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¡HARESUCITADOENVERDAD!
¡CRISTOHARESUCITADO!
Año 1 | N°3|Abril 2022
Vanguardia Luterana. Revista de publicación cuatrimestral, tiene por finalidad difundir estudios e
investigaciones en el campo de las ciencias vinculadas con la teología y la religión comparada desde
la perspectiva bíblica.
Las posiciones de los autores reseñadas en esta publicación, no reflejan necesariamente los puntos
de vista oficiales de Vanguardia Luterana.
Publicaciones en abril, agosto y diciembre. Contacto: vanguardia1517@gmail.com
Editor:
† Dr. José Gregorio Rivas
Redacción:
Msc. Mery del Valle Escalona Rangel
Diagramación:
† Dr. José Gregorio Rivas.
Imagen portada:
La Resurrección (1715-1716). Sebastiano Ricci. Dulwich Picture Gallery.
Revista Vanguardia Luterana
República Bolivariana de Venezuela
Barquisimeto estado Lara.
E mail: vanguardia1517@gmail.com
© 2021 AIELIH
Depósito Legal: LA2021000294
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59
Contenido
Jesús, el vencedor de nuestras tribulaciones.
Breve historia de la Iglesia Luterana, parte 2.
El Rosario Luterano.
Las maravillas de Dios.
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 5
JESÚS, EL VENCEDOR DE NUESTRAS TRIBULACIONES
Dr. Martín Lutero.
Sermón matutino del Viernes Santo.
7 de abril de 1531.
Texto: Historia de la Pasión, según Mateo 26:36-57; Marcos 14:32-53; Lucas 22:39-54; Juan 18:1-24.
Sabéis que en el día que hoy celebramos, era costumbre extenderse en una larga predicación1
.
Sin embargo, poco era en realidad lo que en estas predicaciones se decía en cuanto a la pasión de
Cristo, a pesar de que este día ha sido establecido para que se haga oír este texto, a fin de que lo
relatado en él quede fijo en la mente de los cristianos. Por otra parte, es ésta una prédica que debiera
hacerse a diario; pues el propósito con que ha sido instituida es el que menciona Cristo mismo:
“Haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). Dividiremos nuestra predicación en cuatro partes2
.
Ayer habéis oído3
lo que sucedió el Jueves Santo, a saber, que Cristo instituyó la Santa Cena,
dignísimo sacramento destinado a todos nosotros. Además, al despedirse de sus discípulos, les dejó
un ejemplo de cómo vivir cristianamente4
, esto es, que cada cual tenga del otro un concepto más
elevado que de sí mismo, que sea su servidor, y se ejercite en la humildad. Si se procediera según
esta norma, no tendríamos necesidad de ley alguna. Así como para lo primero, quiero decir, para la
remisión de los pecados, no me hace falta más que esta sola cosa, a saber, la Santa Cena, así
también para el vivir cristianamente no necesito más que este mandamiento: que tengamos a nuestro
prójimo por más importante que a nosotros mismos, y que le sirvamos. Con estos dos puntos, el
Señor quisiera mostrarnos cómo debe ser su pueblo cristiano, tanto en lo que hace a la fe del corazón
como en lo que atañe a la vida exterior. Sigue ahora el relato de lo que aconteció en el día de hoy:
“Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos… Entonces llegó Jesús
con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que
voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a
angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte;
quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y
diciendo:
Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino
luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo
una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero
la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí
esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los
ojos de ellos estaban cargados de sueño. Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez,
diciendo las mismas palabras. Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad.
He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos,
vamos; ved, se acerca el que me entrega.
Mientras todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y
palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. Y el que le entregaba les
había dado señal, diciendo:
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3
6
Al que yo besare, ése es; prendedle. Y en seguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve, Maestro! Y
le besó. Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes?
Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron… Los que prendieron a Jesús
le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos”.5
Ésta es la primera parte de la pasión de Cristo que nos relatan los Evangelios: cómo salió del
atrio al huerto6
, y qué padeció allí y en la casa de Caifás. Hay una gran riqueza de contenido en lo
que aquí se nos predica. Si hubiéramos de exponerlo todo, nos veríamos ante una tarea imposible.
Por eso mismo debemos celebrar este día, para que se llegue a conocer al menos la historia como
tal. Sin embargo, algo queremos decir al respecto.
La pasión de Cristo como Hecho Histórico.7
La pasión de Cristo debe contemplarse de dos maneras: primeramente como historia, tal como
acabamos de leerla8
. Debemos saber qué temores y tormentos sufrió, ante todo en su corazón pero
además también en todos sus miembros. No hubo en él una sola vena que no hubiera sido invadida
y horadada por el más amargo dolor.
I. La tribulación causada por el Diablo en Getsemaní.
Fue el más grande de los sufrimientos, como no lo hubo antes ni lo habrá después. Así lo indica
el sudor que la angustia le exprimió a Cristo, y que no sólo adhirió a sus ropas sino que cayó hasta
la tierra9
. Esto nos hace ver de qué índole fue la lucha que tuvo que librar: fue en primer término una
lucha con Satanás. No hay en el texto leído indicio de otra lucha. Esa angustia le fue causada a
Jesús no por hombres -éstos todavía no se habían hecho presentes. Antes bien, aquí él estaba
batallando con el autor de la muerte, como dice la Escritura.10
Dios mismo y los ángeles le habían
abandonado; y él, que es el Maestro y Señor de la muerte. Luchó completamente sólo con aquel
que es el adversario máximo, Lucifer, el príncipe de los demonios, y con todos sus ángeles. Esta
lucha es mucho más encarnizada que la lucha con hombres.
Los hombres pueden arrojarlo a uno en la cárcel, pueden cortar la cabeza, atacar el cuerpo,
Lucifer empero puede atacar el cuerpo y el alma al mismo tiempo, como lo vemos aquí: primero
tiembla y se angustia el alma, y después se ve afectado también el cuerpo, que tiene que sudar
gotas de sangre, para que sepas con quién luchó Cristo en el huerto. Esa lucha ya comenzó en el
paraíso, con la serpiente, el diablo, que sedujo a Eva y luego a Caín. Allí, en el huerto del Edén, el
diablo atacó a nuestra carne y sangre e hizo a nuestros primeros padres víctimas de la muerte y de
la condenación. Y este mismo diablo ataca ahora también, en el huerto de Getsemaní, a Cristo, y en
él, a nuestra carne y sangre, e intenta envenenarla de la misma manera como en el paraíso. Hasta
consigue que Cristo sude gotas de sangre. Pero aquí mismo, Cristo despoja al diablo de su poder.
Nadie jamás logrará explicar con palabras suficientes esta lucha, ni saldremos jamás del asombro
ante el hecho de que Satanás, el príncipe de este mundo, que envenena a todos los hombres sobre
la tierra, que este Satanás salga aquí perdedor. Pues aquí no se le pone ante las narices a un ángel,
sino verdadera carne y sangre, debilitada además, carne y sangre que él había vencido ya antes,
en el paraíso, cuando aún estaba sana y era fortalecida por la palabra de Dios. Por eso, el diablo
pensó: ¿qué resistencia podrá oponerme esta carne débil, sujeta a la muerte? De ahí que en
Getsemaní, el diablo sin duda estuvo mucho más lleno de amarga ira que en ocasión de aquella
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 7
primera lucha en el paraíso, lo que a nuestro Dios y Señor le costó grande tribulación y dolores. ¡Oh,
que jamás lo olvidemos, ni dejemos de darle las gracias por ello!
Después de este tormento del alma comienza el tormento del cuerpo de parte de aquellos que
son miembros del diablo. Primero viene la cabeza, el diablo, luego sus miembros. Sin embargo,
también el diablo mismo volvió una y otra vez al ataque, en aquella noche y cuando Jesús estuvo
clavado en la cruz, pero siempre de nuevo fue rechazado. Esa persistencia del diablo la
experimentamos también nosotros, día tras día, en las tribulaciones a que está expuesta nuestra
carne, cuando somos tentados por la ira, la envidia, la deshonestidad. De esta manera, Satanás es
el perseguidor más encamizado. Quiere apoderarse del alma y del cuerpo a la vez, y así enfrentó a
este hombre inocente con la muerte, el pecado y la condenación, todo al mismo tiempo. Al presente
aún no podemos darnos cuenta cabal de la magnitud de los sufrimientos de Cristo, pero vendrá un
día, el día postrero, en que lo veremos claramente, y entonces sí llegaremos a conocer con qué el
diablo aterro a Cristo en tal forma que su sudor cayó en tierra cual gotas de sangre.
II. La Tribulación Ocasionada por el Beso de Judas.
Después vienen los miembros del diablo y prenden a Jesús. En primer lugar, los evangelistas
nos describen a Judas. Éste capitanea un piquete de soldados del emperador romano, de los que
estaban bajo las órdenes de Pilatos, y además habían concentrado a los siervos de todos los
principales sacerdotes y fariseos11
por temor a que el pueblo pudiera armar un disturbio al ver que lo
estaban arrestando a Jesús. Por esto habían recurrido a Pilatos, más que a su Salvador. Y a esta
multitud se agrega Judas. No se conforma con haber denunciado a Jesús. Les da además una señal
para que puedan prenderle con toda seguridad, como queriendo decir: Yo no quiero ser el culpable;
pero quiero mi dinero en el caso de que se os escape. Otros dicen que Jacobo12
tenía tanto parecido
con Jesús que se podía confundir al uno con el otro. Pero yo opino que se produjo un alboroto en el
huerto, y que todos corrían de un lado a otro, lo que indujo a Judas a creer que Jesús trataría de
escapárseles, por lo que no quería besar a nadie sino a él13
. A pesar de esto, las cosas no sucedieron
como Judas quería. Cristo se arma de valor y arriesga su cuerpo, su vida y su alma: les sale al
encuentro, y ocurre ahora que le oyen hablar, y no obstante no le reconocen. Algunos dicen: Si Cristo
no se hubiese dado a conocer expresamente, ni Judas le habría reconocido; y no cabe duda de que
éste cayó a tierra como todos los demás14
.
Pero lo que más importa es esto: aquí se nos describe a un corazón enteramente endurecido.
De esto nos damos cuenta sólo ahora que el evangelio se ha vuelto a descubrir. Esta descripción de
Judas yo no la cambiaría ni por cien mil florines, pues nos sirve de fuerte consuelo, ya que la suerte
que Cristo corrió en aquel entonces es la misma que la que el evangelio corre en nuestro tiempo
presente, de modo que bien podemos decir: los perseguidores actuales del evangelio son hijos de
Judas, y son unos traidores y malvados como lo fue él. Así como hicieron con Cristo, así hacen con
nosotros. Ahí está ese amigo más íntimo de Cristo, el apóstol de más elevado rango15
, ¡y éste le
entrega con un beso! Esto es verdaderamente el colmo. Y esto nos lo muestra a Judas tal como es,
a saber: bajo el signo de la amistad y los gestos propios del amor, se puede practicar el más
execrable odio. Judas cubre su actuar con este signo de la amistad, y no obstante, en su interior
está lleno de demonios. Cuán grande habrá sido el dolor del Señor cuando le dijo: “¿Con un beso
entregas al Hijo del Hombre?” (Lucas 22:48). Le había amonestado, pero todo fue en vano. Ahí
tenemos ni más ni menos que un retrato del papado, de pies a cabeza. Nuestros Judas de ahora se
jactan de ser los vicarios de Jesucristo y afirman que no permitirán que sea abolido el verdadero
culto a Dios16
, y entre tanto, besando a Jesús y mostrándole cara de amigos, le crucifican. Y esto es
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3
8
lo que más duele.
Los representantes del papado conocen tan bien nuestra causa como Judas sabía que ese
Maestro suyo no había hecho nada malo, y sin embargo, bajo una apariencia de santo hace de
traidor. Igualmente, nuestros adversarios de hoy saben muy bien que nuestra enseñanza es correcta,
y con todo, no dejan de perseguimos.
Este pecado no hay que tratar de hacerlo desaparecer mediante oraciones. Tampoco Cristo ora
por Judas, sino que le despide con las palabras: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”
¿Cómo se puede orar por un hombre cuando éste es consciente de que obra en contra del Espíritu
de Dios, y a pesar de esto piensa “no quiero hacer lo que me dicta la conciencia, sino que quiero
condenarte”? Ahí no caben oraciones, la única oración que corresponde es la de que Dios conserve
su trono y divinidad y saiga a la lucha en bien de su causa. Si no quiere defendernos a nosotros,
defiéndase al menos a sí mismo; aunque nosotros muramos, él ha de quedar vivo y permanecer
para siempre. ¡Oh Señor, abate a todos los diablos con sus ataques, derriba los tronos del papado,
para que tú seas el único Dios, ahora y siempre!
Después de la primera tribulación que le infligió el diablo, la segunda en cuanto a gravedad
evidentemente fue ésta, la de que su discípulo, que fue su compañero y apóstol, le dio el beso traidor.
Igualmente, lo que a nosotros nos duele no es tanto el hecho de que nos persigan los turcos; como
enemigos declarados de Dios, no pueden hacer otra cosa, porque así está escrito17
. Mucho más
doloroso es que el duque Jorge y el arzobispo de Maguncia18
estén haciendo lo mismo. En efecto:
ellos tienen en común con nosotros todos los dones de Dios, el sacramento y el evangelio, y sin
embargo, son ellos los que en verdad causan el más grave daño a Cristo y su iglesia. Podemos
imaginarnos, pues, que lo que más dolió a Cristo fue este beso de su discípulo.
