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DIXIT!
Democracia, capitalismo
y anarcocapitalismo
ÍNDICE QUE IBA A SER
Los veinticuatro puntos de un
propósito
1.- La gestación de la cosa y el parto: De lo
propio nació la propiedad.
2.- De lo que se perdió entre la tribu y la nación.
3.- Individuo atómico y familia molecular.
4.- Amortizaciones de tierras. Propiedades
perennes. Mayorazgos.
5.- Hubo un diezmo y ya fue mucho.
6.- Ora et labora. Los gremios: ¿sindicatos, o
franquicias de propiedad colectiva y ámbito
local? La competencia también se mide en
kilómetros.
7.- ¡Fueros!
8.- Allá van leyes do quieren reyes.
Concentración de tribunales y ejércitos.
9.- De lo feudal a lo absoluto. Reyes sol.
10.- Del liberalismo, o cómo modernizar la
maquinaria de lo absoluto.
11.- Kapitalismus!
12.- Amortizaciones y desamortizaciones. Adiós
a las instituciones perennes. Ni más familia ni
más Iglesia. El abocamiento hacia el Estado.
13.- Derechos, constitucionalismos y los
artificios contables en la ley.
14.- El espacio público, donde la anarquía
gobierna en la no ley.
15.- Grupos de interés. Los conectores del
Estado.
16.- Banca central y planificación de la
economía. Hubo una banca libre y hubo el oro
como moneda.
17.- Carnaval de malhechores hechos
institución. Todo para la banca. Interviniendo en
el futuro (o en el tipo de interés).
18.- Los esclavos de ahora. Regulaciones,
impuestos y silencios.
19.- Jerarquía, anarquía... O jerarquía voluntaria
en el ámbito de la propiedad. Cada cual
gobierna en lo suyo. O te gusta o te vas.
20.- Mundialismo. Lo absoluto sin fronteras.
Inmigración, free-riders y capital social.
21.- Del gobierno mayoritario al gobierno
unánime. O el camino que va de la democracia
al anarquismo de propiedad privada.
ÍNDICE QUE ES
Unidades políticas y fronteras 7
Comunidad, nación, estado, imperio 9
Comercio, aduanas y una guerra sucedida en
Troya 11
Bizancio y la contratación del mejor ejército del
mundo 14
Pearl Harbour, lucro cesante y guerra
19
Corto plazo, largo plazo y Dios 22
Los gremios 26
¿Obsolescencia familiar? 28
El arte democrático 29
Convertirse a la democracia
a través de la guerra 33
Las formas de la democracia 35
Algaradas y asambleas 39
Votar o comprar 41
El ojo de la democracia 43
Individualismo y colectivismo 46
La unión intrínseca
del individuo y el colectivo 49
Inmigración y anarquía 52
Defensa y anarquía 54
La defensa
en una sociedad anarcocapitalista 55
Kapitalismus! 57
La anulación de la propiedad privada 59
Comunidades libres 61
Unidades políticas y fronteras
Utilizando la teoría de conjuntos y la geometría euclidiana, definir la
frontera y los recursos de una nación como la relación entre el
perímetro de la esfera y su área. Y así:
Partiendo de una esfera, y considerando a la misma como la
frontera de una unidad política a defender, y estimando que el área
de la misma es el tamaño geográfico o económico de ella, y
estimando a su vez que este tamaño económico o estos recursos
abastecen el coste de la defensa, intentar demostrar e incluso
demostrar que la relación entre frontera y recursos, entre el
perímetro de la esfera y su área, en su mínimo, hace
económicamente eficientes las unidades políticas pequeñas;
estables, sostenibles y defendibles en sus fronteras;
Y que una unidad política es fraccionable en varios conjuntos o
grupos de interés, que la democracia es fuerza divisoria en este
sentido (con los vectores mayores izquierda-derecha, con los
vectores menores grupos de interés o con los vectores actuales
hombres-mujeres, nacionales-inmigrantes, blancos-negros) y que
esta fractura social sostenida, pero no totalmente agrietada,
contribuye, por un lado, a que, debida y mediáticamente controlada
y hasta manejada por ciertos grupos/partidos/colectivos/grupos
alcancen el poder político y, por tanto, legislativo de la unidad y, por
otro lado, sea fuente continua de inestabilidad y de ineficiencia
económica y, finalmente, de conflicto social o bélico que culmine en
la ruptura o desintegración de la unidad política original.
Comunidad, nación, estado, imperio
Una primera etapa de la evolución histórica: de la
familia/clan/tribu/comunidad a la nación; siendo la nación una
comunidad extensa y relativamente homogénea de lengua, usos y
costumbres comunes.
Una etapa siguiente: de la nación al estado, como forma de
gobernar/someter a una comunidad extensa. La forma, a su vez,
concretándose y concretada en monarquía/tiranía,
oligarquía/aristocracia o también en democracia; diversas formas en
que una, alguna o todas las personas gobiernan el todo, el estado,
la comunidad o la nación extensa constituida en estado.
Y después: del estado al imperio; los estados tienden a la expansión
territorial como forma de aumentar su riqueza a través de la guerra
más que a través del comercio. Del conflicto entre estados surge el
vencedor, o imperio. El imperio como integración o colonización de
diversas naciones o comunidades heterogéneas. Imperios
territoriales o de integración (Roma, Monarquía Hispánica) e
imperios coloniales (Cartago, en sus primeras fases; imperio
británico, en sus primeras fases; USA en diversas fases). En los
imperios coloniales la guerra es puntual, para asegurar el
asentamiento; prima lo comercial; pero continúa la guerra como
base o último resorte que asegure la pertenencia de la colonia a la
metrópoli.
¿Es este esquema determinista? Y si lo es, ¿cuál o cuáles han sido
los motivos o cambios económicos y tecnológicos que lo han hecho
posible? ¿Cuál es la siguiente fase, o estadio, dentro de este
esquema supuestamente determinista? ¿El gobierno de cada cual
sobre lo suyo (anarcocapitalismo)? ¿De la propiedad,
voluntariamente se transita hasta la comunidad (pues somos seres
hipersociales)?
La búsqueda de beneficio como extensión del instinto de
supervivencia. El beneficio obtenido a través de la guerra o a través
del comercio; como fruto del robo o del intercambio.
¿Son los imperios más estables o duraderos que las comunidades
homogéneas? ¿Son más inestables económica o militarmente, o
militarmente y luego económicamente?
La Grecia de las ciudades-estado existió durante más tiempo,
medido en siglos, que la Grecia imperial y hegemónica/macedónica
de Alejandro Magno, que apenas duro trece años.
Los reinos hispánicos duraron siete siglos y medio; el imperio
español con la monarquía unificada, duró tres siglos, siendo los dos
primeros de ellos, hasta los decretos de Nueva Planta, el conjunto
de antiguos reinos no unificados todavía desde el punto de vista
legislativo. El Al-Andalus de los Omeyas, como reino musulmán
unificado en la península ibérica no duró más que los reinos de
taifas.
Comercio, aduanas y una guerra sucedida
en Troya
Hace treintaidós siglos, aproximadamente, en el año 1.200 a. C., se
produjo un conflicto bélico en el Mediterráneo oriental. En la
desembocadura del mar Negro, para ser más exactos. (Si es que los
mares desembocan.) En los Dardanelos, en el mar de Mármara, en
todo eso. Donde un mar se convierte en otro. Y donde un mundo
pasó a convertirse en otro.
En las crónicas de los hititas, en las tablillas de reyes y
acontecimientos que solían escribir, se habla de aquella ciudad,
identificada como Troya. Sus ruinas han sido descubiertas treintaiún
siglos después. La causa de la guerra, también.
Más allá de los celos de Menelao por el rapto de su esposa Helena
y la consiguiente unión de los pueblos aqueos (o griegos,
aproximadamente) para acudir al rescate de la incauta, pues no se
sabe si voluntariamente se fue o fue raptada, más allá de las
alianzas conseguidas por su hermano Agamenón para salvar el
honor familiar, ultrajado por un temerario troyano, de nombre Paris,
y una griega casquivana, más allá del héroe Aquiles que acudió con
sus mirmidones, de Idomeneo, venido de la isla de Creta, del astuto
Ulises, acudiendo desde la remota y diminuta Ítaca, más allá de
todos los reunidos para cumplir con las heroicidades que les
estaban destinadas, había también unas razones económicas que
justificaban el desencadenamiento de una guerra que duró diez
años. Era un problema de aduanas y cruce de fronteras.
El comercio entre la Hélade y la Cólquide, entre la antigua Grecia y
la antigua Georgia, digamos, el paso de todo ese comercio por el
mar Negro, en general, estaba controlado por la poderosa ciudad de
Troya. Se cobraba un impuesto a toda embarcación comercial que
por allí pasara. Y aunque no sabemos el porcentaje del impuesto o
la cantidad en dinero o especie que había que resarcir a los
aduaneros, sabemos, en cambio, o queremos suponer, que ésta no
sería pequeña, pues hubo una guerra por su causa. Los aqueos (los
griegos, aproximadamente) se negaban a pagar por los derechos de
paso. Los troyanos, posiblemente, argumentarían que se trataba de
su territorio más o menos, pues el mar de Mármara estaba a tiro de
piedra y la ciudad de Troya había sido edificada en su misma o
cercana ribera. Troya, es de suponer, había habilitado instalaciones
portuarias y acarreado con una serie de trabajos para facilitar ese
tránsito comercial. Y se trataba de su territorio. Argumentaban un
derecho de propiedad. Los aqueos, o griegos, argumentaban
igualmente un derecho de propiedad de sus mercancías, de la
integridad de las mismas, de su derecho a no deshacerse de una
parte de ellas para pagar los derechos de paso. Pero Troya, a mi
juicio, tenía razón.
Pues si la libertad de comercio trae ciertamente ventajas para las
dos partes que comercian y para los que se sitúan a su alrededor
(proveedores, empleados, etc.), la libertad de comercio que se
impone no es ya libertad. Las barreras comerciales echadas abajo
con cañonazos, catapultas, picas o espadas de bronce, todo eso no
es libertad de comercio. Y más si el que fija el derecho de paso
actúa sobre su territorio y no impide que el comercio se derive a otro
territorio, como dando un rodeo, digamos. Se mantiene una
competencia de territorios, de rutas comerciales. Si el derecho de
paso es demasiado alto, los mismos comerciantes ya mirarán de
buscar otros socios comerciales. Los griegos se volverán hacia Tiro,
por ejemplo; los habitantes de la Cólquide hacia los cimerios (los
habitantes de la antigua Crimea), pongamos por caso. Y si estos
tienen menor capacidad de compra que los griegos, ya diversificarán
sus productos y su comercio. Y si este comercio se debilita, ya
serán los propios troyanos los que ajusten a la baja el cobro de los
derechos de paso para revitalizar un comercio quizás debilitado (en
esa hipótesis), pero devastado en el caso de una conflagración
bélica, como ciertamente hubo.
Los griegos acudían como los adalides de la civilización y la libertad
de comercio, como los justos. Pero la ciudad de Troya, la de altas
murallas, defendía lo suyo propio, su territorio y su trozo de mar. Los
griegos forzaron una guerra que ganaron. Aquiles arrastró el
cadáver del troyano Héctor alrededor de las murallas de la ciudad,
ante los ojos de su padre. Homero, desde su ceguera, lo contó con
luminosidad y equidistancia, a pesar de ser griego. No eran más
brutos los troyanos que los griegos. No fueron más injustos.
Bizancio y la contratación del mejor ejército
del mundo
Roger de Flor, o Roger de Blum, fue un caballero de fortuna del siglo
XIII-XIV que quiso seguir los caminos de la mar. Nació en los
territorios del sur de la actual Italia, que en aquel entonces estaban
en poder de la corona de Aragón. La isla de Sicilia, por ejemplo,
estuvo en poder de la Corona de Aragón/España hasta el siglo XVIII
(cuatro siglos), más tiempo del que viene perteneciendo a la actual
Italia unificada (dos siglos). En Brindisi nació Roger de Flor, en el
tacón de la bota geográfica o militar que bien pronto se calzó. Entró
al servicio de un caballero templario, quedó huérfano de padre y
madre, y la milicia fue su vida y su familia desde pronto.
Tras el fracaso de la última cruzada, los cristianos de Tierra Santa
se encontraban en apuros ante la definitiva expansión musulmana.
Fueron solicitados los servicios de los caballeros templarios, entre
ellos, el de Roger de Flor. Allí acudieron los caballeros templarios,
que también tenían en Oriente Próximo tierras, haciendas y castillos.
Acudieron al rescate de los cristianos, los rescataron y los sacaron
del creciente avispero de oriente medio, pero no pudieron, sin
embargo, conservar ningún enclave ya en la zona. Tras la operación
militar, Roger de Flor fue acusado de desplumar en exceso a los
cristianos, de quedarse con una parte de sus dineros o riquezas
más allá de lo considerado razonable por el pago de sus servicios
de seguridad. Así que Roger de Flor fue expulsado de la Orden. Los
templarios, como cuerpo de ejército autónomo, fueron solicitados y
contratados, digamos, para cumplir un servicio. El servicio se
cumplió, el pago se hizo y para salvaguardar su buen nombre entre
los actuales y futuros clientes (entre ellos la Iglesia, a la que en
cierta forma o forma cierta estaba adscrito), la orden del Temple
expulsó a uno de sus miembros por haberse excedido en su labor, o
por haber cobrado un precio excesivo por la labor realizada.
Éste es un ejemplo histórico de contratación de los servicios de
defensa, no al Estado, sino a un cuerpo de ejército privado, o a un
ejército de mercenarios, si se prefiere, aunque eran mucho más que
eso, los templarios, pues había una argamasa religiosa que
mantenía al cuerpo unido, más allá de la presencia del interés
pecuniario. Un ejército de monjes/soldados contratados para realizar
campañas militares, o Cruzadas, en el Mediterráneo oriental de la
época.
Roger de Flor, con el correr del tiempo, entró a formar parte de otro
ejército de voluntarios que se iba quedando sin trabajo. Eran los
almogávares. Los almogávares fueron originalmente gentes de
frontera, en el bajo Pirineo, que fueron realizando la Reconquista,
tanto al servicio de la Corona de Castilla como al de la de Aragón.
La principal tarea de la Reconquista ya estaba hecha en el s. XIV,
así que muchos de ellos participaron al servicio de la corona de
Aragón en su expansión a lo largo del Mediterráneo, desde la
conquista de Mallorca a la de Sicilia y más allá. Pero tanto la
Reconquista de la península como la conquista mediterránea se
iban consolidando y los almogávares se iban quedando de nuevo
sin trabajo, hasta que sus servicios fueron solicitados por el
emperador de Bizancio, Andrónico II Paleólogo.
Bizancio estaba siendo una sombra de lo que fue. Confinada
prácticamente en la parte europea, conservaba apenas los territorios
de la actual Grecia, algo más allá en los Balcanes y apenas nada en
la península anatolia, que estaba siendo dominada de un extremo a
otro por los otomanos. Andrónico solicitó los servicios de los
almogávares para evitar que cayera su capital en poder del turco.
Allí acudieron unos cuantos y unos cuantos más se les fueron
uniendo por el camino. En total, unos ocho mil soldados de élite,
veteranos de cien guerras, con la promesa de salvar un imperio. Y
los mercenarios, de nuevo, cumplieron su contrato y compromiso.
Dieron la batalla y vencieron. Atravesaron Anatolia de un lado a otro
y guerrearon hasta los confines de Armenia. Lo que hiciera falta. Se
les encomendó derrotar al turco y lo derrotaron. Andrónico, en pago
de sus servicios, también cumplió. Nombró megaduque a Roger de
Flor, concediéndole feudos y territorios en la región de Anatolia, así
como la capitanía general de sus ejércitos.
Veamos de nuevo el ejemplo histórico: se contrata un cuerpo de
ejército para cumplir una misión de seguridad y defensa. Se cumple
el servicio y se realiza el pago. Un ejército profesional, de
voluntarios, el mejor ejército del mundo en esa época, es contratado
para realizar una labor que actualmente realizan en exclusiva los
Estados: la defensa (que en la mayor parte de los casos incluye, de
hecho, también la ofensa o agresión a otros estados).
Con el correr del tiempo, la suerte de Roger de Flor cambió. El hijo
de Andrónico, Miguel IX, recelaba de la supuesta ambición de Roger
de Flor y mandó asesinarle. El capitán y guía de los almogávares
cayó. Sus soldados quedaron descabezados en un territorio que se
había vuelto hostil.
