3. 3
PRÓLOGO
POEMAS EN NUEVA YORK
(“Poemas de la ciudad” (1960) María Jesús Echevarría)
En España hay un desprecio, ninguneo, casi generalizado hacia la
poesía escrita por mujeres. Si hablamos de poesía actual, tanto de
hombres como de mujeres, está más que justificado, no dan la talla.
Pero si hablamos de la poesía escrita por mujeres durante la dictadura
franquista no queda otra que hacer la ola. No solo por su calidad, sino
por la dificultad inmensa que tenían las mujeres para poder
expresarse con libertad, crear en esa época era un acto heroico,
publicar un milagro. A todo el mundo, gracias a su centenario, le
suena el nombre de Gloria Fuertes, convertida en un icono de la
infancia, y para de contar. No hay un corpus de poetas, mujeres, que
esté en el inconsciente colectivo de los lectores de poesía, siempre
una minoría, como sucede con la Generación del 27, o los grandes
nombres que repetimos todos, con justicia, como loritos: Lorca,
Machado, Juan Ramón Jiménez.
4. 4
Pocos españoles no han leído, o tienen referencia de oídas, libros
como el “Romancero gitano” (1928), “Campos de Castilla” (1912) o
“Platero y yo” (1914), su equivalente femenino es inexistente, por
puro desconocimiento, ignorancia. Libros como “Destierro” (1982)
de la desconocida, el peaje de los exiliados, Teresa Gracia, o el que
nos ocupa, “Poemas de la ciudad” (1960) (originalmente “Poemas de
la City”), de la todavía más desconocida, el peaje de los muertos en
plena juventud durante la dictadura, 31 años, María Jesús Echevarría,
deberían estar en la mesa camilla de todos los amantes de la poesía en
lengua española. Todo lo que no fuera incluirlos en una hipotética
lista de los 10 mejores libros de poesía escritos en España sería
menospreciarlos, ofenderlos.
Como las comparaciones son odiosas, pero sirven para calibrar,
poner en contexto, la importancia, valor, de las cosas, hay que
mencionar el mítico “Poeta en Nueva York” (1929-30) de Lorca para
hacer justicia al libro de María Jesús Echevarría. Hablo de
importancia, no solo de coincidencia temática, Nueva York, los
Estados Unidos. La principal diferencia es que el libro de María Jesús
Echevarría es mucho más accesible, cristalino, hay la misma pasión
por el lenguaje, por el ritmo, pero no hay una vocación descarada de
resultar críptica, surrealista, como sucede con el libro de Lorca, que
oscurece su comprensión de manera deliberada por razones de
censura, de autocensura, la homosexualidad era un tema tabú durante
el franquismo. La otra gran diferencia es que “Poeta en Nueva York”
es un libro mucho más narcisista, subjetivo, es un poeta expresándose
siempre en primera persona. En cambio “Poemas de la ciudad” es un
poeta que se borra, que se confunde con lo que ve, que tiene una
visión más amplia, más universal. Algo que ya se trasluce hasta en los
títulos, “Poeta en...”, “Poemas de...”, sujeto, objeto, continente,
contenido, Nueva York, ciudad. “Poeta en Nueva York” es un diario,
“Poemas de la ciudad” una crónica. Por lo que los dos libros no se
excluyen entre sí, son complementarios, un díptico imprescindible
sobre la Gran Manzana, sobre la fascinación que ejerce en el viajero
europeo la grandiosidad, gigantismo, mestizaje, de Norteamérica, de
los norteamericanos.
