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AMATEURS Y PROFESIONALES
Amateurs and profesionals
José Antonio Santiago Sánchez
Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense (Madrid)
litodav@terra.es
Resumen: En este artículo se trata de mitigar el excesivo prestigio que el término «profesional» viene
teniendo en las sociedades ultramercantilizadas, así como la propia deriva de dicho término en dichas
sociedades y el papel que las humanidades están jugando en ellas.
Abstract: The proposal of this article is to mitigate the prestige that the term “professional” has in our
contemporary mercantilist societies. Meanwhile, these neo-capitalistic realms have changed the value of
this proper concept, due to the value of the so-called “humanities”.
Palabras Clave: Profesional, aficionado, humanidades.
Keywords: Professional, amateur, philosophy, humanities.
1.-
Se dice que la filosofía nace en Grecia durante el s. VI a. C. y, de un modo más
ajustado, en Atenas a partir del s. V. de la misma era.
Los padres a los que dicho nacimiento se atribuye son los llamados polítai, los
ciudadanos de la pólis, los cuales, aunque representaban una porción de población
ínfima en las ciudades griegas como Atenas o Esparta en aquella época, formaban pese
a todo, la clase dominante. Su linaje era aristocrático y sus necesidades estaban
cubiertas en su mayor parte por obra de los esclavos, los cuales trabajaban sus
latifundios o sacaban rentabilidad a su patrimonio. En el seno o ecclesía (asamblea) de
esta elite libre nace precisamente y aunque pueda parecer paradójico, la democracia.
2. 2
Las necesidades primarias de estos polítai estaban pues, satisfechas y no
precisaban trabajar para buscarse la vida; otros los hacían por ellos. De este modo, los
ciudadanos eran los únicos individuos libres de la ciudad. Así se constituyeron a sí
mismos y así constituyeron la democracia como un ejercicio liberado de las trabas del
condumio.
La holganza y ociosidad a la que desembocaba dicha liberalidad permitió a estos
ciudadanos -no más del 10 % de la población de las póleis- desarrollar por primera vez,
y al tiempo, una actividad decisiva para el desarrollo posterior de la cultura de
Occidente, el amor por el conocimiento, la filo-sophía.
Aristóteles, en un célebre pasaje de la Metafísica (I 2, 982 b 11-28) sostiene a este
respecto lo siguiente.
Lo que en un principio movió a los hombres a hacer las primeras indagaciones filosóficas
fue, como lo es hoy, la admiración (thauma). Entre los objetos que admiraban y de que no
podían darse razón, se aplicaron primero a los que estaban a su alcance; después,
avanzando paso a paso, quisieron explicar los más grandes fenómenos; por ejemplo, las
diversas fases de la luna, el curso del sol y de los astros, y, por último, la formación del
universo.
De ese modo, continúa Aristóteles, «ir en busca de una explicación y admirarse, es
reconocer que se ignora». Mientras que el resto de los saberes ya conocidos, sostiene
Aristóteles, tiene relación «con las necesidades, con el bienestar y con los placeres de la
vida (…) ningún interés extraño nos mueve a hacer el estudio de la filosofía.».
Este no sometimiento a los intereses o necesidades es lo que para Aristóteles,
convierte a la filosofía en la auténtica y legítima realización del conocimiento pleno;
pues solo dicha actividad es verdaderamente libre, ya que su finalidad no se somete a
nada ulterior o ajeno a ella misma. El amor por el saber se satisface por el saber mismo.
Así como llamamos hombre libre al que se pertenece a sí mismo y no tiene dueño, en
igual forma esta ciencia es la única entre todas las ciencias que puede llevar el nombre de
libre. Sólo ella efectivamente depende de sí misma. (Íbidem)
3. 3
Varios han sido los autores, sobre todo, de raigambre sociologista, que
diagnostican este carácter ocioso y contemplativo de la filosofía a una clase
dominante, la de los politai. Si bien estos no yerran en afirmar que la filosofía nace
en un sistema esclavista y represor, ello, no obsta para aplicarlo igualmente a los
orígenes de la democracia misma, el sistema político que posteriormente Occidente
ha erigido en el modelo más perfecto de organización política.
Pero además de eso, ¿qué época no ha vivido desigualdades? ¿No constituye la
desigualdad misma el motor de la historia, como Heráclito, Hegel o Marx habían
afirmado? Que la filosofía haya surgido en esas condiciones no resalta más o menos
un ápice para su propia génesis, pues en cualquier otro lugar o momento esas
condiciones hubieran sido velis nolis, las mismas.