Y aquí comienza lo que se conoce como la venganza catalana. Los
almogávares, rotos los contratos de defensa y seguridad,
incumplidas o deshechas las promesas de pago en forma de feudos
en Anatolia y asesinado su capitán, tomaron de nuevo las armas,
que era lo que mejor sabían hacer. La venganza catalana se volvió
contra Bizancio. El aliado se volvió enemigo. La población sufrió
también la ira de los almogávares, quienes, en posición de
inferioridad numérica, siendo apenas ocho mil, lograron sobrevivir al
ejército de Bizancio, que no logró hacerles sombra. Queda dicho
que Bizancio era una sombra de sí mismo. Los almogávares se
hicieron fuertes en una pequeña región del Peloponeso, esa región
que históricamente prosperó, entre otras razones, porque allí, entre
montañas abundantes e islas numerosas, era fácil organizar un
enclave y defenderlo. Que se lo pregunten a los minoicos, entre
otros, en su isla. Siglos después de la antigua Grecia, los
almogávares hicieron lo mismo. Fijaron una posición y la
defendieron durante un siglo. Constituyeron el ducado de Atenas y
Neopatria (la nueva patria). Nominalmente quedaban adscritos a la
Corona de Aragón, que en realidad quedaba muy lejos. Allí vivieron
y prosperaron durante un siglo, como se dice. En el otro confín del
Mediterráneo. Neopatria. Se dice que Roma no pagaba traidores.
Los almogávares pagaron con sangre la traición de Bizancio. La
traición y el incumplimiento del contrato.
Los almogávares en Bizancio demostraron que la contratación de un
ejército de voluntarios, privado, resultó más eficaz que la actuación
de un ejército estatal: el de Bizancio, que se mostraba incapaz de
defenderse del turco; y más eficaz que el ejército de los propios
anatolios, a quienes vencieron en inferioridad de condiciones. Los
almogávares en Bizancio demostraron, por otro lado, cuando se
incumplió el contrato con el asesinato de su capitán, que la justicia
privada, al igual que la defensa, también es más eficaz que la
justicia estatal. La venganza catalana dio buena cuenta de lo caro
que cuesta incumplir los contratos. Los almogávares cambiaron los
feudos de anatolia, arrebatados por Bizancio, por un pequeño
territorio en Grecia del que se apropiaron quizás a cambio de aquel:
el ducado de Atenas y Neopatria. En Atenas, por cierto, los
almogávares reabrieron la academia, que había sido cerrada en
tiempos de Justiniano.
Pearl Harbour, lucro cesante y guerra
Se dice que si no pasan las mercancías pasarán los ejércitos. Lo
dijo Frédéric Bastiat. Y es que no han sido pocas las ocasiones a lo
largo de la historia en que la cerrazón comercial de una frontera ha
provocado, entre comillas, la avalancha de un ejército sobre la
misma. Cuando Japón sufrió el embargo petrolífero por parte de los
USA hubo el ataque sobre Pearl Harbour; cuando la Alemania
nacionalsocialista sufrió un boicot comercial a sus productos hubo la
escalada proteccionista y luego bélica de la Segunda Guerra
mundial. No es infrecuente que muchas de las guerras actuales
vayan precedidas de embargos económicos. Estos afilan los dientes
del tigre que, quizás por hambre, acabe por desatar la guerra, dando
un casus belli o excusa para atacar a su vez a éste (al tigre). Es
decir, que el embargo o cerrazón comercial ha sido el detonante
último de la guerra.
La guerra es lo opuesto al comercio. Si el comercio es el
intercambio voluntario de bienes y servicios, la guerra es el
intercambio involuntario de los mismos, esto es, la toma o rapiña o
robo de los bienes del vecino que ha sido agredido. La guerra ha
sido un atajo para lograr lo que el comercio libremente proporciona,
con la salvedad de los bienes que la guerra ha destruido y que
habrán de ser subsanados o repuestos o rehechos en su totalidad.
Es el coste de la guerra. Para obtener mediante la guerra algo o
todo de otro país ha de destruirse parte de ese todo.
Cuando existe una situación de proteccionismo o limitación de
comercio entre dos países podemos decir que hay un lucro cesante
para ambas partes, o para los agentes económicos que en ambas
partes hubieran interactuado en caso de existir libertad de comercio.
Este lucro cesante es una menor ganancia que se produce en época
de paz y aranceles, o bien, en cierto modo, un incentivo para la
guerra. De aquí podemos inferir que una política de libertad
comercial formaría parte de una política de defensa. Un pequeño
país que busque evitar su desaparición a través de la guerra habrá
de plantearse un desarme arancelario como forma de asegurar sus
fronteras.
Corto plazo, largo plazo y Dios
En las últimas décadas, en Occidente, se ha vivido una pérdida en
el pulso religioso del hombre. Las compañías de seguros han
sustituido a la Providencia, los gobiernos a la Iglesia; la caridad ya
no empieza por uno mismo, sino que empieza por la caridad forzosa
del impuesto, el sustento del gobierno, que ha acabado con todos y
cada uno de los impulsos de ayudar al prójimo. Se debilitan los
lazos sociales o comunitarios (la cooperación voluntaria que impulsa
el comercio) cuando el gobierno es el encargado definitivo de hacer
las transferencias masivas de renta de unos individuos a otros, del
baluarte de la Seguridad Social y del confort material sobre la tierra.
Otra cosa es que este baluarte tenga los pies de barro y se asiente
sobre el asalto a los bolsillos de los hombres más productivos de la
sociedad.
Ahora se rinde culto al Estado, ente impersonal o transpersonal,
pues sucesivos e inacabables son los gobiernos que surgen del
pozo sin fondo de la democracia. El culto al Estado que empieza en
la escuela (el Estado nos educa), sigue en la vida profesional (el
Estado curandero nos ofrece sanidad y seguro de desempleo) y
acaba en la tercera edad con el pago de las pensiones que el
Estado nos ofrece, no importa que antes las hayamos pagado
doblemente a lo largo de toda la vida profesional. Todo el coste de
educación, sanidad y pensiones que sustenta y legitima buena parte
del aparato del Estado moderno es sustancialmente mayor al
ofrecido por empresas privadas por servicios equivalentes. Pero el
Estado nos da y el Estado nos quita. Al Estado rendimos culto y
tributo como un tótem que no admite cálculo de costes ni
matemáticas financieras. No hay voluntariedad en el pago de toda
esa maquinaria, sino sacrificios humanos de miles de horas de
trabajo depositadas a sus pies. El Estado nos educa y nos entierra,
es nuestro amanecer y el sol poniente, no hay vida más allá del
Estado. Debilitado está el pulso religioso en el hombre; hemos
cambiado de Dios.
La sobreexposición a la sobreabundancia de bienes hace, por otra
parte, que el estímulo por lo nuevo sea cada vez mayor. Es el
consumismo, que es como esa forma última y acabada ya de
capitalismo, pues el capitalismo vigoroso y primero es el del trabajo
y el ahorro, no el del dispendio de todo lo acumulado y más allá,
adentrándose en el vertiginoso mundo de la deuda. El Estado
controla a través de los bancos centrales la tasa de interés de la
economía, la sitúa irrisoriamente baja cuando le place,
distorsionando las señales de precios que emite el mercado,
cegando a los individuos con el paraíso artificial de la deuda, ahora
tan asequible a tan bajo precio. Los bienes de consumo se financian
ya con deuda, no hay tiempo para la espera ni para el ahorro. Son
préstamos sobre préstamos para un consumo sobre otro consumo.
El ahorro es un ser mitológico de otros tiempos. No pertenece a la
modernidad de los tipos de interés controlados por los bancos
centrales, controlados a su vez por el gobierno. Y si fuera necesario
para extinguir ya del todo ese animal en vías de extinción que es el
ahorro, el Estado coloca nuevos tributos sobre sus espaldas. Estás
ahorrando para que se lo adjudique el gobierno al final, incauto
individuo venido de una época extinguida. Ahora es la época del
consumo e incluso del consumo financiado con deuda, la época del
corto y del cortísimo plazo. Haremos nuevas deudas sobre las
deudas viejas para intentar no pagarlas nunca. El dinero quema en
las manos. De la visión de largo plazo del capitalismo primero (el del
trabajo y el ahorro) se ha pasado al plazo corto y al cortísimo. Del
largo plazo del capitalismo primero, que aún incluía la visión de Dios
(Dios es el plazo no ya largo, sino larguísimo, es decir, la eternidad)
se ha pasado al efímero plazo cortísimo del instante. El goce del
instante se apodera y suplanta, inconsciente y ansioso, al goce de la
eternidad.
Los gremios
Se dice que los gremios son una suerte de sindicatos a la antigua
usanza. Pero lo cierto es que eran mucho más que eso. En los
interiores de las ciudades fortificadas medievales surgieron los
talleres. Allí estaban trabajando los maestros, artesanos y
aprendices, siguiendo un mismo patrón... y bajo los auspicios de un
Santo Patrón. Los carpinteros tenían y tienen a San José, los
cerrajeros a San Quintín, los estudiantes a Santo Tomás de Aquino,
los tejedores a Santa Anastasia de Sirmio, los tintoreros a Santa
Lidia de Tiatira y hasta los sastres tenían, y quizás aún tengan, a
San Homobono. Bajo la intercesión de un Santo se trabaja mejor. Se
hace devoción de lo que es una obligación, el trabajo. Así los
carismas de los santos como objeto de devoción e imitación. Como
un ejemplo a seguir. Los maestros son, a su vez, un ejemplo a
seguir para los oficiales y los aprendices. Siguiendo su ejemplo
jerárquico se consigue el dominio del oficio y se asegura la calidad
del producto. Una enseñanza sobre lo práctico. Los maestros tienen
la obligación de enseñar a los aprendices; y los aprendices tienen la
obligación de asistir al taller y de obedecer al maestro. La disciplina
en las aulas está garantizada. El absentismo escolar supone la
expulsión de las aulas. De todas las aulas. Luego los estudiantes se
lo piensan antes presentar actitudes rebeldes, si no quieren acabar
en otro oficio bien distinto o incluso en otro burgo o ciudad bien
lejana.
Del Santo Patrono, o simplemente Patrón, el lenguaje y la historia
van produciendo sus derivaciones: la Patronal, como conjunto de
organizaciones patronales (como conjunto, a su vez, de patronos o
empresarios). Las localidades, finalmente, estaban bajo el auspicio,
digamos generalizado, de un patrón. Cada pueblo con su patrón y
sus fiestas patronales.
Los gremios eran organizaciones locales de carácter obligatorio. No
se podía ir por libre haciendo la competencia y haciendo Dios sabe
qué productos con qué calidades.
Los gremios eran la forma de organizar el cuerpo social. Partiendo
del trabajo y acabando en la tumba, pues los gremios, a través de
sus organizaciones de beneficencia, fundaban hospitales y se
encargaban igualmente de las exequias de sus miembros y de los
sufragios por sus almas. Los gremios cuidaban de las viudas y los
huérfanos que se quedaban en este mundo.
¿Obsolescencia familiar?
¿Ha dejado la familia de ser una unidad económica eficiente e
imprescindible? ¿Es por esto que el ostracismo social hacia las
familias desintegradas ha disminuido? ¿Porque ya no tiene sentido
que sea socialmente sancionable? ¿El ostracismo ha disminuido o
desaparecido simplemente por el aumento del número de familias
desintegradas y, siendo éstas amplia minoría o ya mayoría, no es
eficaz ni eficiente su sanción social? Si esto hace al coste, o a uno
de los costes de la desintegración familiar, en lo que hace a la
fuerza económica impulsora de la misma, ¿ha sido la
especialización o progresiva división del trabajo, causa y
consecuencia del desarrollo económico, la que ha dejado o está
dejando crecientemente obsoleta la institución familiar? ¿Es la
escuela, pública o no, la encargada de buena parte de la educación
de los niños, dejando con una tarea menos a las madres? ¿Son las
guarderías las que hacen lo mismo a edades más tempranas? ¿Son
los medios tecnológicos introducidos en el hogar los que hacen
ineficiente buena parte del trabajo de cuidado y mantenimiento del
mismo que antes hacían las madres? ¿Son las madres,
descargadas de una parte de sus tareas, pues, las que encaminan
sus recursos al mercado laboral, ofreciéndolos en el sistema
económico externo o extrafamiliar? ¿Ha dejado de ser
económicamente eficiente o necesaria la unión familiar? ¿La
ineficiencia supuesta ha llegado al punto final de la obsolescencia?
¿La ineficiencia supuesta disminuye el valor o utilidad de la
institución hasta el punto de que la utilidad emocional de la misma
se vea negada o incluso anegada completamente? ¿Se ha añadido
históricamente la utilidad emocional a la familia, a su quizás
originaria utilidad económica? ¿Sería el supuesto desplome o
erosión de esta última causa suficiente para el desplome o erosión
de la institución familiar misma? ¿Sería o será el individuo solo, o
creador de unidades temporales libres y fácilmente desintegrables,
pasto de las llamas de instituciones mayores o estatales?
El arte democrático
Las expresiones artísticas o espirituales en una democracia tienden
a lo grotesco por alguna razón que difícilmente es casual, pues se
repite en todas las naciones y a lo largo de demasiado tiempo. No
hay casualidad que dure tanto, ni azar que se distribuya tan
homogéneamente entre lugares tan distintos.
El arte grotesco es un arte que trata de llamar la atención del público
buscando sus más bajos instintos, porque tenemos un público de
bajos instintos. El arte busca vender sus artefactos en un mercado
en el que los compradores demandan ya lo feo y lo grueso, lo
rodeado y envuelto por el mal gusto; donde los compradores viven
envueltos en esta realidad. Una realidad densa de urbanidad y
alejada de la naturaleza. El público del arte degenerado es en buena
parte un público degenerado. No se imponen los productos en un
mercado, sino que se vende lo que se demanda. Y se demanda lo
grotesco. Perdida la buena costumbre, tenemos un público en
declive demandando arte declinante. Luego la pregunta de por qué
tenemos un arte declinante es por qué tenemos un público en
declive, grotesco y sin buenas costumbres. Por qué la calidad
humana o sensibilidad o espiritualidad se ha ido erosionando tanto,
en tantos lugares. Y la respuesta está en lo que de común tienen
todos estos lugares: una misma forma de gobierno: una democracia,
un mercado intervenido por un Estado que realiza (mal) tres cosas
principales:
En primer lugar, subvenciona. Es decir, el Estado busca sus
cantores, sus intelectuales, quienes refrenden y difundan su razón
de ser. Y el arte, que es expresión intimísima y última del individuo,
queda expuesto a lo que el pagador (el Estado, el ministerio de
Cultura, el cultivador oficial del gusto artístico) pretenda. Es un arte
hecho por funcionarios. Y un funcionario, con una renta segura e
independiente de lo que produzca, sin tener la competencia del
mercado para vender sus productos, tiende a producir productos de
baja calidad. Caros y malos. Ésta es la primera de las cosas que
realiza un Estado. Subvencionar el arte, comprarlo para sí. Tener
funcionarios en lugar de artistas libres y autónomos, independientes
de los presupuestos de los Estados.
El Estado, en segundo lugar, educa o maleduca a la población. El
Estado tiene su ministerio de Educación, su escuela pública, su
escuela privada que está sujeta a la aprobación de sus contenidos
por el ministerio de Educación también. Una educación, por tanto,
totalmente pública al cabo. Y si el Estado monopoliza la educación
del público, la falta de educación de éste (de formación y de buen
gusto), su mala educación, al cabo, será obviamente
responsabilidad del Estado. Luego la educación pública ha creado
su público, el mal gusto del público, o el gusto por lo bajo y lo
grotesco del público.
Y el tercer vector de actuación del Estado (junto a la subvención de
la Cultura y la educación pública) es el mismo régimen por el que el
Estado se gobierna, digamos. El régimen democrático. Es la
democracia la tiranía del número, la primacía de la cantidad sobre la
calidad, el reino absoluto y último de la estadística. La democracia
tiende por su propia naturaleza al crecimiento del gasto público; a
satisfacer las demandas del mayor número de votantes (que tienen
menos) y que quieren vivir de los demás (de los que tienen
proporcionalmente más). Se expanden los programas de actuación
pública, los gastos estatales. El arte refinado requiere un gusto
refinado y un público refinado. Pero ahora ya no hay tiempo para
todo eso. Hay un apresuramiento y una urgencia. Se vota cada
cuatro años o cada dos. Hay que conseguir una apariencia de
resultados rápidos. No se da tiempo a la educación del público (que
lleva tiempo). El público está volcado ya también en esa vorágine
del corto plazo (del ya y sin esfuerzo lo quiero todo). Cambian los
gobiernos, las leyes, suben los impuestos, hay inflaciones (de
bienes de consumo o de bienes raíces), ¿cómo se va a ahorrar en
ese contexto si, además, los ahorros están penalizados con nuevos
impuestos? Si no hay ahorro no hay visión de medio plazo. No hay,
de hecho, esperanza de futuro. Es un aquí y un ahora. Y una re-
animalización del público, un renacimiento del bajo instinto, de lo
material/efímero antes que de lo espiritual, tan lejano para el público
desesperanzado y animalizado del ahora.
