El octavo mes del año está cargado de fechas importantes para los argentinos. Se podría empezar, por ejemplo, con el 24 de agosto de 1899, cuando nació Jorge Luis Borges, y el 26 de agosto de 1914, cuando nació Julio Cortázar.
Sin embargo, el surco de los hechos históricos es el que marca lo esencial. Por ejemplo, un 12 de agosto, el de 1806, fue el día en que los 1500 invasores británicos al mando de Guillermo Carr Beresford se rindieron ante Santiago de Liniers y sus milicias populares, y la fecha quedó impresa como el Día de la Reconquista de Buenos Aires.
1. Agostos
Por Miradas al Sur
El octavo mes del año está cargado de fechas importantes para los argentinos. Se podría empezar,
por ejemplo, con el 24 de agosto de 1899, cuando nació Jorge Luis Borges, y el 26 de agosto de
1914, cuando nació Julio Cortázar.
Sin embargo, el surco de los hechos históricos es el que marca lo esencial. Por ejemplo, un 12 de
agosto, el de 1806, fue el día en que los 1500 invasores británicos al mando de Guillermo Carr
Beresford se rindieron ante Santiago de Liniers y sus milicias populares, y la fecha quedó impresa
como el Día de la Reconquista de Buenos Aires.
Para los antiguos romanos, el año comenzaba en el mes que hoy se conoce como marzo. El sexto
mes se llamaba Sextilis, hasta que en el 24 de la era cristiana, el emperador Octavio Augusto
decidió imitar a Julio César, que 21 años antes le puso el nombre de su familia al quinto mes, que
pasó a llamarse julio. De ahí en más, el Sextilis pasó a ser Augustus…, el hoy latinizado agosto.
Lejos de aquellos tiempos y de esas tierras, en la Argentina contemporánea hubo un día de agosto
que concentra emociones, hechos políticos y huevos de serpientes. Es el 22.
El 22 de agosto de 1951, ante una asamblea popular concentrada en la Avenida 9 de Julio, Eva
Perón pronunció uno de sus discursos más importantes de su vida de Abanderada de los Humildes,
aquella alocución con la que renunció ante el pueblo a la candidatura a la vicepresidencia de la
Nación.
En la madrugada del 22 de agosto de 1972, fueron fusilados, en sus celdas de la base Almirante Zar,
16 presos políticos, militantes de Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Otros tres sobrevivieron malheridos y fueron los
protagonistas de uno de los monumentos de la literatura de no ficción o de testimonio, construido
por Paco Urondo en una celda de la cárcel porteña de Villa Devoto, en la noche de ese comienzo de
primavera, en pleno invierno, que fue el 25 de mayo de 1973, cuando Héctor Cámpora asumió la
Presidencia de la Nación.
2. *****
1951
Era una tarde de sol, aquel 22 de agosto, un día peronista, como no
podía ser de otro modo. Sol, temperatura agradable y humedad, en
una Buenos Aires que se encontró habitada por uno, dos… millones
de argentinas y argentinos, llegados desde todo el país e instalados
sobre la 9 de Julio. Constitución al Sur, Córdoba y más allá la
multitud, al Norte, en el cartel más repetido, se leía “Perón-Eva
Perón 1952-1958”, un arco sobre el palco le servía de espejo, con el
agregado “La fórmula de la Patria, CGT”. Lo ocuparon todo, como
una metáfora de los espacios que los más humildes iba abarcando, a
través de las puertas que les abrían los dos aludidos en las pancartas.
Arboles, columnas de alumbrado, marquesinas.
Fueron a buscarla y llegó, la chica nacida en un campo de Los Toldos, 32 años antes, llegó pálida y
delgada, emocionada ante el rugido del pueblo rendido ante sus obras. Se tiró a los brazos de Perón.
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Arrancó con esa voz que todavía cambia el perfume del aire cuando alguien la escucha. “Son
vuestras gloriosas vanguardias descamisadas las que están presentes hoy, como lo estuvieron ayer y
estarán siempre, dispuestas a dar la vida por Perón”, arrancó. “Ellos saben bien que antes de la
llegada del general Perón vivían en la esclavitud y, por sobre todas las cosas, habían perdido las
esperanzas en un futuro mejor”, dijo en medio de un diálogo que fue dramático y que fue génesis de
un peronismo que sería enemigo acérrimo de la oligarquía y el imperialismo. Ella se encargó de
marcar a fuego que el pueblo “sabe también que la oligarquía, que los mediocres, que los
vendepatria, todavía no están derrotados, y que desde sus guaridas atentan contra el pueblo y contra
la nacionalidad”.
