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“CRÍTICA ELLACURIANA A LA CIVILIZACIÓN DEL CAPITAL Y LA
            ALTERNATIVA PARA UNA CIVILIZACIÓN DEL TRABAJO



                                                  Presenta: Edwin Godofredo Valladares Portillo

1.0 Actualidad de la crítica ellacuriana a la civilización del capital
1.1 Notas introductorias
Ellacuría desarrolla con mayor amplitud su crítica a la civilización del capital, en sus
escritos teológicos: “Utopía y profetismo” y “Conflicto entre trabajo y capital en la presente
fase histórica. Un análisis de la encíclica de Juan Pablo II sobre el trabajo humano”. Al
comienzo del primer texto se resalta la importancia de la “clave temporal” y del “lugar
histórico adecuado” para la elaboración teológico-filosófica que en él se emprende. En el
segundo texto comenta el tercer capítulo de la encíclica Laborem Excercens (Sobre el
trabajo humano de 1981) de Juan Pablo II. Acá ofrece el punto de tensión de toda la
encíclica: el problema se plantea en el contexto de un gran conflicto entre el mundo del
capital y el mundo del trabajo, entre dos clases sociales, conflicto que también se expresa a
nivel ideológico en el enfrentamiento entre el liberalismo y el marxismo. Juan Pablo II
comentado por Ellacuría, ofrece unas líneas programáticas para una relación adecuada del
trabajo con el capital: el trabajo humano tiene prioridad sobre el capital. Ahora bien, esto
no significa que nuestra investigación quede limitada a esto dos textos, al contrario
revisaremos otros textos que pongan en evidencia la radicalidad del último Ellacuría sobre
ésta problemática.
Nos encontramos pues, desde el inicio hasta el final de nuestra reflexión llevados de la
mano del propio Ellacuría ante una cuestión que para él resulta fundamental: “el lugar y el
momento”. En consonancia a ello nuestro punto de partida es la periferia del sistema
capitalista y para ser específicos, El Salvador. En definitiva, será desde un lugar
determinado, desde el mundo del trabajo, que el pensamiento liberador pueda desarrollarse
y ser desplegado en toda su plenitud y riqueza.
En segundo término, llevaremos la reflexión de Ellacuría sobre este tema a la realidad
actual del capital globalizado, la cual continúa siendo homicida y suicida. Es en este
contexto, en donde a pesar de haber transcurrido veintiún años de su martirio, consideramos
                                              1
que su pensamiento liberador es útil y pertinente para denunciar el mal común que la
civilización del capital deja por donde pasa. Efectivamente, la nueva organización científica
del trabajo impulsada por la globalización económica neoliberal de manera descarada anula
los derechos laborales reconocidos constitucionalmente a favor de los trabajadores. Es así
como en el sector de la Maquila y otros de la actividad económica se pone en práctica la
flexibilización y la desregularización laboral, dando con ellas amplias libertades a los o
empresarios para fijar el salario y para anular otras prestaciones laborales. Esto con el
propósito de reducir los costes laborales de cara a maximizar las ganancias. Amén de los
desastres agroambientales que provocan en la utilización irracional de los recursos
naturales.
La noción anterior, es solo una muestra de la vigencia del siguiente argumento Ellacuriano:
“La civilización del capital valorado en términos universales, ha conducido y está
conduciendo (a) no solo a la ampliación entre ricos y pobres, ya sea regiones, países, o
grupos humanos, lo cual implicas que la distancia es cada vez mayor y que cada vez sea
más grande el número de pobres, al crecimiento aritmético de los ricos corresponde un
crecimiento geométrico de los pobres; (b) no solo al endurecimiento de los procesos de
explotación y opresión con formas, eso sí más sofisticadas; (c)no solo al desglosamiento
ecológico progresivo de la totalidad del planeta; (d) sino a la deshumanización palpable
de quienes prefieren abandonar la dura tarea de ir haciendo su ser agitado y atosigante
productivo del tener, de la acumulación de la riqueza, del poder, del honor y de la más
cambiante gama de bienes consumibles”1.
En consecuencia, el orden internacional hegemónico vigente se revela como un auténtico
desorden, crecientemente peligroso, esencialmente injusto y cada vez más intolerable e
inviable. Efectivamente, la sociedad occidental de los países del primer mundo, su Estado
de Derecho y democracia como modelos a imitar para superar el mal común de nuestros
países son inviables. Día a día la cultura de muerte fomentada por el narcotráfico, el crimen
organizado, las pandillas, el capital nacional y trasnacional, se acentúa sobre los sectores
más vulnerables de la sociedad, sin que las instituciones del Estado actúen eficazmente para
contrarrestarlos. Demostrando una vez más que los males de la sociedad actual son
insuperables bajo el modelo civilizatorio del primer mundo. De ahí la radical conclusión de
1
 Ignacio Ellacuría. “El desafío de las mayorías pobres”, Estudios Centroamericanos (ECA), Nos. 493-494,
1989. Pág. 1077.
                                                     2
Ellacuría: “la civilización del capital y de la riqueza ha dado ya de si todo lo positivo que
tenía”. Es así como se requiere de “un proyecto global univerzalizable”, el cual sólo puede
surgir de los pueblos oprimidos. Sin duda, un modelo alternativo a la globalización
económica neoliberal resulta imprescindible para salvar a la humanidad de la actual
tendencia hacia la autodestrucción y rescatar en los países subdesarrollados a millones de
pobres de la muerte lenta en que hoy agonizan.
Llegado a este punto aparecen las preguntas siguientes: ¿Hasta qué punto las sociedades
tercermundistas están preparadas a nivel organizacional para enfrentar estas lacras? ¿Cuál
es el sujeto histórico que debe emprender esta tarea? ¿Cuál es el primer paso que se debe
dar? Se debe comenzar por reconocer que nuestra civilización está enferma y agonizante a
fin de revertir la cultura de muerte. Ciertamente, como afirma Ellacuría: “el estudio de las
heces de nuestra civilización, parece mostrar que esta civilización está gravemente
enferma y para evitar un desenlace fatídico y fatal, es necesario intentar cambiarla desde
dentro de sí misma. Ayudar profética y utópicamente a alimentar una conciencia colectiva
de cambios sustanciales es ya de por sí un primer gran paso”2. Continua afirmando
Ellacuría: “Queda otro paso también fundamental y es el de crear modelos económicos,
políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de
una civilización del capital”3. Es aquí donde los intelectuales críticos de la realidad actual,
tienen el reto y la tarea de iluminar las luchas de los nuevos movimientos sociales. Sin
embargo, para ello se debe revisar críticamente todas las propuestas teóricas para optar en
la praxis política por aquellas que viabilicen la transformación de la realidad histórica
opresora. Sin duda, que para un análisis estructural de la realidad social son de mucha
ayuda las ideas ellacurianas sobre “el espacio y el tiempo”.
En suma, el tercer término de este recorrido intelectual lo constituye la categoría del sujeto
histórico, entendiendo por éste aquél individuo a quien afecta la situación de injusticia. En
este punto es importante tomar en cuenta que tanto la teoría como la acción política para
que sean factibles deben situarse y posicionarse desde las mayorías populares.
Con lo dicho hasta ahora, esperamos haber dejado mínimamente establecido el norte de la
propuesta ellacuriana en su crítica a la civilización del capital, aunque sea de manera
todavía provisional con las coordenadas del sujeto histórico, así como en relación con
2
    Ignacio Ellacuría. Op. Cip. Pág. 1078.
3
    Ibíd. Pág. 1078
                                              3
algunas coordenadas teóricas, en el marco de su pensamiento filosófico general. Sobre esta
exposición creemos poder desembocar ya en dos de las categorías que usa Ellacuría en el
asunto que nos ocupa: La civilización del capital y la civilización del trabajo.


1.2 La crítica ellacuriana a la civilización del capital


La historia del capitalismo en sus diferentes fases está marcada por la exclusión, opresión y
explotación tanto en el centro como en la periferia. En este contexto, Ellacuría al “situarse”
en precisas coordenadas geo-socio-temporales de América Latina, afirma: “América Latina
es una región, en la cual contrasta su gran potencialidad y riqueza de recursos con el
estado de miseria, injusticia, opresión y explotación, impuesto a una gran parte del
pueblo”4. Las mayorías oprimidas aun no tienen acceso a los servicios básicos que les
permitan plenificarse como seres humanos, por ello todavía es válido alzar una voz de
protesta para condenar las injusticias del orden económico que descaradamente se define
como al que mejor se adapta la naturaleza del ser humano. Sin embargo, deberían clarificar
a qué parte de la naturaleza de él se están refiriendo, sí al egoísmo o altruismo, pues no
podemos soslayar que dentro de la complejidad de la realidad humana se encuentra un
plexo de valores dirigidos a conservar la vida de todas las especies. Por tanto, una ética del
egoísmo como modo de vida es indeseable, debiendo apostar por una ética política que
oriente la praxis hacia la consecución de bien común.
Como apunta Ellacuría: “Esa verdad demuestra la imposibilidad de la reproducción y,
sobre todo, de la ampliación significativa del orden histórico actual, y demuestra más
radicalmente aún, su indeseabilidad, por cuanto no es posible su universalización a lo que
lleva consigo la perpetuación de una distribución injusta y depredadora de los recursos
mundiales y aun de los recursos propios de cada nación, en beneficio de unas pocas
naciones”5. Ahora desde esta perspectiva nos preguntamos: ¿Basta una reforma al modelo
económico capitalista para superar los efectos directos e indirectos de su civilización
actual? Consideramos que no, pues aun con todas sus reformas históricas no se han
encontrado formas en donde el sujeto primario sea el pueblo dominado y oprimido para
4
  Ignacio Ellacuría. “Utopía y profetismo”. Revista Latinoamericana de teología No. 17. San salvador, El
Salvador. 1989. Pág. 147.
5
  Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Págs. 147-148.
                                                      4
superar el dinamismo del capital y de las exigencias del orden internacional. Además, como
apunta Ellacuría: “tampoco se trata de hacer cosas nuevas, sino más bien de hacer nuevas
todas las cosas, dado que lo antiguo no es aceptable” 6. Así pues, se trata de construir una
civilización alternativa al capitalismo desde la preferencia por los pobres.
Sin duda, la configuración real de la civilización del capital señalada por Ellacuría continúa
latente quizá con mayor intensidad a la que percibió en su tiempo. Ciertamente, la cultura
del dominio del hombre sobre la naturaleza, del cálculo, dominio y poder sobre los hombres
mismos cobra mayor fuerza, pues la exigencia de desarrollo impone de manera implacable
una lógica de maximización de las ganancias y de la acumulación como supremo fin, el
cual define según las leyes del mercado el conjunto de relaciones sociales que destruye y se
opone a otras posibilidades liberadoras de la historia.
Así, para evitar cualquier intento de subversión de su lógica actual, la civilización del
capital se nutre de los siguientes principios: La exaltación del beneficio individual.
Insolidaridad social. Expansión y dominación. La lógica de la cantidad y libertad de
trabajo. Principio de necesidad de expansión y conquista de nuevos mercados, nuevos
compradores, territorios renovados, fuerza de trabajo explotable que le entregara las
materias primas necesarias para su reproducción. Principio de integración no solo
económica, sino en buena medida, de modos de vida, costumbres, filosofías tecnologías etc.
Principio de universalidad de la civilización del capital, mediante el dominio que la riqueza
proporciona a los países centrales procuran homogeizar e imponer a las sociedades
sometidas su comportamiento, su propia lógica de funcionamiento y sus intereses
fundamentales. Principio del trabajo como mercancía. La idea de progreso ilimitado que
abarcara todos las esferas de la vida social, la economía, la ciencia y tecnología del
conocimiento: un progreso sin fin que proporcionaría a todos bienestar y prosperidad,
resultando este progreso ininterrumpido en creciente acumulación de conocimientos
científicos y sus aplicaciones tecnológicas, acumulación consecuente de riqueza y bienes de
servicios. La vida social se convierte en materia de cálculo y programación al límite de
contabilidad, etc.
En este contexto, la civilización del capitalismo –tiende a imponer como en el pasado la
lógica de las ganancias y de acumulación en todos los ámbitos, sectores, regiones y grupos

6
    Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 159.
                                               5
sociales– praxis que tiene su base material en el desarrollo de las nuevas tecnologías de la
electrónica, la informática, la computación y las comunicaciones, que no solo permiten el
flujo instantáneo de los capitales financieros sino que hacen posible la expansión mundial
de los medios masivos de comunicación, la universalización de los flujos de información,
incluyendo la publicidad y la propaganda y, por consiguiente, la difusión extensiva e
intensiva de los valores y formas ideologizadas de vida y del consumo de masas.
El despliegue de la concentración y centralización de capitales, lo mismo que el auge
expansivo del capital financiero en el mundo, permite a los grandes consorcios un creciente
control de mercado mundial, control que permite a su vez, intervenir de manera cada vez
más determinante en la toma de decisiones de los organismos económicos internacionales e
influir de manera creciente en el diseño e instrumentalización de la política económica de
los distintos países. Aunque en el marco de la competencia capitalista no es real la
posibilidad de un gobierno supranacional, es manifiesta la progresiva jerarquización de los
Estados nacionales dentro de una estructura controlada por las grandes potencias
económicas cuyo sustento es el poder de las corporaciones.
En definitiva la civilización del capital en la globalización es más de lo mismo, pues bajo
ideología de universalidad de los Derechos Humanos, democracia formal y desarrollo
sostenible, se esconde la desigualdad social, la gran concentración de riqueza en pocas
manos, la multiplicación de las masas urbanas sin trabajo, miseria, depredación del medio
ambiente, ausencia de seguridad alimentaria, aumento de la criminalidad, desestabilización
económica, corrupción, narcotráfico, lavado de dinero etc. Males comunes, que a lo largo
de la historia han constituido las causas tradicionales del descontento popular y por lo tanto
es necesario invertirlos a fin de evitar una convulsión social de grandes proporciones.


