El artículo consiste en una reflexión sobre el rol de la obra de Minuchin en la génesis y el desarrollo de la terapia familiar, a través de la visión personal del autor sobre la influencia de los aportes estructurales en su propio modelo. Se reivindica la vigencia de las prescripciones como intervenciones útiles de naturaleza pragmática, junto a las reformulaciones cognitivas y las intervenciones emocionales.
1. LA TERAPIA ESTRUCTURAL, UNA DE LAS RAÍCES
HISTÓRICAS DEL MODELO SISTÉMICO
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Juan Luis Linares ∗
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Resumen
El artículo consiste en una reflexión sobre el rol de la obra de
Minuchin en la génesis y el desarrollo de la terapia familiar, a través
de la visión personal del autor sobre la influencia de los aportes
estructurales en su propio modelo. Se reivindica la vigencia de las
prescripciones como intervenciones útiles de naturaleza pragmática,
junto a las reformulaciones cognitivas y las intervenciones
emocionales.
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Palabras clave
Prescripciones, espíritu práctico, capacidad literaria, inteligencia
emocional.
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Professor of Psychiatry, Universitat Autònoma de Barcelona. Director of the Psychotherapy Unit and the∗
Family Therapy School, Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, Barcelona
2. Introducción
Durante más de cinco años me estuve desplazando dos
mañanas al mes a un centro de atención y seguimiento a
drogodependientes situado en la periferia de Barcelona, con el
objetivo de supervisar el trabajo con familias que venía
desarrollando su equipo. Yo trabajaba en una unidad de terapia
familiar ubicada en un hospital general del centro de la ciudad,
donde atendía problemáticas variadas, desde las más graves, como
trastornos psicóticos, depresiones mayores resistentes o trastornos de
la conducta alimentaria, hasta las más ligeras dificultades
adaptativas.
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Figura nº 1
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No obstante, casi todos los casos tenían en común una
extracción social convencional de clase media o media-baja, y unos
genogramas familiares bastante monótonos, del estilo que muestra la
Figura nº 1: papá, mamá y, todo lo más dos o tres hijos, de los
cuales uno solía ser el paciente identificado.
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Pero, al llegar a mi destino ocasional para trabajar con
drogodependientes y sus familias, en la pizarra me solía aguardar un
genograma de las características que muestra la Figura nº 2: no
3. podía evitar la impresión de haber cambiado de planeta. Y algo de
eso había, en efecto, porque en los 20 minutos transcurridos en
desplazarme de una institución a la otra, recorría metafóricamente la
distancia existente entre las costas oeste y este de los Estados
Unidos.
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Figura nº 2
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En mi centro habitual, trabajando con familias de psicóticos,
de depresivos o de neuróticos, la comunicación era el referente
necesario para entender el problema y orientar la intervención. Se
podía comprender al equipo de Palo Alto, fascinado por la
comunicación esquizofrénica, formulando la teoría del doble vínculo
(Bateson et al., 1956) y especulando con la cismogénesis y la
cibernética (Watzlawick et al., 1967). Sin embargo, con las familias
multiproblemáticas del centro de drogodependientes, el referente era
la estructura, lo que me fascinaba cada dos semanas cuando
contemplaba el genograma de la familia con la que iba a trabajar esa
mañana.
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Mi breve desplazamiento bimensual reproducía
metafóricamente la historia del nacimiento de la terapia familiar,
antes incluso de que se consagrara la denominación de “sistémica”:
la raíz comunicacionalista, con la esquizofrenia como musa
inspiradora, había desarrollado un rico y sofisticado cuerpo teórico
partiendo del doble vínculo; por su parte, la raíz estructural tendría
en la familia multiproblemática a su principal fuente de inspiración,
y desarrollaría también una teoría, sencilla pero potente, coherente
con tal referencia.
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Algunas críticas
No creo que haya dudas sobre el record de Salvador Minuchin,
y con él de la terapia estructural en su conjunto, como objeto de
críticas en el campo sistémico. Yo no soy un erudito, y lamento por
ello no poder brindar datos precisos sobre un tema que es sensible y
delicado. No obstante, creo poder afirmar que las primeras críticas
sistemáticas dirigidas contra Minuchin procedieron del mundo
feminista. Se le tildaba de machista, apuntando a su característica
manera de restaurar un orden jerárquico en las familias, que podría
ser calificado de patriarcal. Y, sin embargo, como tantas veces que
se realiza desde el prejuicio, la crítica era infundada. El objetivo de
Minuchin no era devolver el poder al macho dominante, sino acabar
con situaciones de abuso, con independencia de quien lo ejerciera:
hombres, mujeres… o niños manipulados, inducidos o triangulados.
