1. Una de las cuestiones teóricas actuales más relevantes, al mismo tiempo que más
controvertidas, en el estudio de la emoción es la existencia, o no, de emociones
básicas, universales, de las que se derivarían el resto de reacciones afectivas.
Dentro de este marco, son muchas las emociones que pueden experimentar los
seres humanos. Algunas han sido llamadas emociones primarias (miedo, ira,
alegría, tristeza, disgusto y sorpresa) y que van acompañadas de patrones de
conducta tales como respuestas faciales, motoras, vocales, endocrinas y
autonómicas hasta cierto punto estereotipadas, y que son reconocibles por encima
de diferencias culturales y raciales en los seres humanos.
Al mismo tiempo se distinguen otras muchas emociones como: envidia,
vergüenza, culpa, calma, depresión y muchas otras más que se denominan
emociones secundarias porque van asociadas a las relaciones interpersonales.
Unas y otras constituyen, sin duda, parte esencial de la vida, a la que confieren
sentido.
La asunción de la existencia de tales emociones básicas deriva directamente de
los planteamientos de Darwin (características expresivas de las emociones) y
significaría que se trata de reacciones afectivas innatas, distintas entre ellas,
presentes en todos los seres humanos y que se expresan de forma característica.
La diferencia entre las mismas no podría establecerse en términos de gradación
en una determinada dimensión, sino que serían cualitativamente diferentes.
En cambio, Ekman defiende la existencia de emociones básicas a nivel
fisiológico corroborado por la existencia de una serie de universales en la
expresión emocional demostrados transculturalmente, así como por un patrón
fisiológico que caracterizaría a cada una de ellas.
Las diferentes manifestaciones de actividad del sistema nervioso autónomo
estarían a la base de las conductas motoras apropiadas para las distintas
emociones, tales como miedo, ira o aversión. Tales emociones estarían
directamente relacionadas con la adaptación del organismo, y por lo tanto es
2. consecuente que tengan un patrón de actividad autonómica específica, no así
otras emociones tales como felicidad o desprecio.
La importancia de las variables psicofisiológicas arranca de la concepción de
William James de que la emoción aparece como consecuencia de la percepción
de los cambios fisiológicos producidos por un determinado evento. En el caso de
que no existan tales percepciones somáticas la consecuencia principal sería la
ausencia de cualquier reacción afectiva. Además, las emociones semejantes se
caracterizarían por un patrón visceral y fisiológico similar, bien es cierto que dando
pie a cierta especificidad individual.
Con el paso del tiempo y el uso de procedimientos y técnicas más sofisticados se
ha incrementado la probabilidad de conocer con exactitud el perfil psicofisiológico
asociado a cada emoción básica al pormenorizar cuales son las manifestaciones
particulares implícitas en la respuesta fisiológica de cada emoción junto a las
implicaciones del sistema nervioso central y el inmunológico.
Hablar de un proceso de valoración es remitirse a que cada emoción puede
definirse funcionalmente de acuerdo a un número de metas u objetivos centrales
que compartimos los seres humanos y que se asocian con un conjunto de
procesos de valoración, planificación y acción referidos a la consecución,
mantenimiento y recuperación de dichas metas u objetivos. Y las emociones
básicas son el resultado de los procesos idénticos de valoración que desemboca
en la emoción específica.
Y las emociones básicas son ira, miedo, tristeza, asco y alegría. Cada una de ellas
con aspectos fisiológicos, subjetivos, cognitivos y motoricos.