1.3 ¿Qué nos ha quedado de la crítica ellacuriana a la civilización del capital?


Las ideas son hijas de su tiempo, de modo que aunque reflejen un fondo permanente y
universal, al menos por acumulación tradicional, se configuran de modo distinto según la
realidad cambiante y la conciencia de la misma. Sin embargo, siguiendo la lógica de la
civilización del capitalismo en la actualidad, consideramos que el análisis epistemológico
de Ellacuría a dicha civilización continua vigente en las siguientes categorías.

                                              6
1.3.1 La tensión dialéctica entre el mal común y el bien común


A través del poder de lo real la historia puede adquirir tanto la bondad como la maldad
histórica. En ambos casos se trata de un poder de la realidad histórica que se apodera de los
seres humanos. Ciertamente, se puede configurar en la historia un carácter tal que
determinará la condición de los individuos que los deshumaniza y aliena, por ello cuando
este mal se da es definitivo, pues está radicado en una sociedad en la cual se configura
maléficamente la vida de los individuos.
Pero la superación del mal común no vendría automáticamente, sino mediante el cambio o
modificación del sistema de posibilidades del que dispone el ser humano. Así, bastaría a
nivel económico introducir la solidaridad o responsabilidad empresarial para que el sistema
de posibilidades se modifique hacia un mayor grado de justicia. Igualmente, para superar el
mal común a nivel jurídico-político poner en marcha una praxis de liberación que posibilita
al ser humano un mayor grado de libertad. En suma, se requiere una praxis política para
superar el mal común, pues como ideal toda democracia republicana pone el bien común
como techo ideológico, pero “no obstante ser también una necesidad para que pueda
darse un comportamiento realmente humano. Lo que en realidad se da es el mal común.” 7
Para Ellacuría el mal común adquiere mayor gravedad, en el momento actual en donde una
minoría de países explota la materia prima del resto de países, lo cual provoca que las
condiciones económicas, sociales, políticas y culturales sean tales que la mayor parte de las
personas vivan en extrema pobreza con insatisfacción de sus necesidades básicas en salud,
vivienda, educación y trabajo. Por ello, nuestro autor categoriza esta realidad histórica
como un mal común que dadas determinadas condiciones, lo más probable es que afecte a
la mayor parte de las personas; asimismo, porque tiene la capacidad de afectar la mayoría,
de modo que queda resaltada su capacidad de propagarse de comunicarse; por último, por
su carácter dinámico y estructural tiene la capacidad de hacer malos a la mayor parte de los
que constituyen una unidad social.
Para la crítica ellacuriana la civilización del capital conduce a la deshumanización palpable
y por ende a sustituir el ser por el tener. Así, el modelo de ser humano que se promueve es

7
    Ignacio Ellacuría. “Escritos Filosóficos”. Tomo III. UCA Editores, San Salvador, El Salvador, 2001. Pág.447.
                                                          7
el individualismo egoísta, cuyo resultado final es la ruptura de la solidaridad humana. De
ahí que es en esta cultura perversa, donde “el mal común real que afecta a las mayorías
cobra las características de injusticia estructural –estructuras injustas que apenas
posibilitan la vida humana y que, al contrario, deshumanizan a la mayor parte de quienes
viven sometidos a ellas– y de injusticia institucionalizada –institucionalización en las
leyes, costumbres, ideologías etc.–, surge el problema del bien común como una exigencia
negadora de esa injusticia estructural e institucional. Consiguientemente el bien común,
surgido como negación superadora del mal del mal común, debe ser contrapuesto como
bien al mal, pero debe tener las mismas características que hacían del mal algo realmente
común.”8
La problemática que señala Ellacuría es rica es contenido, pero por ahora la limitaremos a
la superación de la injusticia estructural e institucional por una justicia estructural e
institucional. Al instalarnos en el actual Estado de Derecho de nuestro país como
instrumento para la democracia y la consecución de la justicia, creemos que dadas las
condiciones históricas concretas es factible crear una cultura jurídica incluyente y
liberadora capaz de contribuir al bienestar material de todos y todas. En efecto, una praxis
forense fundamentada en un plexo de valores jurídico-político que inspire la participación,
igualdad, pluralidad, solidaridad etc., puede situar los derechos humanos en una dimensión
al alcance de todos y todas, que venga a superar el actual estado de injusticia en que vive la
mayor parte de la población. Ahora por muy sencilla que parezca esta argumentación
filosófica, para la praxis política de la función judicial se considera que tiene plena eficacia,
pues por razones prácticas para construir una justicia estructural no es necesario cambiar
todo el sistema, basta una nueva carga ética política en la interpretación de los derechos
humanos para modificar el sistema de posibilidades que nos permita enfrentarnos a la
realidad del sistema de injusticia estructural vigente. Así, el nuevo comportarse, se
convierte en una medida necesaria para que el Estado de Derecho refleje institucionalmente
el Estado de Justicia realizador del bien común de todas y todos.
En suma, esto es viable, dado que una función judicial que quiera proyectarse en el tiempo,
debe apoyarse en una sabiduría práctica capaz de conciliar justamente los intereses de todos
y todas. Es aquí donde considero que la categoría de “mayorías” de Ignacio Ellacuría, debe

8
    Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 449.
                                               8
reinterpretarse en el sentido de la realización de bien común, y no en sentido ideológico,
pues sólo así puede inspirar la función judicial de una sociedad como la nuestra, en donde
todavía provoca cierto escozor y división la referencia a estas categorías. Sin embargo, esto
no implica negar la necesidad de que los funcionarios judiciales se sitúen desde un lugar en
especial, es decir, desde la persona como ser corporal, origen y fin de toda la actividad
política del Estado, incluida por ende la actividad del Órgano Judicial.


1.3.2 La ideologización de los Derechos Humanos y de la democracia


Según la tesis ellacuriana los Derechos Humanos tienden a ser utilizados no al servicio del
ser humano, sino de unos grupos, por ello toman forma abstracta, absoluta, ahistórica y
adquiribles por los más fuertes. Así para la cultura dominante los derecho civiles se
suponen iguales para todos, como si lo ideal fuera la realidad, sin embargo al no poderlos
ejercer la mayoría hace de ellos una burla sangrienta. A esto Ellacuría agrega que la
propaganda ideologizada de la democracia capitalista como forma única y absoluta de
organización política, se convierte en instrumento de ocultamiento y, a veces, de opresión.
Ciertamente, en el campo de las relaciones internacionales el abandono de la democracia
representativa por una participativa, se convierte en una lucha ideológica que lleva hasta la
acusación de países de ser una amenaza para la paz mundial.
De este modo se colige que la crítica de Ellacuría a los Derechos Humanos y Democracia
Occidental tiene como núcleo duro el manejo ideologizados que se hace de los mismos para
ocultar la realidad de injusticia estructural y a veces para oprimir, pues reconoce que el
paquete democrático de Occidente tiene valores y derechos muy dignos de tenerse en
cuenta, sobre todo, si se llevan a sus últimas consecuencias y se crean las condiciones
materiales para disfrutarlos. Al respecto considero que necesario crear tanto las condiciones
materiales como las políticas-jurídicas para el acceso universal a estos Derechos. En efecto,
no basta con mejorar las condiciones materiales del hombre para que todos y todas puedan
disfrutar de sus derechos, pues detrás de estas se puede ocultar la alienación y cosificación
del ser humano, por tanto, se requiere además la construcción de una función emancipadora
en la interpretación y aplicación del derecho. Pues, es frecuente que en la realidad actual la
cultura jurídica dominante interprete el derecho en función de la defensa de los intereses o

                                              9
la seguridad del Norte o bien de las elites nacionales, convirtiendo la oferta de
humanización y libertad en algo no universalizable. De ahí que se requiere ante todo de una
cultura jurídica liberadora tanto hacia adentro como hacia afuera, que libere de las
ignorancias, temores, de las presiones internas y externas, en busca de una apropiación de
verdad jurídica cada vez más plena y de una realidad cada vez más plenificante.
En definitiva, una visión reductora del disfrute de los Derechos humanos como la que
existe actualmente en América Latina, nos lleva a postular que la validez y eficacia de estos
sólo es aceptable para humanidad bajo un nuevo proyecto global que sea universalizable.


1.3.3 Propuesta para una nueva universalidad


Para superar la universalidad abstracta de la civilización del capital, Ellacuría apunta: “El
principio de universalización…no es un principio de uniformización y, menos aún, de
uniformización impuesta desde un centro poderoso a la periferia amorfa y subordinada,
que es el camino de universalización pretendido por quien desea imponer aquél modelo de
existencia, que le es de momento más favorable”9. Este presupuesto filosófico ellacuriano,
cobra plena vigencia en el contexto actual de la globalización económica, la cual impone
desde la supuesta defensa de los Derechos Humanos una sola democracia y legalidad, que
en nombre de las libertades se apropia de los centros de decisión política, de opinión
pública y de la cultura de los pueblos dominados para beneficio privado de los que
controlan el gran soberano –mercado total–.
Ahora bien, ante una universalización que conduce hacia la deshumanización del hombre,
la propuesta de Ellacuría consiste en hacer la universalización desde la opción preferencial
del los pobres, pues la hecha hasta ahora desde la opción preferencial por los ricos y
poderosos ha traído más males que bienes a la humanidad. En este sentido, para Ellacuría
buscar una utopía universalizable históricamente en la que los oprimidos, explotados y
excluidos tengan un lugar determinante, significa comenzar de nuevo. “Comenzar de nuevo
un orden histórico, que transforme radicalmente el actual, fundamentado en la
potenciación y liberación de la vida humana”10.

9
    Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 156.

10
     Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 159.
                                              10
Sin embargo, ese comenzar de nuevo no significa comenzar de cero, sino ponerse a hacer
las cosas de manera diferente, “ya que lo viejo, en tanto que totalidad, no es aceptable, ni
es tampoco aceptable el dinamismo principal que lo impulsa”11.
En definitiva, para construir una civilización alterna a la civilización del capital parte de su
propuesta teórica consiste en superar la universalidad abstracta y ahistórica que se teje
desde la civilización del capital, por una universalidad concreta y con capacidad para
encontrar el punto de equilibrio entre la unidad-diversidad como conformadora del todo.


1.3.4 Liberalismo/liberación


Si procuramos la construcción de una civilización del trabajo el análisis de la tensión
dialéctica en este punto es medular. Máxime ante una cultura dominante que se define
como defensora y potenciadora de las libertades en todos sus niveles. No obstante, para el
planteamiento ellacuriano todavía no se ha llegado a un estadio de la humanidad donde la
libertad de unos pocos sea superada por la libertad de las mayorías. Esto pone en evidencia
que la libertad de todos no se logra por la vía de la liberalización sino por la vía de la
liberación. Así, en una sociedad injustamente estructurada, la liberación de la pobreza e
ignorancia es el camino de las mayorías para conquistar las condiciones históricas que les
permitan optar con mayor libertad.
Ciertamente, en su origen histórico el liberalismo representó el logro de determinados
derechos, los cuales no aparecen como arte de magia, sino fruto del proceso de liberación
del antiguo régimen para conquistar un mayor grado de libertad económica. Sin embargo,
para legitimar a la burguesía en el poder el liberalismo hizo una cobertura jurídica formal
de la libertad e igualdad a todos los habitantes, pero sin crean las condiciones materiales y
políticas para que otros se liberaran. En esta línea, Ellacuría afirma que: “El ideal utópico
de una plena libertad para todos los hombres no es posible más que por un proceso de
liberación, de modo que no es primariamente la libertad la libertad la engendradora de
liberación, sino que es la liberación la engendradora de libertad, aunque entre ambas se
dé un proceso de mutua potenciación y enriquecimiento”12.

