1. CULTURA EMPRESARIAL Y CLIMA LABORAL
La cultura empresarial
Toda sociedad y toda organización desarrollan una cultura específica. La cultura
de empresa se refiere a los valores y comportamientos compartidos por sus miembros.
Va a incluir su filosofía, y se va a traducir en un estilo de trabajo y en un clima social.
En definitiva, la cultura de la empresa es la personalidad de la organización, que la
diferencia de otras y refleja la manera de pensar, de ser y de hacer las cosas.
Por ejemplo, en los años ochenta del siglo pasado la cultura de empresa incluía
valores como productividad, competitividad, sinergias; era la época de los “ejecutivos
agresivos”. Más tarde los términos de moda eran flexibilidad, autonomía y creatividad;
los ejecutivos “han tirado las corbatas y se visten casual”. Al día de hoy, en estos
momentos de crisis, veremos más sobriedad en las empresas y se hablará de valores
como esfuerzo, credibilidad, cambio, sostenibilidad.
Al margen de los vaivenes de los ciclos económicos, se puede decir que en el
momento actual existen culturas tradicionales y culturas progresistas de las
organizaciones o empresas:
• La cultura tradicional se basa en el interés económico y en considerar a sus
empleados como piezas sustituibles. Se caracteriza por la rigidez laboral, la
jerarquía vertical y el estilo de liderazgo autoritario (“siempre se ha hecho así”).
La cultura tradicional no tolera el error, no fomenta el desarrollo personal y
profesional, y ejerce mucha presión sin respetar ni escuchar a los colaboradores.
• La cultura progresista es la que estima que las organizaciones tienen un doble
objetivo, el económico y el social, y que sus empleados son su mejor recurso. Se
caracteriza por: la visión a más largo plazo; el optimismo y la confianza (“todo
es posible si se actúa sobre ello”); el conflicto como oportunidad (“se pueden
extraer valiosas enseñanzas”); se valora la creatividad (“la gestión del cambio”);
el nivel de estabilidad en el empleo es alto; y las relaciones humanas están
basadas principalmente en la cooperación.
El clima laboral
El clima laboral se define como la suma de satisfacciones, o insatisfacciones, que
los miembros del grupo de trabajo experimentan debido a su participación en una
organización. Es necesario que la organización tenga un buen clima laboral, que está en
conexión íntima con el estilo de dirección.
Empleados insatisfechos, trabajadores malhumorados y supervisores ineficientes
harán disminuir la satisfacción y, por tanto, disminuirá el clima de grupo. Asimismo, la
falta de control del tiempo de trabajo por el empleado y permanecer aislado sin
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2. relaciones en ambientes laborales extremadamente competitivos, contribuyen a agravar
la desidia y el sentimiento de inutilidad de los empleados susceptibles de caer en la
depresión.
La combinación de una productividad elevada con un clima laboral bueno ocurre
cuando: se satisfacen los objetivos del grupo (aceptación y reconocimiento de la
aportación del grupo); se satisfacen los objetivos individuales (buenos salarios, libertad
en el puesto, funciones claras, promoción); el mando motiva a los trabajadores hacia un
superior rendimiento con un enfoque de relaciones humanas (apoyo, comunicación,
delegación); una productividad elevada produce un clima positivo y éste refuerza la
productividad.
La felicidad del empresario
El empresario está embarcado en un proyecto expansivo y creador. El empresario
siente el entusiasmo de estar creando algo nuevo, y en un esfuerzo de equipo es
enormemente satisfactorio. Sin embargo, el impulso de sobresalir y alcanzar metas,
basado en la motivación logro, puede tener una deriva excesivamente combatiente y
competitiva.
Hay problemas personales y sociales relacionados con la dinámica competitiva
en general: el escaso tiempo que se dedica al cultivo personal y de las relaciones
sociales, el excesivo consumismo carente de sentido, las pérdidas asociadas al deterioro
medioambiental, y el hecho de que los productos o servicios que el mercado ofrece son
sustitutivos imperfectos de los producidos de modos alternativos.
En el mundo laboral impera el enfado como emoción más habitual, mientras que
la alegría es la menos usual. Los jefes son víctimas de sus reacciones emocionales y en
un efecto piramidal nocivo se traslada el mal humor y el estrés de arriba abajo, a los
mandos intermedios, cuyo enfado provoca la misma reacción sobre sus colaboradores.
Se va creando así una cultura empresarial basada en el castigo y el resentimiento, que
contribuye a la insatisfacción, el miedo y la falta de compromiso de la plantilla.
