1852 con un título espectacular: Tesoro de las palabras y las frases de la lengua inglesa clasificadas para facilitar la expresión de las ideas y como ayuda en la composición literaria. Su libro, en efecto, es una colección de palabras sin explicación alguna. Sus significados son deducidos por los hablantes ingleses en función de sus conocimien- tos, a los que añaden los de las palabras vecinas. Peter Mark Roget murió a los 90 años sin conocer la segunda edición de su libro. Se fue sin ni siquiera ima- ginarse que se editaría más de sesenta veces, que se ex- tendería, acompañando a la propagación de la lengua
  • 31. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 27 inglesa, por todo el mundo, que se actualizaría en más de cincuenta ocasiones, que se venderían más de treinta millones de ejemplares, y que sería un compañero indis- pensable en muchas generaciones de oradores y escrito- res anglófonos. Hoy, reconocido como un clásico y di- fundido en baratísimas ediciones de bolsillo, ocupa un lugar el las estanterías de la mayoría de los hogares británicos, estadounidenses, australianos y de todo el mundo. Hoy es considerado como uno de los dicciona- rios de referencia más importantes de la lengua inglesa y, por tanto, del mundo. La clasificación de palabras de Peter Mark Roget ha superado con incuestionable éxito el test del tiempo, y se ha mostrado capaz de absorber los nuevos conceptos y el vocabulario técnico con la es- tructura que él ideó. Sucesivos editores han conseguido que hoy sea indispensable en el moderno uso de la len- gua vehicular de la humanidad. En cualquier librería del mundo, no solo de dominios anglófonos, que tenga un mínimo espacio dedicado a los estudiantes ingleses, allí está el Tesoro de las palabras y frases del inglés a dispo- sición del estudiante y el escritor. El Roget fue traducido al francés, o mejor dicho, versionado, conservando sus estructuras. Y muchos años después, en 1977, al alemán. Nadie se interesó, sin embargo, por llevar a cabo una versión española. Hace solo unos meses, comentando este asunto con la direc- tora de diccionarios de la editorial Espasa, que es, como
  • 32. RAFAEL DEL MORAL 28 he dicho, la que publica las obras de la Real Academia, me dijo: “No tenemos ningún interés en adaptar ese dic- cionario. En España esos asuntos no interesan.” Su afir- mación era cierta, pero solo tenía un valor parcial. No quiero creer que fuera una razón de menosprecio, pre- fiero explicarlo diciendo que, cuando pudo interesar, apareció en España un lexicógrafo también excepcional era Julio Casares Sánchez. A él vamos a dedicar este apartado, pero también a dos artífices más del léxico: Fernando Corripio e Ignacio Bosque. EL DICCIONARIO IDEOLÓGICO DE JULIO CASARES Julio Casares Sánchez nació en Granada veintitrés años antes que María Moliner, en 1877, y murió en 1964, diecisiete años antes que ella. La historia lo cono- cerá y recordará por su original legado, recogido en un espléndido trabajo lexicográfico, su famoso Diccionario Ideológico de la lengua española, que aúna rigor y ame- nidad dentro de un nuevo concepto de abordar el estu- dio de los significados de las palabras, y las relaciones de afinidad establecidas entre ellas. Interesa detenerse en algunos rasgos de la vida de Casares. Estudió derecho, que no lingüística, en la universidad de Madrid, pero también… música. Con 29 años tuvo su primer trabajo:
