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EL
Henri Lefebvre
DERECHO A LA CIUDAD
' Prólogo de Mario Gaviria
-,---ory
ed iciones península*'*'
Prólogo .
Advertencia .
Industrialización y urbanización: primeras apro-
ximaciones
*Ja filosofía y la ciudad
Las ciencias parcelarias y la realidad urbana .
-.-.Filosofia de la ciudad e ideología urbanística
Especificidad de la ciudad: la ciudad y la obra .
Continuidades y discontinuidades .
Niveles de realidad y de análisis .
Ciudad y campo
En las proximidades del punto crítico
Sobre la forma urbana .
El análisis espectral
El derecho a la ciudad .
lndice
t23
15
17
45
55
59
ó3
69
77
87
91
l0s
113
¿Perspectiva o prospectiva? 141
La realización de la filosofía . 16l
.fesis.sobre la ciudad, lo urbano y el urbanismo . ló5
l.t¡ ctliei(rn ot.iginal Íi¿rncesa fue- publieada pt'r Editions Anthrop<l.;, de París, con
cl tltr¡lo t.e dri.,¡t u la ville. c¡ Editions Antlrropos. l9t'8.
'l rlrluccirin dc .1. Ci<lNzlt-lz - PUFYo
u-r if,;i
1..:, .'i '
1l
Cubierta de Jordi Fornas.
Primera edición: julio de 1969.
Segunda edición: octubre de 1973.
'l'cicera edición: febrero de 1975.
('uarta edición: junio de l9?8.
propiedad ¿e esia edición (incluidos la traducción y el diseiio de la cubierta)
tldicions 62 sla., Provenqa 278. Barcelona 8.
Irrtpreso en Lito-Fisan. Jaime Piquet 7. Barcelona.
I)t:p(rsito legal: B. 19495-1918.
I S llN : 84-297-09 I 6-9.
Prólogo
{,$ un ui o -ü"'j'
La aportación de Hcrll"i Lcfebvre a la teoría y critica
clo la viia urbana comienza a ser apreciada en su justa
,r*¿ia" por los estudiost-rs interesados en el tema' El pre-
,"ni" fiüto es el trabajo de r:eflexión crítica más impor'
tante desde tu upu.i.iO", hace más de-veinte aíros' de la
Carta de Atenas. S,lp"tu'y desborda el tuncionalismo de
i'sta; la obsesión opJracional de los.CIAM queda-yl u9-u"-
;";;;á;, urrti"rruau. Las consecuencias nefastas de la Car-
i"'t" pá*fben fisicamente en los barrios dormit'¡rios de
iut"gtu"á"s ciudades de todo el mundo'
Henri Lefebvre,-Lut*itto revisionista' como él se de-
fi";, ;; conocido pr:incipalmente por su trabajo anterior
^
iéSg, orientado principalmente a profundizar y expo-
ner los temas del pensamiento marxtsta que el stalinis-
mo había dejado ;^il;;;bra' El to"c"pto de Aliena-
ción, de Totalidad, i" f" forma burocrática' del fin del
Estaclo, el concepto J"-id"otogía' fueron por él sacados
a la luz sistemáticla;;"1;' Ahára bien' la reflexión- dia-
léctica en el caso de Lefebvre no se aparta de la realidad
en ningún -o.rr"rr*. E"a ti"tt'tpre alérta al peligro de la
"rp"""i""i¿"
*"tofiti*. Hasta -itud d" !9: años 50 reali-
,u-t*Uujo. de Socic¡logía Rural: La Vallée de Campan'
entre otros.
Impulsado por las dificultades de puesta en'.marcha
de una praxis marxista en la producción agraria' inte'
,..táo por el probl"rnu, no resuelto por los,t"t?l'r^*
extinción de la oposición entre el carn-po y, la cruoao'
el autor realiza trabajos directos sobre la realroaq
rural.
Según él mismo ha dicho en varias ocasiones' de ma-
,r""u-i la vez seria e irónica, poco a poco fue llegando a
i"
-"ott"trtión
de que la extilrción de las diferencias en'
trc lr.¡s campesinos y los habitantes ttrbanos llegaría por
dcsaparición de los primeros.
Bn Ios países buiocráticos de consumo dirigido todc
parece indicar que tenía razón. Esta realidad le fue lle
vando a interesarse por la vida urbana, por la ciudad, gi
gantesco laboratorio de la historia (Marx). A ello con-
iribuyó, al azar, la aparición de gas natural en la región
cle los Bajos Pirineoi Franceses. Junto al yacimiento de
Lacq la empresa pública decide crear la Ciudad Nueva
de Mourenx; alli se albergará la población laboral reque-
rida por la energía del substlelo. Lefebvre, gue ha nacido
y pasa los veranos a pocos kilómetros de allí, la ve surgir
Lntre los pinos de las faldas de la montaña que él cono'
ce palmo a palmo. Durante varios años va constantemen-
te á observui lu. innovaciones Que aparecen a medida que
se va construyendo y habitando el nuevo Mourenx' Han
pasado casi ties lusiros y la crítica a la ideología urba'
.rl.ti.u, a la tecnocracia áe lo urbano, es aquí planteada
con la máxima aproximación que permite la posesión de
conceptos extraídos de la tradición metodológica de
Marx.
A través del análisis crítico de la Carta de Atenas,
expuesto en los cursos de Sociología de la Vida Urbana
de la Universidad de Estrasburgo, Lefebvre desmonta al
final de la década del 50 el andamiaje teórico que justi'
ficaba los criterios de Planeamiento de las Grandes Urba-
nizaciones Francesas. La trampa de la Carta está en que
parte de una definición funcional de las necesidades hu-
manas que reduce caricaturalmente la vida' Esta es algo
más que habitar, trabajar, circular, cultivar el cuer-po y
el espíritu. El análisis funcionalista manifiesta su inca-
pacidad para alcanzar la totalidad. El homo urbanicus
es algo más complejo que cuatro necesidades simplistas,
las cuales dejan fuera el deseo, lo lúdico, lo simbólico, lo
imaginativo, entre otras necesidades por descubrir. Los
deseos ni siquiera se puede pensar en enumerarlos; son
ilimitados, surgen a medida que la sociedad desarrolla
las fuerzas productivas. Una vez simplificadas las funcio-
nes urbanas, los Arquitectos reunidos en los CIAM
6
c:stiman que el caos urbano es consecuencia de Ia mezcla
clc esas f^unciones. Para que la ciudad ideal estructural-
funcionalista sea perfectamente clara, ordenada y com-
prcnsible (es decii dominable) los autores de la Carta
rlcciden separar cada uno de los espacios en que se rea-
lizan dichás funciones. Ello darla algo que en principio
a todos'los ciudadanos puede parecer bien hasta que se
vcn los resultados práctico-sensibles' En una zona se tra-
baja, en otra se habita, en otra se compra, en otra se
apiende y divierte y entre todas ellas se circula constan-
tcmente, obsesivamente. La separación de funciones allí
clonde se ha llevado a rajatabla ha llevado a la destruc-
ción de la vida urbana. Lo más urbano, la calle, el cuar-
lo de estar de la ciudad, es odiado por la Carta' La calle
t:s peligrosa, nociva, multifuncional, tierra de todos y de
uuái", áebe desaparecer, dice la Carta' En adelante los ha-
bitanies irán de ningún lado a ningún otro por sendas
vcrdes y puritanas, decimos nosotros' La calle muere con
la uparicion del bloque abierto y la idea simplist-a de zo'
na unifuncional. A estas conclusiones críticas llega Le-
febvre en 1959: ha procedido con idas y venidas del con-
cepto a la realidad. La desaparición de un elemento de
la totalidad, la calle, modifica el sistema urbano' El em-
nleo de la dialéctica crltica, de conceptos teóricos, le lle-
va a tesis cada día más aceptadas. Está en eI buen ca-
mino; otros investigadores van a acompañarle' Asl,- Jane
Jacobs, trabajando a partir del análisis inductivo de ca-
sos particulaies y concretos de la realidad americana, va
ji"gá"ao u pu.".idu, tesis. Su libro, La vida y muerte de
lal grandei ciudades,* odiado por los urbanistas en ac-
tivol complementa desde el caso concreto lo que- Lefebvre
nu án.máao desde los conceptos generales y abstractos'
La autora expone un método de investigación: oCuan'
do se trata de comprender a las ciudades, creo que los
hábitos de pensamiénto más importantes son los siguien-
tes: a) p"ttiut siempre en estructuras en movimiento' en
* Publicado en el número 7 de esta misma colección' (Na
ta dcl Editor.)
procesos en curso; b) trabajar inductivamente, razonan-
do de Io particular a Io general, y no al revés; y c) bus-
car indicaciones o señales singulares, distintas a la gene-
ralidad y que hagan referencia a muy pocas cantidádes,
ya que ellas nos revelarán las cantidades "promedio" ma-
yores que están efectivamente operando.o Es un pequeño
manifiesto contra el estructuralisrno imperante
"n
la ro.
ciología urbana americana, por una persona que oficial-
mente no es ni sociólogo ni urbanista. No obstante, Jane
Jacobs tiene una insuficiencia metodológica con relación
a Lefebvre, que tal vez viene dada por la presión sociál
que cae sobre los intelectuales americanos: no hacer re-
ferencias a Ia estructura política y social americana. Esto
Io advierte desde las primeras páginas de su libro. Expo-
ne Ia inseguridad y el peligro de las grandes ciudaáes
americanas, donde hay zonas en que los habitantes se
sienten angustiados entre desconocidos. Esta dramática
situación tiene una historia, unas causas, pero Jane Ja-
cobs estima innecesario considerarlas: uEn las motiva-
ciones de Ia delincuencia y el crimen hay sin duda un
sustrato de profundas y complicadas presiones sociales.
En este libro no entraremos a especular sobre estas pro-
fi,rndas razones...> Durante toclo Ál capítulo e*pondrá un
profundo análisis de la calle, cuyos él".rr".rto, y funcio-
nes adecuadamente distribuidos pueden s".u.riir".
"oncierta probabilidad la seguridad. En nrr"riru opinión Ia
solución de los problemas sociales por el urbanismo no
es ni deseable ni posible. La autora publicaba su libro en
1961, v siete años después ha sido condenada a un mes
de prisión por manifestarse contra la guerra del Viet-
nam. Probablemente en sus nuevos trabáios Ie será más
difícil separar la forma urbana del contenido de las rela_
ciones entre los hombres.
En 1965 un estructuralista crítico como el arquitecto
Christopher Alexandre, publica su premiado e imprescin_
dible artículo La ciuclad no es tut drbol. A partir de la
teoría de los c_onjuntos llega a las mismas tesis que Le_
lebvre y Jane Jacobs. La crítica del urbanis-o -od"*oha llegado a un punto que expone muy bien Alexandre:
8
<Se reconoce hoy, en una escala cadavez mayor, que
ciertos ingredientes esenciales faltan en las ciudades ar-
tificiales. Comparadas con las ciudades antiguas, que han
adquirido la patina de la vida, nuestras tentativas mo-
dernas para crear ciudades artificialmente se han tra-
ducido en fracasos totales.,
Al hablar de artificiales se refiere el autor a ciudades
o barrios nuevos que han sido creados deliberadamente
por arquitectos y urbanistas, o sea, que han sido planea-
dos y ejecutados. Refiriéndonos al urbanismo español hay
que pensar principalmente en los barrios periféricos de
Ias grandes ciudades; ahí no puede decirse que la Carta
de Atenas se haya aplicado de manera sistemática ni ge-
neralizada. Hay muchos proyectos inspirados en ella,
pero construidos y ufuncionandoo no pasarán de un cen-
tenar de barrios e4 todo el país. La mayor parte de la
expansión del tejido urbano se ha hecho prolongando las
calles existentes o bien construyendo sin planeamiento
riguroso previo. Por ejemplo, el concepto de barrio y de
unidad de vecindad, etc.. no se aplica oficialmente hasta
la l,ey del Suelo en 1958 y el Plan Nacional de la Vi-
vienda en 19ó1. La mayoría de las expansiones urbanas
deian en España la planta baia libre para que sea ocu-
pada por otrcs usos que la vivienda. Esto, unido a su ele'
vada densidad, hace que la mayoría de los barrios nue-
r¡os españoles sean multifuncionales y rnás animados que
las grandes urbanizaciones franceses, por eiemplo. Claro
está, los problemas que se plantean por la falta de equi-
pamientos colectivos y los que se planteará,n por inexis-
tencia de un aparcamiento por vivienda, deberá ser teni-
do en cuenta a la hora de comparar. iQué prefieren los
usuarios? ¿Animación o equipamientos? Ahora bien, las
críticas de Lefebvre, Jacobs o Alexandel' se plantean al
verdadero nivel y rigor hoy necesarios, a nivel de la teo-
ria pura. Claro está, es difícil encontrar realizaciones cn
el rnundo en que todos los criterios funcional-estructura-
listas hayan sido aplicados. Por esta razón la crítica co-
mete una cierta reducción a la que hay que añadir el
factor de que tratándose de ciudacles nuevas, la historia
no ha podido todavía plasmarse en Ia forma urbana. No
obstante, hay ejemplos de urbanizaciones en que no fal-
tan los equipamientos: las New Towns inglesas. las
nuevas ciudades de Israel, Sarcelles en Francia (hoy ya
equipada casi enteramente). A pesar de los equipamien-
tos, Ia ausencia de vida urbana es bastante manifiesta.
Hay un eiemplo de construcción esmerada que es signi-
ficativo: la nueva ciudad israelí de Ashdod. Situada a
40 kilómetros al sur de Tel-Aviv, con puerto importante,
con verdaderas zonas industriales funcionando, con ex-
celentes playas, con zonas rigurosamente separadas, con
espacios verdes por doquier, con (estructura en árbol",
con todos los elementos que parece requerir una ciudad.
La hemos visitado acompañados de mister Perlstein, el
urbanista que la ha concebido v que la está realizando.
Ashdod tiene 10 años de vida física y carece todavía de
vida urbana. Sus habitantes van a buscarla a la síntesis
mundial de Dizenghof Road o a la divertida Alhenbi
Street en Tel-Aviv.
Efectivamente, es mtis fácil construir ciudades que vi-
da urbana. La separación funcional destruye la compleji
dad de la vida. Alexander concluye: "En todo objeto or-
ganizado, Ios primeros signos de destrucción inminente
son Ia subdivisión extrema y Ia disociación de elementos
internos.>
EI trabajo de Lefebvre no se detuvo en la crítica del
funcionalismo. A diferencia de los autores citados, plan-
tea Ia crítica de la ideología urbanística, que encubre una
estrategia de clase. nLa ciudad es la proyección de la so-
ciedad global sobre el terreno,, dice Lefebvre. Los con-
flictos entre clases y las contradicciones múltiples se
plasman en Ia estructura y forma urbana. Este plantea-
miento es analizado en detalle por Manuel Castells, so-
ciólogo español, en un artículo sobre bibliografía comen-
tada de Sociología Urbana aparecido en la revista <So
ciologie du Travail,,, París, 1957. El escrito, excelente, es
una pieza fundamental que pone en su justo valor la so-
ciología urbana empírica, carente de conceptos riguro-
sos y, sobre todo, de hipótesis imaginativas. persiste hoy
10
ttn conflicto abierto entre Ia sociología empírica y Ia
.sociología crítica. Lefebvre dice, en su libro Crítica urba-
tta de la vida cotidiana, "que la capacidad de investiga-
ción del sociólogo está ligada a su capacidad de invención
dc hipótesis,. Eso le lleva a valorar la Utopía como fuer-
za primordial para la imaginación racional. A la induc-
c'irin y deducción añade Ia transducción, proceso mental
(tue va de lo real (dado) a lo posible (virtual). A este
aspecto redescubridor de Ia imaginación, Lefebvre añade
la crítica, actitud bastante ausente de la sociología inte-
grada. No es posible nningún conocimiento en el cam-
po de las ciencias humanas sin una doble crítica, la de
la realidad a superar así como la de los conocimientos
adquiridos y de los instrumentos conceptuales del cono-
cimiento a adquiriro.
La aportación de Lefebvre a la crítica del urbanismo
sc halla, además de en este .libro aquí prologado, en tra-
bajos anteriores sueltos y dispersos. He aquí una recopi-
lación de los más interesantes:
uRevue FranEaise de Sociologier, Les nour)eaLrx ensenx-
bles. I. 7960.
<Revue Franqaise de Sociologie,r, Utopie experimentale,
pour ut7 nouvel urbanisme, París, 19ó1. II. 3.
nArchitecture d'Aujourd'huio, núm. 132, París, junio 19ó7.
nCahiers du Centre d'Etudes Socialisteso, núm. 72-73,
Parfs, septiembre 19ó7.
uScience et Avenir>, Une mutation: I'hontme des ttilles,
núm. 19ó, París, mayo 19ó3.
Stt'ucture, Forme, Fonction, Lausana, 1964.
uUtopie No. 2n (en prensa), La rechet'che interdisci,pli-
naire en urbanisme. Ed. Anthropos.
Les journées nationales d'études sur les parcs naturels
regionaux. Colloque de Lurs. Documentation Fran-
qaise. París, 1966.Intervenciones diseminadas a lo lar-
go del coloquio.
Prefacio al libro de Hauuonr y RavmoN L'habitat pa-
villonnaire, París, 196ó. Centre de Recherches en Ur-
banisme.
11
(:apitulcr VI de su libro Introductit¡n a Ia rnoderttité. É.di'
tions du Minuit, París, 19ó2.
Además existen textos rnuy interesantes cn los últimos
libros de Henri Lefebvre. La vida urbana es tratada prin'
cipalrnente en:
Position contre les teatocrates. É.d. Gonthier. París, 1967.
I-a vie quotidienne dans Ie ntr¡nde moderne. Ed. Gal-
Iimard; colección nldéeso, París, 19ó8'
Estamos realizando la recopilación de todos estos tra-
bajos dispersos, que será objeto de otro libro y que com-
pletará ciertos aspectos esquemáticamente tocados aquí.
La reflexión Ce Lefebvre está en permanente evolu-
ción, los conceptos son constantemente sometidos a crí-
tica a medida que la base práctico-sensible (ei centralis-
mo urbano, el tejido urbano) evoluciona.
La aplicación, a partir del capítulo I de El capital, de
l4arx, de los conceptos de Valor de Uso y de Valor de
Cambio a 1o urbano (considerado como una forma identi-
ficable a Ia mercancÍa) abre un camino ¡nr:y rico a la in'
vestigación. La segregación urbana considerada como
proyección sobre el tereno de la división social del tra-
bajo, muestra la imposibilidad de crear una sociedad
integrada por vías del urbanismo. El concepto de obra,
la apropiación de la ciudad como obra por el habitante
de la urbe, sigue las huellas de Hegel, el imprescindible,
que consideraba a la ciudad como obra total, "la más
bella obra de arte de la historia de la humanidad".
Et. derecho a Ia Ciu.dad expone una reflexión teórica
a partir de Francia, de París, que sirve de laboratorio
v atalaya de observación al sociólogo francés. Ahora bien,
ia realidad del lector de habla española difiere en algu-
nos aspectos, Ia escasa importancia que se da en el libro
a la Reforma Agraria en relación con la lteforma Urbana
(revolucionaria) no es significativa sino para ciertos paí-
ses como Francia. En España o en Hispanoamérica, Re-
forma Agraria y Urbana se plantean sirnultáneamente ha-
l2
t'it:ndo más compleja una praxis que necesariamente re'
sulta ambigua,
Iil concépto de oGhetto del Ocion con que Lefebvre
¡rone de manifiesto la especialización funcional del terri-
iolio a escala mundial, zonas de turisrno (las ciudades
.y urbanizaciones de alta rnontaña y mar), está insuficien-
rcrncnte desarrollado para el lector español. España, en
sus costas, ha generaclo una macroorganización especiali-
z¿rcla en el ocio europeo. Ello está en contradicción con
la economia urbana española. Mientras hay un nnillón de
i¡partamentos y residerlcia-s secundarias inocupados du'
rante diez meses al año, hay varios millones de españo-
lcs alojados en infraviviendas. Mientras está urbanizada
(luz, agua, pa,vimentación) la costa en urbanizaciones ina-
.'abables y
-sin
apenas edificaciones habitadas, las perife'
rias congestionadas de las grandes ciudades españolas,
habitada; por el proletariado, están sin alcantarillado,
¡ravimentación, esctrelas, etc... Estas y otras contradiccio'
¡rcs abiertas y conocidas de todos no son recogidas en
cste libro; al igual que la nacionalización del suelo, Le'
I'cbvre, las da por evidentesn no necesitadas de comen'
t¿rrio.
Su preocupación fundamental está a nivel de trans-
formación profunda y total de la vida cotidiana y de la
lorma y estructura urbana en.,que aquélia se habrá de
desarrollar necesariamente. La población mundial, la es-
pañola a plazo medio, será en su casi totalidad urbana.
llay que pensar que el número de españoles que viven e¡r
freas urbanas aumenta anualtnente en unos ó00.000. Ello
lleva consigo el uhacer ciudad, cada día. AIgo parecido
¿r hacer una ciudad nueva como Valencia cada año. Esto
puede durar quince o veinte años. La teoría y la tecni-
ca urbanística española no están capacitadas para llevar
a cabo Ia tarea con cierta armonía. El planeamiento ur'
bano es aparentemente fácil. Se dice cómo deben ser las
ciudades sin haber profundizado en el análisis de cómo
son.
A nivel de la práctica urhana se agrava la contradic-
ción entre las necesidades sociales crecientes que piden
l3
satisfacción en los equipamientos urbanos colectivos y
la implantación acelerada de una sociedad burocrática
de consumo dirigido, al menos en las grandes ciudades
españolas. El desarrollo desigual, los desequilibrios de la
nación, se agravan; en la mitad sur de España (coexls-
ten> los ghettos turísticos del ocio con el latifundio agra-
rio en el que perdura el subdesarrollo y la vida arcaica.
Estas y otras contradicciones no parece que puedan
ser resueltas por vía burocrática. El derecho a la vivien-
da, el derecho a la naturaleza, el derecho a la vida urba-
na para todos, acabarán siendo inscritos en los Derechos
Humanos.
Memo GevrRre
Cortes (Navarra), agosto 1968
t4 15
Advertencia
nl-as grandes cosas hay que callarlas o hablar
de ellas con grandeza, es decir, con cinismo e
inocencia... Tod¿r la belleza, toda la nobleza que
hemos prestado a las cosas reales o imaginarias,
las reivindicaré como propiedad y producto del
hombre...,
Fsoenrco NrsrzscHr
Este escrito tendrá una forma ofensiva, que para al-
gunos resultará incluso agresora. ¿Por qué? Porque muy
posiblemente todos los lectores tendrán en su mente un
conjunto de ideas sistematizadas o en vías de sistemati-
zación. Todos los lectores, cabe imaginar, estarán bus-
cando, o habrán ya encontrado, un usistemau' El Sistema
cstá de moda, tanto en el pensamiento como en las ter'
minologÍas y el lenguaje. Y, sin embargo, todo sistema
tiende a ensimism¿r la reflexión, a cerrar el horizonte.
Este escrito pretende romper los sistemas, y no para
substituirlos por otro sistema, sino pata abrir el pensa-
nriento y la acción hacia unas determinadas posibilida'
des, de las que mostraremos su horizonte y su ruta. El
pensamiento que tiende a la apertura sostiene bataila con-
tra una forma de reflexión que tiende hacia el forma-
lismo.
El Ilrbanismo está de moda; casi tanto como el sis-
tema. Las cuestiones y reflexiones urbanísticas transcien-
den los círculos de técnicos, especialistas, y de intelec-
tuales que se pretenden vanguardistas. A través de ar-
tículos periodísticos y escritos de alcances y ambiciones
distintas, pasan al dominio público. Simultáneamente, el
urbanismo se transforma en ideología y práctica. Y, sin
cmbargo, las cuestiones relativas a la ciudad y a la reali-
dad urbana no son del todo conocidas. No han tomado
todavía, en el nivel político, la importancia y el sentido
que tienen en el nivel del pensamiento (la ideología) y en
el de la práctica (mostraremos en páginas posteriores
una estrategia urbana que está ya en funciouamiento y en
;;;t; EsTe librito tó u" prop-one solamente pasar por
el tamiz de Ia
"r¡iicu
las ideólogías y actividades que
conciernen al urualismo' Stt objátivo consiste en intro'
ducir estos pr"ut"*ur-"" ru conciencia y pasarlos a los
programas Políticos.
De la situación leórica y prácti'ca' y de los problemas
-la
problem¿itica- rJati"ou a la ciudad v a la realidad
v p"ír^utrlaáJ"t a" la- vida urbana, para comenzar' adop-
taremos lo que u"iuno se denoÁinaba nuna visión de
caballero andante>.
t6
IICS 44
17
Industrialización U urbanización:
Pr¡rneras aProximaciones
Para presentar y exponer la "problemática
urbanao
sc impone un punt; de partida: el proceso de industria-
li,zacián. Sin lugar a duáas, este proceso es el motor de
las transformacione, de la sociedad desde hace siglo y
meclio. Distinguiendo entre inductor e inducido' podría-
mos situar cómo inductor al proceso de industrializa'
ción, y enumerar entre los inciucid<¡s a los problemas re-
lativoi al crecimiento y planificación, a las cuestiones
q"; ;;""i"rnen a la ciuáaá y al desarrollo de la realidad
,i.Uutu, y, Por último, a la importancia creciente del ocio
y de las cuestiones referentes a la uculturao'
Le industrialización caracteriza a la ciudad moderna'
Ello no implica irremisit'rlernente los términos de o socie-
áud i.tau.tialn, cuando se pretende definirla' No obstan-
te, aunque entre los efectos inducidos figuren Ia urbani-
zacón y la problemática de lo urbano, sin figurar entre
las causas o razones inductoras, hasta tal punto se acen-
túan las preocupaciones que estas palabras evocan que
podríamoi definir como sociedad urbana a la realidad so-
.iul t nuesrro alrededor. Esta definición reproduce un
aspecto de imPortancia caPital.