Y sin embargo, la filosofía stricto sensu -y dejando a un lado los presocráticos-
nació en un lugar y un momento determinados: una Atenas recién salida de una
desastrosa derrota tras de una larga y cruenta guerra, primero contra los persas y
luego contra Esparta, en la que la democracia recién acababa de instaurarse. En este
mismo contexto, comienzan a tener importancia un grupo de metecos (extranjeros)
de amplia y erudita formación, pero que no comparten la condición de ciudadanos
con los atenienses. Se hacen llamar a sí mismos sophistai, los más sabios. Su
actividad, contrariamente a lo que Aristóteles apuntaba más arriba, se dirige a una
finalidad muy concreta y necesaria: formar a los ciudadanos en los valores sociales
de la pólis. Ello convierte a sofistas en los primeros «profesionales del
conocimiento», pues por tal servicio de labor social exigían, en justa compensación,
un sueldo. Cierto es que, en calidad de extranjeros sin derechos en esa democracia (el
gobierno de los «ciudadanos» únicamente, -recuérdese- y no del «pueblo» en
general) su posición económica resultaba ser muy distinta de la de Sócrates o Platón
los cuales defendían, como decíamos, la libertad del auténtico conocimiento, es
decir, su independencia de cualquier interés material, o si se quiere, su
«amateurismo». Ese era un lujo, dirían ciertos defensores de la sofistica, que aquellos
que carecían de la categoría de ciudadanos no podían tener.
No obstante, lo que Platón reprocha a los sofistas se fundamenta en la certidumbre
de que las verdaderas virtudes no pueden aprenderse ni enseñarse como se enseñan
las matemáticas (en el sentido etimológico del término máthema), porque son
cuestión de posesión, de re-cuerdo, es decir, asunto del corazón (cord, cordis). Así
lo demuestran las expresiones by heart o par coeur que apuntan a un «amateurismo»
4. 4
y querencia ínsita en toda pertenencia a la memoria. Octavio Paz (1995: 79) señala a
este respecto que la memorización consiste en una asunción tanto estética como
intelectual, que tiene que ver con la formalización de los contenidos a partir de
conceptos como el ritmo, categoría ontológica de primer nivel para el poeta
mexicano.
Esta musicalización en la que consiste la enseñanza y en la que todo
pensamiento, como el latido rítmico del corazón (cord, cordis de donde proviene, no
se olvide, el verbo recordare) o el movimiento físico-biológico están fundados,
responde a una virtud que, como todas las virtudes, se adquiriere, según nos enseña
Aristóteles, (Ética a Nicómaco, 2, 6) a través del hábito. Pero la verdadera virtud, tal
y como Platón nos indica en el Menón, no puede estructurarse desde un progressus a
una gramática de reglas para inculcar. Por el contrario, su naturaleza consiste más
bien en su actualización misma a través de un juego fáctico cuyas reglas, si fueran
conocidas, lo destruirían y ello, señala José Luis Pardo,
no porque se haya convertido en público algo que hasta entonces tenía la naturaleza de un
secreto privado compartido únicamente por los interesados, sino porque se ha hecho
explícito aquello que, por su propia condición no puede explicitarse sin degradarse a la
condición de discurso sofístico. (2004: 28)
2.-
El galicismo amateur proviene del verbo amar (aîmer). De este modo el amateur
es aquel al que le gusta la actividad que realiza o que siente vocación por ella, esto es,
que resulta llamado (del latín vocare: «llamar») o atraído por eso que realiza. Por otro
lado, el diccionario de la RAE (vigesimotercera edición) recoge en su entrada del
término amateur una definición basada meramente en su relación respecto del
profesional. De este modo, el amateur se define como una suerte de diletante poco serio
o preparado respecto del profesional. Así, por ejemplo, el primer significado que se
recoge dice: «aficionado a algo con cierto conocimiento de la materia de que se
trata.» (la cursiva es nuestra); mientras que la segunda y la tercera, insisten en la calidad
de no profesional que se le priva a la actividad amateur:
5. 5
Lo que se muestra con esto bien podría testimoniar una evidente profesionalización
de la sociedad capitalista actual, en la que la educación y la sociedad en general, pese a
todas las proclamas humanistas, se dirige sobre todo a la formación (totalmente
necesaria, por otro lado) de productores que generen riqueza a la pólis y en las que, por
consiguiente, el amateur se transforma en un mero aficionado, un aprendiz de algo, pero
sin ser maestro de nada, un ocioso que se permite el lujo de tener ciertos gustos, ciertos
hobbies, pero que no resulta útil. Se trata del papel comúnmente atribuido a las
denominadas «humanidades».