  • 33. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 29 formar parte como violinista en la orquesta del Teatro Real de Madrid. Pero aquello no le proporcionaba esta- bilidad económica alguna. Necesitado de actividad labo- ral menos sujeta a los vaivenes de la fortuna, tuvo que buscar otra cosa. Y no se protegió en la jurisprudencia, que era su formación, ni en la enseñanza, amparo de tantos lingüistas, ni siquiera en la vida bohemia y variada de los músicos, no, en nada de eso: hubo de trabajar du- rante algún tiempo en… un taller de ebanistería. Y como aquello tampoco podía ser la solución para un joven co- mo él, abandonó durante algún tiempo toda actividad remunerada y se concentró, como haría después María Moliner, en la preparación de unas oposiciones para funcionario en el ministerio de Estado, es decir, el cami- no que tanto ha asegurado la estabilidad de los españo- les durante el siglo XX. Lo demás, como tantas veces ocurre, fue una carrera guiada por el trabajo y las favo- rables influencias del azar. Interesado por las lenguas orientales, y estudioso por libre de las mismas, fue nombrado agregado cultural en la embajada de España en Tokio. Le interesaba el ja- ponés, pero también el fenómeno lingüístico. De regreso a Madrid cultivó los círculos intelectuales, escribió ensa- yos y artículos relacionados con la lengua y la literatura, ganó prestigio intelectual y, en su progresivo ascenso en puestos de la administración, fue nombrado delegado de
  • 34. RAFAEL DEL MORAL 30 España en la Sociedad de Naciones, con sede en Ginebra, y más tarde miembro de la Real Academia Española, y luego, en 1936, secretario perpetuo de la misma. Y aquí queríamos llegar. Desde tan privilegiado puesto, pre- sentó en numerosas ocasiones el proyecto de elaborar un Diccionario Ideológico de la lengua española. No cre- yeron en él. Los ancianos académicos se mostraron tan reacios a acometerlo como a incorporar algunas de las propuestas metodológicas del intelectual granadino a las técnicas lexicográficas tradicionales que regulaban la re- visión periódica del diccionario académico oficial. Ante la falta del entusiasmo de sus compañeros, Julio Casares emprendió por cuenta propia la redacción de su obra. Trabajó muchos años en ella, tal vez unos quince, y la publicó en 1942 con el ya clásico título de Diccionario ideológico de la lengua española. Aquella primera edición estaba plagada de errores, subsanados en las posteriores, hasta la definitiva, que quedó anclada en 1959. Casares había tenido la ocasión de conocer los grandes diccionarios ideológicos que enriquecían la lexi- cografía inglesa, francesa y alemana sembrada por Ro- get. Dividió su diccionario en tres partes. La tercera, la más extensa, no ofrece novedad alguna: es un mero lis- tado de palabras alfabéticas a las que se añade su signifi- cado. La primera, que él llama parte sinóptica, es una
  • 35. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 31 atractiva y graciosa clasificación de ideas en cuarenta páginas, pero exenta de utilidad. La central, la llamada parte analógica, recoge en unas 500 páginas su verdade- ra aportación al estudio del léxico. Pero, a diferencia de las obras europeas, Casares no se atrevió a abordar el revolucionario orden semántico o lógico, o de significa- dos, y, más conservador que sus colegas ingleses, se re- fugió en el alfabético. A pesar de todo, el lector puede partir de su propia competencia lingüística, es decir, de las ideas que ya se ha forjado acerca de una cosa, para llegar a todas las palabras que la designan o que tienen alguna relación de significado con ella. Este procedi- miento permite, entre otras innovaciones, localizar una palabra desconocida a partir de una idea aproximada del concepto general que se busca; hallar palabras similares a las que se investigan, pero más precisas y exactas que las originariamente concebidas; manejar toda la gama sinonímica de una idea o concepto y, en general, y tener acceso a todo el vocabulario que integra el campo semántico de una voz. Veamos, brevemente, la relación entre Casares y Roget. Mark Roget clasificó de manera lógica 980 concep- tos, es decir, listados de palabras o artículos, que él inicia con un lema o palabra clave y luego desarrolla. En su or-