11
     Ibíd. Pág. 159.
12
     Ignacio Ellacuría. “Utopía y profetismo”. Págs. 160-161.
                                                        11
Para Ellacuría: “Tanto la libertad personal como la social y política sólo son tales
efectivamente cuando se “puede” ser y hacer lo que se quiere –se debe o es permitido– ser
y hacer. La libertad sin condiciones reales que la hagan realmente posible puede ser un
ideal, pero no es una realidad, ya que sin las debidas y suficientes condiciones, no se
puede ser ni hacer lo que se quiere”13. He aquí la importancia del planteamiento
ellacuriano para superar la ideologización de los derechos laborales, pues a nivel de
discurso oficial se exalta la proclamación formal de los mismos, sin embargo en el campo
de realidad económica la libertad sindical no se posibilita ni la permiten las formas de
dominación empresarial. Así, los trabajadores no tienen plena libertad para asociarse y
defender sus intereses profesionales, ya que si lo hacen se recurre a las maniobras del
despido o las amenazas de cierre de la empresa. Sin duda estamos en presencia de ciertas
opresiones y dominaciones que procuran que los trabajadores no consigan su libertad, para
ser y hacer lo que se quiere.
Ahora bien, para recuperar el espacio de actualización de la libertad, hay que crear las
condiciones materiales para satisfacer las necesidades básicas de los trabajadores como
liberación para una libertad compartida. En efecto, para Ellacuría: “no basta con una mera
“liberación-de”, pues se requiere una “liberación-para” o una “liberación hacia” la
libertad, que sólo podrá ser plena libertad, cuando sea libertad de todos”14. Este análisis
ellacuriano se complementa con la tesis de la unidad de justicia/libertad en la liberación. En
este sentido, no se trata priorizar la libertad sobre la justicia como sucede en la civilización
del capital, tampoco de priorizar la justicia sobre la libertad como ocurre en el colectivismo
materialista, sino de potenciar con justeza las condiciones materiales que hagan posible un
mayor grado de libertad para todos y todas.
En suma, la liberalización es insuficiente para alcanzar una libertad compartida, pues se
requiere previamente la liberación de las mayorías populares de la injusticia estructural en
la que viven, “que empieza por la liberación de las necesidades básicas y construye
después condiciones positivas para el ejercicio cada vez adulto de la libertad y para el
disfrute razonable de las libertades”15. En efecto, la liberación es problema de elites y
para las elites, ya que históricamente sólo ha posibilitado un mayor grado de libertad para
13
   Ibíd. Pág.161.
14
   Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 163
15
   Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 162.
                                              12
estas y mayor opresión, explotación y exclusión social para las mayorías populares. Por
tanto, para países subdesarrollados como el nuestro el disfrute de la libertad y los otros
derechos humanos pasa por la liberación de las mayorías de la opresión empresarial,
cultural e institucional, etc.


2.0 La civilización del trabajo: Alternativa para superar el conflicto capital-trabajo


Para la ética cristiana el trabajo es algo que no debe desagradar al hombre. Sin embargo, la
función que le impone la civilización del capital lo convierte en el infierno para el hombre
trabajador. A pesar de esta crítica la concepción liberal burguesa afirma que la relación de
trabajo es libre e igualitaria. Pero al confrontar la teoría con la realidad se verifica que si el
trabajo se rige por las leyes del mercado, tales principios no pasarán de ser meros ideales,
con razón Marx sostenía: “que los hombres son iguales en el cielo y desiguales en la tierra”.
En efecto, bajo la cultura del capital se han consumado las peores formas de iniquidad
social jamás vistas en la historia, pasando el hombre a ser un objeto más de la producción.
Premisa que se sustenta en el contenido mismo de la Ley de Bronce, la cual sostenía: “que
el hombre al igual que la máquina se le debía dar manutención en cuanto fuera productivo”.
Ahora es verdad que con el paso del tiempo momentáneamente se transformaron las bases
de la sociedad liberal burguesa del siglo XIX y se reconocieron los derechos laborales que
en la praxis empresarial y judicial vendrían a dar una nueva concepción al valor trabajo, es
decir, a considerar el trabajo como función social y no en artículo de comercio. Sin duda, se
trataba de un ideal maravilloso que se apoyó además en los principios de irrenunciabilidad,
dignidad, igualdad, justicia social y democracia en la relación de trabajo, pero a pesar de su
importancia práctica en países subdesarrollados no pasaron de ser meras aspiraciones.
Como vemos estas reformas fueron inoperantes para superar los males que históricamente
el capitalismo impone al mundo del trabajo, menos aún dentro del horizonte de la actual
globalización económica. Al respecto Víctor Olea en su crítica a la globalidad apunta: “Los
impactos de la tercera revolución industrial (la informática y los micro chips) y la
globalización han modificado sustancialmente la composición de la sociedad y del trabajo
en actividades industriales tradicionales es cosa del pasado. Aunque dicho espacio sigue
siendo el de la confrontación directa entre el capital y el trabajo productivo –generador de

                                               13
ganancias–, hoy está desbordado por un sector terciario de servicio, cuyos empleados y
auto empleados (trabajadores y profesionales por cuenta propia) tienden a ocupar el papel
central que antes correspondió al proletariado industrial”16.
La nueva organización del trabajo tampoco responde a las necesidades concretas del trabajo
y a las mayorías populares, sino a las necesidades concretas de individuos y consorcios
internacionales. De ahí que el cambio que impone la globalización al mundo del trabajo no
implica de suyo retornarle el ethos liberador y dignificador que se le fue expropiado, al
contrario ahora se eliminan de manera sofisticada las conquistas que a lo largo de los siglos
los obreros arrancaron al capital.
Al igual que en pasado, hoy en día el trabajo no es actividad destinada a satisfacer las
necesidades espirituales y materiales del ser humano, sino una actividad subordinada a los
fines de acumulación de capital y maximización de las ganancias. En consonancia con ello,
la civilización del capital defiende en la actualidad que la fijación de los salarios no debe
ser regulada por leyes laborales sino por las leyes del mercado.
Por otra parte, el progreso tecnológico limita aun más las posibilidades de los trabajadores
para mejorar sus condiciones de vida, colocando por ende en situación de extrema pobreza
a millones de trabajadores alrededor del mundo, vía la mayor desocupación de la fuerza de
trabajo mundial en la historia del capitalismo. El efecto de esta inequidad social es el
creciente número de trabajadores migrantes dispuestos a desarrollar las cargas de trabajo
más pesadas y por bajos salarios. Pero la tercera revolución industrial no solamente
incrementa el desempleo, sino que también flexibiliza los derechos de los trabajadores
antes considerados intocables. Es así como ahora un creciente número de trabajadores
manuales, técnicos e intelectuales, en las más variadas actividades, no reciben ni
remotamente los beneficios de estabilidad en el trabajo, de contratos a tiempo completo y
de reconocimientos legales a su experiencia y antigüedad.
En definitiva, el mundo del trabajo dentro de la civilización actual del capital continúa sin
encontrar su horizonte libertario, igualitario y democrático. Consciente dicha civilización
del peligro que esto representa para sus intereses mezquinos, fragmenta y estratifica el
trabajo para impedir la existencia de lazos solidarios entre los trabajadores. Pero a pesar de

16
  Víctor Flores Olea. “Crítica de la Globalidad. Dominación y liberación en nuestro tiempo”. Fondo de la
cultura económica. México. 2000. Pág. 317.
                                                     14
todo, en la actualidad existen nuevos movimientos sociales que buscan la construcción de
un proyecto global en el que quepan todos y todas.
En este contexto, se trata de construir un proyecto global donde quepan todos. El cual para
que sea factible debe hacerse desde las mayorías oprimidas y desde ahí generar un nuevo
universalismo enriquecedor no opresor como el actual. Se trata pues, de revertir el signo de
la civilización actual y construir una civilización regida por el trabajo humanizador. Es así
como frente a la civilización de la riqueza se construiría una civilización de la pobreza, que
supere la inviabilidad de las reformas realizadas por la civilización del capital en el
contexto de la guerra fría para resolver el conflicto capital-trabajo. En efecto, una vez que
esta llega a su fin el nuevo orden mundial señala que la política de bienestar y de protección
a los sindicatos constituyen un estrobo al libre mercado, por tanto, se debía flexibilizar y
desregularizar los derechos laborales en función de una clara movilización de los intereses
económicos de quienes detenta la riqueza.
Por consiguiente, la visión del trabajo apoyada en la primacía del capital sobre el trabajo
exige un cambio radical de los principios orientarán el nuevo derecho del trabajo, pues
desde nuevos principios se imprimiría a la justicia laboral un contenido ético liberador que
desde la perspectiva constitucional situé a la persona humana como origen y fin del estado
Sin duda, la radicalidad de la nueva justicia laboral debería apoyarse en el pensamiento
filosófico-teológico del padre Ellacuría, para cumplir válida y eficazmente el objetivo de
armonizar las relaciones entre empresarios y trabajadores.

Esto debido a que un orden político comprometido con la civilización del trabajo debe
entender, que la armonía en la relación de trabajo es el fruto de un –Estado de Justicia– que
fomenta la libertad, solidaridad, fraternidad, inclusión social, educción, salud, vivienda etc.
De ahí que una aproximación a este ethos liberador, la compromete a realizar cambios
estructurales y radicales en el orden económico, político, jurídico y social. Así solamente
redefiniendo su papel histórico se puede dar vida a un Estado de Derecho orientado no bajo
la razón instrumental sino bajo una razón liberadora garante de la libertad y la justicia.

En esta línea, el padre Ellacuría argumenta: “la civilización de la pobreza, propone como
principio dominador, frente a la acumulación del capital, la dignificación del trabajo, un
trabajo que no tenga por objeto principal la producción de capital, sino el
perfeccionamiento del hombre. El trabajo visto a la par como medio personal y colectivo
                                              15
para asegurar la satisfacción de las necesidades básicas y como forma de
autorrealización, superaría distinta forma de auto y de hetero-explotación y superaría
asimismo desigualdades no solo hirientes, sino causantes de dominación y antagonismo”17.

Por consiguiente, se trata de construir una civilización del trabajo comprometida con la
solidaridad compartida en contra posición con el individualismo cerrado y competitivo de
la civilización de la riqueza. Pues el perfeccionamiento del hombre trabajador le permitirá
ver a los otros no como parte de uno mismo, sino verse asimismo en unidad y comunión
con los otros. Sin duda, que esto se conjuga bien con lo más hondo de la inspiración
cristiana que aparece en consonancia con una de las mejores tendencias de los sectores
populares latinoamericanos, que se abre frente a tendencias individualistas disociadoras.
Solidaridad que se posibilita en el disfrute común de los bienes comunes. En este entender,
su compromiso para la transformar la civilización del capital debe ser cuidadoso para no
repetir los males que ésta provoca. Por ello debe tener como objetivo no hacer de la riqueza
un ídolo, pues si esto se repite, como principio terminará absorbido por la desidia y el
egoísmo, y no por principios altruistas y fraternarios.

Además de estos principios, Ellacuría comentado la Encíclica Laborem Exercens (sobre el
trabajo humano) desarrolla los principios fundamentales de la relación trabajo-capital, que a
mi juicio vendrían a hacer nueva la justicia laboral. En este sentido, apunta: “Juan Pablo II
propone ciertos principios que deben normar la relación entre trabajo y capital: el
hombre es el principio y fin de toda actividad económica”18. La propuesta consiste en
afirmar al trabajador como destinatario de la producción y no como su instrumento. Ahora
el fundamento de este principio tiene que ver con el hecho que el trabajador como sujeto
libre emplea su inteligencia en la actividad productiva para obtener los medios necesarios
que lo perfeccionen y dignifiquen como ser humano, por ello el trabajo debe estar “en
función del hombre y no el hombre en función del trabajo” 19. El segundo principio consiste
en “que el trabajo constituye la clave de la cuestión social. Mientras no se resuelva
humana y justamente el problema del trabajo, la cuestión social con toda su complejidad


17
     Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 171.