5. 5
El nivel de profundidad también es diferente. Lorca es el turista
canónico, alguien que acude a la gran ciudad sin conocimiento
previo, sin prejuicios, dispuesto a dejarse impresionar por la novedad,
por la diferencia, por la superficie, y María Jesús Echevarría es la
mirada serena, analítica, humanista, de quien trata de comprender, de
quien se ha tomado el tiempo de buscar las coincidencias, de asentar
las primeras imágenes, los primeros juicios. María Jesús Echevarría
no fue una turista accidental, una simple Erasmus, en los Estados
Unidos como Lorca, en los años 50 estuvo becada durante varios años
en una universidad americana, la prestigiosa Russell Sage College,
experiencia que volcó en la genial novela “La sonrisa y la hormiga”
(1962), y en varios artículos para “El Español”, por ejemplo “Fin de
curso americano” (1954), germen de “La sonrisa y la hormiga”,
durante los años 60 fue corresponsal en Nueva York de ese mismo
semanario, su dominio del inglés era absoluto, trabajó durante años
como traductora de ensayos en inglés y francés. Lorca veía Nueva
York desde fuera, de manera impresionista, porque no podía verla
desde dentro, le faltó tiempo y la herramienta imprescindible del
idioma. Su visión de Nueva York es la de un niño tonto, como los
collages creados por Carmen Martín Gaite en 1980-81 durante su
estancia en los Estados Unidos, “Visión de Nueva York”, la de María
Jesús Echevarría es la de un niño distinto, triste, al filo de cruzar el
umbral del mundo adulto. La explosión, felicidad, de los sentidos, es
matizada, atemperada, por la conciencia de lo efímero, de la muerte.
“Poeta en Nueva York” es un libro iniciático, “Poemas de la ciudad”
un libro crepuscular, dos etapas imprescindibles de un mismo camino,
el de la honestidad creativa, el de trascender la realidad para poder
iluminarla, comprenderla, mejor. Algo al alcance solo de los genios,
de Lorca (1898-1936) y de María Jesús Echevarría (1931-1962), de
María Jesús Echevarría y Lorca, dos almas gemelas, afines.
Julio Pollino Tamayo
9. 9
Atlántico americano
Echada contra el mundo
sobre la viva roca de la vida
oigo batir un mar sin espinazo
partido en dos ideas,
dos palabras,
dos consignas.
“Esta orilla o aquella” me dijisteis
“El animal es libre como el aire”
Yo vine a por mi pan –mi libertad de ahora–
y el mar que me decíais
no es el mismo.
Largo borde de Europa dolorida
como podría compararte nunca
con la metálica
costa de América,
con la limpísima
costa mecánica.
Como podría compararte nunca.
Ese aplastado pez que mar llamasteis
viscoso, gélido, oscuro, como sábana,
bate de signo a signo de existencia,
bate de hombre a hombre
de atalaya.
No comunica: aísla.
No arrastra vida: estanca
este Mar de Occidente inexpresivo,
este occidente mar sin esperanza
que nada cada noche hasta esta orilla
dejándose sus ropas en la playa.
Allá van en prendas de naufragio
Rebelión, Individuo, Fantasía,
camisetas enormes que el mar baña.
Mar comercial, americano,
de luminoso éxito colmado
bañistas en Palm Beach te hicieron grande
Contra la alegre costa americana
una mujer de raza muy antigua
sabe que el mar de abajo es un mar mudo.
10. 10
Oración de la ciudad y yo
Dame, Señor, el estrépito, el ruido y la miseria.
Déjame la ciudad para mi amparo.
Muchacha de la ciudad me hiciste
y sólo sé vivir sobre el asfalto.
Quiero las luces cerca. Paredes
que me opriman el cerebro.
La ciudad me limita y me defiende,
y son valvas dulcísimas sus calles
donde correr, andar, aguas arriba de la niebla.
Dame, Señor, el ruido.
Húrtame de los campos y los bosques.
Llévame a las esquinas solitarias
donde existan faroles mortecinos.
Me hiciste triste, Señor, y Tú lo sabes.
Te salí un poco rara, como enferma,
y aspiro al humo, al grito.
Soy del amor y apenas soy de nadie.
Con la sangre de la ciudad me nutro.
El tráfico enciende mis anhelos.
Y para caminar sobre los días,
tan sólo necesito dos pitillos,
la música terrible de mi tiempo,
el borde de la acera, y un amigo.