Un Estado nutrido por una democracia ha conseguido un público
grotesco dispuesto al arte grotesco.
Convertirse a la democracia
a través de la guerra
La guerra ha sido la forma en la que tradicionalmente se ha
extendido y se extiende la democracia como forma de gobierno de
unos países a otros. La guerra ha sido la forma tradicional de
exportación política de esta forma de gobierno. Las guerras que en
muchos casos han sido iniciadas o provocadas por casus belli
nimios o perfectamente manipulados. La chispa no ha sido siempre
un choque inevitable de civilizaciones. No lo ha sido en los casos de
la primera y la segunda guerra mundial.
Tras la I GM, se acabó la monarquía como forma de gobierno en
Europa; en Alemania, en Austria-Hungría y en Rusia. También en el
imperio otomano. En todos esos lugares se instaló manu militari la
democracia; salvo en Rusia, donde se instaló un régimen comunista,
manu militari también. Tenemos una Europa de democracia y un
país comunista, tras la I GM.
Tras la II GM, por su parte, se acabó el fascismo en Europa. El
fascismo en sus diversas variantes nacionales, el fascismo, en
general, como intento de vuelta atrás, a las tradiciones, de reacción
frente al comunismo; el fascismo, ese intento que empleó un
instrumento como el Estado para conseguir sus objetivos finales. El
fascismo, ese híbrido, ese nacionalsocialismo. Europa sale de la II
Guerra Mundial sin fascismos y con democracias en la parte
occidental del continente; y con más comunismos en la parte
oriental. El fascismo ha sido eliminado de Alemania, Italia, Hungría,
Rumanía. En España y Portugal, con sus características propias, se
irá transformando y acabará en democracia muchas décadas
después.
Dos guerras mundiales, decimos, pues, para traer la democracia a
un continente.
Las formas de la democracia
La democracia es un antiguo artefacto. Un artefacto que se ha
considerado en diversas etapas históricas como regla de decisión
política. En otras etapas históricas, sin embargo, no se ha
considerado como regla de decisión política. Se ha obviado. Son las
etapas preponderantes en la historia. Ha habido monarquías,
aristocracias, gobiernos autoritarios, ha habido gobiernos totalitarios,
ha habido no gobiernos. Ha habido muchas cosas.
Cuando la democracia ha aparecido en la historia, lo ha hecho bajo
diferentes formas. Consideremos la democracia a lo largo de la
historia bajo cuatro formas diferentes.
En primer lugar, tomemos la democracia griega. Una democracia
con ciudadanos, que votan, y con esclavos, que no votan. En esta
forma de democracia deciden los propietarios, los que contribuyen al
erario, no todos los que habitan un lugar. Los esclavos son una
propiedad más de los propietarios. La democracia es la forma en
que los propietarios gestionan el erario, los asuntos públicos que
atañen al conjunto de la población. El problema es que hay hombres
que continúan siendo una forma de propiedad, pues hay una
fracción de la población esclava.
En segundo lugar, tomemos el concejo abierto, esa forma
altomedieval de la democracia. Esa forma olvidada, por el hecho de
pertenecer a la Edad Media, quizás, donde todo se considera que
era oscuro, en lugar de luminoso. Esa forma que, de hecho, no sólo
pertenece a la Edad Media, sino que quizás es la forma en que se
regían los clanes y las tribus desde la noche de los tiempos, antes
de tener esclavos (tras lo cual nos encontraríamos en la forma
primera, la democracia griega). En el concejo abierto no hay
esclavos. El sujeto del concejo abierto es una aldea rural en el que
las familias tienen sus bienes privados (casa, huerto, herramientas)
y sus bienes comunes (el comunal): los bosques, los pastos, los
ríos, el molino, el horno... Los bienes del comunal se explotan y
trabajan en común. Todos los miembros de la comunidad son
propietarios de esos bienes comunes y deciden sobre ellos. Como
en asamblea. Pero una asamblea de propietarios, recordemos. Una
asamblea que se parece más a una asamblea de accionistas que a
otro tipo de reuniones asamblearias. Quienes deciden son las
familias, las casas, reunidas en la plaza pública a la sombra de un
árbol, generalmente. El lugar es lo de menos. O lo de más; pues el
árbol es el vínculo a la tierra, la raíz común de esa comunidad. El
hecho es que los propietarios de un bien (las familias de una aldea)
deciden sobre los bienes que son comunes, sobre el erario,
digamos. Y no hay esclavos.
El artefacto antiguo de la democracia vuelve a aparecer en la edad
moderna, bajo la forma de la democracia censitaria (sólo deciden
sobre lo público los que pagando una cuota contribuyen a lo
público). Aquí tampoco hay esclavos; y se mantiene la idea de una
democracia de propietarios. El problema es que el ámbito de
decisión ya no es pequeño, como en las polis griegas o en el
concejo abierto, rural y altomedieval, sino que es el conjunto de la
nación. Los representantes elegidos quedan ya muy lejos de los
representados. Ya no hay conocimiento personal entre ambos. Ni
los representantes mismos conocen personalmente los asuntos
sobre los que van a decidir. Es decir, es una forma de democracia
de propietarios, sin esclavos, no, pero con un ámbito de decisión
demasiado grande. Los representantes, por la lejanía, se convierten
en oligarquía. Una minoría, de hecho, acaba decidiendo sobre los
asuntos del erario, de los bienes comunes.
En el siglo XX, sobre todo tras la II GM, se extiende la idea de la
democracia todavía más. Adquiere su cuarta forma. Los habitantes
de un determinado territorio votan, sean o no propietarios,
contribuyan o no al erario. Ya no son los propietarios de un bien
tenido en común los que deciden sobre ese bien, sino que los que
no son propietarios, los que no contribuyen de forma neta con
tributos, también deciden, es decir, los que reciben a través de
subvenciones y transferencias del gobierno más de lo que aportan
en impuestos al sistema. En esta categoría estarían los empleados
públicos, en primer lugar, y los perceptores netos de rentas en
general, quienes viven del presupuesto del Estado. Un presupuesto
del Estado que sostienen los contribuyentes netos del sistema, los
que no reciben rentas del Estado o los que reciben menos rentas de
las que aportan a través de los impuestos. Esta segunda clase, de
hecho, sostiene con su trabajo a la primera, es decir, es, de hecho,
esclava de la primera. Y así tenemos, de nuevo, la democracia con
esclavos, la actual. No es una democracia de propietarios (los no
propietarios deciden sobre el destino del erario), es una democracia
con esclavos de facto, y es una democracia todavía más extensa,
en la que de nuevo los lejanos representados deciden como
oligarquía sobre los asuntos del común.
Algaradas y asambleas
Cuando en la democracia una situación queda bloqueada, cuando
los parlamentos o asambleas son incapaces de dar respuesta
(argumentada primero en los escaños y escrita después en las
leyes) a las demandas de la población; cuando esta situación se da,
suelen producirse dos escenarios que a primera vista al menos no
parecen propios de un grado superior de civilización: las
manifestaciones callejeras y la revolución. O lo uno como paso
previo a lo otro. Es decir, los gritos y la violencia. Es decir, la fuerza
que haga explícita y efectiva la presión del número grande o
pequeño, de la mayoría o de las minorías, antes votantes, y que no
encuentra ahora o dice no encontrar otro cauce de expresión más
primitivo que ése, el de la calle.
Y es que el problema está en la importancia concedida al número
grande. En que la democracia exige mayorías. En que el número
pequeño que, en cualquier otro mercado, mientras tuviera el tamaño
suficiente para hacer rentable la producción de un bien o servicio,
éste lo encontraría disponible; en el mercado político, por el
contrario, esto no sucede así. En el mercado, digamos normal, cada
cual compra lo que quiere, y el número grande de clientes, si acaso,
lo que hace es más eficiente y más barata todavía la producción de
ese bien. En el mercado político, por otro lado, sólo se vende lo que
dice la mayoría (o los representantes de la mayoría) que se venda.
El resto no está permitido. Incluso está prohibido. Y cuando estas
minorías ven que no tienen lo deseado, cuando el parlamento no se
lo da (porque son minoría no establecida eficazmente como grupo
de presión, o de soborno), cuando el parlamento no permite que
nadie en el libre mercado se lo ofrezca, cuando lo prohíbe, de
hecho, como decimos, bajo la excusa de que son bienes públicos
que el Estado y sólo el Estado puede proveer, entonces estas
minorías se lanzan a la calle, a la manifestación, a la violencia, al
primitivismo. La democracia ha fomentado el primitivismo de los
menos, que protestan contra los servicios públicos que se les
ofrecen sin competencia ni alternativa posible: los insatisfechos e
inquietos ahora protestan contra los servicios de seguridad o policía;
contra la sanidad o educación ofrecida e impuesta; contra la
imposibilidad de asociarse libremente para crear jurisdicciones más
pequeñas, autonomías, independencias, etc. El grito, pues, es la
primitiva y última manifestación de la imposibilidad o prohibición del
mercado, de la imposibilidad de la palabra ordenada. El grito y la
manifestación es la realidad cierta del paso atrás en la civilización.
La democracia, o la tiranía del número grande, lo ha hecho posible.
Votar o comprar
La democracia es un sistema para la toma de decisiones. Si es
eficiente o no vamos a verlo. Hay que convencer a un numeroso
conjunto de población (con el coste que ello supone) para que esté
de acuerdo sobre un conjunto heterogéneo de asuntos y den su
apoyo a quienes habrán de ser sus representantes. Un conjunto de
población que suponga la mayoría de la población, de hecho. Un
conjunto heterogéneo de asuntos supone “comprar” algunos
productos que se desean y otros que no, pero que van incluidos en
el mismo programa electoral, en el mismo paquete de productos (o
de propuestas que tienen la intención de ser productos). Y hay los
representantes que ya se encargarán con posterioridad de darle las
últimas pinceladas legales a las cuestiones que se debatan en una
alfombrada asamblea. Eso es la democracia.
Una compra que no haríamos en otras circunstancias.
Vamos a adquirir un producto a un mercado…, pero no podemos
adquirirlo salvo que desee adquirirlo igualmente la mayoría de los
clientes que en ese momento se encuentran en el mercado; lo
adquirimos en un paquete que incluye otros productos en los que no
estamos necesariamente interesados, pero que hemos de pagar
igualmente; y luego unos señores representantes serán los que
decidan sobre los detalles finales del acabado de ese producto, su
color, tamaño y características últimas. ¿Quién realizaría una
compra en semejante y no otra situación? En esas circunstancias,
¿aún tendríamos confianza en que el producto adquirido fuera el
que realmente deseábamos? ¿En que no nos venderían gato por
liebre? ¿En que la calidad de lo adquirido se ajustaría exactamente
a lo deseado, y su precio no resultaría excesivo?
Exactamente… No pidamos demasiado, vayamos pues al mercado
y compremos ahí algo aproximadamente igual a lo que
deseábamos… El precio… Sí, bueno, resulta un poco caro, porque
están los costes de implementación del sistema para convencer a
tanta gente, los anuncios, las campañas electorales... Están los
costes de las asambleas alfombradas… Y los sueldos. Y está, sobre
todo, el coste de los numerosos empleados públicos, o burocracia,
que es el brazo articulado del gobierno o del Estado para llegar a
todos los rincones de nuestras vidas. Y esto tiene un coste, claro,
puesto que son muchos. De hecho, son millones, los funcionarios.
Millones de sueldos todos los meses. Seamos comprensivos, puesto
que, al fin y al cabo, no nos permiten elegir uno a uno los productos
o servicios que deseamos adquirir (servicios de educación, de
sanidad, de recogida de basuras, de seguridad, tribunales…) y el
Estado nos vende los servicios públicos como un conjunto. Y nos
obliga a pagarlos y a consumirlos, queramos o no. Y de la calidad…
tampoco esperemos demasiado, puesto que, si no tienen
competencia, si de hecho la prohíben o limitan, pues así serán los
productos que ofrezcan... Pero seamos comprensivos…
El ojo de la democracia
Para que la democracia funcione como tal, donde las decisiones
sobre lo público (o los bienes y servicios que se tienen y gestionan
en común) las tome efectivamente el conjunto de la población, para
que la democracia funcione como tal, decimos, y no como una
oligarquía, ha de constituirse sobre un grupo reducido de población.
En estas entidades reducidas todos los sujetos políticos se conocen
entre sí y se controlan, no es necesaria la constitución de comités ni
se requiere de amplia burocracia para la ejecución de la labor de
gobierno. Prima la ley, escasa y sencilla, sobre el reglamento,
abundante y escrito en lenguaje farragoso que lo aleja, quizás
intencionadamente, del entendimiento del hombre común. Aquí
podría destacarse el lenguaje y sus distintas jergas, técnicas o no,
como elemento importante para la constitución de subgrupos
humanos diferenciados, como barrera de entrada a los mismos. En
una democracia pequeña todos conocen y deciden sobre lo de
todos (sobre lo que se posee en común). Y lo de todos, o bien
público, se convierte o equivale al cabo, pura y simplemente, en la
mera gestión de una empresa de propiedad colectiva.
La democracia moderna, en cambio, tiene dos características que la
alejan y diferencian de este ideal. En primer lugar, su tamaño. Los
sujetos políticos no son dos docenas de personas sino decenas de
millones de personas. Aquí el conocimiento de los ciudadanos entre
sí es imposible, la creación de múltiples comités y subcomités para
esa gestión elefantiásica de los numerosos asuntos parece hasta
necesaria y conveniente, y así el crecimiento de la burocracia, con
sus técnicos diversos y su jerga ininteligible. Tenemos, pues, una
democracia en la que gobiernan los que se sitúan en los comités y
los que sitúan a los que se sitúan en los comités. Tenemos, pues,
una oligarquía. Y la deriva de la democracia en oligarquía no ha sido
algo aleatorio o circunstancial, reversible en su caso, sino que ha
sido la consecuencia natural del aumento inusitado del número de
sujetos políticos. Los asuntos son muchos, su complejidad
creciente, imposible que todos los sujetos políticos conozcan todo,
para así decidir con criterio propio sobre todo ello. Los comités y sus
oligarcas terminan decidiendo por ellos.
Y la otra característica de la democracia moderna, aparte de su
tamaño, que la aleja del ideal mencionado más arriba, es que ha
ampliado su carácter o concepto: la democracia ya no consiste tan
solo en la mera gestión de los bienes y servicios a los que se les
confiere el carácter de públicos (siendo estos cada vez mayores), la
democracia es ahora un ingenioso sistema cruzado de
transferencias de rentas de unos individuos a otros, de unos grupos
de individuos a otros, de unos sectores económicos a otros, de unas
regiones a otras. Con los conflictos y rencillas, con el ruido
democrático que todo esto genera. (Con ese ruido se llenan los
noticiarios y se nos aturde.) Y las transferencias crecientes y
continuas de rentas (que no son de carácter explícito y voluntario,
de individuo a individuo), estas transferencias son, también, una
consecuencia lógica, y no aleatoria ni circunstancial, del número
mayor de sujetos políticos existentes, de tener una "democracia más
grande". Los subgrupos humanos se han organizado ahora ya como
grupos de presión para poder influir en los comités y crear
transferencias de rentas hacia sí (a través de modificaciones en
leyes y reglamentos que les beneficien). Tenemos una democracia
de transferencias de rentas, una socialdemocracia.
Y aquí es donde el tamaño ha resultado aún más decisivo, si cabe,
para su implantación, pues las transferencias de rentas en un grupo
pequeño en el que todos sus miembros se conocieran quedarían
evidenciadas como abuso de unos individuos (bien concretos) sobre
otros (también bien concretos). El abuso evidente no sería
sostenible durante mucho tiempo. En un grupo grande, en cambio,
la ceguera hace sostenible el sistema. El ojo de la democracia,
convenientemente ciego, es su mejor aliado.