La industrillización nos ofrece, pues, el punto de par'
tida de la reflexión sobre nuestra época. Y ello porque
la ciudacl preexiste a la industrialización. observación
en sí perogrullesca pero cuyas implicaciones no han si-
do foimuládas plenamente. Las más eminentes creacio-
nes urbanas, lai obras más ohermosaso de la vida ur-
bana (nhermosas>, decimos, porque son obras, rnás que
productos), datan cle épocas ante¡iores a la 'industriali
zación. I{ubo, en efecto, la ciudad orientai (vinculada al
rnodo cle producción asiático), la ciudad antigua (griega
y romana, vinculada a la posesión de esclavos), y más
tarde la ciudad medieval (en una situación compleja: in-
sertada en relaciones feudales, pero en lucha contra el
feudalismo de la tierra). La ciudad oriental y la antigua
fueron esencialmente políticas; la ciudad medieval, sin
perder el carácter político, fue principalmente comercial,
artesana, bancaria. Supo integrar a los mercaderes, hasta
entonces casi nómadas, y relegados del seno de la ciudad.
Con los inicios de la industrialización, cuando nace
el capitalismo concurrencial, con la aparición de una
burguesla específicamente industrial, la ciudad tiene ya
una pujante realidad. En la Europa occidental, tras la ca-
si desaparición de las ciudades antiguas a lo largo de la
descomposición de la romanidad, la ciodad recupera su
empuje. Los mercaderes, más o menos errantes, eligieron
para centro de sus actividades lo que subsistía de los
antiguos núcleos urbanos. Inversamente, puede suponer-
se que estos núcleos degradados cumplierofl la función
de activantes en lo que restaba de economía de trueque,
sostenida por mercaderes ambulantes. En detrimento de
los feudales, las Ciudades, a partir del creciente exceden-
te de la agricultura, acumulan riquezas: objetos, tesoros,
capitale5 virtuales. Nos encontramos, pues, en estos cen-
tros urbanos, con una gran riqueza monetaria, obtenida
mediante la usura y el comercio. En ellos, el artesanado,
una producción muy distinta de la agricultura, prospera.
Las ciudades apoyan a las comunidades campesinas y a
la franquicia de los campesinos, sin vacilar, por otra par-
te, en sacar provecho a su favor. Son, en resumen, cen-
tros de vida social y política donde se acumulan no sólo
riquezas, sino conoclmientos, técnicas y obras (obras de
arte, monumentos). Este tipo de ciudad es en sí misma
obra y esta característica contrasta con la orientación
irreverqible al dinero, al comercio, al cambio, a los pra
dacfos.p,n efecto, la obra es valor de uso y el producto,
valor de cambio. p,l uso de la ciudad, es decir, de las
'calles y plazas, los edificios y monumentos, es la Fiesta
(que consume de modo improductivo riquezas enorrnes,
en objetos y dinero, sin otra ventaja que la del placer y el
prestígio/a
l8
Rcalidad compleja, cs decir, contradictoria. Las ciu.
d¡rtlcs medievales, en la. época á" ,r, apogeo, centralizan
lu
'iqueza;
los grandes diiigentes
"mpll"ñ
úp;;á;;;ürncnte gran parte de estas riquezas en la ciudid que do-
¡¡¡i¡lan. Al mismo tiempo, el cápitalismo comercial y ban-
r'¡¡r'io ha convertido, ya para enton"er, en móvil a la ri-(¡tcza, y ha constituido circuitos de cambio, ,"a". q"u
¡rr":r'rniten la transmisión del dinero. Cuando esta a pirulo. dc entrar-en juego la industrialización con el ;¿J;-¡¡.¡inio de la burguesÍa especifica (los <empresarioso), la
lit¡ucza ha cesado-de ser principalmente inmobiliaria. La
¡x'oducción agrÍcola no ei doninante, como no lo es la
r¡r¡¡robiliaria. Las tierras escapan a los f""áuI", ;;r; *,¿rr a manos de capitalistas urbanos enrique"ie;r- i;cl comercio, la banca, la usura. A consecuencia de eito,
lu a5esisd¿du en su conjunto, que comprends lu
"i"duá,cl campo y Ias instituciónes qui reglamentan las relacio_
r¡cs
-entre ambos, tiende a constituise como retículo d,e
riudade,s, con una cierh división del trabajo (té""i;;, ;t'i'l y políticamente) entre estas ciuda¿ei
"om""üd*l)or carreteras, vías fluviales y marítimas, relaciones cG.
¡¡rcrciales y bancarias. cabe imaginar que ra division áel
trabajo entre las ciudades ,ro ,"iíu t" Uarta"te p"j;r;;
't.¡'sciente
como para determinar asociaciones-
"rtubl",.y poner fin a ri'alidades y competencias. un sistema ur-
lrano.tal -uo llegó a instauiarse. Sobre la base ,r."rr"ioou¿u
sc c^rigió el estado, poder centralizado. Una ci"¿ud,ta"ray cfecto de es_ra particular centralidad, ú dei;;a;;-;;irupone sobre las otras: la capital.
Semejante proceso se desarrolla muy diferentemente
:i1_I^,"l¡1_tl"ryiul.Fr.u":ia y et país dá H""aÁ, r"j.-tcrra, .España.pa-Ciudad predomina pero sin embaieo
no es ya, como dn la Antigüedad,
"ciudad_estadoo.
podrá_
rurs distinguir pues tres términos: socieda¿, grtu¿o, ói,r-
tlad. En este sistema urbano, cada ciudad ti";;;;;;tituirse en sistema ensimismado, cerrado,
".rrpfo.. i"ciudad consgrva un carácter orgánico a" óo*"rfi¿uJ'o.,]
lc viene del pueblo: I que se tráduce
"; ü;E;;;"T;;corporativptla vida comunitaria (que comport¿ asam-
19
'r.t'
,
I
bleas generales y parciales) en nada impide las luchas de
;1.*" "ei-"onttuiió. ms violentos contrastes entre rique'
á-" oá¿"t, los conflictos entre poderosos y oprimidos'
; iññ ni la afección a la Ciudad ni Ia contribución
;;ü-;h belleza de la obra" En el marco urbano' las
ilh;; áe-fa"ciones, gmpos y clases refuerzan el senti-
mientodepertenencia.Losenfrentamientospolíticos.en"
tre el minuta popolo, el popolo grasso' Ia aristocracia u
otlgutqt iu, tienen la Ciudad como terreno, como empeño'
Esios g*pot rivalizan en amor a su ciudad' Los que
poseen-riqueza y poder, pol ju parte, se sienten conti'
nuamente amenarádos. Justifican su privilegio ante la
"."r""1á"¿
mediante suntuosos dispendios de su fortu'
,r"i á¿ifi"lor, fundaciones, palacios, embellecimjentos,
ii"rtrr. C."riene subrayar esta pararloja, este hecho his.
il.it" -"f esclarecido: las sociedades muy opresivas fue.
iá" r""u creadoras y rnuy ricas en obras' Ilfás tarde, la
"r"4""!"i0"
de productos reemplazó la producción
-
de
;b;r- ; rehciones sociales afectas a estas obras, sobre
to$ ; la ciudad. cuaúdo la explotación reemplaza a la
, onresión. la capacidad creadora desaparece. I-a nociÓn
'ro'i.*u de ucreación> se paraliza o degenera, miniaturi-

"¿"J"u"
en el .hacero y 1á oc.reatividad' (el uhágalo Vd.,'
.;-r J;,
"i".¡
gtto upo.tu argumentos para aptrntalar esta
il;-"rrtt¡udad y ta reatidad urbana son revelodoras de
;;l;; d" uso. El t¡alor de cambio,la generalización de,lu
i"r""i"i" por obru de Ia industrialización, tienden a des'
truir, subordindndosela, la ciudad y la realidad urbano'
r"togiot del valor de usó, gé¡menes de un predonúnio
virtual v de una revalorización del uso.
I-a ia;iór. de estos conflictos específicos se ejerce en
el sistema urbano que pretendemos analizat entre el
u"lo, de uso y el vaior de cambio¡ entre Ia movilización
de la riqueza (en dinero, en papel) y la inversión impro'
á""tiu" in la ciudad, entre la acumulación de capital y
su derroche en fiestas, entre la extensión del territorio
dominado y las exigencias de una organización severa
áe este teintorio que contorna la ciudad dominadora'
Esta ultima se protege contra toda eventualidad median
20
lc In or*"nización corporativa, que paraliza las iniciati-
v¡rs del capitalismo bancario y comercial. La organiza-
t'i<'rn gremial no reglamenta solamente un oficio. Cada
organización grerniai entra cn un sistema orgánico, el
sistcma gremial reglgmenta la repartición de actas y ac;
lividades eq$ esoacio urbano (calle y barrios) y el tiern,
¡ro urbanó'(horarios, fiestas). Este coniunto tiende a fi
iarse en uná estnrctura inmutable. De ahí resulta que
l;r industrialización supone la ruptura de este sistema
rrrbano. La industrialización implica la desestructura.
cirin de las estructuras establecidas. Los historiadores
(<lcsde Marx) han puesto en evidencia el carácter estan.
r'o de los gremios, Queda quizá por demostrar la tenden-
cia de todo ei sisterna urbano a una especie de cristali
znción y fi.iación. Allá donde este sistema se consolidó,
frubo un retraso del capitalismo y la industriaiización: en
Alemania, en ltalia, Retraso cargado de consecuencias.
Hav pues una cierta discontinuidad entre Ia naciente
iuclustria y sus condiciones históricas" No se trata ni de
l¡¡s mismas cosas ni de los mismos hombres. La extensión
nrodisiosa de los intercambios, de la economía moneta-
ria, de Ia producción de mercancías, del umundo de Ia
rnercancíao que resultaría de la industrialización, impli-
(:A una radical mutación. El tránsito del capitalismo co-
rnercial y bancario, así como el de la producción artesa-
nal a la producción industrial y al capitalismo compe-
titivo, viene acompañado de una crisis gigantesca que
Ira sido bien estudiada por los historiadores, salvo qui-
zás en lo relativo a Ia Ciudad v al "sistema urbanor.
La industria naciente tiende a implantarse fuera de
las ciudades. lo cual no constituve, por lo demás, una ley
absoluta: ninguna ley es completamente general y ab-
s<¡luta. Esta implantación de empresas industriales, en
rrn principio esporádicas v dispersas, depenclió de múlti-
¡rles circunstancias, locales, regionales y nacionales. por
ciemplo, la imprenta, al parecer, ha pasado de manera
lrelativamente continúa, en el marco urbano, del estadio
artesanal al empresarial. Lo contrario ocurre con las ac-
tividades textíIes, rninero-extractívas, y metalúrgicas. La
?l
industria naciente se instala cerca de las fuentes de ener'
gfa (rfos, bosques, más tarde carbón), de los medios de
iransporte (rlós y canales, más tarde ferrocarriles), de
Ias materias primas (minerales), de las reservas de mano
de obra (el artesanado campesino, los tejedores y herre-
ros, proporcionan una mano de obra ya cualificada)'
Estas circunstancias permiten aún en la actualidad,
en Francia, la existencia de numerosos centros textiles
(valles normandos, valles de los Vosgos, etc') que so-
breviven a veces difícilmente. ¿,rcaso no resulta notable
gue una parte de la metalurgia pesada esté establecida
en el valle del Mosela. entre dos antiguas ciudades' Nan'
cy y Metz, los únicos verdaderos centros urbanos de
esta región industrial?
Las ciudades antiguas son, al mismo tiempo, mer-
cados, fuentes de capital disponible, centros donde se
gestionan estos capitáles (bancos), residencias de los di
iigentes económicós y poiíticos, reservas de mano de
obra (es decir, los centros donde puede subsistir ese
uejército de reserva del proletariadon, como dice Marx,
que presiona sobre los salarios Y permite el incremento
áe la plusvalía). Además, la Ciudad, como el taller, per'
mite la concentración de los medios de producción (úti'
les, materias primas, mano de obra) sobre un limitado
espacio.
Como la implantación fuera de las ciudades no re-
sultara satisfacioria para los nempresariosn, la indus-
tria, cuando le es factible, se acerca a los centros ur'
banos. fnversamente, la ciudad anterior a la industria'
lización acelera el proceso, sobre todo en cuanto per-
mite el rápido incremento de la productividad. La Ciu-
dad ha desempeñado, pues, un importante papel en el
take off (Rostow), es decir, en el despegue de la indus-
tria. Las concentraciones urbanas han acompañado las
concentraciones de capitales en el sentido de Marx. A par-
tir de entonces, la industria produciría sus propios cen-
tros urbanos, es decir, ciudades y aglomeraciones indus-
triales ora pequeñas (Le Creusot), ora medianas (Saint'
Etienne), en ocasiones gigantescas (El Rhur, considera-
22I
I
rlo como (conurbaciónu). rnteresarfa considerar más am-
plinmente el deterioro de la centralidad y del carácter
rrrhano en estas ciudades.
EI proceso nos aparece ahora, para el análisis, en toda
xtr complejidad, complejidad que el término rindustria-
liznciónn apenas revela. Esta óomplejidad se manifiesta
e¡t cuanto se cesa de pensar, por una parte, a partir de
t'rrtegorías de,empresa y, por otra, a pirtir de cifras glo-
b¡rlcs de producción (tantas toneladas de carbón, d" ice-
rtr), s5 decir en cuanto la, reflexión distingue inductor de
lnclucido, al observar Ia importancia de los fenómenos
lnclucidos y su interacción con los inductores.
. " -industria puede prescindir de Iá ciudad antigua
(preindustrial, precapitalista), pero, para ello, debe colis-
lituir aglomeraciones en las que el carácter urbano se
rlcteriora. ¿No es quizá éste el caro de Estados Unidos
y América del Norte, donde las uciudadeso en el sentido
(lue se da a_ e-sta palabra en Francia y Europa son poco
numerosas (Nueva york, Montrea.l, San Francisco)? Sin
embarg,o, donde un retículo de antiguas ciudades pre-
existe, la industria lo toma al asalto. Se apodera del re
tfculo, lo remodela de acuerdo con sus necesidades. Asi_
rnismo, ataca a la Ciudad (a cada ciudad), le presenta
t'ombate, la toma, la arrasa. Adueñándose' de ios anti-
guos núcleos, tiende a romperla. Ello no impide Ia ex-
tcnsión del fenómeno urbano: ciudades y aglomeracio-
ncs, ciudades obreras, barrios periféricos (cJn el apén-
rlice de suburbios allá donde Ii industrialización no al-
c.anza a ocupar y fijar la mano de obra disponible).
Nos encontramos ante un doble proceso, o, si se pre_
ficne, ante un proceso con dos urpe"ios, indusírializaóión
y urbanización, crecimiento y deiarrollo, producción eco.
nómica y vida social. [,os dos (aspectosD d" ert" proceso
son inseparables, tienen unidad, pero sin embárgo el
proceso es conflictivo. Históricamente, entre la ."Jidad
rrrbana y Ia realidad industrial hay un vicylento
"froq"".FI proceso adquiere,- por su puit", una complejiáad
tanto mayor de aprehender cuanto que la indusiriali-
zación no sólo produce empresas (obreros y jefes ae em-
23
presa) sino oficinas diversas' centros bancarios y finan-
cietos, técnicos Y Políticos'-';;"';;;;"dialéctico dista de ser esclarecido v' pa-
,AJu*""te, dista de estar terminado' Todavía hoy pro'
voca situaciones .,problemáticas>' Aquí nos contenta-
mos con citar algunos ejemplos' En, Venecia' la poora-
;l¿; ;;;"; abanJona ta ciuáad por la aglom.eración.in-
dustrial (Mestre), que, sobre el continente' la cluplrca'
Esta ciudad entre üs'ciudades, una de las más hermo-
,u, q.r" las épocas preindustriales ¡os han legado-'-"-'t1á
amenazada no tantá por el deterioro material debido
al mar o al hundimiento del terreno cuanto por- el
J*oáo
-¿"
los habitantes' En Atenas, una industrializa-
ción relati',ru*"rrt"-
"ásiáerable
ha airaído a la capital
;lr^h;titantes de ciudades pequeñas, a los campesi-
nos. La Atenas modema no tiene nada en común con
la ciudad untiguu, rlc"bierta, absorbida' desmesurada-
mente extendidá. Los monumentos y lugares (ágora' acro-'
polis) que permiten reencontrar la ciudad antlgua solo
representan ya un lugar de- peregrinación estética y con'
sumo turístico. y, .in "mbutgo,
el núcleo org4nizativo
de la ciudad continú?-t'y p"á"'oso' Su contorno de ba'
rrios recientes y semisubuibios, poblados de personas
;;:;ñ;;r-y d"tooganiza-das, le confiere un poder ex'
orUit^ttté. La giganteña aglomeración casi informe per-
*itu'á io. por&-dor", de lós centros de decisión las peo-
;;;p.*u. politi"ut, sobre todo porqu-- la eco¡omía de
!ri" párt deplnde estrechamente de este circuito: espe-
;;l;"í¿; inmobiliaria, ucreación" de capitales po'r este
sistema, inversión de estos capitales en la construcción'
f-mi slcesivamente Es éste un circuito frágil que.en
óualquier instante puede romperse.y que define
,yl ':!-:
de uibanización sin industrialización, o con débll rnous-
trialización pero con una rápida extensión de la aglome-
ración y la especulación, so6re los terrenos y los jnmue-
bles. El circuito mantiene, así, una prosperidad ficticia'
Bt ftutt"iu, podríarnos citar numerosas ciudades que le-
cientemente han q""aua" sumergidas por la industriali-
zación: Grenoble, Dunkerque, etc' En otros ejemplos se
24
rl;r una masiva extensión de la ciudad y la urbanización
(cn cl sentido amplio del término) con poca industiali
z;¡<:ión. E,se seria el caso de Toulouse. E,se es el caso ge-
rrcral de las ciudades de América del Sur y Africa, cer'
cnclas por un contorno de suburbios. En estas regiones
v nafses, las estructuras aqrarias antiguas se disuelven
v los campesinos desposeídos o arruinados huyen a las
cir¡clades en busca de trabaio y subsistencia. Estos cam-
¡rt'sinos proceden de sistemas de explotación destinados
¡r <lesanarecer por el iuego de los pr.ecios mundiales, que
¡k:pende estrechamente de los países y <polos de cre-
t'imiento> industriales. Estos fenómenos deponden a su
vcr. de la industrialización.
En la actualidad, pues, se agudiza un proceso indu-
cido oue cabe denominar uimplosión-explosiónu de la
ciudad. El fenómeno urbano cubre una gran oarte del
tcrritorio en los grandes países industriales. Cruza ale'
rrcmente las fronteras nacionales: la Meealópolis de la
lirrrotla Cel Norte se extiende desde el Ruhr hasta el mar,
r: incluso hasta las ciudades inglesas y desde la región
parisina a los países escandinavos. Este territorio está
cr¡ntenido en un teiido urbano cada vez más tupido, aun-
(lue no faltan diferenciaciones locales ni un conside-
r'¡rble srado de división (técnica v social) del trabaio en
lrrs regiones, conglomeraciones v ciudades. Al mismo tiem-
lro, dentro de esta malla e incluso fuera, las concentra-
ciones urbanas s,e hacen gigantescas; la población se aba-
rrota alcanzando densidades inquietantes (por unidad
,le superficie o de habitación). Al mismo tiempo, tam-
bir5n, muchos núc,leos urbanos antiguos se deterioran, es-
tallan. I-os habitantes se desplazan hacia lejanas uerife-
riars, residenciales o productivas. En los centros urbanos,
las oficinas reemplazan a las viviendas. A veces (en los
Iistados Unidos) estos centros son abandonados a .,los po-
bresu, y pasan a conve,rtirse en ghettos para los desafor-
lunados. A veces, por el contrario, las personas de me-
.ior situación conservan fuertes posiciones en el cora-
zón de la ciudad (alrededor de Central Park, en Nueva
York; en Maráis, en París).
25
Examinemos ahora el teiido urbano' Esta metáfora
no es lo bastante clara. Más que un tejido desplega-
do sobre el territorio, estas palabras designan una cier-
i" ptotit"."ción biológica y una especie de red de mallas
desiguales que deja escapar a sectores más o menos
exteisos; aláeas o"pueblos, regiones enteras' Si estudia'
mos los fenómenos a partir de la perspectiva del cam'
po y de las antiguas estructur,as agrarias, podremos ana-
iir". ,r' movimiénto general de concentración: de la po-
üi""i¿" en los burgoJ y en las pequeñas o grandes ciu-
dades, de la propiedad-y de la explotación, de la organi-
zación de transportes á intercambios comerciales' etc'
Ello aboca a un tiempo al despoblamiento v a la pérdida
de lo caracterfstico óampesino en los pueblos' que con-
tinúan siendo rurales, perdiendo lo que constituyó la
antigua vida campesina: artesanado, pequeño comercio
locai. Los antiguos (modos de vidao se pierd-en-en el fol-
klore. Si analizamos el fenómeno a partir de'las ciuda-
d"r, ," observa la extensión no sólo de periferias densa-
,rr"ttt" pobladas sino de retículos (bancarios, comercia-
les e industriales) v de lugares de habitación (residencias
secundarias, espacios y lugares de ocio, gtc')'
Et tejido urbano púede distinguirse utilizando el con-
cepto dé ecosistema) unidad coherente constituida alre-
de'dor de una o varias ciudades, antiguas o recientes.
Pero esta descripción corre el riesgo de deiar al margen
r lo esencial. Eñ efect<i; el interes del 'tejido-urbánoo no
L
"" ;; ñi;; ;; Lorfología. Es el armazón de una omanerh
jde viviro más o menos-intensa o desagradada: la sociedad
i urbana.r-Sobre Ia base económica del ntejido urbanoo
*riparer$n fenómenos de otro orden, de otro nivel,
-el
de
la vida social y ocultural,,. La sociedad y la vida urbana,
conducidas por el tejido urbano, penetran en el
-campo'
Semejante manera de vivir implica sistemas de fines
y sistlmas de valores. Los elementos más conocidos del
,irt"-u urbano de fines son el agua, !a electricidad, el
gas (butano en el campo), acompañad". 991-
coche, la
ielevisión, los utensilios de plástico, el mobiliari,o nmo-
derrlou, lo que implica nuevas exigencias en lo relativo a
26
los nservicios>. Entre los elementos del sistema de va-
Iores, citaremos el ocio a Ia manera urbana (bailes, can-
c'iones), las costumbres, la adopción rápida de las mo-
clas. Y también, las preocupaciones por la seguridad, las
cxigencias de previsión relativas al porvenir; en resumen,
una racionalidad difundida por la ciudad' Generalmen-
lc, la juventud, un grupo de edad, contribuye activamen-
lcr a esta rápida asimilación de cosas y representaciones
vcnidas de la ciudad. Trivialidades sociológicas, si se
<¡uiere, pero que conviene recordar para mostrar sus im-
¡rlicaciones. Entre las mallas del tejido urbano, persis'
tcn islotes e islas de ruralidad npuran, territorios a me-
nrldo pobres (no siempre), poblados de campesinos de
cdad, omal adaptadosn, despojados de todo lo que cons-
tituyó la nobleza de la vida campesina en las épocas de
la más grande miseria y opresión. La relación nurbani-
clad-ruralidadu, no desaparece por tanto; por el contra-
rio: se intensifica. Ello ocurre incluso en los palses más
industrializados. Esta relación interfiere con otras re-
presentaciones y otras relaciones reales: ciudad y cam-
po, naturaleza y ficticidad, etc. Aquí y allá las tensiones
sc convierten en conflicto, los conflictos latentes se agu-
dizan; aparece entonces a plena luz lo que se ocultaba
bajo el "tejido urbano,.
Por otra parte, los núcleos urbanos no desaparecen,
roldos por el tejido invasor o integrados a su trafna.
Estos núcleos resisten, transformándose. Continúan sien'
do centros de vida urbana intensa (en París, el Barrio La-
tino). Las cualidades estétiaas de estos núcleos antiguos
desempeñan un importante papel en su mantenimiento.
No solamente contienen monumentos, sedes de institu-
ciones, sino espacios adecuados para fiesta5, desfiles, pa-t
seos, esparcimientog,*JEl"núcléo"urbano pasa a ser asíi
productE'clé óoiilumo de alta calidad para los extranjeros,{
turistas, gentes venidas de la periferia, suburbanos. Sc'i
brevive gracias a egla doble función; lugar de consumo y:
consumq de lugar.'iDe este modo, los antiguos centros en'
tran más ióncretaiilente en el cambio y el valor de cam-
bio sin perder valor de uso en razón de los espacios ofre-
27
ciclcs a actividades específicas. Fasan a ser centros de
consurno. El resurgirniento arqüitectónico y urbanístico
del cmtro comerciai sólo da uná versión mustia y mutila-
áa de lo que fue el núcleo de la ciudad antigua, .a
la vez
comercial, religioso, intelectual, político, económico (pro
ductivo). La náción y la imagen del centro comercial se
remontan en realidad a la Edad Media' El centro corner-
cial corresponde a la pequeña v mediana ciudad medie-
r"i. p".. hoy, el valoi de cambio se impone hasta tal
punto sobre el uso y el valor de uso que poco a poc-o su-
i.l*" este último.
