Este documento discute la inclusión de los libros deuterocanónicos en la Biblia. Explica que estos libros no se encuentran en la Biblia hebrea original ni son aceptados por los protestantes. Detalla el proceso histórico por el cual la Iglesia cristiana llegó a incluir estos libros en su canon bíblico a pesar de haber sido excluidos por los judíos en el siglo I d.C. Concluye que la existencia de una Iglesia autorizada fue necesaria para determinar definitivamente cuáles libros constituían
BIBLIA CATOLICA, ANTIGUO TESTAMENTO, LOS LIBROS DEUTEROCANONICOS, PARTE 41 DE 47
1. ESTER 1 O
fabularon Dara borrar el nombre de los iudí-
bs; ' mi oueblo son ios hiios de Israe( que
ctámaroá a Dios u fueron [i.brados. EI Sehor
ha saloado a su bueblo, el Señor nos ha ti-
brado de todas ejsas desqracias, realizando
grandes milagros g graldes prodigios, co-
mo nunca aítes lóshabia hécho éntre los
Daaanos. '0 Es euídente que Dios sorteó dos
'd.eétinos, uno para el pueblo de Dios y otro
para tod.as /as'naciones pag?nas. " !a"ora;'el momento A et dia det iuício son dos destí-
nos que está"n presenteí ante Dios u presen-
tes eh med.io d'e las naciones- '2 Dios se acor-
dó de su pueblo g les hízo ius ticía a /os
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sy.gos. '' Pol eso, de generación en genera-
cign g po.r síempre,,el pueblo de Israél puri-
rá esos dos días, el catorSe g
. el quin . áit
mes de Adar, en asambleas-jubilosas g;;
es parcimi.ento ante Dios,
EI año cuarto del reínado de Tolomeo ,,
de Cleopatra, Dositeo se presentó .o.no .r1
ce.rdote g Leuita j.unto con su h ijo Tolorr.i,
lbo^en.trega de la presente caria relat¿rái
los Purim. Sos tuuo que era auténtica H ouo
habia sido traducída por Lisímaco, hi;da)
Tolomeo, un hombre-de la comun¡aáa ái
Jerusalén.
Los L ibros Deuterocanón icos
Los libros que vienen a continuación: Tobías, Judit, Baruc, la Sabiduría de
Salomón, la SabidurÍa de Ben Sirac no se encuentran en Ia Biblia hebrea. Ni
tampoco forman parte de las Biblias destinadas a los protestantes. Lo mismo
ocurrió con los libros de los Macabeos. Este hecho nos pone frente a un gravísi-
mo problema: si no hay acuerdo respecto a algunos libros, ¿con qué criterios se
aceptaron los otros? ¿No debiera uno ir más lejos y declarar que para ningún
libro hay certez sino sólo una opinión común?
Este es el momento para repetir que Ia Biblia no existió siempre. Por muchbs
siglos la Palabra de Dios fue únicamente lo que entregaban óralmente los sacerdo-
tes y profetas. La idea misma de una Biblia, colección de Escritos sagrados, sólo
se fue gestando poco a poco, después del regreso del destierro, y sobre todo con
Esdras. La Biblia nació tanto de los profetas como de Ia comunidad creyente, judía
primero, y cristiana después. En la época de Jesús todos consideraban a los libros
ile Moisés como Escritura. Los saduceos ponían a los profetas en un segundo
plano, mientras que todas las demás corrientes religiosas, entre ellos, los fariseos,
los tenían por inspirados. Pero con el tiempo, otros libros reunidos bajo el nombre
de Escritos o Libros Sapiericiales, vinieron a. agregalse sin ninguna norma a los
primeros, sin que se supiera qué grado de autoridad había que otorgarles.
Una parte de estos libros estaba escrita no en hebreo sino en griego, porque la
mayoría de los judíos vivía en países de lengua griega. Esos libros vinieron pues
a agregarse a la traducción griega de la Biblia, antes de que circularan en Pales-
tina donde muchos entendían esa lengua. De aquí se desprende que había más
libros en la Biblia griega que se usaba en el extranjero e incluso en las sinagogas
de Palestina.
Fue sólo después de Ia destrucción de su nación por los Romanos cuando los
fariseos convocaron a un concilio en Jamnia para.reorganizar la comunidad
judía (año 95 de nuestra era). Fijaron Ia lista de las Escrituras inspiradas, exclu-
yendo sistemáticamente a todos los libros escritos en griego, porque Dios sólo
podía haber hablado en la lengua del pueblo judío.
- Pero Ia Iglesia ya tenía su práctica. Los apóstoles habían usado la Biblia grie-
ga sin hacer distinción entre sus diversos libros; las discusiones §e centraban
ñás bien en los escritos apostólicós, para saber cuáles debían ser incluidos en el
Nuevo Testamento. En el 384, un deireto del papa Dámaso estableció definiti-
vamente el canon de la Biblia cristiana, aceptado ya generalmente; éste retenía
algunos libros de Ia Biblia griega rechazados por lo§ judíos en Jamnia, los que
fueron llamados Deuterocanónicos, es decir, los libros de la segunda colección.
Doce siglos más tarde, cuando se separaron los protestantes;, ¡s pusieron en
discusión el <<canon>r, es decir, la elección de los libros del Nuevo Testa¡nento,
pero se dividieron con respecto a los deuterocanónicos; por último, pensaron que
era más seguro excluirlos y los llamaron «apócrifos>>, es decir, no auténticos.
Desde el momento en que se reconoce en el Antiguo Testamento una lenta
pedagogía de Dios, se.ve la importancia de estos libros, producto de los tres últi-
mos siglos antes de Jesús, y que conforman el lazo de unión entre los libros
hebreos y los del Nuevo Testamento escritos en griego. Ellos dan testimonio de
los comienzos de Ia fe en la resurrección de los muertos; ¡l expresan las primeras
intuiciones que preparan la revelación del Verbo y det esfifritü.
Las discusiones sobre los libros Deuterocanónicos nos recuerdan una véz más
que si no hubiera una Iglesia para decidir con absoluta seguridad cuáles son los
libros inspirados, nadie podría decir lo que es Palabra de Dios. Para que haya
una Biblia cristiana es necesario primero que exist4 una Iglesia heredera de los
apóstoles.