  • 36. RAFAEL DEL MORAL 32 den evoca, palabra a palabra, un abanico de ideas, de sugerencias, de valoraciones. La palabra boda, por ejemplo, elevada a la categoría de concepto general de- ntro de la lengua, es la número 894 de sus entradas, pe- ro en su contenido aparecen, en grupitos, todas aquellas relacionadas: las que denominan a los enamorados, las que aluden a los tipos de bodas, las que designan los grados de parentesco, las que se refieren a las situacio- nes de la ceremonia, las expresiones… Y así hasta un to- tal de unas trescientas. El siguiente grupo, el 895 se lla- ma celibato, y el 896 divorcio. Casares, que se inspira en él, nos da algo parecido, pero en orden alfabético, y no cuenta con 980 conceptos en orden lógico, sino con 2.000. El inconveniente de al- fabetización es que necesariamente los significados están aislados. Pero al conjuro de la idea, a la llamada del concepto, Julio Casares ofrece en tropel las voces, seguidas de las sinonimias, analogías, antítesis y referen- cias. Nos regala un metódico inventario del inmenso caudal de palabras castizas que por desconocidas u olvi- dadas no nos prestan servicio alguno, otras cuya existen- cia se sabe o se presume, pero que dispersas, y agazapa- das en las columnas, nos resultan inaccesibles mientras no conozcamos de antemano su representación en la frase. Pero lo que destaca, lo que dignifica al diccionario
  • 37. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 33 de Casares es que ha reunido las palabras del español en torno a una de las 2.000 ideas que él concibe. Como tan- tos intelectuales del siglo XX que han dedicado su vida a la investigación, que han alejado su pensamiento del mundo para concentrarlo en la lingüística, Casares murió con casi noventa años de edad, probablemente pensan- do más en la vida de sus revoltosas palabras que en cualquier otra peregrina y triste imagen de la senectud. EL DICCIONARIO DE IDEAS AFINES DE FERNANDO CORRIPIO Fernando Corripio Pérez nació en Madrid en 1928. Es- tudió Filología inglesa, pero trabajó en la marina mer- cante… y luego como traductor de inglés. Parece un des- tino común el de la pluralidad de profesiones. Publicó un Diccionario de sinónimos y antónimos de la lengua espa- ñola que le sirvió de base para la redacción definitiva de su Diccionario de ideas afines a la edad de 67 años. Solo la longevidad parece premiar a quienes se dedican a las palabras. El libro contiene 400.000 palabras ordenadas, pero también repetidas hasta la saciedad por las exigen- cias de la presentación alfabética. Corría el año 1985 cuando apareció su compendio léxico basado, principalmente, en la relación hiperónimo o palabra de mayor valor significativo e hipónimo o pa-
  • 38. RAFAEL DEL MORAL 34 labra de significado contenido en el hiperónimo. Murió ocho años después sin actualizar su obra. Desde su mo- destia, sin que nadie lo recomendara especialmente, porque Fernando Corripio ni era académico ni profesor universitario, alcanzó una extraordinaria difusión y uso. Recientemente ha sido actualizado y resulta de un enorme atractivo como diccionario conceptual. Corripio ofrece torrentes de palabras agazapadas, seguidas, co- nectadas, palabras que despiertan un abanico de posibi- lidades. Como la ordenación del lema es alfabética, ne- cesita incorporar entradas sin más desarrollo que unos cuantos sinónimos, rindiendo así su trabajo al método de búsqueda conocido por el usuario. ¿Cómo acercarse con rapidez y eficacia a sus largos estudios? Ese es preci- samente el problema peor resuelto. Roget necesita tan- tas páginas para el índice como para el cuerpo. Ofrece así un estudio que necesita de la alfabetización para la búsqueda. La verdadera aportación de Corripio, en defi- nitiva, se concentra en sus 3.000 artículos básicos, que vienen a ser, incrustados en el revuelto alfabético, las necesidades de la organización de nuestro mundo de conceptos. Despojado de la broza, ordenado por mate- rias, el Corripio sería un excelente diccionario ideológico o conceptual.
