Este documento discute la construcción de identidades en la escuela. Argumenta que no existe una identidad catalana esencialista y eterna, sino que es dinámica y cambiante. La educación no debe transmitir una visión partidaria o imponer finalidades externas, sino proporcionar conocimiento crítico de la realidad y el pasado. La identidad se define por la diversidad y apertura a los demás. La pérdida de memoria colectiva y desconexión del espacio social pueden causar desorientación en los jóvenes.

1. Reflexiones para el debate sobre la construcción de las identidades en la escuela
Dr. Joan Pagès Blanch
¿En qué están de acuerdo?, ¿en qué en desacuerdo? ¿por qué?
“La educación y en particular enseñanza de las ciencias sociales tienen como objetivo el
desarrollo de los individuos en el seno de la colectividad. La colectividad que articula los marcos de
socialización suele ser la comunidad nacional. El hecho nacional suele definirse por la existencia de
algunos, pocos pero sólidos, elementos de continuidad de larga duración histórica –una lengua, un
territorio, cierta conciencia de grupo, algunas creencias y simbologías compartidas-, por una
determinada configuración en la coyuntura del presente y por una dinámica concreta y cotidiana de
relaciones sociales: una población de orígenes, ideas e intereses heterogéneos, unos grupos sociales
bien desiguales en la distribución de la riqueza económica y cultural, un territorio intensamente y
desequilibradamente ocupado, unas actividades económicas profundamente transformadas e
interrelacionadas con la economía mundial, una creación cultural y simbólica activa y diversa, unas
instituciones de poder poco afirmadas,….
Todo esto configura una “identidad” caracterizada por la diversidad, la pluralidad, la evolución
constante y por la estrecha interrelación e interdependencia con el exterior, Esta se da en múltiples
y simultáneas direcciones.
La “identidad” catalana es tan real como poco definible, dinámica y cambiante. No existe una
identidad esencialista y eterna. (…) La educación no puede transmitir una visión catalana del mundo
sencillamente porque no existe. (..) La educación no es el mejor recurso para crear “conciencia
nacional” siguiendo el camino que han hecho en “la formación del espíritu nacional” los Estados-
nación de toda Europa a lo largo del siglo XX. Nos lo deberíamos ahorrar por el bien de la educación
y del mismo país. El adoctrinamiento, por suave que sea, acostumbra a generar efectos contrarios a
aquello que se pretende. O en cualquier caso no es la función de la actividad educativa.
La mejor aportación de la educación a una comunidad es la de proporcionar a los aprendices
conocimiento fiable, analítico y crítico de su realidad y de su pasado a través de su propia lógica y
no de la imposición de finalidades externas de carácter partidario o moralista.
La interdependencia es un componente de la identidad. Los fenómenos “exteriores” no son
externos a la colectividad nacional. Y no solamente por el efecto de “pueblo global” que la
información crea a escala planetaria sino por la incidencia real de los fenómenos de un extremo a
otro del planeta. También hemos dicho que esta realidad no fomenta tampoco la opción de una
cultura y un ciudadano “universal” ni por la disolución de la identidad de las diversas comunidades
humanas.
Si fomenta, en cambio, una concepción de la identidad en los términos que la sitúa la
antropología cultural como un a identidad en la diversidad y en la apertura a lo otro y a los otros.
(…)
La pérdida de la memoria colectiva y de la comprensión del propio espacio social actúan como
factores desestructurantes de la socialización de los niños y de los jóvenes. El fenómeno de la
hiperinformación y del anonimato y masificación de la vida en las grandes urbes serían los dos
factores más condicionantes. El volumen de información que llega a un individuo sobre espacios,
sociedades y fenómenos de cualquier parte puede desorientarlo profundamente si no dispone de
esquemas y categorías de organización y comprensión. Por otro lado, la ruptura de la transmisión de
memoria colectiva en las sociedades de masas provoca la ruptura en la transmisión de las pautas de
identidad, de pensamiento y de comportamiento del individuo.
Esta “desorientación” espacial y temporal puede provocar en los jóvenes [y en los niños y niñas]
una grave dispersión personal, aislamiento y agobio al sentirse sin pasado ni presente. La búsqueda
de identidades y solidaridades artificiosas, excéntricas o agresivas –tribus urbanas, sectas, etc.-
puede ser una de las salidas a las que los adolescentes tiendan con más facilidad.
(…) La adolescencia es una etapa de desarrollo que no se da en abstracto ni en el vacío sino
dentro de un proceso sociocultural determinado. Identificar la especificidad del adolescente es una
necesidad para contextualizar con acierto las decisiones cuniculares. El crecimiento físico, la
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2. maduración sexual y la construcción de la identidad personal está socialmente mediatizada por la
“cultura del cuerpo” y los valores de la apariencia. El estímulo del consumo por el vestir, por la
posesión de objetos identificadores supone en el adolescente la desviación hacia la apariencia
exterior, a la que es especialmente sensible, de la construcción de su identidad interior. El
“parecer” predomina sobre el “ser”.
La adopción de valores sociales y la construcción del propio código moral lo vive hoy el
adolescente en un contexto de incertidumbres y de escepticismos, en los que el mismo profesorado
es un agente de perplejidades y contradicciones. De otro lado el mercado de la cultura de masas
ofrece modelos y valores bien definidos a través del deporte, el cine, el mundo del espectáculo,…”.
(125-128).
Emili MUÑOZ/Joan PAGÈS (1991): “Orientacions per a l’elaboració de proyectes curriculars de
l’àrea de ciències socials de l’etapa de l’ensenyament secundari obligatori (12-16)”. In BATLLORI,
R./PAGÈS, J./PONS. M. (eds.): Actes del segon simpòsium sobre l’ensenyament de les Ciències
Socials. Vic, Eumo editorial, 111-156
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