"Esta
noción no tlene, pues, nada de
áriginal. La creación que corresponde a nuestra época' a
sus"tendencias, a su horizonte (amenazador), ¿es otra cos-a
-oi"
"l
centro de decisiones? Este centro, que reúne- la
io.L""i¿" v la información, las capacidades de organiza-
ción y de decisiones institucionales, aparece
."o1"-tl Pt::
vecto en vías de realización de una nueva c€ntralrdad' la
d,el poder. Conviene que concedam-os tra mayor atención a
"r-r"'-n""pto,
y a la práctica que denota y justifica'
Nos encontramos pues, en realidad' ante varios térmi-
nos (al menos tres) en complejas relaciones' detinibles
por oposiciones de término a término, pero no
^F:lio::
po,
"ituu
oposiciones. Tenemos mralidad y urbanrd-ad (la
lociedad uibana)' Tenemos ei teiido urbano' conductor
áe esta urbanidad, v la centralidad, antigua, renovada-o
nueva. De ahí una inquietante problemática' sobre todo
*"náo t" pretende pát"t del análi,sis a una síntesis' de
las experiencias a un proyecto (a lo (normativon)' ¿Es
nrecisó (pero, ¿qué siinifica este térrnino?) dejan proii-
ferar espontáneamente al tejido? ¿Conviene capturar es-
ta fuerza, orientar esta vida extraña, salvaje v ficticia a
a vez? ¿Cómo fortificar los centros? ¿Es útil? ¿Es ne-
cesario? Y, ¿oué centros, qué centralidad? ¿Qué hacer fi-
nalmente de las islas de ruralidad?
De este modo se entrevé, a través de los problemas
bien diferenciados y de la problemática de conjunto, /a
irisis de Ía ciud.ad. Crisis teórica y práctica. En la teoría,
el concepto de la ciudad (de la realidad urbana) se com-
po.t" á"'n"chos, representaciones e imágenes tomadas de
28
l¡r ciudad antigua (preindustrial, precapitalista), pero
('rt curso de transformación y de nueva elaboración. En
f ir práctica, el núcleo urbano (parte esencial de la imagen
y cl concepto de la ciudad) se 'resquebraja, y, sin embar-
go, se mantiene; desbordado, a menudo deteriorado, a
vcccs en descomposición, el núcleo urbano no ciesapare-
t'c. Si alguien proclarna su fin y reabsorción en la malla,
llcl'cnderá un postulado y una afirmación sin pruebas.
Asinrismo, si alguien proclama la urgencia de una resti-
trrción o reconstitución de los núcleos urbanos, continua-
r h sosteniendo un postulado y una af;rmación sincera,
¡rueva y bien definida, a la manera que el pueblo dejó na-
ccr la ciudad" Y, sin embargo, su reino parece acabar,
¿r no ser que se afirme aún más fuertemente como centro
tlc poder"..
Hasta ahora hemos mostrado el asalto de la industria-
lit,ación a la ciudad, y hemos esbozado un cuadro dramá-
tico de este proceso, considerado globalmente. Esta tenta-
tiva de análisis podría dejar creer que nos encontramos
;lute un proceso natural, sin intenciones, sin voluntades
l)cro, aunque algo hay de esto, una visién así quedaría
l¡'uncada. En un proceso semejante, intervienen activa-
rncnte, voluntariamente, clases o fracciones de ciases diri-
qcntes que poseen el capital (los medios de producción) y
controlan no solamente el empleo económico del capital
.y las inversiones productivas sino la sociedad entera,
nrcdiante el empleo de una parte de las riquezas produ-
t'idas en la ucultura>, el arte, el conocimi.ento, la ideolo-
gía. Al lado de los grupos sociales dominantes (clases o
lracciones de clases), o mejor aún, frente a éstos, está la
clase obrera: el proietariado, también él dividido en es-
lratos, en grupos parciales, en tendencias diversas, según
las ramas de industri.a, las tradiciones locales y nacio-
llales.
A mediados del siglo xrx, la situación es, en París,
aproximadaffrente la siguiente: la btrrguesía dirigente, cla-
se no homogénea, ha conquistado la capital de la lucha
de alto nivel. Como testimonio, aparecen todavía hoy
de rnanera sensible, el Marais: barrio aristocrático an-
29
r"es de la revolución (pese a la tendencia de la capital
v ¿" It gente rica a
'áerivar
hacia el oeste)' barrio de
iurii"", i residencias particulares. El tercer estado, en al'
;;""t ¡J."nas de añds, durante el período balzaquidno
:;^ñ"¿;. Jel barrio; un cierto número de magníficas
resiáencias desaparecen; otras, son ocupadas pof talleres'
tiendas; los paiques y jardines son reemplazados por
casas de vecindad, comercios y almacenes, y empresas'
ia flat¿aa burguesa, la avidez por ventajas visibles y
t*iUt", en las
"áU"r
se instalan en poco tiempo en lugar
ffl;b"lüzi y del lujo aristocrático-' Sobre los muros de
fufurui. pueden leerse las luchas de clases y el o-dio entre
clases, ia mezquindad victoriosa' Sería imposible hacer
más perceptiblé esta paradoja de la historia, que en
-par'
te esiapa u n¡ut*. Lá burguesía progresista, tomando a
,t.,
"t"ntu
el crecimiento económico, dotada de instrumen-
tos ideológicos aptos para este crecimiento racional que
va hacia li demoóraciá y reemplaza la opresión por la-ex-
plotación, no crea ya
"tt
cuanto clasq reemplaza
-la
obra
ior Lf práducto. Qúienes conservan el sentido de la obra'
"o-p.üdidos
novelistas y pintores, se consideran y so
sienien uno burgue5g5'. En lo que respecta, a los opreso-
,"r, u los amos áe sociedades anteriores a la democracia
buiguesa
-prÍncipes,
reyes, señores- y- emperadores-'
eilol sl tuvieron ei sentido de gusto de la obra, en pa-rti-
cular en el campo arquitectónico y urbanlstico' I-a obra
responde más al valoi de uso que al valor de cambio'
bespués de 1848 la burguesia francesa, sólidamente
asentaáa en la ciudad (París), posee en ella sus medios de
acción, bancos en el Estado, y no solamente residencias'
Pero la burguesía se ve cercada por la clase obrera' Los
campesinos
-acuden,
se instalan alrededor de las ubarre'
.rr,n, lu, puertas, la periferia inmediata. Antiguos obre-
ros (de los oficios artesanos) y nuevos proletarios pene-
tran hasta el corazón de la ciudad, habitan en ínfimos
alojamientos, pero también en casas de vecindad, en las
q,ré lor pisos lnferiores son ocupados por gente-de po'
sición holgada, y los superiores por obieros. En este
..desordenJ' los obreros arnenazan a los ya instalados,
30
¡religro que las jornadas de junio de 1848 evidenciaron,
y (luc sería confirmado por la Comuna. Se elabora, pues
vnir cstrategia de clase, que apunta a la remodelación de
lrr ciudad, prescindiendo de su realidad, de su vida propia.
l,ir vida de París adquiere su mayor intensidad entre
lfl48 y Haussmann: no la .,vida, parisinao, sino la vida
r¡¡'bana de la capital. Entonces entra en la literatura, en
f ir poesía, con una pujanza y unas dimensiones gigantes-
t ts. Luego, terminará. La vida urbana supone encuentros,
lr¡¡rfrontaciones de diferencias, conocimiento y reconoci-
ttticnto recíprocos (lo que se incluye dentro del enfren-
l¡r¡nicnto ideológico y político), maneras de vivir, pat-
/r'nrs que coexisten en la Ciudad. A lo laigo del siglo xrx,
lrr democracia de origen campesino cuya ideología ani-
r¡¡Ó a los revolucionarios, hubiera podido transformarse
c¡r democracia urbana. Este fue, y continúa siendo para
l¡r historia, uno de los sentidos de la Comuna. Como la
rlcrnocracia urbana amenazaba los privilegios de la nue-
va clase dominante, ésta irnpidió su nacimiento. ¿De qué
rrrirnera? Expulsando del centro urbano y de la ciudad
ruisma al proletariado, destruyendo la uurbanidado.
Primer acto. El barón Haussmann, hombre de este
l'lstado bonapartista que se erige por encima de la socie,
rltrd para tratarla cínicamente como botín (y no sola-
r¡¡ente como empeño de las luchas por el poder), reem-
¡rlaza las calles tortuosas pero vitales por largas aveni-
rlls, los barrios sórdidos pero animados por barrios abur-
grresados. Si abre bulevares, si modela espacios vacíos, no
Io hace por la belleza de las perspectivas, sino para (cu-
lrrir París con las ametralladoraso (Benjamin péret). El
t úlcbre barón no disimula sus intenciones. Más tarde, se
irgladecerá a Haussmann el haber abierto parís a la cir-
ctrlación. Pero no eran estos los fines y objetivos.del
uurbanismoo haussmanniano. Los espacios libres tienen
rr¡r sentido: proclaman a voz en grito la gloria y el po-
tlcrío del estado que los modela, la violencia que en ellos
¡lucde esperarse. Más tarde, se operan transvases hacia
otras finalidades que justifican de una manera distinta
los ajustes en la vida urbana. Debe advertirse que Hauss-
. -, ¡-r ." 4 ioJ
t,i u"E tl !' .k- r 3l
mann no ha alcanzado su objetivo. uno de los logros que
;i;;;" t" sentido a ia Comuna de París (1871)-fue el re'
;;;;; ñt la fuerza al centro urbano de los obreros re-
chazad'os a los arrabales y la periferia' su reconquista
¿e ta Ciudad, ese bien entre lós bienes, ese valor' esa
obra que les habla sido arrebatada'
Seiundo acto. El objetivo estratégico sería alcanza'
d. ;;?;;á muttiobra mucho más extensa y de-resulta"
dos aún más importantes' En la segunda mitad del si-
nit, o"ttottas iniluyentes.. es decir ricos, o l9-der93os,
;;J;;; ; ,tn tieápo, ideólogos unas veces (Le PIav)
de concepciones mu! marcadas pol.lu religión (católica
;;;;a;ti*te), hábil-es hombres políticos otras (pertene'
.iJ"*
^i-c"áiro-d"t"cha)
y que no constituyen por de-
;; ; grupo únic<¡ y coirerente, en resumen' algunos
,.notableJ", iescubren una noción nueva, cuyo éxito' es
¿*oir, su rlalización sobre el terreno, sería cuenta de la
iir nepturica. Los notables conciben el habitat.Ilasta en-
lqn6ss-uhabitaro era participar en una vida social' en una
"ot"""i¿u¿,
puebio o ciuclad. La vida urbana martifesta'
Uu
"rtu
c,atldad entre otras, este atributo. Se prestaba
a habitar, permitía a los ciudadanos habitar' De este mo-'
¿o, foi ,rioitul"t habitan mientrds salvan la tierra' mien-
iiuu
"tp"tun
a los dicses... mientras conducen su propio
ser en iu pr"r"*ución y eI consurno"''' Así habla del he-
"no
a" hábitar, poéticámente, el filósofo Heidegger- (Es-
ii¡s
"t
conférencZ.s, pp. 177-178). Las mismas cosas' fuera
vu ¿" la filosofía y-áe la poe¡ía, han sido dichas socio-
íágl;u*""te (en ei lengua¡e 99 lu prosa dei mundo)' A
nñ"r del sigl,o xrx, los Nótables aíslan una función' Ia
r"pu.u" del-conjunto extremadamente complejo que la
ciudacl era y continúa siendo, para proyectarll sobre el
i"ti""o, sin por ello restar relevancia a la sociedad' a la
q"" f"óifituri ,rrru ideología, una. práctica, signific¿"9g-
Ii de esta manera. Es cierto que los suburbios han sido
creados bajo ia presión de las circunstancias para respon-
der al ciego empuje (aunque motivado y orientado) d9
la industrial¿aciOn, al advenimiento masivo de campesi
nos canalizados hacia los centros urbanos por el <éxodo
32
rrrralr. La estrategia no ha orientado en menor medida
cstc proceso.
I|strategia de clases tipica, pero, ¿significa esto una
srrccsión de actos concertados, planificados, con un solo
objetivo? No. El carácter de clase aparece especialmen-
tc profundo, sobre todo, porque varias acciones concer_
lrrdas, alnque polarizadas sobre varios objetivos, han
rcnvergido hacia un resultado final. For descontado, to-
(los esos notables no se proponían abrir una vía a la es-
¡rcculación. Algunos de ellos, hombres de buena volun_
tad, filántropos, humanistas, dan muestra incluso de de-
scar lo contrario. Pero no por ello han frenado la movi_
lización de la riqueza inmobiliaria alrededor de la Ciu-
clad, el ingreso en el cambio y el valor de cambio, la res_
tricción de.. suelo y alojamiento. Ello, con las implicacio_
nes especulativas. No se proponían desmoralizar a la cla_
se obrera sino; por el contrario, moralizarla. Entendían
que implicar a los-obreros (indivíducs y farnilias) en
una jerarquía muy diferenciada de la que reina en la em_
presa,- la d-e propiedades y propietarios, casas y barrios,
sería benéfico. Querían atribuirles otra función, otrc, es-
tatuto, otros roles que los afectos a su condición de pro_
ductores asalariados" De este modo, pretendían asignar_
les una vida cotidiana mejor que la del trabajo. ni es_
t9 1nodo, imaginaron con el habitat el acceso a ia propie_
dad. Operación ésta de extraordinaric¡ éxito, p"r" u irr"sus consecuencias políticas no siempre hayan sido ias
que presumieran los promotores. Así sucede siempre que
es alcanzado un resultadcl, previsto o imprevisto, cónsciin_
te o inconsciente. Ideológica y prácticamente, la socie_
dad se orienta hacia probiemai distintos a los de la pro_
ducción. La conciencia social, poco a poco, va cesandó de
tomar corno punto de, referencia la producción, para cen_
trarse alrededor de la cotidianidaá, d"l consüno. Con
la implantación de suburbios se esboza un proceso, que
descentra la Ciudad. El proletariado, separaáo de la Ciu_
dad, terminará por perder el sentido de ia obra. Apartado
de los p"-di9f de producción, disponible a parr# d" ;;
sector de habitat para actividades ésparcidas, cleiará atro-
ftcs4l .3
fiar en su conciencia la capaciad creadora' La concien-
cia urbana va a disiParse'
Con la creación dll suburbio se inicia en Francia una
ori"rriu"iOt urbanística incondicional enemiga de la,Ciu-
áuá. puru¿oja singular. Durante decenas de años' bajo
f. irr-n"priUiica, alarecen textos autorizando y reglamen-
il¡; "t'r,rbutUio-áe
pabellones y las parcelaciones' Al-
rededor de la ciudad se instala una periteria desuroanr-
;;;t ,in
"-Uutgo
dependiente de la ciudad' En efec-
;;, l;t'"..tbrrrburr6"5o, los habitantes de las viviendas in-
ár"i¿""f* suburbanas' no cesan de ser urbanos incluso
;i ;i;;á"" "or,"i"n"iu'de
ello y se creen cercanos a la
"uitruf"t.,
el sol y la vegetación' Para subrayar la para-
á.:", p"¿ila hablárse dJ urbanización desurbanizante y
desurbanizada.
Esta extensión, precisamente por sus excesos' -se
fr"e-
nará a sí misma. Ei movimiento por ella desencadenado
rrrurt.a a la burguesía y a los estratos acornodados' que
instalan suburbios resiáenciales' El centro de la ciudad
;;-;;;i; en provecho de las oficinas' El conjunto comien-
r" ""tá"""s
a debatirse en lo inextricable' Pero el pro-
ceso aún no ha terminado.
Tercer acto. Después de la última guerra' todos ad-
"iert"n
que el cuadró se modifica en función de urgen-
"i".,
¿" iresiones diversas: crecimiento demográfico' el:n-
p":.j á" la industrialización, aflujo de provinciales a Pa-
ii* I-" crisis de alojamiento confesada, reconocida'- evo-
i""i""" hacia la catástrofe, con riesgos de agravar la- si'
i"u"iá" política todavía inestable' Las uurgenciaso des-
bordan üs iniciativas del capitalismo y de la empresa
nprivadan, que, por lo demás, no se interesa por la cons-
trucción u ü qú* considera insuficientemente rentable.
El Estado no puede ya contentarse con reglame-ntar las
p"t""f*i"""t i t" cónstrucción de complejos de pabe-
ifo".t. con lucirar (mal) qontra la especulación inmobilia'
ria. A través de urbanismos interpuestos, toma a su car-
g; f; construcción de alojamientos' Se inicia el período
i" iot (nuevos barrios autosuficientes> y de las <nue-
vas ciudadeso.
34
llt¡clrÍa decirse que la función pública asume lo que
Ir¡rsta cntonces entiaba en una ecottomía de mercado.
Slr¡ duda. Pero no por ello el alojamiento se convierte en
un scrvicio público. El derecho al alojamiento aflora,
¡rur' írsí decir, en la conciencia social. Se hace reconocer
rh' hccho, en la indignación que los casos dramáticos le-
virrrlan, en el descontento que la crisis engendra. Sin em-
lrirrg<), no es reconocido formal y prácticamente; es reco-
rror:ido, por el contrario, como apéndice a los nderechos
rlcl hombre". La,construcción que el Estado ha tomado a
ttll cargo no transforma las orientaciones y concesiones
ntkrptadas por la economía del mercado. Como Engels
nrrlicipara, la cuestión del alojamiento, incluso agravada,
¡rolíticamente sólo ha desempeñado un papel secunda-
r ro. Los grupos y partidos de izquierda se han limitado
¡r l'cclamar umás alojamientos>. Por otra parte, las ini-
r'rirl.ivas de los organismos públicos y semipúblicos no han
rirlo guiadas por una concepción urbanística, sino, sim-
¡rlcmente, por el propósito de proporcionar el mayor nú-
rrrero posible de alojamientos lo más rápidamente posi-
lrlc y al menor costo. Los nuevos conjuntos autosuficien-
It's estarán marcados por su carácter funcional y abs-
lracto. Hasta ese punto ha llevado Ia burocracia de Esta-
rlrr a su forma pura el concepto de habitat.
Esta noción, la de habitat, continuaba siendo <incier-
l¡r>. Los núcleos de pabellones individuales permitían va-
riantes, interpretaciones particulares o individuales del
lrabitat. Una especie de plasticidad permitía modificacio-
rrcs, apropiaciones. El espacio del pabellón
-cerca,
jar-
rfín, rincones diversos y disponibls5-, al habitarlo, per.
r¡ritía un marco de iniciativa y libertad limitada pero
rcal. La racionalidad estatal va hasta el extremo. En el
¡ruevo conjunto * el habitat se instaura en estado puro,
suma de presiones. El gran conjunto realiza el concepto
<le habitat, como dirían algunos filósofos, excluyendo el
habitar: la plasticidad del espacio, el modelamiento de
cste espacio, la apropiación de sus condiciones de exis-
* Conjunto: barrio autosuficiente.
35
tencia por los grupos e individuos' De este modo' la co-
;iát""tíJ "oto'pr"iu
funciones, prescripciog:t'
"*!l::
ü;i;*p" rígiáo que se inscribe y se significa en este
habitat.
El habitat del núcleo de pabellones l-ra proliferado' al-
rededor de París en las comunas suburbanas' extenolen-
d;á; ;""era desordenada el dominio edificado' Una so-
Ia ley rige este crecimiento urbano y no urbano a la vez:
iu
"Jp""-"f^ción
del suelo' Los intersticios dejados por
"rt"-ir""i*iento
sin vacíos han sido-colmados por los
Erandes coniuntos. A la especulación del suelo' mal com-
;;;id",-; uiu¿io Ia especi:lación de pisos cuando éstos
"r""
óU:"to de copropiedad' De este modo se asegura-
ü;;";ü áel valoi dé cambio la entrada del alojamien-
to en Ia riqueza mobiliaria y del suelo urbano' una vez
desaparecidas las restricciones'
=í;á;ii""
lu realidad urbana por la dependencill"t-
necto al centro, los núcleos periféricos son urbanos' Si se
ffiñ"-;i;;á"i "rU"""
por una relación perceptible.(le-
sible) entre centrutidud y periferia, los núcleos periféri'
:;;t,á"^á"oriuu"itudos.'y se puede afirmar que <la
"á"""p"iá"
urbarririi"an de los giandes conjuntos se ha
literalmente encarnizado con la ciudad y lo urbano p1ra
;;;iñ;;ñ- ro¿u'ru l"uii¿"¿ urbana nercenti!]e !9t:ll:]
hu á"rupurecido: calles, pla7a , monumentos' espaclos
sicnificativos. Hasta
"t "ufé
@l bistrot) ha suscitado el re-
;;fi;tt";il á"-lot <conjuntistas)), sY gustg-por.el asce-
,irÁá, ," reducción del irabitar al habitat. Ha sido pregi-
so oue fueran ttutiu-"ifin en su destrucción de Ia reali
i""¿=irtüJ"" t""tlur" para que aparezca la eriigencia. de
una restitución. Tímidu-"it", léntamente' hemos visto
entonces ,"upur""". Ll café, el centro comercial' Ia caile'
los equipa*ierrto,
-lla*ados
culturales' en resumen' al-
*to, elimentos de la realidad urbana'
"-;;
"ti"
*o¿o, el orden urbano se descompone en dos
ti;;; ;abellones y conjuntos.'-.Pero no h1v- sociedad
il ;rd"", significadó, perleptibilidad, legibilidad sobre
"i
t"r."tto. EI desorden-suburbano insinúa un orden: la
ó;;i;td de los sectores de pabellones v de los con-
36
frrntos, que salta a la vista. Esta oposición tiende a cons-
llluir un sistema de signi-ficaciones urbano incluso en la
rlt'surbanización. Cada sector se define (en y a través de
lu conciencia de los habitantes) por relación al otro, por
rrr contrariedad al otro. Los habitantes apenas tienen
t'onciencia de un orden interno en su sector, pero los re-
rirlcntes en los conjuntos se consideran y perciben nno
¡xrbcllonariosr. Y recíprocamente. En el seno de la opo-
rición, Ias gentes de los grandes conjuntos se instalan en
lt lógica del habitat y las gentes de los pabellones en lo
itrraginario del habítat Los unos guardan la organización
r';rcional (en apariencia) del espacio. Los otros, la pre-
scncia del sueño, de la naturaleza, de la salud, al margen
rlc Ia vida malsana v desagradable. pero la lógica áel
h¿rbitat sólo se per"ibe a tiavés de su relacióri con lo
irrraginario y. lo imaginario por su relación con la ló,.
, gica..Las personas se iepresentan a ii mismal a través
I rlt' aquello de lo que carecen o creen carecer. En esta
, rt'lación, lo imaginario ocupa la posición de fuerza." So-
: brcdetermina a la lógica: el hecho de habitar se percibe
'¡r,rr referencia a los pabellones, tanto en unos como en
()lros (las gentes de los pabellones añoran la ausencia i
rlt: uná lógica del espacio, mientras que la de los con-
irrntos acusan la falta de no conocer la alegría pabello
rraria). De ahí los sorprendentes resultados de las encues-
l¡rs. Más del 80 por ciento de los franceses aspiran al
rrloiamiento de vivienda individual y una considerable ma-
voría se declara <satisfecha" de los conjuntos. Un resul-'
l:rdo que aquf no interesa. Conviene tan sólo subrayar
r¡rre la conciencia de Ia ciudad y de Ia realidad urbani se
ttrofia tanto en unos como en otros, hasta su desapari-
t'i<'rn. La destrucción práctica y teórica (ideológica) de la
t'iudad no puede, por Io demás, evitar dejar un enorme
vacfo. Ello, sin contar los problemas administrativos, y
otros de más difícil solución, cada vez. para el análisii
crftico, el vacío importa menos que la situación conflic-
tiva caracterizada por el fin de la ciudad y la extensión
rlc Ia sociedad urbana, mutilada, deteriorada, pe¡o real.
Los suburbios son urbanos, en una morfologíá disocia-
i,
37
da, imperio de Ia separación y la escisión entré los ele-
mentos de Io q,r" il"
"'"udó
como unidad y simulta'
neidad.
Desde esta perspectiva, el análisis crltico puede dis-
ti";;;;* p"iioaot (qu,e n9 coinciden exactamente con
"l-i"""tt*
del drama de la ciudad en tres actos antes es-
bozado).
Primet período' La industria y,el Droceso de indus'
trialización asaltan o
-tit"if"" i" t*fi¿u¿ urbana plgelis-
tente, hasta ¿estruirla *"áUttt" la práctica v la ideolo'
gía y extirpu.fu ¿" lu realidad' I-a industrialización' lle
vada según una estrategia-f-e clase' se comporta como
ootencia negativa á"1" ?t"fia"'d urbana: la economía in'
dustrial niega lo social urbano'
Segundo petíoio (en parte- yuxtapuesto al primero)'
La urbanización se
"*ti"ttd"'
Lá sociedad urbana se ge-
neraliza.La realidJd;;ü;" se hace reconocer en su des'
;;;tó" y a través de esta misma destrucción' como rea-
lidad socio""orromiJ l"-d"t""b'e gue la sociedad total
corre el riesgo a" á"t"*ponerse si la ciudad y la centra-
lidad le faltan; h;-á;;;r;tecido un ,dispositiío
esencial
para la urbanizacfu;;d"tfi";áá a" la iroducción v del
consumo' se reinventa (no sin
Tetcer Período. Se reencuentra o
que la práctica
"
lu,
"o"""pciones
sufran su destrucción)
la realidad, r-,.U",t"] é" i"i"tttu restituir la centralidad'
iQuiere esto decir gue ha desapare-cido la estrategia de
clases? No es
"tr;
;"tpi;e"t"' se ha modificado' A las
;rg""; ""rrtruuáuá"t',
a la descomposición de los cen-
i** .*tituye ahora el centro de decisión'
De este ,ttoa"^"u"" t t""u"" la reflexión urbanlstica'
sucesora de un
"tUuttit*o
sin reflexión' Los amos' anta'
ño, reyes y p¡,'"ip"t' no tuvieron.necesidad de una teoría
urbanista otr^ "riU"ii"""t
t"t calles' Bastaba con la pre-
;tó";;"il""ul. ":"I"11
tol1e los amos' v también' con
la presencia de una'"ivilización y un estilo para que las
;oi;;;;;""¿*i"t-a"l trabajo- de este pleblg- se invir'
tieran
"r,
obrur. El-páríodo blrgués pondrla fin a esta
tradición milenaria. Al mismo tiempo' Áste perlodo aporta
38
t¡na racionalidad nueva diferente de la racionalidad ela-
lrorada por los filósofos desde Grecia.