Individualismo y colectivismo
El individualismo se concibe habitualmente como la primacía de
individuos sedientos de hacer daño al prójimo, al modo de la ley de
la selva o de la naturaleza, al modo del darwinismo social donde
unos individuos sobreviven y otros mueren o fracasan en su lucha
por alcanzar los frutos de la prosperidad económica. Olvidan los
críticos del individualismo que los frutos de la prosperidad
económica no son algo dado, que crezcan solos, como las peras o
las manzanas. Las empresas, oficinas o factorías no crecen solas
en el campo. Es a través del mercado donde se crean, donde
individuos sedientos de sueños, de ideas, ponen en práctica estas
ideas y estos sueños, reuniendo recursos y gentes a su alrededor
para llevarlas a cabo, despertándolas para producir bienes y
servicios que serán comprados (o no) de forma voluntaria por otros
individuos. Si las empresas fracasan en colocar sus productos en el
mercado, sea porque estos no tienen la calidad o el precio suficiente
para hacerse un hueco en el mismo, o porque no sean lo
suficientemente demandados como para hacer rentable su
producción, si las empresas fracasan, los empresarios cierran la
empresa, asumen la pérdida y reorientan los recursos restantes en
nuevas empresas, es decir, en el mercado los recursos se orientan
hacia aquellas actividades productivas, creadoras de productos
solicitados por los consumidores y creadoras de empleo para hacer
estos bienes y productos posibles, para producirlos. Tenemos así
que los individuos, los empresarios, los supuestamente sedientos de
hacer daño al prójimo, los supuestamente egoístas, los solo
preocupados por lograr su propio beneficio, han beneficiado, quizás
sin quererlo de forma consciente (o quizás sí), han beneficiado
doblemente a la sociedad o comunidad en la que viven: ofreciendo
productos que demandan o necesitan o quieren los compradores,
cubriendo al cabo una necesidad y, por otro lado, creando empleo,
donde antes no lo había. Los empresarios son, en este sentido,
servidores públicos, pues sirven al público de forma completa y total.
Observemos que habitualmente se dice servidores públicos a los
funcionarios o políticos, es decir, a los que se valen de los recursos
ajenos (de los impuestos), coactivamente extraídos, para presentar
a la comunidad unos servicios, llamados sociales, que son de
obligado consumo (caso de la defensa, la justicia o la educación
pública o regulada, por ejemplo), de dudosa calidad y de coste
sustancialmente mayor al bien o servicio equivalente ofrecido por el
mercado. Los servidores públicos, los funcionarios o políticos, no
sirven pues al público, sino que se sirven de él, al cobrar impuestos
y vivir parasitariamente del público.
El colectivismo, por otro lado, sería un sistema político y económico
(habitualmente llamado socialismo o socialdemocracia) donde se da
la primacía de estos últimos, de los funcionarios y los políticos,
quieres ordenarían y ordenan los recursos de la sociedad según su
saber y entender, no según un método empresarial de prueba y
error (donde las empresas que lo hacen bien logran beneficios,
sobreviven y crecen; y las empresas que no lo hacen bien, pierden
dinero y cierran), un método, por tanto, el colectivista, que ignora las
preferencias del público y las actuaciones de miles y millones de
consumidores y empresarios de todos los tamaños, fiándose, el
colectivista, del supuesto mejor saber y entender de unos pocos
sabios reunidos en comités. El sistema colectivista puede ubicar los
recursos sociales donde quiera, pues los obtiene de forma gratuita a
través de los impuestos. Los funcionarios y los políticos no se
juegan su dinero en cada transacción o intercambio comercial, como
sí lo hacen los consumidores y los empresarios en el mercado. Los
funcionarios y los políticos toman el dinero de los consumidores y
los empresarios y les dicen lo que les van a ofrecer a cambio como
servicios públicos, en lugar de dejar que estos elijan libremente,
pues cuando uno se juega su dinero en cada transacción parece
que se elige con mayor tino. El colectivismo sería, por tanto, un
régimen de curso forzoso, esto es, obligatorio, regido por comités y
lleno de desatinos continuos y continuados.
La unión intrínseca del individuo y el
colectivo
Se dice que el conjunto de las ideologías políticas puede dividirse
entre aquellas volcadas hacia el colectivo y aquellas otras volcadas
hacia el individuo. De esta forma, habría ideologías colectivistas
frente a ideologías individualistas. Pero ésta es una falsa dicotomía
que pretende, quizás, presentar al conjunto de las ideologías
individualistas como ajenas al colectivo, incluso opuestas a él, que
conciben al individuo como un ser egoísta que persigue ciegamente
sus intereses, que se opone o ignora en su actuación al conjunto de
la sociedad, en las que el individuo para nada tiene en cuenta los
intereses de la comunidad en la que vive, ni directa ni
indirectamente. Sin embargo, en el actuar del individuo/empresario,
por ejemplo, sí se tiene plenamente en cuenta el interés de la
comunidad, puesto que el empresario vive de la venta de sus
productos a una serie de clientes que se encuentran en buena parte
en su comunidad. Y si sus productos no son vendidos (si no son
aceptados libremente por sus clientes, si no interesan a la
comunidad), éste tendrá que reorientar la producción o bien cerrar la
empresa. De esta forma, el interés de la comunidad (o del conjunto
de individuos que ésta conforma) se ha de tener en cuenta de forma
absoluta, vital. De ello depende la suerte del empresario. El
empresario, pues, no es que viva de espaldas a la comunidad o la
ignore, es que vive completamente gracias a ella y para ella, vive de
servir los productos que ésta demande; el empresario es un
auténtico servidor público, como decíamos. Igualmente, el
empresario, al crear empleo para poder satisfacer la demanda de
sus productos, beneficia de nuevo a su comunidad, pues emplea a
buena parte de quienes le rodean, contribuyendo decisivamente al
sustento de sus familias. Esto es, el individuo, en su actuar
consciente o inconscientemente, genera beneficios para su
comunidad.
¿Dónde queda, pues, la oposición entre colectivo e individuo, si uno
no puede vivir sin el otro? Si el individuo sirve a la comunidad que le
rodea, y la comunidad prospera gracias a las decisiones libres de
los individuos que las conforman. Decisiones de emprendimiento,
inversión, empleo, asunción de riesgos, compraventa. Un conjunto
de individuos tomando decisiones por el bien de su comunidad. Lo
pretendan o no. De ese orden voluntario es más fácil que surja la
armonía social que de un orden coactivo. La armonía o, al menos,
una menor fuente de conflictos. La aproximación a la armonía y a la
prosperidad.
Inmigración y anarquía
Se dice que la libertad de mercado habría de implicar igualmente la
libertad de circulación de personas, es decir, la libre inmigración.
Dado que en las últimas décadas se ha producido una importante
inmigración en los países europeos y en Norteamérica, así como
una creciente globalización comercial a nivel mundial, parece que
ambas tendencias, libertad de comercio de mercancías y libertad de
movimiento de personas, habrían de ir necesariamente de la mano.
Pero esto no es necesariamente así. Es más, puede argüirse que
ambas tendencias pueden basarse en supuestos contradictorios, al
menos tal y como se han producido en las últimas décadas. No es
que haya habido simplemente libertad de inmigración, sino que ha
habido subvención a la inmigración, es decir, no ha habido libertad
de mercado en ese ámbito, sino intervencionismo estatal. En primer
lugar, porque los empresarios que contratan a inmigrantes no se
hacen cargo de sus costes sanitarios y educativos (de los que
disfrutan al menos en Europa), sino que cargan al resto de la
sociedad con este coste. Por otro lado, los inmigrantes, junto al
sueldo que reciben y a estos beneficios educativos y sanitarios, se
ahorran el pago por el uso de las infraestructuras acumuladas en el
país durante las últimas décadas. No asumen la parte alícuota que
les correspondería del capital social acumulado.
Si consideramos a un país como un club en el que todos los socios
pagan su parte o cuota, los inmigrantes que llegan disfrutan de las
infraestructuras acumuladas que han sido financiadas con
impuestos de los nacionales. De este modo, si tuviéramos en cuenta
las inversiones públicas realizadas en carreteras, hospitales, etc., y
si considerásemos al menos un período de amortización de estas
infraestructuras de, digamos, treinta años; y sumásemos los costes
anuales de mantenimiento; y todo ello lo dividiéramos entre el
número de habitantes mayores de edad de un país, obtendríamos el
canon de entrada que los recién llegados, en un entorno de libertad
y no de coacción impositiva sobre el resto de los nacionales, quizás
habrían de pagar y no pagan.
Quienes estuvieran a favor de la inmigración podrían, lógicamente,
abonar a los inmigrantes las respectivas cuotas de entrada y
permanencia en el país, así como los costes anuales de sanidad y
educación en los que incurren.
Defensa y anarquía
Se dice que las sociedades que no son capaces de defenderse,
perecen. Las sociedades antiguas se defendían de forma colectiva
cuando se daba el caso. Todos tomaban las armas. En las
sociedades más modernas, especializadas en el intercambio, donde
la división del trabajo ha avanzado más, se da el caso de los
defensores profesionales, los guerreros, el ejército. Ocurre a veces,
en una determinada jurisdicción (reino, nación o estado) que esos
guerreros, que son profesionales de la defensa en su propia
jurisdicción, se convierten en profesionales del ataque en la
jurisdicción ajena, esto es, se da el caso de la guerra. ¿Y cómo nos
defendemos de la guerra, que pretende el pillaje, el robo, la
violación o la destrucción? ¿Nos defendemos con la misma guerra o
con el "comercio"? Se dice: únete al enemigo que no puedas vencer.
¿Es acaso mala defensa la política de comprar al enemigo, “manu
pecuniari”? ¿O es acaso la mejor defensa, la menos costosa en
vidas y dineros? De esta forma ponemos a los guerreros que nos
agreden a nuestro servicio, es decir, les pagamos a partir de ahora
por defendernos. Y les damos una parte menor del botín que
esperaban (les pagamos un sueldo). Una porción menor y asumible
por parte de los guerreros, pues ellos no asumen el riesgo y parte
del coste del combate.
Hay quien diría que esto es ceder al chantaje, que es pagar tributo
por que no te ofendan o roben o violen o maten. A esto pueden
decirse dos cosas. En primer lugar, que siempre hay que pagar un
precio por un servicio (en este caso por el servicio de defensa, o por
la reversión de la ofensa en defensa). Nadie trabaja gratis, salvo los
esclavos y los contribuyentes. Y, en segundo lugar, que siempre
habrá competencia en el mercado de guerreros, siempre habrá otros
guerreros potenciales que puedan suplir el puesto de estos que
pretendemos comprar en primera instancia, haciendo de esta forma,
mediante la competencia de guerreros en el mercado de defensa,
que el precio que pagamos no sea excesivamente caro (que no
haya chantaje, pues podemos cambiar de guerreros) y, en todo
caso, que sea menor al precio en vidas y dineros que una guerra
supondría.
La defensa en una sociedad
anarcocapitalista
¿Que cómo podría defenderse una sociedad anarcocapitalista?
Como siempre se ha hecho, con dinero, que compra voluntades, y
con tecnología. En última instancia, ésta sería un arma nuclear,
pequeña, bonita y cara (pero el dinero no es un problema para
nosotros, ¿verdad?) Y en primera instancia, evitando la guerra. La
mejor manera de defenderse de la guerra es evitarla. De dos
maneras. Con información; comprando información de inteligencia a
empresas e individuos que la vendieran, contribuyendo de esta
forma al desarrollo y profesionalización del mercado del espionaje. Y
lo primerísimo de todo, siendo un polo económico en la región al
modo de Singapur, Dubai, Suiza, Venecia o la Liga Hanseática, esos
pequeños países que tienen o tuvieron el oro de las potencias de la
región en su seno, siendo por lo tanto invulnerables a ellas; y
haciendo antieconómica su invasión, pues ¿quién destruye a la
gallina de los huevos de oro?
Kapitalismus!
Se dice que el término capitalismo tiene un cierto burbujeo histórico,
más allá de la nuda indiferencia semántica. Como las adherencias
que se acumulan en la parte baja del casco de una nave, en su
contacto frecuente con el mar, requieren de un cierto trabajo de
limpieza de cuando en cuando, carenemos el casco de la nave de
adherencias históricas. Ahora.
Los bienes económicos sirven para satisfacer necesidades
humanas. Directa o indirectamente. Los bienes de ahora son los
bienes de consumo; una patata. Pueden consumirse con mayor o
menor lentitud, pero están al final de la cadena de producción. Se
consumen y se agotan. Los bienes de capital son los bienes que
sirven para producir otros bienes; el tractor que cosecha las patatas.
Si los beneficios obtenidos con la venta de las patatas los
destinamos a comprar parcialmente otro tractor, o alguna otra
herramienta que intervenga en el proceso de producción, estamos
acumulando capital. Cuando los bienes de capital (máquinas,
herramientas, oficinas, fábricas) son de propiedad privada y pueden
intercambiarse libremente en el mercado, eso es capitalismo. El
capitalismo es cuando hay propiedad privada de los medios de
producción. Es decir, en el capitalismo, el trabajo de cada cual lo
organiza o contrata cada cual (privadamente). Cuando el capital se
acumula y se posee privadamente eso es capitalismo. Cuando los
beneficios son para el que posee los medios de producción, cuando
se decide privadamente si el beneficio se consume o se ahorra y
cuando el ahorro sirve para financiar nuevos bienes de capital, todo
eso es capitalismo. Cuando, con el incentivo de obtener un beneficio
mayor, se acumula capital tras capital, aumenta finalmente la
producción, los bienes obtenidos al final de la cadena de
producción. Y aumenta también la productividad, o la relación entre
lo producido y los medios empleados en producirlo, es decir, se
produce más con menos. La productividad es consecuencia de la
mecanización y de la reordenación de los factores de producción,
fundamentalmente el trabajo. Juanito hace mejor una tarea o dos,
pero no cinco tareas a la vez. Pierde mucho tiempo en ir de un sitio
a otro, se desconcentra, etc. Para hacer cinco tareas diferentes es
mejor tener a cinco juanitos. Con esa especialización del trabajo
aumenta la productividad de cada juanito.
La anulación de la propiedad privada
Se dice que el término capitalismo está estrechamente unido al
término propiedad privada. Efectivamente, así era. Vamos con la
terminología en primer lugar.
Tener la propiedad de algo es poseer y poder disponer de ello. Si
quieres disponer de algo, por ejemplo, venderlo, y para ello has de
pagar un impuesto, no puede decirse que sea tuya la propiedad
completa de ese algo. Una vez convertido en dinero ese algo, parte
de ese dinero ha de destinarse a pagar el impuesto, es decir, no
dispones de toda la propiedad, o de todo el equivalente en dinero de
esa propiedad. Otra cosa es que lo puedas vender a un precio
mayor o menor del deseado. Eso dependerá de la voluntad del
comprador en potencia de ofrecer una mayor o menor cantidad de
dinero por ese bien. El precio demandado/ofrecido dependerá, a su
vez, de las voluntades de otros vendedores/compradores, es decir,
de la escasez relativa de ese bien en el mercado. Si ese diamante
es único, el único vendedor podrá pedir un gran precio si se
encuentra con varios demandantes de ese bien. Si vendes un kilo
de arena, sin embargo, en un país rodeado de playas, no parece
que pueda pedirse una inmensa cantidad de dinero por el mismo.
De hecho, nada. La compra/venta del diamante o del kilo de arena
será el fruto de la disposición voluntaria de ese bien en el mercado
por parte del oferente, de la voluntaria oferta de un precio por ese
bien por parte del demandante y del libre acuerdo de ambos para
llegar a un precio de intercambio. Cada cual dispone plenamente de
su propiedad (diamante, arena o dinero).
Ocurre a veces (y hoy en día, ese a veces es siempre) que surge un
tercero que quiere una parte de esa propiedad. Ese tercero es el
Estado. Y la parte que el Estado quiere ha de sufragarse más allá
de la voluntad del poseedor del bien, del propietario, que ya no es
tal, en virtud de esa parte que ha de satisfacer al Estado; sólo será
parcialmente propietario de ese bien. Es decir, que la propiedad
privada no será completa. Los intercambios producidos por esas
propiedades privadas incompletas, las acumulaciones incompletas
de capital (pues otra parte del beneficio habrá de destinarse a pagar
otro impuesto) y los incompletos consumos de la parte de ese
beneficio que el propietario decida destinar a la compra de bienes
de consumo (y que satisfarán a su vez un tercer impuesto),
constituirán, en conjunto, una suma de partes incompletas. A esa
suma de partes incompletas no parece que pueda llamársele
completamente capitalismo. Y en esas estamos. En ese capitalismo
incompleto.
Comunidades libres
A un individuo con plena libertad para asociarse o no con otros
individuos no tiene porqué negársele la posibilidad de crear
comunidades libres, políticamente autónomas. Y cuando no se
sienta involucrado en ellas, partir, sin tener que destruirlas total o
parcialmente mediante una revolución que lo libere de su
pertenencia.