III. La tribulación en la Casa de Caifás.
En primer lugar, Cristo tiene que librar una lucha en el terreno de los pensamientos, allá en el
huerto, con el diablo; luego se ve enfrentado con una boca impía, la de Judas —y este Judas se
lleva la victoria— e inmediatamente después se levantan contra él los puños de los hombres que sin
miramientos le conducen al matadero. En tiempos pasados hubo una discusión acerca de si Cristo
fue llevado a la casa de Caifás o a la de Anás. Esto último parece ser lo más verosímil19
. Tal vez,
Anás tenía su casa en aquella misma calle, y se le quería lisonjear un poco; y así, Cristo tuvo que
servirles de hazmerreir y objeto de exhibición. Se lo llevaron a Anás con el único fin de que éste
pudiera verle. No fue más que una especie de atención para Anás con que querían decirle: “Aquí
tenemos al hombre a quien tú odias tanto.”
Anás por su parte envió a Cristo inmediatamente a la casa de Caifás, a donde se dirigió también
él mismo, de modo que todos los sucesos ulteriores, todos los padecimientos de Cristo, tienen por
escenario la casa de Caifás, a saber, la triple negación de Pedro y la deserción de todos los
discípulos, que dejan a Cristo completamente solo, sin un único hombre con quien pudiera hablar.
Ya al orar allá en el huerto de Getsemaní estuvo rodeado de diablos. Pero en aquellos momentos de
angustia al menos se hallan a su lado sus discípulos y quieren ayudarle, si bien tiene que
reprenderlos por la debilidad de su carne. Pero aquí le vemos sólo y abandonado en la casa de
Caifás, y frente a él, la muchedumbre de los que le cubren de blasfemias. Después de haber padecido
el efecto de los pensamientos diabólicos y de las malas lenguas, cae ahora también corporalmente
en las manos de los impíos. Y con todo esto continua aquella tribulación con que Satanás acosa su
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 9
corazón; acto seguido caen sobre él con palabras blasfemas que él soportó en silencio, y por último
le atormentaron con los martillazos y los clavos con que le fijaron en la cruz. Sus ojos no ven más
que dolores. Todo le atormenta: el corazón, la lengua, y todos los miembros. ¡Esto sí puede llamarse
una pasión! Eran momentos en que Satanás se empeñaba en volcar sobre Jesús todos los
sufrimientos posibles.
A esto se agrega otra cosa más: Cuando buscan pruebas en contra de Cristo, no fueron capaces
de hallarlas, y por más testigos que se levantaron, no pudieron ponerse de acuerdo, pues éste decía
una cosa, aquél otra, de modo que el concilio no se pudo fiar de los testimonios presentados. Así
ocurrió también con lo que declararon los últimos dos testigos: “Éste dijo: puedo derribar el templo
de Dios, y en tres días reedificarlo” (Mateo 26:61). Ni siquiera éstos concordaban. ¿Y no se procedió
de la misma manera en Augsburgo20
? No pueden probamos ningún error o culpa, y no obstante se
apresuran a darnos muerte21
Esto es el resultado cuando se condena a la gente sin antes haber
puesto en claro quién es el culpable. Así, pues, todo recurso es bueno si se dirige contra aquel
hombre inocente, y no importa cuál sea el motivo invocado.
Ya que le tienen capturado, buscan con toda solicitud cómo podrían condenarle. De ninguna
manera quieren soltarle, pero pese a todos sus esfuerzos, no pueden hallar contra él ningún
testimonio válido. Así vemos que los impíos tropiezan con más dificultades al practicar el mal, que
los piadosos al hacer el bien. En esta forma sigue el interrogatorio hasta que el sumo sacerdote le
dice a Cristo: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios”
(Mateo 26:63).Y cuando Jesús responde: “Tú lo has dicho”, todos gritan: “¡Es reo de muerte!”, porque
está escrito en la ley: El que se llama a sí mismo Hijo de Dios, es digno de muerte22
. Pero no se les
ocurre pensar que a Pilatos no se le da un bledo de esta ley.
El Fruto de La Pasión de Cristo para Nuestra Fe.
1. Debemos Considerar la Pasión de Cristo como Sufrida en Bien Nuestro.
Ésta es la primera parte de la pasión de Cristo, la cual nos muestra cómo él sufrió en el huerto
y de parte de Judas y luego en la casa de Caifás. Y ésta es a la vez la primera forma como se ha de
predicar acerca de la pasión, a saber, relatar, conforme al testimonio de la historia sagrada, lo que
Cristo padeció. Así se predicaba acerca de la pasión en el papado, y estaba bien hecho; porque esto
contribuye a que al menos algunos hombres comprendan al fin que Cristo murió por ellos. Debe
admitirse empero que en aquellos sermones, la historia de la pasión no se interpretaba en este
sentido, sino más bien en el sentido de que debe servirnos de recuerdo y despertar nuestra
compasión para con Jesús. Así, ya lo decía Alberto23
: “Mejor es contemplar siquiera una vez al año,
y someramente, la pasión de Cristo, que ayunar y rezar el Salterio durante el año entero.” Es verdad,
sí, siempre que el interés esté dirigido realmente a la obra de Cristo; porque así al menos queda
grabado en nuestro corazón el texto de la historia de la pasión. El error de Alberto es que lo interpreta
todo exclusivamente con miras a la obra de Cristo. Ya vemos: no basta con saber cómo transcurrió
la pasión de Cristo; ante todo hay que saber qué fruto trae; este fruto es: la fe. En efecto: la pasión
de Cristo no es meramente una sublime obra y un ejemplo digno de ser imitado, sino que requiere
fe. La fe es la verdadera aplicación de la pasión, pues nos enseña qué provecho hemos de sacar de
ella. Esto nos ocupa durante el año entero, y nos ocupa también en este momento en que yo
pregunto por qué padeció Jesús todo esto. Pues esto es lo que en verdad importa: que veamos el
propósito y la intención con que lo hizo. No quiere que me detenga sólo en considerar cuán profundo
fue su dolor, v cuán grandes sus trabajos, sino que ante todo debo saber por qué se sometió a
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3
10
semejante sacrificio, y por qué derramó tan voluntariosamente su sangre. Porque todo esto se hizo
por ti. Así lo explica Isaías (53:4 y sigs.); las heridas, el desesperar de la vida, y todo lo demás, se
hace por causa tuya. Por cuanto tú estabas aprisionado en pecados, el Señor impuso el castigo a
Cristo para que nosotros obtuviéramos la paz. Así como Cristo vino a los hombres y se hizo
semejante a ellos, así tiene que padecer ahora lo que los hombres tendrían que padecer.
2. La Pasión de Cristo es Incompatible con los Abusos Cometidos por la Iglesia Romana.
Esto es lo que ante todo debiera haberse destacado en la predicación acerca de la pasión de
Cristo, para evitar que surgieran los cultos blasfemos24
. En efecto: si los papistas se limitaron a hacer
ver que la muerte de Cristo solamente derrotó a Satanás, y venció la maldad de un Herodes, Judas
y otros, pasaron por alto lo más importante. Pues lo que Cristo hizo, lo hizo no para vencer a Pilatos
y Judas, sino para que tú no sufrieras daño, tú que estás bajo el pecado, la muerte y el diablo, sujeto
a Judas y a los tiranos25
, tú que eres merecedor de la muerte, del infierno, del juicio de Dios y de
todo otro mal. Así es como también Pablo habla de la pasión de Cristo26
. Si esto se reconociera
claramente, y si se depositara la fe en ello, no se permitiría que penetrara en la iglesia ninguno de
esos otros cultos con que los hombres pretenden poder reconciliar a Dios. Pero ningún obispo o
monje lo reconoció, ninguno procedió como habría correspondido. Si lo creyeran, ni uno sólo
quedaría en su estado monacal, sino que todos dirían: “Si esto es cierto, si Cristo murió a causa de
los pecados míos, si tiene razón Isaías al decir que ’Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros’
(Isaías 53: 6), y ’él herido fue por nuestras rebeliones’ (v. 5), y si también tiene razón Pedro quien
escribe: ’Vosotros fuisteis sanados y salvados por las heridas de él’ (1 Pedro 2:24), y si hemos sido
librados de nuestros pecados por los sufrimientos y las luchas de Cristo, por su temor y sudor,
entonces yo me pregunto: ¿qué estoy haciendo todavía en mi obispado y en mi celda monacal?” Ya
no elevaría yo más ojos, llenos de admiración, hacia la magnificencia del papado, sino que diría: “Es
verdad, ellos predican el texto de las Escrituras; pero al mismo tiempo dicen también: ’tienes que
entrar en un convento, tomar los hábitos, vivir en continencia y pobreza; entonces, con tu obediencia,
continencia y pobreza, vencerás al diablo’.”
Y en esta forma han dado una apariencia deslumbrante a aquellas virtudes monacales, y han
desviado a los hombres de la pasión de Cristo, de esta pasión que nos dice que mis pecados han
sido cargados sobre él, y que el mismo Satanás ha sido vencido en bien mío. Ellos en cambio dicen:
“Tus pecados siguen siendo carga tuya, y tú mismo tienes que vencer a Satanás y a la muerte.”
¡Todo, todo tengo que hacerlo yo! ¿Qué es el resultado? O un santo empedernido, o un pecador
desesperado.
Pues aquí no hay obra de castidad o de pobreza que valga. Al verse en la tribulación, ¿quién
podría soportar siquiera un pecado de los comunes y corrientes? Estando presente el diablo que
nos acosa, es imposible que el corazón soporte aun el más insignificante de los pecados. Y sin
embargo, no hacen ni hicieron otra cosa que insistir en el esfuerzo propio, especialmente en el día
de hoy en que suelen predicar sermones de ocho horas, y con esa su desvergonzada predicación
no hacen más que realzar la eficacia de sus ordenaciones y órdenes27
y demás instituciones
humanas. Esto no es ni más ni menos que crucificar a Cristo de nuevo.
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 11
3. La Pasión de Cristo Sufrida por Nosotros nos Ayuda a Vencer las Tribulaciones.
Cuando nos asalta el pecado y la tribulación, ¿qué hemos de hacer? La Escritura dice: El Señor
cargó los pecados tuyos sobre Cristo, y éste venció en el huerto a Satanás cuando se vio acosado
por él. Lo que tienes que hacer, pues, al sentirte atribulado, es hablarte a ti mismo de esta manera:
“Y bien: no soy yo quien vencerá a Satanás y a la muerte, sino que la victoria ya ha sido obtenida,
por Jesús. Otra victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo no existe.” Ésta es la manera como se
debe interpretar la pasión de Cristo, porque su finalidad no es hacer que rompamos a llorar y nos
flagelemos, como lo hacían los monjes y en especial los descalzos, los cuales, al haberlo hecho,
creían ser mejores aún que Cristo, cosa con que sin duda hicieron reír de contento a Satanás.
Además, ¡me siento tan satisfecho conmigo mismo, porque imité al Hijo de Dios! Y eso lo vendían
después, como méritos supererogatorios28
, a los campesinos a cambio de su cereal y sus corderos.
Tal es lo que hoy afirman en sus sermones; también esto significa crucificar a Cristo de nuevo. Tú
en cambio debes proceder de la manera siguiente: Cuídate mucho de que no sea la pasión tuya lo
que vence a Satanás, la muerte y el pecado. Aprende a ver en la pasión de Cristo no simplemente
un relato histórico, sino cree que la muerte que pesa sobre mí y sobre ti, realmente no pesa sobre
nosotros sino sobre Cristo, lo mismo que el pecado y Satanás. Sí, confía en esto, para que al dar los
últimos alientos, o sea, en la muerte, en el pecado y la angustia, puedas decir: No soy yo quien tiene
que cargar con todo eso, sino que mi corazón se aferra al hombre que llevó nuestro pecado, diablo
y muerte.
Así es como se celebra de veras la pasión de Cristo y se le tributa el más alto honor, y así es
como él quiere que hagamos. Por otra parte, de nada le sirve que simplemente le compadezcas
porque fue traicionado, azotado y crucificado. Más aún, esa compasión significa para él una deshonra
y una blasfemia. En cambio, le doy a Cristo la honra debida si ensalzo su pasión en lo más profundo
de mi ser y digo: “Por más grave que fuera mi pecado, creo no obstante que la pasión de Cristo es
más fuerte que los pecados míos y los del mundo entero.” Más si quiero vencer más pecados con
mis propias fuerzas, desconfió de que Cristo sea capaz de hacerlo, a pesar de que justamente para
esto él se sometió a todos los dolores y afrentas. Y así le abandono a él y me refugio en mí mismo.
Por eso di, también en la hora de la muerte: “La estima en que tengo tu pasión, oh Cristo, es tan alta
que no dudo ni un momento de que tú hayas vencido la muerte por mí.” Entonces rendiste a la pasión
de Jesús el más grande honor.
4. La Pasión de Cristo Sufrida por Nosotros debe Defenderse contra toda Doctrina Falsa.
Esta honra que merece la pasión de Cristo la obscurecieron y la seguirán obscureciendo. Pues
me temo que vendrán falsos maestros, como dice Pablo (Hechos 25:30), que en un principio harán
sólo escasa mención de este artículo de la fe, y al fin lo dejarán completamente a un lado. Ahora
bien: Satanás no puede venirse sin el beso de Judas: no dejarán de relatar las palabras de la historia
de la pasión, pero entremezclarán su propia ponzoña hasta extinguir finalmente por completo el
entendimiento correcto de lo que Cristo hizo por nosotros.
Muchas veces os lo advertí. Yo mismo ando en dudas día y noche acerca de este artículo. No
puedo comprenderlo tan plenamente como debiera. Me resulta más fácil escribir y hablar sobre él
que sentirlo en el corazón.