Ciertamente resulta absurdo, así como fuera de todo tiempo y lugar, vindicar el
conocimiento como un fin en sí mismo, ajeno a cualquier interés, poder o utilidad. La
tesis de que «el conocimiento es poder» resulta irrebatible tanto hoy día como en la
Grecia clásica. No obstante, la Atenas de Platón o Aristóteles, en la que el hombre
superior, el sabio, se concebía sobre todo como un contemplador, ha variado
enormemente respecto a nuestros días. Por ello, se hace más que evidente la
incongruencia de criticar en estos tiempos la visión del sofista, antecedente directo del
«profesional de la educación» o «de la información». Y sin embargo, pese a todo, no
sería del todo baladí situar dicha categoría, la del profesional, en sus justos quicios, y
ello del mismo modo en que lo hacía el diccionario RAE, aunque transmutándolo, es
decir, definiendo lo profesional en respectividad a lo amateur.
En efecto, según esta nueva perspectiva, podríamos afirmar que, si bien el amateur
se determina como el que no hace profesión de su actividad, sobre todo, suponemos, a
la hora de cobrar un sueldo, el «profesional» sería entonces aquel que de entrada, no
realiza su actividad por amor (l´amour) o gusto, por lo que dicha actividad, se mostraría,
si nos ajustamos a la relación con su contrario, como una tarea impuesta, no libre, e
incluso desagradable. El profesional se define entonces como el no-amateur, desde el
momento en que, sobre todo cobra un sueldo por su labor. Por ello, su tarea pasa a ser
de competencia única y esencialmente social.1
De hecho, no son pocas las veces que escuchamos o vemos a multitud de
individuos prestigiar su actividad legitimando su categoría de profesionales. De este
modo, ciertas tareas son imbuidas de una «profesionalidad» que a veces resulta oscura e
1 Según la etimología del término «profesional», de la cual deriva también «profesor» se define como la
declaración de algo (del latín profiteri proveniente a su vez del griego phonos, voz) de manera abierta o
pública (pro). De este modo, y siguiendo con el contraste entre ambos términos, la actividad amateur sería
más privada, esto es, más propia entonces del hobbie o afición personal.
6. 6
incluso engañosa. Constituye, por ejemplo, un lugar común, la insistencia con la que, en
los medios de comunicación muchos entrenadores de fútbol justifican la actitud pasada,
presente o futura de sus jugadores apelando a su «profesionalidad». Lo mismo sucede,
como señala A. Díez (1990: 303) en otros gremios como el periodismo, la enseñanza y
por extensión sobre todo, en las profesiones denominadas justamente «liberales»2 Si se
piensa bien, dicha apología resulta venenosa en sí misma. ¿Por qué abundar tanto en la
profesionalidad de algunos futbolistas si todo el mundo sabe que son grandes
profesionales, al menos por cuanto cobran millonadas de euros o dólares al año por
realizar su trabajo? ¿Acaso no sería algo parecido a las continuas conmemoraciones que
se realizan cada día a favor de la Donación de Órganos, el Día Internacional de las
Enfermedades Raras, las Jornadas Ciudadanas, Nacionales o Mundiales contra el
Racismo o el homenaje a la Mujer Trabajadora? Todos sabemos que la auténtica
pretensión de dichas conmemoraciones es (o debería ser) la de que no existieran nunca,
toda vez que el mejor sistema es aquel que no necesita de sus principios para que
funcione correctamente.
Así pues ¿qué falta, privación u óbice existe en la hoy día constante apelación a la
profesionalidad? Quizá -y esto es solo un suponer- dicha pretensión responde
precisamente a la misma valoración que se hace de la salud poseída cuando no se ha
ganado nada en la Lotería de Navidad, es decir, cuando el que ansiaba con ser a-
graciado o tocado por la Gracia salvífica del bombo de la suerte quédase des-graciado y
con el mismo escaso dinero que poseía antes. Eso sí, lo más importante, «con mucha
salud». ¿No es entonces la misma profesionalidad a la que se apela la que, justamente,
se busca con insistencia en tareas que pueden ser consideradas fútiles y esencialmente
vocacionales como el deporte del fútbol por la que tantos jugadores cobran sueldos
astronómicos?
