Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
El hombre y la fe cristiana
1. El hombre y la fe cristiana
Según la doctrina, en la fe se distingue entre la actitud de quien cree – la fe como
confianza y abandono – y las verdades que se creen – el conjunto de la doctrina. Las
dos dimensiones, subjetiva y objetiva, deben conjugarse. Por supuesto el verdadero
abandono supone un conocimiento de la persona a quien nos abandonamos y el
conocimiento de Jesús (la doctrina) lleva a confiar en Él. Sin embargo, parece como si,
en el Evangelio, la actitud personal sea prioritaria.
Se puede afirmar que, en el encuentro de Jesús con las personas, se subraya un
aspecto esencial de la fe, que antes de ser una fe profesada, de quien dice: “Yo creo
en ti, tengo confianza en ti, te reconozco y quiero seguirte”, es una fe donada por
Dios a través de Jesús.
Este es el aspecto fundamental de la fe: es don de Dios.
Jesús encuentra a los “lejanos” y les dona la fe, les permite vivir una relación con Dios
y creer en Él.
En las narraciones evangélicas, además, la fe consiste en una confianza concreta y
material en la posibilidad de que Jesús los sane, los libere, los ayude. Esta confianza
se expresa con gestos sencillos: un grito, un gesto (tocar a Jesús, echarse a sus pies),
una invocación-oración.
Nos parece raro que estos gestos los defina Jesús como “fe”.
¿No se trata de una fe muy pobre, limitada, supersticiosa, infantil?
A menudo ni siquiera se expresa con palabras. En la categoría de la fe como una
elección madura, ponderada, nos parece incomprensible lo que dice Jesús a los
enfermos: “Tu fe te ha salvado”. La fe la pensamos como algo complejo, que necesita
un montón de palabras.
El grito de la fe.
Gritan a Jesús estas pobres personas y manifiestan su fe. Nos parece más una
invocación de ayuda, una petición y no la expresión de una fe madura. “Claro: se trata
de un interés personal”, alguien podría objetar. El grito no es simplemente expresión
de la voz; sí, el grito expresa sufrimiento, necesidad, petición de ayuda; sin embargo
en el Antiguo Testamento es siempre algo más profundo.
El grito es la expresión de la incapacidad de salvarse por su propia cuenta, de sanarse
por sí mismos, es el reconocimiento de que la salvación y la curación plenas pueden
llegarnos sólo por parte de Dios. El grito es apelación a la justicia de Dios; si uno grita
a Dios, Éste no puede no salvarlo; si un pobre grita a Dios, Él lo salva.
El grito del pobre, que se considera como tal, es expresión de una fe plena, porque
supone el reconocimiento de Dios y de Jesús como única posibilidad de salvación.
2. Este es el corazón de la fe.
Ésta es la fe y sin este reconocimiento no hay fe.
Como los niños
La fe es, por lo tanto, dependencia profunda – contra toda mentalidad del hombre
contemporáneo que construye su destino sin Dios -, reconocimiento de que Alguien
puede salvarte. No se trata de una decisión puramente racional, menos aún depende
de la bondad de alguien. No es la elección de quien se piensa autosuficiente, maduro
y puede determinar de manera original su vida.
La imitación
La fe es seguir a Jesús; se expresa en el seguimiento, porque se confía en Él. La fe
frente a Jesús es siempre un acto concreto, material. Están con Él y lo siguen: ésta es
la manifestación de la fe. La fe es imitación de Jesús. Antes que comprensión es
imitación de Él. En el lavatorio de los pies se nos sugiere la actitud apropiada:
“También ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dejado un
ejemplo”... a imitar (Jn 13).
El hombre contemporáneo, que se considera adulto y maduro, piensa que antes debe
comprenderlo todo y después actuar. “Lo que hago, tú (Pedro) no lo comprendes,
pero lo comprenderás más tarde”. Debemos imitar a Jesús y .... después
comprenderemos.
“Nos hiciste para Ti, y nuestro corazón es inquieto hasta que descanse en Ti”, nos
recuerda San Agustín.
Esta es la identidad más profunda del ser humano: la vocación al encuentro, a la fe:
reconocimiento – confianza – abandono - seguimiento.
Juan Pablo II en la Familiaris Consortio, nos presenta una reflexión antropológica muy
bella y profunda: “Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza-
Creándola a su imagen, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la
vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la
comunión.
El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano”.
La fe se caracteriza por ser “respuesta” de amor al Amor que nos llama: diálogo.
Fe cristiana: encuentro entre Dios que se revela y el hombre que busca.
“Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su
voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado,
tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza
divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como
amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación
consigo y recibirlos en su compañía. ...” (Dei Verbum, 2).
3. Creados a imagen y semejanza de Dios, llevamos una huella divina, una orientación
hacia a Dios.
Si no realizamos esta “vocación”, hay el fracaso existencial.
La vida cristiana es vida animada por el Espíritu Santo es “respuesta” a la “vocación”
fundamental de seres que tienen una orientación hacia Dios.
La fe no atañe sólo nuestra relación con Dios, sino todos los aspectos de la vida
humana familia, trabajo y escuela, relaciones interpersonales, gestión del dinero y del
tiempo libre, sufrimiento, etc.
Expresiones de la FE
1. “CONFORMACIÓN A JESUCRISTO”
2. Las virtudes teologales
FE la acogida del amor; no querer auto-manejarse. Lo opuesto del narcisismo; es
agradecimiento
ESPERANZA Tres tentaciones: resultados inmediatos, deseo de poder, deseo de
gloria y ser primeros.