¿Qué sucedería si no me ocupara constantemente en él, si pese a todo mi meditar sigo siendo
tan poco firme en mi comprensión? También Pablo, y Cristo mismo, aunque habían mucho de las
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3
12
buenas obras, sin embargo siempre hacen mención de la pasión de Cristo sufrida por nosotros, y de
este artículo de que “él ganó la iglesia del Señor por su propia sangre”, Hechos 20:28.
Así, pues, hemos seguido hoy la costumbre del papa y hemos predicado en primer lugar la
historia misma de la pasión de Cristo, que el papa ha tenido que dejar intacta, a causa de los
escogidos29
. Pero no debemos detenernos aquí, sino proseguir adelante y explicar con toda
insistencia por qué tuvo que padecer Jesús todo esto, a saber, que el pecado mío y la muerte mía
fueron cargados sobre él, y él se hace cargo de ellos. Mediante esta prédica, el Señor puede ganar
mucho pueblo para su iglesia. ¿Qué quiere entonces el papa y sus obispos y monasteries?
Todos ellos son por ende condenados, porque enseñan otra cosa y me echan más pecados
sobre más propios hombros. Cuando iba a confesarme, tendrían que haberme perdonado más
pecados y haberme dirigido hacia la pasión de Cristo. Pero si bien hablaban también de Cristo, sin
embargo enseñaban al mismo tiempo que sólo observando los preceptos y las obras recomendados
por ellos se podía tener la certeza del perdón y de la salvación. Pero esto es una burda mentira;
porque si los pecados están amontonados sobre Cristo, y si Cristo hace satisfacción por ti, no se los
puede volver a echar sobre ti. Lo uno no es compatible con lo otro: o es en vano la pasión de Cristo,
o lo es el obrar tuyo.
Prefiero empero que perezcan todas más obras con que blasfemé del Señor, antes de que se
me arrebate el fruto de la pasión de Cristo. Si crees esto de verdad, ni los herejes ni los facciosos30
te podrán hacer daño alguno. ¡Dios nos lo conceda por su gracia!
Notas:
1. Códice Nuremberguense: “Era costumbre predicar sobre la pasión durante muchas horas, y sin fruto.”
2. A este sermón sobre la historia de la pasión habrían de seguir otros tres: un sermón vespertino el Viernes
Santo, un sermón matutino el Sábado de Gloria, y un sermón vespertino el mismo día.
3. El Jueves Santo, Lutero había predicado un sermón sobre la Santa Cena. Acerca de la posición de Lutero
respecto de este sacramento véase Obras de Lutero, Ed. Paidós, Buenos Aires, tomo V, pág. 139 y sigs.: El
Catecismo Mayor: La Santa Cena; ibid., pág. 201 y sigs.: Sermón acerca del dignísimo sacramento del santo
y verdadero cuerpo de Cristo; ibíd., pág. 369 y sigs.: Confesión acerca de la Santa Cena de Cristo.
4. Al lavarles los pies, Jn. 13:1 y sigs.
5. En lugar de este texto bíblico, la WA sólo tiene la indicación: ‘Cum hymnum’ usque ‘Mane autem facta’ etc.
(‘Cuando hubieron cantado el himno’ hasta ‘Venida la mañana’), lo que quiere decir que a esta altura de su
sermón, Lutero leyó Mateo 26:30-75. De este largo pasaje insertamos aquí sólo los versículos 30, 36-50 y
57, que son los más directamente ligados con el sermón.
6. ‘Ex aula… in hortum’ = (del atrio) de la casa donde se había celebrado la Pascua, Mt. 26:18, al huerto de
Getsemaní, Mt. 26:36.
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 13
7. Comp. lo que dice Lutero al comienzo de este sermón acerca de la importancia de conocer la “historia”, y
la ignorancia que reinaba al respecto.
8. Más adelante, Lutero se referirá a una segunda manera de contemplar la pasión de Cristo, que consiste en
apropiarse el fruto de la misma en fe y obediencia.
9. Comp. Lc. 22:44.
10. He. 2:14.
11. Lo dicho en Jn. 18:3 acerca de la “compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y
fariseos”, Lutero evidentemente lo interpreta en el sentido de que la “compañía de soldados” era una tropa
romana, a diferencia de los “alguaciles” judíos. En realidad, la “compañía de soldados” era la guardia (judía)
del templo; comp. Lc. 22:52.
12. Esto se basa en la suposición, infundada, de que Jacobo, el “hermano de Jesús”, figuraba ya entonces
entre sus discípulos.
13. Por lo visto, Lutero presupone que ya en aquellos momentos los discípulos solían saludarse con el ósculo
fraternal, como se hizo práctica general más tarde; comp. Ro. 16:16.
14. Jn. 18:4-8.
15. En el hecho de que Jesús había confiado a Judas la administración de la caja común (Jn. 12:6), Lutero
ve una distinción especial; de ahí la designación “el apóstol de más elevado rango”.
16. Por el movimiento de la Reforma.
17. En pasajes como 1 Jn. 3:13; Jn. 15:18, se predice como inevitable el odio del mundo contra Cristo y su
iglesia.
18. El duque Jorge de Sajonia (línea albertina) siempre se mostró hostil a la Reforma. Por su parte, el
arzobispo Alberto (Albrecht) de Maguncia (1490-1545), jerarca eclesiástico ambicioso y poco escrupuloso,
fue quien con su apoyo a la venta de indulgencias hizo que Lutero reaccionara públicamente con sus 95 tesis,
el 31 de octubre de 1517. En la lucha abierta que siguió a este hecho, Alberto se mantuvo primeramente a la
expectativa, y sólo más tarde se convirtió en vehemente adversario de la Reforma.
19. Sólo Juan (cap. 18:13 y sigs.) menciona un primer interrogatorio en la casa de Anás; Mateo (cap. 26:57)
y Marcos (cap. 14:53) lo omiten y pasan a relatar directamente lo ocurrido en la casa de Caifás. Anás, suegro
de Caifás y ex sumo sacerdote, supo mantener notable influencia también sobre sus sucesores. Las palabras
desde “acerca de… ” hasta “verosímil” figuran sólo en el Códice Nuremberguense.
20. En la Dieta de Augsburgo (1530) se presentó públicamente la “Confesión” de los partidarios de la Reforma,
documento concebido como plataforma para Uegar a un acuerdo con la iglesia oficial. Sin embargo, al mismo
tiempo los allegados al emperador Carlos V desplegaron un activo juego de intrigas en contra de los
protestantes.
21. Esta oración es agregado del Códice Nuremberguense.
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3
14
22. Comp. Lv. 24:1.6
23. Alberto Magno, 1193-1280, monje dominico, el teólogo más influyente de su época. Se destacó además
como filósofo, fisiólogo, médico y naturalista.
24. Referencia al “sacrificio de la misa” en que el sacerdote presuntamente reproducía, en forma “incruenta”,
el sacrificio de Cristo en Gólgota, y a las obras con que los fieles intentaban asegurarse la gracia de Dios.
25. Con “Judas”, Lutero piensa en las falsas autoridades de la iglesia, con “tiranos” en las malas autoridades
seculares.
26. Comp. Ro. 3:25; 4:25; 5:6 y sigs.
27. La ordenación (al sacerdocio) ratifica la autorización para administrar la gracia divina; la afiliación a una
orden monástica se considera un medio seguro para alcanzar la perfección.
28. Obras de supererogación = conforme a la doctrina católica, obras ejecutadas por los monjes y santos
sobre o además de los términos de la obligación (p. ej. ayunos, oraciones, etc.). Estas obras constituyen un
“tesoro de méritos” confiado a la administración de la iglesia, la cual, como madre bondadosa, puede distribuir
participaciones en este tesoro en forma de indulgencias. El activo comercio que la iglesia medieval hacía con
estas indulgencias fue uno de los factores desencadenantes de la Reforma.
29. Para que pudieran ofrecerla y creerla los que por la gracia de Dios han sido escogidos para Uegar a la
salvación mediante la fe en Su palabra.
30. Herejes = los que enseñan doctrina falsa; facciosos = los que se apartan de la iglesia.
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 15
Breve Historia de la Iglesia Luterana*
*Parte 2. Editado por pastor Rodolfo Olivera Obermöller. Última revisión, 23 de mayo de 2011.
La Disputa de Heidelberg (1518)
Mientras tanto Lutero tomó parte en la convención agustina
en Heidelberg, al noroeste de Baden-Würtemberg, más bien
conocida como la DISPUTA DE HEIDELBERG. En la
convención que comenzó el 26 de abril de 1518, Lutero presentó
una tesis sobre la esclavitud del hombre al pecado y la gracia
divina, en donde explicaba el estado de completo pecado en el
cual se encontraba el ser humano, y de lo necesaria que era la
gracia divina para acceder a la salvación. Tal es el pecado en el
mundo que nada de lo que hagamos puede agradar a Dios, sino
que todo es egoísmo y orgullo, mas cuando aceptamos la gracia
de Dios, su regalo de perdón y Vida eterna en Jesucristo,
comenzamos realmente a vivir con fe y a realizar obras según
la voluntad de Dios. En el curso de la controversia por las
indulgencias, el debate se elevó hasta el punto de dudar del
poder absoluto y de la autoridad del Papa, debido a que las
doctrinas de TESORO DE LA IGLESIA y la TESORO DE LOS
MÉRITOS, que servían para reforzar la doctrina y práctica de
las indulgencias, se basaban en la bula Unigenitus (1343) del
Papa Clemente VI, que tenía serias contradicciones bíblicas y
teológicas, las cuales Lutero conocía muy bien. En vista de su oposición a esa doctrina y de la
imposibilidad de que un Papa estuviese en un error, Lutero fue calificado de HEREJE (= el que niega
un dogma establecido por la religión o que enseña cosas falsas), y el Papa, decidido a suprimir sus
puntos de vista, ordenó llamarlo a presentarse en Roma para un juicio eclesiástico, viaje que Lutero
no realizaría por ayuda del príncipe Federico. Tras la presentación de su teología en la Disputa de
Heidelberg, muchos teólogos y humanistas quedaron asombrados de la lucidez y los fundamentos
con los cuales Lutero hablaba. Varios de ellos no tardarían en seguirlo y dedicarse junto con él a la
elevación de la Reforma.
Justo cuando empezaba a nublarse el futuro en la vida de Lutero, apareció en escena un gran
adherente al pensamiento reformador, que no había estado al margen de lo que sucedía en la ciudad,
el príncipe elector Federico el Sabio, el sostenedor de la Universidad de Wittenberg. Federico había
percibido las deshonestas intenciones en la cúpula romana para con uno de sus mejores profesores,
y temiendo que si Lutero iba a Roma no se libraría de la cárcel o aún de la muerte (ya que había
escuchado de su gran tozudez y perseverancia), le aconsejó con insistencia que no aceptara ningún
juicio fuera de Alemania, ya que no sería tratado con justicia y no tendría a nadie que lo defendiera;
era su sólo su palabra contra la del PAPA y la TRADICIÓN DE LA IGLESIA.
Lutero está dispuesto a soportarlo todo. El viaje a Roma multiplicaba las ocasiones de ser
asesinado en el camino, pero aun en el caso de que el monje llegara a destino a salvo del puñal o
Lutero ante Cayetano
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3
16
del veneno, no era difícil imaginarse la suerte que le esperaba una vez estando en Roma. Lo que
más le preocupaba era el silencio del Papa, quien no había respondido a su carta, sino sólo lo había
citado a un juicio. ¿Cómo era posible que no responda, tratándose del Evangelio?, se preguntaba
Lutero. Pero sus amigos ya habían imaginado un modo de salvarlo. No podía viajar a Roma sin un
SALVOCONDUCTO (= carta legal que aseguraba su seguridad y su libertad, para que no fuera
apresado ni asesinado) del Elector Federico de Sajonia. Mientras tanto, el Cardenal Cayetano seguía
uniendo fuerzas en contra de Lutero y solicitó un refuerzo de medidas a Roma: los jueces no tardaron
en declararlo “hereje notorio” y comunicaron la noticia al príncipe Elector de Sajonia.
El Juicio en Augsburgo (1518)
Federico el Sabio insistió que Lutero fuera juzgado en territorio alemán y no permitió su salida
hacia Roma. La idea de Federico fue explotar las buenas disposiciones de Cayetano y presionarlo
para que tome personalmente la dirección del proceso Lutero. Federico deseaba jueces imparciales
con sede en Alemania. Bastaría entonces con cambiar la citación de Roma por una a Augsburgo,
sustituyendo así, a los jueces evidentemente sospechosos del representante del Papa. Cayetano
decidió tomar el riesgo, y además, necesitaba agradar al Elector de Sajonia para así, obtener su
voto en la elección de un nuevo Emperador.
Lutero publicó varios escritos como único método para reducir a silencio las falsedades que
circulan bajo su nombre. Días más tarde recibió palabras de aliento desde Basilea (Suiza), en donde
se le asegura que el gran humanista ERASMO DE ROTTERDAM (1469-1536) no cesaba de elogiar
sus tesis. Le aconsejaron adoptar la clásica táctica de los humanistas: no atacar a Roma de frente
y dejar pasar el tiempo. Finalmente llega el momento de la reunión en Augsburgo. Lutero ofreció
interponer sus buenos oficios: ¿por qué no acabar con las diferencias en una buena disputa
teológica? La idea era buena, ya que no se perseguía a Lutero, sino a su doctrina. Si se retractaba
salvaría su vida. Pero el emisario de Cayetano, encargado del proceso, no tenía muy buena
disposición y no se vio dispuesto a escuchar a Lutero, mas sólo quería que se retracte, mas el doctor
sólo lo haría si le comprobaban doctrinalmente que estaba equivocado. Al día siguiente Lutero se
presentó nuevamente, pero esta vez, ante el cardenal Cayetano, quien estaba seguro de poder
arreglar el asunto y se muestra sonriente. Pero al final, éste toma la misma posición que se había
dado en el día anterior: que Lutero se retracte, sin discutir sobre sus doctrinas. Viendo que no se
llegaba a nada, Lutero puso fin a la entrevista pidiendo autorización para retirarse a reflexionar y
poner su respuesta por escrito, a lo cual Cayetano accedió de muy mala gana, ya que veía que su
misión no estaba siendo efectiva.