18
     Ignacio Ellacuría. “Escritos teológicos”. Tomo III. UCA Editores, San salvador, El Salvador. 2002. Pág. 398.
19
     Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 399
                                                          16
creciente, quedará irresuelta”20. La propuesta es radical, pues si el hombre trabajador no
constituye el verdadero fin del proceso productivo quedarán irresueltos los anhelos de
justicia, libertad, igualdad y dignidad. El tercer principio que propone: “sería la
vinculación indisoluble entre trabajo y capital. Este principio no puede ser rectamente
entendido si no se tiene en cuenta el que expondremos a continuación: la prioridad del
trabajo sobre el capital, y si también no se tiene en cuenta otro principio ulterior de que el
capital debe dejar de serlo en sentido capitalista, tanto privado como estatal, absolutos
para cobrar un nuevo sentido”21. Sin duda trabajo y capital son necesarios e indispensables
en el proceso productivo, pero el capital debe superar sus premisas estrictamente
económicas por unas de contenido social que fomenten el desarrollo de la vida humana del
hombre trabajador y de su grupo familiar. El cuarto principio consiste en la prioridad del
trabajo sobre el capital, lo cual sentido a partir del hecho que en el proceso productivo el
trabajo “siempre es causa eficiente y primaria” para la generación de riqueza, al contrario
el “capital es sólo un instrumento o la causa instrumental”. Creo que este principio podría
provocar un debate en cuanto a la definición de trabajador como sujeto subordinado en la
relación de trabajo, pues es el punto de partida que utiliza el derecho del trabajo liberal para
tales efectos, pero que por ahora no voy a tratar en este ensayo. Para Ellacuría de todos esos
principios se sigue otro, “y es que toda la actividad económica estrictamente tal debe estar
regida por las exigencias intrínsecas del hombre trabajador y no de la cosa-capital”22. Es
claro que dicho principio solamente podría tener aplicación dentro de la civilización de la
pobreza, pues para que la actividad económica tenga como fin último la satisfacción de las
necesidades básicas del hombre trabajador, se debe elaborar un proyecto de productividad
orientado por preguntas como: qué producir y para quién producir, y no bajo la línea de la
civilización de la riqueza que produce por la exigencia de lucro individual. Por último: “El
conjunto de esos principios se constituye en el criterio fundamental para juzgar desde un
punto de vista ético el valor o desvalor de un sistema económico, su justicia o injusticia”23.

En suma, es sobre la base de estos principios fundamentales donde la civilización del
trabajo debe hundir sus raíces para superar la civilización del capital o cualquier otra
20
   Ibíd. Pág. 399.
21
   Ibíd. Pág. 399.
22
   Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 401.
23
   Ibíd. Pág. 401.
                                              17
civilización enraizada en la premisa de la prioridad del capital sobre él trabajo, pues sólo
desde este horizonte liberador puede aproximarse a la liberación y dignificación del hombre
trabajador.



3.0 Sujeto histórico de la construcción y defensa del proyecto liberador del trabajo

Dice Ellacuría: “Por sujeto histórico se entiende alguien afectado “históricamente” por la
historia”24. Esto nos pone en la pista para considerar que el sujeto histórico que se
encargará de construir y defender un proyecto liberador del trabajo, es el hombre
trabajador, quien a mi juicio debe iluminar su praxis de liberación con el pensamiento
filosófico-teológico del padre Ellacuría. Ciertamente, para que este sujeto no arrastre los
mismos vicios que denuncia, debe comenzar por tomar conciencia de la necesidad de
sustituir los valores del individualismo por los valores de la solidaridad compartida, (amor,
esperanza, pluralidad, justicia) es decir, se requiere de un nuevo hombre que sustituya al
viejo hombre. En este sentido, Ellacuría señala: “Típico, sin embargo, de este hombre
nuevo, movido por el Espíritu, es que su motor no es el odio, sino la misericordia y el
amor, porque ve en todos a hijos de Dios no enemigos a destruir”25. Por ello, debe guiar su
accionar no por la voluntad de dominio sino por la vocación de servicio. Además, es un
hombre de esperanza. En esta línea, Ellacuría apunta: “El hombre nuevo para ser
realmente nuevo ha de ser hombre de esperanza y de alegría en la construcción de un
mundo más justo”26. Se trata de un hombre que a pesar de las circunstancias adversas no se
deja dominar por el pesimismo, en otras palabras es optimista en la práctica. Por último,
dice Ellacuría: “El hombre nuevo es un hombre abierto, que no absolutiza ningún logro en
el engaño de hacer de algo limitado algo infinito”27. Esto es necesario, pues sólo así su
proyecto global es universalizable.

Tomar conciencia de lo anterior es importante para que el sujeto histórico que asume el
compromiso de transformar la civilización del capital por una civilización del trabajo, no
termine entregándose en el orden económico, político, cultural que denuncia, pues la

24
   Ignacio Ellacuría. “Cursos universitarios”. UCA Editores. San Salvador, El Salvador, 2009. Pág. 320.
25
   Ignacio Ellacuría. “Utopía y profetismo”. Pág. 167.
26
   Ibíd. Pág. 167.
27
   Ibíd. Pág. 167
                                                       18
realidad histórica es testigo de traiciones y desencantos. Asimismo, tomar conciencia que
frente ante la fragmentación social contemporánea el reto no es fácil pero tampoco
imposible. En efecto, la pluralidad social en la que habitan diversos intereses y distintos
posibles ha hecho colapsar las viejas unidades comunitarias. A esto también contribuye el
alejamiento entre el campo y la ciudad, las distancias que imponen las modernas urbes, las
rupturas familiares e inclusive la proliferación de los niños desamparados; todo ello da
cuenta de la fragmentación e inclusive de la disolución en que vive la sociedad
contemporánea. Así, la relativa unidad social de los primeros tiempos del capitalismo se
encuentran hoy rotos y fraccionados extraordinariamente.

Pero, a pesar de la fragmentación social que configura la actual aldea global; aun existe una
“real promesa” de liberación, una oposición al mundo de la alineación y sumisión, que ha
borrado cualquier posibilidad de acción solidaria. El sentido actual de la historia impuesto
por el capitalismo es refutado no solo por el testimonio de sus fracasos y traiciones pasadas,
sino por el hecho de que exhibe y anuncia ya, al igual que antes, su carácter, destructivo y
desolador y por la realidad del surgimiento de nuevas y variadas fuerzas sociales que se
oponen y afirman la diferencia, postulando la necesidad de un orden económico, político y
social capaz de resolver los problemas colectivos con base al principio de solidaridad. Por
tanto es necesario que los movimientos sociales comprometidos con el proyecto liberador
del trabajo “maduren” de cara a hacer de la solidaridad su definición misma, sin dejar de
lado estilo, significado y legitimidad propia.

Ante la complejidad de la sociedad actual el proyecto liberador del trabajo no se limita a
los intereses del proletariado industrial, pues existe una pluralidad de intereses por resolver.
Por tanto, si bien incluye el proletariado también están incluido los trabajadores del sector
servicio que ha crecido en las últimas décadas, lo mismo incluye los trabajadores
independientes, profesionales, técnicos, los participantes en los medios de comunicación de
todo tipo y por supuesto los desempleados y sub empleados. Hoy resulta extraordinaria la
variedad de todas las actividades sociales, y también el número y variedad de clases y
grupos que sufren la devastación de un capitalismo cada vez más concentrado y
especulativo. A estos habrá que añadir los fuertes movimientos sociales que se han
desarrollado y que exigen el respeto de una variedad de derechos humanos, de las etnias, de
las mujeres, de los homosexuales, del medio ambiente etc. Además todas aquellas
                                                 19
comunidades locales y regionales, corrientes migratorias que son marginados por el
crecimiento concentrado y discriminado del capital.

Es cierto que el entrelazamiento de esos grupos, movimientos y fuerzas sociales diversas,
su origen y fines a veces no coinciden en sus demandas específicas. Sin embargo, cabe
mencionar que coinciden en ser movimientos anticapitalistas y antisistémico.

En definitiva, considero que el sujeto histórico que ponga en práctica el proceso de
liberación cuenta en la actualidad con un sistema de posibilidades para optar e incidir en la
realidad; asimismo, cuenta con la civilización del trabajo como horizonte utópico para
iluminar sus acciones políticas. En efecto, el sujeto colectivo tiene la capacidad y poder de
organización heredado por los movimientos sociales clásicos y el uso de la informática para
movilizar no solo movimientos regionales sino a nivel mundial. Así pues, existe la
posibilidad de constitución de un sujeto social activo a gran escala. Lo que se debe revisar
es si el hombre individual o colectivo cuenta con la capacidad de ser sujeto, autor y
destinario del proceso de liberación y no un simple actor o agente, pues si esto ocurre no
opera la capacidad y poder realizador de la liberación al interior y exterior del sujeto
histórico. De ahí que las condiciones que debe tener un sujeto de la historia para que se
libere a nivel personal y colectivo son las siguientes: a) enfrentar responsablemente el curso
de la historia para que pueda incidir en él, obviamente que para ello debe previamente
tomar conciencia de una historia concreta; b) constituirse como sujeto colectivo no
individual, pues el sujeto colectivo posibilita un mayor influjo en la historia, ahora esto no
implicaría que el sujeto histórico termine por anular las individualidades y; c) que se
constituya dentro de los grupos mayoritarios que padecen la opresión o en la comunidad de
víctimas oprimidas de la historia. Todo esto tiene sentido si tomamos en cuenta que no
existe sujeto histórico que lo controle todo, por ello el proceso de liberación debe ser
conducido por hombres libres interior y exteriormente.

4.0 CONCLUSION.

Hemos intentado en el recorrido de este trabajo realizar una aproximación crítica a la
civilización del capital, las negaciones y contradicciones que configura la actualización de
su realidad histórica, a fin de proponer como alternativa la civilización del trabajo. En este
contexto, siguiendo a Ellacuría consideramos que el modelo económico, social y político a
                                             20
construir debe hundir sus raíces en los principios fundamentales del trabajo, siendo ellos los
que permitirán darle un nuevo nombre.

Se ha intentado señalar que la trasformación radical del sistema capitalista es una necesidad
impostergable, pues en su interioridad se encuentran los males que deben ser arrancados de
raíz, entre ellos la codicia, desidia, egoísmo y libertinaje que cercenan los Derechos
Humanos. En efecto, es en su materialismo economicista, de donde despierta la ambición
de explotar al hombre para acumular más riqueza. Además, de ahí surge la traición el
engaño y la ideologización de los valores. Aunque debemos reconocerle algunas cosas
positivas ente ellas: la idea de razón, los derechos humanos, los conocimientos científicos y
tecnológicos, pues forman parte de nuestra cultura y horizonte de vida. Así pues, la idea de
razón emancipadora es irrenunciable por constituir un principio de comunicación
democrática en el que podemos encontrar salidas y soluciones, pero sin desconocer sus
trampas y traiciones.

Finalmente, es de reconocer que el proyecto global de la civilización del trabajo ante la
actual fragmentación y complejidad para que sea universalizable desde su origen, debe
configurar un sujeto histórico que sea incluyente de todos los sectores, pues de lo contrario
difícilmente tendría éxito en una sociedad tan complicada como la nuestra. Ahora esto no
significa renunciar al lugar desde dónde, para qué y para quiénes debe fijar su horizonte la
nueva civilización y nuevo derecho del trabajo.




                                             21
5.0 BIBLIOGRAFIA.