Es decir, en esas asociaciones voluntarias habría constituciones a
modo de estatutos, donde todos los individuos asentados en ellas, a
través de sus propiedades respectivas, habrían de respetar, pues
así lo han firmado explícitamente (no como las constituciones
nacionales, de acuerdo tácito o supuesto). Y cuando uno no
respetara los estatutos, un tribunal de arbitraje o la propia
comunidad de propietarios dictaminaría sobre el caso, y llegados al
extremo, sobre la posible expulsión o destierro del miembro
inclumplidor.
Las comunidades de libre asociación o adhesión tendrían carácter
voluntario, no como los actuales estados/nación.
Podrían conseguirse de esta manera comunidades más libres, más
homogéneas entre sí y más armoniosas en su funcionamiento,
donde la legitimidad de las mismas vendría de una simple rúbrica. Y
la desvinculación de ellas, de un simple adiós.

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  • 1.
  • 3. ÍNDICE QUE IBA A SER Los veinticuatro puntos de un propósito 1.- La gestación de la cosa y el parto: De lo propio nació la propiedad. 2.- De lo que se perdió entre la tribu y la nación. 3.- Individuo atómico y familia molecular. 4.- Amortizaciones de tierras. Propiedades perennes. Mayorazgos. 5.- Hubo un diezmo y ya fue mucho. 6.- Ora et labora. Los gremios: ¿sindicatos, o franquicias de propiedad colectiva y ámbito local? La competencia también se mide en kilómetros. 7.- ¡Fueros!
  • 4. 8.- Allá van leyes do quieren reyes. Concentración de tribunales y ejércitos. 9.- De lo feudal a lo absoluto. Reyes sol. 10.- Del liberalismo, o cómo modernizar la maquinaria de lo absoluto. 11.- Kapitalismus! 12.- Amortizaciones y desamortizaciones. Adiós a las instituciones perennes. Ni más familia ni más Iglesia. El abocamiento hacia el Estado. 13.- Derechos, constitucionalismos y los artificios contables en la ley. 14.- El espacio público, donde la anarquía gobierna en la no ley. 15.- Grupos de interés. Los conectores del Estado. 16.- Banca central y planificación de la economía. Hubo una banca libre y hubo el oro como moneda.
  • 5. 17.- Carnaval de malhechores hechos institución. Todo para la banca. Interviniendo en el futuro (o en el tipo de interés). 18.- Los esclavos de ahora. Regulaciones, impuestos y silencios. 19.- Jerarquía, anarquía... O jerarquía voluntaria en el ámbito de la propiedad. Cada cual gobierna en lo suyo. O te gusta o te vas. 20.- Mundialismo. Lo absoluto sin fronteras. Inmigración, free-riders y capital social. 21.- Del gobierno mayoritario al gobierno unánime. O el camino que va de la democracia al anarquismo de propiedad privada.
  • 6. ÍNDICE QUE ES Unidades políticas y fronteras 7 Comunidad, nación, estado, imperio 9 Comercio, aduanas y una guerra sucedida en Troya 11 Bizancio y la contratación del mejor ejército del mundo 14 Pearl Harbour, lucro cesante y guerra 19 Corto plazo, largo plazo y Dios 22 Los gremios 26 ¿Obsolescencia familiar? 28 El arte democrático 29 Convertirse a la democracia a través de la guerra 33 Las formas de la democracia 35
  • 7. Algaradas y asambleas 39 Votar o comprar 41 El ojo de la democracia 43 Individualismo y colectivismo 46 La unión intrínseca del individuo y el colectivo 49 Inmigración y anarquía 52 Defensa y anarquía 54 La defensa en una sociedad anarcocapitalista 55 Kapitalismus! 57 La anulación de la propiedad privada 59 Comunidades libres 61
  • 8. Unidades políticas y fronteras Utilizando la teoría de conjuntos y la geometría euclidiana, definir la frontera y los recursos de una nación como la relación entre el perímetro de la esfera y su área. Y así: Partiendo de una esfera, y considerando a la misma como la frontera de una unidad política a defender, y estimando que el área de la misma es el tamaño geográfico o económico de ella, y estimando a su vez que este tamaño económico o estos recursos abastecen el coste de la defensa, intentar demostrar e incluso demostrar que la relación entre frontera y recursos, entre el perímetro de la esfera y su área, en su mínimo, hace económicamente eficientes las unidades políticas pequeñas; estables, sostenibles y defendibles en sus fronteras; Y que una unidad política es fraccionable en varios conjuntos o grupos de interés, que la democracia es fuerza divisoria en este sentido (con los vectores mayores izquierda-derecha, con los vectores menores grupos de interés o con los vectores actuales hombres-mujeres, nacionales-inmigrantes, blancos-negros) y que esta fractura social sostenida, pero no totalmente agrietada, contribuye, por un lado, a que, debida y mediáticamente controlada y hasta manejada por ciertos grupos/partidos/colectivos/grupos alcancen el poder político y, por tanto, legislativo de la unidad y, por otro lado, sea fuente continua de inestabilidad y de ineficiencia económica y, finalmente, de conflicto social o bélico que culmine en la ruptura o desintegración de la unidad política original.
  • 9. Comunidad, nación, estado, imperio Una primera etapa de la evolución histórica: de la familia/clan/tribu/comunidad a la nación; siendo la nación una comunidad extensa y relativamente homogénea de lengua, usos y costumbres comunes. Una etapa siguiente: de la nación al estado, como forma de gobernar/someter a una comunidad extensa. La forma, a su vez, concretándose y concretada en monarquía/tiranía, oligarquía/aristocracia o también en democracia; diversas formas en que una, alguna o todas las personas gobiernan el todo, el estado, la comunidad o la nación extensa constituida en estado. Y después: del estado al imperio; los estados tienden a la expansión territorial como forma de aumentar su riqueza a través de la guerra más que a través del comercio. Del conflicto entre estados surge el vencedor, o imperio. El imperio como integración o colonización de diversas naciones o comunidades heterogéneas. Imperios territoriales o de integración (Roma, Monarquía Hispánica) e imperios coloniales (Cartago, en sus primeras fases; imperio británico, en sus primeras fases; USA en diversas fases). En los imperios coloniales la guerra es puntual, para asegurar el asentamiento; prima lo comercial; pero continúa la guerra como base o último resorte que asegure la pertenencia de la colonia a la metrópoli. ¿Es este esquema determinista? Y si lo es, ¿cuál o cuáles han sido los motivos o cambios económicos y tecnológicos que lo han hecho posible? ¿Cuál es la siguiente fase, o estadio, dentro de este esquema supuestamente determinista? ¿El gobierno de cada cual sobre lo suyo (anarcocapitalismo)? ¿De la propiedad, voluntariamente se transita hasta la comunidad (pues somos seres hipersociales)? La búsqueda de beneficio como extensión del instinto de supervivencia. El beneficio obtenido a través de la guerra o a través
  • 10. del comercio; como fruto del robo o del intercambio. ¿Son los imperios más estables o duraderos que las comunidades homogéneas? ¿Son más inestables económica o militarmente, o militarmente y luego económicamente? La Grecia de las ciudades-estado existió durante más tiempo, medido en siglos, que la Grecia imperial y hegemónica/macedónica de Alejandro Magno, que apenas duro trece años. Los reinos hispánicos duraron siete siglos y medio; el imperio español con la monarquía unificada, duró tres siglos, siendo los dos primeros de ellos, hasta los decretos de Nueva Planta, el conjunto de antiguos reinos no unificados todavía desde el punto de vista legislativo. El Al-Andalus de los Omeyas, como reino musulmán unificado en la península ibérica no duró más que los reinos de taifas.
  • 11.
  • 12. Comercio, aduanas y una guerra sucedida en Troya Hace treintaidós siglos, aproximadamente, en el año 1.200 a. C., se produjo un conflicto bélico en el Mediterráneo oriental. En la desembocadura del mar Negro, para ser más exactos. (Si es que los mares desembocan.) En los Dardanelos, en el mar de Mármara, en todo eso. Donde un mar se convierte en otro. Y donde un mundo pasó a convertirse en otro. En las crónicas de los hititas, en las tablillas de reyes y acontecimientos que solían escribir, se habla de aquella ciudad, identificada como Troya. Sus ruinas han sido descubiertas treintaiún siglos después. La causa de la guerra, también. Más allá de los celos de Menelao por el rapto de su esposa Helena y la consiguiente unión de los pueblos aqueos (o griegos, aproximadamente) para acudir al rescate de la incauta, pues no se sabe si voluntariamente se fue o fue raptada, más allá de las alianzas conseguidas por su hermano Agamenón para salvar el honor familiar, ultrajado por un temerario troyano, de nombre Paris, y una griega casquivana, más allá del héroe Aquiles que acudió con sus mirmidones, de Idomeneo, venido de la isla de Creta, del astuto Ulises, acudiendo desde la remota y diminuta Ítaca, más allá de todos los reunidos para cumplir con las heroicidades que les estaban destinadas, había también unas razones económicas que justificaban el desencadenamiento de una guerra que duró diez años. Era un problema de aduanas y cruce de fronteras. El comercio entre la Hélade y la Cólquide, entre la antigua Grecia y la antigua Georgia, digamos, el paso de todo ese comercio por el mar Negro, en general, estaba controlado por la poderosa ciudad de Troya. Se cobraba un impuesto a toda embarcación comercial que por allí pasara. Y aunque no sabemos el porcentaje del impuesto o la cantidad en dinero o especie que había que resarcir a los aduaneros, sabemos, en cambio, o queremos suponer, que ésta no
  • 13. sería pequeña, pues hubo una guerra por su causa. Los aqueos (los griegos, aproximadamente) se negaban a pagar por los derechos de paso. Los troyanos, posiblemente, argumentarían que se trataba de su territorio más o menos, pues el mar de Mármara estaba a tiro de piedra y la ciudad de Troya había sido edificada en su misma o cercana ribera. Troya, es de suponer, había habilitado instalaciones portuarias y acarreado con una serie de trabajos para facilitar ese tránsito comercial. Y se trataba de su territorio. Argumentaban un derecho de propiedad. Los aqueos, o griegos, argumentaban igualmente un derecho de propiedad de sus mercancías, de la integridad de las mismas, de su derecho a no deshacerse de una parte de ellas para pagar los derechos de paso. Pero Troya, a mi juicio, tenía razón. Pues si la libertad de comercio trae ciertamente ventajas para las dos partes que comercian y para los que se sitúan a su alrededor (proveedores, empleados, etc.), la libertad de comercio que se impone no es ya libertad. Las barreras comerciales echadas abajo con cañonazos, catapultas, picas o espadas de bronce, todo eso no es libertad de comercio. Y más si el que fija el derecho de paso actúa sobre su territorio y no impide que el comercio se derive a otro territorio, como dando un rodeo, digamos. Se mantiene una competencia de territorios, de rutas comerciales. Si el derecho de paso es demasiado alto, los mismos comerciantes ya mirarán de buscar otros socios comerciales. Los griegos se volverán hacia Tiro, por ejemplo; los habitantes de la Cólquide hacia los cimerios (los habitantes de la antigua Crimea), pongamos por caso. Y si estos tienen menor capacidad de compra que los griegos, ya diversificarán sus productos y su comercio. Y si este comercio se debilita, ya serán los propios troyanos los que ajusten a la baja el cobro de los derechos de paso para revitalizar un comercio quizás debilitado (en esa hipótesis), pero devastado en el caso de una conflagración bélica, como ciertamente hubo. Los griegos acudían como los adalides de la civilización y la libertad de comercio, como los justos. Pero la ciudad de Troya, la de altas murallas, defendía lo suyo propio, su territorio y su trozo de mar. Los griegos forzaron una guerra que ganaron. Aquiles arrastró el cadáver del troyano Héctor alrededor de las murallas de la ciudad,
  • 14. ante los ojos de su padre. Homero, desde su ceguera, lo contó con luminosidad y equidistancia, a pesar de ser griego. No eran más brutos los troyanos que los griegos. No fueron más injustos.
  • 15. Bizancio y la contratación del mejor ejército del mundo Roger de Flor, o Roger de Blum, fue un caballero de fortuna del siglo XIII-XIV que quiso seguir los caminos de la mar. Nació en los territorios del sur de la actual Italia, que en aquel entonces estaban en poder de la corona de Aragón. La isla de Sicilia, por ejemplo, estuvo en poder de la Corona de Aragón/España hasta el siglo XVIII (cuatro siglos), más tiempo del que viene perteneciendo a la actual Italia unificada (dos siglos). En Brindisi nació Roger de Flor, en el tacón de la bota geográfica o militar que bien pronto se calzó. Entró al servicio de un caballero templario, quedó huérfano de padre y madre, y la milicia fue su vida y su familia desde pronto. Tras el fracaso de la última cruzada, los cristianos de Tierra Santa se encontraban en apuros ante la definitiva expansión musulmana. Fueron solicitados los servicios de los caballeros templarios, entre ellos, el de Roger de Flor. Allí acudieron los caballeros templarios, que también tenían en Oriente Próximo tierras, haciendas y castillos. Acudieron al rescate de los cristianos, los rescataron y los sacaron del creciente avispero de oriente medio, pero no pudieron, sin embargo, conservar ningún enclave ya en la zona. Tras la operación militar, Roger de Flor fue acusado de desplumar en exceso a los cristianos, de quedarse con una parte de sus dineros o riquezas más allá de lo considerado razonable por el pago de sus servicios de seguridad. Así que Roger de Flor fue expulsado de la Orden. Los templarios, como cuerpo de ejército autónomo, fueron solicitados y contratados, digamos, para cumplir un servicio. El servicio se cumplió, el pago se hizo y para salvaguardar su buen nombre entre los actuales y futuros clientes (entre ellos la Iglesia, a la que en cierta forma o forma cierta estaba adscrito), la orden del Temple expulsó a uno de sus miembros por haberse excedido en su labor, o por haber cobrado un precio excesivo por la labor realizada.
  • 16. Éste es un ejemplo histórico de contratación de los servicios de defensa, no al Estado, sino a un cuerpo de ejército privado, o a un ejército de mercenarios, si se prefiere, aunque eran mucho más que eso, los templarios, pues había una argamasa religiosa que mantenía al cuerpo unido, más allá de la presencia del interés pecuniario. Un ejército de monjes/soldados contratados para realizar campañas militares, o Cruzadas, en el Mediterráneo oriental de la época. Roger de Flor, con el correr del tiempo, entró a formar parte de otro ejército de voluntarios que se iba quedando sin trabajo. Eran los almogávares. Los almogávares fueron originalmente gentes de frontera, en el bajo Pirineo, que fueron realizando la Reconquista, tanto al servicio de la Corona de Castilla como al de la de Aragón. La principal tarea de la Reconquista ya estaba hecha en el s. XIV, así que muchos de ellos participaron al servicio de la corona de Aragón en su expansión a lo largo del Mediterráneo, desde la conquista de Mallorca a la de Sicilia y más allá. Pero tanto la Reconquista de la península como la conquista mediterránea se iban consolidando y los almogávares se iban quedando de nuevo sin trabajo, hasta que sus servicios fueron solicitados por el emperador de Bizancio, Andrónico II Paleólogo. Bizancio estaba siendo una sombra de lo que fue. Confinada prácticamente en la parte europea, conservaba apenas los territorios de la actual Grecia, algo más allá en los Balcanes y apenas nada en la península anatolia, que estaba siendo dominada de un extremo a otro por los otomanos. Andrónico solicitó los servicios de los almogávares para evitar que cayera su capital en poder del turco. Allí acudieron unos cuantos y unos cuantos más se les fueron uniendo por el camino. En total, unos ocho mil soldados de élite, veteranos de cien guerras, con la promesa de salvar un imperio. Y los mercenarios, de nuevo, cumplieron su contrato y compromiso. Dieron la batalla y vencieron. Atravesaron Anatolia de un lado a otro y guerrearon hasta los confines de Armenia. Lo que hiciera falta. Se les encomendó derrotar al turco y lo derrotaron. Andrónico, en pago de sus servicios, también cumplió. Nombró megaduque a Roger de Flor, concediéndole feudos y territorios en la región de Anatolia, así como la capitanía general de sus ejércitos.