«[Escribiendo] la persona abrumada alcanza doble ganancia: primero, que lo escrito puede
someterse al juicio de terceros; y segundo, que hay más oportunidad para apelar al temor,
y no a la conciencia de un déspota arrogante y charlatán que de otro modo se sobrepondría
nada más que con su imperioso lenguaje».
En la siguiente entrevista, Lutero presentó una clara, concisa y rotunda exposición de sus
opiniones, bien apoyada con muchas citas bíblicas, y rebosante de explicaciones. Después de haber
leído este escrito en alta voz, lo puso en manos del cardenal, quien lo arrojó desdeñosamente a un
lado, declarando que era una mezcla de palabras tontas y de citas desatinadas. Lutero se levantó
con toda dignidad y atacó al orgulloso prelado en su mismo terreno, el de las tradiciones y
enseñanzas de la Iglesia, refutando completamente todas sus aseveraciones desde los dichos del
Papa y los Concilios. Cuando el prelado vio que aquellos razonamientos de Lutero eran
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 17
incuestionables, perdió el dominio sobre sí mismo y en un arrebato de ira exclamó: «¡Retráctate!
¡Retráctate! Que si no lo haces, te envío a Roma, para que comparezcas ante los jueces encargados
de examinar tu caso. Te excomulgo a ti, a todos tus secuaces, y a todos los que te son o fueren
favorables, y los expulso de la iglesia». Y en tono soberbio y airado dijo al fin: «Retráctate o no
vuelvas». Cayetano terminó por amenazar fuertemente a Lutero con la EXCOMUNIÓN (= expulsión
de la Iglesia y de la comunión con Dios) y declara como “prevenido” a todo lugar a donde vaya, pero
la amenaza cayó en el vacío. El reformador se retiró luego junto con sus amigos, demostrando así
que no debía esperarse una retractación de su parte, o al menos no sin una buena disputa teológica.
Pero esto no era lo que el cardenal se había propuesto. Éste se había jactado que por la violencia
obligaría a Lutero a someterse y al quedarse solo con sus partidarios, miró de uno a otro
desconsolado por el inesperado fracaso de sus planes.
Esta vez los esfuerzos de Lutero quedaron con buenos resultados. Si bien no hubo razonamiento
ni una crítica seria por parte del prelado católico-romano, había quedado claro que no iba a ser fácil
convencerlo, y que ya había más gente que lo apoyaba. La desteñida reunión pudo comparar a
ambos hombres y juzgar por sí mismo el espíritu que habían manifestado, así como la fuerza y
veracidad de sus asertos. ¡Cuán grande era el contraste! El reformador, sencillo, humilde y firme, se
apoyaba en la fuerza de Dios, teniendo de su parte a la razón y la verdad; mientras que el
representante del Papa, dándose importancia, intolerante, hinchado de orgullo, falto de juicio, no
tenía un solo argumento de las Santas Escrituras, y sólo gritaba con impaciencia: «Si no te retractas,
serás despachado a Roma para que te castiguen». No existiendo ya razón para continuar en
Augsburgo, y puesto que se le prohibió volver a presentarse a menos que quisiera retractarse, Lutero
partió de vuelta a Wittenberg, teniendo especial cuidado de no decir a dónde se dirigía. A pesar de
tener un salvoconducto, sus detractores (clérigos y laicos) intentaban apresarle. Sus amigos
insistieron en que, como ya era inútil su presencia allí, debía volver a Wittenberg sin demora y que
era menester ocultar sus proyectos con el mayor sigilo. Conforme con esto salió de Augsburgo antes
del alba, a caballo, y acompañado solamente por un guía que le había proporcionado el magistrado.
Con mucho cuidado cruzó las desiertas y oscuras calles de la ciudad. Mientras tanto, enemigos
vigilantes complotaban y planificaban su muerte. Rápida y sigilosamente llegó a una pequeña puerta
en el muro de la ciudad; le fue abierta y pasó con su guía sin impedimento alguno. Viéndose ya
seguros fuera de la ciudad, los fugitivos apresuraron su huida y antes que el legado papal se enterara
de la partida de Lutero, éste ya se hallaba fuera del alcance de sus perseguidores y sin que ellos
supieran su dirección. El hombre a quien pensaban tener en su poder se les había escapado como
un pájaro de la red del cazador.
Al saber que Lutero se había ido, Cayetano quedó abrumado por la sorpresa y la furia. Había
pensado recibir grandes honores por su sabiduría y serenidad al tratar con este nuevo perturbador
de la Iglesia, y ahora quedaban frustradas sus esperanzas. Rápidamente expresó su descontento
en una carta que dirigió al príncipe Federico, elector de Sajonia, para quejarse amargamente de
Lutero, y exigir que Federico enviase a Roma al reformador o que le desterrase de Sajonia. En su
defensa, Lutero había pedido que el legado o el Papa le demostraran sus errores por las Santas
Escrituras. Sin comprender mucho la gravedad del asunto, Lutero se comprometió solemnemente a
renunciar a sus doctrinas si le probaban que estaban en contradicción con la Palabra de Dios. El
elector tenía escasos conocimientos de las doctrinas del joven monje, pero le impresionaban
profundamente el candor, la fuerza y la claridad de las palabras de Lutero; y así, habiendo escuchado
a ambas partes, Federico resolvió protegerle mientras no le demostrasen que el reformador estaba
en error. Contestando las peticiones del prelado, dijo: «En vista de que el doctor Martín Lutero
compareció ante tu presencia en Augsburgo, deberías estar satisfecho. No esperábamos que, sin
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3
18
haberlo convencido, pretendieseis obligarlo a retractarse. Ninguno de los sabios que se hallan en
nuestros principados, nos ha dicho que la doctrina de Martín fuese impía, anticristiana y herética».
Con estas palabras el príncipe rehusó enviar a Lutero a Roma y arrojarlo de sus estados.
El elector notaba un decaimiento general en el estado moral de la sociedad. Se necesitaba una
grande obra de reforma. Las disposiciones tan complicadas y costosas requeridas para refrenar y
castigar los delitos estarían de más si los hombres reconocieran y acataran los mandatos de Dios y
los dictados de una conciencia iluminada. Federico vio que los trabajos de Lutero tendían a este fin
y se regocijó secretamente de que una mejor influencia se hiciese sentir en la Iglesia. Vio asimismo
que como profesor de la universidad Lutero tenía mucho éxito. Sólo había transcurrido un año desde
que el reformador fijara sus 95 Tesis en la iglesia del castillo, y ya se notaba una disminución muy
grande en el número de peregrinos que concurrían allí en la fiesta de Todos los Santos a venerar las
reliquias para obtener indulgencias. Claramente esto contrariaba mucho al príncipe, dueño de las
reliquias, y quien seguramente sacaba un buen lucro de la peregrinación. Roma estaba perdiendo
fieles y ofrendas; pero al mismo tiempo había otros que se encaminaban a Wittenberg, no como
peregrinos que iban a venerar reliquias, sino como estudiantes que invadían las escuelas para
instruirse. Los escritos de Lutero habían despertado en todas partes nuevo interés por el
conocimiento de las Sagradas Escrituras, y no sólo alrededor de Alemania sino que hasta de otros
países acudían estudiantes a las aulas de la universidad. Había jóvenes que, al ver Wittenberg por
primera vez, levantaban sus manos al cielo, y alababan a Dios, porque en esa ciudad brillaba la luz
de la verdad, y resplandecía hasta a los países más remotos.
A pesar de todo esto, Lutero seguía sosteniendo su fidelidad a la Iglesia romana y no había
pensado en separarse de la comunión de ella. Mas los escritos del reformador y sus doctrinas se
estaban difundiendo por todas las naciones de la cristiandad. La vertiginosa y sorpresiva
“evangelización” se inició en Suiza y Holanda. Llegaron ejemplares de sus escritos a Francia y
España. En Inglaterra recibieron sus enseñanzas como si fuera la mismísima Palabra de Dios. Así
también fueron bien conocidos en Bélgica e Italia. Miles de creyentes despertaban de su mortal
letargo gracias a la espiritualidad y crítica de Lutero. Sus doctrinas se oían por doquier, en las
cabañas, en los conventos, en los palacios de los nobles, en las academias, y en la corte de los
reyes; y aun hubo ilustres caballeros que se levantaron por todas partes para sostener y proteger de
forma armada los pensamientos del reformador. Una nueva esperanza de fe estaba surgiendo. Se
percibían vientos de cambio, pero era peligroso expresarlo abiertamente. Roma se exasperaba más
y más con los escritos de Lutero, y de entre los más encarnizados enemigos de éste y aun de entre
los doctores de las universidades católicas, hubo quienes declararon que no se imputaría pecado al
que matase al rebelde monje. Cierto día, un desconocido se acercó al reformador con una pistola
escondida debajo de su manto y le preguntó por qué iba solo. Lutero contestó: «Estoy en manos de
Dios, Él es mi fuerza y mi amparo, ¿qué puede hacerme el hombre mortal?» Al oír estas palabras el
hombre se desfiguró y huyó desenfrenadamente sino decir nada. Lutero quedó aterrorizado luego
de tal encuentro. Era la primera vez que atentaban directamente contra su vida.
De vuelta en Wittenberg
Ya de regreso en Wittenberg y protegido por el príncipe Federico, Lutero continuó predicando y
escribiendo para explicar sus posturas, pero Cayetano no abrió su corazón y los escritos de Lutero
sólo fueron objeto de observaciones despectivas: no se veía en ellos más que un vano palabrerío,
las citas de las Escrituras nada tenían que ver con la cuestión y, por otra parte, ya se había dado de
ellas la verdadera interpretación por los Concilios y el Papa. Lutero se sentía desesperado. Tenía el
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 19
sentimiento de haber hecho cuanto podía para responder a la citación papal, en acto de total
obediencia. Pero el Papa tampoco le prestaba atención. Entonces, Lutero escribió al sabio príncipe
Federico, tratando de buscar explicaciones:
«Si soy demasiado insignificante para que se me haga el honor de enseñarme la verdad,
quizás su Eminencia querrá por lo menos manifestar a Vuestra Alteza en qué he errado, en
qué se fundan para acusarme. ¡Es tan extraordinario ser inculpado de error sin saber cómo
ni por qué! Se me niega el debate público que solicito, se me niega discutir conmigo en
privado, demostrarme por escrito mi error, se recusa de antemano el juicio de cuatro
universidades. Si además se rechazara un pedido que viniera de Vuestra Alteza, ¿qué otra
cosa se podría pensar sino que simplemente se desea mi pérdida?».
Ha llegado el momento de poner en ejecución el último plan para arreglar la confusión: apelar a
un Concilio. Es el último procedimiento jurídico que podía intentar, y que al mismo tiempo lo acercaba
a la universidad de Paris, en la cual pensó ampararse, siendo éste el único lugar posible para
sustraerse del poder romano. El 28 de noviembre de 1518 Lutero depositó su apelación ante un
notario. El 1º de diciembre Lutero se despidió de su comunidad de los agustinos, partiendo durante
la noche. Pero antes de partir, le llegó un mensaje de JORGE SPALATIN, secretario y mano derecha
de Federico, quien le ruega encontrarse con él para efectuar una reunión secreta. Allí, Spalatin
convenció a Lutero para que no partiera. Esto era algo difícil de pedir, ya que también había llegado
la noticia a Wittenberg de que llegaría un cortesano romano llamado CARLOS VON MILTITZ (1490-
1529), que se jactaba de haber prometido al Papa que detendría al monje y lo conduciría ante él;
además, estaba provisto de todos los poderes necesarios para hacerlo. Lutero optó por quedarse y
reiniciar sus cursos y su predicación, pero temiendo constantemente por su vida. El príncipe Federico
logró un gran acierto en haber confiado la cátedra de griego al joven teólogo FELIPE
MELANCHTHON7 (1497-1560), quien se transformaría en uno de los más fieles colaboradores y
discípulos de Lutero. Lentamente la universidad comenzó a llenarse cada vez más. Desde todos los
lugares venían a perfeccionarse a Wittenberg, incluso era cada vez más difícil encontrar alojamiento
en la ciudad.
Se acercaban momentos más peligrosos contra Lutero, cada vez eran mayores las causas
reunidas para “silenciarlo” definitivamente. Fue en aquel momento, cuando Lutero más necesitaba
la simpatía y el consejo de un verdadero amigo, que apareció Felipe Melanchthon en Wittenberg.
Joven aún, modesto y reservado, tenía Melanchthon un criterio sano, extensos conocimientos y
elocuencia persuasiva, rasgos todos que combinados con la pureza y rectitud de su carácter le
granjeaban el afecto y la admiración de todos. Su brillante talento no era más notable que su
mansedumbre. Muy pronto fue discípulo sincero del Evangelio a la vez que el amigo de más
confianza de Lutero y su más valioso cooperador; su dulzura, su discreción y su formalidad servían
de contrapeso al valor y a la energía de Lutero. La unión de estos dos hombres en la obra vigorizó
la Reforma y estimuló mucho a Lutero, especialmente ante la adversidad que se avecinaba.
