ES EL CAMINO Y EL HORIZONTE DE LA COMUNIDAD, ALCANZAR AL SUMAK KAWSAY, QUE IMPLICA PRIMERO SABER VIVIR Y LUEGO CONVIVIR. SABER VIVIR, IMPLICA ESTAR EN ARMONÍA CON UNO MISMO: ESTAR BIEN Y LUEGO SABER RELACIONARSE O CONVIVIR CON TODAS LAS FORMAS DE EXISTENCIA.
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NUESTROS PUEBLOS
DENOMINARON A ESTA
ALTERNATIVA COMO LA
SOCIEDAD DEL SUMAK
KAWSAY O BUEN VIVIR.
ESTA REFERENCIA OBLIGA
A DEDICAR ALGUNAS
LÍNEAS AL ANÁLISIS DE
SUS RASGOS MÁS
SIGNIFICATIVOS.
La traducción del Sumak Kawsay es la siguiente:
SUMAK: PLENITUD, SUBLIME, BUENO EXCELENTE,
MAGNÍFICO, SUPERIOR …
KAWSAY: VIDA, SER ESTANDO.
Huanaccuni ((2010) explica: “El Sumak Kawsay es el proceso de la
vida en plenitud. La vida en equilibrio material y espiritual. La
magnificencia y lo sublime se expresa en la armonía, en el equilibrio
externo de una comunidad. Es el camino y el horizonte de la
comunidad, alcanzar al sumak kawsay, que implica primero
saber vivir y luego convivir. Saber vivir, implica estar en
armonía con uno mismo: estar bien y luego saber relacionarse
o convivir con todas las formas de existencia”.
A diferencia del mundo occidental que impulsa el vivir mejor,
dentro de los dogmas del mercado, el Buen Vivir propone un modelo
de vida más justo para todos. Como explica Houtart (2013): “El
nuevo paradigma tiene que adoptar orientaciones opuestas a las
de un capitalismo que está llegando al colmo de su carácter
destructor y que, por consecuencia, es un instrumento de
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muerte, tanto por el planeta como por el género humano.
Proponemos el concepto de Bien Común de la Humanidad, no
como un eslogan, o menos todavía como una concepción
mesiánica, sino como un instrumento analítico y una meta
colectiva, que puede recibir varios nombres, desde el sistema
de necesidades y capacidades de Marx, hasta el “Socialismo
del Siglo XXI” de América Latina, o el Sumak Kawsay de los
indígenas kichwa del Ecuador. Lo importante no es el nombre,
sino el contenido”.
Este nuevo paradigma es, de modo concluyente, equitativo. En vez
de propugnar el crecimiento ilimitado que puede acabar con el
planeta, busca un sistema económico que esté en equilibrio con la
naturaleza. En lugar de atenerse casi exclusivamente en datos
referentes al Producto Interior Bruto u otros indicadores
económicos, el Buen Vivir se guía por conseguir y asegurar los
mínimos indispensables, lo suficiente, para que la población
pueda llevar una vida simple y modesta, pero digna y feliz
(Vajean, 2009).
Quizás el rasgo que más identifica a este paradigma es el
comunitarismo, es decir, Buen Vivir no puede concebirse sin la
comunidad. En este modo de vida no hay cabida para el
individualismo, en pugna permanente con sus semejantes, peor la
confrontación y la violencia. La comunidad como “ente viviente”
construida por sus miembros vela por el bienestar en todos los
campos de la existencia de los hombres mujeres, niños, jóvenes y
ancianos. Aunque este atributo parece tener más presencia en las
zonas rurales, también los barrios las ciudades, pueden crear esta
forma fraterna de vida. “El altruismo nos hace felices”, dice el
Dalai Lama.
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La otra característica emblemática es la creación de una economía
solidaria. En el seno de la comunidad, el trabajo, la producción es
obra de todos; por consiguiente, la distribución de sus bienes y
productos deben ser de acuerdo con las necesidades individuales
y familiares. En esta realidad, la pobreza y la riqueza no tienen
sentido. En oposición al enfoque capitalista que ansía la
satisfacción individual y la máxima acumulación, en menoscabo de
quienes menos tienen, el Buen Vivir propone una economía que
permita la satisfacción de las necesidades básicas de todos.
“La economía del bien común quiere medir sólo aquello que cuenta,
lo que el ser humano necesita primordialmente, aquello que le hace
sentirse satisfecho y feliz. El producto del bien común de una
economía nacional y el balance del bien común de una empresa
reemplazan respectivamente al PIB y a los beneficios financieros”
(Felber, 2012).