Curiosamente, Minuchin (1996), que como él mismo afirma, quiere
gustar, ha hecho varias autocríticas internalizando los argumentos
feministas:
5. Las feministas me hicieron darme cuenta de que yo he puesto a las mujeres en categorías
angostas y que mis etiquetas para las mujeres contenían prejuicios de género: para mí la
preocupación de una madre podía, fácilmente, ser desechada como sobreprotección. Focalizaba
en el hombre, proveyendo dirección; y la mujer, crianza, y en mi trabajo enfatizaba la importancia
de la dirección y daba por sentado la crianza. Creo que ya no hago más eso. Estoy más atento a
los mensajes de las etiquetas y presto atención a lo que privilegio. Pero sigo trabajando,
sistemáticamente, viendo cómo las parejas se gatillan mutuamente en sus interacciones. Siempre
he pensado que trabajar con el hombre es una forma importante de atraerlo hacia la familia,
hacerlo más participativo y aliviar las cargas de la mujer; pero ahora presto más atención a estar
seguro de que la voz de esta última se oiga, su dolor se exprese y su necesidad de respeto se
comprenda.
Por supuesto, y a pesar de esa retórica, él ha continuado
haciendo exactamente lo mismo, y, al respecto, Jay Haley (1996)
sentencia:
No creo haber visto una madre que se haya sentido ofendida por él al final de una sesión -
no importa qué mal rato le haya hecho pasar. Una observadora feminista puede objetar, pero no la
mujer en sí misma. Esa es una diferencia crucial
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En honor a la verdad, hay que añadir que las críticas feministas
han sido más acertadas cuando se han dirigido contra un
constructivismo radical que comunicaba confusos mensajes respecto
a la validez de cualquier construcción de la realidad, la del
maltratado y la del maltratador, por ejemplo. Pero esa es otra
historia.
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Precisamente del constructivismo procedió otro aluvión de
críticas contra la terapia estructural. No podía ser de otra forma,
dada la rotunda solidez de las propuestas de ésta, frente al
evanescente espíritu postmoderno de aquél. Se le atribuía ingenua
simplicidad epistemológica en su clara focalización de la realidad
por la que hay que trabajar en terapia: una realidad funcional, en la
que los padres se responsabilicen de la toma de decisiones y los
hijos se beneficien de ello para madurar y poder, a su vez, tomar
decisiones adecuadas en el futuro. La descalificación de Minuchin
vino también de la mano de un uso sectario de las propuestas de
6. Maturana, según las cuales las prescripciones comportamentales no
serían sino banales interacciones instructivas, destinadas a no ser
atendidas. No vamos a revisar aquí la obra de Maturana (2004), aún
cuando yo mismo he podido consensuar con él lo descabellado de tal
descalificación (la interacción instructiva es imposible, no banal ni
negativa). Sí que reivindicaremos la vigencia y la legitimidad de las
prescripciones comportamentales, siempre y cuando, como
desarrollaremos más adelante, se hagan bien.
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También desde el conversacionalismo postmoderno, empeñado
en reducir la terapia familiar a las prácticas colaborativas, se ha
criticado a la terapia estructural, como no podía ser de otra forma, de
irrespetuosa. Desde la máxima expresión del pensamiento
políticamente correcto, Minuchin es inevitablemente percibido como
incorrecto. Y, en efecto, así son las cosas.
En el curso de un seminario impartido por Minuchin en Barcelona hace unos años, una
asistente se le acercó durante una pausa para hacerse una foto con él y, de camino, le espetó:
“¡Qué fantástico, qué maravilla de seminario! Y usted es tan modesto…” Minuchin pareció quedar
atónito, la miró fijamente durante unos segundos y le dijo con mucho énfasis: “¡No, señorita, yo no
soy modesto!” Luego le volvió la espalda.
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Pero sin ser modesto se puede ser respetuoso, y Minuchin lo
es, aunque también es optimista y cree en el cambio, por lo que sus
intervenciones pueden incomodar a la gente. ¿Pero es que la gente
viene a terapia para sentirse cómoda? Con sus propias palabras
(Minuchin, 1996):
Algunos hablan acerca de hacer una terapia más respetuosa que no imponga los
prejuicios de los terapeutas. Pero yo no pienso que tenga que ver con ser más respetuoso con los
clientes. Creo que tiene que ver con cambios en la perspectiva social. Como ciudadanos de esta
sociedad pesimista, los terapeutas han perdido su optimismo y sólo poseen unas pocas
expectativas de cambios efectivos.