Deseando mantenerse en términos amistosos con el protector de Lutero, Federico el Sabio, el
Papa realizó un intento final de alcanzar una solución pacífica al conflicto. Una conferencia con el
nuncio (= enviado) papal CARLOS VON MILTITZ en ALTENBURG, en enero de 1519, llevó a Lutero
a decidir guardar silencio en tanto así lo hicieran sus oponentes; escribir una humilde carta al Papa;
y redactar un tratado demostrando sus respetos a la Iglesia. La carta escrita nunca fue enviada,
debido a que no contenía retracción alguna. En el tratado que redactó más tarde, Lutero negó
cualquier efecto de las indulgencias en el purgatorio y sobre la vida de los cristianos.
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3
20
Von Miltitz aún tenía confianza en poder terminar el conflicto
amistosamente; pero ante todo, estaba al servicio del Papa. Se
advirtió a Lutero que pronto debería enfrontar a un nuevo
representante de Roma. Y una vez más volvió la pregunta
crucial: ¿ceder o no ceder? También se le aconsejó a Lutero que
no insistiera en ser juzgado, ya que su conciencia le obligaba a
obedecer las Escrituras antes que al Papa, y no podía olvidar
que a éste pertenecía la interpretación de aquélla. Era más
importante ceder ahora y esperar una mejor ocasión para la
discusión. Puesto que los dos responsables del conflicto eran
Tetzel y Lutero, Miltitz los llamaría a ambos y obtendría su
silencio aunque fuera por intimidación. El primero en ser citado
fue el vendedor de indulgencias, pero alegó que estaba enfermo
por haber sido atacado por algunos “luteranos”. Miltitz no quería
esperar, por lo cual llamó a Lutero. El enjuiciado sólo deseaba
que el dinero dejase de corromper a la Iglesia, que el pueblo
dejase de ser inducido a error, y que se enseñase a preferir la
práctica de la caridad a la de las indulgencias. El resto le era
indiferente. Preocupado de no comprometer el éxito final por un
exceso de intransigencia, Miltitz se contenta con el doble compromiso de Lutero de no volver a
escribir sobre las indulgencias y de publicar algunas rectificaciones. En cambio, promete solicitar al
Papa que designase un obispo calificado para redactar la lista de tesis que deben ser retractadas.
Finalmente, Miltitz redactó un informe sobre Lutero a León X en donde explicaba que pese a todo lo
que se diga, éste no ha tenido intención alguna de oponerse al Papa, a la Sede Apostólica ni a la
Iglesia Romana. Sería más bien Tetzel, quien recibirá el castigo por sus abusos e inescrupulosa
actitud.
A pesar de ser movido Lutero por el Espíritu de Dios para comenzar la obra, no había de llevarla
a cabo sin duros conflictos. Las censuras de sus enemigos, la manera en que falseaban los
propósitos de Lutero y la mala fe con que juzgaban desfavorable e injustamente el carácter y los
móviles del reformador, le envolvieron como ola que todo lo sumerge; y no dejaron de tener su efecto.
Muchos representantes de la Iglesia y de los gobernantes estaban plenamente convencidos de la
verdad de las Tesis; pero pronto vieron que la aceptación de estas verdades entrañaba cambios
mucho más complejos de lo que se imaginaban. Lutero temblaba cuando se veía a sí mismo solo
frente a los más opulentos y poderosos de la tierra. Dudaba a veces, preguntándose si en verdad
Dios le impulsaba a levantarse contra la autoridad de la Iglesia.
«¿Quién era yo –escribió Lutero más tarde– para oponerme a la majestad del Papa, a cuya
presencia temblaban… los reyes de la tierra?… Nadie puede saber lo que sufrió mi corazón
en los dos primeros años, y en qué abatimiento, en qué desesperación caí muchas veces».
Pero no fue dejado solo en brazos del desaliento. Cuando le faltaba ayuda de los hombres, la
esperaba de Dios solo y así aprendió a confiar en Dios y a basarse más firmemente en su fe y en la
convicción que esa fe le daba.
«No se puede llegar a comprender las Escrituras, ni con el estudio, ni con la inteligencia; vuestro
primer deber es pues empezar por la oración. Pedid al Señor que se digne, por su gran misericordia,
concederos el verdadero conocimiento de su Palabra. No hay otro intérprete de la Palabra de Dios,
Los principes alemanes coronan a Carlos V
Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 21
que el mismo Autor de esta Palabra, según está escrito: ‘Todos
serán enseñados por Dios’. Nada esperéis de vuestros estudios ni
de vuestra inteligencia; confiad únicamente en Dios y en la
influencia de su Espíritu. Creed a un hombre que lo ha
experimentado…».
Por aquel tiempo fue cuando Lutero, al leer las obras del mártir
checo Juan Hus, descubrió que la gran verdad de la justificación
por la fe, que él mismo enseñaba y sostenía, había sido expuesta
antes por el reformador bohemio:
«¡Todos hemos sido “husitas”, aunque sin saberlo; Pablo,
Agustín y yo mismo!… ¡Dios pedirá cuentas al mundo, porque
la verdad fue predicada hace ya un siglo, y la quemaron!».
El Nuevo Emperador: Carlos V (1519)
12 de enero de 1519: muerte del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico
MAXIMILIANO I DE HABSBURGO (1459-1519). La noticia recorre los caminos nevados de Europa
y el mundo cristiano despierta a una nueva era. El primero en ser notificado es Federico, ya que el
trono recaería primeramente sobre él. Sería la autoridad alemana hasta la elección del nuevo
emperador, y aun hasta su coronación. Su primer deber es velar por esta elección, que se realizará
en junio en la ciudad alemana de Frankfurt. El interés del Papa era que fuese elegido un príncipe
alemán. De hecho se consideraba al mismo Federico, pero bajo ningún pretexto debía pensarse en
el rey de España, Carlos I. Federico se mostró tan incorruptible como lo había sido antes, y, muy
interesado en su profesor, utilizó el conflicto para intervenir ante Roma, para que el Papa recibiera
a Lutero.
Ante las presiones, el Papa decide ver y oír a Lutero personalmente. Fray Martín podrá hacer
libremente la retractación que ha temido pronunciar ante el legado. Se le ruega a Lutero que apenas
reciba la notificación, se ponga en camino de inmediato, sin odio y sin pasión, con el espíritu en paz,
lleno de caridad y de la gracia del Espíritu Santo. El Papa estaba seguro de que Lutero, en estas
condiciones, sí se retractaría. La única sombra de todo era que se fundaba en los inconsistentes
informes de Miltitz. Lutero jamás había dicho que estuviese dispuesto a retractarse. Spalatin oyó de
Lutero sus incertidumbres. No es él quien debía dar explicaciones, sino oír la voz de sus retractores.
Mientras tanto, los movimientos políticos para la elección del nuevo emperador se volvían cada
vez más candentes. Los tres electores eclesiásticos (arzobispos) alemanes desacatan las directivas
del Papa. Carlos I de España (1500-1558) hace notar que se producen manifestaciones populares
en su favor en Alemania. La última carta de Roma es Federico el Sabio. Federico declina el
ofrecimiento de Roma y el rey CARLOS I DE ESPAÑA, único candidato, sería elegido Rey de
Romanos y reconocido como Emperador electo bajo el nombre de CARLOS V el 28 de junio de 1519
por unanimidad de votos del colegio electoral.
La Disputa de Leipzig (1519)
Mientras en Frankfurt se celebra con alegría la elección de un desconocido, la ciudad alemana
de LEIPZIG está en plena efervescencia. En las calles y en las plazas sólo se habla de la nueva
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«disputa» que enfrentará al doctor Lutero, ahora con el temible teólogo católico, el doctor JUAN ECK
(1486-1543), de la Universidad de Ingolstadt, Alemania. El acontecimiento ha traído a una
considerable cantidad de profesores y estudiantes, sabios y monjes. A pesar del silencio instado por
Miltitz, Eck retó al decano y profesor de la Universidad de Wittenberg ANDRÉS CARLSTADT8 (1477-
1541) y no a Lutero a una disputa teológica, quizá por una cuestión de rivalidad entre universidades,
ya que era sabido que Carlstadt apoyaba las doctrinas de Lutero y era su amigo. El debate se llevaría
a cabo entre 27 de junio y el 18 de julio de 1519.
Rodeados de doscientos estudiantes armados de picas y palos, dos carruajes se abrían paso
entre la multitud. En el primero viajaba el doctor Carlstadt y en el segundo estaba Lutero con su
amigo Melanchthon. Carlstadt sería el primer opositor de Eck, aunque nadie ignoraba que el
enfrentamiento decisivo sería con Lutero. Dadas las cuestiones planteadas, resultaba claro que el
propósito de Eck era atacar a Lutero a través de Carlstadt, por lo cual el reformador declaró que si
eran sus doctrinas las que se iban a discutir en la Universidad de Leipzig, entonces él debía participar
del debate.
La disputa se condujo con todas las formalidades de los ejercicios académicos de la época y
duró varios días. Cuando llegó el momento del enfrentamiento entre Eck y Lutero, quedó muy claro
quien era el mejor conocedor de las Escrituras, y quién prefería el derecho canónico y la teología
escolástica. Cuando Lutero se unió a este debate negó el derecho divino del trono papal y la
autoridad de poseer el OFICIO DE LAS LLAVES9 o el poder de anunciar el perdón de los pecados
por Dios, que según él había sido otorgado por Cristo a la Iglesia toda, como congregación de fe, y
no exclusivamente al Papa. Negó también que la pertenencia a la Iglesia Católica Romana (de
Occidente) bajo la autoridad del Papa fuera necesaria para la salvación, manteniendo la validez de
la Iglesia Griega (de Oriente)10. Finalmente declaró que el papado es de origen humano y no divino,
algo imperdonable para el pensamiento católico. Luego de la larga disputa, no quedó claro quién
venció en la trifulca. Si bien Lutero estaba tranquilo, Eck salió con aires de triunfo, ya que había
logrado comprobar que Lutero era un hereje ante la Iglesia, en cuanto coincidía con ciertas doctrinas
HUSITAS11 declaradas heréticas y condenadas con anterioridad. Sólo faltaba que las universidades
den el veredicto de quién era el triunfador. Todo esto dio comienzo a un nuevo período de
confrontaciones y peligros. Pero Lutero no estaba solo y la gente encontraba que era el ganador.
Pronto, sin quererlo, se transformaría en una figura nacional y las ideas “luteranas” se esparcían
fecundamente por toda Europa.
La exaltada obstinación de muchos de querer asimilar las enseñanzas de Lutero con la herejía
llegó a provocar rumores incontrolados sobre Lutero y su familia. Se decían cosas como que ha
tenido por padre al diablo o que probablemente un demonio bajo forma humana habría fecundado a
su madre antes de su marido.
«¡Déjalos que hablen! Que mientan, que inventen, que piensen lo que quieran. Nada deseo
tanto como ser relevado de la carga de la enseñanza. No creo que se pueda estudiar teología
sin ofender al Papa y a los obispos. Nada reprueban tanto las Escrituras como el abuso
contra las cosas santas, pero los prelados no pueden tolerar que alguien se lo diga. [...] El
verdadero drama es dar la espalda a las dificultades y a las perturbaciones, es decir, a la
vida cristiana».
Se publicaban documentos por ambos lados y se respondían mutuamente entre las
universidades. El 29 de marzo de 1520, las adhesiones que le llegaron a Lutero de toda Alemania,
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principalmente de medios cultos, le hicieron pensar que quienes lo atacaban sólo trataban de
disfrazar su propia ignorancia. La tímida observación de Miltitz poco a poco se va comprobando: por
cada partidario del Papa hay tres de Lutero. Hacia 1519 los escritos de Lutero circulaban
ampliamente por Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Suiza, y los estudiantes se dirigían a
Wittenberg para escuchar a Lutero, quien publicaba ahora sus importantes obras: COMENTARIOS
SOBRE LAS EPISTOLA A LOS GáLATAS Y SU TRABAJO EN LOS SALMOS.
La Reacción Alemana (1520)
Además de un número creciente de seguidores, particularmente entre los profesores de
Wittenberg y otras universidades, Lutero tenía la simpatía de los humanistas que veían en él un
defensor de la reforma que ellos mismos propugnaban, y de los nacionalistas alemanes, para quienes
el monje era el portavoz de la protesta germana frente a los abusos de Roma. Muchos caballeros
alemanes llegaron a enviarle mensajes prometiéndole su apoyo armado, si el conflicto entre él y el
Papa llegaba a estallar. Además el pueblo ya no quería seguir empobreciéndose a causa de los
impuestos de Roma.
El Emperador elegido tardaba en llegar desde España, el Imperio estaba acéfalo, y era ésta una
situación que abría el camino a muchas especulaciones. Si aún existían posibilidades para Lutero,
éstas debían intentarse antes de que Carlos V tomara las riendas del poder, dado que éste último
confesaba una total fidelidad al poder papal.
La controversia de Leipzig hizo que Lutero tomara contacto con los humanistas, particularmente
Felipe Melanchthon y Erasmo de Rotterdam, y que mantuviera relaciones con el caballero ULRICH
VON HUTTEN y FRANCISCO VON SICKINGEN. Estos caballeros querían mantener a Lutero bajo
su protección, invitándolo a su fortaleza en la eventualidad de que no se sintiera seguro en Sajonia
a causa del destierro papal. Estos hombres, envalentonados por el ejemplo de Lutero, se propusieron
remediar la miseria alemana provocada por Roma utilizando medios mucho más agresivos. Se
redactaron escritos que tenían como blanco directo a la Iglesia Romana:
«Esos parásitos [obispos] nos han chupado la sangre, nos han roído la carne y ya están llegando
a la médula de nuestros huesos... ¡A las armas! contra esos asaltantes que viven de la sangre y del
sudor del pueblo alemán, que lo despojan para pagarse mulas, favoritos y mujeres en sus palacios
de mármol. ¿Cuándo abrirán los ojos los alemanes?»