  • 39. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 35 Y ahora vayamos a la anécdota. Como ustedes saben, o tal vez sepan, y con esto vamos a ver de qué manera un comportamiento social puede influir en la lengua; como ustedes saben, digo, hace un par de años España se convirtió en uno de los primeros países del mundo en admitir el matrimonio o unión entre homosexuales. La ley lo llama matrimonio, y no unión, ni pacto como en Francia, ni acuerdo ni contrato… Lo llama, en contra del significado de la palabra, matrimonio. La ley acepta, igualmente, la adopción de hijos. No es necesario recor- dar, porque todos lo sobemos, las condiciones y exigen- cias que imponen las leyes naturales. Si los hijos de fami- lias homosexuales tuvieran que obedecer a los principios de la ley española, tendrían que llamar a sus padres cónyuge A y cónyuge B, que es como lo define, porque la apelación tradicional ya no existe. Una pareja de esta nueva generación invitada por periodistas franceses dijo, explicando su convivencia, que le pedían a su hijo que los llamaran papá David, y papá Raúl. Pues bien, Fernan- do Corripio, no tuvo ocasión, como es tradicional en quienes se dedican a estos menesteres, de actualizar en esta línea su diccionario, ni siquiera de conocer la nueva situación legal y familiar de los españoles y españolas (utilizo en este doblete la moda políticamente correcta). Pero su libro cayó, no sé como, en manos de la poderosa Asociación de Gays y Lesbianas. Se podría llamar Asocia- ción de Homosexuales, pero la palabra homosexual se
  • 40. RAFAEL DEL MORAL 36 ha teñido de cierto molesto valor ofensivo del que difí- cilmente se recuperará. Recurrir al eufemismo anglicista, Gay, que comparte el significado de alegre, resulta un recurso prudente y lingüísticamente rentable. Pero a Fernando Corripio no se le ocurrió que un cambio social de tal embargadora iba a afectar a los españoles, así que en su entrada homosexual tuvo la imprudencia (quién se lo iba a decir a él) de introducir los siguientes términos: invertido, pervertido, vicioso, depravado, anormal, des- viado, corrompido, degenerado, afeminado… y otras más que silencio por respeto. Y todo eso para el hombre, los sinónimos para la mujer no tampoco tienen desperdicio: tortillera, bollera, pervertida, viciosa, invertida… Cuando vieron aquello en engrandecida Asociación, pidieron in- mediatamente sus miembros a los jueces el secuestro del libro. La policía intervino, fueron retirados los ejem- plares de las librerías y bibliotecas del país y… desapare- cieron todos. El mismo método utilizaba la santa inquisi- ción. La editorial Herder, asistida por un grupo de cola- boradores, ha sacado una nueva edición sin las palabras ofensivas para que nadie pueda ser conducido a error.
  • 41. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 37 EL DICCIONARIO COMBINATORIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA (REDES), Y EL DICCIONARIO PRÁCTICO COMBINATORIO DE A LENGUA ESPAÑOLA DE IGNACIO BOSQUE Y hablemos de una versión más de la búsqueda de pa- labras, la publicación, en doble libro, de la idea del lexicógrafo de nuestro recorrido, Ignacio Bosque. La per- sonalidad de este lingüista, abierto y dicharachero, algo tímido e incondicionalmente generoso con su interlocu- tor, es radicalmente distinta. Su talante es otro. Nacido en 1945, estudiante de la Universidad Autónoma de Ma- drid y profesor de la Universidad Complutense, es ac- tualmente Secretario General de la Real Academia Espa- ñola, el mismo cargo que tuvo Casares y Seco, sus lexicógrafos anteriores. Desde tan privilegiado puesto ha renunciado, a diferencia de sus antecesores, a una labor individual y ha elegido el trabajo en equipo dirigido por él mismo. Ya en sus clases de la universidad hablaba so- bre las palabras y sus combinaciones (tomate combina con maduro, verde…, pero no con discreto, ni con inteli- gente…). Y en cuanto tenía ocasión, se acercaba a la pi- zarra y ponía todos los ejemplos que habían merodeado por su mente en la noche anterior. Así que en cuanto alcanzó puestos de privilegio, hábil en la búsqueda de subvenciones oficiales que pudieran colaborar para la redacción de su vieja idea, buscó una editorial y una edi- tora que creyera en su proyecto, Concha Maldonado,
