Postura expositiva de la legitimidad del conflicto armado en colombia
1. La legitimidad de la violencia del conflicto armado en Colombia. ¿Legal o no legal?
Jonatan J. Pabón Álvarez
En la elocuencia de las columnas de los principales periódicos y de otros medios de
información, se han registrado diferentes posturas con respecto al origen del conflicto armado
en Colombia. En estos 4 años de negociación con las FARC, algunos colombianos han
participado de una incesante búsqueda acerca de este origen para desplegar la ficción y la
codicia registrada en el acuerdo final, y contribuir de alguna manera con la búsqueda de la
paz. Pero el origen no es uno sólo y lo que se da por cierto es simplemente la historia contada
por una minoría entrelazada con las características de su subjetividad. Aunque el contexto
sociohistórico es un factor determinante para examinar las secuelas ideológicas dentro de una
masa, no cabría la posibilidad de generalizar totalmente la conducta de un individuo dentro
de un grupo, pues la historia de cada persona es distinta a otra y quizá sea asincrónica
relacionándola con la más actual. Es por esto que no es posible hablar de origen sino de
orígenes y no de historia sino de historias.
Partiendo de esto, no sería posible que se resalte un concepto moral rígidamente establecido
que constituya y legitime la violencia desde un marco de la legalidad. De hecho, lo que se
conoce como legalidad dentro de un conflicto armado, es simplemente el parlamento de
algunos individuos rodeado por la procedencia de su cultura y de sus intereses propios. Por
lo tanto, es inconcebible legitimar la actividad militar desde un grupo legal o no, pues ambos
tienen familia y hacen parte de la misma especie humana. Quizá puede parecer una paradoja,
pero no puede haber violencia sin cultura, ni tampoco cultura sin violencia. “Esto ha sido una
guerra prolongada porque tanto como guerrillas como Estado se ilusionaron con una victoria
militar”, así lo afirma Gonzalo Sánchez, Director del Centro Nacional de Memoria Histórica
en Bogotá. Cuando no se reconoce al otro como un individuo semejante a pesar de las
diferencias culturales, éste otro se sublevará sin límite alguno y negará también al individuo
que le negó y no le reconoció, pues considera que lo que puede perder es casi una nulidad
para tener como objetivo principal la prolongada idea de destruir al otro. Así que, la manera
para limitar esta prolongación tiene como base fundamental el reconocimiento recíproco, es
darle esa identificación al otro y comprender que a pesar de que son distintos, se necesitan
mutuamente y pueden trabajar de la mano por el bien común.
Cabe destacar que la única certeza que ha dejado este conflicto son víctimas ajenas a la guerra
y distantes de los centros de poder político y económico, pero también ha dejado victimarios
que se convierten en víctimas y viceversa. Es por esto que hay una diferencia enorme entre
una víctima y un sobreviviente, el primero es un sujeto pasivo que se conforma con lo que
los otros han hecho de él, en cambio, el segundo es un sujeto activo que hace algo con lo que
los otros han hecho de él. El compromiso y la responsabilidad de éste sujeto activo es consigo
mismo, pero a la vez su intención se incorpora a la estructura social para contribuir a la no
repetición de ésta barbarie y acortar la prolongación de una guerra luego de un acuerdo de
paz.
Por otro lado, el deber más grande del Estado es reprimir la corrupción que se oculta bajo su
estructura sociopolítica, y satisfacer las necesidades básicas en cada familia dignificando su
supervivencia y reconociéndole como un semejante más, porque las FARC no fueron el
comienzo de todos los males ni su extinción como grupo armado erradicará el malestar de la
cultura colombiana.