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                                             23

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La civilización del capital y la alternativa de una civilización del trabajo

  • 1. “CRÍTICA ELLACURIANA A LA CIVILIZACIÓN DEL CAPITAL Y LA ALTERNATIVA PARA UNA CIVILIZACIÓN DEL TRABAJO Presenta: Edwin Godofredo Valladares Portillo 1.0 Actualidad de la crítica ellacuriana a la civilización del capital 1.1 Notas introductorias Ellacuría desarrolla con mayor amplitud su crítica a la civilización del capital, en sus escritos teológicos: “Utopía y profetismo” y “Conflicto entre trabajo y capital en la presente fase histórica. Un análisis de la encíclica de Juan Pablo II sobre el trabajo humano”. Al comienzo del primer texto se resalta la importancia de la “clave temporal” y del “lugar histórico adecuado” para la elaboración teológico-filosófica que en él se emprende. En el segundo texto comenta el tercer capítulo de la encíclica Laborem Excercens (Sobre el trabajo humano de 1981) de Juan Pablo II. Acá ofrece el punto de tensión de toda la encíclica: el problema se plantea en el contexto de un gran conflicto entre el mundo del capital y el mundo del trabajo, entre dos clases sociales, conflicto que también se expresa a nivel ideológico en el enfrentamiento entre el liberalismo y el marxismo. Juan Pablo II comentado por Ellacuría, ofrece unas líneas programáticas para una relación adecuada del trabajo con el capital: el trabajo humano tiene prioridad sobre el capital. Ahora bien, esto no significa que nuestra investigación quede limitada a esto dos textos, al contrario revisaremos otros textos que pongan en evidencia la radicalidad del último Ellacuría sobre ésta problemática. Nos encontramos pues, desde el inicio hasta el final de nuestra reflexión llevados de la mano del propio Ellacuría ante una cuestión que para él resulta fundamental: “el lugar y el momento”. En consonancia a ello nuestro punto de partida es la periferia del sistema capitalista y para ser específicos, El Salvador. En definitiva, será desde un lugar determinado, desde el mundo del trabajo, que el pensamiento liberador pueda desarrollarse y ser desplegado en toda su plenitud y riqueza. En segundo término, llevaremos la reflexión de Ellacuría sobre este tema a la realidad actual del capital globalizado, la cual continúa siendo homicida y suicida. Es en este contexto, en donde a pesar de haber transcurrido veintiún años de su martirio, consideramos 1
  • 2. que su pensamiento liberador es útil y pertinente para denunciar el mal común que la civilización del capital deja por donde pasa. Efectivamente, la nueva organización científica del trabajo impulsada por la globalización económica neoliberal de manera descarada anula los derechos laborales reconocidos constitucionalmente a favor de los trabajadores. Es así como en el sector de la Maquila y otros de la actividad económica se pone en práctica la flexibilización y la desregularización laboral, dando con ellas amplias libertades a los o empresarios para fijar el salario y para anular otras prestaciones laborales. Esto con el propósito de reducir los costes laborales de cara a maximizar las ganancias. Amén de los desastres agroambientales que provocan en la utilización irracional de los recursos naturales. La noción anterior, es solo una muestra de la vigencia del siguiente argumento Ellacuriano: “La civilización del capital valorado en términos universales, ha conducido y está conduciendo (a) no solo a la ampliación entre ricos y pobres, ya sea regiones, países, o grupos humanos, lo cual implicas que la distancia es cada vez mayor y que cada vez sea más grande el número de pobres, al crecimiento aritmético de los ricos corresponde un crecimiento geométrico de los pobres; (b) no solo al endurecimiento de los procesos de explotación y opresión con formas, eso sí más sofisticadas; (c)no solo al desglosamiento ecológico progresivo de la totalidad del planeta; (d) sino a la deshumanización palpable de quienes prefieren abandonar la dura tarea de ir haciendo su ser agitado y atosigante productivo del tener, de la acumulación de la riqueza, del poder, del honor y de la más cambiante gama de bienes consumibles”1. En consecuencia, el orden internacional hegemónico vigente se revela como un auténtico desorden, crecientemente peligroso, esencialmente injusto y cada vez más intolerable e inviable. Efectivamente, la sociedad occidental de los países del primer mundo, su Estado de Derecho y democracia como modelos a imitar para superar el mal común de nuestros países son inviables. Día a día la cultura de muerte fomentada por el narcotráfico, el crimen organizado, las pandillas, el capital nacional y trasnacional, se acentúa sobre los sectores más vulnerables de la sociedad, sin que las instituciones del Estado actúen eficazmente para contrarrestarlos. Demostrando una vez más que los males de la sociedad actual son insuperables bajo el modelo civilizatorio del primer mundo. De ahí la radical conclusión de 1 Ignacio Ellacuría. “El desafío de las mayorías pobres”, Estudios Centroamericanos (ECA), Nos. 493-494, 1989. Pág. 1077. 2
  • 3. Ellacuría: “la civilización del capital y de la riqueza ha dado ya de si todo lo positivo que tenía”. Es así como se requiere de “un proyecto global univerzalizable”, el cual sólo puede surgir de los pueblos oprimidos. Sin duda, un modelo alternativo a la globalización económica neoliberal resulta imprescindible para salvar a la humanidad de la actual tendencia hacia la autodestrucción y rescatar en los países subdesarrollados a millones de pobres de la muerte lenta en que hoy agonizan. Llegado a este punto aparecen las preguntas siguientes: ¿Hasta qué punto las sociedades tercermundistas están preparadas a nivel organizacional para enfrentar estas lacras? ¿Cuál es el sujeto histórico que debe emprender esta tarea? ¿Cuál es el primer paso que se debe dar? Se debe comenzar por reconocer que nuestra civilización está enferma y agonizante a fin de revertir la cultura de muerte. Ciertamente, como afirma Ellacuría: “el estudio de las heces de nuestra civilización, parece mostrar que esta civilización está gravemente enferma y para evitar un desenlace fatídico y fatal, es necesario intentar cambiarla desde dentro de sí misma. Ayudar profética y utópicamente a alimentar una conciencia colectiva de cambios sustanciales es ya de por sí un primer gran paso”2. Continua afirmando Ellacuría: “Queda otro paso también fundamental y es el de crear modelos económicos, políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de una civilización del capital”3. Es aquí donde los intelectuales críticos de la realidad actual, tienen el reto y la tarea de iluminar las luchas de los nuevos movimientos sociales. Sin embargo, para ello se debe revisar críticamente todas las propuestas teóricas para optar en la praxis política por aquellas que viabilicen la transformación de la realidad histórica opresora. Sin duda, que para un análisis estructural de la realidad social son de mucha ayuda las ideas ellacurianas sobre “el espacio y el tiempo”. En suma, el tercer término de este recorrido intelectual lo constituye la categoría del sujeto histórico, entendiendo por éste aquél individuo a quien afecta la situación de injusticia. En este punto es importante tomar en cuenta que tanto la teoría como la acción política para que sean factibles deben situarse y posicionarse desde las mayorías populares. Con lo dicho hasta ahora, esperamos haber dejado mínimamente establecido el norte de la propuesta ellacuriana en su crítica a la civilización del capital, aunque sea de manera todavía provisional con las coordenadas del sujeto histórico, así como en relación con 2 Ignacio Ellacuría. Op. Cip. Pág. 1078. 3 Ibíd. Pág. 1078 3
  • 4. algunas coordenadas teóricas, en el marco de su pensamiento filosófico general. Sobre esta exposición creemos poder desembocar ya en dos de las categorías que usa Ellacuría en el asunto que nos ocupa: La civilización del capital y la civilización del trabajo. 1.2 La crítica ellacuriana a la civilización del capital La historia del capitalismo en sus diferentes fases está marcada por la exclusión, opresión y explotación tanto en el centro como en la periferia. En este contexto, Ellacuría al “situarse” en precisas coordenadas geo-socio-temporales de América Latina, afirma: “América Latina es una región, en la cual contrasta su gran potencialidad y riqueza de recursos con el estado de miseria, injusticia, opresión y explotación, impuesto a una gran parte del pueblo”4. Las mayorías oprimidas aun no tienen acceso a los servicios básicos que les permitan plenificarse como seres humanos, por ello todavía es válido alzar una voz de protesta para condenar las injusticias del orden económico que descaradamente se define como al que mejor se adapta la naturaleza del ser humano. Sin embargo, deberían clarificar a qué parte de la naturaleza de él se están refiriendo, sí al egoísmo o altruismo, pues no podemos soslayar que dentro de la complejidad de la realidad humana se encuentra un plexo de valores dirigidos a conservar la vida de todas las especies. Por tanto, una ética del egoísmo como modo de vida es indeseable, debiendo apostar por una ética política que oriente la praxis hacia la consecución de bien común. Como apunta Ellacuría: “Esa verdad demuestra la imposibilidad de la reproducción y, sobre todo, de la ampliación significativa del orden histórico actual, y demuestra más radicalmente aún, su indeseabilidad, por cuanto no es posible su universalización a lo que lleva consigo la perpetuación de una distribución injusta y depredadora de los recursos mundiales y aun de los recursos propios de cada nación, en beneficio de unas pocas naciones”5. Ahora desde esta perspectiva nos preguntamos: ¿Basta una reforma al modelo económico capitalista para superar los efectos directos e indirectos de su civilización actual? Consideramos que no, pues aun con todas sus reformas históricas no se han encontrado formas en donde el sujeto primario sea el pueblo dominado y oprimido para 4 Ignacio Ellacuría. “Utopía y profetismo”. Revista Latinoamericana de teología No. 17. San salvador, El Salvador. 1989. Pág. 147. 5 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Págs. 147-148. 4
  • 5. superar el dinamismo del capital y de las exigencias del orden internacional. Además, como apunta Ellacuría: “tampoco se trata de hacer cosas nuevas, sino más bien de hacer nuevas todas las cosas, dado que lo antiguo no es aceptable” 6. Así pues, se trata de construir una civilización alternativa al capitalismo desde la preferencia por los pobres. Sin duda, la configuración real de la civilización del capital señalada por Ellacuría continúa latente quizá con mayor intensidad a la que percibió en su tiempo. Ciertamente, la cultura del dominio del hombre sobre la naturaleza, del cálculo, dominio y poder sobre los hombres mismos cobra mayor fuerza, pues la exigencia de desarrollo impone de manera implacable una lógica de maximización de las ganancias y de la acumulación como supremo fin, el cual define según las leyes del mercado el conjunto de relaciones sociales que destruye y se opone a otras posibilidades liberadoras de la historia. Así, para evitar cualquier intento de subversión de su lógica actual, la civilización del capital se nutre de los siguientes principios: La exaltación del beneficio individual. Insolidaridad social. Expansión y dominación. La lógica de la cantidad y libertad de trabajo. Principio de necesidad de expansión y conquista de nuevos mercados, nuevos compradores, territorios renovados, fuerza de trabajo explotable que le entregara las materias primas necesarias para su reproducción. Principio de integración no solo económica, sino en buena medida, de modos de vida, costumbres, filosofías tecnologías etc. Principio de universalidad de la civilización del capital, mediante el dominio que la riqueza proporciona a los países centrales procuran homogeizar e imponer a las sociedades sometidas su comportamiento, su propia lógica de funcionamiento y sus intereses fundamentales. Principio del trabajo como mercancía. La idea de progreso ilimitado que abarcara todos las esferas de la vida social, la economía, la ciencia y tecnología del conocimiento: un progreso sin fin que proporcionaría a todos bienestar y prosperidad, resultando este progreso ininterrumpido en creciente acumulación de conocimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas, acumulación consecuente de riqueza y bienes de servicios. La vida social se convierte en materia de cálculo y programación al límite de contabilidad, etc. En este contexto, la civilización del capitalismo –tiende a imponer como en el pasado la lógica de las ganancias y de acumulación en todos los ámbitos, sectores, regiones y grupos 6 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 159. 5