Este es el pensamiento de Alemania en abril de 1520. Y mientras Hutten continúa su ofensiva
con la pluma, von Sickingen aprontaba las armas para una acción decididamente militar. A fines de
abril se estableció el contacto con Lutero quien podía movilizar más hombres que los dos caballeros
juntos. Él debía ser el móvil de la revolución. Sin embargo, aunque la cuestión de su seguridad se
planteaba con insistencia, Lutero no pensó ni por un segundo en enrolarse en semejante cruzada.
Mientras tanto el teólogo católico Johann Eck estaba cerca de Roma para alertar sobre la situación
en Alemania; la tormenta estaba presta a comenzar. Los alemanes, cansados del yugo romano,
estaban decididos y armados, bastaría un simple gesto para desencadenar una hostilidad
generalizada.
Mientras tanto, Lutero continuaba con sus desarrollos teológicos y alcanzó a esbozar el concepto
luterano de “IGLESIA” en su escrito EN EL PAPADO DE ROMA publicado en junio de 1520. Luego
en su conocido sermón sobre LAS BUENAS OBRAS, publicado en la primavera de 1520, se afirmaba
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contrario a la doctrina católica de las buenas obras y obras de supererogación (aquellas efectuadas
por encima de los términos de la simple obligación). Lutero postulaba que las obras del creyente son
verdaderamente buenas en cualquier vocación o profesión secular que sea ordenada e instruida por
Dios, es decir, que no hay disciplinas más “santas” que otras, sino distintas vocaciones en las que
uno puede servir a Dios en el mundo; algunos son zapateros, otros mineros, otros abogados y otros
sacerdotes…, pues a los ojos de Dios, todas estas vocaciones son válidas y aptas para servirle en
el mundo.
Una Iglesia Alemana Independiente
Ante tanta problemática Lutero escribe en agosto de 1520: A LA NOBLEZA CRISTIANA DE LA
NACIÓN ALEMANA PARA EL PERFECCIONAMIENTO DE LA CRISTIANDAD. Con este escrito
también rechaza muchas cosas que se decían sobre él. Lutero insta a que la nobleza cristiana siga
su vocación a Dios y cumpla con su deber. Que convoque un Concilio libre e independiente de Roma,
un Concilio que eximiría a los estados alemanes del yugo romano. Lutero, ya sin esperanzas de ser
escuchado por Roma, se dedica a organizar el programa de este futuro Concilio: reorganización
eclesiástica, asuntos financieros y reformas económicas, etc. Se eliminaría el papado, los Estados
Pontificios serían anexados al imperio del que forman parte jurídicamente; se suprimirá el celibato
del clero y se respetará el instinto sexual como una necesidad tan natural como beber y comer. Los
burros cargados de oro ya no tomarán el camino a Roma. Con la publicación de este nuevo escrito,
la obra de Lutero cala hondo en todo tipo de personas. Cantidad de príncipes y de altos personajes
envían al reformador sus testimonios de aprobación y de gratitud. Más tarde, Lutero escribiría un
completo desarrollo de su doctrina sobre la salvación y la vida cristiana en su magistral obra: LA
LIBERTAD CRISTIANA publicado en noviembre de 1520, texto fundante de la confesionalidad
luterana.
En sus nuevos escritos, Lutero criticaría mordazmente a sus adversarios y trata de convencer a
León X de que se desligue de la Curia romana, y aun del papado, confiando en la reconversión del
pontífice. Le ofrece un camino de reflexión sobre la verdadera vida cristiana. En un llamamiento que
dirigió Lutero al nuevo emperador y a la nobleza de Alemania en pro de la reforma del cristianismo,
decía refiriéndose al Papa: «Es una cosa horrible contemplar al que se titula vicario (= el que está
“en vez de”) de Jesucristo ostentando una magnificencia superior a la de los emperadores. ¿Es esto
parecerse al pobre Jesús o al humilde Pedro? ¡Él es, dicen, el señor del mundo! Mas Cristo, del cual
se jacta ser el vicario, dijo: ‘Mi reino no es de este mundo’. El reino de un vicario ¿se extendería más
allá que el de su Señor?». Este llamamiento circuló con rapidez por toda Alemania e influyó
poderosamente en el ánimo del pueblo. La nación entera se sentía conmovida y muchos se
apresuraban a alistarse bajo el estandarte de la Reforma. Los opositores de Lutero que se consumían
en deseos de venganza, exigían que el Papa tomara medidas decisivas contra él. No tardarían en
decretar la condena de sus doctrinas.
El Papa León X y la Bula Contra Lutero (1521)
Los informes de Miltitz habían tranquilizado a León X. Las luchas diplomáticas por la corona
imperial habían distraído al Papa de las otras noticias en Alemania. Juan Eck se encargó de prender
el fuego, quien aseguraba que Lutero se había adherido públicamente a la herejía husita (del mártir
checo Juan Hus) y había declarado no creer en la infabilidad del Papa ni en la autoridad plena de
los Concilios. Los informes de Eck y la condena pronunciada por la Universidad de Colonia a fines
de agosto, decidieron a León X a reabrir el proceso, y el cardenal de Médici12
tomó personalmente
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la dirección.
El 1º de febrero de 1521 se nombró una comisión formada en su mayoría por franciscanos de la
orden de la Observancia. Su fin era determinar detalladamente los errores de Lutero, pero como el
trabajo acababa de ser hecho por las universidades de Colonia y Lovaina, la comisión se limitó a
aprobar lo que ellas habían señalado, repitiendo sus objeciones. Dichas universidades habían
arbitrado el debate entre Eck y Lutero. A mediados de marzo estaban en condiciones de presentar
a León X las conclusiones del trabajo: la publicación de una BULA PAPAL (= documento que
comunicaba una sentencia papal) que, sin dirigirse expresamente a la persona de Lutero, condenaba
algunas de sus tesis y calificaba las otras, según el caso, como escandalosas, falsas, ofensivas,
corrompidas, contrarias a la verdad católica. Invitarían nuevamente a Lutero a retractarse.
El Papa se manifestó satisfecho y encargó que se insistiera sobre Staupitz para que obtuviera
la retractación de Lutero. Pero cuando salía la carta el 15 de marzo, llegaba al mismo tiempo a Roma
Johann Eck, quien traía noticias poco gratas desde Alemania que le hicieron ver al Papa que la
situación era cada vez más grave. Eck convenció al Papa de seguir otro camino, atacar a Lutero por
tres lados: la doctrina, los libros y la persona, cosa de poder excomulgarlo.
Con la Bula, tras un llamado a la nación alemana, tradicional aliada de la Santa Sede, son
condenadas 41 de las 95 Tesis de Lutero. Pero Lutero reclamó que se habían sacado totalmente de
contexto las frases y que no se estaba viendo el problema real: las indulgencias. El centro de las
acusaciones en contra de Lutero estaba en sus alusiones a la autoridad papal, y no a los abusos del
clero y la torcida doctrina que enseñaban. Una vez más se esquivó la reivindicación que Lutero pedía
para que se pronunciaran sobre el Evangelio y no sobre sentencias históricas; nadie podía (ni quería)
señalarle sus errores. La Bula contenía las siguientes condenas: prohibición de enseñar las ideas
de Lutero bajo pena de excomunión; destrucción de los libros y prohibición de su reimpresión,
conservación y comercialización. Lutero y sus adeptos debían retractarse en el término de 60 días
so pena de herejía. Para que la Bula llegase a todas partes de Alemania, se designa a un nuevo
nuncio, el humanista y diplomático papal italiano JERÓNIMO ALEANDRO (1480-1542). Se le
confirieron poderes de Inquisidor que le permitirían tanto encender la hoguera como conceder un
salvoconducto a Lutero si éste aceptaba ir a Roma. La lenta elaboración de la Bula no ha pasado
desapercibida. El Estado de Sajonia tenía un agente en Roma, y Lutero había sido prevenido desde
el principio. Federico le transmitió a Lutero cuanta correspondencia llegaba desde Roma. La situación
había llegado al límite de la comprensión de Lutero; ¿por qué tanta injusticia, cómo tanta indiferencia?
«Condenan mis libros aunque admiten que encierran mucho ingenio y mucha ciencia, pero
declaran que no los han leído y que ni siquiera han tratado de hacerlo. Mis quejas son mucho más
fundadas que las suyas. [...] He suplicado que se me muestre mi error, y todavía estoy dispuesto a
no hablar si, quienes me contradicen, callan. [...] Tengo ya demasiados pecados sobre mi conciencia,
no agregaré el de callar mientras mi oficio sea enseñar. No me haré culpable de un silencio impío,
ni de negligencia hacia la verdad y hacia millares de almas».
El Papa advirtió a Martín Lutero el 15 de junio de 1520 con la Bula papal EXSURGE DOMINE
que se arriesgaba a la excomunión, a menos que en un plazo de sesenta días repudiara los 41
puntos de su doctrina seleccionados de sus escritos. Más adelante, Lutero enviaría su escrito LA
LIBERTAD CRISTIANA al Papa, añadiendo la siguiente frase:
«Yo no me someto a leyes humanas al interpretar la Palabra de Dios».
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Carlos V y el Nuncio Aleandro en Worms
Después de la coronación de Carlos V, realizada el 23 de octubre de 1520, el nuncio Aleandro
vuelve a la carga contra Lutero. El rey de Romanos y Emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico había jurado que sería un fiel servidor de la Iglesia. La cuestión era si firmaría el decreto
que permitiría la “limpieza” de Alemania, pero sus consejeros se opusieron. El nuevo reinado no
puede comenzar con un acto bélico ni con una exhibición excesiva de poder.
Una vez conversado con Eck, Aleandro ya comienza a presentir lo que ocurrirá. No se ha podido
exponer la Bula papal en cuantiosos lugares. Varias ciudades no aceptan presentar la Bula y dejarse
imponer por la voluntad del Papa. Lutero entretanto, se apresta a publicar EL CAUTIVERIO
BABILÓNICO DE LA IGLESIA (fines de 1520) y no demuestra ninguna preocupación. No quedaba
más que combatir la Bula y la Iglesia dominada por el “demonio”. El mismo príncipe Federico simula
que la desconoce y la ignora. La única incógnita, y la más peligrosa, es cómo reaccionaría el nuevo
Emperador.
En la mañana del 10 de noviembre de 1520, los estudiantes de Wittenberg leyeron un anuncio
en el cual se insta a arrojar a la hoguera los inspiradores libros de Lutero. Nadie podía faltar a este
acto; ya era la hora de desenmascarar al verdadero “anticristo”. No hacía falta más para atraer a la
gente. Con bastante anticipación a la hora señalada, se empezó a recolectar en toda la ciudad el
“combustible” para la hoguera, todo escrito o imagen de Lutero era bienvenida, pero no todo salió
como se esperaba. Avivando el desconcierto de las autoridades romanas, mucha gente tenía en sus
manos importantes obras como la Summa de Santo Tomás y los libros del Derecho Canónico, los
cuales ardieron junto con los escritos “luteranos” causando una gran confusión.
Sólo días después, el 28 de noviembre, el Emperador llegaba a Worms acompañado por la corte,
a la espera de la apertura de una DIETA (= Asamblea), prevista para enero. Pero en Worms ni
siquiera querían alojar al nuncio Aleandro; la gente intuía que no iba a haber un juicio justo. La idea
de la Dieta era insistir en la autoridad del Emperador y de sus resoluciones, y sobre el hecho de que
el Imperio no puede subsistir sin la Iglesia Romana; además se ponía énfasis en lo inoportuno de oír
a Lutero, cuando en realidad el problema eran sus escritos, que cuestionaban la sabiduría y bondad
del Papa. Aleandro se opone formalmente a la venida de Lutero a Worms: se han leído sus libros y
eso basta. La doctrina de Lutero es inaceptable para la Iglesia de Roma; se ha dictado una Bula; se
acaba de promulgar la ley imperial que permite aplicarla y se espera poder doblegar la obstinación
de Federico, el Elector de Sajonia. Conseguido esto, nada impediría la desintoxicación de Alemania
y de la cristiandad de la herejía luterana. El nuncio no estaba encargado de la instrucción de un
proceso contra una persona, sino de hacer ejecutar una resolución contra una herejía. Era necesario
evitar hacer de toda la Bula un “proceso Lutero”, sino que se debía condenar directamente su
doctrina, de modo que ya no ejerza más influencia en los territorios del Imperio. Aunque los
inquisidores no olvidan que la persona de Lutero atrae multitudes, olvidaban que era finalmente su
doctrina la que tenía incontables adeptos.
Lutero había sido convocado ya a varias reuniones para que explicara sus ideas, pero en la
mayoría de los casos, se lo había malinterpretado y juzgado de mala manera. A los teólogos enviados
por Roma no les importaban sus doctrinas, sino que la autoridad del Papa no fuera cuestionada (ya
que él autorizaba la venta de indulgencias y era un pilar importante de la Iglesia). Lutero, cada vez
más acongojado, sólo quería ser una ayuda para la Iglesia, para que ésta volviera a la pureza de la
fe primitiva, la de los apóstoles y la primera Comunidad cristiana.
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«Soy como Jeremías, el hombre de las disputas y de las discordias; pero cuanto más
aumentan sus amenazas, más acrecientan mi alegría… Han destrozado ya mi honor y mi
reputación. Una sola cosa me queda, y es mi miserable cuerpo; que lo tomen; abreviarán
así mi vida de algunas horas. En cuanto a mi alma, no pueden quitármela. El que quiere
propagar la Palabra de Cristo en el mundo, debe esperar la muerte a cada instante.