  • 42. RAFAEL DEL MORAL 38 antigua alumna suya de la Universidad Complutense, se rodeó de dieciséis colaboradores financiados por los proyectos de investigación universitaria y otros ocho puestos a su disposición por la editorial S.M. Estuvieron trabajando ocho horas diarias, según testimonio directo, durante tres años, las veinticuatro personas, y fruto de aquella labor fue el Diccionario Combinatorio de la Len- gua Española, difundido con el nombre de REDES. Una labor llevada a cabo a través de un corpus de texto mo- derno minuciosamente trabajado. El resultado fue un denso y riguroso volumen. Pero Ignacio Bosque, incan- sable, constantemente incentivado, quería algo más, y dos años después, ayudado por un equipo semejante, sacó, en la misma editorial, un volumen tres veces infe- rior a Redes en extensión y cuatro veces más rico en combinaciones. Práctico, como a él le gusta que lo lla- men, tiene 14.000 entradas y unas 400.000 combinacio- nes, según él mismo me explicó. Muchas de ellas dedu- cidas por la lógica, pero razonables. Miremos un lema, diplomático, en su valor sustantivo. Encontraremos en el articulo tantos apartados como po- sibilidades combinatorias con categorías de palabras, en este caso tres:
  • 43. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 39 con adjetivos: de carrera · joven, novel · veterano · ex- perimentado, experto con sustantivos: oposición (a), carrera (de), gremio (de) con verbos: mediar, intervenir, representar, negociar, acordar El resultado es, a mi parecer, enormemente atractivo e interesante… Conocemos las combinaciones, pero cuando los vemos en su entrada correspondiente nos sentimos agradecidos por el descubrimiento. El primero, REDES, supera al segundo en rigor, citas, en apoyos cul- tos, en trabajo científico, y en numero de páginas; el se- gundo, PRÁCTICO, supera al primero en combinaciones, en síntesis, en eficacia y en rápida información. Ninguno de los dos supera una barrera psicológica, la del conser- vadurismo del usuario español. A diferencia de germa- nos y eslavos, el usuario hispano, educado en los princi- pios clásicos del diccionario, rechaza las novedades, no parece interesarle esa información desmenuzada. Retengan ustedes el nombre de este lingüista, Ignacio Bosque. Probablemente lo conocen. Hizo, también ro- deado de colaboradores, en este caso ochenta y dos lin- güistas de razonable prestigio, esa enorme Gramática descriptiva de la Lengua Española, en tres volúmenes, publicada en 1997 por Espasa, y es el responsable, desde
  • 44. RAFAEL DEL MORAL 40 su puesto de Secretario, de la nueva gramática, que podríamos llamar panhispánica, a punto de aparecer y que llevará el sello de todas las Academias de la lengua española del mundo. Una verdadera revolución en la lin- güística.
  • 45. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 41 3. DICCIONARIOS de AUTORIDADES Tres diccionarios para este último apartado, el clásico de la Real Academia, el de Manuel Seco y el Pan- hispánico de dudas. EL DICCIONARIO DE AUTORIDADES DE LA REAL ACADEMIA La Real Academia Española publicó su Diccionario de Autoridades en cinco volúmenes entre los años 1726 y 1739. Más de un siglo antes, en 1612, una sociedad literaria fundada en Florencia y llamada de la Crusca, precursora en los estudios lexicográficos modernos, hab- ía publicado el Vocabulario degli Accademici della Crus- ca, basado en la lengua literaria empleada por los prin- cipales escritores italianos del siglo XIV: Dante, Petrarca, Boccaccio… y durante mucho tiempo fue tenido como código de la lengua y sirvió como modelo para los gran- des vocabularios europeos de los siglos XVII y XVIII. Para la lengua inglesa, 1604 es el año de referencia. Su primer diccionario monolingüe, A Table Alphabeticall, de Robert Cawdrey. Y para la lengua francesa, la Academia Gala impulsó la publicación del Dictionnaire de la langue fran- çaise, en 1694.