Por otro lado, ¿se desearía con semejante interés y prestigio respecto al futbolista o
periodista a la tenida por la profesión más antigua del mundo, la prostitución? Y sin
embargo el colectivo de tales «profesionales» lleva décadas exigiendo unos lugares ad
hoc, así como unas garantías legales y sociales para ejercer una labor que nadie podrá
2 El origen de esta denominación, en la Edad Media y el Antiguo Régimen, se encuentra precisamente en
la consideración social distintiva de estas profesiones frente a los oficios viles y mecánicos, diríamos más
esclavos, aunque más apegadas a una finalidad y utilidad concretas. Las profesiones liberales
estaban liberadas del trabajo manual e imbuidas de un aspecto más especulativo. Recibían también la
denominación de artes liberales, ámbito del que a partir del renacimiento se derivaron también las
denominadas Bellas Artes o Artes Mayores; todas ellas distinguidas de las artesanías o artes menores.
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negar que ha constituido un servicio público desde hace milenios, mucho antes que el
fútbol. ¿Acaso se discute la profesionalidad de las mujeres u hombres que se ganan la
vida, mejor o peor, con tales prácticas?
Asimismo, ¿por qué tantos cantantes populares reivindican su profesionalidad
frente a la piratería del llamado top-manta o de las descargas por Internet, a las cuales
acusan de privarles de modo ilegal e ilegítimo de su modus vivendi? ¿Acaso no hay
gente que se gana la vida e incluso se lucra con dicho negocio? ¿La profesionalización
se evalúa entonces, según su circunscripción a la legalidad o legitimidad? ¿No es
asimismo el modus vivendi de un músico el componer e interpretar música y que esta
sea valorada por el mayor público posible? Desde este respecto, la
«desprofesionalización» que la llamada «piratería» comete hoy día supondría, si se mira
desde otra óptica, una auténtica «globalización» de los contenidos artísticos por los que
el músico sería ampliamente conocido para, por consiguiente, componer e interpretar su
música ante una audiencia tan numerosa como nunca antes habría podido concebirse.
Son muchos los músicos o cantantes «profesionales» ampliamente conocidos por
el gran público los que, pese a recibir ingentes cantidades de dinero, confiesan su amor
y dedicación a lo que hacen. Muchos, mostrando cierto alarde sentimental de
«amateurismo» confiesan sentirse verdaderamente felices cuando se suben a un
escenario. Si ello fuera realmente así -pensamos- todo el dinero, ilusiones y
sentimientos que generan en su público seguidor y en la sociedad de consumo con su
actividad no valdrían nada frente a la profunda y emotiva satisfacción vital de tocar o
interpretar música. Si ello fuera realmente así –decimos- muchos de los que reivindican
tanto su profesionalidad, como su amateurismo, deberían mostrar al menos algún reparo
en mostrarse por televisión articulando los labios, percutiendo falsamente teclas o
friccionar cuerdas de algún instrumento, haciendo como si tocaran o cantaran, cuando lo
hacen en playback, es decir, sin hacerlo realmente. De hecho, también son cada vez más
los músicos que denuncian este tipo de prácticas indignas para la «profesión».