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Con reminiscencias de 1810, en el memorial del peronismo aquel fue su Cabildo Abierto, también
fue el Día del Renunciamiento, aunque el mismo se produjo diez jornadas después. La CGT le pidió
que aceptara la candidatura y fueron seis horas de diálogo. La multitud empujaba con su grito
(“Evita con Perón, Evita con Perón”) y le exigía “¡contestación, contestación!”. Eva intentaba
presentar razones, que la mejor manera de servir a su pueblo era desde un puesto de lucha, que
3. oropeles y honores le recortarían su eficacia. Era de noche cuando pidió tiempo para contestar. Se
levantó el acto.
Más allá de las emociones, y a pesar de ellas, empezaba a quedar claro que oligarcas, burócratas y
militares antinacionales se oponían a su vicepresidencia. Nueve días más tarde, a través de un
mensaje radial, Evita renunció a la candidatura. Y volvió a dar otra lección que las mayorías
guardaron en sus mochilas cargadas a través de los desiertos más sangrientos que debieron atravesar
a partir de 1955: “Quiero que estén tranquilos, mis descamisados: no renuncio a la lucha ni al
trabajo; renuncio a los honores”.
*****
1972
En veinticinco minutos –el operativo comenzó a las 18.05 y a las 18.30 ya salían del presidio los
primeros guerrilleros–, la dictadura veía cómo se les escurrían de entre los dedos seis de sus rehenes
más preciados: Fernando Vaca Narvaja (Montoneros), Roberto Quieto y Marcos Osatinsky (FAR) y
Roberto “Robi” Santucho, Enrique Gorriarán y Domingo Menna, del Ejército Revolucionario del
Pueblo (ERP).
Hacía cinco meses que preparaban el operativo para liberar 110 detenidos; 25 lograron salir, y sólo
los seis mencionados pudieron alcanzar el BAC One-Eleven, de Austral, y volar hacia la libertad, de
Chile primero, de Cuba después, de la pelea en su país inmediatamente. Los 19 que quedaron en el
aeropuerto, imposibilitados de abordar el avión del plan y con sus jefes a salvo, decidieron rendirse.
Una semana después, el 22 de agosto, a las 3.30 de la mañana, fueron despertados por sorpresa,
sacados de sus celdas y fusilados a mansalva. Tres sobrevivieron, a pesar de los tiros de gracia de la
tropa comandada por el capitán de Corbeta Luis Emilio Sosa y el teniente Roberto Bravo: María
4. Antonia Berger (desaparecida en 1979), Alberto Camps (asesinado en 1977) y Ricardo René Haidar
(desaparecido en 1982).
*****
En la manzana limitada por Desaguadero, Lozano, Nogoyá y Bermúdez, el 24 de mayo de 1973
todo era fiebre en el edificio del penal que lleva el nombre del barrio porteño de Devoto. Los
“políticos” esperaban ver el sol en horas; los “comunes” se entusiasmaban con ellos, aunque
supieran que la libertad no iba a ser para ellos.
Una de las celdas sirvió para la juntada de los cuatro, los tres sobrevivientes de Trelew y Paco, un
poeta, periodista, académico y militante de las guerrillas peronistas FAR y Montoneros, que
después también caería bajo la persecución de otra dictadura de la misma oligarquía sobre la que
alertaba Evita. Francisco Urondo, el Paco de esta historia, llegó hasta el cuartucho en el que estaban
los sobrevivientes, puso en marcha un grabadorcito, hizo preguntas breves y silencio ante las
respuestas. Registró el material que sería monumento de la política, la historia y la literatura, el
libro de apenas 77 páginas en su primera edición, de tapa celeste, y el dibujo de un cuerpo abatido
por una descarga, salpicado de sangre en tapa, al que le puso el nombre exacto de esa historia de
otro de los agostos argentinos: La Patria Fusilada.