1. CUANDO EL PREMIO DE LA OBEDIENCIA ES LA CRUZ
1ª Pedro 2
19 Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios,
sufre molestias padeciendo injustamente.
20 Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo
bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios.
21 Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas;
22 el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca;
23 quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no
amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente;
24 quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que
nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida
fuisteis sanados.
José obedeció a Dios al huir para no acostarse con la mujer de Potifar; su premio fue la cárcel.
Jesús obedeció al Padre hasta la muerte; Su premio fue la Cruz.
A nosotros todos, si en verdad somos adoradores-obedecedores, en una o varias ocasiones
nuestra perfecta obediencia nos dejará clavados en una cruz. En esa cruz nuestras manos
clavadas no pueden asir del cielo en busca de ayuda. En tal cruz nuestros pies clavados no
podrán alcanzar la tierra en busca de un punto de apoyo. Si, allí seremos abandonados para
experimentar algo del oprobio, la vergüenza y el ridículo de ser expuestos como transgresores
cuando actuamos correctamente o al menos nuestra intención fue hacerlo; la contradicción de
ser contados como malhechores cuando pretendimos obedecer fielmente hasta el límite de
nuestra comprensión. Allí, colgados entre un cielo y una tierra que nos niegan hasta el saludo,
se ciernen la confusión, las tinieblas y el silencio del Padre, quien parece no reconocernos y
mira hacia otro lado, negándonos la explicación del porqué. Suspendidos en esa cruz solo cabe
decir “aunque me mates en Ti esperaré”, “en Tus manos encomiendo mi espíritu” y morir, una
vez más, esperando la resurrección vindicativa que, si adoramos callando delante de Él, en tan
solo tres días vendrá.