El carismático jugador de fútbol brasileño Romario da Souza, ya retirado, y en
cuyo palmarés se encuentra desde la Copa Mundial de fútbol con Brasil en 1994,
(mismo año en que fue declarado Balón de Oro al Mejor Jugador) hasta la medalla
olímpica de plata en Seúl 1988 (siendo el máximo goleador del torneo), pasando por el
premio al mejor jugador del mundo FIFA y en definitiva, uno de los más
grandes delanteros de la historia de este deporte con más de mil goles en su carrera
profesional, solía declarar no sin polémica, haber disfrutado de las discotecas hasta altas
8. 8
horas de la madrugada la víspera de algunos partidos, en los cuales llegó a lograr varios
hat-trick (tres goles en un solo encuentro). Si bien muchos dudaban de su
profesionalidad, otros defendían su innegable rendimiento goleador. El entendido de
balompié sabe que en Europa el jugador brasileño, el cual concibe por naturaleza y
como ningún otro el fútbol en un disfrute, suele frecuente y estrepitosamente fracasar en
el ultraprofesionalizado fútbol europeo, en el cual, por otro lado, el jugador se hace
multimillonario y archiconocido. Han sido muchos los que achacaron al brasileño su
poca seriedad o falta de compromiso en un fútbol como el europeo, cuyo mercado
mueve, como decimos, no solo ingentes cantidades de dinero, sino fuertes sentimientos
de identidad o pertenencia a una comunidad representada por unos colores, cuando no
auspicia apologías patrióticas regionalistas o nacionalistas. Es frecuente escuchar o leer
hoy día que las guerras nacionales o internacionales ya no se disputan en los campos de
batalla, sino en los estadios de fútbol. Se trata, en efecto, de un deporte que ha
alcanzado una magnitud tal que, como señala R. Kapuscinski [Vid. (1992)], desborda lo
meramente deportivo. Este clima suele resultarle despiadado al brasileño, dotado de una
capacidad inmejorable para dicho deporte, pero aún inocentemente provisto de un
talante amateur propio de lo que aún considera solo un juego, pero por cuya cobra
cantidades que ni el más ilusionado por la «Gracia» de la lotería podría jamás soñar.
3.-
Del mismo modo Tal vez no exista estos días ninguna figura global más
emblemática del éxito profesional que la del recientemente desaparecido Steve Jobs. El
fundador de la poderosa compañía informática Apple, así como de los revolucionarios
estudios cinematográficos de animación Pixar, jamás estudió en la universidad. No
obstante declaraba en una conferencia en el prestigioso campus de Standford
(California) que: «lo más importante, es tener el coraje de seguir tu corazón e intuición.
Ellos saben de algún modo lo que en verdad quieres llegar a ser. Lo demás es
secundario».3 Por ello, Jobs –prototipo del self-made man- anima a los universitarios a –
si se nos permite el forzado neologismo- «amateurizar» su oficio. «La única manera-
3 http://news.stanford.edu/news/2005/june15/jobs-061505.html
9. 9
señala Jobs- de lograr un buen trabajo es amar lo que haces. Si aún no lo has
encontrado, sigue buscando». Stay hungry. Stay foolish. Ese termina siendo el lema de
Jobs al final de su ya célebre conferencia: desarrolla de modo siempre hambriento e
incluso alocadamente aventurero el amor y dedicación por tu actividad.
Para continuar en el ámbito estadounidense, donde las metas morales y
eudemonistas se establecen principalmente sobre el éxito personal, Abraham Flexner
(1866-1959), conspicuo renovador de la educación médica en Occidente, sostiene que la
medicina fue una de las primeras actividades en materializar y manifestar estándares de
grupos que servirían de modelos para otros profesionales. Desde este respecto, Flexner
considera que toda profesión implica un conocimiento (y no meramente artesanal), así
como una responsabilidad personal. Como tal conocimiento, este puede y debe ser
enseñado a los neófitos.
Lo interesante es que, para Flexner, toda profesión, pese a la categoría de su
retribución económica, está motivada por el altruismo y no por intereses personales o
grupales: su finalidad es el bien de la sociedad.
¿Qué es una profesión? Dejaré de lado a los periodistas, enfermeras, bailarines, ecuestres [los
conductores de caballos] y podólogos que se denominan a sí mismos profesionales. Uno
escucha hablar de jugadores de baseball o fútbol profesionales, pero la palabra profesional no
tiene el significado apropiado en ninguna de esas conexiones. Hay jugadores de fútbol
pagados y otros no pagados. Hay jugadores de baseball pagados y otros no pagados; pero
sean pagados o no, no son profesionales en el sentido correcto del término. Las profesiones
son intelectuales en su carácter. Se hereda el carácter profesional desde el gratuito, abundante
e irrestricto uso de la inteligencia. La aplicación de una técnica que ya ha sido resuelta y
desarrollada es rutina, no profesión. Para dejarlo claro, una profesión no es enteramente
académica y teórica; no es solamente intelectual y aprendida sino práctica, pero sus procesos
esenciales son intelectuales, independientemente de la técnica usada. (1915: en línea)
Así lo corrobora también otro gran educador, Talcott Parsons (1902-1979), el cual
describe a la profesión en términos similares a Flexner. Para Parsons, además, toda
profesión ha de caracterizarse por una tendencia universalista e «independiente de otros
grupos étnicos o geográficos» de este modo, «los profesionales tienen objetivos de
reputación y honor.» (1937: 367)
Esta postura mantenida asimismo avant la lettre por Francis Bacon (1561-1626)4
permite comprobar como una cultura como la anglosajona, de profunda tradición
pragmática e inveterada cultura del trabajo, no puede dejar al mismo tiempo de
fundamentar la profesionalización en la honestidad individual propia únicamente del
4 Se trata de una cita gnómica en el mundo anglosajón: I hold every man a debtor to his profession; from
the which as men of course do seek to receive countenance and profit, so ought they of duty to endeavor
themselves, by way of amends, to be a help and ornament thereunto. (En BACON, F. (1857): 4,. 10)
10. 10
amor y dedicación a una tarea que necesariamente, en tanto pro-fessio, ha de poseer, y
no únicamente por su carácter remunerado,5 un aspecto público y social.