11. 11
Poema del Nueva York Latino
Apasionada, dulce, excitadamente
barrían Nueva York.
Apasionada, dulce, excitadamente
apartaban la costra de papeles
que recubre las tardes importantes.
Y con cuanta certeza discernían
que el dólar vale tanto
y una hora de trabajo cien centavos.
Y con cuanta certeza.
“Raza de soñadores” les tildaron
“Raza de perezosos: obrad calladamente”.
Y la carne latina de la tierra
la lujosa y haragana carne
de los hombres que hicieron las Américas,
conducía etiquetas, celofanes,
restos de bocadillos y papeles teñidos de colores.
Sobre las casas, sobre los solares,
cuando los coches abandonan el crepúsculo
llenos de espanto porque no es eléctrico,
las escobas latinas se alargaban
como brazo que hurga y enloquece.
(Sabido es que un poeta analfabeto
solo llega a empleado o mentiroso)
Apasionada, dulce, excitadamente
barrían la ciudad.
Era la raza alegre y taciturna
de los hombres que cantan cuando el miedo.
Era la raza del grito y la mentira,
la verdadera raza
del sabio alzar de hombros
pasando por la vida con gesto indiferente.
12. 12
Así barrían como hicieron continentes
señores poderosos
aun hoy con las escobas.
Apasionada, dulce, excitadamente
barred poetas tristes de mi raza.
Barred los mil papeles aburridos.
Dibujad en el polvo
esa imagen quimérica que lleváis en la mente.
Aventad las facturas.
Id por los asfaltos
como ciegos henchidos de canciones.
Y en los lacios papeles
caídos de los Grandes Almacenes
imaginad palomas.
Raza de imaginarios: el mañana es incierto.
La calma es esa muerte que llaman equilibrio.
Barred ebrios de vida.
El hambre es un triángulo clavado en el cerebro
pero América es vuestra.
Otra vez conquistada.
Vuestro nervio la hurga como escoba
apasionada, dulce, excitadamente.
13. 13
Poema del niño atropellado por mirar
a una hormiga
Se lo tragó la Calle Cuarta.
Se lo tragó la Calle Quinta.
Al triste niño tonto
al tonto niño dulce
se lo llevó un amor
con la forma de un auto.
Nunca quiso peón. Ni cometas. Ni nada.
No llevó por la calle
esos botes alegres que arrastran con cordeles
viejos niños de Europa.
Tenía un sueño justo de turbinas y grifos.
Un sueño de tornillos e inflexibles motores.
Sabía que es bien cierto
que dos y dos son cuatro
que el mundo es una mancha
que preside la América.
Al borde de la calle, junto a la Coca-Cola,
mascaba el niño tonto su “chewing” de las cinco
sabiendo que en el mundo todo está definido.
El Estado, señores, no contó con la hormiga.
No contó con los dedos temblorosos del niño
persiguiendo la vida por caminos de asfalto.
El sol iba tan alto.
La ciudad es tan ruidosa.
El dulce niño tonto cayó como de bruces
en un mundo muy viejo
que ya estaba inventado.
La hormiga era tan negra.
El cemento tan seco.
Al triste niño dulce, después de tanta cosa
se lo llevó un amor
del último modelo.
14. 14
Jazz session
La trompeta tiene forma de esperanza.
La soledad es un trombón
que grita tras un árbol.
Dadme un vaso vacío
para marcar su ritmo.
Alaridos dulcísimos estallan en las copas.
Como pompa de cristal el sueño. Y el amor,
con su forma de jícara anticuada.
Cuantos bebimos por ella sollozamos.
La batería golpea el vientre de la vida.
Inexorable solloza y se recrea
hasta que la trompeta alarga el cuello:
la esperanza era ésto.
Decíais –tan antiguos– que la Música es pura
y héla aquí que se alza como una prostituta.