La Excomunión y la Dieta de Worms (1521)
El 3 de enero de 1521 el papa León X firmó una última Bula: el plazo fijo para la retractación
había expirado y Lutero fue declarado hereje obstinado y excomulgado. A todos los lugares a donde
fuera se le impondrá entredicho y suspensión. Todos sus partidarios, y ante todo el caballero Hutten
que lo protegía, recibirían las mismas penas. La sentencia debía ser publicada por todos los obispos
y se movilizó a las órdenes religiosas para divulgarla y hacerla cumplir. La bula de excomunión tenía
el nombre de Decet Romanum Pontificem. La ejecución de la bula, sin embargo, fue evitada por la
relación del Papa con Federico III de Sajonia y por el nuevo emperador Carlos V quien, viendo la
actitud papal hacia él y la posición de la Dieta, encontró contraindicado apoyar las medidas contra
Lutero, dirigiéndose a Worms con gran decisión: «Iría allí aunque hubiese tantos demonios como
tejas en los tejados».
Como ya había sucedido con la Bula precedente, la dificultad residía en obtener el consentimiento
de las autoridades regionales. Serán los nuncios los encargados de nombrar inquisidores con poder
de hacer uso de la fuerza por medio del brazo secular. Luego, el 18 de enero otro Breve papal invita
al Emperador Carlos V a que publique la sentencia y asegure con un edicto personal su total
ejecución. El nuevo Emperador tenía una gran deuda con Federico por su exaltación al trono, quien
le rogó que no tomase medida alguna contra Lutero, sin antes haberle oído. De este modo, el
Emperador se hallaba en una embarazosa situación que le dejaba perplejo. Roma no se daría por
contenta sino con un edicto imperial que sentenciase a muerte a Lutero. El príncipe elector Federico,
haciendo buen uso de su apelativo “el Sabio”, había declarado terminantemente «que ni su Majestad
Imperial, ni ningún otro había demostrado que los escritos de Lutero hubiesen sido refutados»; y por
este motivo, «pedía que el doctor Lutero provisto de un salvoconducto, pudiese comparecer ante
jueces sabios, piadosos e imparciales».
Este nuevo paso de Roma, sugerido por Aleandro, tropieza nuevamente con el problema de que
se enjuicia a la persona de Lutero y no a su doctrina, que es a la que la gente se adhería. Los otros
excomulgados, se aliarán entonces, a muerte con él, pues su caída los arrastraría a todos. Por un
momento parecería que Roma ha ganado terreno, de hecho, el Emperador se comunica en seguida
con el Papa para demostrarle la mejor disposición.
Fue un tiempo de crisis terrible para el proceso reformador. Durante siglos las sentencias de
excomunión emitidas por Roma había sumido en el terror a los monarcas más poderosos, y había
llenado los más soberbios imperios con desgracias y desolaciones. Aquellos sobre quienes caía la
condenación eran mirados con espanto y horror; quedaban incomunicados de sus semejantes y se
les trataba como a bandidos a quienes se debía perseguir hasta exterminarlos. Lutero no ignoraba
la tempestad que estaba a punto de desencadenarse sobre él; pero se mantuvo firme, confiando en
que Cristo era su escudo y fortaleza. Con la fe y el valor de un mártir, escribía:
«¿Qué va a suceder? No lo sé, ni me interesa saberlo… Sea donde sea que estalle el rayo,
permanezco sin temor, ni una hoja del árbol cae sin el beneplácito de nuestro Padre celestial;
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¡cuánto menos nosotros! Es poca cosa morir por la Palabra de Dios, pues este Verbo se hizo
carne y murió por nosotros; con Él resucitaremos si con Él morimos; y pasando por donde
pasó, llegaremos a donde llegó, y moraremos con Él durante la eternidad».
Cuando tuvo conocimiento de la bula papal, dijo: «La desprecio y la ataco como impía y
mentirosa… El mismo Cristo es quien está condenado en ella… Me regocijo de tener que sobrellevar
algunos males por la más justa de las causas. Me siento ya más libre en mi corazón; pues sé
finalmente que el Papa es el Anticristo, y que su silla es la de Satanás». Con irresistible fuerza Lutero
devolvió a Roma la sentencia de condenación, y declaró públicamente que había resuelto separarse
de ella para siempre. En presencia de gran número de estudiantes, doctores y personas de todas
las clases de la sociedad, quemó Lutero la bula papal con las leyes canónicas y otros escritos que
daban apoyo al poder papal: «Al quemar mis libros, mis enemigos han podido causar la privación a
la verdad en el ánimo del pueblo y destruir sus almas; por esto yo también he destruido sus libros.
Ha principiado una lucha reñida, hasta aquí no he hecho sino defender la verdad; principié esta obra
en nombre de Dios, y ella se acabará sin mí y por su poder». Sin embargo el decreto de Roma no
quedó sin efecto. La cárcel, el tormento y la espada eran armas poderosas para imponer la
obediencia, y que a esta altura habían probado con creces su efectividad. Los débiles y los
supersticiosos temblaron ante el decreto del Papa, y si bien era general la simpatía hacia Lutero,
muchos consideraron que la vida era demasiado cara para arriesgarla en la causa de la Reforma.
Varios lo habían intentado antes y habían sido ejecutados de las peores formas. Todo parecía indicar
que la obra del reformador iba a terminar. A los escarnios de sus enemigos que le desafiaban por la
supuesta debilidad de su causa, contestaba Lutero:
«¿Quién puede decir que no sea Dios el que me ha elegido y llamado; y que ellos al
menospreciarme no debieran temer que están menospreciando a Dios mismo? Moisés iba
solo a la salida de Egipto; Elías estaba solo, en los días del rey Ajab; Isaías solo en Jerusalén;
Ezequiel solo en Babilonia… Dios no escogió jamás por profeta, ni al sumo sacerdote, ni a
otro personaje distinguido, sino que escogió generalmente a hombres humildes y
menospreciados, y en cierta ocasión a un pastor, Amós. En todo tiempo los santos debieron,
con peligro de su vida, reprender a los grandes, a los reyes, a los príncipes, a los sacerdotes
y a los sabios… Yo no digo que soy un profeta, pero digo que deben temer precisamente
porque yo soy solo, y porque ellos son muchos. De lo que estoy cierto es de que la palabra
de Dios está conmigo y no con ellos».
La atención general de Europa se fijó en la reunión de los estados alemanes convocada en
WORMS, de la región de Renania, a poco de haber sido elevado Carlos V al trono. Varios asuntos
políticos importantes tenían que ventilarse en dicha Dieta, en que por primera vez los príncipes de
Alemania iban a ver a su joven monarca presidir una asamblea deliberativa. De todas partes del
Imperio acudieron los altos dignatarios de la Iglesia y gobernantes. Nobles hidalgos, señores de
elevada jerarquía, poderosos y celosos de sus derechos hereditarios; representantes del alto clero
que ostentaban su categoría y superioridad; aristócratas seguidos de sus guardias armados, y
embajadores de tierras extrañas y lejanas; todos se juntaron en Worms. Con todo, el asunto que
despertaba más interés en aquella vasta asamblea era la causa del reformador sajón.
La DIETA DE WORMS, inaugura oficialmente sus sesiones el 28 de enero de 1521. Pero esta
vez, en el orden del día figura una temática que alude directamente a las injusticias que están
sucediendo alrededor de Lutero y sus compatriotas: la discusión de las “Quejas de la nación alemana
contra la curia romana”. Si bien el caso Lutero ni siquiera entra en el programa, son ahora los
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príncipes alemanes quienes se han unido al proceso reformador en búsqueda de mayor autonomía
política y financiera, además de un alejamiento del autoritarismo romano. Toda conversación, toda
disputa, siempre terminaba con el nombre de Lutero. Por más que buscaban sacarlo del centro del
problema, no había forma de eliminar su influencia y su persona del conflicto europeo. Al no encontrar
salida alguna al problema sin tener que escuchar a Lutero, Aleandro no encuentra más salida que el
destierro para el alemán. No se puede permitir hablar a Lutero y dejar que destruya al Papa: «Que
la herejía “luterana” no sea en Alemania lo que la abominable e insolente doctrina de Mahoma es en
Asia». Carlos V se adhiere al nuncio papal y decide publicar de inmediato el edicto de destierro, no
obstante, es detenido por sus consejeros, ya que se necesita el consentimiento de la Dieta y además,
los caballeros luteranos aún no han bajado las armas. Sin tener más opciones, se llega a la
conclusión de solicitar al Emperador que cite finalmente a Lutero a Worms. Así escribiría el mismo
Carlos V:
«Honorable, caro y piadoso Martín, yo y los Estados del Sacro Imperio actualmente reunidos,
hemos resuelto y decidido considerar tus doctrinas y los libros que has publicado. Te
ordenamos venir, acordándote en nuestro nombre y en el del Imperio la total seguridad y la
total garantía que atestigua el salvoconducto adjunto. Hacemos votos para que cumplas
nuestra orden y no te abstengas de comparecer dentro de los 20 días en que recibas nuestro
salvoconducto, para que nadie te haga mal ni violencia...»
Carlos había encargado ya de antemano al elector Federico que trajese a Lutero ante la Dieta,
asegurándole protección, y prometiendo disponer una discusión libre con gente competente para
debatir los motivos de disidencia, en caso de ser necesario. Lutero por su parte ansiaba comparecer
ante el monarca. Su salud por entonces no estaba muy buena; no obstante, escribió su príncipe
Federico:
«Si no puedo ir a Worms bueno y sano, me haré llevar enfermo allá. Porque si el Emperador
me llama, no puedo dudar que sea un llamamiento de Dios. Si quieren usar de violencia
contra mí, lo cual parece probable (puesto que no es para instruirse por lo que me hacen
comparecer), lo confío todo en manos del Señor. Aún vive y reina el que conservó ilesos a
los inexpertos de la hornalla. Si no me quiere salvar, poco vale mi vida entonces. Impidamos
solamente que el Evangelio sea expuesto al desprecio de los impíos, y derramemos nuestra
sangre por Él, para que no triunfen. ¿Será acaso mi vida o mi muerte la que más contribuirá
a la salvación de todos?… Esperadlo todo de mí, menos la fuga y la retractación. Huir, no
puedo; y retractarme, mucho menos».
La noticia de que Lutero comparecería ante la Dieta circuló en Worms y despertó una agitación
general. Aleandro a quien, como legado del papa, se le había confiado el asunto de una manera
especial, se alarmó y enfureció. Preveía que el resultado sería desastroso para la causa del papado.
Hacer investigaciones en un caso sobre el cual el papa había dictado ya sentencia condenatoria,
era tanto como discutir la autoridad del soberano pontífice. Además de esto, temía que los elocuentes
y poderosos argumentos de este hombre apartasen de la causa del Papa a muchos de los príncipes.
En consecuencia, insistió mucho cerca de Carlos en que Lutero no compareciese en Worms.
El 16 de abril de 1521 al mediodía llega Lutero finalmente a Worms. Todos quieren verlo, la gente
lo aclama. El humilde monje ha hecho un viaje triunfal atravesando Alemania. Más de cien hombres
armados acompañan al monje, que siempre vistiendo su hábito, provoca a su paso entusiasmo y
conmoción. En rigor, no se sabe a qué viene a Worms. Los escritos del Emperador son muy vagos,
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y lo único que Lutero ha conseguido implantar es que no se le pida una retractación previa a un juicio
oral. Lutero ha sido convocado para el 17 de abril de 1521. El Emperador, gobernante de la mitad
del mundo, se enfrentaría a un simple monje convencido de su fe, pero guía de una gran multitud
que buscaba una ansiada liberación de Roma. Si bien el Emperador Carlos V sabe perfectamente
quién es el que tiene el poder, tiene muy en cuenta que una sola palabra de Lutero puede
desencadenar una guerra interna en sus dominios, que le sería fatal.
Con redoblado celo insistió Aleandro cerca del Emperador para que cumpliese su deber de
ejecutar los edictos papales y sacar a Lutero de la escena. Esto empero, según las leyes de
Alemania, no podía hacerse sin el consentimiento de los príncipes, y Carlos V, no pudiendo resistir
a las instancias del nuncio, le concedió que él mismo llevara el caso ante la Dieta. Aleandro iba a
alegar en favor de Roma y a defender al primado de Pedro ante los principados de la cristiandad.
Los que amparaban la causa de Lutero preveían de antemano, no sin recelo, el efecto que produciría
el discurso del legado, quien era ampliamente conocido por su gran capacidad oratoria. Además, el
elector de Sajonia no se hallaba presente, aunque por indicación suya habían concurrido algunos
de sus cancilleres para tomar nota del discurso de Aleandro. Con todo el poder de la instrucción y la
elocuencia se propuso Aleandro derrocar la verdad proclamada por Lutero. Arrojó contra el monje
cargo sobre cargo acusándole de ser enemigo de la Iglesia y de la Nación, de vivos y muertos, de
clérigos y laicos, de concilios y cristianos en particular: «Hay en los errores de Lutero motivo para
quemar a cien mil herejes… ¿Qué son todos estos “luteranos”? Un puñado de gramáticos insolentes,
de sacerdotes enviciados, de frailes disolutos, abogados ignorantes, nobles degradados y populacho
pervertido y seducido. ¡Cuánto más numeroso, más hábil, más poderoso es el partido católico! Un
decreto unánime de esta ilustre asamblea iluminará a los sencillos, advertirá a los incautos, decidirá
a los que dudan, fortalecerá a los débiles». Lutero se mantenía en silencio ante los ataques de
Aleandro, hasta que finalmente se le pregunta si los libros presentados son suyos y si está dispuesto
a retractarse de ellos. Nuevamente se cae en lo mismo y Lutero se mantiene firme: reconoce sus
libros, pero no se retractará a menos que le prueben algún error. Finalmente se le concede un día
para que conteste oralmente con exclusión de cualquier defensa escrita. Al día siguiente Lutero se
abre paso entre la multitud para presentarse a una nueva entrevista, mas redacta de todas formas
su respuesta en alemán y latín:
«Me es imposible retractarme sobre estos escritos. Pero sólo soy un hombre, y no puedo
defenderme de otra manera que como el propio Cristo lo hizo ante Anás. Un servidor lo había
abofeteado y simplemente contestó: Si he hablado como no debía dime qué es lo que he
dicho mal. [...] Que se me convenza mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos
de la razón - porque no le creo ni al Papa ni a los concilios solos, ya que está demostrado
que a menudo han errado, contradiciéndose a sí mismos - por los textos de la Sagrada
Escritura que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios. Por
eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia
no es seguro ni saludable. No puedo hacer otra cosa; esta es mi postura. ¡Que Dios me
ayude!».