La Razón filosófica proponía definiciones (discutibles,
¡reiro pivoteadas en razonamientos bien elaborados) del
Itornbre, el mundo. la historia, la sociedad. Su generali-
z¡¡ción democrática dio lugar acto seguido a un raciona-
lismo de opiniones y actitudes. Cada ciudadano tenla, o
sr: presumÍa que tenía, una opinión razonada sobre cada
hccho y cada problema que le concernla; esta sensatez
rt'chazaba lo irracional; una razón superior deberla salir
rlc la confrontación de ideas y opinio4es, una sabidurla
¡¡cneral incidente en la voluntad general. Inútil insistir en
las dificultades de este racionalismo clásico, ligadas a las
dificultades políticas de la democracia, las difióultades
prácticas del humanismo. Durante el siglo xrx, y sobre
lodo durante el xx, la racionalidad organizadora adquie-
rc forma, que opera a los diversos niveles de la realidad
s<¡cial. ¿Procede de la empresa y la gestión de las unida-
des de producción? ¿Nace al nivel del estado y la planifi-
c:ación? Lo importante es que constituye una razón analf-
ticallevada a sus últimas consecuencias. Parte de un aná-
lisis metódico de los elementos, lo más sutil posible (de
una operación productora, de una organización económi-
ca y social, de una estructura o una función). A conti-
nuación, subordina estos elementos a una finalidad. ¿De
clónde sale la firtalidad? iQuién la formula? ¿Quién la es-
tipula? ¿Cómo y por qué? Este es el fallo y la perdición
de este racionalismo operativo. Los que lo sostienen pre-
tenden d.educir la finalidad del encadenamiento de las
operaciones. Y, sin embargo, nada hay de eso. La finali-
tlad, es decir la totalidad y la orientación de la totali-
dad, se decide. Decir que proviene de las mismas opera-
ciones supone encerrarse en un cfrculo vicioso: la anate.
lnla analítica aparece entonces como su propio objetivo,
su propio sentido. La finalidad es objeto de decisión. Es
na estrotegra, justificada (más o menos) por una ideolo-
gía. EI racionalismo que pretende deducir de sus pro-
pios análisis el objetipo que estos análisis persiguen, es a
su vez una ideología. La noción de sistema recubre a la
39
de estrategía. Ante el análisis crítico'.el sistema se revela
estrategia, ," d"ru"ü t"*t
^á"átion
(finalidad decidida)'
proyecciones éstas ff;;;;;;;;;" de la sociedad en la
que tales decisione"s
"tit"i¿gi""t
han sido tomadas' Ya
antes hento, d"*o'i'uáo "¿áo
la estratesia de clases ha
orientado el análisis;; ;;; áL ta r""utidad urbana'
su destrucción Y su restitución'
Sin embarg., d;i;;i p""to de vista del racionalismo
t""ii"iri^, J?"r,tltua" 'obt"
el terreno de los procesos
examinados sólo representa un caos' En esa urealidado
;;;;b;*an de *u""'u crítica
-zonas
suburbanas y te-
;td";;L'a;o-y rli"t"ot subsistente5-' no reconocen estos
'.;:;.il;;u.'tá. "o"¿icic'nes
de su propia existencia' An'
te ellos aparecen
'¿lt-át"ttudicciórry-
desorden' Tan sólo
Ia razón dialéctica, ;;;1;l;, puede áominar (por el pen'
samiento reflexionairt";-;;;G práctica) procesos múlti'
il*-l;, n"tadójicamente, contradictorios'
¿Cómo poner otá"" én esta confusión ca6tica? De es'
te modo plantea J;I-;a el racionalismo de la or'
l""irá"i¿ti;;t; desoiden no es normal' ácómo instituir'
lo baio título ¿" *iÁ-n nlrmalidad? Inconoebible' Es'
i: ;;##;-;';;ñ;'l Éf
'*ái"o
de la sociedad moder'
na ve en sí al *ái; del espacio social enfermo' ¿Con
qué finalid"di ¿.Ou"- remedioi La coherencia' El raciona'
lismo insta*rará oie;**;;á lu
"oh"tt'cia
en la realidad
;;;i;; i; q"" tut"tt" 1' q"" se ofrece a su acción' Es'
te racionalirtu
"oi.""- "i*rí"ü"
de no advertir que la co-
ü;";;;;.r,ru fo'mu, Y, Pór tanto.' más que
"tt
q1'
'uo
medio, q.r. t"r*i,'l';'1o'''i't"m'tizar la lógica del ha'
bitat, subyacente ut d"totd"n e incoherencia aparentes'
que va a tomar tüto f""'o de partida de sus actuacio'
nes coherentes ha]cü li "ttt"t"""ia
de lo real' De hecho'
;;h^t;;;-;;t"h;l;i"a o unitaria en la reflexión urba'
na, sino varias t""a"nliut aprehendibles por su relación
a este rucionalisál-áp"tá"io"ul' Entre eitas tendencias'
unas se afirman en cóntra, otras ¿ favor del racionalis'
;;, ;i-d; trlevan a formulaciones, extremas' Ello inter'
fiere con tu t*rra",ii" l"""t"t de los -que
se ocuroan. d¡
urbanismo u
"o
*Áprád". más que lo que pueden tra'
4A
rtucir en términos de operaciones gráficas: ver, sentir
bnio la punta del lápiz, dibujar.
Se distinguirá pues:
a) El urbanismo de los hombres de buena volunta{
(rrquitectos, escritores). Sus reflexiones y sus proyectos
irnplican una cierta filosofía. Generalmente, están vincu-
lrrclos a un humanismo: al antiguo humanismo clásico y
libcral. Ello no va exento, sin embargo, de una buena do.
sis de nostalgia. Se quiere construir ua escala humanau
¡rara ..los hombresr. Estos humanistas se presentan a un
ticmpo como médicos de la sociedad y creadores de rela-
<'i<rnes sociales nuevas. Su ideologia, o, meior aún, su
i<lcalismo, con frecuencia procede de modelos agrarios,
(lue su reflexión ha adoptado de manera irreflexiva: el
¡lreblo, la comunidad, el barrio, el Ciudadano, al que se
rlotará de edificios cívicos, etc. Se pretende copstruir edi-
f icios y ciudades (a escala humana,', (a su medidau, sin
.'oncebir que en el mundo moderno el uhombreo ha cam-
biado de escala y que la medida de antaño (pueblo, ciu-
tlad) se transforma en desmedida. En el meior de los ca-
s<rs, esta tradición aboca a un formalismo ladopción de
modelos que no tienen ni contenido ni sentido) o a un ¿s-
teticismo (adopción de antiguos modelos por su belle
za, que se arroian como pasto para saciar los apetitos
rle los consumidores,
b) El urbanismo de los administradores vinculados
al sector público (estátal). Este urbanismo se cree cien-
lffico. Se funda, ya sobre una ciencia, ya sobre investi-
raciones que se pretenden sistemáticas (pluri o multidis-
ciplinarias). Este cientifismo que acompaira a las formas
cfeliberadas del racionalismo operativo tiende a descui-
clar lo que llaman <factor humanou. También él está divi-
clido en tendencias. A veces, a través de una ciencia sg,
meiante, una técnica se impone, convirtiéndose en pun-
to de partida; generalmente, se trata de una técnica de
circulación, de comunicación. Se extrapola a partir de una
ciencia. de un análisis fragmentario de la realidad con-
siderada. Las informaciones o las comunicaciones son op
timizadas en un modelo. Este urbanismo tecnocrático v
ü ü il:¡i.3.'l
4I
sistematizado, con sus mitos y su ideologia (a sabeJ, Ia
primariedad de la técnica), no dudarla en arrasar lo que
queda de la Ciudad para dejar-sitio a los automóviles'
á lu,
"om,roicacionei,
a las'informaciones ascendentes
y descendentes. Los modelos elaborados sólo puede'n en-
iru,.
"r,
la práctica tachando de la existencia social las
mismas ruinas de lo que la Ciudad fue.
A veces, por el contrario, las informaciones y los co-
nocimientos-anallticos procedentes de diferentes ciencias
son orientados hacia una finalidad estética' Pero se con'
cibe menos una vida urbana a 'partir'de infarmaciones
s;obre la sociedad que una centralidad ürbana que dispon-
ga de informaciones facilitadas por las cimcias de Ia
íociedad..'Estos dos aspectos se confunden en la concep-
ción de los centros di decisión, visión globa! ésta en la
que el urbanismo, ya unitario a su manera, aparece vlncu-
fááo u una filosofá,
"
,rtu concepción de la sociedad' a
,rtru
"tt.utegia
política (es decir a un sistema global y
total).
"l
El urbanisrno de-los promotores' Estos c-onciben
u ."áúr"" pára el mercado, óon propósitos de lucro' y
ello sin diJimularlo. Lo nuevo y reciente es que ya no
venden alojamientos o inmuebles, sino urbanismo' Con
á- r- i¿".ltgía, el urbanismo se convierte en valor de
cambio. El proyecto de los promotores se presenta co-n
l,rs ali"ient"t d" lugar v ocasión privilegiados: -lugar
de
dicha en una vida cotidiana milagrosa y maravillosamen'
i" i.urrrfo.-ada. Lo imaginario del habitat se inscribe en
U f¿gi"" del habitat y sir unidad da una práctica social
.rrre ño tiene necesidad de sistema. De ahí esos textos pu'
blicita:.'ios ya famosos y que merecen pasar- a la posteri-
dad porqué en ellos la publicidad pasa a ideología' Pa¡-
ly ff '".tti"ndra un ttt"uó arte de viviro, un <nuevo-estilo
áe vida"l La cotidianidad parece un cuento de hadas'
*Colgar el abrigo en el vestíbulo de la entrada Y. Ja más
ügeró, salir a sirs asuntos después de haber confiado los
,.,íRor'a los Jardines de Infancia de la galería, reunirse
con las arnigas, tomar algo juntas en el drugstare"'> He
aqul realizaáa la imagen de la alegría de vivir' La socie'
42
dad de consumo se traduce en órdenes: orden de sus
elementos sobre el terreno, orden de ser felices. Este
es el marco, el decorado, el dispositivo de vuestra feli-
cidad. Si no sabéis aprovechar la ocasión de aceptar la
felicidad que se os ofrece para hacer vuestra felicidad,
es porque... ¡Inútil insistir!
A través de las diversas tendencias se perfila una €s-
trategia global (es decir, un sistema unitario y un urba-
nismo ya total). Unos harán entrar a la sociedad de con-
sumo dirigida en la práctica y la concretizarán sobre el
terreno. Construir¡in no sólo centros comerciales sino
centros de consumo privilegiados: la ciudad renovada.
Impondrán, haciéndolo .legible", una ideología de la fe-
licidad gracias al consumo, y la alegría gracias al urba-
nismo adoptado a su nueva misión. Este urbanismo pro.
grama una cotidianidad generadora de satisfacciones
(sobre todo para las mujeres que aceptan y participan).
El consumo programado y cibernetizado (previsto por
los computadores) se convertirá en regla y norma para
toda la sociedad. Otros, edificarán los centros decisio-
nales, concentrando los medios de poder: información,
formación, organización, operacióD. O, también, repre-
sión (coacciones, entre ellas la violencia) y persuasión.
(ideologla, publicidad). Alrededor de estos centros, en
orden disperso, de acuerdo con las norrnas y presiones
previstas, se repartirán sobre el terreno las periferias, la
urbanización desurbaniza&a. Todas las condiciones se
reúnen asl para un dominio perfecto, para una refinada
explotación de la gente, a la que se explota a un tiempo
como productores, como consumidores de productos, co.
mo consumidores de espacio.
La convergencia de estos proyectos arrastra los ma-
yores peligros. Plantea'políticamente el problema de la
sociedad urbana. Es posible que de estos proyectos naz-
can nuevas contradicciones que estorben la convergencia.
Si se constituyera una estrategia unitaria y ésta tuviera
éxito, nos encontraríamos quizás ante lo irreparable.
43
La filosoffa g la ciudad
Después de esta puesta en perspectiva y de esta ovi-
sión de caballero andante> conviene cargar el acento
sobre algunos aspectos determinados, algunos problemas
cspecíficos. El punto de partida para dar al análisis un
criticismo radical, para profundizar en la problemática
urbana, será la filosofía. Lo que, sin duda, sorprenderá
a muchos. Y, sin embargo, a lo largo de las páginas pre-
cedentes, ¿acaso no ha sido ya frecuente esta referencia
a la filosofía? No se trata de iresentar una-t'ilosofía de Ia
ciudad, sino, por el contrario, de refutar semejan te ac-
titud, devolviendo al conjunto de las filosofías su lugar
cn la historia. Nuestro propósito está en presentar un
proyecto de síntesis y totalidad que la filosofía como
tal no puede realizar. Después de esto, vendrá el examen
de Io analítico, es decir, de los esclarecimientos o recor-
tes de la realidad urbana por las ciencas parcelarias. Al
rechazar proposiciones sintéticas basadaS sobre los re-
sultados de estas ciencias especializadas, particulares y
parcelarias, estaremos en condiciones de planfear mejor
-en términos políticos- el problema de la síntesis. A
lo largo de este recorrido, reencontraremos rasgos que
ya han sido significados, problemas que ya han sido for-
muiados, y que reaparecerán con una claridad mucho
mayor. En particular, la oposición enh:e valor de uso (la
ciudad y la vida urbana, el tiempo urbano) y valor de
cambio (los espacios comprados y vendidos, la consu-
rnición de productos, bienes, lugares y signos) nos apa-
recerá en toda su desnudez. i
Para la mediación filosófica que buscaba una totali-
dad mediante la sistematización especulativa, es decir
para la filosofía clásica, desde Platón a Hegel, la Ciudad
fue, mucho más que un tema secundario, un objeto en-
45
tre otros. Los lazos entre el pensamiento filosófico y la
vida urbana se descubren claramente a la reflexión, sin
que por ello desaparezca la necesidad de explicitarlos.
Para los filósofos y para la filosofía, la Ciudad no fue
una simple condición objetiva, un contexto sociológico,
un dato exterior. Los filósofos han upensadoo la Ciudad;
han llevado al lenguaje y al concepto la vida urbana.
Dejaremos de lado las cuestiones que plantean la ciu-
dad óriental, el modo de pi-oducción a'siático, las re'
laciones uciudad-campo" dentro de este modo de produc-
ción y, finalmente, la conformación, con base a todo esto,
de las ideologías (filosofías). Consideraremos únicamente
la ciudad antigua (griega o romana) de la que parten las
sociedades y las civilizaciones llamadas uoccidentales>.
Esta ciudad generalmente resulta de un gi-ggqi-qglg, es
decir de la reunión de varios pueblos o triL'rñ-ésiátileci'
dos sobre un territorio. Esta unidad permite el desarro-
llo de la división del trabajo y de la propiedad mobilia'
ria (dinero) sin destruir, no obstante, la propiedad co'
lectiva, o mejor aún, ucomunitaria" del suelo; de este
modo, se constituye una cornunidad en cuyo seno una
minoría de ciudadanos libres ostentan el poder frente a
los otros miembros de la ciudad: mujeres, niños, escla-
vos, extranjeros. La ciudad vincula sus elementos aso-
ciadós a la forma de propiedad comunal (upropiedad pri-
vada común>, o <<apropiación privativa") de los ciudada'
nos activos, que se oponen a los esclavos. Esta forma de
asociación constituye una democracia, pero los elemen-
tos de esta democracia están estrechamente jerarquiza-
dos y sometidos a las exigencias de unidad de la ciudad
misma. Es la de,mocracia de la no libertad (Marx). A lo
largo de la historia de la ciudad antigua, la propiedad
privada pura y simple (de dinero, suelo, esclavos) se con-
solida, se concentra, sin abolir los derechos de esta ciu-
dad sobre el territorio.
La separación de la ciudad y el campo tiene lugar
entre las primeras y fundamentales divisiones del tra-
bajo, con la repartición de los trabajos según sexos y
edades (división biológica del trabajo), con la organiza'
46
cir'¡n del trabajo según los instrumentos y las habilidades
(rlivisión técnica). La división social del trabajo entre la
r'ir:dad y el campo corresponde a la sepa¡ación entre el
lrabajo material y el trabajo intelectual, y, por consiguien-
lc, cntre lo natural y lo espiritual. A la ciudad incumbe
rl trabajo intelectual: funciones de organización y direc-
ci<in, actividades políticas y militares, elaboración del co-
rrr¡cimiento teórico (filosofía y ciencias). La totalidad se
tlivide; se instauran separaciones; entre ellas la separa-
t'ión entre Physis y Logos, entre teoría y prácticd, y, yd
rfcntro de la práctica, las separaciones entre praxis (ac-
ción sobre los grupos humanos), póiesis (creación de
obras), téchne (actividad armada de técnicas y orientada
hacia los productos). El campo , a la vez realidad práctica
.y representación, aportaría las imágenes de la naturale-
za, del ser y de lo original. La ciudad aportaría las imá-
gcnes del esfuerzo, de la voluntad, de la subjetividad, de
la reflexión, sin que estas representaciones se disocien
de actividades reales. De la confrontacién de estas imá-
genes nacerían grandes simbolismos. Alrededor de la ciu-
dad griega, por encima de ella, el cosmos se configura,
como espacios ordenados y luminosos: jerarquía de lu-
gares. La ciudad italiota tiene por centro un agujero sa-
grado-maldito, frecuentado por las fuerzas de Ía
-muerte
y- de la vida: tiempos tenebrosos de esfuerzos y pruebas,
el mundo. En la ciudad griega triunfa, no sin licha, el
espíritu apolíneo, el símbolo luminoso de la razón que
c¡rdena. Por el contrario, en la ciudad etrusco-romina
triunfa el lado demoníaco de lo urbano. pero el filósofo
y la filosofía intentan (in-ventar) o crear la totalidad.
El filósofo no admito la separación; únicamente no con-
cibe que el mundo, la vida, la sociedad, el cosmos (y más
tarde la historia) no puedan constituir un Todo.
La filosofía nace, pues, de la ciudad con la división
del trabajo y sus múltiples modalidades. La filosofía, a
su vez, se convierte en actividad propia, especializada.
Pero, sin embargo, no recae en lo parcelario. De hacerlo,
se confundiría con la ciencia y las ciencias, también ellas
nacientes. De la misma manera que el filósofo rehúsa
47
entrar en las opiniones de los artesanos, soldados, poll
ii"ár, r""haza lás razones y argumentos de los especia-
ii;ñ. 5,, ittt"t¿t fundamental ! su fin es la Totalidad'
i"u."t"¿u o creada por el sistema, a saber, Ia unidad de
pensamiento y ser, de discurso y acto, de naturale'9..y
i"ff-á*i0", de mundo (o cosmos) y realidad humana' ElIo
no excluye, sino que por el contrario incluye, la medita-
ción sobie:las diférencias (entre el Ser y el pensamiento'
entre lo que viene de la naturaleza y lo que viene de la
ciudad, eic.). Como dijera Heidegger, el Logos (elemen-
to, medio, mediación y, para los filósofos y la vida urba'
na, fin) fue simultáneamente: poner delanteu reunir y co-
ger, para luego recoger y recogerse, hablar y decir, ."*p*
i"t. io reunión es la cosecha ó incluso su cumplimiento'
*Se buscan las cosas y se las devuelve. Allá domina la
puesta en abrigo teguio, y con ésta domina a su vez el
cuidado de conservir... iu-"ot"cha es en sí y anticipada-
mente una selección de aquello que necesita un abrigo
seguro.D De este modo, la cosecha es a un tiempo pen'
slmiento. Lo que reunido, es puesto en reserva' Decir es
el acto captadb que reúne. Eilo supone la presencia de
.alguienrr,-ante, p-or y para quien se enuncia el ser de lo
q,rJ hu sido así iográaó. Esti presencia se produce en Ia
claridad (o, como Heidegger d-ioe, en la uno ocultaciónu)
(Véase Essais et confériices, le Logos, pp' 25I y s') La
Ciudad ligada a la filosofía reúne, pues, en y por su lo-
gos, las riqr.t"tut del territorio, las actividades dispersas-y
iá"'p"ttottus, la palabra y loá escritos (de los -que
cada
uio anticipa el recoger y la recolecta). Hace simultdneo
lo que,
"tt-"I "u*po,
y dé acuerdo con la naturaleza, ocu'
rre y transcurre, se reparte según ciclgs y ritmo.s' 4t",*:
y pono bajo su guarda <todoo. Si la filosofía y la ciudad
rJtt uto"iádas dé este modo en eI Logos (la Razón) n-a-
ciente, ello no acontece dentro de una subjetividad a la
manera del cogito cartesiano. Si constituyen un siste-
ma, no Io hacen de la manera habitual ni en la acep-
ción corriente del término.
A esta unidad primordial de la forma urbana y de su
contenido, de la forma filosófica. y de su sentido, vienc
48
¿r añadirse la organización de la Ciudad misma: un cen-
tro privilegiado, núcleo de un espacio político, sede del
Logos y regido por el Logos ante el que los ciudadanos
son (igualesu, teniendo las regiones y las delimitaciones
de espacio una racionalidad justifrcada ante el Logos (pa-
ra y por él).
EI Logos de la Ciudad griega no puede separarse del
Logos filosófico. La obra de la ciudad se continúa y se
concantra en la obra de los filésofos, la cual recoge las
opiniones y avisos, las obras diversas, las reflexiona en
una simultaneidad, y reúne ante estos filósofos las dife-
rencias en una totalidad: lugares urbanos en el cosmos,
tiempos y ritmos de la ciudad en los del mundo (e inver-
samente). Y cuando la filosofÍa lleva la vida urbana, la
de la Ciudad, al lenguaje y al concepto, incurre en una
historicidad superficial. En verdad, la ciudad como emer-
gencia, lenguaje, mediación, sale a la luz teórica gracias
al filósofo y a la filosofía.
Después de esta primera exposición del vínculo inter-
no entre Ciudad y F-ilosofía saltamos a la Edad Media
occidental (europea). En la Edad Media, el proceso par-
te del campo. La Ciudad romana y el Impeiio han iido
destruidos por las tribus germánicas, al mismo tiempo
comunidades primitivas y organizaciones militares. De
esta disolución de la soberanía (ciudad, propiedad, rela-
ciones de producción) resulta la propiedad feudal del
suelo; los siervos reemplazan a los esclavos. Con el rena-
cimiento de las ciudades nos aparece, por una parte, la
organización feudal de la propiedad y de la posesión del
suelo (manteniendo las comunidades carnpesinas una po-
sesión costumbrista y los señores la propiedad que más
tarde se denominaría <eminenter) y, por otra, una orga-
nización corporativa de los oficios y de la propiedad ur-
bana. Esta doble jerarquÍa, aunque dorninada en sus ini-
cios por la propiedad señorial del suelo, contiene la con-
dena _de esta propiedad y de la supremacÍa de la riqueza
inmobiliaria. De ahí, un conflicto profunCo, esenciaf a la
sociedad medieval. ..La necesidad de asociarse contra el
pillaje de los caballeros, a su vez asociados, la falta de
HCS 44 .4 49
mercados comunes en una época en la que lo industrial
era artesano, Ia concurrencia de siervos que' tras su lrDe-
iu"iOtt, afluían a las ciudades en las que las riquezas cre'
;;;;;i;
"tganización
feudal total, hicieron nacer las cor-
poracionesl Lo, p"q,reños
-capitales
lentamente economi'
iados por artesanoi aisladosl v b estabilidad del núme'
;; ¡; Sstos en el seno de una población creciente' desa-
rrollaron el sistema de compañeros y aprendices, Io que
estableció en las ciudades una jerarquía seme3ante a^la
á"f
"u-po'u
(Marx) En estas
-condiciones'
la filosofía
""-¿"
subordinada a la teología: la filosofía abandona
ü_- _"¿iá"ión sobre la ciudad. El filósofo (teólogo) re-
lle*iottu sobre Ia doble ierarquía y la conforma' respe-
;¡; o descuidanclo los conflictos' Los símbolos y no-
;iÑ relativos al cosmos (espacio, jerarquía de las dis-
tancias en ese espacio) y al mundo (ndeveniru- de Ias
r"Utiu""iut acabaáas, jerárquías en el tiempo' descenso
á caída, ascensión o redenci-ón) desdibujan Ia.conciencia
de la ciudad. A partir del momenlo donde no hay ya dos
sino tres jerarquías (la feudalidad de la tierra' la orga-
tirá"iott órpoiativa, el Rey y su aparato de Estado)' la
reflexión recupera una diménsión crítica., EI filósofo y la
iil,osofia, no teniendo ya que optar entre el diablo y ei
Señor, se reencuentran. Pero, pese a ello' la filosofía no
reconócerá su vínculo con la cludad' Este racionalismo'
""t"
u o"" la subida del capitalismo (comercial y.ban-
iu.io, luigo industrial) va acompañada de la del raciona-
lismó, esé racionalismo prende, bien en el Estado' bien
en el individuo.
En el apogeo de la elaboración filosófica (especulati'
va, sistemáti*, contemplativa), para Hegel, la .unidad
""i."
i" c.sa párfecta, alaber la ciudad griega, y la ld.ea'
o,r" u.tittt" a ia sociedad y al Estado, ha sido irremedia-
ülemente truncada por él devenir histórico' En la so-
ciedad moderna, el Estado se subordina sus elementos y
materiales y por tanto la Ciudad' Esta, no obstante' den-
tro del sistema total, permanece como un cierto subsis'
tema, filosófico-político, junto con el-sistema de las nece'
ri¿"J*t, el de lós derechos y los deberes, el de la fami-
50
lia y los estados (oficios, corporaciones), el del arte y
la estética, etc.