Pantalones vaqueros le aprisionan las nalgas
y es mejor no mirar como tira las copas.
Se ha relevado ahora la gran tonta.
Ha pintado sus labios y sorbe por mi copa,
solloza por mis ojos,
golpea con mis manos,
y grita, grita.
Se hizo con el ronco decir de los peores.
Ha aprendido el lenguaje de los torpes.
Muñeca de polisón y porcelanas,
qué lejos de tu salón del dieciocho.
En lo alto de mi mesa te retuerces
y hablas de la vida.
Inventas la rebelión y la esperanza.
Con el grito más tibio del amor, gritas. Tristísima.
A la trompeta diste su forma inusitada.
El xasofón, mi hermano, se retuerce de dolor
bajo tu abrazo.
Henos aquí a todos, molinos de la tarde,
colgando de las aspas del olvido
lo poco que nos queda de nosotros.
15. 15
Teen-agers
Nacimos ebrios. Palpitamos
llenos de whisky y de ginebra.
Nos dieron por madrina el ruido.
Colores, nikys, Jazz.
La letra grande de la desvergüenza escoge.
Gira.
Los ojos más pálidos están entre nosotros.
Para que nos distingan nos vestimos de negro.
Nacimos tristes. Conseguimos
rodar el miedo en los estadios.
Vestimos la astucia con camiseta verde.
Sachichas, saxos, pan.
Cuenta las manos trémulas de los neurasténicos.
Salta.
Entre nosotros hay los que mueren de hambre y los ahítos.
Quien dijo que no es necesidad el vino.
Nacimos rotos. Muñecos de guiñol
para jugar a vivos. Tuvimos
serrín y palos por nodriza
y un Triquitraque gordo y temeroso.
Trompetas, blues, jazz.
Pinta los afilados dientes de los locos.
Danza.
La vida se ha hecho para romperla a gritos.
En rojo y negro pintamos nuestras frentes.
16. 16
Rock and roll de la Feria de Coney Island
Rock, rock, rock
rueda de Coney Island, rock.
Si se suicidan a tus pies
las muchachas del amor,
rock.
Roll, roll, roll
tubo de Coney Island, roll.
Si se drogan contra ti
los cobardes del Señor,
roll.
A un lado de la vida levantaron
la Gran Rueda que sana los espíritus
de los hombres comidos por las máquinas.
La Gran Feria del mundo se hizo pues con ruedas
con multitud de pitos y de luces
con tubos devanando en todas direcciones.
La electrónica verbena de las luces
fue elegida por cálido refugio
de los hombres del Nueva Continente.
(Sabido es que pocos necesitan
una cura de silencio y retroceso.
Nada más medieval que la conciencia)
A un lado de la Vida levantaron
la Gigantesca Noria de Alegría
que asegura la risa.
Tan solo diez centavos
y el viajero enloquece de contento
ante el mundo que se torna pequeñito
y ese hombre de barriga dilatada
que se encuentra en todos los sucesos.
(La droga no la venden en la esquina
habrá que trabajar hasta el cansancio.
El Viernes es el día americano.)
Mas que cosa tan rara son las luces,
los colores surcando la Gran Bóveda
y debajo los hombres descontentos.
Rock, rock, rock
rueda de Coney Island, rock.
Si se suicidan a tus pies
las muchachas del amor
rock.
Roll, roll, roll
tubo de Coney Island, roll.
Si se drogan contra ti
los cobardes del Señor,
roll.
17. 17
Poema de la muchacha negra
Cuando cae la noche tengo miedo
y recaigo en los flancos de los hombres.
Esta calle tan larga y luminosa
estos preciosos “dancings”
me volvieron medrosa y descompuesta.
Esos blancos varones de quijadas alegres,
esos rubios varones que flotan sobre el mundo
en tinta de periódico
me enseñaron el mundo que yo habito.
Tengo un traje brillante, carreras en las medias
mi cuerpo es mas barato y yo soy buena chica.
Mas la noche me asusta.