El respeto a la Madre Tierra o Pachamama es otro rasgo
emblemático que llama la atención de los pueblos del primer
mundo, los cuales comprueban como su medioambiente se
destruye paulatinamente. El Buen Vivir reivindica el equilibrio
con la naturaleza y los saberes ancestrales de los pueblos
indígenas para su conservación.
De acuerdo con la cosmovisión indígena la naturaleza es parte de
la vida de las personas, no algo ajena o aprovechable. De ahí, que
sus prácticas agrícolas y artesanales se fundamentan en un
desarrollo sostenible y sustentable; se respeta, pues, el agua, el
suelo, el aire y la vida animal porque son complementos de la vida
humana o mejor expresado son todo un solo organismo viviente.
Frente a la democracia liberal que nos trajo la civilización
occidental, las comunidades han demostrado, desde tiempos
inmemoriales, cuál es el real sentido de la democracia donde todos
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son parte de la vida de la comunidad, se comprometen y
responsabilizan por su desarrollo. Solo en este ambiente puede
darse el cumplimiento de igualdad y justicia social.
Asimismo, en el Buen Vivir de estas comunidades apenas hay lugar
para el conflicto, la lucha fratricida, la competitividad feroz, el
darwinismo social, el racismo, la violencia, el amurallamiento de
ciudades y otras formas de defensa frente a la agresión externa.
En la convivencia comunitaria de nuestros pueblos es casi
inexistente que alguien esté armado o tenga intenciones de atacar
al vecino, y cuando eventualmente esto ocurre se debe a la
influencia de culturas externas que viven a diario la agresividad.
En este tipo de mundo, no hay cabida para el hurto, el
aprovechamiento de los bienes ajenos; si todo es de la
comunidad qué sentido tiene el aparecimiento de las lacras del
robo, la usurpación, el despojo, que son las conductas comunes
del mundo “civilizado”. Resulta por demás visible en los países
desarrollados la injusticia social, la explotación del trabajo, el
lucro, el acaparamiento … por lo que los ciudadanos casi se ven
obligados a incurrir en conductas inmorales para poder
sobrevivir en una sociedad que les niega los recursos básicos
de subsistencia.
De igual modo, las culturas milenarias gracias a su sabiduría
ancestral consiguieron que la salud y la alimentación sana de
sus miembros sea una práctica de vida. Conquistas que fueron
eliminadas al someter a nuestras poblaciones a una infamante
pobreza, al contagio de enfermedades para las cuales no tenían
defensas y a la medicina occidental. No se puede decir que las
comunidades primitivas hayan tenido remedio para todos los males,
tampoco lo tiene la ciencia occidental, pero tenían conocimientos
para tratar dolencias con menos efectos nocivos. Si la mayoría de
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los medicamentos y alimentos occidentales han sido verdaderos
tóxicos para el organismo humano, solo se puede explicar al saber
que se convirtieron en fuente de riquezas para los industriales
mercantilistas. Por supuesto que estos hechos dicen muy poco de
los avances de la ciencia occidental que se presenta como
conquista paradigmática de la civilización capitalista.
Ante esta descripción usted puede contradecirnos que hemos
pintado a la sociedad indígena como un mundo idílico y que las
evidencias no siempre prueban el cumplimiento de los principios
del Buen Vivir.
Puede ser cierto, pero no debe olvidar que la influencia nefasta
del mismo sistema capitalista ha venido destruyendo
sistemáticamente los valores autóctonos, al punto de
considerarlos inviables en la sociedad actual. En su lugar, gracias
a la propaganda atosigante, se ha pretendido convencerlos de la
supuesta prosperidad y felicidad del mundo “civilizado”. Es
conocido, asimismo, el grave efecto del aculturamiento en la
devastación de las formas de vida de nuestros pueblos.
De otro lado, nadie puede negar la incidencia del poder político
y religioso a lo largo de la historia, los cuales se encargaron
de eliminar los principios del Buen Vivir para instalar el modo
de vida occidental. El primero provocando divisiones y ofreciendo
bienes espurios para adscribirles al mundo burgués. El segundo
para introducir dioses y santos cristianos que no han sido sino
la fiel representación de la civilización occidental, con el
aditamento que esta fe ha contribuido al sometimiento de los
pueblos aborígenes al poder colonial primero y luego al
capitalista.