  • 6. sociales– praxis que tiene su base material en el desarrollo de las nuevas tecnologías de la electrónica, la informática, la computación y las comunicaciones, que no solo permiten el flujo instantáneo de los capitales financieros sino que hacen posible la expansión mundial de los medios masivos de comunicación, la universalización de los flujos de información, incluyendo la publicidad y la propaganda y, por consiguiente, la difusión extensiva e intensiva de los valores y formas ideologizadas de vida y del consumo de masas. El despliegue de la concentración y centralización de capitales, lo mismo que el auge expansivo del capital financiero en el mundo, permite a los grandes consorcios un creciente control de mercado mundial, control que permite a su vez, intervenir de manera cada vez más determinante en la toma de decisiones de los organismos económicos internacionales e influir de manera creciente en el diseño e instrumentalización de la política económica de los distintos países. Aunque en el marco de la competencia capitalista no es real la posibilidad de un gobierno supranacional, es manifiesta la progresiva jerarquización de los Estados nacionales dentro de una estructura controlada por las grandes potencias económicas cuyo sustento es el poder de las corporaciones. En definitiva la civilización del capital en la globalización es más de lo mismo, pues bajo ideología de universalidad de los Derechos Humanos, democracia formal y desarrollo sostenible, se esconde la desigualdad social, la gran concentración de riqueza en pocas manos, la multiplicación de las masas urbanas sin trabajo, miseria, depredación del medio ambiente, ausencia de seguridad alimentaria, aumento de la criminalidad, desestabilización económica, corrupción, narcotráfico, lavado de dinero etc. Males comunes, que a lo largo de la historia han constituido las causas tradicionales del descontento popular y por lo tanto es necesario invertirlos a fin de evitar una convulsión social de grandes proporciones. 1.3 ¿Qué nos ha quedado de la crítica ellacuriana a la civilización del capital? Las ideas son hijas de su tiempo, de modo que aunque reflejen un fondo permanente y universal, al menos por acumulación tradicional, se configuran de modo distinto según la realidad cambiante y la conciencia de la misma. Sin embargo, siguiendo la lógica de la civilización del capitalismo en la actualidad, consideramos que el análisis epistemológico de Ellacuría a dicha civilización continua vigente en las siguientes categorías. 6
  • 7. 1.3.1 La tensión dialéctica entre el mal común y el bien común A través del poder de lo real la historia puede adquirir tanto la bondad como la maldad histórica. En ambos casos se trata de un poder de la realidad histórica que se apodera de los seres humanos. Ciertamente, se puede configurar en la historia un carácter tal que determinará la condición de los individuos que los deshumaniza y aliena, por ello cuando este mal se da es definitivo, pues está radicado en una sociedad en la cual se configura maléficamente la vida de los individuos. Pero la superación del mal común no vendría automáticamente, sino mediante el cambio o modificación del sistema de posibilidades del que dispone el ser humano. Así, bastaría a nivel económico introducir la solidaridad o responsabilidad empresarial para que el sistema de posibilidades se modifique hacia un mayor grado de justicia. Igualmente, para superar el mal común a nivel jurídico-político poner en marcha una praxis de liberación que posibilita al ser humano un mayor grado de libertad. En suma, se requiere una praxis política para superar el mal común, pues como ideal toda democracia republicana pone el bien común como techo ideológico, pero “no obstante ser también una necesidad para que pueda darse un comportamiento realmente humano. Lo que en realidad se da es el mal común.” 7 Para Ellacuría el mal común adquiere mayor gravedad, en el momento actual en donde una minoría de países explota la materia prima del resto de países, lo cual provoca que las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales sean tales que la mayor parte de las personas vivan en extrema pobreza con insatisfacción de sus necesidades básicas en salud, vivienda, educación y trabajo. Por ello, nuestro autor categoriza esta realidad histórica como un mal común que dadas determinadas condiciones, lo más probable es que afecte a la mayor parte de las personas; asimismo, porque tiene la capacidad de afectar la mayoría, de modo que queda resaltada su capacidad de propagarse de comunicarse; por último, por su carácter dinámico y estructural tiene la capacidad de hacer malos a la mayor parte de los que constituyen una unidad social. Para la crítica ellacuriana la civilización del capital conduce a la deshumanización palpable y por ende a sustituir el ser por el tener. Así, el modelo de ser humano que se promueve es 7 Ignacio Ellacuría. “Escritos Filosóficos”. Tomo III. UCA Editores, San Salvador, El Salvador, 2001. Pág.447. 7
  • 8. el individualismo egoísta, cuyo resultado final es la ruptura de la solidaridad humana. De ahí que es en esta cultura perversa, donde “el mal común real que afecta a las mayorías cobra las características de injusticia estructural –estructuras injustas que apenas posibilitan la vida humana y que, al contrario, deshumanizan a la mayor parte de quienes viven sometidos a ellas– y de injusticia institucionalizada –institucionalización en las leyes, costumbres, ideologías etc.–, surge el problema del bien común como una exigencia negadora de esa injusticia estructural e institucional. Consiguientemente el bien común, surgido como negación superadora del mal del mal común, debe ser contrapuesto como bien al mal, pero debe tener las mismas características que hacían del mal algo realmente común.”8 La problemática que señala Ellacuría es rica es contenido, pero por ahora la limitaremos a la superación de la injusticia estructural e institucional por una justicia estructural e institucional. Al instalarnos en el actual Estado de Derecho de nuestro país como instrumento para la democracia y la consecución de la justicia, creemos que dadas las condiciones históricas concretas es factible crear una cultura jurídica incluyente y liberadora capaz de contribuir al bienestar material de todos y todas. En efecto, una praxis forense fundamentada en un plexo de valores jurídico-político que inspire la participación, igualdad, pluralidad, solidaridad etc., puede situar los derechos humanos en una dimensión al alcance de todos y todas, que venga a superar el actual estado de injusticia en que vive la mayor parte de la población. Ahora por muy sencilla que parezca esta argumentación filosófica, para la praxis política de la función judicial se considera que tiene plena eficacia, pues por razones prácticas para construir una justicia estructural no es necesario cambiar todo el sistema, basta una nueva carga ética política en la interpretación de los derechos humanos para modificar el sistema de posibilidades que nos permita enfrentarnos a la realidad del sistema de injusticia estructural vigente. Así, el nuevo comportarse, se convierte en una medida necesaria para que el Estado de Derecho refleje institucionalmente el Estado de Justicia realizador del bien común de todas y todos. En suma, esto es viable, dado que una función judicial que quiera proyectarse en el tiempo, debe apoyarse en una sabiduría práctica capaz de conciliar justamente los intereses de todos y todas. Es aquí donde considero que la categoría de “mayorías” de Ignacio Ellacuría, debe 8 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 449. 8
  • 9. reinterpretarse en el sentido de la realización de bien común, y no en sentido ideológico, pues sólo así puede inspirar la función judicial de una sociedad como la nuestra, en donde todavía provoca cierto escozor y división la referencia a estas categorías. Sin embargo, esto no implica negar la necesidad de que los funcionarios judiciales se sitúen desde un lugar en especial, es decir, desde la persona como ser corporal, origen y fin de toda la actividad política del Estado, incluida por ende la actividad del Órgano Judicial. 1.3.2 La ideologización de los Derechos Humanos y de la democracia Según la tesis ellacuriana los Derechos Humanos tienden a ser utilizados no al servicio del ser humano, sino de unos grupos, por ello toman forma abstracta, absoluta, ahistórica y adquiribles por los más fuertes. Así para la cultura dominante los derecho civiles se suponen iguales para todos, como si lo ideal fuera la realidad, sin embargo al no poderlos ejercer la mayoría hace de ellos una burla sangrienta. A esto Ellacuría agrega que la propaganda ideologizada de la democracia capitalista como forma única y absoluta de organización política, se convierte en instrumento de ocultamiento y, a veces, de opresión. Ciertamente, en el campo de las relaciones internacionales el abandono de la democracia representativa por una participativa, se convierte en una lucha ideológica que lleva hasta la acusación de países de ser una amenaza para la paz mundial. De este modo se colige que la crítica de Ellacuría a los Derechos Humanos y Democracia Occidental tiene como núcleo duro el manejo ideologizados que se hace de los mismos para ocultar la realidad de injusticia estructural y a veces para oprimir, pues reconoce que el paquete democrático de Occidente tiene valores y derechos muy dignos de tenerse en cuenta, sobre todo, si se llevan a sus últimas consecuencias y se crean las condiciones materiales para disfrutarlos. Al respecto considero que necesario crear tanto las condiciones materiales como las políticas-jurídicas para el acceso universal a estos Derechos. En efecto, no basta con mejorar las condiciones materiales del hombre para que todos y todas puedan disfrutar de sus derechos, pues detrás de estas se puede ocultar la alienación y cosificación del ser humano, por tanto, se requiere además la construcción de una función emancipadora en la interpretación y aplicación del derecho. Pues, es frecuente que en la realidad actual la cultura jurídica dominante interprete el derecho en función de la defensa de los intereses o 9
  • 10. la seguridad del Norte o bien de las elites nacionales, convirtiendo la oferta de humanización y libertad en algo no universalizable. De ahí que se requiere ante todo de una cultura jurídica liberadora tanto hacia adentro como hacia afuera, que libere de las ignorancias, temores, de las presiones internas y externas, en busca de una apropiación de verdad jurídica cada vez más plena y de una realidad cada vez más plenificante. En definitiva, una visión reductora del disfrute de los Derechos humanos como la que existe actualmente en América Latina, nos lleva a postular que la validez y eficacia de estos sólo es aceptable para humanidad bajo un nuevo proyecto global que sea universalizable. 1.3.3 Propuesta para una nueva universalidad Para superar la universalidad abstracta de la civilización del capital, Ellacuría apunta: “El principio de universalización…no es un principio de uniformización y, menos aún, de uniformización impuesta desde un centro poderoso a la periferia amorfa y subordinada, que es el camino de universalización pretendido por quien desea imponer aquél modelo de existencia, que le es de momento más favorable”9. Este presupuesto filosófico ellacuriano, cobra plena vigencia en el contexto actual de la globalización económica, la cual impone desde la supuesta defensa de los Derechos Humanos una sola democracia y legalidad, que en nombre de las libertades se apropia de los centros de decisión política, de opinión pública y de la cultura de los pueblos dominados para beneficio privado de los que controlan el gran soberano –mercado total–. Ahora bien, ante una universalización que conduce hacia la deshumanización del hombre, la propuesta de Ellacuría consiste en hacer la universalización desde la opción preferencial del los pobres, pues la hecha hasta ahora desde la opción preferencial por los ricos y poderosos ha traído más males que bienes a la humanidad. En este sentido, para Ellacuría buscar una utopía universalizable históricamente en la que los oprimidos, explotados y excluidos tengan un lugar determinante, significa comenzar de nuevo. “Comenzar de nuevo un orden histórico, que transforme radicalmente el actual, fundamentado en la potenciación y liberación de la vida humana”10. 9 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 156. 10 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 159. 10
  • 11. Sin embargo, ese comenzar de nuevo no significa comenzar de cero, sino ponerse a hacer las cosas de manera diferente, “ya que lo viejo, en tanto que totalidad, no es aceptable, ni es tampoco aceptable el dinamismo principal que lo impulsa”11. En definitiva, para construir una civilización alterna a la civilización del capital parte de su propuesta teórica consiste en superar la universalidad abstracta y ahistórica que se teje desde la civilización del capital, por una universalidad concreta y con capacidad para encontrar el punto de equilibrio entre la unidad-diversidad como conformadora del todo. 1.3.4 Liberalismo/liberación Si procuramos la construcción de una civilización del trabajo el análisis de la tensión dialéctica en este punto es medular. Máxime ante una cultura dominante que se define como defensora y potenciadora de las libertades en todos sus niveles. No obstante, para el planteamiento ellacuriano todavía no se ha llegado a un estadio de la humanidad donde la libertad de unos pocos sea superada por la libertad de las mayorías. Esto pone en evidencia que la libertad de todos no se logra por la vía de la liberalización sino por la vía de la liberación. Así, en una sociedad injustamente estructurada, la liberación de la pobreza e ignorancia es el camino de las mayorías para conquistar las condiciones históricas que les permitan optar con mayor libertad. Ciertamente, en su origen histórico el liberalismo representó el logro de determinados derechos, los cuales no aparecen como arte de magia, sino fruto del proceso de liberación del antiguo régimen para conquistar un mayor grado de libertad económica. Sin embargo, para legitimar a la burguesía en el poder el liberalismo hizo una cobertura jurídica formal de la libertad e igualdad a todos los habitantes, pero sin crean las condiciones materiales y políticas para que otros se liberaran. En esta línea, Ellacuría afirma que: “El ideal utópico de una plena libertad para todos los hombres no es posible más que por un proceso de liberación, de modo que no es primariamente la libertad la libertad la engendradora de liberación, sino que es la liberación la engendradora de libertad, aunque entre ambas se dé un proceso de mutua potenciación y enriquecimiento”12. 11 Ibíd. Pág. 159. 12 Ignacio Ellacuría. “Utopía y profetismo”. Págs. 160-161. 11