  • 46. RAFAEL DEL MORAL 42 Pues bien, el Diccionario de Autoridades se alzó para el castellano como la principal obra de referencia lexicográfica. Los términos que allí aparecieron estaban autorizados con referencias, y al menos tres ejemplos del uso que de ellos habían hecho las principales autori- dades literarias españolas. Incluía todas las palabras de uso común así como algunos términos científicos, y prescindía de las etimologías que se consideraban incier- tas. La Academia llevó a cabo mediante esta obra un gran esfuerzo para fijar el idioma común, depuraba los usos torcidos o desviados, y especialmente los galicis- mos que se habían introducido en años anteriores. EL DICCIONARIO DEL ESPAÑOL ACTUAL DE MANUEL SECO Manuel Seco Reymundo, nació en Madrid en 1928 en el seno de una familia acomodada y de arraigada tra- dición lingüística. Su padre, Rafael Seco, es autor de una interesante gramática. El profesor seco es doctor en Filo- logía Románica y redactor-jefe del seminario de Lexico- grafía de la Real Academia Española, pero su labor insti- tucional se pierde en el anonimato, mientras ha sido co- nocido durante muchos años por su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, hasta la publicación,
  • 47. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 43 en 1999, a la edad de 71 años, uno menos que Covarru- bias, de su Diccionario del Español Actual. La ingente obra tiene 4.600 páginas, 75.000 entra- das o lemas y 141.000 acepciones. Su valor, sin embargo, no está ahí, sino en haber conseguido llegar a ser, según todos los indicios, un Diccionario de Autoridades moder- no. Contiene, si nos fiamos de la propaganda editorial, 200.000 citas del uso vivo del español de nuestro tiem- po, de testimonios auténticos del uso escrito de la len- gua española para los que han servido más de 1.600 li- bros e impresos de todo género y miles de números de publicaciones periódicas. Seco va a cumplir ochenta años y, por utilizar una expresión castiza, está como un chaval. Dirige el ámbito lexicográfico de la editorial Espasa, que es la que publica la acción de la Real Academia, prepara una cuidadísima edición de su Diccionario de dudas, le gusta hablar de lingüística y, con gran elegancia, cuenta impasible los momentos difíciles vividos en su carrera, ufano y recelo- so, abierto y exigente, distante y autoritario me contó, no hace mucho, y no sé si creérmelo, que ha dedicado cerca de 30 años a su diccionario, y que ha trabajado to- dos los días. Tendríamos que añadir, para ser completos, que la autoría viene compartida con Olimpia Andrés y Gabino Ramos.
  • 48. RAFAEL DEL MORAL 44 El diccionario de Seco viene a ocupar en para el español un hueco importante, un quehacer pendiente. Nuestra lengua hermana, el francés, dispone, desde 1873, de un extensísimo diccionario de autoridades, en cinco volúmenes redactado por un verdadero entusiasta del trabajo minucioso, Emile Littré, y llamado sencilla- mente Dictionnaire de la langue française. La cantidad de citas que introduce en cada una de las entradas es inmensa y cuando el lector revisa, lee y relee tantas citas estéticas, literarias, meritorias, excelsas y no sé que más decir, se apropia del universo de la palabra de manera tan inesperada como placentera. Creo que este nivel de concepción y estilo solo es comparable con el Oxford En- glish Dictionary, algo posterior al Littré, pero de la mis- ma época, publicado en 1895 y uno de los mejores dic- cionarios que existen de una lengua occidental, con cer- ca de dos millones y medio de citas de de escritores en lengua inglesa de todos los tiempos. Frente a estas dos monumentales obras, sin em- bargo, la consulta del Seco satisface. Las definiciones son ajustadas y breves y las citas adecuadas al mundo de hoy, modernas… Abruma, sin embargo, el rigor… Se hace necesaria una especial concentración para entrar en su universo.