Uno de los discípulos de Parsons, el sociólogo Robert K. Merton (1910-2003) es
reconocido como uno de los pioneros del hoy día cada vez más pujante movimiento de
la «Ciencia Abierta» (en inglés Open Research). Las líneas ideológicas de esta
corriente, que tiene a Internet como principal argumento logístico, se basan en lo que
podríamos llamar la «muerte del experto». Se trata, tal y como Andoni Alonso (2009:
105) nos lo presenta, de «globalizar» los conocimientos de las ciencias y saberes para
que el nuevo ciudadano del siglo XXI no se vea sometido a la soberanía de los
especialistas profesionales en cualquier materia relevante (economía, mercadotecnia,
tributos…etc.) y pueda acceder, de modo absolutamente desarancelizado, a cualquier
contenido de la cada vez más amplia, compleja e interestructurada red de conocimientos
globales que definen una sociedad, la de hoy día, basada en la interconexión categorial
de complejos y extensos campos, cuya vastedad los especialistas ya no pueden abarcar.
Se trata, anuncian los teóricos de la Ciencia Abierta, de una nueva era: la de los
tutoriales, el troublehousing, I fix it y la Wikipedia proyectos donde los sujetos, de
manera desinteresada y amateur, han gestado verdaderas redes punteras de
conocimiento global.
Así pues, lejos de convertirse en la dictadura de los especialistas, la así llamada
«Sociedad del conocimiento» está transformándose en un campo interconexionado de
ámbitos cognoscitivos, cuya competencia se encuentra más en la función transcategorial
de los mismos que en el idiotismo (de idion: propio) exclusivista del experto
profesional. Este fundamentalismo del experto se refleja muy bien en una anécdota que
el filósofo español Gustavo Bueno, uno de los mayores filósofos vivos hoy día, gusta
recordar con asiduidad, y que Aitor Álvarez (2008): 13) recoge: en una conferencia del
premio Nobel de química, el asturiano Severo Ochoa, éste defendía la idea de que todo
lo que existe es química. Bueno, que estaba presente y en primera fila, le inquiere
capciosamente si el libro que tenía en sus manos también era química, a lo cual, Ochoa
respondió que la pregunta era perogrullesca: por supuesto que un libro se descompone
totalmente en elementos químicos. Tras la respuesta del reputado Nobel, Bueno vuelve
5 Vocablo precisamente proveniente latín munus, muneris con el significado de «cargo»,«oficio»,
«obligación».
11. 11
a preguntarle si entonces, los enlaces que unían las letras y palabras del libro eran
iónicos o covalentes.
Viendo finalmente la extravagancia y sátira de la pregunta, Ochoa terminó por callar
y observar a tamaño inquisidor como si de un mentecato se tratara. En realidad, el
experto en química, el ínclito Nobel, no había entendido nada.
4.-
Esta imbricación categorial cada vez más presente en nuestra Sociedad del
Conocimiento, y que en el pensamiento platónico se denomina symploké de las ideas,
no precisa tanto del «humanismo» de las Humanidades como factor culturalista y
amateurista de dichos campos, sino más bien, como el propio Platón exigía para la
sociedad de su tiempo, una formación que no solo tiene a los profesionales de cada
campo como sus maestros, sino que sobre todo sepa, sin pruritos psicologistas o
panfilismos moralistas, imbricar el conocimiento y la vida, el cerebro y el corazón,
haciendo de la búsqueda [en latín quaerere, de donde proviene «querer» en sus dos
significados: el apetitivo (like) y el amoroso (love)] de la verdad el principal motor
queriente.