Tan oscura es mi hermana.
El mundo de los otros es un mundo brillante de letreros.
Los “bowling” son alegres
y yo río cuando un hombre abre la boca.
Cuando cae la noche solamente
abandono las paredes de la alcoba
en la que como o guiso, canto o sueño
para salir al aire de los otros.
La ciudad de la luz es gris y seca.
Mi color se oscurece ante los coches.
Mas la noche me azuza como a un perro.
Sólo sé buscar los rubios flancos
de los hombres que llenan los periódicos
que gobiernan el mundo y son tan altos.
Tengo un traje de nylon, las medias están rotas.
Me pagan casi siempre y yo soy buena chica.
18. 18
Amor en Central Park
Mataron al Amor en Central Park.
Bajaron para ello
las muchachas mas lindas de los barrios extremos.
Con “blue-jeans”, con sonrisas, con precavidos sueños.
Adolescentes hombres trajeron lo preciso.
Los “sweaters” de colores, las gorras de visera
hicieron de uniforme del piquete maldito.
(Como era domingo Amor
estuvo muy quieto al sol.)
Mataron al Amor en Central Park.
Lo mataron a golpes de latas de conserva,
con salchillas terribles, con chillidos.
Lo mataron mil niños.
Destriparon su vientre.
Le quitaron el ansia. Como trapos
retiraron los velos de lujuria.
Mas lejanos aun lanzaron los anhelos.
YAmor, desnudo, errante, se escurrió por la yerba.
Cantaba el tiovivo.
Iban los caballitos tan serios por el aire.
Amor murió a las ocho
a la sombra de un árbol.
19. 19
Poema de la muchacha muerta frente
a un semáforo
Que doble el klaxon, hijos,
que doble el klaxon.
Angel de la Democracia mira,
las gorras de tus guardias sólo son tristes setas
que a la ciudad envenenan.
La muchacha se ha muerto
en el amplio interior de ese Buick revisado.
Era rubia y a veces
la besaron los hombres.
Era estéril, tan alta
que murió sin saberlo.
El amor cuesta un dólar.
El champán cuesta cuatro.
Que doble el klaxon.
Los guardias corren.
El viento que conduce hasta la ley
ha dicho alto.
En un beso cualquiera
la muchacha ha expirado.
El hombre es como un clown, como un payaso
que ignorase el color de la luna
y no cantara.
Los guardias corren.
Ese Buick revisado
que interrumpe la vida de la City
es una alarma.
(La infección de un país como es sabido
puede avanzar por cualquier sitio).
Que doble el claxón.
20. 20
El coche está allí en medio
jugando a ser angina de pecho de la calle.
Qué aprisa van los guardias.
Como evocan las gorras
la exacta tinta azul de su gobierno.
Al hombre le dijeron que allí estaba estorbando.
La luz del cruce cambia. No es prudente quedarse.
El hombre es un payaso que no sabe ser tonto.
Que doble el klasón.
Los besos son espinas.
Los abrazos son lágrimas.
El coche está varado ante el semáforo
que tenía luz verdes.
Los guardias son correctos
saludan con dos dedos:
payaso, clown, muchacha,
por un beso de muerte no hay derecho
a interrumpir la vida de la City.
21. 21
Árbol de Navidad en Nueva York
En el cruce de importantes bocacalles
rebrotó una angustia puntiaguda.
Frente al correcto despacho del Alcalde
se hizo ver un dolor distinguido, como abeto.
Alegres funcionarios de Correos despachaban
tarjetas en todas direcciones.
Decían: “Amor, amor y paz. Mandamos besos.”
Y al dolor de los hombres, como a pino,
le colgaron faroles de colores.
Le colgaron juguetes, golosinas,
y le hicieron tan alto
que la estrella luminosa de la angustia
podía verse desde tres Estados.
En el cruce de importantes bocacalles
los hombres contemplaban boquiabiertos
la broma anual de una Alcaldía que construye
alegres pinos de dolor con los impuestos.