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De lo analizado puede inferirse que las manifestaciones descritas
sobre el Buen Vivir tienen similitud con el socialismo idealizado por
grandes filósofos e intelectuales principalmente europeos, con la
diferencia que más que un corpus teórico es una vivencia de vida.
Además, el primero ha sido conceptuado como una etapa de la
evolución histórica postcapitalista, mientras el Sumak Kawsay ha
tendido presencia en nuestras comunidades indígenas muchos
siglos atrás. Ruiz (2013), utiliza el término ecosocialismo para
referirse al nuevo paradigma: “Lo que plantea el ecosocialismo,
en tanto discurso crítico, es la identidad sustancial entre el
desarrollo del capital y la devastación socioambiental; y, en
tanto programa político en construcción, la urgencia de
transitar hacia una nueva civilización basada en la
generalización de las relaciones (económicas, políticas,
culturales) de cooperación entre los seres humanos que, a la
vez que nos permita satisfacer nuestras necesidades materiales
y espirituales, así como desarrollar nuestras potencialidades
creativas, no pongan en riesgo la supervivencia de la propia
especie y de la reproducción de los ecosistema que le dan
sustento al resto de la vida”.
De la escueta exposición del paradigma alternativo, usted puede
estar en capacidad de reconocer la responsabilidad ineludible
de la academia para difundir, concienciar y hacer realidad el
Buen Vivir, porque constituye un modelo de vida, de fraternidad
humana y preservación de la naturaleza, a menos que las
instituciones y los académicos quieran seguir secundando al
modelo de “muerte”, injusticia, explotación y devastación
ambiental.
Del análisis se deprende también cuáles deben ser el modelo
educativo y las misiones de las entidades universitarias
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ecuatorianas, que les puede permitir el cumplimiento de la
Pertinencia. De ahí que proponer otras formas de Pertinencia
para satisfacer las exigencias neoliberales, a todas luces,
resulta una deslealtad, por decir lo menos, al propio país y a
sus conciudadanos que esperan de la academia el camino a
seguir.
Aunque resulta un imperativo ético ineludible, ¿CREE USTED
QUE LAS UNIVERSIDADES ESTARÁN DISPUESTAS A
CONSTRUIR LA SOCIEDAD DEL BUEN VIVIR? SI FUESE
ASÍ, ¿QUÉ CAMBIOS DEBEN INTRODUCIRSE EN LOS
CURRÍCULOS, EN LAS LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN Y EN
LA FORMACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD SOCIAL DE LOS
NUEVOS PROFESIONALES?
Otra inferencia que debe obtenerse de las reflexiones anteriores
es que el Buen Vivir va más allá de un movimiento político de
cualquier gobierno. Por desgracia, algunos Estados han
tergiversado varios de los fundamentos del Sumak Kawsay
presentándolo como el trabajo mesiánico de los gobiernos para
llevar una mejor vida o la felicidad a las poblaciones. El pensador
uruguayo Eduardo Gudynas (2014) advierte de modo claro: “Uno de
los frentes más recientes es denunciar que algunos usos del Buen
Vivir, especialmente por los gobiernos, sería contrario a sus
esencias originales. Por ejemplo, muchas organizaciones indígenas
andinas entienden que los actuales gobiernos progresistas en
Bolivia y Ecuador si bien repiten una y otra vez las palabras Buen
Vivir o Vivir Bien, sus acciones concretas y sus estrategias de
desarrollo, son contrarias a esos mandatos. Esto ha llevado que a
que algunos intelectuales y líderes sociales consideren necesario
separar por un lado la idea del Buen Vivir, para representar esas
aplicaciones malogradas y por el otro lado, se reservaría términos
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indígenas como sumak kawsay para lo que se entiende es la esencia
de la propuesta”.
Queda claro que el Buen Vivir es una filosofía, una ideología,
un nuevo paradigma de civilización que contradice la dominante
visión del modelo occidental configurado por el régimen
capitalista que, como se ha insistido, ha traído al mundo y a
sus pobladores funestos males, pérdida de la dignidad humana
y asolamiento a la Madre Tierra. En consecuencia, el trabajo
de la academia será formar a los nuevos profesionales que
construyan la sociedad del Buen Vivir, expresada en el respeto
a la vida, la hermandad de los seres humanos, la consecución
de una vida digna para los habitantes del planeta y el cuidado
de la naturaleza.
