1. ORACIÓN
¡Oh alto y glorioso Dios!
ilumina las tinieblas de mi corazón.
y dame fe recta,
esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y veraz mandamiento.
TEXTO BÍBLICO: Mateo 16, 13-17
Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos,
diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos,
Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo:
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres,
Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está
en los cielos.
TEXTO FRANCISCANO: REGLA NO BULA XXIII. 11 DE SAN FRANCISCO:
En todas partes, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de
continuo, todos nosotros creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el
corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos,
glorifiquemos y ensalcemos sobremanera, magnifiquemos y demos gracias al
altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo,
creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen y esperan en él y lo
aman a él, que es sin principio y sin fin, inmutable, invisible, inenarrable, inefable,
incomprensible, inescrutable , bendito, laudable, glorioso, ensalzado
sobremanera , sublime, excelso, suave, amable, deleitable y todo entero sobre
todas las cosas deseable por los siglos. Amén.
SU VIDA (1ª Parte)
Su nombre de pila fue Gutierre, al igual que su
abuelo, D. Gutierre de Sotomayor, por lo que se
hizo llamar Gutierre II. Disfrutó de los títulos de
Primer Conde de Belalcázar y III Vizconde de la
Puebla de Alcocer.
Fue una de las más grandes figuras de la España
del siglo XV, siendo ilustre no solo por su sangre y
ascendencia, que entroncaba con los Reyes de
Castilla, sino por sus extraordinarias virtudes,
que le llevaron a renunciar a todos sus bienes y
profesar como franciscano.
En los primeros años de su juventud tuvo algunas vivencias que
acentuaron su fe, como la visión del infierno o su salvación milagrosa de
un rayo, ambas en sendas cacerías.
Convencido de la llamada divina, se retiró al Monasterio de Guadalupe
tomando el hábito de los Jerónimos con 18 años, en el año 1.471 y
viviendo allí durante 8 años. Posteriormente, en el 1.479, ingresaría en la
Orden Franciscana. Para ello va a Roma, donde el Papa Sixto IV, tras una
celebración pontificia le concede el hábito de S. Francisco, siendo enviado
al Convento de S. Francisco de Transtevere y recibiendo el nombre en
Roma de El Grande Español.
Por algún tiempo vivió también en el Convento de Di Carcer en la misma
celda que ocupara S. Francisco.
Cualquier favor recibido por intersección de fray Juan de la Puebla
comunicarlo:
Clarisas Belalcazar: clarisasbelalcazar@hotmail.com.
asconventodesantaclara@gmail.com
2. FE RECTA Y ESPERANZA CIERTA
DEL VENERABLE FRAY JUAN DE LA PUEBLA.
La fe es el fundamento y origen de todas las virtudes y como puerta
principal por donde entramos al reconocimiento de todas las divinas
verdades de nuestra sacrosanta religión; ella es el cimiento de la vida sobre
natural y la que nos conduce al reconocimiento divino.
Conocidas todas las divinas verdades por la fe, nace de este conocimiento la
virtud de la esperanza, que como áncora salvadora, nos mueve a esperar los
bienes prometidos y nos sostiene y fortalece en las olas borrascosas de la
vida.
Desde que a nuestro venerable fray Juan de la Puebla le enseñó su piadosa
madre los divinos misterios los creyó siempre con fe ciega e inquebrantable,
defendiéndolo luego en su vida con ardiente celo.
Es el sacramento de la Eucaristía misterio de fe por excelencia; era tal el
fervor y veneración con que lo adoraba, que no pudiendo reprimir su
ardiente afecto prorrumpía en coloquios amorosos. Cuando celebraba el
Santo sacrificio de la misa, lo hacia con tal respeto, devoción y olvido de
todo lo terreno, como si para él no existiese el mundo.
Como en la fe , fue nuestro venerable aventajado; igualmente lo fue en la
esperanza. Era tal la seguridad de su esperanza que cuando las acciones
humanas eran más arduas y al humano entender casi imposibles, entonces
era para vencerlas más valiente y más firme su esperanza. Esta noble virtud
dejó a sus hijos por legado íntimo, encargándoles en el lecho de muerte:
“Hermanos os encomiendo que tengáis en Dios vuestra esperanza porque
nadie que la tiene es confundido”
Oh amantísimo Padre; danos fe ciega y firme esperanza con que creamos los
divinos misterios y esperemos en el reino eterno de la gloria.
LA FE Y FRANCISCO DE ASÍS
Francisco, hombre de fe... La fe es encuentro, movimiento, vida: vida que se
desarrolla y se profundiza al filo de las experiencias, de las reflexiones y de los
progresos que estas experiencias provocan. Francisco fue fiel a las lecciones de la
vida, que él se esforzó en leer e interpretar a la luz del Evangelio. Si copiaba a
Cristo, era para impregnarse de su espíritu. En esta lectura de los signos de Dios,
la fe se hace incesantemente más profunda; a cada nuevo hallazgo, los
precedentes deben ser asumidos en el plano de la vida concreta con una fidelidad
nueva. Rechazar este movimiento, este progreso, es rechazar la fe. Pues la fe
progresa o desaparece; no es estática, jamás es el objeto inerte de una posesión
definitiva o de una comprensión inmediata.
La fe es movimiento, el encuentro de una persona, es decir, de un misterio
que es necesario penetrar sin descanso. Si se alcanzara el final de este misterio,
no habría ya vida, tanto en Dios como en el hombre. Si Dios estuviera al alcance
del hombre, ya no sería el todo-otro que Jesucristo nos ha revelado, ya no sería
inalcanzable. Cuando se ha descubierto la presencia de Dios en un
acontecimiento, Él está ya en el acontecimiento siguiente donde nos espera para
revelársenos un poco más, aunque jamás totalmente.
Es a través de las mil y una experiencias de la vida como las nociones del
Credo nos devuelven el rostro de una Persona viva. Los acontecimientos de la
vida y de este mundo son los signos actuales de la presencia y de las intenciones
de Dios. Pero estos signos no son legibles si no es mediante su referencia al
Evangelio.
El Señor se lo hizo comprender a los discípulos la mañana de Pascua: ellos
le creían muerto y enterrado en la tumba, Él los cita en Galilea. Para encontrarlo,
pues, deben ponerse de nuevo en marcha. Del mismo modo, le dice al joven de
Espoleto: «Vuelve a la tierra que te vio nacer». Francisco comprendió, como
Abraham, padre de la fe, a quien Dios ordenó también partir, que será un
nómada, «peregrino y extranjero en este mundo». Mientras la fe no haya
alcanzado el pleno conocimiento de Dios y de su Designio de salvación, tendrá al
creyente proyectado hacia adelante, a la búsqueda de un nuevo descubrimiento.
Ella deja en su corazón una tensión e insatisfacción profundas, que impulsaron a
Francisco a desear el martirio y, en su defecto, a compartir en su propio cuerpo
los sufrimientos de la Pasión. A través de este signo de identificación, que son las
llagas, pudo él comprender aún más la profundidad del Amor de su Señor. El
deseo del «cara a cara», término normal de la fe en lo invisible, le lleva a celebrar
«nuestra hermana la muerte» como «la puerta de la vida».
Francisco fue caballero mucho más allá de sus sueños de juventud. Su fe fue
la de un hombre totalmente bajo el dominio de Dios. Ante cada interrogante de la
vida, ante cada viraje hacia lo desconocido, Francisco, como San Juan de la Cruz,
hubiera podido responder: «Al amor que se te lleva, no le preguntes dónde va».