AMOR Querer el bien del prójimo
La fe encuentra su manifestación: oración, culto, pertenencia a una comunidad
La fe no es sólo un hecho personal e íntimo; necesita poder encontrar su
manifestación. No se trata sólo de una creencia que se puede vivir en el espacio
íntimo de nuestra conciencia; involucrando a toda la vida del que cree, tiende a
manifestarse exteriormente y públicamente, tiende a encontrar formas de
agregación.
La oración es sí diálogo con Dios, sin embargo puede tomas manifestaciones
comunes y comunitarias. El culto es por sí mismo algo comunitario y público.
La misma comunidad originada por la creencia en el mismo Dios tiende a
estructurarse, a garantizar la continuidad de la propuesta de salvación, a ayudar a
sus miembros más débiles y necesitados.
La mentalidad libertaria e individualista concibe la fe y la religión como algo
exclusivamente interior o que se ha de jugar en la cerca de lugares exclusivos,
pero que no puede tener manifestaciones públicas, ni puede entrar en los asuntos
sociales, culturales, económicos y políticos. Se le reconoce a cada individuo el
derecho – tal vez también un deber correspondiente – de contribuir al bien
común de la sociedad, pero se le impide que lo haga como creyente.
La fe en la biografía de la persona: etapas fundamentales, ritos de paso
Para mucha gente la experiencia religiosa constituye una de las más significativas
actividades y experiencias de su vida. Inspira la conducta, da un sentido a los
quehaceres de la vida, ofrece un horizonte de sentido, caracteriza las elecciones
4. más importantes y da un matiz religioso al paso de una etapa a otra del desarrollo
de la persona.
Las fechas más significativas de la biografía personal, tienen muy a menudo un
relieve religioso. Parece como si la biografía personal se entrelazara con una
historia de salvación que Dios va guiando: también los acontecimientos que
pueden aparecer irrelevantes, adquieren en una perspectiva de fe un valor único y
fundamenta para la persona que los vive.
El valor “terapéutico” de la experiencia religiosa
Según algunos maestros de la sospecha, el fenómeno religioso es fuente de
patologías y de una visión distorsionada de la realidad. Es producto humano
patológico, fuente de injusticia, de pasividad y resignación, de mecanismos
psicológicos inconscientes y potencialmente neuróticos.
Para Marx, la religión es un producto inventado por la sociedad, los poderosos,
para lograr la explotación de los pobres: instrumento de evasión para los
explotados y de justificación para los explotadores. En ella el hombre alienado
busca una felicidad ilusoria, un paraíso artificial; como consecuencia el hombre
explotado acepta pasivamente las injusticias y renuncia a luchar para cambiar la
situación: es un anestésico peligroso, es “opio de los pueblos”.
Para Nietzsche la religión es un invento de los hombres, no de los fuertes como
en Marx, sino de los débiles; ellos elevan su ideal de debilidad, resignación,
cobardía a valores universales que todos deben aceptar, renunciando los fuertes y
valerosos (los super-hombres) a desarrollar sus potencialidades.
Para Sigmund Freud la religión es una “ilusión”, obra del proceso de sublimación
de la “libido” por acción del super-yo. Los deseos naturales reprimidos toman la
forma y la manifestación religiosa, creando sí la cultura (religión, moral, arte,
instituciones y leyes, etc.), pero creando en las personas descompensaciones y
neurosis.
Al contrario, otros estudiosos – pienso que también la experiencia puede avalar
nuestra convicción – subrayan la positividad de la fe religiosa. Veamos algunos
elementos:
A pesar de los avances de la ciencia y la técnica, el hombre experimenta una
situación de finitud, de contingencia, de fragilidad. Todos los intentos para
“dominar” la situación, parecen ilusorios y fuente de problemas más grandes. El
reconocimiento de Dios es fuente de equilibrio y de humanización contra una
tecnología que tiende a reducir al hombre a insignificante engranaje en la
máquina de la vida, producto que se puede ensamblar y desechar.
No siempre la vida es fácil; se asoman en nuestra vida experiencias-límite:
enfermedad, fracaso, incomprensión, dudas, dificultades relacionales y traiciones,
dificultades económicas y duelos, etc. La fe ayuda a encontrar un sentido en estas
5. situaciones que sacuden las certezas y crean estados de inseguridad e
incertidumbre. El sentido permite salir adelante, no hundirse en un estado de
depresión, cultivar la esperanza y motivar al compromiso.
A diferencia de lo que afirman los “maestros de la sospecha”, la fe religiosa ha
animado a lo largo de la historia y continúa motivando a un sinnúmero de
personas al compromiso y a la entrega para transformar y humanizar nuestra
civilización. Es una mentira que la religión nos saque de la vida real para crear un
refugio artificial, acolchonado de desempeño y estilo burgués.
La fe religiosa estimula a crecer en la práctica de las virtudes y, en general, hacia
hábitos virtuosos; estas costumbres adquieren una función importante de
equilibrio cognoscitivo, emocional y comportamental frente a los altibajos
emocionales, a los mensajes y las prácticas de propaganda publicitaria que nos
intentan arrastrar hacia conductas contradictorias. La fe nos ofrece un punto de
referencia valorial.
En el tiempo de la enfermedad y el duelo la fe actúa como fuente de sentido, de
equilibrio y alimenta la esperanza.
En algunas situaciones particularmente marcadas por el sufrimiento, la
dimensión religiosa es la única dimensión que se conserva “sana”. A pesar del
avance de la patología, la persona mantiene íntegra su vivencia espiritual, su fe
como abandono en Dios, su capacidad de oración.
P. Silvio Marinelli Zucalli
Centro San Camilo A.C.