  • 49. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 45 EL DICCIONARIO PANHISPÁNICO DE DUDAS En el año 2004 apareció el diccionario panhispáni- co de dudas. Ahora no se trata de la Real Academia Es- pañola de la Lengua, sino de todas las academias de la lengua del mundo. Unos años antes, en 1998, había apa- recido la ortografía consensuada, acordada por todos, preparada para que el uso ortográfico del español sea universalmente el mismo. Un logro al que no ha llegado ninguna de las cuatro lenguas mayores de la humanidad, y tampoco lenguas de tanto prestigio como el francés… Se discutió el adjetivo panhispánico, es decir, todo los hispánico o relacionado con todos los pueblos que hablan la lengua española. Con independencia del efecto del nombre, el volumen tiene la habilidad de llegar a rin- cones léxicos insospechados y dar soluciones a términos de los que el hablante puede dudar. Esta obra, desarrollada con una prudencia, tiene la habilidad de incluir un amplio índice de autores contem- poráneos en los que el lexicógrafo se apoya para soste- ner e l uso de la palabra. Evita así términos locales y vul- garismos cuyo uso y persistencia en la lengua no están garantizados.
  • 50. RAFAEL DEL MORAL 46 FINAL El Covarrubias, el Tesoro del viejo clérigo Sebas- tián, abría el camino. El DRAE, tan criticado como usado, el Moliner que campea por la impronta de su personali- dad. El Casares, que se inspira en el Roget, el Corripio que no había previsto los cambios sociales; Redes y Práctico, por fin un buen trabajo que abre el horizonte de los estudios léxicos. El de Autoridades, tan venerado por la lexicología, el Seco, que es la versión española del Oxford y el Littré, el panhispánico, que revoluciona los acuerdos… La lengua española está aparentemente bien ser- vida… Creo sin embargo que le falta un gran diccionario conceptual, una clasificación léxica que esté dispuesta en una ordenación lógica, por significados colindantes, que huya del extravagante sentido del orden alfabético, que aparezca clasificada en tantos campos y subcampos co- mo fueren necesarios para dar cabida a compartimentos o celdas capaces de albergar a los términos de las últi- mas décadas. Que en estas colecciones de palabras vivan unas vecinas con otras, yazcan pegadas y seguidas en ordenamientos y tipificaciones que, como en las prietas
  • 51. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 47 hojas de un árbol, se desplacen ordenadas desde el tron- co hacia las más distantes y recónditas ramas. Que una palabra o sintagma o expresión domine desde su signifi- cado más amplio o hiperónimo al grupo de palabras o hipónimos que contiene. Que cada uno de esos campos distinga con independencia y precisión sustantivos de adjetivos, y adjetivos de verbos, y verbos de adverbios, y conceda un apartado especial a los campos semánticos cerrados. Que cada voz ocupe un lugar, un espacio defi- nido por las palabras que aparecen a su lado, por algu- nas breves explicaciones que encabecen el listado, y por otras que encabecen el listado del listado en su viaje desde el tronco hacia las ramitas, de tal manera que ca- da término reciba su valor por el lugar que ocupa en el gigantesco desarrollo. Que cada uno de los receptáculos permita invitar en sus dependencias a las palabras y ex- presiones nuevas o recién nacidas, a las resucitadas o a las que, desde otras lenguas, sean bien recibidas y enca- jadas. Desde el modesto puesto de estudiosos y artífices de nuestra lengua, digámoslo con templanza y sosiego, consideramos necesario y urgente que nuestro patrimo- nio léxico quede fotografiado en un diccionario concep- tual de campos semánticos, en uno de esos manuales que ya sirvieron para el griego, para el chino y para el sánscrito, y que actualmente prestan un envidiable ser-