Además, con la crisis actual hay en la empresa un alto nivel de ansiedad
generalizada. Un líder emocionalmente inteligente debe reconocer las emociones del
grupo, gestionarlas y dirigirlas. Debe inspirar al grupo, decir que son momentos difíciles
pero que está orgullosos del grupo, que quiere ser parte de este grupo y que los necesita
a todos.
La felicidad reside en elegir en cada momento la actitud más favorable y
positiva. Por ello un directivo tiene que transformarse a sí mismo a través del
autoconocimiento. Un proceso de desarrollo personal nos enfrenta con la parte oscura
de nosotros mismos y a la tarea de aceptarnos tal como somos, iniciando así el cambio
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3. hacia la persona que podemos llegar a ser. Adquirir una mayor conciencia nos permite
empatizar con las personas que nos rodean, estableciendo relaciones más profundas,
basadas en el respeto y la aceptación.
El autoconocimiento y el desarrollo personal les permite a los directivos revisar
sus creencias sobre cómo gestionar las personas, y les permite transformar a medio
plazo la cultura de la empresa. Se trata de confiar y sacar lo mejor de los demás y de
interactuar de una forma que es la mejor para uno mismo, para los otros y para lo que se
trata de hacer.
El gran reto del siglo XXI es humanizar la gestión de las organizaciones ya que
la satisfacción y el bienestar de los trabajadores es la base de un negocio productivo y
sostenible. Para ello hacen falta líderes más humanos, conscientes e inspiradores que
incorporen la conciencia, la responsabilidad y la sostenibilidad en la estrategia de las
empresas. El liderazgo es vocación de servicio.
La felicidad de los trabajadores
En el trabajo se pueden conjugar el éxito del aprendizaje, el perfeccionamiento
de las habilidades propias y el ejercicio del control, resultando momentos muy felices; o
puede ser el lugar donde peor se pasa. El trabajo representa la conquista de la autonomía
personal y cuando nos va bien nuestra subjetividad queda fortalecida.
Sin embargo, la progresiva automatización, la creciente separación entre las
zonas residenciales y los centros de trabajo, la deslocalización y la creciente
burocratización de las tareas, o el recuerdo de la maldición bíblica, le ha restado el
atractivo al trabajo para convertirlo en un centro para ejercer la competitividad.
Se estima que el 38% de los asalariados sufre algún trastorno psíquico derivado
del trabajo, como el estrés, el burnout, el mobbing y la depresión. Según la
Organización Internacional del Trabajo, el 15% de los trabajadores consume alcohol,
hachís y/o cocaína hasta la adicción, para soportar el estrés y la ansiedad que les
provoca la jornada laboral. Otro malestar en alza es el acoso laboral (mobbing), que ya
afecta al 9% de los trabajadores. También existe la lacra de la adicción al trabajo
(workaholics) que fomentan las empresas tóxicas.
En un informe reciente sobre la felicidad en el trabajo se constata lo siguiente:
las personas felices suelen mantener buenas relaciones con sus compañeros, con sus
jefes y con los empleados a su cargo; los trabajadores felices valoran la empresa en la
que trabajan, se sienten reconocidos y valorados por sus compañeros, sus jefes y los
empleados a su cargo, y están contentos con su empresa; proporcionan más felicidad las
actividades creativas, acordes con la formación, intelectuales y que se realizan de cara al
público; satisface más desempeñar la labor profesional en compañía que desempeñarla
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4. solo; y están más felices quienes emplean en el trayecto al trabajo poco tiempo.
Encontrar la satisfacción en el trabajo depende, en última instancia, de la actitud
que toma la persona frente a las circunstancias. Para evitar el victimismo frente a estas
circunstancias, debemos centrar nuestro esfuerzo en cambiar lo que sí depende de
nosotros. Se trata de responsabilizarnos de nuestro estado interno, asumiendo nuestras
respuestas emocionales ante lo que nos sucede, viendo de qué manera podemos cambiar
nuestras emociones para crear armonía.
Además, es básico llevar un estilo de vida equilibrado y saludable: cuidar la
alimentación, beber mucho agua, respirar profundamente más a menudo, dormir ocho
horas, practicar ejercicio con regularidad, trabajar el pensamiento positivo, reflexionar,
observar cómo pienso y me hablo a mí mismo, cuidar las relaciones y buscar momentos
de silencio para no hacer nada, simplemente relajarse.
Las creencias promovidas por el sistema de mercado actual ensalzan el hacer y
el tener, marginando completamente el ser. Para acercarnos al ser hemos de guiarnos por
lo que experimentamos en nuestro interior, conocer y comprender la verdad que nos
libera del sufrimiento y que nos lleva a disfrutar de una vida personal y profesional
consciente, equilibrada, creativa y llena de sentido.
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