1. Publicado en: Observatorio de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, Nº 52, diciembre 2010
Foto:Baharri
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Efrén Martín, gerente de y profesor de
www.fvmartin.net
“Ramiro II era despreciado por los aragoneses y
su reino estaba en plena anarquía. No sabiendo
qué hacer, pidió consejo a su antiguo maestro
mediante un mensajero. El abad pidió al enviado
que le acompañase al huerto y, sacando un
cuchillo, fue cortando todas las coles que
sobresalían, dejando sólo las pequeñas. Entonces
dijo: «Vete al mi señor el rey y dile lo que has
visto, que no te doy otra respuesta». Intuido el
significado, Ramiro II convocó Cortes indicando
que quería hacer una campana que se oyese en
todo el reino. Cuando los nobles fueron llegando,
el rey les hacía pasar uno a uno, ordenando la
ejecución de los revoltosos, hasta el punto de que
doce fueron decapitados antes de la hora de la
comida. Cuando se supo su acción, se restableció
la paz en el reino”. (Gran Enciclopedia Aragonesa)
Todos queremos más, pero todo ha de tener un
límite, antes de degenerar por generosidad:
¿Limitará sus visitas el vecino que desde el
primer día se apropió de nuestra casa?
¿Podrá el padre contener la segunda salida
nocturna de su hijo, tras ceder en la primera?
¿Se conformarán los alumnos suspendidos al
ver que se aprobó a quienes protestaron?
¿Será fácil reconducir al antiguo empleado que
se ampara en costumbres adquiridas para
aprovecharse de los novatos?
¿Cesará en sus privilegios el cargo público
ante cuyos delirios nadie osa negarse?
¿Desistirá de ejercer su tiranía sobre la
mayoría, aquella minoría con la que
inicialmente nos solidarizamos?
Hoy en día es difícil negarse en redondo sin
pagarlo con un deterioro de la propia imagen.
Nadie quiere ser tomado por desconsiderado,
inflexible o poco dialogante. La consigna del
“todo es negociable” hace muy duro y difícil
resistir el ariete de las peticiones ajenas; cuyo
objetivo es derribar, con su insistencia, el muro
de nuestra resistencia…abriendo brecha.
Pero si no sabemos decir que no ó, peor
aún, si no sabemos mantenerlo; incentivamos
la esperanza de aquellos ante quienes
terminaremos por rendirnos más adelante.
Seremos nosotros quienes salgamos
perdiendo ante la desfachatez ajena (por
supuesto, tampoco hemos de ser nosotros los
impresentables invasores).
¿Y si ya es demasiado tarde? ¿Y si ya
cedimos demasiado? A quien no fue asertivo,
sólo le queda ser pasivo o agresivo:
La primera opción es aguantarse, siendo
muchos los que en privado protestan pero en
público callan, prefiriendo estar toda la vida
amarillos a un minuto colorados.
La segunda es esperar -ó crear- la ocasión
que mejor sirva de excusa para reescribir la
historia y restaurar los viejos lindes, con
nuevos razonamientos y presiones que
pongan las cosas en su antiguo sitio.
Quien no quiera “tragar”, ni “cortar cabezas”,
ha de aprender a anticipar las consecuencias
de su debilidad y decir “no” a toda inocente
pretensión que abre las puertas a otras
muchas y más graves. Es como el consejo
que daríamos a un joven ante las drogas:
SSii eevviittaass llaa pprriimmeerraa vveezz,, eevviittaass ttooddaass.