  • 52. RAFAEL DEL MORAL 48 vicio como fiel instrumento de ayuda léxica a lenguas como el ruso, el francés o el inglés. Y que ese estudio, generoso y hospitalario para la actualización, perdure en largas y pacíficas décadas como elemento común tanto para los usuarios de lengua materna como para quienes han de usarlo como lengua secundaria o adquirida du- rante una larga y pacífica vida a través de los años. En palabras del profesor Becerra Hidalgo: “Este tipo de dic- cionario puede ser útil, aparte de su justificación científi- ca, para conocer mejor nuestra lengua, para mejorar las técnicas de la comunicación, para aprender mejor el es- pañol como segunda lengua y para enriquecer el propio vocabulario.” Espero que ese Altas Léxico de la lengua española sea capaz de convencer a esas dos ilustres y simpáticas profesoras de esta universidad, del inmenso caudal léxi- co y fraseológico de la lengua española, probablemente tan grande, estoy seguro, como el de la lengua rusa. Es- pero que una vez comprobada esa realidad inequívoca se estreche aún más la amistad entre nuestros pueblos. Muchas gracias
  • 53. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 49 Bibliografía BOSQUE, I., Diccionario Combinatorio de la lengua espa- ñola, Redes, Madrid, S.M., 2004 BOSQUE, I., Diccionario Práctico Combinatorio de la len- gua española, Madrid, S.M, 2006 CASARES, J., Diccionario ideológico de la Lengua Española, Barcelona, Gustavo Gili, 1959 CORRIPIO, F., Diccionario de ideas afines, Barcelona: Her- der, 1985 LITTRE, E., Dictionnaire de la langue française. Paris, Li- brairie Hachette, 1882 MORAL, R. DEL, Diccionario temático del español, Madrid, Verbum, 1999 MOLINER, M., Diccionario de uso de la lengua española, Madrid, Gredos, 1966-67 PECHOIN, D. (coord.), Thesaurus. Des idées aux mots, des mots aux idées. París, Larousse, 1991 PORTO DAPENA, J. A., Manual de técnica lexicográfica, Ma- drid, Arco libros, 2002 RAE, Diccionario de la lengua española, Madrid, Espasa, 2003
  • 54. RAFAEL DEL MORAL 50 RAE, Diccionario Panhispánico de Dudas, Madrid, Santi- llana, 2005 ROGET, P.M., Roget’s Thesaurus of english Word and Phrases, Londres, 1852 SECO, M., ANDRÉS, O., RAMOS, G.., Diccionario del español actual, Madrid, Aguilar, 1999 MCARTHUR, T., Longman Lexicon of Contemporary Eng- lish, Londres, Longman, 1981 VV.AA., Diccionario Clave de la Lengua Española, Madrid, SM, 2004
  • 55. REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD EN LA ENSEÑANZA 51 REPERTORIOS LÉXICOS Y SU UTILIDAD PARA EL APRENDIZAJE DE LA LENGUA ESPAÑOLA Rafael del Moral (MGIMO, Moscú, octubre de 2007) (Guía para la orientación) - Los orígenes: Antonio de Nebrija (1495) y Sebastián de Covarrubias (1611) DICCIONARIOS de SIGNIFICADOS (SEMASIOLÓGICOS)  Diccionario de la Real Academia Española (2003)  Diccionario de Uso de la Lengua Española de María Moliner (1966-67)  Diccionario de Uso del Español Actual. Clave. Dirigido por Concha Maldonado (1997 y 2006) DICCIONARIOS de BÚSQUEDA y AMPLIACIÓN DE PALABRAS
  • 56. RAFAEL DEL MORAL 52 (ONOMASIOLÓGICOS)  Diccionario Ideológico de Julio Casares (1959)  Diccionario de Ideas Afines de Fernando Corripio (1985)  Diccionario Combinatorio de la Lengua Española (Re- des), y el Diccionario Práctico Combinatorio de a Lengua Española dirigido por Ignacio Bosque (2004 y 2006) DICCIONARIOS de APOYO EN EL USO DE LA PALABRA (AUTORIDADES)  Diccionario de Autoridades de la Real Academia (1726-1739)  Diccionario del Español Actual de Manuel Seco (1999)  Diccionario Panhispánico de Dudas (2005) Final y conclusiones: La necesidad de un gran dicciona- rio lógico o conceptual.