  • 17. Veamos de nuevo el ejemplo histórico: se contrata un cuerpo de ejército para cumplir una misión de seguridad y defensa. Se cumple el servicio y se realiza el pago. Un ejército profesional, de voluntarios, el mejor ejército del mundo en esa época, es contratado para realizar una labor que actualmente realizan en exclusiva los Estados: la defensa (que en la mayor parte de los casos incluye, de hecho, también la ofensa o agresión a otros estados). Con el correr del tiempo, la suerte de Roger de Flor cambió. El hijo de Andrónico, Miguel IX, recelaba de la supuesta ambición de Roger de Flor y mandó asesinarle. El capitán y guía de los almogávares cayó. Sus soldados quedaron descabezados en un territorio que se había vuelto hostil. Y aquí comienza lo que se conoce como la venganza catalana. Los almogávares, rotos los contratos de defensa y seguridad, incumplidas o deshechas las promesas de pago en forma de feudos en Anatolia y asesinado su capitán, tomaron de nuevo las armas, que era lo que mejor sabían hacer. La venganza catalana se volvió contra Bizancio. El aliado se volvió enemigo. La población sufrió también la ira de los almogávares, quienes, en posición de inferioridad numérica, siendo apenas ocho mil, lograron sobrevivir al ejército de Bizancio, que no logró hacerles sombra. Queda dicho que Bizancio era una sombra de sí mismo. Los almogávares se hicieron fuertes en una pequeña región del Peloponeso, esa región que históricamente prosperó, entre otras razones, porque allí, entre montañas abundantes e islas numerosas, era fácil organizar un enclave y defenderlo. Que se lo pregunten a los minoicos, entre otros, en su isla. Siglos después de la antigua Grecia, los almogávares hicieron lo mismo. Fijaron una posición y la defendieron durante un siglo. Constituyeron el ducado de Atenas y Neopatria (la nueva patria). Nominalmente quedaban adscritos a la Corona de Aragón, que en realidad quedaba muy lejos. Allí vivieron y prosperaron durante un siglo, como se dice. En el otro confín del Mediterráneo. Neopatria. Se dice que Roma no pagaba traidores. Los almogávares pagaron con sangre la traición de Bizancio. La traición y el incumplimiento del contrato. Los almogávares en Bizancio demostraron que la contratación de un ejército de voluntarios, privado, resultó más eficaz que la actuación
  • 18. de un ejército estatal: el de Bizancio, que se mostraba incapaz de defenderse del turco; y más eficaz que el ejército de los propios anatolios, a quienes vencieron en inferioridad de condiciones. Los almogávares en Bizancio demostraron, por otro lado, cuando se incumplió el contrato con el asesinato de su capitán, que la justicia privada, al igual que la defensa, también es más eficaz que la justicia estatal. La venganza catalana dio buena cuenta de lo caro que cuesta incumplir los contratos. Los almogávares cambiaron los feudos de anatolia, arrebatados por Bizancio, por un pequeño territorio en Grecia del que se apropiaron quizás a cambio de aquel: el ducado de Atenas y Neopatria. En Atenas, por cierto, los almogávares reabrieron la academia, que había sido cerrada en tiempos de Justiniano.
  • 19.
  • 20. Pearl Harbour, lucro cesante y guerra Se dice que si no pasan las mercancías pasarán los ejércitos. Lo dijo Frédéric Bastiat. Y es que no han sido pocas las ocasiones a lo largo de la historia en que la cerrazón comercial de una frontera ha provocado, entre comillas, la avalancha de un ejército sobre la misma. Cuando Japón sufrió el embargo petrolífero por parte de los USA hubo el ataque sobre Pearl Harbour; cuando la Alemania nacionalsocialista sufrió un boicot comercial a sus productos hubo la escalada proteccionista y luego bélica de la Segunda Guerra mundial. No es infrecuente que muchas de las guerras actuales vayan precedidas de embargos económicos. Estos afilan los dientes del tigre que, quizás por hambre, acabe por desatar la guerra, dando un casus belli o excusa para atacar a su vez a éste (al tigre). Es decir, que el embargo o cerrazón comercial ha sido el detonante último de la guerra. La guerra es lo opuesto al comercio. Si el comercio es el intercambio voluntario de bienes y servicios, la guerra es el intercambio involuntario de los mismos, esto es, la toma o rapiña o robo de los bienes del vecino que ha sido agredido. La guerra ha sido un atajo para lograr lo que el comercio libremente proporciona, con la salvedad de los bienes que la guerra ha destruido y que habrán de ser subsanados o repuestos o rehechos en su totalidad. Es el coste de la guerra. Para obtener mediante la guerra algo o todo de otro país ha de destruirse parte de ese todo. Cuando existe una situación de proteccionismo o limitación de comercio entre dos países podemos decir que hay un lucro cesante para ambas partes, o para los agentes económicos que en ambas partes hubieran interactuado en caso de existir libertad de comercio. Este lucro cesante es una menor ganancia que se produce en época de paz y aranceles, o bien, en cierto modo, un incentivo para la guerra. De aquí podemos inferir que una política de libertad comercial formaría parte de una política de defensa. Un pequeño
  • 21. país que busque evitar su desaparición a través de la guerra habrá de plantearse un desarme arancelario como forma de asegurar sus fronteras.
  • 22.
  • 23. Corto plazo, largo plazo y Dios En las últimas décadas, en Occidente, se ha vivido una pérdida en el pulso religioso del hombre. Las compañías de seguros han sustituido a la Providencia, los gobiernos a la Iglesia; la caridad ya no empieza por uno mismo, sino que empieza por la caridad forzosa del impuesto, el sustento del gobierno, que ha acabado con todos y cada uno de los impulsos de ayudar al prójimo. Se debilitan los lazos sociales o comunitarios (la cooperación voluntaria que impulsa el comercio) cuando el gobierno es el encargado definitivo de hacer las transferencias masivas de renta de unos individuos a otros, del baluarte de la Seguridad Social y del confort material sobre la tierra. Otra cosa es que este baluarte tenga los pies de barro y se asiente sobre el asalto a los bolsillos de los hombres más productivos de la sociedad. Ahora se rinde culto al Estado, ente impersonal o transpersonal, pues sucesivos e inacabables son los gobiernos que surgen del pozo sin fondo de la democracia. El culto al Estado que empieza en la escuela (el Estado nos educa), sigue en la vida profesional (el Estado curandero nos ofrece sanidad y seguro de desempleo) y acaba en la tercera edad con el pago de las pensiones que el Estado nos ofrece, no importa que antes las hayamos pagado doblemente a lo largo de toda la vida profesional. Todo el coste de educación, sanidad y pensiones que sustenta y legitima buena parte del aparato del Estado moderno es sustancialmente mayor al ofrecido por empresas privadas por servicios equivalentes. Pero el Estado nos da y el Estado nos quita. Al Estado rendimos culto y tributo como un tótem que no admite cálculo de costes ni matemáticas financieras. No hay voluntariedad en el pago de toda esa maquinaria, sino sacrificios humanos de miles de horas de trabajo depositadas a sus pies. El Estado nos educa y nos entierra, es nuestro amanecer y el sol poniente, no hay vida más allá del Estado. Debilitado está el pulso religioso en el hombre; hemos cambiado de Dios.
  • 24. La sobreexposición a la sobreabundancia de bienes hace, por otra parte, que el estímulo por lo nuevo sea cada vez mayor. Es el consumismo, que es como esa forma última y acabada ya de capitalismo, pues el capitalismo vigoroso y primero es el del trabajo y el ahorro, no el del dispendio de todo lo acumulado y más allá, adentrándose en el vertiginoso mundo de la deuda. El Estado controla a través de los bancos centrales la tasa de interés de la economía, la sitúa irrisoriamente baja cuando le place, distorsionando las señales de precios que emite el mercado, cegando a los individuos con el paraíso artificial de la deuda, ahora tan asequible a tan bajo precio. Los bienes de consumo se financian ya con deuda, no hay tiempo para la espera ni para el ahorro. Son préstamos sobre préstamos para un consumo sobre otro consumo. El ahorro es un ser mitológico de otros tiempos. No pertenece a la modernidad de los tipos de interés controlados por los bancos centrales, controlados a su vez por el gobierno. Y si fuera necesario para extinguir ya del todo ese animal en vías de extinción que es el ahorro, el Estado coloca nuevos tributos sobre sus espaldas. Estás ahorrando para que se lo adjudique el gobierno al final, incauto individuo venido de una época extinguida. Ahora es la época del consumo e incluso del consumo financiado con deuda, la época del corto y del cortísimo plazo. Haremos nuevas deudas sobre las deudas viejas para intentar no pagarlas nunca. El dinero quema en las manos. De la visión de largo plazo del capitalismo primero (el del trabajo y el ahorro) se ha pasado al plazo corto y al cortísimo. Del largo plazo del capitalismo primero, que aún incluía la visión de Dios (Dios es el plazo no ya largo, sino larguísimo, es decir, la eternidad) se ha pasado al efímero plazo cortísimo del instante. El goce del instante se apodera y suplanta, inconsciente y ansioso, al goce de la eternidad.
  • 25.
  • 26. Los gremios Se dice que los gremios son una suerte de sindicatos a la antigua usanza. Pero lo cierto es que eran mucho más que eso. En los interiores de las ciudades fortificadas medievales surgieron los talleres. Allí estaban trabajando los maestros, artesanos y aprendices, siguiendo un mismo patrón... y bajo los auspicios de un Santo Patrón. Los carpinteros tenían y tienen a San José, los cerrajeros a San Quintín, los estudiantes a Santo Tomás de Aquino, los tejedores a Santa Anastasia de Sirmio, los tintoreros a Santa Lidia de Tiatira y hasta los sastres tenían, y quizás aún tengan, a San Homobono. Bajo la intercesión de un Santo se trabaja mejor. Se hace devoción de lo que es una obligación, el trabajo. Así los carismas de los santos como objeto de devoción e imitación. Como un ejemplo a seguir. Los maestros son, a su vez, un ejemplo a seguir para los oficiales y los aprendices. Siguiendo su ejemplo jerárquico se consigue el dominio del oficio y se asegura la calidad del producto. Una enseñanza sobre lo práctico. Los maestros tienen la obligación de enseñar a los aprendices; y los aprendices tienen la obligación de asistir al taller y de obedecer al maestro. La disciplina en las aulas está garantizada. El absentismo escolar supone la expulsión de las aulas. De todas las aulas. Luego los estudiantes se lo piensan antes presentar actitudes rebeldes, si no quieren acabar en otro oficio bien distinto o incluso en otro burgo o ciudad bien lejana. Del Santo Patrono, o simplemente Patrón, el lenguaje y la historia van produciendo sus derivaciones: la Patronal, como conjunto de organizaciones patronales (como conjunto, a su vez, de patronos o empresarios). Las localidades, finalmente, estaban bajo el auspicio, digamos generalizado, de un patrón. Cada pueblo con su patrón y sus fiestas patronales. Los gremios eran organizaciones locales de carácter obligatorio. No se podía ir por libre haciendo la competencia y haciendo Dios sabe qué productos con qué calidades.
  • 27. Los gremios eran la forma de organizar el cuerpo social. Partiendo del trabajo y acabando en la tumba, pues los gremios, a través de sus organizaciones de beneficencia, fundaban hospitales y se encargaban igualmente de las exequias de sus miembros y de los sufragios por sus almas. Los gremios cuidaban de las viudas y los huérfanos que se quedaban en este mundo.
  • 28. ¿Obsolescencia familiar? ¿Ha dejado la familia de ser una unidad económica eficiente e imprescindible? ¿Es por esto que el ostracismo social hacia las familias desintegradas ha disminuido? ¿Porque ya no tiene sentido que sea socialmente sancionable? ¿El ostracismo ha disminuido o desaparecido simplemente por el aumento del número de familias desintegradas y, siendo éstas amplia minoría o ya mayoría, no es eficaz ni eficiente su sanción social? Si esto hace al coste, o a uno de los costes de la desintegración familiar, en lo que hace a la fuerza económica impulsora de la misma, ¿ha sido la especialización o progresiva división del trabajo, causa y consecuencia del desarrollo económico, la que ha dejado o está dejando crecientemente obsoleta la institución familiar? ¿Es la escuela, pública o no, la encargada de buena parte de la educación de los niños, dejando con una tarea menos a las madres? ¿Son las guarderías las que hacen lo mismo a edades más tempranas? ¿Son los medios tecnológicos introducidos en el hogar los que hacen ineficiente buena parte del trabajo de cuidado y mantenimiento del mismo que antes hacían las madres? ¿Son las madres, descargadas de una parte de sus tareas, pues, las que encaminan sus recursos al mercado laboral, ofreciéndolos en el sistema económico externo o extrafamiliar? ¿Ha dejado de ser económicamente eficiente o necesaria la unión familiar? ¿La ineficiencia supuesta ha llegado al punto final de la obsolescencia? ¿La ineficiencia supuesta disminuye el valor o utilidad de la institución hasta el punto de que la utilidad emocional de la misma se vea negada o incluso anegada completamente? ¿Se ha añadido históricamente la utilidad emocional a la familia, a su quizás originaria utilidad económica? ¿Sería el supuesto desplome o erosión de esta última causa suficiente para el desplome o erosión de la institución familiar misma? ¿Sería o será el individuo solo, o
  • 29. creador de unidades temporales libres y fácilmente desintegrables, pasto de las llamas de instituciones mayores o estatales?
  • 30. El arte democrático Las expresiones artísticas o espirituales en una democracia tienden a lo grotesco por alguna razón que difícilmente es casual, pues se repite en todas las naciones y a lo largo de demasiado tiempo. No hay casualidad que dure tanto, ni azar que se distribuya tan homogéneamente entre lugares tan distintos. El arte grotesco es un arte que trata de llamar la atención del público buscando sus más bajos instintos, porque tenemos un público de bajos instintos. El arte busca vender sus artefactos en un mercado en el que los compradores demandan ya lo feo y lo grueso, lo rodeado y envuelto por el mal gusto; donde los compradores viven envueltos en esta realidad. Una realidad densa de urbanidad y alejada de la naturaleza. El público del arte degenerado es en buena parte un público degenerado. No se imponen los productos en un mercado, sino que se vende lo que se demanda. Y se demanda lo grotesco. Perdida la buena costumbre, tenemos un público en declive demandando arte declinante. Luego la pregunta de por qué tenemos un arte declinante es por qué tenemos un público en declive, grotesco y sin buenas costumbres. Por qué la calidad humana o sensibilidad o espiritualidad se ha ido erosionando tanto, en tantos lugares. Y la respuesta está en lo que de común tienen todos estos lugares: una misma forma de gobierno: una democracia, un mercado intervenido por un Estado que realiza (mal) tres cosas principales: En primer lugar, subvenciona. Es decir, el Estado busca sus cantores, sus intelectuales, quienes refrenden y difundan su razón de ser. Y el arte, que es expresión intimísima y última del individuo, queda expuesto a lo que el pagador (el Estado, el ministerio de Cultura, el cultivador oficial del gusto artístico) pretenda. Es un arte hecho por funcionarios. Y un funcionario, con una renta segura e independiente de lo que produzca, sin tener la competencia del mercado para vender sus productos, tiende a producir productos de
  • 31. baja calidad. Caros y malos. Ésta es la primera de las cosas que realiza un Estado. Subvencionar el arte, comprarlo para sí. Tener funcionarios en lugar de artistas libres y autónomos, independientes de los presupuestos de los Estados. El Estado, en segundo lugar, educa o maleduca a la población. El Estado tiene su ministerio de Educación, su escuela pública, su escuela privada que está sujeta a la aprobación de sus contenidos por el ministerio de Educación también. Una educación, por tanto, totalmente pública al cabo. Y si el Estado monopoliza la educación del público, la falta de educación de éste (de formación y de buen gusto), su mala educación, al cabo, será obviamente responsabilidad del Estado. Luego la educación pública ha creado su público, el mal gusto del público, o el gusto por lo bajo y lo grotesco del público. Y el tercer vector de actuación del Estado (junto a la subvención de la Cultura y la educación pública) es el mismo régimen por el que el Estado se gobierna, digamos. El régimen democrático. Es la democracia la tiranía del número, la primacía de la cantidad sobre la calidad, el reino absoluto y último de la estadística. La democracia tiende por su propia naturaleza al crecimiento del gasto público; a satisfacer las demandas del mayor número de votantes (que tienen menos) y que quieren vivir de los demás (de los que tienen proporcionalmente más). Se expanden los programas de actuación pública, los gastos estatales. El arte refinado requiere un gusto refinado y un público refinado. Pero ahora ya no hay tiempo para todo eso. Hay un apresuramiento y una urgencia. Se vota cada cuatro años o cada dos. Hay que conseguir una apariencia de resultados rápidos. No se da tiempo a la educación del público (que lleva tiempo). El público está volcado ya también en esa vorágine del corto plazo (del ya y sin esfuerzo lo quiero todo). Cambian los gobiernos, las leyes, suben los impuestos, hay inflaciones (de bienes de consumo o de bienes raíces), ¿cómo se va a ahorrar en ese contexto si, además, los ahorros están penalizados con nuevos impuestos? Si no hay ahorro no hay visión de medio plazo. No hay, de hecho, esperanza de futuro. Es un aquí y un ahora. Y una re- animalización del público, un renacimiento del bajo instinto, de lo
  • 32. material/efímero antes que de lo espiritual, tan lejano para el público desesperanzado y animalizado del ahora. Un Estado nutrido por una democracia ha conseguido un público grotesco dispuesto al arte grotesco.