La nieve como manta. Los chiquillos
jugando con patines.
No hay clases ni trabajo.
La cena será buena.
Paquetes con dos lazos,
volarán a las doce entre los hombres:
La alegría es pues cosa de esta noche.
Solo choca esa angustia de tres vértices
que los hombres levantaron repitiendo
“Amor, amor, amor, mandamos besos.”
22. 22
Desfile en la Quinta Avenida
América es un sueño:
envolvamos sus restos.
Papel de mil colores
para forrar su espectro.
Hombres–sólo dos siglos–
con juventud de mármol,
esperan en las calles
el paso de los globos gigantescos.
Sindicatos Hermanos
en las grandes carrozas
han jurado abrazarse
bajo las serpentinas.
Y allá que hay, ¿qué resta?
¿Qué piensa el viejo mundo
tras la amable compuerta
que muestra barcos, buques
como hermosos regalos?
Y allá que hay ¿qué piensan?
Si no hubiera silencio.
Si sobre el mar volaran
alternos pensamientos.
Aquí, ya lo veis todos:
América es un sueño
a veces se disfraza
se vuelve serpentinas
y en los días hermosos del Thanksgiving
un aceitoso pavo bien dispuesto.
23. 23
Más decidnos, ¿y allá?
Esos hombres tristísimos
llamados europeos
que creen en la vida
y no tienen empleo.
¿Es qué saben
que existe nuestro sueño?
¿Es qué aprenden
que América es inmensa, dislocada
y que la habitan
hombres más bien iguales?
Esos hombres escépticos y viejos
tendrían que admirar nuestras carrozas.
Los hombres que trabajan
están todos de acuerdo.
Hay una girl rubita
que preside la orquesta.
¿Por qué lloraba Europa?
¿Qué le ocurre a esa tierra incongruente?
Aquí, ya lo veis todos:
América es un sueño.
Decídselo bien alto
y que contemplen
los poderosos músculos de mármol
de nuestros bellos varones de dos metros.
24. 24
Por los largos caminos
Por los largos caminos
de Massachussets,
por los largos caminos
ya no van muchachas solas
saltando pinos.
Por los largos caminos
de Massachussets,
por los largos caminos
luna de pocas luces
negros cansinos.
Pinos y árboles rojos
hacen la guardia.
Una virgen de plástico
va por el agua.
Carreteras de luces,
coches fantasmas,
Coca-colas gigantes
tras la montaña.
Virgen americana,
pantalones vaqueros
hecho letra en el agua
corre tu anhelo.
Corre tu anhelo, virgen
hecho letrero,
anuncio luminoso,
cantante negro.
Por los largos caminos
de Massachussets,
por los largos caminos
largas nubes oscuras,
cielos de vino.
Por los largos caminos
de Massachussets,
por los largos caminos
luna de pocas luces
ebrios cansinos.
25. 25
Condena de las secretarias
Fue en un fin de semana.
Las casas de la ciudad se dieron cita
en un cielo más alto y verdadero.
“Huid de las muchachas”– se dijeron
de esas muchachas rubias, bien compuestas
que nos colman las entrañas con sus gritos.
Fueron los rascacielos los primeros.
Miles de secretarias
les herían los lunes su silencio.
Y se vieron volando como arcángeles
los conocidos muros del Empire
con bandadas de casas tras de ellos.
Otra estela larguísima
voló tras el cuadrado
de la ONU.
Y en el cielo clavaron sus cimientos.
“Huir de las muchachas”, repitieron.
“Es posible que todo sea más exacto”.
Los cimientos temblaron en su cuajo.
Era un temblor tonante. Como antiguo.
El asfalto se abría por mil sitios
aquel fin de semana.
“Mejor que exterminadas, olvidadas”.
“Esas grises muchachas de cutis delicados
iguales a otros cientos y cientos de muchachas
que fuman cigarrillos,
fornican en los coches
y se lavan el pelo
varios cientos de veces en el año
mejor que aniquiladas, despreciadas.