Para Hegel, la filosofía y lo ureal, (práctico y social)
no son, e, mejor aún, han dejado de ser, exteriores el uno
nl otro. Las separaciones desaparecen. La filosofía no se
contenta con reflexionar (sobre) lo real, con intentar la
conjugación de lo real y lo ideal; se realiza realizando lo
ideal: lo racional. Lo real no se contenta con dar pretex-
to a la reflexión, al conocimiento, a la conciencia. Y, a
lo largo de una historia que tiene un sentido
-que
tie-
ne esté sentido-, se convierte en racional. De este modo,
lo real y lo racional tienden el uno hacia el otro; cada
uno por su lado, marchan hacia su identidad (así reco-
nocida). Lo racional es esencialmente la Filosofía, el sis'
tema filosófico. Lo real es la sociedad y el Derecho y
el Estado, que cimienta el edificio coronándolo. En el Es-
tado moderno, por consiguiente, el sistema filosófico se
convierte en real; en la filosofía de Hegel lo real se pre'
senta como racional. El sistema tiene doble faz: filosó'
fica y política. Hegel sorprende el movimiento histórico
de este paso de lo racional a lo real e inversamente. Es'
clarece la identidad en el instante mismo en que la histo-
ria la produce. La filosofía se realiz¿. En Hegel, como
Marx advirtió, se da a un tiempo devenir filosofía del
mundo y devenir mundo de la filosofía. Primera conse'
cuencia: imposible ya la escisión entre filosofía y rea'
lidad (histórica, social, política). Segunda consecuencia:
el filósofo pierde toda independencia; realíza una fun'
ción pública, como los otros funcionarios. La filosofía
y el filósofo se integran (por mediación del cuerpo de
funcionario y la clase media) en esta realidad racional
del Estado, p€ro no ya en la Ciudad, que fue solamente
Cosa (perfecta, es cierto, pero cosa desmentida por una
racionalidad más elevada y más total).
Es sabido que Marx ni refutó ni rechazó la afirmación
hegeliana esencial, la de que la"filosofía se realiza. El fi'
lósofo ha perdido su derecho a la independencia frente a
la práctica social, en la que se inserta. Existen claramente
devenir-filosofía del mundo v devenir-mundo de la filo-
51
{}tttd,ii?
 el-derecho-a-la-ciudad
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el-derecho-a-la-ciudad

  • 1. EL Henri Lefebvre DERECHO A LA CIUDAD ' Prólogo de Mario Gaviria -,---ory ed iciones península*'*'
  • 2. Prólogo . Advertencia . Industrialización y urbanización: primeras apro- ximaciones *Ja filosofía y la ciudad Las ciencias parcelarias y la realidad urbana . -.-.Filosofia de la ciudad e ideología urbanística Especificidad de la ciudad: la ciudad y la obra . Continuidades y discontinuidades . Niveles de realidad y de análisis . Ciudad y campo En las proximidades del punto crítico Sobre la forma urbana . El análisis espectral El derecho a la ciudad . lndice t23 15 17 45 55 59 ó3 69 77 87 91 l0s 113 ¿Perspectiva o prospectiva? 141 La realización de la filosofía . 16l .fesis.sobre la ciudad, lo urbano y el urbanismo . ló5
  • 3. l.t¡ ctliei(rn ot.iginal Íi¿rncesa fue- publieada pt'r Editions Anthrop<l.;, de París, con cl tltr¡lo t.e dri.,¡t u la ville. c¡ Editions Antlrropos. l9t'8. 'l rlrluccirin dc .1. Ci<lNzlt-lz - PUFYo u-r if,;i 1..:, .'i ' 1l Cubierta de Jordi Fornas. Primera edición: julio de 1969. Segunda edición: octubre de 1973. 'l'cicera edición: febrero de 1975. ('uarta edición: junio de l9?8. propiedad ¿e esia edición (incluidos la traducción y el diseiio de la cubierta) tldicions 62 sla., Provenqa 278. Barcelona 8. Irrtpreso en Lito-Fisan. Jaime Piquet 7. Barcelona. I)t:p(rsito legal: B. 19495-1918. I S llN : 84-297-09 I 6-9. Prólogo {,$ un ui o -ü"'j' La aportación de Hcrll"i Lcfebvre a la teoría y critica clo la viia urbana comienza a ser apreciada en su justa ,r*¿ia" por los estudiost-rs interesados en el tema' El pre- ,"ni" fiüto es el trabajo de r:eflexión crítica más impor' tante desde tu upu.i.iO", hace más de-veinte aíros' de la Carta de Atenas. S,lp"tu'y desborda el tuncionalismo de i'sta; la obsesión opJracional de los.CIAM queda-yl u9-u"- ;";;;á;, urrti"rruau. Las consecuencias nefastas de la Car- i"'t" pá*fben fisicamente en los barrios dormit'¡rios de iut"gtu"á"s ciudades de todo el mundo' Henri Lefebvre,-Lut*itto revisionista' como él se de- fi";, ;; conocido pr:incipalmente por su trabajo anterior ^ iéSg, orientado principalmente a profundizar y expo- ner los temas del pensamiento marxtsta que el stalinis- mo había dejado ;^il;;;bra' El to"c"pto de Aliena- ción, de Totalidad, i" f" forma burocrática' del fin del Estaclo, el concepto J"-id"otogía' fueron por él sacados a la luz sistemáticla;;"1;' Ahára bien' la reflexión- dia- léctica en el caso de Lefebvre no se aparta de la realidad en ningún -o.rr"rr*. E"a ti"tt'tpre alérta al peligro de la "rp"""i""i¿" *"tofiti*. Hasta -itud d" !9: años 50 reali- ,u-t*Uujo. de Socic¡logía Rural: La Vallée de Campan' entre otros. Impulsado por las dificultades de puesta en'.marcha de una praxis marxista en la producción agraria' inte' ,..táo por el probl"rnu, no resuelto por los,t"t?l'r^* extinción de la oposición entre el carn-po y, la cruoao' el autor realiza trabajos directos sobre la realroaq rural. Según él mismo ha dicho en varias ocasiones' de ma- ,r""u-i la vez seria e irónica, poco a poco fue llegando a i" -"ott"trtión de que la extilrción de las diferencias en'
  • 4. trc lr.¡s campesinos y los habitantes ttrbanos llegaría por dcsaparición de los primeros. Bn Ios países buiocráticos de consumo dirigido todc parece indicar que tenía razón. Esta realidad le fue lle vando a interesarse por la vida urbana, por la ciudad, gi gantesco laboratorio de la historia (Marx). A ello con- iribuyó, al azar, la aparición de gas natural en la región cle los Bajos Pirineoi Franceses. Junto al yacimiento de Lacq la empresa pública decide crear la Ciudad Nueva de Mourenx; alli se albergará la población laboral reque- rida por la energía del substlelo. Lefebvre, gue ha nacido y pasa los veranos a pocos kilómetros de allí, la ve surgir Lntre los pinos de las faldas de la montaña que él cono' ce palmo a palmo. Durante varios años va constantemen- te á observui lu. innovaciones Que aparecen a medida que se va construyendo y habitando el nuevo Mourenx' Han pasado casi ties lusiros y la crítica a la ideología urba' .rl.ti.u, a la tecnocracia áe lo urbano, es aquí planteada con la máxima aproximación que permite la posesión de conceptos extraídos de la tradición metodológica de Marx. A través del análisis crítico de la Carta de Atenas, expuesto en los cursos de Sociología de la Vida Urbana de la Universidad de Estrasburgo, Lefebvre desmonta al final de la década del 50 el andamiaje teórico que justi' ficaba los criterios de Planeamiento de las Grandes Urba- nizaciones Francesas. La trampa de la Carta está en que parte de una definición funcional de las necesidades hu- manas que reduce caricaturalmente la vida' Esta es algo más que habitar, trabajar, circular, cultivar el cuer-po y el espíritu. El análisis funcionalista manifiesta su inca- pacidad para alcanzar la totalidad. El homo urbanicus es algo más complejo que cuatro necesidades simplistas, las cuales dejan fuera el deseo, lo lúdico, lo simbólico, lo imaginativo, entre otras necesidades por descubrir. Los deseos ni siquiera se puede pensar en enumerarlos; son ilimitados, surgen a medida que la sociedad desarrolla las fuerzas productivas. Una vez simplificadas las funcio- nes urbanas, los Arquitectos reunidos en los CIAM 6 c:stiman que el caos urbano es consecuencia de Ia mezcla clc esas f^unciones. Para que la ciudad ideal estructural- funcionalista sea perfectamente clara, ordenada y com- prcnsible (es decii dominable) los autores de la Carta rlcciden separar cada uno de los espacios en que se rea- lizan dichás funciones. Ello darla algo que en principio a todos'los ciudadanos puede parecer bien hasta que se vcn los resultados práctico-sensibles' En una zona se tra- baja, en otra se habita, en otra se compra, en otra se apiende y divierte y entre todas ellas se circula constan- tcmente, obsesivamente. La separación de funciones allí clonde se ha llevado a rajatabla ha llevado a la destruc- ción de la vida urbana. Lo más urbano, la calle, el cuar- lo de estar de la ciudad, es odiado por la Carta' La calle t:s peligrosa, nociva, multifuncional, tierra de todos y de uuái", áebe desaparecer, dice la Carta' En adelante los ha- bitanies irán de ningún lado a ningún otro por sendas vcrdes y puritanas, decimos nosotros' La calle muere con la uparicion del bloque abierto y la idea simplist-a de zo' na unifuncional. A estas conclusiones críticas llega Le- febvre en 1959: ha procedido con idas y venidas del con- cepto a la realidad. La desaparición de un elemento de la totalidad, la calle, modifica el sistema urbano' El em- nleo de la dialéctica crltica, de conceptos teóricos, le lle- va a tesis cada día más aceptadas. Está en eI buen ca- mino; otros investigadores van a acompañarle' Asl,- Jane Jacobs, trabajando a partir del análisis inductivo de ca- sos particulaies y concretos de la realidad americana, va ji"gá"ao u pu.".idu, tesis. Su libro, La vida y muerte de lal grandei ciudades,* odiado por los urbanistas en ac- tivol complementa desde el caso concreto lo que- Lefebvre nu án.máao desde los conceptos generales y abstractos' La autora expone un método de investigación: oCuan' do se trata de comprender a las ciudades, creo que los hábitos de pensamiénto más importantes son los siguien- tes: a) p"ttiut siempre en estructuras en movimiento' en * Publicado en el número 7 de esta misma colección' (Na ta dcl Editor.)
  • 5. procesos en curso; b) trabajar inductivamente, razonan- do de Io particular a Io general, y no al revés; y c) bus- car indicaciones o señales singulares, distintas a la gene- ralidad y que hagan referencia a muy pocas cantidádes, ya que ellas nos revelarán las cantidades "promedio" ma- yores que están efectivamente operando.o Es un pequeño manifiesto contra el estructuralisrno imperante "n la ro. ciología urbana americana, por una persona que oficial- mente no es ni sociólogo ni urbanista. No obstante, Jane Jacobs tiene una insuficiencia metodológica con relación a Lefebvre, que tal vez viene dada por la presión sociál que cae sobre los intelectuales americanos: no hacer re- ferencias a Ia estructura política y social americana. Esto Io advierte desde las primeras páginas de su libro. Expo- ne Ia inseguridad y el peligro de las grandes ciudaáes americanas, donde hay zonas en que los habitantes se sienten angustiados entre desconocidos. Esta dramática situación tiene una historia, unas causas, pero Jane Ja- cobs estima innecesario considerarlas: uEn las motiva- ciones de Ia delincuencia y el crimen hay sin duda un sustrato de profundas y complicadas presiones sociales. En este libro no entraremos a especular sobre estas pro- fi,rndas razones...> Durante toclo Ál capítulo e*pondrá un profundo análisis de la calle, cuyos él".rr".rto, y funcio- nes adecuadamente distribuidos pueden s".u.riir". "oncierta probabilidad la seguridad. En nrr"riru opinión Ia solución de los problemas sociales por el urbanismo no es ni deseable ni posible. La autora publicaba su libro en 1961, v siete años después ha sido condenada a un mes de prisión por manifestarse contra la guerra del Viet- nam. Probablemente en sus nuevos trabáios Ie será más difícil separar la forma urbana del contenido de las rela_ ciones entre los hombres. En 1965 un estructuralista crítico como el arquitecto Christopher Alexandre, publica su premiado e imprescin_ dible artículo La ciuclad no es tut drbol. A partir de la teoría de los c_onjuntos llega a las mismas tesis que Le_ lebvre y Jane Jacobs. La crítica del urbanis-o -od"*oha llegado a un punto que expone muy bien Alexandre: 8 <Se reconoce hoy, en una escala cadavez mayor, que ciertos ingredientes esenciales faltan en las ciudades ar- tificiales. Comparadas con las ciudades antiguas, que han adquirido la patina de la vida, nuestras tentativas mo- dernas para crear ciudades artificialmente se han tra- ducido en fracasos totales., Al hablar de artificiales se refiere el autor a ciudades o barrios nuevos que han sido creados deliberadamente por arquitectos y urbanistas, o sea, que han sido planea- dos y ejecutados. Refiriéndonos al urbanismo español hay que pensar principalmente en los barrios periféricos de Ias grandes ciudades; ahí no puede decirse que la Carta de Atenas se haya aplicado de manera sistemática ni ge- neralizada. Hay muchos proyectos inspirados en ella, pero construidos y ufuncionandoo no pasarán de un cen- tenar de barrios e4 todo el país. La mayor parte de la expansión del tejido urbano se ha hecho prolongando las calles existentes o bien construyendo sin planeamiento riguroso previo. Por ejemplo, el concepto de barrio y de unidad de vecindad, etc.. no se aplica oficialmente hasta la l,ey del Suelo en 1958 y el Plan Nacional de la Vi- vienda en 19ó1. La mayoría de las expansiones urbanas deian en España la planta baia libre para que sea ocu- pada por otrcs usos que la vivienda. Esto, unido a su ele' vada densidad, hace que la mayoría de los barrios nue- r¡os españoles sean multifuncionales y rnás animados que las grandes urbanizaciones franceses, por eiemplo. Claro está, los problemas que se plantean por la falta de equi- pamientos colectivos y los que se planteará,n por inexis- tencia de un aparcamiento por vivienda, deberá ser teni- do en cuenta a la hora de comparar. iQué prefieren los usuarios? ¿Animación o equipamientos? Ahora bien, las críticas de Lefebvre, Jacobs o Alexandel' se plantean al verdadero nivel y rigor hoy necesarios, a nivel de la teo- ria pura. Claro está, es difícil encontrar realizaciones cn el rnundo en que todos los criterios funcional-estructura- listas hayan sido aplicados. Por esta razón la crítica co- mete una cierta reducción a la que hay que añadir el factor de que tratándose de ciudacles nuevas, la historia
  • 6. no ha podido todavía plasmarse en Ia forma urbana. No obstante, hay ejemplos de urbanizaciones en que no fal- tan los equipamientos: las New Towns inglesas. las nuevas ciudades de Israel, Sarcelles en Francia (hoy ya equipada casi enteramente). A pesar de los equipamien- tos, Ia ausencia de vida urbana es bastante manifiesta. Hay un eiemplo de construcción esmerada que es signi- ficativo: la nueva ciudad israelí de Ashdod. Situada a 40 kilómetros al sur de Tel-Aviv, con puerto importante, con verdaderas zonas industriales funcionando, con ex- celentes playas, con zonas rigurosamente separadas, con espacios verdes por doquier, con (estructura en árbol", con todos los elementos que parece requerir una ciudad. La hemos visitado acompañados de mister Perlstein, el urbanista que la ha concebido v que la está realizando. Ashdod tiene 10 años de vida física y carece todavía de vida urbana. Sus habitantes van a buscarla a la síntesis mundial de Dizenghof Road o a la divertida Alhenbi Street en Tel-Aviv. Efectivamente, es mtis fácil construir ciudades que vi- da urbana. La separación funcional destruye la compleji dad de la vida. Alexander concluye: "En todo objeto or- ganizado, Ios primeros signos de destrucción inminente son Ia subdivisión extrema y Ia disociación de elementos internos.> EI trabajo de Lefebvre no se detuvo en la crítica del funcionalismo. A diferencia de los autores citados, plan- tea Ia crítica de la ideología urbanística, que encubre una estrategia de clase. nLa ciudad es la proyección de la so- ciedad global sobre el terreno,, dice Lefebvre. Los con- flictos entre clases y las contradicciones múltiples se plasman en Ia estructura y forma urbana. Este plantea- miento es analizado en detalle por Manuel Castells, so- ciólogo español, en un artículo sobre bibliografía comen- tada de Sociología Urbana aparecido en la revista <So ciologie du Travail,,, París, 1957. El escrito, excelente, es una pieza fundamental que pone en su justo valor la so- ciología urbana empírica, carente de conceptos riguro- sos y, sobre todo, de hipótesis imaginativas. persiste hoy 10 ttn conflicto abierto entre Ia sociología empírica y Ia .sociología crítica. Lefebvre dice, en su libro Crítica urba- tta de la vida cotidiana, "que la capacidad de investiga- ción del sociólogo está ligada a su capacidad de invención dc hipótesis,. Eso le lleva a valorar la Utopía como fuer- za primordial para la imaginación racional. A la induc- c'irin y deducción añade Ia transducción, proceso mental (tue va de lo real (dado) a lo posible (virtual). A este aspecto redescubridor de Ia imaginación, Lefebvre añade la crítica, actitud bastante ausente de la sociología inte- grada. No es posible nningún conocimiento en el cam- po de las ciencias humanas sin una doble crítica, la de la realidad a superar así como la de los conocimientos adquiridos y de los instrumentos conceptuales del cono- cimiento a adquiriro. La aportación de Lefebvre a la crítica del urbanismo sc halla, además de en este .libro aquí prologado, en tra- bajos anteriores sueltos y dispersos. He aquí una recopi- lación de los más interesantes: uRevue FranEaise de Sociologier, Les nour)eaLrx ensenx- bles. I. 7960. <Revue Franqaise de Sociologie,r, Utopie experimentale, pour ut7 nouvel urbanisme, París, 19ó1. II. 3. nArchitecture d'Aujourd'huio, núm. 132, París, junio 19ó7. nCahiers du Centre d'Etudes Socialisteso, núm. 72-73, Parfs, septiembre 19ó7. uScience et Avenir>, Une mutation: I'hontme des ttilles, núm. 19ó, París, mayo 19ó3. Stt'ucture, Forme, Fonction, Lausana, 1964. uUtopie No. 2n (en prensa), La rechet'che interdisci,pli- naire en urbanisme. Ed. Anthropos. Les journées nationales d'études sur les parcs naturels regionaux. Colloque de Lurs. Documentation Fran- qaise. París, 1966.Intervenciones diseminadas a lo lar- go del coloquio. Prefacio al libro de Hauuonr y RavmoN L'habitat pa- villonnaire, París, 196ó. Centre de Recherches en Ur- banisme. 11
  • 7. (:apitulcr VI de su libro Introductit¡n a Ia rnoderttité. É.di' tions du Minuit, París, 19ó2. Además existen textos rnuy interesantes cn los últimos libros de Henri Lefebvre. La vida urbana es tratada prin' cipalrnente en: Position contre les teatocrates. É.d. Gonthier. París, 1967. I-a vie quotidienne dans Ie ntr¡nde moderne. Ed. Gal- Iimard; colección nldéeso, París, 19ó8' Estamos realizando la recopilación de todos estos tra- bajos dispersos, que será objeto de otro libro y que com- pletará ciertos aspectos esquemáticamente tocados aquí. La reflexión Ce Lefebvre está en permanente evolu- ción, los conceptos son constantemente sometidos a crí- tica a medida que la base práctico-sensible (ei centralis- mo urbano, el tejido urbano) evoluciona. La aplicación, a partir del capítulo I de El capital, de l4arx, de los conceptos de Valor de Uso y de Valor de Cambio a 1o urbano (considerado como una forma identi- ficable a Ia mercancÍa) abre un camino ¡nr:y rico a la in' vestigación. La segregación urbana considerada como proyección sobre el tereno de la división social del tra- bajo, muestra la imposibilidad de crear una sociedad integrada por vías del urbanismo. El concepto de obra, la apropiación de la ciudad como obra por el habitante de la urbe, sigue las huellas de Hegel, el imprescindible, que consideraba a la ciudad como obra total, "la más bella obra de arte de la historia de la humanidad". Et. derecho a Ia Ciu.dad expone una reflexión teórica a partir de Francia, de París, que sirve de laboratorio v atalaya de observación al sociólogo francés. Ahora bien, ia realidad del lector de habla española difiere en algu- nos aspectos, Ia escasa importancia que se da en el libro a la Reforma Agraria en relación con la lteforma Urbana (revolucionaria) no es significativa sino para ciertos paí- ses como Francia. En España o en Hispanoamérica, Re- forma Agraria y Urbana se plantean sirnultáneamente ha- l2 t'it:ndo más compleja una praxis que necesariamente re' sulta ambigua, Iil concépto de oGhetto del Ocion con que Lefebvre ¡rone de manifiesto la especialización funcional del terri- iolio a escala mundial, zonas de turisrno (las ciudades .y urbanizaciones de alta rnontaña y mar), está insuficien- rcrncnte desarrollado para el lector español. España, en sus costas, ha generaclo una macroorganización especiali- z¿rcla en el ocio europeo. Ello está en contradicción con la economia urbana española. Mientras hay un nnillón de i¡partamentos y residerlcia-s secundarias inocupados du' rante diez meses al año, hay varios millones de españo- lcs alojados en infraviviendas. Mientras está urbanizada (luz, agua, pa,vimentación) la costa en urbanizaciones ina- .'abables y -sin apenas edificaciones habitadas, las perife' rias congestionadas de las grandes ciudades españolas, habitada; por el proletariado, están sin alcantarillado, ¡ravimentación, esctrelas, etc... Estas y otras contradiccio' ¡rcs abiertas y conocidas de todos no son recogidas en cste libro; al igual que la nacionalización del suelo, Le' I'cbvre, las da por evidentesn no necesitadas de comen' t¿rrio. Su preocupación fundamental está a nivel de trans- formación profunda y total de la vida cotidiana y de la lorma y estructura urbana en.,que aquélia se habrá de desarrollar necesariamente. La población mundial, la es- pañola a plazo medio, será en su casi totalidad urbana. llay que pensar que el número de españoles que viven e¡r freas urbanas aumenta anualtnente en unos ó00.000. Ello lleva consigo el uhacer ciudad, cada día. AIgo parecido ¿r hacer una ciudad nueva como Valencia cada año. Esto puede durar quince o veinte años. La teoría y la tecni- ca urbanística española no están capacitadas para llevar a cabo Ia tarea con cierta armonía. El planeamiento ur' bano es aparentemente fácil. Se dice cómo deben ser las ciudades sin haber profundizado en el análisis de cómo son. A nivel de la práctica urhana se agrava la contradic- ción entre las necesidades sociales crecientes que piden l3
  • 8. satisfacción en los equipamientos urbanos colectivos y la implantación acelerada de una sociedad burocrática de consumo dirigido, al menos en las grandes ciudades españolas. El desarrollo desigual, los desequilibrios de la nación, se agravan; en la mitad sur de España (coexls- ten> los ghettos turísticos del ocio con el latifundio agra- rio en el que perdura el subdesarrollo y la vida arcaica. Estas y otras contradicciones no parece que puedan ser resueltas por vía burocrática. El derecho a la vivien- da, el derecho a la naturaleza, el derecho a la vida urba- na para todos, acabarán siendo inscritos en los Derechos Humanos. Memo GevrRre Cortes (Navarra), agosto 1968 t4 15 Advertencia nl-as grandes cosas hay que callarlas o hablar de ellas con grandeza, es decir, con cinismo e inocencia... Tod¿r la belleza, toda la nobleza que hemos prestado a las cosas reales o imaginarias, las reivindicaré como propiedad y producto del hombre..., Fsoenrco NrsrzscHr Este escrito tendrá una forma ofensiva, que para al- gunos resultará incluso agresora. ¿Por qué? Porque muy posiblemente todos los lectores tendrán en su mente un conjunto de ideas sistematizadas o en vías de sistemati- zación. Todos los lectores, cabe imaginar, estarán bus- cando, o habrán ya encontrado, un usistemau' El Sistema cstá de moda, tanto en el pensamiento como en las ter' minologÍas y el lenguaje. Y, sin embargo, todo sistema tiende a ensimism¿r la reflexión, a cerrar el horizonte. Este escrito pretende romper los sistemas, y no para substituirlos por otro sistema, sino pata abrir el pensa- nriento y la acción hacia unas determinadas posibilida' des, de las que mostraremos su horizonte y su ruta. El pensamiento que tiende a la apertura sostiene bataila con- tra una forma de reflexión que tiende hacia el forma- lismo. El Ilrbanismo está de moda; casi tanto como el sis- tema. Las cuestiones y reflexiones urbanísticas transcien- den los círculos de técnicos, especialistas, y de intelec- tuales que se pretenden vanguardistas. A través de ar- tículos periodísticos y escritos de alcances y ambiciones distintas, pasan al dominio público. Simultáneamente, el urbanismo se transforma en ideología y práctica. Y, sin cmbargo, las cuestiones relativas a la ciudad y a la reali- dad urbana no son del todo conocidas. No han tomado todavía, en el nivel político, la importancia y el sentido que tienen en el nivel del pensamiento (la ideología) y en el de la práctica (mostraremos en páginas posteriores