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7. No cerraremos este apartado sin hacer alguna crítica a
Minuchin y a su manera de entender la terapia, y tiene que ver con
su negación de las emociones. Claro que la crítica es extensible a
toda la terapia familiar “clásica”, pues no olvidemos que Bateson
(1972) definió a las emociones como concepto dormitivo, dejando
un legado de descalificación que aún se resiste a desaparecer. Pero
Minuchin (1974) colaboró afirmando que no hay que interesarse por
lo que los clientes sienten, sino por lo que hacen, y con ello
seguramente colaboró en confundir a más de un terapeuta, que se
habrá preguntado cómo diablos es posible ejercer esta profesión sin
manejar de algún modo las emociones.
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Seguramente esta crítica también se la han hecho otros antes, y
es más que posible que él haya reaccionado igualmente a ella. En
todo caso, no tengo información al respecto. Lo que sí me consta es
que, como buen experto en provocación, Minuchin cuenta con las
críticas y sabe afrontarlas. En parte las asume, en parte las reformula
y en parte las rechaza, pero, básicamente, sigue haciendo lo que
quiere, que es también lo que sabe y lo que puede. Y ello es bueno
para la terapia familiar.
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Préstamos teóricos
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Mi manera de entender la terapia familiar es sistémica pero
heterodoxa y, por tanto, irrespetuosa con la tradición. Pero, a la vez,
siento que la historia es un valor en sí, por lo que, aunque pasados a
través de la crítica, valoro y utilizo cuantos aportes siento que
pueden enriquecer mi propio modelo.
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Sistemas de Pertenen-
Individuo cia (Fam. de Origen)
Individuo
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Figura nº 3
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Por ejemplo, en mi conceptualización de la personalidad como
una instancia individual pero a la vez relacional (Figura nº 3),
distingo cuatro espacios significativos, dos correspondientes al
individuo, a saber la narrativa y la identidad, y dos correspondientes
a los sistemas de pertenencia (especialmente la familia de origen), la
mitología y la organización (Linares, 1996). La interrelación de los
cuatro pone de manifiesto que, aunque el individuo dispone de
autonomía propia, su personalidad se forja en los sistemas de
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IDENTIDAD
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NARRATIVA MITOLOGÍA
ORGANIZACIÓN
- Cohesión
- Adaptabilidad
- Jerarquía
9. pertenencia, sin los cuales no es nada, y particularmente en función
de la mitología y de la organización de los mismos.
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Pues bien, la organización, destacada en recuadro más negro en
la Figura nº 3, es un concepto estructural, que equivale a la
evolución de la estructura del sistema a lo largo del ciclo vital. O, lo
que es lo mismo, a la dimensión diacrónica de la estructura del
sistema. Igualmente estructurales son las tres características
fundamentales de la organización, cohesión, adaptabilidad y
jerarquía, decisivas en la configuración de la personalidad del
individuo que se desarrolla bajo su influencia.
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Se trata de una propuesta orientada a la clínica, puesto que el
terapeuta familiar que pretenda ayudar a que se produzcan cambios
en la personalidad del psicótico, del depresivo o del paciente con
personalidad límite, dispondrá de una importante vía de acceso a
través de la organización (y, ciertamente, también de la mitología)
de sus respectivas familias de origen.
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No quiero cerrar este apartado sin hablar de un concepto que,
sin ser de la invención de Minuchin, sí lo es de uno de sus más
relevantes discípulos, probablemente el último mohicano de la
terapia estructural. Me refiero a Jorge Colapinto (1995) y su
propuesta de la familia en disolución. Es una manera de representar
a las familias multiproblemáticas, que, intervenidas por múltiples
instituciones y agencias de ayuda y, sobre todo, de control, acaban
asistiendo a la disolución y pérdida de su tejido relacional, sustituido
por una red profesional que confirma su incapacidad e
incompetencia.
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… Y préstamos prácticos
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Pero, como no podía ser menos, la principal ayuda de las
propuestas estructurales se orienta hacia la práctica clínica. La
Figura nº 4 nos muestra al terapeuta situado dentro de un territorio
virtual, que es el sistema terapéutico. Su posición central no
pretende expresar que sea el centro del universo, sino que, formando
parte del sistema, interactúa y cambia con él: un principio del
constructivismo (von Foerster, 1970) que no dudamos en asumir.
