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1. UNA HISTORIA DE PERDÓN BUENO EN NAVIDAD. Cuento de Navidad 2023
valerocrespomarcos@gmail.com. Registrado en CEDRO: 5AG5Gycn-2023-12-05
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Una historia de perdón bueno en Navidad.
Cuento de Navidad 2023. Valero Crespo Marcos ®
El camino del perdón
«El proceso de perdón incluye tres
movimientos: intelectual (volitivo), emocional y
espiritual. El aspecto volitivo implica una
opción -una decisión, un acto de la voluntad-
de perdonar o de aceptar ser perdonado. El
emocional es esa parte del proceso que lleva
consigo nuestro permanecer en contacto con
los sentimientos dolorosos que
frecuentemente acompañan al acto de
perdonar o de ser perdonado, y que se
desarrollan a través de esos sentimientos. El
aspecto espiritual se refiere a la parte del
proceso que nos permite superar las heridas y
la cólera, prosiguiendo nuestro camino vital.»
(Martín H. Padovani (2007): Cómo sanar
relaciones heridas. Verbo Divino, Estella,
págs. 127-128).
Encarna recibió en su casa de Jerez un paquete que venía de Polonia. Lo abrió y se
encontró con un belén de papel albal y esta nota: «Gracias, Encarna por perdonarme.
Gracias por hacer posible nuestra reconciliación. ¡Feliz Navidad! Un abrazete. Teo». Y,
a 3500 km, en Polonia, Teo recibió un belén jerezano con esta dedicatoria: «Gracias,
Teo por pedirme perdón y sanar el dolor que me causates. Es la primera vez que me
piden perdón como tú. ¡Feliz Navidad! Un beso del corazón. Encarna.»
Ella sonrió y se emocionó al recordar la historia de perdón con él. Una historia que
comenzó en la movida madrileña, en los locos años 70. Un tiempo de cambio, porros,
liberación sexual, manifestaciones, contracultura, lucha por la democracia … Y como se
enamoraron y se convirtieron en pareja, en aquel Madrid y sus pintadas: «Haz el amor
y no la guerra», «Amaos los unos encima de los otros», «Parar el mundo que yo me
bajo» … Los dos eran jóvenes, inocentes y abiertos a vivir muchas vidas nuevas.
Encarna rememoró como le entregó su casa, su cama, su cuerpo, su alma… sin saber
que Teo visitaba otra casa, otra cama, otro cuerpo de mujer. Un día, él le dijo que se iba
a trabajar a Polonia. Ella le propuso irse con él o seguir la relación a distancia. Pero él
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se negó. Se marchó y no le habló más. Después, descubrió el engaño. Y su corazón se
rompió y su cuerpo enfermó. ¡Estaba tan enamorada! ¡Tan entregada!
Años más tarde, la mujer se fue a vivir a Jerez con Mario, su nueva pareja. Cuando le
diagnosticaron un cáncer y se lo comunicó, este le dijo:
- Vaya mala noticia. No me lo esperaba. Ahora que teníamos pagado el viaje a Japón…
Lo siento, pero necesito tiempo para asumirlo, así que me voy unos días fuera.
Mario, pasó una semana sin llamarla. Ella le llamó, pero no le respondió. Así que le
escribió un whatsapp: «¿Por qué no me llamas? ¿No te importa que me operen el
próximo lunes? ¿Es qué quieres dejarme?» y su respuesta fue: «Ok».
Encarna se operó, y al regresar del hospital, descubrió que Mario se había llevado sus
cosas. Y en su dormitorio, ante el armario abierto y sin la ropa de él, paso el día sobre
su cama, llorando, sintiéndose sola y abandonada, abrazada a la almohada y tiritando
de dolor… Y, ya nunca supo nada más de él. Pero esta vez, decidió no sufrir por Mario
como sufrió por Teo. No lo merecía. Y por su salud, pasó página y decidió perdonarle
como enseña Thomas Szasz: «Los tontos no perdonan ni olvidan. Los ingenuos
perdonan y olvidan. Los sabios perdonan, pero no olvidan.».
La mujer no quiso más parejas en su vida. Así que adoptó una niña y se dedicó a crear
a su alrededor un mundo de amor y perdón. Y algunas noches, sin saber porque soñaba
con Teo, y en medio de la oscuridad su cara resplandecía y sonreía. Su corazón seguía
amándole y por ello le había perdonado, tal como aprendió de Reinhold Niebuhr: «El
perdón es la forma final del amor.» y de La Rochefoucald: «Se perdona tanto como se
ama».
Y, Teo se casó en Holanda con Dalila, una visitadora médica de hospitales de un
laboratorio farmacéutico. Tenían dos hijos maravillosos. Un día, quiso darle una
sorpresa y sin avisarle la esperó a la salida del hospital. Y la sorpresa se la llevó él, al
escuchar allí, la siguiente confidencia:
- ¿Qué tal te va con Dalila en la cama? ¿Cuánto tiempo hace que estáis juntos? -
preguntó una joven enfermera del hospital-.
- Nos lo pasamos genial. Hace más de cuatro años que estamos juntos. Eso sí, en una
relación discreta, abierta y sin compromiso. -respondió un joven médico cubano-.