  • 9. una estrategia urbana que está ya en funciouamiento y en ;;;t; EsTe librito tó u" prop-one solamente pasar por el tamiz de Ia "r¡iicu las ideólogías y actividades que conciernen al urualismo' Stt objátivo consiste en intro' ducir estos pr"ut"*ur-"" ru conciencia y pasarlos a los programas Políticos. De la situación leórica y prácti'ca' y de los problemas -la problem¿itica- rJati"ou a la ciudad v a la realidad v p"ír^utrlaáJ"t a" la- vida urbana, para comenzar' adop- taremos lo que u"iuno se denoÁinaba nuna visión de caballero andante>. t6 IICS 44 17 Industrialización U urbanización: Pr¡rneras aProximaciones Para presentar y exponer la "problemática urbanao sc impone un punt; de partida: el proceso de industria- li,zacián. Sin lugar a duáas, este proceso es el motor de las transformacione, de la sociedad desde hace siglo y meclio. Distinguiendo entre inductor e inducido' podría- mos situar cómo inductor al proceso de industrializa' ción, y enumerar entre los inciucid<¡s a los problemas re- lativoi al crecimiento y planificación, a las cuestiones q"; ;;""i"rnen a la ciuáaá y al desarrollo de la realidad ,i.Uutu, y, Por último, a la importancia creciente del ocio y de las cuestiones referentes a la uculturao' Le industrialización caracteriza a la ciudad moderna' Ello no implica irremisit'rlernente los términos de o socie- áud i.tau.tialn, cuando se pretende definirla' No obstan- te, aunque entre los efectos inducidos figuren Ia urbani- zacón y la problemática de lo urbano, sin figurar entre las causas o razones inductoras, hasta tal punto se acen- túan las preocupaciones que estas palabras evocan que podríamoi definir como sociedad urbana a la realidad so- .iul t nuesrro alrededor. Esta definición reproduce un aspecto de imPortancia caPital. La industrillización nos ofrece, pues, el punto de par' tida de la reflexión sobre nuestra época. Y ello porque la ciudacl preexiste a la industrialización. observación en sí perogrullesca pero cuyas implicaciones no han si- do foimuládas plenamente. Las más eminentes creacio- nes urbanas, lai obras más ohermosaso de la vida ur- bana (nhermosas>, decimos, porque son obras, rnás que productos), datan cle épocas ante¡iores a la 'industriali zación. I{ubo, en efecto, la ciudad orientai (vinculada al rnodo cle producción asiático), la ciudad antigua (griega y romana, vinculada a la posesión de esclavos), y más
  • 10. tarde la ciudad medieval (en una situación compleja: in- sertada en relaciones feudales, pero en lucha contra el feudalismo de la tierra). La ciudad oriental y la antigua fueron esencialmente políticas; la ciudad medieval, sin perder el carácter político, fue principalmente comercial, artesana, bancaria. Supo integrar a los mercaderes, hasta entonces casi nómadas, y relegados del seno de la ciudad. Con los inicios de la industrialización, cuando nace el capitalismo concurrencial, con la aparición de una burguesla específicamente industrial, la ciudad tiene ya una pujante realidad. En la Europa occidental, tras la ca- si desaparición de las ciudades antiguas a lo largo de la descomposición de la romanidad, la ciodad recupera su empuje. Los mercaderes, más o menos errantes, eligieron para centro de sus actividades lo que subsistía de los antiguos núcleos urbanos. Inversamente, puede suponer- se que estos núcleos degradados cumplierofl la función de activantes en lo que restaba de economía de trueque, sostenida por mercaderes ambulantes. En detrimento de los feudales, las Ciudades, a partir del creciente exceden- te de la agricultura, acumulan riquezas: objetos, tesoros, capitale5 virtuales. Nos encontramos, pues, en estos cen- tros urbanos, con una gran riqueza monetaria, obtenida mediante la usura y el comercio. En ellos, el artesanado, una producción muy distinta de la agricultura, prospera. Las ciudades apoyan a las comunidades campesinas y a la franquicia de los campesinos, sin vacilar, por otra par- te, en sacar provecho a su favor. Son, en resumen, cen- tros de vida social y política donde se acumulan no sólo riquezas, sino conoclmientos, técnicas y obras (obras de arte, monumentos). Este tipo de ciudad es en sí misma obra y esta característica contrasta con la orientación irreverqible al dinero, al comercio, al cambio, a los pra dacfos.p,n efecto, la obra es valor de uso y el producto, valor de cambio. p,l uso de la ciudad, es decir, de las 'calles y plazas, los edificios y monumentos, es la Fiesta (que consume de modo improductivo riquezas enorrnes, en objetos y dinero, sin otra ventaja que la del placer y el prestígio/a l8 Rcalidad compleja, cs decir, contradictoria. Las ciu. d¡rtlcs medievales, en la. época á" ,r, apogeo, centralizan lu 'iqueza; los grandes diiigentes "mpll"ñ úp;;á;;;ürncnte gran parte de estas riquezas en la ciudid que do- ¡¡¡i¡lan. Al mismo tiempo, el cápitalismo comercial y ban- r'¡¡r'io ha convertido, ya para enton"er, en móvil a la ri-(¡tcza, y ha constituido circuitos de cambio, ,"a". q"u ¡rr":r'rniten la transmisión del dinero. Cuando esta a pirulo. dc entrar-en juego la industrialización con el ;¿J;-¡¡.¡inio de la burguesÍa especifica (los <empresarioso), la lit¡ucza ha cesado-de ser principalmente inmobiliaria. La ¡x'oducción agrÍcola no ei doninante, como no lo es la r¡r¡¡robiliaria. Las tierras escapan a los f""áuI", ;;r; *,¿rr a manos de capitalistas urbanos enrique"ie;r- i;cl comercio, la banca, la usura. A consecuencia de eito, lu a5esisd¿du en su conjunto, que comprends lu "i"duá,cl campo y Ias instituciónes qui reglamentan las relacio_ r¡cs -entre ambos, tiende a constituise como retículo d,e riudade,s, con una cierh división del trabajo (té""i;;, ;t'i'l y políticamente) entre estas ciuda¿ei "om""üd*l)or carreteras, vías fluviales y marítimas, relaciones cG. ¡¡rcrciales y bancarias. cabe imaginar que ra division áel trabajo entre las ciudades ,ro ,"iíu t" Uarta"te p"j;r;; 't.¡'sciente como para determinar asociaciones- "rtubl",.y poner fin a ri'alidades y competencias. un sistema ur- lrano.tal -uo llegó a instauiarse. Sobre la base ,r."rr"ioou¿u sc c^rigió el estado, poder centralizado. Una ci"¿ud,ta"ray cfecto de es_ra particular centralidad, ú dei;;a;;-;;irupone sobre las otras: la capital. Semejante proceso se desarrolla muy diferentemente :i1_I^,"l¡1_tl"ryiul.Fr.u":ia y et país dá H""aÁ, r"j.-tcrra, .España.pa-Ciudad predomina pero sin embaieo no es ya, como dn la Antigüedad, "ciudad_estadoo. podrá_ rurs distinguir pues tres términos: socieda¿, grtu¿o, ói,r- tlad. En este sistema urbano, cada ciudad ti";;;;;;tituirse en sistema ensimismado, cerrado, ".rrpfo.. i"ciudad consgrva un carácter orgánico a" óo*"rfi¿uJ'o.,] lc viene del pueblo: I que se tráduce "; ü;E;;;"T;;corporativptla vida comunitaria (que comport¿ asam- 19
  • 11. 'r.t' , I bleas generales y parciales) en nada impide las luchas de ;1.*" "ei-"onttuiió. ms violentos contrastes entre rique' á-" oá¿"t, los conflictos entre poderosos y oprimidos' ; iññ ni la afección a la Ciudad ni Ia contribución ;;ü-;h belleza de la obra" En el marco urbano' las ilh;; áe-fa"ciones, gmpos y clases refuerzan el senti- mientodepertenencia.Losenfrentamientospolíticos.en" tre el minuta popolo, el popolo grasso' Ia aristocracia u otlgutqt iu, tienen la Ciudad como terreno, como empeño' Esios g*pot rivalizan en amor a su ciudad' Los que poseen-riqueza y poder, pol ju parte, se sienten conti' nuamente amenarádos. Justifican su privilegio ante la "."r""1á"¿ mediante suntuosos dispendios de su fortu' ,r"i á¿ifi"lor, fundaciones, palacios, embellecimjentos, ii"rtrr. C."riene subrayar esta pararloja, este hecho his. il.it" -"f esclarecido: las sociedades muy opresivas fue. iá" r""u creadoras y rnuy ricas en obras' Ilfás tarde, la "r"4""!"i0" de productos reemplazó la producción - de ;b;r- ; rehciones sociales afectas a estas obras, sobre to$ ; la ciudad. cuaúdo la explotación reemplaza a la , onresión. la capacidad creadora desaparece. I-a nociÓn 'ro'i.*u de ucreación> se paraliza o degenera, miniaturi- "¿"J"u" en el .hacero y 1á oc.reatividad' (el uhágalo Vd.,' .;-r J;, "i".¡ gtto upo.tu argumentos para aptrntalar esta il;-"rrtt¡udad y ta reatidad urbana son revelodoras de ;;l;; d" uso. El t¡alor de cambio,la generalización de,lu i"r""i"i" por obru de Ia industrialización, tienden a des' truir, subordindndosela, la ciudad y la realidad urbano' r"togiot del valor de usó, gé¡menes de un predonúnio virtual v de una revalorización del uso. I-a ia;iór. de estos conflictos específicos se ejerce en el sistema urbano que pretendemos analizat entre el u"lo, de uso y el vaior de cambio¡ entre Ia movilización de la riqueza (en dinero, en papel) y la inversión impro' á""tiu" in la ciudad, entre la acumulación de capital y su derroche en fiestas, entre la extensión del territorio dominado y las exigencias de una organización severa áe este teintorio que contorna la ciudad dominadora' Esta ultima se protege contra toda eventualidad median 20 lc In or*"nización corporativa, que paraliza las iniciati- v¡rs del capitalismo bancario y comercial. La organiza- t'i<'rn gremial no reglamenta solamente un oficio. Cada organización grerniai entra cn un sistema orgánico, el sistcma gremial reglgmenta la repartición de actas y ac; lividades eq$ esoacio urbano (calle y barrios) y el tiern, ¡ro urbanó'(horarios, fiestas). Este coniunto tiende a fi iarse en uná estnrctura inmutable. De ahí resulta que l;r industrialización supone la ruptura de este sistema rrrbano. La industrialización implica la desestructura. cirin de las estructuras establecidas. Los historiadores (<lcsde Marx) han puesto en evidencia el carácter estan. r'o de los gremios, Queda quizá por demostrar la tenden- cia de todo ei sisterna urbano a una especie de cristali znción y fi.iación. Allá donde este sistema se consolidó, frubo un retraso del capitalismo y la industriaiización: en Alemania, en ltalia, Retraso cargado de consecuencias. Hav pues una cierta discontinuidad entre Ia naciente iuclustria y sus condiciones históricas" No se trata ni de l¡¡s mismas cosas ni de los mismos hombres. La extensión nrodisiosa de los intercambios, de la economía moneta- ria, de Ia producción de mercancías, del umundo de Ia rnercancíao que resultaría de la industrialización, impli- (:A una radical mutación. El tránsito del capitalismo co- rnercial y bancario, así como el de la producción artesa- nal a la producción industrial y al capitalismo compe- titivo, viene acompañado de una crisis gigantesca que Ira sido bien estudiada por los historiadores, salvo qui- zás en lo relativo a Ia Ciudad v al "sistema urbanor. La industria naciente tiende a implantarse fuera de las ciudades. lo cual no constituve, por lo demás, una ley absoluta: ninguna ley es completamente general y ab- s<¡luta. Esta implantación de empresas industriales, en rrn principio esporádicas v dispersas, depenclió de múlti- ¡rles circunstancias, locales, regionales y nacionales. por ciemplo, la imprenta, al parecer, ha pasado de manera lrelativamente continúa, en el marco urbano, del estadio artesanal al empresarial. Lo contrario ocurre con las ac- tividades textíIes, rninero-extractívas, y metalúrgicas. La ?l
  • 12. industria naciente se instala cerca de las fuentes de ener' gfa (rfos, bosques, más tarde carbón), de los medios de iransporte (rlós y canales, más tarde ferrocarriles), de Ias materias primas (minerales), de las reservas de mano de obra (el artesanado campesino, los tejedores y herre- ros, proporcionan una mano de obra ya cualificada)' Estas circunstancias permiten aún en la actualidad, en Francia, la existencia de numerosos centros textiles (valles normandos, valles de los Vosgos, etc') que so- breviven a veces difícilmente. ¿,rcaso no resulta notable gue una parte de la metalurgia pesada esté establecida en el valle del Mosela. entre dos antiguas ciudades' Nan' cy y Metz, los únicos verdaderos centros urbanos de esta región industrial? Las ciudades antiguas son, al mismo tiempo, mer- cados, fuentes de capital disponible, centros donde se gestionan estos capitáles (bancos), residencias de los di iigentes económicós y poiíticos, reservas de mano de obra (es decir, los centros donde puede subsistir ese uejército de reserva del proletariadon, como dice Marx, que presiona sobre los salarios Y permite el incremento áe la plusvalía). Además, la Ciudad, como el taller, per' mite la concentración de los medios de producción (úti' les, materias primas, mano de obra) sobre un limitado espacio. Como la implantación fuera de las ciudades no re- sultara satisfacioria para los nempresariosn, la indus- tria, cuando le es factible, se acerca a los centros ur' banos. fnversamente, la ciudad anterior a la industria' lización acelera el proceso, sobre todo en cuanto per- mite el rápido incremento de la productividad. La Ciu- dad ha desempeñado, pues, un importante papel en el take off (Rostow), es decir, en el despegue de la indus- tria. Las concentraciones urbanas han acompañado las concentraciones de capitales en el sentido de Marx. A par- tir de entonces, la industria produciría sus propios cen- tros urbanos, es decir, ciudades y aglomeraciones indus- triales ora pequeñas (Le Creusot), ora medianas (Saint' Etienne), en ocasiones gigantescas (El Rhur, considera- 22I I rlo como (conurbaciónu). rnteresarfa considerar más am- plinmente el deterioro de la centralidad y del carácter rrrhano en estas ciudades. EI proceso nos aparece ahora, para el análisis, en toda xtr complejidad, complejidad que el término rindustria- liznciónn apenas revela. Esta óomplejidad se manifiesta e¡t cuanto se cesa de pensar, por una parte, a partir de t'rrtegorías de,empresa y, por otra, a pirtir de cifras glo- b¡rlcs de producción (tantas toneladas de carbón, d" ice- rtr), s5 decir en cuanto la, reflexión distingue inductor de lnclucido, al observar Ia importancia de los fenómenos lnclucidos y su interacción con los inductores. . " -industria puede prescindir de Iá ciudad antigua (preindustrial, precapitalista), pero, para ello, debe colis- lituir aglomeraciones en las que el carácter urbano se rlcteriora. ¿No es quizá éste el caro de Estados Unidos y América del Norte, donde las uciudadeso en el sentido (lue se da a_ e-sta palabra en Francia y Europa son poco numerosas (Nueva york, Montrea.l, San Francisco)? Sin embarg,o, donde un retículo de antiguas ciudades pre- existe, la industria lo toma al asalto. Se apodera del re tfculo, lo remodela de acuerdo con sus necesidades. Asi_ rnismo, ataca a la Ciudad (a cada ciudad), le presenta t'ombate, la toma, la arrasa. Adueñándose' de ios anti- guos núcleos, tiende a romperla. Ello no impide Ia ex- tcnsión del fenómeno urbano: ciudades y aglomeracio- ncs, ciudades obreras, barrios periféricos (cJn el apén- rlice de suburbios allá donde Ii industrialización no al- c.anza a ocupar y fijar la mano de obra disponible). Nos encontramos ante un doble proceso, o, si se pre_ ficne, ante un proceso con dos urpe"ios, indusírializaóión y urbanización, crecimiento y deiarrollo, producción eco. nómica y vida social. [,os dos (aspectosD d" ert" proceso son inseparables, tienen unidad, pero sin embárgo el proceso es conflictivo. Históricamente, entre la ."Jidad rrrbana y Ia realidad industrial hay un vicylento "froq"".FI proceso adquiere,- por su puit", una complejiáad tanto mayor de aprehender cuanto que la indusiriali- zación no sólo produce empresas (obreros y jefes ae em- 23
  • 13. presa) sino oficinas diversas' centros bancarios y finan- cietos, técnicos Y Políticos'-';;"';;;;"dialéctico dista de ser esclarecido v' pa- ,AJu*""te, dista de estar terminado' Todavía hoy pro' voca situaciones .,problemáticas>' Aquí nos contenta- mos con citar algunos ejemplos' En, Venecia' la poora- ;l¿; ;;;"; abanJona ta ciuáad por la aglom.eración.in- dustrial (Mestre), que, sobre el continente' la cluplrca' Esta ciudad entre üs'ciudades, una de las más hermo- ,u, q.r" las épocas preindustriales ¡os han legado-'-"-'t1á amenazada no tantá por el deterioro material debido al mar o al hundimiento del terreno cuanto por- el J*oáo -¿" los habitantes' En Atenas, una industrializa- ción relati',ru*"rrt"- "ásiáerable ha airaído a la capital ;lr^h;titantes de ciudades pequeñas, a los campesi- nos. La Atenas modema no tiene nada en común con la ciudad untiguu, rlc"bierta, absorbida' desmesurada- mente extendidá. Los monumentos y lugares (ágora' acro-' polis) que permiten reencontrar la ciudad antlgua solo representan ya un lugar de- peregrinación estética y con' sumo turístico. y, .in "mbutgo, el núcleo org4nizativo de la ciudad continú?-t'y p"á"'oso' Su contorno de ba' rrios recientes y semisubuibios, poblados de personas ;;:;ñ;;r-y d"tooganiza-das, le confiere un poder ex' orUit^ttté. La giganteña aglomeración casi informe per- *itu'á io. por&-dor", de lós centros de decisión las peo- ;;;p.*u. politi"ut, sobre todo porqu-- la eco¡omía de !ri" párt deplnde estrechamente de este circuito: espe- ;;l;"í¿; inmobiliaria, ucreación" de capitales po'r este sistema, inversión de estos capitales en la construcción' f-mi slcesivamente Es éste un circuito frágil que.en óualquier instante puede romperse.y que define ,yl ':!-: de uibanización sin industrialización, o con débll rnous- trialización pero con una rápida extensión de la aglome- ración y la especulación, so6re los terrenos y los jnmue- bles. El circuito mantiene, así, una prosperidad ficticia' Bt ftutt"iu, podríarnos citar numerosas ciudades que le- cientemente han q""aua" sumergidas por la industriali- zación: Grenoble, Dunkerque, etc' En otros ejemplos se 24 rl;r una masiva extensión de la ciudad y la urbanización (cn cl sentido amplio del término) con poca industiali z;¡<:ión. E,se seria el caso de Toulouse. E,se es el caso ge- rrcral de las ciudades de América del Sur y Africa, cer' cnclas por un contorno de suburbios. En estas regiones v nafses, las estructuras aqrarias antiguas se disuelven v los campesinos desposeídos o arruinados huyen a las cir¡clades en busca de trabaio y subsistencia. Estos cam- ¡rt'sinos proceden de sistemas de explotación destinados ¡r <lesanarecer por el iuego de los pr.ecios mundiales, que ¡k:pende estrechamente de los países y <polos de cre- t'imiento> industriales. Estos fenómenos deponden a su vcr. de la industrialización. En la actualidad, pues, se agudiza un proceso indu- cido oue cabe denominar uimplosión-explosiónu de la ciudad. El fenómeno urbano cubre una gran oarte del tcrritorio en los grandes países industriales. Cruza ale' rrcmente las fronteras nacionales: la Meealópolis de la lirrrotla Cel Norte se extiende desde el Ruhr hasta el mar, r: incluso hasta las ciudades inglesas y desde la región parisina a los países escandinavos. Este territorio está cr¡ntenido en un teiido urbano cada vez más tupido, aun- (lue no faltan diferenciaciones locales ni un conside- r'¡rble srado de división (técnica v social) del trabaio en lrrs regiones, conglomeraciones v ciudades. Al mismo tiem- lro, dentro de esta malla e incluso fuera, las concentra- ciones urbanas s,e hacen gigantescas; la población se aba- rrota alcanzando densidades inquietantes (por unidad ,le superficie o de habitación). Al mismo tiempo, tam- bir5n, muchos núc,leos urbanos antiguos se deterioran, es- tallan. I-os habitantes se desplazan hacia lejanas uerife- riars, residenciales o productivas. En los centros urbanos, las oficinas reemplazan a las viviendas. A veces (en los Iistados Unidos) estos centros son abandonados a .,los po- bresu, y pasan a conve,rtirse en ghettos para los desafor- lunados. A veces, por el contrario, las personas de me- .ior situación conservan fuertes posiciones en el cora- zón de la ciudad (alrededor de Central Park, en Nueva York; en Maráis, en París). 25
  • 14. Examinemos ahora el teiido urbano' Esta metáfora no es lo bastante clara. Más que un tejido desplega- do sobre el territorio, estas palabras designan una cier- i" ptotit"."ción biológica y una especie de red de mallas desiguales que deja escapar a sectores más o menos exteisos; aláeas o"pueblos, regiones enteras' Si estudia' mos los fenómenos a partir de la perspectiva del cam' po y de las antiguas estructur,as agrarias, podremos ana- iir". ,r' movimiénto general de concentración: de la po- üi""i¿" en los burgoJ y en las pequeñas o grandes ciu- dades, de la propiedad-y de la explotación, de la organi- zación de transportes á intercambios comerciales' etc' Ello aboca a un tiempo al despoblamiento v a la pérdida de lo caracterfstico óampesino en los pueblos' que con- tinúan siendo rurales, perdiendo lo que constituyó la antigua vida campesina: artesanado, pequeño comercio locai. Los antiguos (modos de vidao se pierd-en-en el fol- klore. Si analizamos el fenómeno a partir de'las ciuda- d"r, ," observa la extensión no sólo de periferias densa- ,rr"ttt" pobladas sino de retículos (bancarios, comercia- les e industriales) v de lugares de habitación (residencias secundarias, espacios y lugares de ocio, gtc')' Et tejido urbano púede distinguirse utilizando el con- cepto dé ecosistema) unidad coherente constituida alre- de'dor de una o varias ciudades, antiguas o recientes. Pero esta descripción corre el riesgo de deiar al margen r lo esencial. Eñ efect<i; el interes del 'tejido-urbánoo no L "" ;; ñi;; ;; Lorfología. Es el armazón de una omanerh jde viviro más o menos-intensa o desagradada: la sociedad i urbana.r-Sobre Ia base económica del ntejido urbanoo *riparer$n fenómenos de otro orden, de otro nivel, -el de la vida social y ocultural,,. La sociedad y la vida urbana, conducidas por el tejido urbano, penetran en el -campo' Semejante manera de vivir implica sistemas de fines y sistlmas de valores. Los elementos más conocidos del ,irt"-u urbano de fines son el agua, !a electricidad, el gas (butano en el campo), acompañad". 991- coche, la ielevisión, los utensilios de plástico, el mobiliari,o nmo- derrlou, lo que implica nuevas exigencias en lo relativo a 26 los nservicios>. Entre los elementos del sistema de va- Iores, citaremos el ocio a Ia manera urbana (bailes, can- c'iones), las costumbres, la adopción rápida de las mo- clas. Y también, las preocupaciones por la seguridad, las cxigencias de previsión relativas al porvenir; en resumen, una racionalidad difundida por la ciudad' Generalmen- lc, la juventud, un grupo de edad, contribuye activamen- lcr a esta rápida asimilación de cosas y representaciones vcnidas de la ciudad. Trivialidades sociológicas, si se <¡uiere, pero que conviene recordar para mostrar sus im- ¡rlicaciones. Entre las mallas del tejido urbano, persis' tcn islotes e islas de ruralidad npuran, territorios a me- nrldo pobres (no siempre), poblados de campesinos de cdad, omal adaptadosn, despojados de todo lo que cons- tituyó la nobleza de la vida campesina en las épocas de la más grande miseria y opresión. La relación nurbani- clad-ruralidadu, no desaparece por tanto; por el contra- rio: se intensifica. Ello ocurre incluso en los palses más industrializados. Esta relación interfiere con otras re- presentaciones y otras relaciones reales: ciudad y cam- po, naturaleza y ficticidad, etc. Aquí y allá las tensiones sc convierten en conflicto, los conflictos latentes se agu- dizan; aparece entonces a plena luz lo que se ocultaba bajo el "tejido urbano,. Por otra parte, los núcleos urbanos no desaparecen, roldos por el tejido invasor o integrados a su trafna. Estos núcleos resisten, transformándose. Continúan sien' do centros de vida urbana intensa (en París, el Barrio La- tino). Las cualidades estétiaas de estos núcleos antiguos desempeñan un importante papel en su mantenimiento. No solamente contienen monumentos, sedes de institu- ciones, sino espacios adecuados para fiesta5, desfiles, pa-t seos, esparcimientog,*JEl"núcléo"urbano pasa a ser asíi productE'clé óoiilumo de alta calidad para los extranjeros,{ turistas, gentes venidas de la periferia, suburbanos. Sc'i brevive gracias a egla doble función; lugar de consumo y: consumq de lugar.'iDe este modo, los antiguos centros en' tran más ióncretaiilente en el cambio y el valor de cam- bio sin perder valor de uso en razón de los espacios ofre- 27