  • 12. Para Ellacuría: “Tanto la libertad personal como la social y política sólo son tales efectivamente cuando se “puede” ser y hacer lo que se quiere –se debe o es permitido– ser y hacer. La libertad sin condiciones reales que la hagan realmente posible puede ser un ideal, pero no es una realidad, ya que sin las debidas y suficientes condiciones, no se puede ser ni hacer lo que se quiere”13. He aquí la importancia del planteamiento ellacuriano para superar la ideologización de los derechos laborales, pues a nivel de discurso oficial se exalta la proclamación formal de los mismos, sin embargo en el campo de realidad económica la libertad sindical no se posibilita ni la permiten las formas de dominación empresarial. Así, los trabajadores no tienen plena libertad para asociarse y defender sus intereses profesionales, ya que si lo hacen se recurre a las maniobras del despido o las amenazas de cierre de la empresa. Sin duda estamos en presencia de ciertas opresiones y dominaciones que procuran que los trabajadores no consigan su libertad, para ser y hacer lo que se quiere. Ahora bien, para recuperar el espacio de actualización de la libertad, hay que crear las condiciones materiales para satisfacer las necesidades básicas de los trabajadores como liberación para una libertad compartida. En efecto, para Ellacuría: “no basta con una mera “liberación-de”, pues se requiere una “liberación-para” o una “liberación hacia” la libertad, que sólo podrá ser plena libertad, cuando sea libertad de todos”14. Este análisis ellacuriano se complementa con la tesis de la unidad de justicia/libertad en la liberación. En este sentido, no se trata priorizar la libertad sobre la justicia como sucede en la civilización del capital, tampoco de priorizar la justicia sobre la libertad como ocurre en el colectivismo materialista, sino de potenciar con justeza las condiciones materiales que hagan posible un mayor grado de libertad para todos y todas. En suma, la liberalización es insuficiente para alcanzar una libertad compartida, pues se requiere previamente la liberación de las mayorías populares de la injusticia estructural en la que viven, “que empieza por la liberación de las necesidades básicas y construye después condiciones positivas para el ejercicio cada vez adulto de la libertad y para el disfrute razonable de las libertades”15. En efecto, la liberación es problema de elites y para las elites, ya que históricamente sólo ha posibilitado un mayor grado de libertad para 13 Ibíd. Pág.161. 14 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 163 15 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 162. 12
  • 13. estas y mayor opresión, explotación y exclusión social para las mayorías populares. Por tanto, para países subdesarrollados como el nuestro el disfrute de la libertad y los otros derechos humanos pasa por la liberación de las mayorías de la opresión empresarial, cultural e institucional, etc. 2.0 La civilización del trabajo: Alternativa para superar el conflicto capital-trabajo Para la ética cristiana el trabajo es algo que no debe desagradar al hombre. Sin embargo, la función que le impone la civilización del capital lo convierte en el infierno para el hombre trabajador. A pesar de esta crítica la concepción liberal burguesa afirma que la relación de trabajo es libre e igualitaria. Pero al confrontar la teoría con la realidad se verifica que si el trabajo se rige por las leyes del mercado, tales principios no pasarán de ser meros ideales, con razón Marx sostenía: “que los hombres son iguales en el cielo y desiguales en la tierra”. En efecto, bajo la cultura del capital se han consumado las peores formas de iniquidad social jamás vistas en la historia, pasando el hombre a ser un objeto más de la producción. Premisa que se sustenta en el contenido mismo de la Ley de Bronce, la cual sostenía: “que el hombre al igual que la máquina se le debía dar manutención en cuanto fuera productivo”. Ahora es verdad que con el paso del tiempo momentáneamente se transformaron las bases de la sociedad liberal burguesa del siglo XIX y se reconocieron los derechos laborales que en la praxis empresarial y judicial vendrían a dar una nueva concepción al valor trabajo, es decir, a considerar el trabajo como función social y no en artículo de comercio. Sin duda, se trataba de un ideal maravilloso que se apoyó además en los principios de irrenunciabilidad, dignidad, igualdad, justicia social y democracia en la relación de trabajo, pero a pesar de su importancia práctica en países subdesarrollados no pasaron de ser meras aspiraciones. Como vemos estas reformas fueron inoperantes para superar los males que históricamente el capitalismo impone al mundo del trabajo, menos aún dentro del horizonte de la actual globalización económica. Al respecto Víctor Olea en su crítica a la globalidad apunta: “Los impactos de la tercera revolución industrial (la informática y los micro chips) y la globalización han modificado sustancialmente la composición de la sociedad y del trabajo en actividades industriales tradicionales es cosa del pasado. Aunque dicho espacio sigue siendo el de la confrontación directa entre el capital y el trabajo productivo –generador de 13
  • 14. ganancias–, hoy está desbordado por un sector terciario de servicio, cuyos empleados y auto empleados (trabajadores y profesionales por cuenta propia) tienden a ocupar el papel central que antes correspondió al proletariado industrial”16. La nueva organización del trabajo tampoco responde a las necesidades concretas del trabajo y a las mayorías populares, sino a las necesidades concretas de individuos y consorcios internacionales. De ahí que el cambio que impone la globalización al mundo del trabajo no implica de suyo retornarle el ethos liberador y dignificador que se le fue expropiado, al contrario ahora se eliminan de manera sofisticada las conquistas que a lo largo de los siglos los obreros arrancaron al capital. Al igual que en pasado, hoy en día el trabajo no es actividad destinada a satisfacer las necesidades espirituales y materiales del ser humano, sino una actividad subordinada a los fines de acumulación de capital y maximización de las ganancias. En consonancia con ello, la civilización del capital defiende en la actualidad que la fijación de los salarios no debe ser regulada por leyes laborales sino por las leyes del mercado. Por otra parte, el progreso tecnológico limita aun más las posibilidades de los trabajadores para mejorar sus condiciones de vida, colocando por ende en situación de extrema pobreza a millones de trabajadores alrededor del mundo, vía la mayor desocupación de la fuerza de trabajo mundial en la historia del capitalismo. El efecto de esta inequidad social es el creciente número de trabajadores migrantes dispuestos a desarrollar las cargas de trabajo más pesadas y por bajos salarios. Pero la tercera revolución industrial no solamente incrementa el desempleo, sino que también flexibiliza los derechos de los trabajadores antes considerados intocables. Es así como ahora un creciente número de trabajadores manuales, técnicos e intelectuales, en las más variadas actividades, no reciben ni remotamente los beneficios de estabilidad en el trabajo, de contratos a tiempo completo y de reconocimientos legales a su experiencia y antigüedad. En definitiva, el mundo del trabajo dentro de la civilización actual del capital continúa sin encontrar su horizonte libertario, igualitario y democrático. Consciente dicha civilización del peligro que esto representa para sus intereses mezquinos, fragmenta y estratifica el trabajo para impedir la existencia de lazos solidarios entre los trabajadores. Pero a pesar de 16 Víctor Flores Olea. “Crítica de la Globalidad. Dominación y liberación en nuestro tiempo”. Fondo de la cultura económica. México. 2000. Pág. 317. 14
  • 15. todo, en la actualidad existen nuevos movimientos sociales que buscan la construcción de un proyecto global en el que quepan todos y todas. En este contexto, se trata de construir un proyecto global donde quepan todos. El cual para que sea factible debe hacerse desde las mayorías oprimidas y desde ahí generar un nuevo universalismo enriquecedor no opresor como el actual. Se trata pues, de revertir el signo de la civilización actual y construir una civilización regida por el trabajo humanizador. Es así como frente a la civilización de la riqueza se construiría una civilización de la pobreza, que supere la inviabilidad de las reformas realizadas por la civilización del capital en el contexto de la guerra fría para resolver el conflicto capital-trabajo. En efecto, una vez que esta llega a su fin el nuevo orden mundial señala que la política de bienestar y de protección a los sindicatos constituyen un estrobo al libre mercado, por tanto, se debía flexibilizar y desregularizar los derechos laborales en función de una clara movilización de los intereses económicos de quienes detenta la riqueza. Por consiguiente, la visión del trabajo apoyada en la primacía del capital sobre el trabajo exige un cambio radical de los principios orientarán el nuevo derecho del trabajo, pues desde nuevos principios se imprimiría a la justicia laboral un contenido ético liberador que desde la perspectiva constitucional situé a la persona humana como origen y fin del estado Sin duda, la radicalidad de la nueva justicia laboral debería apoyarse en el pensamiento filosófico-teológico del padre Ellacuría, para cumplir válida y eficazmente el objetivo de armonizar las relaciones entre empresarios y trabajadores. Esto debido a que un orden político comprometido con la civilización del trabajo debe entender, que la armonía en la relación de trabajo es el fruto de un –Estado de Justicia– que fomenta la libertad, solidaridad, fraternidad, inclusión social, educción, salud, vivienda etc. De ahí que una aproximación a este ethos liberador, la compromete a realizar cambios estructurales y radicales en el orden económico, político, jurídico y social. Así solamente redefiniendo su papel histórico se puede dar vida a un Estado de Derecho orientado no bajo la razón instrumental sino bajo una razón liberadora garante de la libertad y la justicia. En esta línea, el padre Ellacuría argumenta: “la civilización de la pobreza, propone como principio dominador, frente a la acumulación del capital, la dignificación del trabajo, un trabajo que no tenga por objeto principal la producción de capital, sino el perfeccionamiento del hombre. El trabajo visto a la par como medio personal y colectivo 15
  • 16. para asegurar la satisfacción de las necesidades básicas y como forma de autorrealización, superaría distinta forma de auto y de hetero-explotación y superaría asimismo desigualdades no solo hirientes, sino causantes de dominación y antagonismo”17. Por consiguiente, se trata de construir una civilización del trabajo comprometida con la solidaridad compartida en contra posición con el individualismo cerrado y competitivo de la civilización de la riqueza. Pues el perfeccionamiento del hombre trabajador le permitirá ver a los otros no como parte de uno mismo, sino verse asimismo en unidad y comunión con los otros. Sin duda, que esto se conjuga bien con lo más hondo de la inspiración cristiana que aparece en consonancia con una de las mejores tendencias de los sectores populares latinoamericanos, que se abre frente a tendencias individualistas disociadoras. Solidaridad que se posibilita en el disfrute común de los bienes comunes. En este entender, su compromiso para la transformar la civilización del capital debe ser cuidadoso para no repetir los males que ésta provoca. Por ello debe tener como objetivo no hacer de la riqueza un ídolo, pues si esto se repite, como principio terminará absorbido por la desidia y el egoísmo, y no por principios altruistas y fraternarios. Además de estos principios, Ellacuría comentado la Encíclica Laborem Exercens (sobre el trabajo humano) desarrolla los principios fundamentales de la relación trabajo-capital, que a mi juicio vendrían a hacer nueva la justicia laboral. En este sentido, apunta: “Juan Pablo II propone ciertos principios que deben normar la relación entre trabajo y capital: el hombre es el principio y fin de toda actividad económica”18. La propuesta consiste en afirmar al trabajador como destinatario de la producción y no como su instrumento. Ahora el fundamento de este principio tiene que ver con el hecho que el trabajador como sujeto libre emplea su inteligencia en la actividad productiva para obtener los medios necesarios que lo perfeccionen y dignifiquen como ser humano, por ello el trabajo debe estar “en función del hombre y no el hombre en función del trabajo” 19. El segundo principio consiste en “que el trabajo constituye la clave de la cuestión social. Mientras no se resuelva humana y justamente el problema del trabajo, la cuestión social con toda su complejidad 17 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 171. 18 Ignacio Ellacuría. “Escritos teológicos”. Tomo III. UCA Editores, San salvador, El Salvador. 2002. Pág. 398. 19 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 399 16