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Las intervenciones terapéuticas se pueden realizar en los tres
grandes espacios psico-relacionales: el cognitivo, el emocional y el
pragmático. El cognitivo ha sido transitado históricamente desde el
comunicacionalismo, y cuenta con la reformulación como su
intervención emblemática. Requiere de capacidad literaria, puesto
que consiste en atribuir nuevos significados a la experiencia
relacional. El espacio emocional fue ignorado tradicionalmente,
tanto por el comunicacionalismo como por la terapia estructural,
aunque ha sido reivindicado en tiempos más recientes. Exige una
buena utilización de la comunicación analógica y se basa en un
manejo adecuado de las propias emociones en conexión con las del
paciente y familia, es decir, en la inteligencia emocional.
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Figura nº 4
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Por último, nos interesa aquí sobre todo el espacio pragmático,
puesto que ha sido el transitado preferentemente por la terapia
estructural. Su intervención emblemática es la prescripción, y
requiere de algo sencillo en apariencia, pero no menos importante:
espíritu práctico (podríamos llamarle inteligencia práctica si no
temiéramos abusar del término).
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Como decíamos más arriba, se trata de hacer bien las
prescripciones, sintonizando con las personas a la hora de pedirles lo
que esté en su horizonte poder hacer (desde el acoplamiento
estructural, en palabras de Maturana, 2004). Si le pedimos a una
T
Intervenciones
Cognitivas:
Reformulaciones
Intervenciones
Emocionales:
Com. Analóg.
Intervenciones
Pragmáticas:
Prescripciones
12. emigrante norteafricana recién llegada de las montañas del Rif que
se inscriba al curso de acceso a la universidad para mayores de 25
años, vamos a mostrar poco espíritu práctico y, con toda seguridad,
nuestra prescripción resultará inútil. Pero algo tan sencillo como
pedirles a los dos miembros de una pareja que no han salido solos
desde que tuvieron al primer hijo, que salgan semanalmente,
alternándose en la organización de la actividad a realizar, pero con la
condición de que sea especialmente pensada a gusto del otro, puede
revolucionar sus vidas y ayudarles a resolver graves problemas.
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Las flechas en la Figura nº 4 indican los caminos que pueden
recorrer las diversas modalidades de intervención, desde y por entre
los espacios emocional, cognitivo y pragmático. Si el cambio se
produce sólo en uno de ellos, no será probablemente muy estable ni
duradero, por lo que el objetivo terapéutico será inducir nuevas
maneras de sentir, de pensar y de actuar. Para ello es bueno que el
terapeuta pueda transitar los tres espacios y poseer ciertas
habilidades literarias, emocionales y pragmáticas. No obstante, y
esto es muy importante, no se trata de que los terapeutas sean Mr. o
Mrs. 33%, sino de que cada uno pueda sentirse cómodo con su
fórmula personal, en la que algunas de las citadas habilidades
predominarán sobre las otras, dependiendo tanto de su personalidad
como del tipo de formación recibida.
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Se puede ser un excelente terapeuta de sesgo más cognitivo
(v.g., Watzlawick), de sesgo más emocional (v.g., Satir) o de sesgo
más pragmático (v.g., Minuchin) porque, afortunadamente, el
universo psico-relacional no tiene fronteras internas y las dinámicas
de cambio tienden a generalizarse a través de los tres espacios.
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13. !
Conclusión
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Cuando Mara Selvini (1974 y 1983) dio su famoso giro
(copernicano, por cierto) desde la contraparadoja hasta la
prescripción invariable, el mundo sistémico asistió a una inefable
proeza: desde la exploración de la lógica comunicacionalista en sus
últimas consecuencias, que suponía “Paradoja y contraparadoja”,
hasta la inmersión igualmente radical en la lógica estructural
representada por el posterior cambio de rumbo. A la Selvini no le
gustaba Minuchin, al que consideraba despectivamente un
exponente del pragmatismo americano. Pero, ¡ah, paradojas de una
experta en ellas!, en un momento crucial de su evolución
profesional, y tras haber conquistado las cimas de la sofisticación
intelectual, no supo sustraerse al encanto de lo sencillo y “se
convirtió”, aunque nunca lo reconociera, a la terapia estructural.
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Porque, ¿qué si no estructural es una prescripción
comportamental que pide a los padres que desaparezcan juntos una
vez a la semana, en una atmósfera de agradable misterio, dejando
fuera del secreto a todos los hijos, especialmente al psicótico y a su
hermano prestigioso, alineados en el mismo bando por primera vez
en sus vidas? La genial, y paradójica, pirueta selviniana, rindió
homenaje implícito a la grandeza de la terapia estructural.
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