  • 15. ciclcs a actividades específicas. Fasan a ser centros de consurno. El resurgirniento arqüitectónico y urbanístico del cmtro comerciai sólo da uná versión mustia y mutila- áa de lo que fue el núcleo de la ciudad antigua, .a la vez comercial, religioso, intelectual, político, económico (pro ductivo). La náción y la imagen del centro comercial se remontan en realidad a la Edad Media' El centro corner- cial corresponde a la pequeña v mediana ciudad medie- r"i. p".. hoy, el valoi de cambio se impone hasta tal punto sobre el uso y el valor de uso que poco a poc-o su- i.l*" este último. "Esta noción no tlene, pues, nada de áriginal. La creación que corresponde a nuestra época' a sus"tendencias, a su horizonte (amenazador), ¿es otra cos-a -oi" "l centro de decisiones? Este centro, que reúne- la io.L""i¿" v la información, las capacidades de organiza- ción y de decisiones institucionales, aparece ."o1"-tl Pt:: vecto en vías de realización de una nueva c€ntralrdad' la d,el poder. Conviene que concedam-os tra mayor atención a "r-r"'-n""pto, y a la práctica que denota y justifica' Nos encontramos pues, en realidad' ante varios térmi- nos (al menos tres) en complejas relaciones' detinibles por oposiciones de término a término, pero no ^F:lio:: po, "ituu oposiciones. Tenemos mralidad y urbanrd-ad (la lociedad uibana)' Tenemos ei teiido urbano' conductor áe esta urbanidad, v la centralidad, antigua, renovada-o nueva. De ahí una inquietante problemática' sobre todo *"náo t" pretende pát"t del análi,sis a una síntesis' de las experiencias a un proyecto (a lo (normativon)' ¿Es nrecisó (pero, ¿qué siinifica este térrnino?) dejan proii- ferar espontáneamente al tejido? ¿Conviene capturar es- ta fuerza, orientar esta vida extraña, salvaje v ficticia a a vez? ¿Cómo fortificar los centros? ¿Es útil? ¿Es ne- cesario? Y, ¿oué centros, qué centralidad? ¿Qué hacer fi- nalmente de las islas de ruralidad? De este modo se entrevé, a través de los problemas bien diferenciados y de la problemática de conjunto, /a irisis de Ía ciud.ad. Crisis teórica y práctica. En la teoría, el concepto de la ciudad (de la realidad urbana) se com- po.t" á"'n"chos, representaciones e imágenes tomadas de 28 l¡r ciudad antigua (preindustrial, precapitalista), pero ('rt curso de transformación y de nueva elaboración. En f ir práctica, el núcleo urbano (parte esencial de la imagen y cl concepto de la ciudad) se 'resquebraja, y, sin embar- go, se mantiene; desbordado, a menudo deteriorado, a vcccs en descomposición, el núcleo urbano no ciesapare- t'c. Si alguien proclarna su fin y reabsorción en la malla, llcl'cnderá un postulado y una afirmación sin pruebas. Asinrismo, si alguien proclama la urgencia de una resti- trrción o reconstitución de los núcleos urbanos, continua- r h sosteniendo un postulado y una af;rmación sincera, ¡rueva y bien definida, a la manera que el pueblo dejó na- ccr la ciudad" Y, sin embargo, su reino parece acabar, ¿r no ser que se afirme aún más fuertemente como centro tlc poder".. Hasta ahora hemos mostrado el asalto de la industria- lit,ación a la ciudad, y hemos esbozado un cuadro dramá- tico de este proceso, considerado globalmente. Esta tenta- tiva de análisis podría dejar creer que nos encontramos ;lute un proceso natural, sin intenciones, sin voluntades l)cro, aunque algo hay de esto, una visién así quedaría l¡'uncada. En un proceso semejante, intervienen activa- rncnte, voluntariamente, clases o fracciones de ciases diri- qcntes que poseen el capital (los medios de producción) y controlan no solamente el empleo económico del capital .y las inversiones productivas sino la sociedad entera, nrcdiante el empleo de una parte de las riquezas produ- t'idas en la ucultura>, el arte, el conocimi.ento, la ideolo- gía. Al lado de los grupos sociales dominantes (clases o lracciones de clases), o mejor aún, frente a éstos, está la clase obrera: el proietariado, también él dividido en es- lratos, en grupos parciales, en tendencias diversas, según las ramas de industri.a, las tradiciones locales y nacio- llales. A mediados del siglo xrx, la situación es, en París, aproximadaffrente la siguiente: la btrrguesía dirigente, cla- se no homogénea, ha conquistado la capital de la lucha de alto nivel. Como testimonio, aparecen todavía hoy de rnanera sensible, el Marais: barrio aristocrático an- 29
  • 16. r"es de la revolución (pese a la tendencia de la capital v ¿" It gente rica a 'áerivar hacia el oeste)' barrio de iurii"", i residencias particulares. El tercer estado, en al' ;;""t ¡J."nas de añds, durante el período balzaquidno :;^ñ"¿;. Jel barrio; un cierto número de magníficas resiáencias desaparecen; otras, son ocupadas pof talleres' tiendas; los paiques y jardines son reemplazados por casas de vecindad, comercios y almacenes, y empresas' ia flat¿aa burguesa, la avidez por ventajas visibles y t*iUt", en las "áU"r se instalan en poco tiempo en lugar ffl;b"lüzi y del lujo aristocrático-' Sobre los muros de fufurui. pueden leerse las luchas de clases y el o-dio entre clases, ia mezquindad victoriosa' Sería imposible hacer más perceptiblé esta paradoja de la historia, que en -par' te esiapa u n¡ut*. Lá burguesía progresista, tomando a ,t., "t"ntu el crecimiento económico, dotada de instrumen- tos ideológicos aptos para este crecimiento racional que va hacia li demoóraciá y reemplaza la opresión por la-ex- plotación, no crea ya "tt cuanto clasq reemplaza -la obra ior Lf práducto. Qúienes conservan el sentido de la obra' "o-p.üdidos novelistas y pintores, se consideran y so sienien uno burgue5g5'. En lo que respecta, a los opreso- ,"r, u los amos áe sociedades anteriores a la democracia buiguesa -prÍncipes, reyes, señores- y- emperadores-' eilol sl tuvieron ei sentido de gusto de la obra, en pa-rti- cular en el campo arquitectónico y urbanlstico' I-a obra responde más al valoi de uso que al valor de cambio' bespués de 1848 la burguesia francesa, sólidamente asentaáa en la ciudad (París), posee en ella sus medios de acción, bancos en el Estado, y no solamente residencias' Pero la burguesía se ve cercada por la clase obrera' Los campesinos -acuden, se instalan alrededor de las ubarre' .rr,n, lu, puertas, la periferia inmediata. Antiguos obre- ros (de los oficios artesanos) y nuevos proletarios pene- tran hasta el corazón de la ciudad, habitan en ínfimos alojamientos, pero también en casas de vecindad, en las q,ré lor pisos lnferiores son ocupados por gente-de po' sición holgada, y los superiores por obieros. En este ..desordenJ' los obreros arnenazan a los ya instalados, 30 ¡religro que las jornadas de junio de 1848 evidenciaron, y (luc sería confirmado por la Comuna. Se elabora, pues vnir cstrategia de clase, que apunta a la remodelación de lrr ciudad, prescindiendo de su realidad, de su vida propia. l,ir vida de París adquiere su mayor intensidad entre lfl48 y Haussmann: no la .,vida, parisinao, sino la vida r¡¡'bana de la capital. Entonces entra en la literatura, en f ir poesía, con una pujanza y unas dimensiones gigantes- t ts. Luego, terminará. La vida urbana supone encuentros, lr¡¡rfrontaciones de diferencias, conocimiento y reconoci- ttticnto recíprocos (lo que se incluye dentro del enfren- l¡r¡nicnto ideológico y político), maneras de vivir, pat- /r'nrs que coexisten en la Ciudad. A lo laigo del siglo xrx, lrr democracia de origen campesino cuya ideología ani- r¡¡Ó a los revolucionarios, hubiera podido transformarse c¡r democracia urbana. Este fue, y continúa siendo para l¡r historia, uno de los sentidos de la Comuna. Como la rlcrnocracia urbana amenazaba los privilegios de la nue- va clase dominante, ésta irnpidió su nacimiento. ¿De qué rrrirnera? Expulsando del centro urbano y de la ciudad ruisma al proletariado, destruyendo la uurbanidado. Primer acto. El barón Haussmann, hombre de este l'lstado bonapartista que se erige por encima de la socie, rltrd para tratarla cínicamente como botín (y no sola- r¡¡ente como empeño de las luchas por el poder), reem- ¡rlaza las calles tortuosas pero vitales por largas aveni- rlls, los barrios sórdidos pero animados por barrios abur- grresados. Si abre bulevares, si modela espacios vacíos, no Io hace por la belleza de las perspectivas, sino para (cu- lrrir París con las ametralladoraso (Benjamin péret). El t úlcbre barón no disimula sus intenciones. Más tarde, se irgladecerá a Haussmann el haber abierto parís a la cir- ctrlación. Pero no eran estos los fines y objetivos.del uurbanismoo haussmanniano. Los espacios libres tienen rr¡r sentido: proclaman a voz en grito la gloria y el po- tlcrío del estado que los modela, la violencia que en ellos ¡lucde esperarse. Más tarde, se operan transvases hacia otras finalidades que justifican de una manera distinta los ajustes en la vida urbana. Debe advertirse que Hauss- . -, ¡-r ." 4 ioJ t,i u"E tl !' .k- r 3l
  • 17. mann no ha alcanzado su objetivo. uno de los logros que ;i;;;" t" sentido a ia Comuna de París (1871)-fue el re' ;;;;; ñt la fuerza al centro urbano de los obreros re- chazad'os a los arrabales y la periferia' su reconquista ¿e ta Ciudad, ese bien entre lós bienes, ese valor' esa obra que les habla sido arrebatada' Seiundo acto. El objetivo estratégico sería alcanza' d. ;;?;;á muttiobra mucho más extensa y de-resulta" dos aún más importantes' En la segunda mitad del si- nit, o"ttottas iniluyentes.. es decir ricos, o l9-der93os, ;;J;;; ; ,tn tieápo, ideólogos unas veces (Le PIav) de concepciones mu! marcadas pol.lu religión (católica ;;;;a;ti*te), hábil-es hombres políticos otras (pertene' .iJ"* ^i-c"áiro-d"t"cha) y que no constituyen por de- ;; ; grupo únic<¡ y coirerente, en resumen' algunos ,.notableJ", iescubren una noción nueva, cuyo éxito' es ¿*oir, su rlalización sobre el terreno, sería cuenta de la iir nepturica. Los notables conciben el habitat.Ilasta en- lqn6ss-uhabitaro era participar en una vida social' en una "ot"""i¿u¿, puebio o ciuclad. La vida urbana martifesta' Uu "rtu c,atldad entre otras, este atributo. Se prestaba a habitar, permitía a los ciudadanos habitar' De este mo-' ¿o, foi ,rioitul"t habitan mientrds salvan la tierra' mien- iiuu "tp"tun a los dicses... mientras conducen su propio ser en iu pr"r"*ución y eI consurno"''' Así habla del he- "no a" hábitar, poéticámente, el filósofo Heidegger- (Es- ii¡s "t conférencZ.s, pp. 177-178). Las mismas cosas' fuera vu ¿" la filosofía y-áe la poe¡ía, han sido dichas socio- íágl;u*""te (en ei lengua¡e 99 lu prosa dei mundo)' A nñ"r del sigl,o xrx, los Nótables aíslan una función' Ia r"pu.u" del-conjunto extremadamente complejo que la ciudacl era y continúa siendo, para proyectarll sobre el i"ti""o, sin por ello restar relevancia a la sociedad' a la q"" f"óifituri ,rrru ideología, una. práctica, signific¿"9g- Ii de esta manera. Es cierto que los suburbios han sido creados bajo ia presión de las circunstancias para respon- der al ciego empuje (aunque motivado y orientado) d9 la industrial¿aciOn, al advenimiento masivo de campesi nos canalizados hacia los centros urbanos por el <éxodo 32 rrrralr. La estrategia no ha orientado en menor medida cstc proceso. I|strategia de clases tipica, pero, ¿significa esto una srrccsión de actos concertados, planificados, con un solo objetivo? No. El carácter de clase aparece especialmen- tc profundo, sobre todo, porque varias acciones concer_ lrrdas, alnque polarizadas sobre varios objetivos, han rcnvergido hacia un resultado final. For descontado, to- (los esos notables no se proponían abrir una vía a la es- ¡rcculación. Algunos de ellos, hombres de buena volun_ tad, filántropos, humanistas, dan muestra incluso de de- scar lo contrario. Pero no por ello han frenado la movi_ lización de la riqueza inmobiliaria alrededor de la Ciu- clad, el ingreso en el cambio y el valor de cambio, la res_ tricción de.. suelo y alojamiento. Ello, con las implicacio_ nes especulativas. No se proponían desmoralizar a la cla_ se obrera sino; por el contrario, moralizarla. Entendían que implicar a los-obreros (indivíducs y farnilias) en una jerarquía muy diferenciada de la que reina en la em_ presa,- la d-e propiedades y propietarios, casas y barrios, sería benéfico. Querían atribuirles otra función, otrc, es- tatuto, otros roles que los afectos a su condición de pro_ ductores asalariados" De este modo, pretendían asignar_ les una vida cotidiana mejor que la del trabajo. ni es_ t9 1nodo, imaginaron con el habitat el acceso a ia propie_ dad. Operación ésta de extraordinaric¡ éxito, p"r" u irr"sus consecuencias políticas no siempre hayan sido ias que presumieran los promotores. Así sucede siempre que es alcanzado un resultadcl, previsto o imprevisto, cónsciin_ te o inconsciente. Ideológica y prácticamente, la socie_ dad se orienta hacia probiemai distintos a los de la pro_ ducción. La conciencia social, poco a poco, va cesandó de tomar corno punto de, referencia la producción, para cen_ trarse alrededor de la cotidianidaá, d"l consüno. Con la implantación de suburbios se esboza un proceso, que descentra la Ciudad. El proletariado, separaáo de la Ciu_ dad, terminará por perder el sentido de ia obra. Apartado de los p"-di9f de producción, disponible a parr# d" ;; sector de habitat para actividades ésparcidas, cleiará atro- ftcs4l .3
  • 18. fiar en su conciencia la capaciad creadora' La concien- cia urbana va a disiParse' Con la creación dll suburbio se inicia en Francia una ori"rriu"iOt urbanística incondicional enemiga de la,Ciu- áuá. puru¿oja singular. Durante decenas de años' bajo f. irr-n"priUiica, alarecen textos autorizando y reglamen- il¡; "t'r,rbutUio-áe pabellones y las parcelaciones' Al- rededor de la ciudad se instala una periteria desuroanr- ;;;t ,in "-Uutgo dependiente de la ciudad' En efec- ;;, l;t'"..tbrrrburr6"5o, los habitantes de las viviendas in- ár"i¿""f* suburbanas' no cesan de ser urbanos incluso ;i ;i;;á"" "or,"i"n"iu'de ello y se creen cercanos a la "uitruf"t., el sol y la vegetación' Para subrayar la para- á.:", p"¿ila hablárse dJ urbanización desurbanizante y desurbanizada. Esta extensión, precisamente por sus excesos' -se fr"e- nará a sí misma. Ei movimiento por ella desencadenado rrrurt.a a la burguesía y a los estratos acornodados' que instalan suburbios resiáenciales' El centro de la ciudad ;;-;;;i; en provecho de las oficinas' El conjunto comien- r" ""tá"""s a debatirse en lo inextricable' Pero el pro- ceso aún no ha terminado. Tercer acto. Después de la última guerra' todos ad- "iert"n que el cuadró se modifica en función de urgen- "i"., ¿" iresiones diversas: crecimiento demográfico' el:n- p":.j á" la industrialización, aflujo de provinciales a Pa- ii* I-" crisis de alojamiento confesada, reconocida'- evo- i""i""" hacia la catástrofe, con riesgos de agravar la- si' i"u"iá" política todavía inestable' Las uurgenciaso des- bordan üs iniciativas del capitalismo y de la empresa nprivadan, que, por lo demás, no se interesa por la cons- trucción u ü qú* considera insuficientemente rentable. El Estado no puede ya contentarse con reglame-ntar las p"t""f*i"""t i t" cónstrucción de complejos de pabe- ifo".t. con lucirar (mal) qontra la especulación inmobilia' ria. A través de urbanismos interpuestos, toma a su car- g; f; construcción de alojamientos' Se inicia el período i" iot (nuevos barrios autosuficientes> y de las <nue- vas ciudadeso. 34 llt¡clrÍa decirse que la función pública asume lo que Ir¡rsta cntonces entiaba en una ecottomía de mercado. Slr¡ duda. Pero no por ello el alojamiento se convierte en un scrvicio público. El derecho al alojamiento aflora, ¡rur' írsí decir, en la conciencia social. Se hace reconocer rh' hccho, en la indignación que los casos dramáticos le- virrrlan, en el descontento que la crisis engendra. Sin em- lrirrg<), no es reconocido formal y prácticamente; es reco- rror:ido, por el contrario, como apéndice a los nderechos rlcl hombre". La,construcción que el Estado ha tomado a ttll cargo no transforma las orientaciones y concesiones ntkrptadas por la economía del mercado. Como Engels nrrlicipara, la cuestión del alojamiento, incluso agravada, ¡rolíticamente sólo ha desempeñado un papel secunda- r ro. Los grupos y partidos de izquierda se han limitado ¡r l'cclamar umás alojamientos>. Por otra parte, las ini- r'rirl.ivas de los organismos públicos y semipúblicos no han rirlo guiadas por una concepción urbanística, sino, sim- ¡rlcmente, por el propósito de proporcionar el mayor nú- rrrero posible de alojamientos lo más rápidamente posi- lrlc y al menor costo. Los nuevos conjuntos autosuficien- It's estarán marcados por su carácter funcional y abs- lracto. Hasta ese punto ha llevado Ia burocracia de Esta- rlrr a su forma pura el concepto de habitat. Esta noción, la de habitat, continuaba siendo <incier- l¡r>. Los núcleos de pabellones individuales permitían va- riantes, interpretaciones particulares o individuales del lrabitat. Una especie de plasticidad permitía modificacio- rrcs, apropiaciones. El espacio del pabellón -cerca, jar- rfín, rincones diversos y disponibls5-, al habitarlo, per. r¡ritía un marco de iniciativa y libertad limitada pero rcal. La racionalidad estatal va hasta el extremo. En el ¡ruevo conjunto * el habitat se instaura en estado puro, suma de presiones. El gran conjunto realiza el concepto <le habitat, como dirían algunos filósofos, excluyendo el habitar: la plasticidad del espacio, el modelamiento de cste espacio, la apropiación de sus condiciones de exis- * Conjunto: barrio autosuficiente. 35
  • 19. tencia por los grupos e individuos' De este modo' la co- ;iát""tíJ "oto'pr"iu funciones, prescripciog:t' "*!l:: ü;i;*p" rígiáo que se inscribe y se significa en este habitat. El habitat del núcleo de pabellones l-ra proliferado' al- rededor de París en las comunas suburbanas' extenolen- d;á; ;""era desordenada el dominio edificado' Una so- Ia ley rige este crecimiento urbano y no urbano a la vez: iu "Jp""-"f^ción del suelo' Los intersticios dejados por "rt"-ir""i*iento sin vacíos han sido-colmados por los Erandes coniuntos. A la especulación del suelo' mal com- ;;;id",-; uiu¿io Ia especi:lación de pisos cuando éstos "r"" óU:"to de copropiedad' De este modo se asegura- ü;;";ü áel valoi dé cambio la entrada del alojamien- to en Ia riqueza mobiliaria y del suelo urbano' una vez desaparecidas las restricciones' =í;á;ii"" lu realidad urbana por la dependencill"t- necto al centro, los núcleos periféricos son urbanos' Si se ffiñ"-;i;;á"i "rU""" por una relación perceptible.(le- sible) entre centrutidud y periferia, los núcleos periféri' :;;t,á"^á"oriuu"itudos.'y se puede afirmar que <la "á"""p"iá" urbarririi"an de los giandes conjuntos se ha literalmente encarnizado con la ciudad y lo urbano p1ra ;;;iñ;;ñ- ro¿u'ru l"uii¿"¿ urbana nercenti!]e !9t:ll:] hu á"rupurecido: calles, pla7a , monumentos' espaclos sicnificativos. Hasta "t "ufé @l bistrot) ha suscitado el re- ;;fi;tt";il á"-lot <conjuntistas)), sY gustg-por.el asce- ,irÁá, ," reducción del irabitar al habitat. Ha sido pregi- so oue fueran ttutiu-"ifin en su destrucción de Ia reali i""¿=irtüJ"" t""tlur" para que aparezca la eriigencia. de una restitución. Tímidu-"it", léntamente' hemos visto entonces ,"upur""". Ll café, el centro comercial' Ia caile' los equipa*ierrto, -lla*ados culturales' en resumen' al- *to, elimentos de la realidad urbana' "-;; "ti" *o¿o, el orden urbano se descompone en dos ti;;; ;abellones y conjuntos.'-.Pero no h1v- sociedad il ;rd"", significadó, perleptibilidad, legibilidad sobre "i t"r."tto. EI desorden-suburbano insinúa un orden: la ó;;i;td de los sectores de pabellones v de los con- 36 frrntos, que salta a la vista. Esta oposición tiende a cons- llluir un sistema de signi-ficaciones urbano incluso en la rlt'surbanización. Cada sector se define (en y a través de lu conciencia de los habitantes) por relación al otro, por rrr contrariedad al otro. Los habitantes apenas tienen t'onciencia de un orden interno en su sector, pero los re- rirlcntes en los conjuntos se consideran y perciben nno ¡xrbcllonariosr. Y recíprocamente. En el seno de la opo- rición, Ias gentes de los grandes conjuntos se instalan en lt lógica del habitat y las gentes de los pabellones en lo itrraginario del habítat Los unos guardan la organización r';rcional (en apariencia) del espacio. Los otros, la pre- scncia del sueño, de la naturaleza, de la salud, al margen rlc Ia vida malsana v desagradable. pero la lógica áel h¿rbitat sólo se per"ibe a tiavés de su relacióri con lo irrraginario y. lo imaginario por su relación con la ló,. , gica..Las personas se iepresentan a ii mismal a través I rlt' aquello de lo que carecen o creen carecer. En esta , rt'lación, lo imaginario ocupa la posición de fuerza." So- : brcdetermina a la lógica: el hecho de habitar se percibe '¡r,rr referencia a los pabellones, tanto en unos como en ()lros (las gentes de los pabellones añoran la ausencia i rlt: uná lógica del espacio, mientras que la de los con- irrntos acusan la falta de no conocer la alegría pabello rraria). De ahí los sorprendentes resultados de las encues- l¡rs. Más del 80 por ciento de los franceses aspiran al rrloiamiento de vivienda individual y una considerable ma- voría se declara <satisfecha" de los conjuntos. Un resul-' l:rdo que aquf no interesa. Conviene tan sólo subrayar r¡rre la conciencia de Ia ciudad y de Ia realidad urbani se ttrofia tanto en unos como en otros, hasta su desapari- t'i<'rn. La destrucción práctica y teórica (ideológica) de la t'iudad no puede, por Io demás, evitar dejar un enorme vacfo. Ello, sin contar los problemas administrativos, y otros de más difícil solución, cada vez. para el análisii crftico, el vacío importa menos que la situación conflic- tiva caracterizada por el fin de la ciudad y la extensión rlc Ia sociedad urbana, mutilada, deteriorada, pe¡o real. Los suburbios son urbanos, en una morfologíá disocia- i, 37
  • 20. da, imperio de Ia separación y la escisión entré los ele- mentos de Io q,r" il" "'"udó como unidad y simulta' neidad. Desde esta perspectiva, el análisis crltico puede dis- ti";;;;* p"iioaot (qu,e n9 coinciden exactamente con "l-i"""tt* del drama de la ciudad en tres actos antes es- bozado). Primet período' La industria y,el Droceso de indus' trialización asaltan o -tit"if"" i" t*fi¿u¿ urbana plgelis- tente, hasta ¿estruirla *"áUttt" la práctica v la ideolo' gía y extirpu.fu ¿" lu realidad' I-a industrialización' lle vada según una estrategia-f-e clase' se comporta como ootencia negativa á"1" ?t"fia"'d urbana: la economía in' dustrial niega lo social urbano' Segundo petíoio (en parte- yuxtapuesto al primero)' La urbanización se "*ti"ttd"' Lá sociedad urbana se ge- neraliza.La realidJd;;ü;" se hace reconocer en su des' ;;;tó" y a través de esta misma destrucción' como rea- lidad socio""orromiJ l"-d"t""b'e gue la sociedad total corre el riesgo a" á"t"*ponerse si la ciudad y la centra- lidad le faltan; h;-á;;;r;tecido un ,dispositiío esencial para la urbanizacfu;;d"tfi";áá a" la iroducción v del consumo' se reinventa (no sin Tetcer Período. Se reencuentra o que la práctica " lu, "o"""pciones sufran su destrucción) la realidad, r-,.U",t"] é" i"i"tttu restituir la centralidad' iQuiere esto decir gue ha desapare-cido la estrategia de clases? No es "tr; ;"tpi;e"t"' se ha modificado' A las ;rg""; ""rrtruuáuá"t', a la descomposición de los cen- i** .*tituye ahora el centro de decisión' De este ,ttoa"^"u"" t t""u"" la reflexión urbanlstica' sucesora de un "tUuttit*o sin reflexión' Los amos' anta' ño, reyes y p¡,'"ip"t' no tuvieron.necesidad de una teoría urbanista otr^ "riU"ii"""t t"t calles' Bastaba con la pre- ;tó";;"il""ul. ":"I"11 tol1e los amos' v también' con la presencia de una'"ivilización y un estilo para que las ;oi;;;;;""¿*i"t-a"l trabajo- de este pleblg- se invir' tieran "r, obrur. El-páríodo blrgués pondrla fin a esta tradición milenaria. Al mismo tiempo' Áste perlodo aporta 38 t¡na racionalidad nueva diferente de la racionalidad ela- lrorada por los filósofos desde Grecia. La Razón filosófica proponía definiciones (discutibles, ¡reiro pivoteadas en razonamientos bien elaborados) del Itornbre, el mundo. la historia, la sociedad. Su generali- z¡¡ción democrática dio lugar acto seguido a un raciona- lismo de opiniones y actitudes. Cada ciudadano tenla, o sr: presumÍa que tenía, una opinión razonada sobre cada hccho y cada problema que le concernla; esta sensatez rt'chazaba lo irracional; una razón superior deberla salir rlc la confrontación de ideas y opinio4es, una sabidurla ¡¡cneral incidente en la voluntad general. Inútil insistir en las dificultades de este racionalismo clásico, ligadas a las dificultades políticas de la democracia, las difióultades prácticas del humanismo. Durante el siglo xrx, y sobre lodo durante el xx, la racionalidad organizadora adquie- rc forma, que opera a los diversos niveles de la realidad s<¡cial. ¿Procede de la empresa y la gestión de las unida- des de producción? ¿Nace al nivel del estado y la planifi- c:ación? Lo importante es que constituye una razón analf- ticallevada a sus últimas consecuencias. Parte de un aná- lisis metódico de los elementos, lo más sutil posible (de una operación productora, de una organización económi- ca y social, de una estructura o una función). A conti- nuación, subordina estos elementos a una finalidad. ¿De clónde sale la firtalidad? iQuién la formula? ¿Quién la es- tipula? ¿Cómo y por qué? Este es el fallo y la perdición de este racionalismo operativo. Los que lo sostienen pre- tenden d.educir la finalidad del encadenamiento de las operaciones. Y, sin embargo, nada hay de eso. La finali- tlad, es decir la totalidad y la orientación de la totali- dad, se decide. Decir que proviene de las mismas opera- ciones supone encerrarse en un cfrculo vicioso: la anate. lnla analítica aparece entonces como su propio objetivo, su propio sentido. La finalidad es objeto de decisión. Es na estrotegra, justificada (más o menos) por una ideolo- gía. EI racionalismo que pretende deducir de sus pro- pios análisis el objetipo que estos análisis persiguen, es a su vez una ideología. La noción de sistema recubre a la 39