  • 17. creciente, quedará irresuelta”20. La propuesta es radical, pues si el hombre trabajador no constituye el verdadero fin del proceso productivo quedarán irresueltos los anhelos de justicia, libertad, igualdad y dignidad. El tercer principio que propone: “sería la vinculación indisoluble entre trabajo y capital. Este principio no puede ser rectamente entendido si no se tiene en cuenta el que expondremos a continuación: la prioridad del trabajo sobre el capital, y si también no se tiene en cuenta otro principio ulterior de que el capital debe dejar de serlo en sentido capitalista, tanto privado como estatal, absolutos para cobrar un nuevo sentido”21. Sin duda trabajo y capital son necesarios e indispensables en el proceso productivo, pero el capital debe superar sus premisas estrictamente económicas por unas de contenido social que fomenten el desarrollo de la vida humana del hombre trabajador y de su grupo familiar. El cuarto principio consiste en la prioridad del trabajo sobre el capital, lo cual sentido a partir del hecho que en el proceso productivo el trabajo “siempre es causa eficiente y primaria” para la generación de riqueza, al contrario el “capital es sólo un instrumento o la causa instrumental”. Creo que este principio podría provocar un debate en cuanto a la definición de trabajador como sujeto subordinado en la relación de trabajo, pues es el punto de partida que utiliza el derecho del trabajo liberal para tales efectos, pero que por ahora no voy a tratar en este ensayo. Para Ellacuría de todos esos principios se sigue otro, “y es que toda la actividad económica estrictamente tal debe estar regida por las exigencias intrínsecas del hombre trabajador y no de la cosa-capital”22. Es claro que dicho principio solamente podría tener aplicación dentro de la civilización de la pobreza, pues para que la actividad económica tenga como fin último la satisfacción de las necesidades básicas del hombre trabajador, se debe elaborar un proyecto de productividad orientado por preguntas como: qué producir y para quién producir, y no bajo la línea de la civilización de la riqueza que produce por la exigencia de lucro individual. Por último: “El conjunto de esos principios se constituye en el criterio fundamental para juzgar desde un punto de vista ético el valor o desvalor de un sistema económico, su justicia o injusticia”23. En suma, es sobre la base de estos principios fundamentales donde la civilización del trabajo debe hundir sus raíces para superar la civilización del capital o cualquier otra 20 Ibíd. Pág. 399. 21 Ibíd. Pág. 399. 22 Ignacio Ellacuría. Op. Cit. Pág. 401. 23 Ibíd. Pág. 401. 17
  • 18. civilización enraizada en la premisa de la prioridad del capital sobre él trabajo, pues sólo desde este horizonte liberador puede aproximarse a la liberación y dignificación del hombre trabajador. 3.0 Sujeto histórico de la construcción y defensa del proyecto liberador del trabajo Dice Ellacuría: “Por sujeto histórico se entiende alguien afectado “históricamente” por la historia”24. Esto nos pone en la pista para considerar que el sujeto histórico que se encargará de construir y defender un proyecto liberador del trabajo, es el hombre trabajador, quien a mi juicio debe iluminar su praxis de liberación con el pensamiento filosófico-teológico del padre Ellacuría. Ciertamente, para que este sujeto no arrastre los mismos vicios que denuncia, debe comenzar por tomar conciencia de la necesidad de sustituir los valores del individualismo por los valores de la solidaridad compartida, (amor, esperanza, pluralidad, justicia) es decir, se requiere de un nuevo hombre que sustituya al viejo hombre. En este sentido, Ellacuría señala: “Típico, sin embargo, de este hombre nuevo, movido por el Espíritu, es que su motor no es el odio, sino la misericordia y el amor, porque ve en todos a hijos de Dios no enemigos a destruir”25. Por ello, debe guiar su accionar no por la voluntad de dominio sino por la vocación de servicio. Además, es un hombre de esperanza. En esta línea, Ellacuría apunta: “El hombre nuevo para ser realmente nuevo ha de ser hombre de esperanza y de alegría en la construcción de un mundo más justo”26. Se trata de un hombre que a pesar de las circunstancias adversas no se deja dominar por el pesimismo, en otras palabras es optimista en la práctica. Por último, dice Ellacuría: “El hombre nuevo es un hombre abierto, que no absolutiza ningún logro en el engaño de hacer de algo limitado algo infinito”27. Esto es necesario, pues sólo así su proyecto global es universalizable. Tomar conciencia de lo anterior es importante para que el sujeto histórico que asume el compromiso de transformar la civilización del capital por una civilización del trabajo, no termine entregándose en el orden económico, político, cultural que denuncia, pues la 24 Ignacio Ellacuría. “Cursos universitarios”. UCA Editores. San Salvador, El Salvador, 2009. Pág. 320. 25 Ignacio Ellacuría. “Utopía y profetismo”. Pág. 167. 26 Ibíd. Pág. 167. 27 Ibíd. Pág. 167 18
  • 19. realidad histórica es testigo de traiciones y desencantos. Asimismo, tomar conciencia que frente ante la fragmentación social contemporánea el reto no es fácil pero tampoco imposible. En efecto, la pluralidad social en la que habitan diversos intereses y distintos posibles ha hecho colapsar las viejas unidades comunitarias. A esto también contribuye el alejamiento entre el campo y la ciudad, las distancias que imponen las modernas urbes, las rupturas familiares e inclusive la proliferación de los niños desamparados; todo ello da cuenta de la fragmentación e inclusive de la disolución en que vive la sociedad contemporánea. Así, la relativa unidad social de los primeros tiempos del capitalismo se encuentran hoy rotos y fraccionados extraordinariamente. Pero, a pesar de la fragmentación social que configura la actual aldea global; aun existe una “real promesa” de liberación, una oposición al mundo de la alineación y sumisión, que ha borrado cualquier posibilidad de acción solidaria. El sentido actual de la historia impuesto por el capitalismo es refutado no solo por el testimonio de sus fracasos y traiciones pasadas, sino por el hecho de que exhibe y anuncia ya, al igual que antes, su carácter, destructivo y desolador y por la realidad del surgimiento de nuevas y variadas fuerzas sociales que se oponen y afirman la diferencia, postulando la necesidad de un orden económico, político y social capaz de resolver los problemas colectivos con base al principio de solidaridad. Por tanto es necesario que los movimientos sociales comprometidos con el proyecto liberador del trabajo “maduren” de cara a hacer de la solidaridad su definición misma, sin dejar de lado estilo, significado y legitimidad propia. Ante la complejidad de la sociedad actual el proyecto liberador del trabajo no se limita a los intereses del proletariado industrial, pues existe una pluralidad de intereses por resolver. Por tanto, si bien incluye el proletariado también están incluido los trabajadores del sector servicio que ha crecido en las últimas décadas, lo mismo incluye los trabajadores independientes, profesionales, técnicos, los participantes en los medios de comunicación de todo tipo y por supuesto los desempleados y sub empleados. Hoy resulta extraordinaria la variedad de todas las actividades sociales, y también el número y variedad de clases y grupos que sufren la devastación de un capitalismo cada vez más concentrado y especulativo. A estos habrá que añadir los fuertes movimientos sociales que se han desarrollado y que exigen el respeto de una variedad de derechos humanos, de las etnias, de las mujeres, de los homosexuales, del medio ambiente etc. Además todas aquellas 19
  • 20. comunidades locales y regionales, corrientes migratorias que son marginados por el crecimiento concentrado y discriminado del capital. Es cierto que el entrelazamiento de esos grupos, movimientos y fuerzas sociales diversas, su origen y fines a veces no coinciden en sus demandas específicas. Sin embargo, cabe mencionar que coinciden en ser movimientos anticapitalistas y antisistémico. En definitiva, considero que el sujeto histórico que ponga en práctica el proceso de liberación cuenta en la actualidad con un sistema de posibilidades para optar e incidir en la realidad; asimismo, cuenta con la civilización del trabajo como horizonte utópico para iluminar sus acciones políticas. En efecto, el sujeto colectivo tiene la capacidad y poder de organización heredado por los movimientos sociales clásicos y el uso de la informática para movilizar no solo movimientos regionales sino a nivel mundial. Así pues, existe la posibilidad de constitución de un sujeto social activo a gran escala. Lo que se debe revisar es si el hombre individual o colectivo cuenta con la capacidad de ser sujeto, autor y destinario del proceso de liberación y no un simple actor o agente, pues si esto ocurre no opera la capacidad y poder realizador de la liberación al interior y exterior del sujeto histórico. De ahí que las condiciones que debe tener un sujeto de la historia para que se libere a nivel personal y colectivo son las siguientes: a) enfrentar responsablemente el curso de la historia para que pueda incidir en él, obviamente que para ello debe previamente tomar conciencia de una historia concreta; b) constituirse como sujeto colectivo no individual, pues el sujeto colectivo posibilita un mayor influjo en la historia, ahora esto no implicaría que el sujeto histórico termine por anular las individualidades y; c) que se constituya dentro de los grupos mayoritarios que padecen la opresión o en la comunidad de víctimas oprimidas de la historia. Todo esto tiene sentido si tomamos en cuenta que no existe sujeto histórico que lo controle todo, por ello el proceso de liberación debe ser conducido por hombres libres interior y exteriormente. 4.0 CONCLUSION. Hemos intentado en el recorrido de este trabajo realizar una aproximación crítica a la civilización del capital, las negaciones y contradicciones que configura la actualización de su realidad histórica, a fin de proponer como alternativa la civilización del trabajo. En este contexto, siguiendo a Ellacuría consideramos que el modelo económico, social y político a 20
  • 21. construir debe hundir sus raíces en los principios fundamentales del trabajo, siendo ellos los que permitirán darle un nuevo nombre. Se ha intentado señalar que la trasformación radical del sistema capitalista es una necesidad impostergable, pues en su interioridad se encuentran los males que deben ser arrancados de raíz, entre ellos la codicia, desidia, egoísmo y libertinaje que cercenan los Derechos Humanos. En efecto, es en su materialismo economicista, de donde despierta la ambición de explotar al hombre para acumular más riqueza. Además, de ahí surge la traición el engaño y la ideologización de los valores. Aunque debemos reconocerle algunas cosas positivas ente ellas: la idea de razón, los derechos humanos, los conocimientos científicos y tecnológicos, pues forman parte de nuestra cultura y horizonte de vida. Así pues, la idea de razón emancipadora es irrenunciable por constituir un principio de comunicación democrática en el que podemos encontrar salidas y soluciones, pero sin desconocer sus trampas y traiciones. Finalmente, es de reconocer que el proyecto global de la civilización del trabajo ante la actual fragmentación y complejidad para que sea universalizable desde su origen, debe configurar un sujeto histórico que sea incluyente de todos los sectores, pues de lo contrario difícilmente tendría éxito en una sociedad tan complicada como la nuestra. Ahora esto no significa renunciar al lugar desde dónde, para qué y para quiénes debe fijar su horizonte la nueva civilización y nuevo derecho del trabajo. 21
  • 22. 5.0 BIBLIOGRAFIA. Aguilar, José Víctor. (1999). El Neoliberalismo. UCA Editores. San Salvador, El Salvador. Aguilar, José Víctor Y Arriola Joaquín. (1999). Globalización de la Economía. UCA Editores. San Salvador, El Salvador. Balduino, Betto, Casaldáliga, Durand. (1993) ¿Qué queda de la opción de los pobres? Editorial Lascasiana. San José, Costa Rica. Dussel, Enrique. (1990) El Último Marx (1863-1882) y la liberación de Latinoamérica. Siglo xxi editores. Bogotá, Colombia. Ellacuría, Ignacio. (1982). El conflicto entre trabajo y capital en la presente fase histórica. Un Análisis de la encíclica de Juan Pablo ll sobre el trabajo humano. Estudios Centro Americanos. ECA. No. 409. San Salvador El Salvador. Ellacuría, Ignacio. (1989). Utopía y Profetismo desde América Latina. Revista Latinoamericana de Teología. No. 17. San Salvador, El Salvador. Ellacuría Ignacio, (1989). El desafío de las masas pobres. Revista ECA Nos.493-494.UCA editores. San Salvador El Salvador. Ellacuria, Ignacio. (2001) Escritos Filosóficos, Tomo lll. UCA Editores. San Salvador, El Salvador. Ellacuría, Ignacio. (2009) Cursos universitarios. UCA Editores, San Salvador, El Salvador. Flores Olea, Víctor. (2000). Crítica de la Globalidad, dominación y liberación en nuestro tiempo. Fondo de Cultura Económica. México. Ibisate, Javier Francisco. (1999). Neoliberalismo y globalización. Editorial nuevo enfoque. San Salvador, El Salvador. Ibisate, Javier Francisco. (2001).Reinventar el Estado y gobernar la globalización. Revista Realidad No. 82 UCA Editores. San Salvador El Salvador. Ibisate, Javier Francisco, (1996). El año de modernización. Revista ECA Nos.567-568. UCA, editores, Sal salvador, El Salvador. 22
  • 23. Jiménez Limón Javier. (1990) Sufrimiento, muerte, cruz y martirio. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación. Editorial Trotta, Valladolid, España. Marx y Engels, (s/f) .Obras Escogidas. Editorial Progreso. Moscú. Samuor, Héctor (1993) Historia, praxis y liberación en el pensamiento de Ignacio Ellacuría. ECA No. 541-542. San Salvador El Salvador. Samuor, Héctor. (1994). Critica Radical al Neoliberalismo. ECA .No.552. San Salvador El Salvador. Samuor, Héctor. (2000). Voluntad de Liberación. Tesis Doctoral. San Salvador El Salvador. Sobrino, Jon. (1995). Solidaridad y Esperanza. Ante las víctimas de la pobreza injusta. ECA. No.557. San Salvador El Salvador. Touraine, Alain. (1999) ¿Cómo salir del liberalismo? Piados, Barcelona, España. 23