  • 33. Convertirse a la democracia a través de la guerra La guerra ha sido la forma en la que tradicionalmente se ha extendido y se extiende la democracia como forma de gobierno de unos países a otros. La guerra ha sido la forma tradicional de exportación política de esta forma de gobierno. Las guerras que en muchos casos han sido iniciadas o provocadas por casus belli nimios o perfectamente manipulados. La chispa no ha sido siempre un choque inevitable de civilizaciones. No lo ha sido en los casos de la primera y la segunda guerra mundial. Tras la I GM, se acabó la monarquía como forma de gobierno en Europa; en Alemania, en Austria-Hungría y en Rusia. También en el imperio otomano. En todos esos lugares se instaló manu militari la democracia; salvo en Rusia, donde se instaló un régimen comunista, manu militari también. Tenemos una Europa de democracia y un país comunista, tras la I GM. Tras la II GM, por su parte, se acabó el fascismo en Europa. El fascismo en sus diversas variantes nacionales, el fascismo, en general, como intento de vuelta atrás, a las tradiciones, de reacción frente al comunismo; el fascismo, ese intento que empleó un instrumento como el Estado para conseguir sus objetivos finales. El fascismo, ese híbrido, ese nacionalsocialismo. Europa sale de la II Guerra Mundial sin fascismos y con democracias en la parte occidental del continente; y con más comunismos en la parte oriental. El fascismo ha sido eliminado de Alemania, Italia, Hungría, Rumanía. En España y Portugal, con sus características propias, se irá transformando y acabará en democracia muchas décadas después. Dos guerras mundiales, decimos, pues, para traer la democracia a un continente.
  • 34.
  • 35. Las formas de la democracia La democracia es un antiguo artefacto. Un artefacto que se ha considerado en diversas etapas históricas como regla de decisión política. En otras etapas históricas, sin embargo, no se ha considerado como regla de decisión política. Se ha obviado. Son las etapas preponderantes en la historia. Ha habido monarquías, aristocracias, gobiernos autoritarios, ha habido gobiernos totalitarios, ha habido no gobiernos. Ha habido muchas cosas. Cuando la democracia ha aparecido en la historia, lo ha hecho bajo diferentes formas. Consideremos la democracia a lo largo de la historia bajo cuatro formas diferentes. En primer lugar, tomemos la democracia griega. Una democracia con ciudadanos, que votan, y con esclavos, que no votan. En esta forma de democracia deciden los propietarios, los que contribuyen al erario, no todos los que habitan un lugar. Los esclavos son una propiedad más de los propietarios. La democracia es la forma en que los propietarios gestionan el erario, los asuntos públicos que atañen al conjunto de la población. El problema es que hay hombres que continúan siendo una forma de propiedad, pues hay una fracción de la población esclava. En segundo lugar, tomemos el concejo abierto, esa forma altomedieval de la democracia. Esa forma olvidada, por el hecho de pertenecer a la Edad Media, quizás, donde todo se considera que era oscuro, en lugar de luminoso. Esa forma que, de hecho, no sólo pertenece a la Edad Media, sino que quizás es la forma en que se regían los clanes y las tribus desde la noche de los tiempos, antes de tener esclavos (tras lo cual nos encontraríamos en la forma primera, la democracia griega). En el concejo abierto no hay esclavos. El sujeto del concejo abierto es una aldea rural en el que las familias tienen sus bienes privados (casa, huerto, herramientas) y sus bienes comunes (el comunal): los bosques, los pastos, los ríos, el molino, el horno... Los bienes del comunal se explotan y
  • 36. trabajan en común. Todos los miembros de la comunidad son propietarios de esos bienes comunes y deciden sobre ellos. Como en asamblea. Pero una asamblea de propietarios, recordemos. Una asamblea que se parece más a una asamblea de accionistas que a otro tipo de reuniones asamblearias. Quienes deciden son las familias, las casas, reunidas en la plaza pública a la sombra de un árbol, generalmente. El lugar es lo de menos. O lo de más; pues el árbol es el vínculo a la tierra, la raíz común de esa comunidad. El hecho es que los propietarios de un bien (las familias de una aldea) deciden sobre los bienes que son comunes, sobre el erario, digamos. Y no hay esclavos. El artefacto antiguo de la democracia vuelve a aparecer en la edad moderna, bajo la forma de la democracia censitaria (sólo deciden sobre lo público los que pagando una cuota contribuyen a lo público). Aquí tampoco hay esclavos; y se mantiene la idea de una democracia de propietarios. El problema es que el ámbito de decisión ya no es pequeño, como en las polis griegas o en el concejo abierto, rural y altomedieval, sino que es el conjunto de la nación. Los representantes elegidos quedan ya muy lejos de los representados. Ya no hay conocimiento personal entre ambos. Ni los representantes mismos conocen personalmente los asuntos sobre los que van a decidir. Es decir, es una forma de democracia de propietarios, sin esclavos, no, pero con un ámbito de decisión demasiado grande. Los representantes, por la lejanía, se convierten en oligarquía. Una minoría, de hecho, acaba decidiendo sobre los asuntos del erario, de los bienes comunes. En el siglo XX, sobre todo tras la II GM, se extiende la idea de la democracia todavía más. Adquiere su cuarta forma. Los habitantes de un determinado territorio votan, sean o no propietarios, contribuyan o no al erario. Ya no son los propietarios de un bien tenido en común los que deciden sobre ese bien, sino que los que no son propietarios, los que no contribuyen de forma neta con tributos, también deciden, es decir, los que reciben a través de subvenciones y transferencias del gobierno más de lo que aportan en impuestos al sistema. En esta categoría estarían los empleados públicos, en primer lugar, y los perceptores netos de rentas en general, quienes viven del presupuesto del Estado. Un presupuesto
  • 37. del Estado que sostienen los contribuyentes netos del sistema, los que no reciben rentas del Estado o los que reciben menos rentas de las que aportan a través de los impuestos. Esta segunda clase, de hecho, sostiene con su trabajo a la primera, es decir, es, de hecho, esclava de la primera. Y así tenemos, de nuevo, la democracia con esclavos, la actual. No es una democracia de propietarios (los no propietarios deciden sobre el destino del erario), es una democracia con esclavos de facto, y es una democracia todavía más extensa, en la que de nuevo los lejanos representados deciden como oligarquía sobre los asuntos del común.
  • 38. Algaradas y asambleas Cuando en la democracia una situación queda bloqueada, cuando los parlamentos o asambleas son incapaces de dar respuesta (argumentada primero en los escaños y escrita después en las leyes) a las demandas de la población; cuando esta situación se da, suelen producirse dos escenarios que a primera vista al menos no parecen propios de un grado superior de civilización: las manifestaciones callejeras y la revolución. O lo uno como paso previo a lo otro. Es decir, los gritos y la violencia. Es decir, la fuerza que haga explícita y efectiva la presión del número grande o pequeño, de la mayoría o de las minorías, antes votantes, y que no encuentra ahora o dice no encontrar otro cauce de expresión más primitivo que ése, el de la calle. Y es que el problema está en la importancia concedida al número grande. En que la democracia exige mayorías. En que el número pequeño que, en cualquier otro mercado, mientras tuviera el tamaño suficiente para hacer rentable la producción de un bien o servicio, éste lo encontraría disponible; en el mercado político, por el contrario, esto no sucede así. En el mercado, digamos normal, cada cual compra lo que quiere, y el número grande de clientes, si acaso, lo que hace es más eficiente y más barata todavía la producción de ese bien. En el mercado político, por otro lado, sólo se vende lo que dice la mayoría (o los representantes de la mayoría) que se venda. El resto no está permitido. Incluso está prohibido. Y cuando estas minorías ven que no tienen lo deseado, cuando el parlamento no se lo da (porque son minoría no establecida eficazmente como grupo de presión, o de soborno), cuando el parlamento no permite que nadie en el libre mercado se lo ofrezca, cuando lo prohíbe, de hecho, como decimos, bajo la excusa de que son bienes públicos que el Estado y sólo el Estado puede proveer, entonces estas minorías se lanzan a la calle, a la manifestación, a la violencia, al primitivismo. La democracia ha fomentado el primitivismo de los
  • 39. menos, que protestan contra los servicios públicos que se les ofrecen sin competencia ni alternativa posible: los insatisfechos e inquietos ahora protestan contra los servicios de seguridad o policía; contra la sanidad o educación ofrecida e impuesta; contra la imposibilidad de asociarse libremente para crear jurisdicciones más pequeñas, autonomías, independencias, etc. El grito, pues, es la primitiva y última manifestación de la imposibilidad o prohibición del mercado, de la imposibilidad de la palabra ordenada. El grito y la manifestación es la realidad cierta del paso atrás en la civilización. La democracia, o la tiranía del número grande, lo ha hecho posible.
  • 40.
  • 41. Votar o comprar La democracia es un sistema para la toma de decisiones. Si es eficiente o no vamos a verlo. Hay que convencer a un numeroso conjunto de población (con el coste que ello supone) para que esté de acuerdo sobre un conjunto heterogéneo de asuntos y den su apoyo a quienes habrán de ser sus representantes. Un conjunto de población que suponga la mayoría de la población, de hecho. Un conjunto heterogéneo de asuntos supone “comprar” algunos productos que se desean y otros que no, pero que van incluidos en el mismo programa electoral, en el mismo paquete de productos (o de propuestas que tienen la intención de ser productos). Y hay los representantes que ya se encargarán con posterioridad de darle las últimas pinceladas legales a las cuestiones que se debatan en una alfombrada asamblea. Eso es la democracia. Una compra que no haríamos en otras circunstancias. Vamos a adquirir un producto a un mercado…, pero no podemos adquirirlo salvo que desee adquirirlo igualmente la mayoría de los clientes que en ese momento se encuentran en el mercado; lo adquirimos en un paquete que incluye otros productos en los que no estamos necesariamente interesados, pero que hemos de pagar igualmente; y luego unos señores representantes serán los que decidan sobre los detalles finales del acabado de ese producto, su color, tamaño y características últimas. ¿Quién realizaría una compra en semejante y no otra situación? En esas circunstancias, ¿aún tendríamos confianza en que el producto adquirido fuera el que realmente deseábamos? ¿En que no nos venderían gato por liebre? ¿En que la calidad de lo adquirido se ajustaría exactamente a lo deseado, y su precio no resultaría excesivo? Exactamente… No pidamos demasiado, vayamos pues al mercado y compremos ahí algo aproximadamente igual a lo que deseábamos… El precio… Sí, bueno, resulta un poco caro, porque están los costes de implementación del sistema para convencer a tanta gente, los anuncios, las campañas electorales... Están los
  • 42. costes de las asambleas alfombradas… Y los sueldos. Y está, sobre todo, el coste de los numerosos empleados públicos, o burocracia, que es el brazo articulado del gobierno o del Estado para llegar a todos los rincones de nuestras vidas. Y esto tiene un coste, claro, puesto que son muchos. De hecho, son millones, los funcionarios. Millones de sueldos todos los meses. Seamos comprensivos, puesto que, al fin y al cabo, no nos permiten elegir uno a uno los productos o servicios que deseamos adquirir (servicios de educación, de sanidad, de recogida de basuras, de seguridad, tribunales…) y el Estado nos vende los servicios públicos como un conjunto. Y nos obliga a pagarlos y a consumirlos, queramos o no. Y de la calidad… tampoco esperemos demasiado, puesto que, si no tienen competencia, si de hecho la prohíben o limitan, pues así serán los productos que ofrezcan... Pero seamos comprensivos…
  • 43. El ojo de la democracia Para que la democracia funcione como tal, donde las decisiones sobre lo público (o los bienes y servicios que se tienen y gestionan en común) las tome efectivamente el conjunto de la población, para que la democracia funcione como tal, decimos, y no como una oligarquía, ha de constituirse sobre un grupo reducido de población. En estas entidades reducidas todos los sujetos políticos se conocen entre sí y se controlan, no es necesaria la constitución de comités ni se requiere de amplia burocracia para la ejecución de la labor de gobierno. Prima la ley, escasa y sencilla, sobre el reglamento, abundante y escrito en lenguaje farragoso que lo aleja, quizás intencionadamente, del entendimiento del hombre común. Aquí podría destacarse el lenguaje y sus distintas jergas, técnicas o no, como elemento importante para la constitución de subgrupos humanos diferenciados, como barrera de entrada a los mismos. En una democracia pequeña todos conocen y deciden sobre lo de todos (sobre lo que se posee en común). Y lo de todos, o bien público, se convierte o equivale al cabo, pura y simplemente, en la mera gestión de una empresa de propiedad colectiva. La democracia moderna, en cambio, tiene dos características que la alejan y diferencian de este ideal. En primer lugar, su tamaño. Los sujetos políticos no son dos docenas de personas sino decenas de millones de personas. Aquí el conocimiento de los ciudadanos entre sí es imposible, la creación de múltiples comités y subcomités para esa gestión elefantiásica de los numerosos asuntos parece hasta necesaria y conveniente, y así el crecimiento de la burocracia, con sus técnicos diversos y su jerga ininteligible. Tenemos, pues, una democracia en la que gobiernan los que se sitúan en los comités y los que sitúan a los que se sitúan en los comités. Tenemos, pues, una oligarquía. Y la deriva de la democracia en oligarquía no ha sido algo aleatorio o circunstancial, reversible en su caso, sino que ha
  • 44. sido la consecuencia natural del aumento inusitado del número de sujetos políticos. Los asuntos son muchos, su complejidad creciente, imposible que todos los sujetos políticos conozcan todo, para así decidir con criterio propio sobre todo ello. Los comités y sus oligarcas terminan decidiendo por ellos. Y la otra característica de la democracia moderna, aparte de su tamaño, que la aleja del ideal mencionado más arriba, es que ha ampliado su carácter o concepto: la democracia ya no consiste tan solo en la mera gestión de los bienes y servicios a los que se les confiere el carácter de públicos (siendo estos cada vez mayores), la democracia es ahora un ingenioso sistema cruzado de transferencias de rentas de unos individuos a otros, de unos grupos de individuos a otros, de unos sectores económicos a otros, de unas regiones a otras. Con los conflictos y rencillas, con el ruido democrático que todo esto genera. (Con ese ruido se llenan los noticiarios y se nos aturde.) Y las transferencias crecientes y continuas de rentas (que no son de carácter explícito y voluntario, de individuo a individuo), estas transferencias son, también, una consecuencia lógica, y no aleatoria ni circunstancial, del número mayor de sujetos políticos existentes, de tener una "democracia más grande". Los subgrupos humanos se han organizado ahora ya como grupos de presión para poder influir en los comités y crear transferencias de rentas hacia sí (a través de modificaciones en leyes y reglamentos que les beneficien). Tenemos una democracia de transferencias de rentas, una socialdemocracia. Y aquí es donde el tamaño ha resultado aún más decisivo, si cabe, para su implantación, pues las transferencias de rentas en un grupo pequeño en el que todos sus miembros se conocieran quedarían evidenciadas como abuso de unos individuos (bien concretos) sobre otros (también bien concretos). El abuso evidente no sería sostenible durante mucho tiempo. En un grupo grande, en cambio, la ceguera hace sostenible el sistema. El ojo de la democracia, convenientemente ciego, es su mejor aliado.