Resulta más que llamativo el hecho de que multitud de profesionales en el mundo
occidental estén perdiendo masivamente sus trabajos debido a una crisis financiera que,
en rigor, no responde a ninguna sequía o falta de recursos medioambientales, sino más
bien a conceptos tan «amateuristas» como la «confianza» de los inversores en los
mercados. Del mismo modo, los llamados profesionales de la educación o de recursos
humanos que copan los centros educativos o las empresas dirigen su labor a gestionar la
motivación o el compromiso de los individuos. Tal vez, nunca antes tanta filosofía
voluntarista se había profesionalizado tanto. Y ya de nuevo Platón había advertido, hace
ya dos mil quinientos años, de la enseñanza profesional de la virtud por parte de la
sofistas.
Así también parece recordarlo otro ejemplo que recuerda mucho a nuestro caso: el
burgués gentilhombre de Moliere, un tal Jourdain, el cual, como nuevo rico, contrata a
un filósofo para que le enseñe a integrarse en el seno de la nueva clase a la que ahora
pertenece.
12. 12
De este modo, el filósofo le enseña a Jourdain las reglas de la etiqueta y sobre
todo, el modo correcto de hablar. Para ello, el educador comienza por hacer consciente a
Jourdain de la distinción consonantes y vocales, que son cinco:
JOURDAIN. -Comprendido.
FILÓSOFO. -La voz A se forma abriendo mucho la boca: A
.JOURDAIN. -A, A. Sí.
FILÓSOFO. -La voz E se forma acercando la mandíbula inferior a la superior. A, E.
JOURDAIN. -A, E. A, E. ¡Pues es verdad! ¡Esto es muy interesante!
FILÓSOFO. -La I se pronuncia aproximando aún más las mandíbulas y estirando los
extremos de la boca hacia las orejas. A, E, I.
JOURDAIN. -A, E, I, I, I, I. Es verdad. ¡Viva la ciencia!
El entusiasmo del ignaro Jourdain parece mayor cuanto más consciente se hace de
las complejidades teóricas de lo que él mismo ya está sabiendo de modo casi natural,
par coeur, es decir, hablar.
Pero la lección se torna aún más exitosa para el filósofo cuando Jourdain le pide al
filósofo que le ayude a redactar una misiva para una dama de alta alcurnia a la que
pretende. Sin duda alguna. – responde el filósofo- ¿Y son versos los que queréis
escribirle?
JOURDAIN. -No, no; nada de versos.
FILÓSOFO. -¿Preferís la prosa?
JOURDAIN. -No. No quiero ni verso ni prosa.
FILÓSOFO. -¡Pues una cosa u otra ha de ser!
JOURDAIN. -¿Porqué?
FILÓSOFO. -Por la sencilla razón, señor mío, de que no hay más quedos maneras de
expresarse: en prosa o en verso.
Jourdain, que desea saber si él se expresa en prosa o en verso, queda maravillado
cuando el filósofo le hace ver que el ricachón en la corte (así es el título de algunas
ediciones en español) ha estado siempre hablando en prosa sin saberlo.
13. 13
JOURDAIN. -¿Conque no hay más que prosa o verso?
FILÓSOFO. -Nada más. Y todo lo que no está en prosa está en verso ;y todo lo que no
está en verso, está en prosa.
JOURDAIN. -Y cuando uno habla, ¿en qué habla?
FILÓSOFO. -En prosa.
JOURDAIN. -¡Cómo! Cuando yo le digo a Nicolasa: "Tráeme las zapatillas" o "dame el
gorro de dormir", ¿hablo en prosa?
FILÓSOFO. -Sí, señor.
JOURDAIN. -¡Por vida de Dios! ¡Más de cuarenta años que hablo en prosa sin saberlo!
No sé cómo pagaros esta lección...
(acto segundo, escena IV)
4.-
Son muchos los que diagnostican una sociedad donde los retos formadores y
profesionales apuntan, como decíamos más arriba, a una cada vez mayor
interdisciplinariedad. De este modo, y acorde con la proclama postmoderna de la
intertextualidad, el nuevo sujeto de la Aldea Global debe convertirse en un informante
permanentemente abierto al reciclaje y actualización de sus destrezas y contenidos
cognoscitivos. Dicha exigencia social y profesional exige necesaria y paradójicamente
una permanente labor de motivación y amateurismo.
