Una prima invitó a una joven a una fiesta ilegal llamada "pique" en la que participan cientos de jóvenes en carros y motos. A pesar de sus dudas iniciales, la joven asistió y encontró una atmósfera festiva con música y bebidas. Participó en una guerra de harina y carreras de autos hasta que sonó una sirena policial y tuvo que huir rápidamente. A pesar del peligro, la joven disfrutó la emoción y adrenalina de la noche.
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Inolvidable noche de adrenalina
1. INOLVIDABLE NOCHE DE ADRENALINA
Eran las 7 de la noche, un 2 de junio de 2011, era jueves y hacía un trabajo que
debía entregar al siguiente día en el colegio; una prima que vive cerca de mi casa
llegó para invitarme a una fiesta, a lo que respondí que no, pues debía madrugar a
estudiar. Ante la negativa, mi prima fue bastante insistente y me habló acerca de
unas reuniones que hacen algunos jóvenes llamadas ‘piques ilegales’, decía ella,
que era lo más emocionante que jamás había vivido. La idea me dio curiosidad,
pero me daba miedo ir a una actividad que incluía la palabra ‘ilegal’, tal vez no
sería algo muy bueno, sin embargo accedí, terminé mi trabajo y me alisté para ir a
vivir la seductora experiencia.
Llegamos a reunirnos con unos amigos de mi prima cerca de la estación de
Banderas en la localidad de Kennedy, allí había una cuantiosa cantidad de autos
con la que partimos rumbo al mirador de La Calera. Cuando arribamos a las
afueras de Bogotá empecé a notar un atrayente ambiente de fiesta, habían carros
de todos las marcas y colores por cualquier lado donde mirara, muchos de ellos
abrieron sus baúles y se podían contemplar sus potentes y llamativos equipos de
sonido, la música electrónica que de allí salía retumbaba sin cesar. Entre más
avanzábamos en el Mazda 3 rojo en el que íbamos, más quería estar ahí.
Bajamos del vehículo y noté que casi todos los más de 200 jóvenes presentes se
conocían entre ellos, en 15 minutos que estuvimos me presentaron al menos 30
personas. Tomamos cerveza, wiskey y otros llevaban aguardiente, ninguno se
excedió con el trago, pues eran las 10 de la noche y la fiesta apenas empezaba.
Salimos del lugar y la numerosa caravana de carros a los que poco a poco se le
fueron sumando motociclistas, empezó a recorrer las calles del norte de la ciudad.
Empecé a ver que muchas personas llevaban grandes bolsas de harina, decían
que dentro de poco empezaría la guerra, confundida, pregunté que a qué se
referían y entre risas me contaron que estaban celebrando las fiestas de San
Pedro y en los ‘piques ilegales’ los festejaban con ‘guerra de harina’.
Sin más ni más, decidí comprar tres bolsas de harina y sumarme a la dichosa
guerra de la que hablaban, eso fue algo casi que indescriptible, fue una completa
locura, en medio de gritos, ruidos de fuertes frenazos y una música a todo
volumen propicia para el ambiente rumbero, nos lanzábamos harina por las
ventanas. La caravana la dirigían tres autos, uno de ellos bastante lujoso, cuando
ellos se detenían, los demás también lo hacían. La primera parada fue para
continuar lanzándonos harina y luego hacer algunos ‘piques’, uno de los líderes
2. cuadraba qué carros competían y eso hacía más emocionante la noche. Pero
cerca de la medianoche, en una de las carreras, sonó una sirena de un carro de la
policía, de inmediato me asusté y no sabía qué hacer, unas personas me jalaron y
corrimos rumbo a los vehículos para poder salir de allí, esa noche corrí como
nunca, estaba asustada, pero sentí una adrenalina tremendamente enorme, logré
subirme al carro rojo con los demás miembros de mi grupo y el conductor arrancó
de inmediato, lo mismo hicieron los demás. Finalmente logramos escaparnos de
los policías.
La fiesta siguió, continuábamos lanzándonos harina y el licor aún seguía presente,
sabía que era algo irresponsable, pero también sabía que la estaba pasando
demasiado bien. Poco a poco fui conociendo más personas y hasta números
intercambiamos para cuadrar el día de la próxima reunión. El recorrido terminó
sobre las 2 de la madrugada, yo estaba cansada y sabía que no tendría mucho
tiempo para descasar, así que Óscar, el dueño del auto en el que íbamos optó por
llevarnos a la casa a mi prima y a mí y devolverse a la fiesta. Ya otros más
también se habían ido, cada carro estaba bañado en harina, por dentro y por
fuera, ya se escuchaban comentarios de cuánto les iban a cobrar por lavarles el
carro, pero sabían que había valido la pena, fue una noche verdaderamente
extraordinaria.