Salvemos a las madres
a las hembras legítimas
que nos alumbran hijos por amores.
Salvemos las hermanas e hijas verdaderas
y huyamos a otro cielo.”
26. 26
Se observaron bandadas de edificios.
Eran pájaros nuevos, geométricos.
[Hasta a Central Station le ocurrió
planear como avutarda.
Quien escogió otros vuelos
delicados e inquietos.]
Manhattan fue un desierto.
Volvieron secretarias
papeles en las manos,
cabelleras al viento,
y un eficiente giro en la cintura.
Manhattan no existía.
Solo huecos oscuros en las calles
como bocas desprovistas de cien muelas.
Volvieron sus amantes.
Y se vieron despojados de guarida.
No lloraron siquiera: perecieron
de un asombro tenaz e impertinente.
Arriba otro Manhattan.
El Empire reía como un padre.
Su gran vientre de cemento rebosaba
de emigrados extraños, violentos. Gente
llena de amor y de defectos.
No lloraron siquiera: perecieron
de un asombro tenaz e impertinente.
27. 27
La noche y la calle
A veces, Eugenio, la tristeza
es una triste y pálida ramera
que retuerce a los muchachos en la noche.
A veces, Eugenio, los sollozos
son solo tragos secos que por redondas copas
chorrearon el pecho.
(Yo te he visto tan negro y taciturno
tan taciturno y negro…)
Alegre saltimbanqui de la noche,
azulado vigía de la aurora,
poeta como árbol batido de los vientos:
donde estará esa paz.
Donde estará ese punto de contento ignorado
que cierre con ternura tu gesto de rebelde.
Ni la noche le basta
a tus brazos larguísimos de trovador antiguo,
de “clochard” de tu tiempo.
Porque el mundo es tan solo
esa bola pequeñita y aburrida
que te vuelves a encontrar sobre la almohada.
Ni la noche te basta.
A ratos, como un astro, la atraviesa tu angustia.
Y a ratos, de misterio, se enroquecen tus gritos.
Y la paz no te basta.
Y el amor no te basta.
(Aun no has dicho en tu canción de madrugada
que la noche es esa crema lenitiva
que las radios no anunciaron todavía.)
Convéncete, Eugenio, la tristeza
es tan sólo la pálida ramera
que se viste de rojo tantas noches.
28. 28
Subpoema
Y tú como de trapo.
Muñeco de guiñol de un teatro tristísimo.
Marioneta cargada de temor
marchando en fila de colegio por la vida.
Y tú, como de palo quebradizo y antiguo.
Como de angustia, hermano.
Me asustas cuando alargas
ese aguijón larguísimo que llevas en los ojos,
ese cilio que agitas incesante
tras él, la delicada ameba de tu espíritu.
Yo sé mucho de ti. Te hicieron
de un raro material blando y brillante,
vertieron sobre él
la aburrida obligación de la existencia.
Y así, como de trapo.
Muñeco de serrín.
Tu teatral manera de cartón
se hará una pasta con el agua
y morirás de lágrimas.
Aunque también podrías morirte de quietud
y solo abrir los ojos
en las Fiestas de Vida de los otros.
Como los altos y polvorientos gigantones
en los trasfondos de nuestras catedrales.
29. 29
Último paisaje
Quieto farol. Esquina solitaria.
Denso paisaje del alma que camina.
Muchacha de gabardina lacia yo.
Altos mecheros.
Mira esta larga calle que blanquea.
Oye el agua que cae contra la vida.
Déjame ir.
Te llamaré hermano, amigo, caminante.
Caminante, te llamaría amor quizás si no supiera
que seguiré la ruta
con corazón y frente de muchacho.
Amigo, hermano te diré
contra tus brazos que todo lo abarcan.
Oye, varón, que hay barcos hendiendo el horizonte.
Tierras lejanas como monedas viejas.