  • 21. de estrategía. Ante el análisis crítico'.el sistema se revela estrategia, ," d"ru"ü t"*t ^á"átion (finalidad decidida)' proyecciones éstas ff;;;;;;;;;" de la sociedad en la que tales decisione"s "tit"i¿gi""t han sido tomadas' Ya antes hento, d"*o'i'uáo "¿áo la estratesia de clases ha orientado el análisis;; ;;; áL ta r""utidad urbana' su destrucción Y su restitución' Sin embarg., d;i;;i p""to de vista del racionalismo t""ii"iri^, J?"r,tltua" 'obt" el terreno de los procesos examinados sólo representa un caos' En esa urealidado ;;;;b;*an de *u""'u crítica -zonas suburbanas y te- ;td";;L'a;o-y rli"t"ot subsistente5-' no reconocen estos '.;:;.il;;u.'tá. "o"¿icic'nes de su propia existencia' An' te ellos aparecen '¿lt-át"ttudicciórry- desorden' Tan sólo Ia razón dialéctica, ;;;1;l;, puede áominar (por el pen' samiento reflexionairt";-;;;G práctica) procesos múlti' il*-l;, n"tadójicamente, contradictorios' ¿Cómo poner otá"" én esta confusión ca6tica? De es' te modo plantea J;I-;a el racionalismo de la or' l""irá"i¿ti;;t; desoiden no es normal' ácómo instituir' lo baio título ¿" *iÁ-n nlrmalidad? Inconoebible' Es' i: ;;##;-;';;ñ;'l Éf '*ái"o de la sociedad moder' na ve en sí al *ái; del espacio social enfermo' ¿Con qué finalid"di ¿.Ou"- remedioi La coherencia' El raciona' lismo insta*rará oie;**;;á lu "oh"tt'cia en la realidad ;;;i;; i; q"" tut"tt" 1' q"" se ofrece a su acción' Es' te racionalirtu "oi.""- "i*rí"ü" de no advertir que la co- ü;";;;;.r,ru fo'mu, Y, Pór tanto.' más que "tt q1' 'uo medio, q.r. t"r*i,'l';'1o'''i't"m'tizar la lógica del ha' bitat, subyacente ut d"totd"n e incoherencia aparentes' que va a tomar tüto f""'o de partida de sus actuacio' nes coherentes ha]cü li "ttt"t"""ia de lo real' De hecho' ;;h^t;;;-;;t"h;l;i"a o unitaria en la reflexión urba' na, sino varias t""a"nliut aprehendibles por su relación a este rucionalisál-áp"tá"io"ul' Entre eitas tendencias' unas se afirman en cóntra, otras ¿ favor del racionalis' ;;, ;i-d; trlevan a formulaciones, extremas' Ello inter' fiere con tu t*rra",ii" l"""t"t de los -que se ocuroan. d¡ urbanismo u "o *Áprád". más que lo que pueden tra' 4A rtucir en términos de operaciones gráficas: ver, sentir bnio la punta del lápiz, dibujar. Se distinguirá pues: a) El urbanismo de los hombres de buena volunta{ (rrquitectos, escritores). Sus reflexiones y sus proyectos irnplican una cierta filosofía. Generalmente, están vincu- lrrclos a un humanismo: al antiguo humanismo clásico y libcral. Ello no va exento, sin embargo, de una buena do. sis de nostalgia. Se quiere construir ua escala humanau ¡rara ..los hombresr. Estos humanistas se presentan a un ticmpo como médicos de la sociedad y creadores de rela- <'i<rnes sociales nuevas. Su ideologia, o, meior aún, su i<lcalismo, con frecuencia procede de modelos agrarios, (lue su reflexión ha adoptado de manera irreflexiva: el ¡lreblo, la comunidad, el barrio, el Ciudadano, al que se rlotará de edificios cívicos, etc. Se pretende copstruir edi- f icios y ciudades (a escala humana,', (a su medidau, sin .'oncebir que en el mundo moderno el uhombreo ha cam- biado de escala y que la medida de antaño (pueblo, ciu- tlad) se transforma en desmedida. En el meior de los ca- s<rs, esta tradición aboca a un formalismo ladopción de modelos que no tienen ni contenido ni sentido) o a un ¿s- teticismo (adopción de antiguos modelos por su belle za, que se arroian como pasto para saciar los apetitos rle los consumidores, b) El urbanismo de los administradores vinculados al sector público (estátal). Este urbanismo se cree cien- lffico. Se funda, ya sobre una ciencia, ya sobre investi- raciones que se pretenden sistemáticas (pluri o multidis- ciplinarias). Este cientifismo que acompaira a las formas cfeliberadas del racionalismo operativo tiende a descui- clar lo que llaman <factor humanou. También él está divi- clido en tendencias. A veces, a través de una ciencia sg, meiante, una técnica se impone, convirtiéndose en pun- to de partida; generalmente, se trata de una técnica de circulación, de comunicación. Se extrapola a partir de una ciencia. de un análisis fragmentario de la realidad con- siderada. Las informaciones o las comunicaciones son op timizadas en un modelo. Este urbanismo tecnocrático v ü ü il:¡i.3.'l 4I
  • 22. sistematizado, con sus mitos y su ideologia (a sabeJ, Ia primariedad de la técnica), no dudarla en arrasar lo que queda de la Ciudad para dejar-sitio a los automóviles' á lu, "om,roicacionei, a las'informaciones ascendentes y descendentes. Los modelos elaborados sólo puede'n en- iru,. "r, la práctica tachando de la existencia social las mismas ruinas de lo que la Ciudad fue. A veces, por el contrario, las informaciones y los co- nocimientos-anallticos procedentes de diferentes ciencias son orientados hacia una finalidad estética' Pero se con' cibe menos una vida urbana a 'partir'de infarmaciones s;obre la sociedad que una centralidad ürbana que dispon- ga de informaciones facilitadas por las cimcias de Ia íociedad..'Estos dos aspectos se confunden en la concep- ción de los centros di decisión, visión globa! ésta en la que el urbanismo, ya unitario a su manera, aparece vlncu- fááo u una filosofá, " ,rtu concepción de la sociedad' a ,rtru "tt.utegia política (es decir a un sistema global y total). "l El urbanisrno de-los promotores' Estos c-onciben u ."áúr"" pára el mercado, óon propósitos de lucro' y ello sin diJimularlo. Lo nuevo y reciente es que ya no venden alojamientos o inmuebles, sino urbanismo' Con á- r- i¿".ltgía, el urbanismo se convierte en valor de cambio. El proyecto de los promotores se presenta co-n l,rs ali"ient"t d" lugar v ocasión privilegiados: -lugar de dicha en una vida cotidiana milagrosa y maravillosamen' i" i.urrrfo.-ada. Lo imaginario del habitat se inscribe en U f¿gi"" del habitat y sir unidad da una práctica social .rrre ño tiene necesidad de sistema. De ahí esos textos pu' blicita:.'ios ya famosos y que merecen pasar- a la posteri- dad porqué en ellos la publicidad pasa a ideología' Pa¡- ly ff '".tti"ndra un ttt"uó arte de viviro, un <nuevo-estilo áe vida"l La cotidianidad parece un cuento de hadas' *Colgar el abrigo en el vestíbulo de la entrada Y. Ja más ügeró, salir a sirs asuntos después de haber confiado los ,.,íRor'a los Jardines de Infancia de la galería, reunirse con las arnigas, tomar algo juntas en el drugstare"'> He aqul realizaáa la imagen de la alegría de vivir' La socie' 42 dad de consumo se traduce en órdenes: orden de sus elementos sobre el terreno, orden de ser felices. Este es el marco, el decorado, el dispositivo de vuestra feli- cidad. Si no sabéis aprovechar la ocasión de aceptar la felicidad que se os ofrece para hacer vuestra felicidad, es porque... ¡Inútil insistir! A través de las diversas tendencias se perfila una €s- trategia global (es decir, un sistema unitario y un urba- nismo ya total). Unos harán entrar a la sociedad de con- sumo dirigida en la práctica y la concretizarán sobre el terreno. Construir¡in no sólo centros comerciales sino centros de consumo privilegiados: la ciudad renovada. Impondrán, haciéndolo .legible", una ideología de la fe- licidad gracias al consumo, y la alegría gracias al urba- nismo adoptado a su nueva misión. Este urbanismo pro. grama una cotidianidad generadora de satisfacciones (sobre todo para las mujeres que aceptan y participan). El consumo programado y cibernetizado (previsto por los computadores) se convertirá en regla y norma para toda la sociedad. Otros, edificarán los centros decisio- nales, concentrando los medios de poder: información, formación, organización, operacióD. O, también, repre- sión (coacciones, entre ellas la violencia) y persuasión. (ideologla, publicidad). Alrededor de estos centros, en orden disperso, de acuerdo con las norrnas y presiones previstas, se repartirán sobre el terreno las periferias, la urbanización desurbaniza&a. Todas las condiciones se reúnen asl para un dominio perfecto, para una refinada explotación de la gente, a la que se explota a un tiempo como productores, como consumidores de productos, co. mo consumidores de espacio. La convergencia de estos proyectos arrastra los ma- yores peligros. Plantea'políticamente el problema de la sociedad urbana. Es posible que de estos proyectos naz- can nuevas contradicciones que estorben la convergencia. Si se constituyera una estrategia unitaria y ésta tuviera éxito, nos encontraríamos quizás ante lo irreparable. 43
  • 23. La filosoffa g la ciudad Después de esta puesta en perspectiva y de esta ovi- sión de caballero andante> conviene cargar el acento sobre algunos aspectos determinados, algunos problemas cspecíficos. El punto de partida para dar al análisis un criticismo radical, para profundizar en la problemática urbana, será la filosofía. Lo que, sin duda, sorprenderá a muchos. Y, sin embargo, a lo largo de las páginas pre- cedentes, ¿acaso no ha sido ya frecuente esta referencia a la filosofía? No se trata de iresentar una-t'ilosofía de Ia ciudad, sino, por el contrario, de refutar semejan te ac- titud, devolviendo al conjunto de las filosofías su lugar cn la historia. Nuestro propósito está en presentar un proyecto de síntesis y totalidad que la filosofía como tal no puede realizar. Después de esto, vendrá el examen de Io analítico, es decir, de los esclarecimientos o recor- tes de la realidad urbana por las ciencas parcelarias. Al rechazar proposiciones sintéticas basadaS sobre los re- sultados de estas ciencias especializadas, particulares y parcelarias, estaremos en condiciones de planfear mejor -en términos políticos- el problema de la síntesis. A lo largo de este recorrido, reencontraremos rasgos que ya han sido significados, problemas que ya han sido for- muiados, y que reaparecerán con una claridad mucho mayor. En particular, la oposición enh:e valor de uso (la ciudad y la vida urbana, el tiempo urbano) y valor de cambio (los espacios comprados y vendidos, la consu- rnición de productos, bienes, lugares y signos) nos apa- recerá en toda su desnudez. i Para la mediación filosófica que buscaba una totali- dad mediante la sistematización especulativa, es decir para la filosofía clásica, desde Platón a Hegel, la Ciudad fue, mucho más que un tema secundario, un objeto en- 45
  • 24. tre otros. Los lazos entre el pensamiento filosófico y la vida urbana se descubren claramente a la reflexión, sin que por ello desaparezca la necesidad de explicitarlos. Para los filósofos y para la filosofía, la Ciudad no fue una simple condición objetiva, un contexto sociológico, un dato exterior. Los filósofos han upensadoo la Ciudad; han llevado al lenguaje y al concepto la vida urbana. Dejaremos de lado las cuestiones que plantean la ciu- dad óriental, el modo de pi-oducción a'siático, las re' laciones uciudad-campo" dentro de este modo de produc- ción y, finalmente, la conformación, con base a todo esto, de las ideologías (filosofías). Consideraremos únicamente la ciudad antigua (griega o romana) de la que parten las sociedades y las civilizaciones llamadas uoccidentales>. Esta ciudad generalmente resulta de un gi-ggqi-qglg, es decir de la reunión de varios pueblos o triL'rñ-ésiátileci' dos sobre un territorio. Esta unidad permite el desarro- llo de la división del trabajo y de la propiedad mobilia' ria (dinero) sin destruir, no obstante, la propiedad co' lectiva, o mejor aún, ucomunitaria" del suelo; de este modo, se constituye una cornunidad en cuyo seno una minoría de ciudadanos libres ostentan el poder frente a los otros miembros de la ciudad: mujeres, niños, escla- vos, extranjeros. La ciudad vincula sus elementos aso- ciadós a la forma de propiedad comunal (upropiedad pri- vada común>, o <<apropiación privativa") de los ciudada' nos activos, que se oponen a los esclavos. Esta forma de asociación constituye una democracia, pero los elemen- tos de esta democracia están estrechamente jerarquiza- dos y sometidos a las exigencias de unidad de la ciudad misma. Es la de,mocracia de la no libertad (Marx). A lo largo de la historia de la ciudad antigua, la propiedad privada pura y simple (de dinero, suelo, esclavos) se con- solida, se concentra, sin abolir los derechos de esta ciu- dad sobre el territorio. La separación de la ciudad y el campo tiene lugar entre las primeras y fundamentales divisiones del tra- bajo, con la repartición de los trabajos según sexos y edades (división biológica del trabajo), con la organiza' 46 cir'¡n del trabajo según los instrumentos y las habilidades (rlivisión técnica). La división social del trabajo entre la r'ir:dad y el campo corresponde a la sepa¡ación entre el lrabajo material y el trabajo intelectual, y, por consiguien- lc, cntre lo natural y lo espiritual. A la ciudad incumbe rl trabajo intelectual: funciones de organización y direc- ci<in, actividades políticas y militares, elaboración del co- rrr¡cimiento teórico (filosofía y ciencias). La totalidad se tlivide; se instauran separaciones; entre ellas la separa- t'ión entre Physis y Logos, entre teoría y prácticd, y, yd rfcntro de la práctica, las separaciones entre praxis (ac- ción sobre los grupos humanos), póiesis (creación de obras), téchne (actividad armada de técnicas y orientada hacia los productos). El campo , a la vez realidad práctica .y representación, aportaría las imágenes de la naturale- za, del ser y de lo original. La ciudad aportaría las imá- gcnes del esfuerzo, de la voluntad, de la subjetividad, de la reflexión, sin que estas representaciones se disocien de actividades reales. De la confrontacién de estas imá- genes nacerían grandes simbolismos. Alrededor de la ciu- dad griega, por encima de ella, el cosmos se configura, como espacios ordenados y luminosos: jerarquía de lu- gares. La ciudad italiota tiene por centro un agujero sa- grado-maldito, frecuentado por las fuerzas de Ía -muerte y- de la vida: tiempos tenebrosos de esfuerzos y pruebas, el mundo. En la ciudad griega triunfa, no sin licha, el espíritu apolíneo, el símbolo luminoso de la razón que c¡rdena. Por el contrario, en la ciudad etrusco-romina triunfa el lado demoníaco de lo urbano. pero el filósofo y la filosofía intentan (in-ventar) o crear la totalidad. El filósofo no admito la separación; únicamente no con- cibe que el mundo, la vida, la sociedad, el cosmos (y más tarde la historia) no puedan constituir un Todo. La filosofía nace, pues, de la ciudad con la división del trabajo y sus múltiples modalidades. La filosofía, a su vez, se convierte en actividad propia, especializada. Pero, sin embargo, no recae en lo parcelario. De hacerlo, se confundiría con la ciencia y las ciencias, también ellas nacientes. De la misma manera que el filósofo rehúsa 47
  • 25. entrar en las opiniones de los artesanos, soldados, poll ii"ár, r""haza lás razones y argumentos de los especia- ii;ñ. 5,, ittt"t¿t fundamental ! su fin es la Totalidad' i"u."t"¿u o creada por el sistema, a saber, Ia unidad de pensamiento y ser, de discurso y acto, de naturale'9..y i"ff-á*i0", de mundo (o cosmos) y realidad humana' ElIo no excluye, sino que por el contrario incluye, la medita- ción sobie:las diférencias (entre el Ser y el pensamiento' entre lo que viene de la naturaleza y lo que viene de la ciudad, eic.). Como dijera Heidegger, el Logos (elemen- to, medio, mediación y, para los filósofos y la vida urba' na, fin) fue simultáneamente: poner delanteu reunir y co- ger, para luego recoger y recogerse, hablar y decir, ."*p* i"t. io reunión es la cosecha ó incluso su cumplimiento' *Se buscan las cosas y se las devuelve. Allá domina la puesta en abrigo teguio, y con ésta domina a su vez el cuidado de conservir... iu-"ot"cha es en sí y anticipada- mente una selección de aquello que necesita un abrigo seguro.D De este modo, la cosecha es a un tiempo pen' slmiento. Lo que reunido, es puesto en reserva' Decir es el acto captadb que reúne. Eilo supone la presencia de .alguienrr,-ante, p-or y para quien se enuncia el ser de lo q,rJ hu sido así iográaó. Esti presencia se produce en Ia claridad (o, como Heidegger d-ioe, en la uno ocultaciónu) (Véase Essais et confériices, le Logos, pp' 25I y s') La Ciudad ligada a la filosofía reúne, pues, en y por su lo- gos, las riqr.t"tut del territorio, las actividades dispersas-y iá"'p"ttottus, la palabra y loá escritos (de los -que cada uio anticipa el recoger y la recolecta). Hace simultdneo lo que, "tt-"I "u*po, y dé acuerdo con la naturaleza, ocu' rre y transcurre, se reparte según ciclgs y ritmo.s' 4t",*: y pono bajo su guarda <todoo. Si la filosofía y la ciudad rJtt uto"iádas dé este modo en eI Logos (la Razón) n-a- ciente, ello no acontece dentro de una subjetividad a la manera del cogito cartesiano. Si constituyen un siste- ma, no Io hacen de la manera habitual ni en la acep- ción corriente del término. A esta unidad primordial de la forma urbana y de su contenido, de la forma filosófica. y de su sentido, vienc 48 ¿r añadirse la organización de la Ciudad misma: un cen- tro privilegiado, núcleo de un espacio político, sede del Logos y regido por el Logos ante el que los ciudadanos son (igualesu, teniendo las regiones y las delimitaciones de espacio una racionalidad justifrcada ante el Logos (pa- ra y por él). EI Logos de la Ciudad griega no puede separarse del Logos filosófico. La obra de la ciudad se continúa y se concantra en la obra de los filésofos, la cual recoge las opiniones y avisos, las obras diversas, las reflexiona en una simultaneidad, y reúne ante estos filósofos las dife- rencias en una totalidad: lugares urbanos en el cosmos, tiempos y ritmos de la ciudad en los del mundo (e inver- samente). Y cuando la filosofÍa lleva la vida urbana, la de la Ciudad, al lenguaje y al concepto, incurre en una historicidad superficial. En verdad, la ciudad como emer- gencia, lenguaje, mediación, sale a la luz teórica gracias al filósofo y a la filosofía. Después de esta primera exposición del vínculo inter- no entre Ciudad y F-ilosofía saltamos a la Edad Media occidental (europea). En la Edad Media, el proceso par- te del campo. La Ciudad romana y el Impeiio han iido destruidos por las tribus germánicas, al mismo tiempo comunidades primitivas y organizaciones militares. De esta disolución de la soberanía (ciudad, propiedad, rela- ciones de producción) resulta la propiedad feudal del suelo; los siervos reemplazan a los esclavos. Con el rena- cimiento de las ciudades nos aparece, por una parte, la organización feudal de la propiedad y de la posesión del suelo (manteniendo las comunidades carnpesinas una po- sesión costumbrista y los señores la propiedad que más tarde se denominaría <eminenter) y, por otra, una orga- nización corporativa de los oficios y de la propiedad ur- bana. Esta doble jerarquÍa, aunque dorninada en sus ini- cios por la propiedad señorial del suelo, contiene la con- dena _de esta propiedad y de la supremacÍa de la riqueza inmobiliaria. De ahí, un conflicto profunCo, esenciaf a la sociedad medieval. ..La necesidad de asociarse contra el pillaje de los caballeros, a su vez asociados, la falta de HCS 44 .4 49
  • 26. mercados comunes en una época en la que lo industrial era artesano, Ia concurrencia de siervos que' tras su lrDe- iu"iOtt, afluían a las ciudades en las que las riquezas cre' ;;;;;i; "tganización feudal total, hicieron nacer las cor- poracionesl Lo, p"q,reños -capitales lentamente economi' iados por artesanoi aisladosl v b estabilidad del núme' ;; ¡; Sstos en el seno de una población creciente' desa- rrollaron el sistema de compañeros y aprendices, Io que estableció en las ciudades una jerarquía seme3ante a^la á"f "u-po'u (Marx) En estas -condiciones' la filosofía ""-¿" subordinada a la teología: la filosofía abandona ü_- _"¿iá"ión sobre la ciudad. El filósofo (teólogo) re- lle*iottu sobre Ia doble ierarquía y la conforma' respe- ;¡; o descuidanclo los conflictos' Los símbolos y no- ;iÑ relativos al cosmos (espacio, jerarquía de las dis- tancias en ese espacio) y al mundo (ndeveniru- de Ias r"Utiu""iut acabaáas, jerárquías en el tiempo' descenso á caída, ascensión o redenci-ón) desdibujan Ia.conciencia de la ciudad. A partir del momenlo donde no hay ya dos sino tres jerarquías (la feudalidad de la tierra' la orga- tirá"iott órpoiativa, el Rey y su aparato de Estado)' la reflexión recupera una diménsión crítica., EI filósofo y la iil,osofia, no teniendo ya que optar entre el diablo y ei Señor, se reencuentran. Pero, pese a ello' la filosofía no reconócerá su vínculo con la cludad' Este racionalismo' ""t" u o"" la subida del capitalismo (comercial y.ban- iu.io, luigo industrial) va acompañada de la del raciona- lismó, esé racionalismo prende, bien en el Estado' bien en el individuo. En el apogeo de la elaboración filosófica (especulati' va, sistemáti*, contemplativa), para Hegel, la .unidad ""i." i" c.sa párfecta, alaber la ciudad griega, y la ld.ea' o,r" u.tittt" a ia sociedad y al Estado, ha sido irremedia- ülemente truncada por él devenir histórico' En la so- ciedad moderna, el Estado se subordina sus elementos y materiales y por tanto la Ciudad' Esta, no obstante' den- tro del sistema total, permanece como un cierto subsis' tema, filosófico-político, junto con el-sistema de las nece' ri¿"J*t, el de lós derechos y los deberes, el de la fami- 50 lia y los estados (oficios, corporaciones), el del arte y la estética, etc. Para Hegel, la filosofía y lo ureal, (práctico y social) no son, e, mejor aún, han dejado de ser, exteriores el uno nl otro. Las separaciones desaparecen. La filosofía no se contenta con reflexionar (sobre) lo real, con intentar la conjugación de lo real y lo ideal; se realiza realizando lo ideal: lo racional. Lo real no se contenta con dar pretex- to a la reflexión, al conocimiento, a la conciencia. Y, a lo largo de una historia que tiene un sentido -que tie- ne esté sentido-, se convierte en racional. De este modo, lo real y lo racional tienden el uno hacia el otro; cada uno por su lado, marchan hacia su identidad (así reco- nocida). Lo racional es esencialmente la Filosofía, el sis' tema filosófico. Lo real es la sociedad y el Derecho y el Estado, que cimienta el edificio coronándolo. En el Es- tado moderno, por consiguiente, el sistema filosófico se convierte en real; en la filosofía de Hegel lo real se pre' senta como racional. El sistema tiene doble faz: filosó' fica y política. Hegel sorprende el movimiento histórico de este paso de lo racional a lo real e inversamente. Es' clarece la identidad en el instante mismo en que la histo- ria la produce. La filosofía se realiz¿. En Hegel, como Marx advirtió, se da a un tiempo devenir filosofía del mundo y devenir mundo de la filosofía. Primera conse' cuencia: imposible ya la escisión entre filosofía y rea' lidad (histórica, social, política). Segunda consecuencia: el filósofo pierde toda independencia; realíza una fun' ción pública, como los otros funcionarios. La filosofía y el filósofo se integran (por mediación del cuerpo de funcionario y la clase media) en esta realidad racional del Estado, p€ro no ya en la Ciudad, que fue solamente Cosa (perfecta, es cierto, pero cosa desmentida por una racionalidad más elevada y más total). Es sabido que Marx ni refutó ni rechazó la afirmación hegeliana esencial, la de que la"filosofía se realiza. El fi' lósofo ha perdido su derecho a la independencia frente a la práctica social, en la que se inserta. Existen claramente devenir-filosofía del mundo v devenir-mundo de la filo- 51 {}tttd,ii?