  • 45. Individualismo y colectivismo El individualismo se concibe habitualmente como la primacía de individuos sedientos de hacer daño al prójimo, al modo de la ley de la selva o de la naturaleza, al modo del darwinismo social donde unos individuos sobreviven y otros mueren o fracasan en su lucha por alcanzar los frutos de la prosperidad económica. Olvidan los críticos del individualismo que los frutos de la prosperidad económica no son algo dado, que crezcan solos, como las peras o las manzanas. Las empresas, oficinas o factorías no crecen solas en el campo. Es a través del mercado donde se crean, donde individuos sedientos de sueños, de ideas, ponen en práctica estas ideas y estos sueños, reuniendo recursos y gentes a su alrededor para llevarlas a cabo, despertándolas para producir bienes y servicios que serán comprados (o no) de forma voluntaria por otros individuos. Si las empresas fracasan en colocar sus productos en el mercado, sea porque estos no tienen la calidad o el precio suficiente para hacerse un hueco en el mismo, o porque no sean lo suficientemente demandados como para hacer rentable su producción, si las empresas fracasan, los empresarios cierran la empresa, asumen la pérdida y reorientan los recursos restantes en nuevas empresas, es decir, en el mercado los recursos se orientan hacia aquellas actividades productivas, creadoras de productos solicitados por los consumidores y creadoras de empleo para hacer estos bienes y productos posibles, para producirlos. Tenemos así que los individuos, los empresarios, los supuestamente sedientos de hacer daño al prójimo, los supuestamente egoístas, los solo preocupados por lograr su propio beneficio, han beneficiado, quizás sin quererlo de forma consciente (o quizás sí), han beneficiado doblemente a la sociedad o comunidad en la que viven: ofreciendo productos que demandan o necesitan o quieren los compradores, cubriendo al cabo una necesidad y, por otro lado, creando empleo, donde antes no lo había. Los empresarios son, en este sentido,
  • 46. servidores públicos, pues sirven al público de forma completa y total. Observemos que habitualmente se dice servidores públicos a los funcionarios o políticos, es decir, a los que se valen de los recursos ajenos (de los impuestos), coactivamente extraídos, para presentar a la comunidad unos servicios, llamados sociales, que son de obligado consumo (caso de la defensa, la justicia o la educación pública o regulada, por ejemplo), de dudosa calidad y de coste sustancialmente mayor al bien o servicio equivalente ofrecido por el mercado. Los servidores públicos, los funcionarios o políticos, no sirven pues al público, sino que se sirven de él, al cobrar impuestos y vivir parasitariamente del público. El colectivismo, por otro lado, sería un sistema político y económico (habitualmente llamado socialismo o socialdemocracia) donde se da la primacía de estos últimos, de los funcionarios y los políticos, quieres ordenarían y ordenan los recursos de la sociedad según su saber y entender, no según un método empresarial de prueba y error (donde las empresas que lo hacen bien logran beneficios, sobreviven y crecen; y las empresas que no lo hacen bien, pierden dinero y cierran), un método, por tanto, el colectivista, que ignora las preferencias del público y las actuaciones de miles y millones de consumidores y empresarios de todos los tamaños, fiándose, el colectivista, del supuesto mejor saber y entender de unos pocos sabios reunidos en comités. El sistema colectivista puede ubicar los recursos sociales donde quiera, pues los obtiene de forma gratuita a través de los impuestos. Los funcionarios y los políticos no se juegan su dinero en cada transacción o intercambio comercial, como sí lo hacen los consumidores y los empresarios en el mercado. Los funcionarios y los políticos toman el dinero de los consumidores y los empresarios y les dicen lo que les van a ofrecer a cambio como servicios públicos, en lugar de dejar que estos elijan libremente, pues cuando uno se juega su dinero en cada transacción parece que se elige con mayor tino. El colectivismo sería, por tanto, un régimen de curso forzoso, esto es, obligatorio, regido por comités y lleno de desatinos continuos y continuados.
  • 47. La unión intrínseca del individuo y el colectivo Se dice que el conjunto de las ideologías políticas puede dividirse entre aquellas volcadas hacia el colectivo y aquellas otras volcadas hacia el individuo. De esta forma, habría ideologías colectivistas frente a ideologías individualistas. Pero ésta es una falsa dicotomía que pretende, quizás, presentar al conjunto de las ideologías individualistas como ajenas al colectivo, incluso opuestas a él, que conciben al individuo como un ser egoísta que persigue ciegamente sus intereses, que se opone o ignora en su actuación al conjunto de la sociedad, en las que el individuo para nada tiene en cuenta los intereses de la comunidad en la que vive, ni directa ni indirectamente. Sin embargo, en el actuar del individuo/empresario, por ejemplo, sí se tiene plenamente en cuenta el interés de la comunidad, puesto que el empresario vive de la venta de sus productos a una serie de clientes que se encuentran en buena parte en su comunidad. Y si sus productos no son vendidos (si no son aceptados libremente por sus clientes, si no interesan a la comunidad), éste tendrá que reorientar la producción o bien cerrar la empresa. De esta forma, el interés de la comunidad (o del conjunto de individuos que ésta conforma) se ha de tener en cuenta de forma absoluta, vital. De ello depende la suerte del empresario. El empresario, pues, no es que viva de espaldas a la comunidad o la ignore, es que vive completamente gracias a ella y para ella, vive de servir los productos que ésta demande; el empresario es un auténtico servidor público, como decíamos. Igualmente, el empresario, al crear empleo para poder satisfacer la demanda de sus productos, beneficia de nuevo a su comunidad, pues emplea a buena parte de quienes le rodean, contribuyendo decisivamente al sustento de sus familias. Esto es, el individuo, en su actuar
  • 48. consciente o inconscientemente, genera beneficios para su comunidad. ¿Dónde queda, pues, la oposición entre colectivo e individuo, si uno no puede vivir sin el otro? Si el individuo sirve a la comunidad que le rodea, y la comunidad prospera gracias a las decisiones libres de los individuos que las conforman. Decisiones de emprendimiento, inversión, empleo, asunción de riesgos, compraventa. Un conjunto de individuos tomando decisiones por el bien de su comunidad. Lo pretendan o no. De ese orden voluntario es más fácil que surja la armonía social que de un orden coactivo. La armonía o, al menos, una menor fuente de conflictos. La aproximación a la armonía y a la prosperidad.
  • 49.
  • 50. Inmigración y anarquía Se dice que la libertad de mercado habría de implicar igualmente la libertad de circulación de personas, es decir, la libre inmigración. Dado que en las últimas décadas se ha producido una importante inmigración en los países europeos y en Norteamérica, así como una creciente globalización comercial a nivel mundial, parece que ambas tendencias, libertad de comercio de mercancías y libertad de movimiento de personas, habrían de ir necesariamente de la mano. Pero esto no es necesariamente así. Es más, puede argüirse que ambas tendencias pueden basarse en supuestos contradictorios, al menos tal y como se han producido en las últimas décadas. No es que haya habido simplemente libertad de inmigración, sino que ha habido subvención a la inmigración, es decir, no ha habido libertad de mercado en ese ámbito, sino intervencionismo estatal. En primer lugar, porque los empresarios que contratan a inmigrantes no se hacen cargo de sus costes sanitarios y educativos (de los que disfrutan al menos en Europa), sino que cargan al resto de la sociedad con este coste. Por otro lado, los inmigrantes, junto al sueldo que reciben y a estos beneficios educativos y sanitarios, se ahorran el pago por el uso de las infraestructuras acumuladas en el país durante las últimas décadas. No asumen la parte alícuota que les correspondería del capital social acumulado. Si consideramos a un país como un club en el que todos los socios pagan su parte o cuota, los inmigrantes que llegan disfrutan de las infraestructuras acumuladas que han sido financiadas con impuestos de los nacionales. De este modo, si tuviéramos en cuenta las inversiones públicas realizadas en carreteras, hospitales, etc., y si considerásemos al menos un período de amortización de estas infraestructuras de, digamos, treinta años; y sumásemos los costes anuales de mantenimiento; y todo ello lo dividiéramos entre el número de habitantes mayores de edad de un país, obtendríamos el canon de entrada que los recién llegados, en un entorno de libertad
  • 51. y no de coacción impositiva sobre el resto de los nacionales, quizás habrían de pagar y no pagan. Quienes estuvieran a favor de la inmigración podrían, lógicamente, abonar a los inmigrantes las respectivas cuotas de entrada y permanencia en el país, así como los costes anuales de sanidad y educación en los que incurren.
  • 52. Defensa y anarquía Se dice que las sociedades que no son capaces de defenderse, perecen. Las sociedades antiguas se defendían de forma colectiva cuando se daba el caso. Todos tomaban las armas. En las sociedades más modernas, especializadas en el intercambio, donde la división del trabajo ha avanzado más, se da el caso de los defensores profesionales, los guerreros, el ejército. Ocurre a veces, en una determinada jurisdicción (reino, nación o estado) que esos guerreros, que son profesionales de la defensa en su propia jurisdicción, se convierten en profesionales del ataque en la jurisdicción ajena, esto es, se da el caso de la guerra. ¿Y cómo nos defendemos de la guerra, que pretende el pillaje, el robo, la violación o la destrucción? ¿Nos defendemos con la misma guerra o con el "comercio"? Se dice: únete al enemigo que no puedas vencer. ¿Es acaso mala defensa la política de comprar al enemigo, “manu pecuniari”? ¿O es acaso la mejor defensa, la menos costosa en vidas y dineros? De esta forma ponemos a los guerreros que nos agreden a nuestro servicio, es decir, les pagamos a partir de ahora por defendernos. Y les damos una parte menor del botín que esperaban (les pagamos un sueldo). Una porción menor y asumible por parte de los guerreros, pues ellos no asumen el riesgo y parte del coste del combate. Hay quien diría que esto es ceder al chantaje, que es pagar tributo por que no te ofendan o roben o violen o maten. A esto pueden decirse dos cosas. En primer lugar, que siempre hay que pagar un precio por un servicio (en este caso por el servicio de defensa, o por la reversión de la ofensa en defensa). Nadie trabaja gratis, salvo los esclavos y los contribuyentes. Y, en segundo lugar, que siempre habrá competencia en el mercado de guerreros, siempre habrá otros guerreros potenciales que puedan suplir el puesto de estos que pretendemos comprar en primera instancia, haciendo de esta forma, mediante la competencia de guerreros en el mercado de defensa,
  • 53. que el precio que pagamos no sea excesivamente caro (que no haya chantaje, pues podemos cambiar de guerreros) y, en todo caso, que sea menor al precio en vidas y dineros que una guerra supondría.
  • 54. La defensa en una sociedad anarcocapitalista ¿Que cómo podría defenderse una sociedad anarcocapitalista? Como siempre se ha hecho, con dinero, que compra voluntades, y con tecnología. En última instancia, ésta sería un arma nuclear, pequeña, bonita y cara (pero el dinero no es un problema para nosotros, ¿verdad?) Y en primera instancia, evitando la guerra. La mejor manera de defenderse de la guerra es evitarla. De dos maneras. Con información; comprando información de inteligencia a empresas e individuos que la vendieran, contribuyendo de esta forma al desarrollo y profesionalización del mercado del espionaje. Y lo primerísimo de todo, siendo un polo económico en la región al modo de Singapur, Dubai, Suiza, Venecia o la Liga Hanseática, esos pequeños países que tienen o tuvieron el oro de las potencias de la región en su seno, siendo por lo tanto invulnerables a ellas; y haciendo antieconómica su invasión, pues ¿quién destruye a la gallina de los huevos de oro?
  • 55.
  • 56. Kapitalismus! Se dice que el término capitalismo tiene un cierto burbujeo histórico, más allá de la nuda indiferencia semántica. Como las adherencias que se acumulan en la parte baja del casco de una nave, en su contacto frecuente con el mar, requieren de un cierto trabajo de limpieza de cuando en cuando, carenemos el casco de la nave de adherencias históricas. Ahora. Los bienes económicos sirven para satisfacer necesidades humanas. Directa o indirectamente. Los bienes de ahora son los bienes de consumo; una patata. Pueden consumirse con mayor o menor lentitud, pero están al final de la cadena de producción. Se consumen y se agotan. Los bienes de capital son los bienes que sirven para producir otros bienes; el tractor que cosecha las patatas. Si los beneficios obtenidos con la venta de las patatas los destinamos a comprar parcialmente otro tractor, o alguna otra herramienta que intervenga en el proceso de producción, estamos acumulando capital. Cuando los bienes de capital (máquinas, herramientas, oficinas, fábricas) son de propiedad privada y pueden intercambiarse libremente en el mercado, eso es capitalismo. El capitalismo es cuando hay propiedad privada de los medios de producción. Es decir, en el capitalismo, el trabajo de cada cual lo organiza o contrata cada cual (privadamente). Cuando el capital se acumula y se posee privadamente eso es capitalismo. Cuando los beneficios son para el que posee los medios de producción, cuando se decide privadamente si el beneficio se consume o se ahorra y cuando el ahorro sirve para financiar nuevos bienes de capital, todo eso es capitalismo. Cuando, con el incentivo de obtener un beneficio mayor, se acumula capital tras capital, aumenta finalmente la producción, los bienes obtenidos al final de la cadena de producción. Y aumenta también la productividad, o la relación entre lo producido y los medios empleados en producirlo, es decir, se produce más con menos. La productividad es consecuencia de la mecanización y de la reordenación de los factores de producción,
  • 57. fundamentalmente el trabajo. Juanito hace mejor una tarea o dos, pero no cinco tareas a la vez. Pierde mucho tiempo en ir de un sitio a otro, se desconcentra, etc. Para hacer cinco tareas diferentes es mejor tener a cinco juanitos. Con esa especialización del trabajo aumenta la productividad de cada juanito.
  • 58. La anulación de la propiedad privada Se dice que el término capitalismo está estrechamente unido al término propiedad privada. Efectivamente, así era. Vamos con la terminología en primer lugar. Tener la propiedad de algo es poseer y poder disponer de ello. Si quieres disponer de algo, por ejemplo, venderlo, y para ello has de pagar un impuesto, no puede decirse que sea tuya la propiedad completa de ese algo. Una vez convertido en dinero ese algo, parte de ese dinero ha de destinarse a pagar el impuesto, es decir, no dispones de toda la propiedad, o de todo el equivalente en dinero de esa propiedad. Otra cosa es que lo puedas vender a un precio mayor o menor del deseado. Eso dependerá de la voluntad del comprador en potencia de ofrecer una mayor o menor cantidad de dinero por ese bien. El precio demandado/ofrecido dependerá, a su vez, de las voluntades de otros vendedores/compradores, es decir, de la escasez relativa de ese bien en el mercado. Si ese diamante es único, el único vendedor podrá pedir un gran precio si se encuentra con varios demandantes de ese bien. Si vendes un kilo de arena, sin embargo, en un país rodeado de playas, no parece que pueda pedirse una inmensa cantidad de dinero por el mismo. De hecho, nada. La compra/venta del diamante o del kilo de arena será el fruto de la disposición voluntaria de ese bien en el mercado por parte del oferente, de la voluntaria oferta de un precio por ese bien por parte del demandante y del libre acuerdo de ambos para llegar a un precio de intercambio. Cada cual dispone plenamente de su propiedad (diamante, arena o dinero). Ocurre a veces (y hoy en día, ese a veces es siempre) que surge un tercero que quiere una parte de esa propiedad. Ese tercero es el Estado. Y la parte que el Estado quiere ha de sufragarse más allá de la voluntad del poseedor del bien, del propietario, que ya no es tal, en virtud de esa parte que ha de satisfacer al Estado; sólo será parcialmente propietario de ese bien. Es decir, que la propiedad
  • 59. privada no será completa. Los intercambios producidos por esas propiedades privadas incompletas, las acumulaciones incompletas de capital (pues otra parte del beneficio habrá de destinarse a pagar otro impuesto) y los incompletos consumos de la parte de ese beneficio que el propietario decida destinar a la compra de bienes de consumo (y que satisfarán a su vez un tercer impuesto), constituirán, en conjunto, una suma de partes incompletas. A esa suma de partes incompletas no parece que pueda llamársele completamente capitalismo. Y en esas estamos. En ese capitalismo incompleto.
  • 60.
  • 61. Comunidades libres A un individuo con plena libertad para asociarse o no con otros individuos no tiene porqué negársele la posibilidad de crear comunidades libres, políticamente autónomas. Y cuando no se sienta involucrado en ellas, partir, sin tener que destruirlas total o parcialmente mediante una revolución que lo libere de su pertenencia. Es decir, en esas asociaciones voluntarias habría constituciones a modo de estatutos, donde todos los individuos asentados en ellas, a través de sus propiedades respectivas, habrían de respetar, pues así lo han firmado explícitamente (no como las constituciones nacionales, de acuerdo tácito o supuesto). Y cuando uno no respetara los estatutos, un tribunal de arbitraje o la propia comunidad de propietarios dictaminaría sobre el caso, y llegados al extremo, sobre la posible expulsión o destierro del miembro inclumplidor. Las comunidades de libre asociación o adhesión tendrían carácter voluntario, no como los actuales estados/nación. Podrían conseguirse de esta manera comunidades más libres, más homogéneas entre sí y más armoniosas en su funcionamiento, donde la legitimidad de las mismas vendría de una simple rúbrica. Y la desvinculación de ellas, de un simple adiós.