También debe estar claro que esta nueva forma de existencia no
ofrece a los jóvenes todo aquel oropel que el sistema asentado en
la codicia les ha impuesto y que ha sido la causa de sufrimientos,
angustias y enfermedades de los habitantes del planeta; es decir,
de su mal vivir. En esta realidad, las relaciones humanas se vuelven
precarias, la gente busca significado a sus vidas, no tiene “anclas”
a los cuales asirse, por lo que debe perseguir cualquier subterfugio
terrenal o celestial que aplaque sus angustias: diversión continua,
sexo sin límites, consumo frenético, adicción a drogas,
espiritualidades exóticas … Parafraseando a Díaz (1999), se puede
decir que este sistema atraviesa todos los espacios posibles del
sujeto e invade su psiquismo, transformándolo en ese ser
altamente competitivo, hiperinformado, inevitablemente
comunicado, en un sujeto depresivo, escéptico y sin proyección
Los síntomas comunes de esta condición van en aumento:
conductas violentas y desafiantes, ataques de pánico, trastornos
de ansiedad, alteraciones de la conducta, trastornos bipolares,
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cuadros depresivos, desviaciones de la personalidad, actitudes
anómicas, adicciones, déficit atencionales, malestar espiritual,
vida sinsentido …
Igual apreciación tiene el filósofo germano-coreano Byung-Chul
Han quien inicia su libro “La sociedad del Cansancio” con el
siguiente axioma: “Toda época tiene sus enfermedades
emblemáticas”. Esta sociedad en el comienzo del siglo XXI ha
generado enfermedades como la depresión, el síndrome de fatiga
crónica, el trastorno límite de la personalidad, el trastorno de
atención con hiperactividad o el síndrome de desgaste ocupacional,
entre otras, definirían un nuevo panorama patológico determinado
por una concepción neuronal en el que las neuronas se hallan en
violencia dialéctica frente a una nueva sociedad que es la del
rendimiento y que se caracteriza por un empuje a la capacidad sin
límites. Frente a esta presión social por el rendimiento, la
contemporaneidad produciría individuos fracasados, aburridos,
hartos y depresivos debido a una revolución neuronal como
respuesta al exceso de positividad y autoestima condiciones
necesarias para la eficacia estándar. Nos hallamos, pues,
quizás, en el siglo de las enfermedades neuronales como
emblemáticas de la época en contraposición al anterior que fue
el de los virus y bacterias. Pero, aunque el autor sitúa estos
males dentro de la psiquis de los sujetos, exonerando al
contexto, debe reconocerse que dicho malestar solo responde
a las poderosas influencias alienantes del sistema.
Estas referencias nos hacen ver el tipo de hombre y mujer que
ha formado el ansia mercantilista, hacia la cual las
universidades, de modo implícito o explícito, desean conducir a
los nuevos profesionales. Grave responsabilidad: preparar a los
jóvenes para adaptarlos a una sociedad que niega su esencia
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humana y lo vuelve ajena de sí misma y de sus congéneres. A las
claras, es toda una afrenta para la academia llamada a cumplir con
su máxima misión: vigilante y promotora de los atributos
netamente humanistas.
Delicado dilema también para usted, como nuevo/a maestro/a
universitario/a, el hecho de formar profesionales para un mundo
degradante, en el cual también usted ha sido formado. ¿Cómo salir
de este laberinto indescifrable?
La alternativa está planteada: preparar a los nuevos
profesionales para ser edificadores de la sociedad del Buen
Vivir, lo que obliga a los catedráticos a profundizar los
fundamentos filosóficos, antropológicos y axiológicos de esta
nueva opción de vida, para luego conducirse con estos
principios. Así lo confirma Roa (2009): “El Buen Vivir no es
simplemente un discurso bonito, es un reto para asumir
profundas transformaciones en nuestras sociedades, es asumir
un nuevo paradigma civilizatorio, nos implica el reto de
armonizar en la realidad nuestras relaciones con la naturaleza,
nos implica poner en práctica el reconocimiento de los derechos
de la naturaleza, nos reta a escuchar las sabidurías de
nuestros ancestros, nos abre la posibilidad para una
‘descolonización profunda’, a un diálogo con la naturaleza y a
reconocer su dimensión espiritual”.
Además, si se insiste en la búsqueda de esta nueva sociedad
es porque usted tiene una crucial responsabilidad para el
futuro, más que como ciudadano/a, como docente que debe
orientar el espíritu de sus jóvenes discípulos.