Tiempo que deshacer entre los dedos.
Y está la libertad que necesito
como una fruta ácida y redonda.
Déjame ir.
Tanto calor de adiós hay en mis manos.
El viento me amará como a un chiquillo.
Otros hombres no tendrán tu sonrisa.
Soy el pilluelo triste de tantos escondrijos.
Marcharé por la tarde contra toda certeza.
Alto farol. Esquina solitaria.
Mi gabardina lacia gotea en la distancia.
33. 33
Los poemas de este libro van dedicados a:
Atlántico americano J. Manuel Echevarría
Oración de la ciudad y yo Carmen Laforet
Poema del Nueva York Latino L. Rodríguez
Poema del niño atropellado por
mirar a una hormiga Paco Cercadillo
Jazz session Jorge Sampelayo
Teen-agers Ángel Guillen
Rock and roll de la Feria de
Coney Island José H. Polo
Poema de la muchacha negra Rafael Blanco y Caro
Amor en Central Park Antonio Leyva
Poema de la muchacha negra
frente a un semáforo Luis Álvarez Lencero
Árbol de Navidad en Nueva York Paco Merchán
Desfile en la Quinta Avenida J. Antonio Novais
Por los largos caminos Manuel Calvo
Condena de las secretarias Lauro Olmo
La noche y la calle Eugenio Mariñas
Subpoema Roberto Veciana
Último paisaje Germán Hurtado
35. 35
“No hay crítica: comprensión y ternura para estos muñecos de paja,
vacíos, dolorosamente vacíos, crecidos entre disparates de sus
mayores”. Y, sin embargo, María Jesús Echevarría, se empeña en
resolver de algún modo este desquiciamiento cerebral. Por los viejos
caminos, entrañables, de Europa, veía también como el desgarro de
guerras y entreguerras, se extendía como un cáncer terrible a través
de las fronteras, de las ideas, cómo ello conformaba los pequeños
sucesos cotidianos, el amor, la risa y una amargura imprecisa, teñía
de dolor e impotencia a estas nuevas generaciones castigadas.
Insisto en que el hecho literario nace de una falta de adecuación
entre aspiraciones y realidad. Insisto también en que todas las
posturas del optimismo, están marchitas en este mundo nuevo. Insiste
M. J. Echevarría, con seriedad, en el planteamiento.
Y de Europa a Estados Unidos. Y en Estados Unidos, después de un
tenso entrechocar de nervios, María Jesús, quiere enlazar su
conocimiento anterior, con una verdad que encuentra entre las luces
de las avenidas y las máquinas y las columnas de los periódicos.
De esta estancia surgen dos libros: “El muñeco de paja”, novela, y
este que ahora damos en los Cuadernos TRILCE, “Poemas de la
ciudad”. La novela como contrapunto: el teddy-boy y las viejas
catedrales; la civilización rebotada Europa-América, América-
Europa; la juventud de cualquier sitio, entre nosotros.
“Poemas de la ciudad”, es un espiritual de broncas ternuras. Un
canto de desesperanza y esperanza, contrastado en un paisaje más
desnudo, cuanto más se ahonda en esta soledad de gritos y ventanas.
Hay mucho de disloque en estos versos. Hay una forma entrecortada,
casi temblorosa, casi monorítmica canción, vertiéndose en un algo
total que envuelve este cálido decir, en notas musicales.
María Jesús Echevarría. Veintiocho años. También en esta vara del
carro que decimos.
Antonio Leyva
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Estos poemas de María Jesús Echevarría, fueron
escritos en Madrid y Nueva York en 1960 y
junto a dos grabados directos al linoleum de
Manuel Calvo, en edición compuesta en la
imprenta de Gráficas Danubio, calle de Murillo,
19, de Madrid, y terminados el día 28 del
mes de marzo del Año 1961.
TRILCE
pliegos de poesía y arte al cuidado
de Antonio Leyva
Guadarrama, 10 – Madrid (España)