Así descubrió la doble vida de Dalila, y más tarde, que su hija pequeña no era suya. Ella
le abandonó y nunca le pidió perdón. A Teo se le partió el corazón, pero decidió seguir
amando a su hija pequeña y perdonar a su mujer para no envenenarse con el odio hacia
ella. Y al cabo del tiempo vivió la experiencia que narra Maeterlinck: «Para amar a una
persona y perdonárselo todo basta con contemplarla un rato en silencio. A veces vivimos
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durante muchos años al lado de otra persona y sólo la vemos de verdad en el momento
de sobrevenirle una desgracia.».
Algunas noches, su dolor le traía el recuerdo de Encarna, le despertaba la culpa por su
mal comportamiento con ella, le acrecentaba la necesidad de pedirle perdón… Y otras
noches, sin saber porque soñaba con ella, y su cara resplandecía y sonreía. Su alma
seguía amándola.
Pasaron 40 años, y Teo y Encarna no volvieron a verse ni a saber uno del otro. Pero el
Dios del Amor volvió a reunirlos en una fiesta sobre la movida madrileña. Él se acercó a
ella con cierto miedo. Temía ser rechazado o ignorado por ella. Pero sorpresivamente,
ella le sonrió y le dijo:
- ¿No me reconoces? Soy Encarna. ¿Qué tal estás? Qué alegría verte después de tantos
años. ¡No has cambiado!
- ¡Cuánto tiempo sin vernos! Me parece increíble volver a encontrarnos. Qué sorpresa
tan agradable. -le respondió Teo un poco nervioso-.
Después, se besaron y él la invitó a sentarse juntos en la comida. Y cómo si no existieran
los demás, hablaron confiadamente como cuando eran pareja. Se contaron sus vidas.
Se tocaron las manos y los codos. Se miraron con las miradas del corazón. Se
despidieron y se intercambiaron los teléfonos.
Una tarde, Teo llamó a Encarna y le dijo:
- Te he llamado para pedirte perdón. Hace años que deseaba hacerlo. Perdóname todo
el daño que te hice. Lo siento de corazón.
- Gracias. No me lo esperaba. Y mira que lo he deseado a pesar del daño que me hiciste.
-dijo Encarna llorando de alegría-.
- Gracias a ti por aceptar mi perdón. Tu acogida a mi persona lo ha hecho posible. Tu
perdón me libera de una culpa que me perseguía desde hace 40 años. Prometo sanarte
el dolor que te provoqué. -Respondió Teo temblando de emoción-.
Desde esa llamada, Teo se preocupó por Encarna. Se hablaron horas y horas por
teléfono. Se confiaron sus intimidades, proyectos, ilusiones, miedos… Y cuando llegó la
Navidad, fue una Navidad muy especial para los dos, porque Teo viajó desde Polonia al
aeropuerto de Jerez, donde le esperaba Encarna. Allí los dos se fundieron en un abrazo
de lágrimas, ternura y perdón…
La nochebuena se regalaron fotos de cuando se conocieron. Pasaron la mejor Navidad
de sus vidas. Encarna era feliz porque por primera vez en su vida le habían pedido
perdón y dado las gracias por su amor. Y Teo porque había sido capaz de practicar el
perdón bueno y agradecer el amor recibido.
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Esa Navidad, el Niño Jesús recordó cuando el
apóstol Pedro le preguntó: «”¿Cuántas veces tengo
que perdonar las ofensas que me haga mi
hermano? ¿Hasta siete veces?” Y Jesús le dijo: “No
te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces
siete”.» (Evangelio de Mateo 18, 21-22).
Ý al verlos tan felices, les sonrió por la amorosa
historia de pareja que comenzaban. Ahora,
Encarna y Teo, se amaban de verdad. Un amor
nacido del perdón y del darse las gracias por el
amor que se regalaban los dos.
El perdón bueno
«Especialmente grave es el perdón cuando la víctima le perdona la culpa al culpable
como si tuviera el derecho de hacerlo. Para lograr una reconciliación verdadera, el
inocente no sólo tiene el derecho de exigir la reparación y la expiación, sino incluso
tiene la obligación de hacerlo. Y el culpable no sólo tiene la obligación de llevar las
consecuencias de sus actos, sino también el derecho de hacerlo. (…) Existe el perdón
bueno que respeta la dignidad del culpable guardando, al mismo tiempo, la propia.
Este perdón exige que la víctima no lleve sus exigencias hasta el último extremo, y
que también acepte la recompensa y la expiación que el perpetrador le ofrezca. Sin
este perdón bueno no hay reconciliación posible.» (Bert Hellinger (2002): El centro se
distingue por su levedad. Herder, Barcelona, págs. 27-28).
El perdón como encuentro con el otro y consigo mismo
«“Perdón”, del latín vulgar, per-donare, dar totalmente, “dar” a alguien su deuda,
anular todas las deudas. (…) El perdón no es precisamente un valor de moda. (…)
Con el perdón, tanto si se pide como si se otorga, nos enfrentamos con el otro, pero
también con nosotros mismos en tanto que “otro”. (…) El perdón nos devuelve también
al presente vivo, nos libera del peso del pasado como de la angustia del futuro, porque
rompe la ley de la deuda, en una sociedad en la que está última lleva la batuta y en la
que todo está contado. (…) El perdón, dar a alguien el valor para reparar, y este valor
quizá sea una de las cosas que más nos falten, en una sociedad en la que nadie
repara nada, en la que se tira todo (y también a los demás, cuando dejan de ser útiles
o divertidos.» (Olivier Abel (1992): El perdón. Quebrar la deuda y el olvido. Catedra,
Madrid, págs. 11-13).