Por otro lado, resulta más que evidente que vivimos en una sociedad donde la
rentabilidad productiva y la optimización de las inversiones determinan la totalidad de
los contenidos sociales, incluidos los educativos. De este modo, y para justificar el
papel cada vez más débil de los Estados en dicho panorama ultramercantilista, la
educación – sobre todo en lo referente a las Enseñanzas Superiores- se convierte en un
campo donde los gobiernos se juegan la legitimación de su status para con sus súbditos,
toda vez que no sólo han de preparar al futuro profesional en el duro espectro de la
competitividad laboral, sino dotarle de una «necesaria» y adlátere formación humanista
que aporte una cierta pátina culturalista. El modo que los gobiernos occidentales -al
igual que en tiempos de la democracia ateniense- parecen utilizar para ello es la de
justificar la formación del profesional en un terreno doblemente similar, en parte, al que
Kant llamara el «Reino de la Libertad» (valga decir, de la Cultura) frente al «Reino de
la Naturaleza» o de la causalidad necesaria. De este modo, se ha creado en estos últimos
tiempos en el seno de la universidad europea (lugar de origen desde antiguo de lo que
14. 14
fueron los profesionales) el denominado Espacio Europeo de Educación Superior
(EEES), cuya prerrogativa se sitúa en otorgar una maleabilidad cognoscitiva y cultural
al profesional que ha de ser especializado por definición. En palabras de Juan Bautista
Fuentes:
(..) las relaciones entre la oferta y la demanda del mercado de consumo, y con ellas las
exigencias del mercado de trabajo, comenzarán a tornarse previsiblemente aleatorias o
imprevisibles, lo cual demandará la creación del correspondiente soporte educativo que
genere un nuevo tipo de profesional máxima e indefinidamente versátil. (2005: 314)
De este modo, la nueva modulación del dualismo entre las Naturwissenschaften
o «Ciencias de la Naturaleza» y la Geistwissenschaften o «Ciencias del Espíritu»
plenamente integrada en el currículo educacional de Occidente, tiende -sobre todo en
lo que respecta a la enseñanza universitaria- a utilizar las «Humanidades» como una
exclusiva herramienta para el profesional en una sociedad cada vez más cambiante
respecto a sus modelos profesionales, pero también y por ello mismo, una sociedad
en la que conocimiento parece resultar determinante y que tiende a liberalizar y
alterar de modo enormemente rápido también sus contenidos. Desde semejante
espectro, las Humanidades dejan de tomar un mero prestigio culturalista, para
convertirse en una herramienta ad hoc. De este modo, son muchos los licenciados
universitarios (de los ahora tipificados como «grados») de carreras humanísticas los
que son ampliamente valorados por las empresas para su contratación en tanto
responsables de secciones como Recursos Humanos. Estos graduados se convierten
en exitosos nuevos pedagogos del profesional; escriben libros y artículos sobre la
«formación de formadores» y el éxito en el trabajo. Sus consecuencias, de un modo
casi idéntico a la que pretendieron los sofistas de Atenas, alcanzan una influencia y
relevancia en el mundo empresarial, construyendo un nuevo ilustrado capitalista
postmoderno, siempre preparado para un nuevo reciclaje de los tiempos, educado en
la inestabilidad todo conocimiento, en la inherente contingencia de su aplicabilidad y
adalid de valores tales como la creatividad o la motivación. Ello ha conseguido
paradójicamente diluir todo rigor y constancia propia de la tarea del profesional
desde antiguo.
Y sin embargo, tal vez todo ello, no haga sino evidenciar, desde otro punto de
vista, como el neocapitalismo, está poniendo en duda muchas de sus propias facetas,
como las que tradicionalmente pertenecieron al profesional: se trata, como diría el
viejo Hegel, de la contradicción que en sí misma existe en toda época histórica.
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Entonces la apelación a la profesionalidad, ya evidencia la pérdida de algo que ab
origine, nunca parece haber pertenecido al campo profesional: hablar en prosa sin
saberlo. La liberalización se ha fagocitado a sí misma. Ahora se trata de buscar al
profesional por doquier. La libertad necesita justificarse en su antítesis dialéctica: el
peor sistema necesita apelar a sus propios principios funcionales; así pues, ¡viva la
ciencia! Se buscan profesionales.
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