La negativa de Lutero causa la indignación del Emperador, quien hace la señal para que dos
guardias se lo lleven; la multitud está enardecida. Al día siguiente Carlos V convoca a los Electores
y a los demás príncipes para consultar sobre el caso Lutero: su herejía ha sido proclamada y no hay
otra sentencia que la hoguera.
Luego de la Dieta, el Emperador le privó de sus derechos burgueses y lo declaró “legalmente
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Vanguardia Luterana N° 3

  • 2. Vanguardia Luterana. Revista de publicación cuatrimestral, tiene por finalidad difundir estudios e investigaciones en el campo de las ciencias vinculadas con la teología y la religión comparada desde la perspectiva bíblica. Las posiciones de los autores reseñadas en esta publicación, no reflejan necesariamente los puntos de vista oficiales de Vanguardia Luterana. Publicaciones en abril, agosto y diciembre. Contacto: vanguardia1517@gmail.com Editor: † Dr. José Gregorio Rivas Redacción: Msc. Mery del Valle Escalona Rangel Diagramación: † Dr. José Gregorio Rivas. Imagen portada: La Resurrección (1715-1716). Sebastiano Ricci. Dulwich Picture Gallery. Revista Vanguardia Luterana República Bolivariana de Venezuela Barquisimeto estado Lara. E mail: vanguardia1517@gmail.com © 2021 AIELIH Depósito Legal: LA2021000294 Esta obra está bajo Licencia Creative Commons. Reconocimiento-No Comercial-Compartirigual 4.0 Internacional.
  • 3. Pág. 5 15 51 59 Contenido Jesús, el vencedor de nuestras tribulaciones. Breve historia de la Iglesia Luterana, parte 2. El Rosario Luterano. Las maravillas de Dios.
  • 4.
  • 5. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 5 JESÚS, EL VENCEDOR DE NUESTRAS TRIBULACIONES Dr. Martín Lutero. Sermón matutino del Viernes Santo. 7 de abril de 1531. Texto: Historia de la Pasión, según Mateo 26:36-57; Marcos 14:32-53; Lucas 22:39-54; Juan 18:1-24. Sabéis que en el día que hoy celebramos, era costumbre extenderse en una larga predicación1 . Sin embargo, poco era en realidad lo que en estas predicaciones se decía en cuanto a la pasión de Cristo, a pesar de que este día ha sido establecido para que se haga oír este texto, a fin de que lo relatado en él quede fijo en la mente de los cristianos. Por otra parte, es ésta una prédica que debiera hacerse a diario; pues el propósito con que ha sido instituida es el que menciona Cristo mismo: “Haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). Dividiremos nuestra predicación en cuatro partes2 . Ayer habéis oído3 lo que sucedió el Jueves Santo, a saber, que Cristo instituyó la Santa Cena, dignísimo sacramento destinado a todos nosotros. Además, al despedirse de sus discípulos, les dejó un ejemplo de cómo vivir cristianamente4 , esto es, que cada cual tenga del otro un concepto más elevado que de sí mismo, que sea su servidor, y se ejercite en la humildad. Si se procediera según esta norma, no tendríamos necesidad de ley alguna. Así como para lo primero, quiero decir, para la remisión de los pecados, no me hace falta más que esta sola cosa, a saber, la Santa Cena, así también para el vivir cristianamente no necesito más que este mandamiento: que tengamos a nuestro prójimo por más importante que a nosotros mismos, y que le sirvamos. Con estos dos puntos, el Señor quisiera mostrarnos cómo debe ser su pueblo cristiano, tanto en lo que hace a la fe del corazón como en lo que atañe a la vida exterior. Sigue ahora el relato de lo que aconteció en el día de hoy: “Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos… Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño. Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras. Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega. Mientras todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo:
  • 6. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 6 Al que yo besare, ése es; prendedle. Y en seguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve, Maestro! Y le besó. Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron… Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos”.5 Ésta es la primera parte de la pasión de Cristo que nos relatan los Evangelios: cómo salió del atrio al huerto6 , y qué padeció allí y en la casa de Caifás. Hay una gran riqueza de contenido en lo que aquí se nos predica. Si hubiéramos de exponerlo todo, nos veríamos ante una tarea imposible. Por eso mismo debemos celebrar este día, para que se llegue a conocer al menos la historia como tal. Sin embargo, algo queremos decir al respecto. La pasión de Cristo como Hecho Histórico.7 La pasión de Cristo debe contemplarse de dos maneras: primeramente como historia, tal como acabamos de leerla8 . Debemos saber qué temores y tormentos sufrió, ante todo en su corazón pero además también en todos sus miembros. No hubo en él una sola vena que no hubiera sido invadida y horadada por el más amargo dolor. I. La tribulación causada por el Diablo en Getsemaní. Fue el más grande de los sufrimientos, como no lo hubo antes ni lo habrá después. Así lo indica el sudor que la angustia le exprimió a Cristo, y que no sólo adhirió a sus ropas sino que cayó hasta la tierra9 . Esto nos hace ver de qué índole fue la lucha que tuvo que librar: fue en primer término una lucha con Satanás. No hay en el texto leído indicio de otra lucha. Esa angustia le fue causada a Jesús no por hombres -éstos todavía no se habían hecho presentes. Antes bien, aquí él estaba batallando con el autor de la muerte, como dice la Escritura.10 Dios mismo y los ángeles le habían abandonado; y él, que es el Maestro y Señor de la muerte. Luchó completamente sólo con aquel que es el adversario máximo, Lucifer, el príncipe de los demonios, y con todos sus ángeles. Esta lucha es mucho más encarnizada que la lucha con hombres. Los hombres pueden arrojarlo a uno en la cárcel, pueden cortar la cabeza, atacar el cuerpo, Lucifer empero puede atacar el cuerpo y el alma al mismo tiempo, como lo vemos aquí: primero tiembla y se angustia el alma, y después se ve afectado también el cuerpo, que tiene que sudar gotas de sangre, para que sepas con quién luchó Cristo en el huerto. Esa lucha ya comenzó en el paraíso, con la serpiente, el diablo, que sedujo a Eva y luego a Caín. Allí, en el huerto del Edén, el diablo atacó a nuestra carne y sangre e hizo a nuestros primeros padres víctimas de la muerte y de la condenación. Y este mismo diablo ataca ahora también, en el huerto de Getsemaní, a Cristo, y en él, a nuestra carne y sangre, e intenta envenenarla de la misma manera como en el paraíso. Hasta consigue que Cristo sude gotas de sangre. Pero aquí mismo, Cristo despoja al diablo de su poder. Nadie jamás logrará explicar con palabras suficientes esta lucha, ni saldremos jamás del asombro ante el hecho de que Satanás, el príncipe de este mundo, que envenena a todos los hombres sobre la tierra, que este Satanás salga aquí perdedor. Pues aquí no se le pone ante las narices a un ángel, sino verdadera carne y sangre, debilitada además, carne y sangre que él había vencido ya antes, en el paraíso, cuando aún estaba sana y era fortalecida por la palabra de Dios. Por eso, el diablo pensó: ¿qué resistencia podrá oponerme esta carne débil, sujeta a la muerte? De ahí que en Getsemaní, el diablo sin duda estuvo mucho más lleno de amarga ira que en ocasión de aquella
  • 7. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 7 primera lucha en el paraíso, lo que a nuestro Dios y Señor le costó grande tribulación y dolores. ¡Oh, que jamás lo olvidemos, ni dejemos de darle las gracias por ello! Después de este tormento del alma comienza el tormento del cuerpo de parte de aquellos que son miembros del diablo. Primero viene la cabeza, el diablo, luego sus miembros. Sin embargo, también el diablo mismo volvió una y otra vez al ataque, en aquella noche y cuando Jesús estuvo clavado en la cruz, pero siempre de nuevo fue rechazado. Esa persistencia del diablo la experimentamos también nosotros, día tras día, en las tribulaciones a que está expuesta nuestra carne, cuando somos tentados por la ira, la envidia, la deshonestidad. De esta manera, Satanás es el perseguidor más encamizado. Quiere apoderarse del alma y del cuerpo a la vez, y así enfrentó a este hombre inocente con la muerte, el pecado y la condenación, todo al mismo tiempo. Al presente aún no podemos darnos cuenta cabal de la magnitud de los sufrimientos de Cristo, pero vendrá un día, el día postrero, en que lo veremos claramente, y entonces sí llegaremos a conocer con qué el diablo aterro a Cristo en tal forma que su sudor cayó en tierra cual gotas de sangre. II. La Tribulación Ocasionada por el Beso de Judas. Después vienen los miembros del diablo y prenden a Jesús. En primer lugar, los evangelistas nos describen a Judas. Éste capitanea un piquete de soldados del emperador romano, de los que estaban bajo las órdenes de Pilatos, y además habían concentrado a los siervos de todos los principales sacerdotes y fariseos11 por temor a que el pueblo pudiera armar un disturbio al ver que lo estaban arrestando a Jesús. Por esto habían recurrido a Pilatos, más que a su Salvador. Y a esta multitud se agrega Judas. No se conforma con haber denunciado a Jesús. Les da además una señal para que puedan prenderle con toda seguridad, como queriendo decir: Yo no quiero ser el culpable; pero quiero mi dinero en el caso de que se os escape. Otros dicen que Jacobo12 tenía tanto parecido con Jesús que se podía confundir al uno con el otro. Pero yo opino que se produjo un alboroto en el huerto, y que todos corrían de un lado a otro, lo que indujo a Judas a creer que Jesús trataría de escapárseles, por lo que no quería besar a nadie sino a él13 . A pesar de esto, las cosas no sucedieron como Judas quería. Cristo se arma de valor y arriesga su cuerpo, su vida y su alma: les sale al encuentro, y ocurre ahora que le oyen hablar, y no obstante no le reconocen. Algunos dicen: Si Cristo no se hubiese dado a conocer expresamente, ni Judas le habría reconocido; y no cabe duda de que éste cayó a tierra como todos los demás14 . Pero lo que más importa es esto: aquí se nos describe a un corazón enteramente endurecido. De esto nos damos cuenta sólo ahora que el evangelio se ha vuelto a descubrir. Esta descripción de Judas yo no la cambiaría ni por cien mil florines, pues nos sirve de fuerte consuelo, ya que la suerte que Cristo corrió en aquel entonces es la misma que la que el evangelio corre en nuestro tiempo presente, de modo que bien podemos decir: los perseguidores actuales del evangelio son hijos de Judas, y son unos traidores y malvados como lo fue él. Así como hicieron con Cristo, así hacen con nosotros. Ahí está ese amigo más íntimo de Cristo, el apóstol de más elevado rango15 , ¡y éste le entrega con un beso! Esto es verdaderamente el colmo. Y esto nos lo muestra a Judas tal como es, a saber: bajo el signo de la amistad y los gestos propios del amor, se puede practicar el más execrable odio. Judas cubre su actuar con este signo de la amistad, y no obstante, en su interior está lleno de demonios. Cuán grande habrá sido el dolor del Señor cuando le dijo: “¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?” (Lucas 22:48). Le había amonestado, pero todo fue en vano. Ahí tenemos ni más ni menos que un retrato del papado, de pies a cabeza. Nuestros Judas de ahora se jactan de ser los vicarios de Jesucristo y afirman que no permitirán que sea abolido el verdadero culto a Dios16 , y entre tanto, besando a Jesús y mostrándole cara de amigos, le crucifican. Y esto es
  • 8. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 8 lo que más duele. Los representantes del papado conocen tan bien nuestra causa como Judas sabía que ese Maestro suyo no había hecho nada malo, y sin embargo, bajo una apariencia de santo hace de traidor. Igualmente, nuestros adversarios de hoy saben muy bien que nuestra enseñanza es correcta, y con todo, no dejan de perseguimos. Este pecado no hay que tratar de hacerlo desaparecer mediante oraciones. Tampoco Cristo ora por Judas, sino que le despide con las palabras: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” ¿Cómo se puede orar por un hombre cuando éste es consciente de que obra en contra del Espíritu de Dios, y a pesar de esto piensa “no quiero hacer lo que me dicta la conciencia, sino que quiero condenarte”? Ahí no caben oraciones, la única oración que corresponde es la de que Dios conserve su trono y divinidad y saiga a la lucha en bien de su causa. Si no quiere defendernos a nosotros, defiéndase al menos a sí mismo; aunque nosotros muramos, él ha de quedar vivo y permanecer para siempre. ¡Oh Señor, abate a todos los diablos con sus ataques, derriba los tronos del papado, para que tú seas el único Dios, ahora y siempre! Después de la primera tribulación que le infligió el diablo, la segunda en cuanto a gravedad evidentemente fue ésta, la de que su discípulo, que fue su compañero y apóstol, le dio el beso traidor. Igualmente, lo que a nosotros nos duele no es tanto el hecho de que nos persigan los turcos; como enemigos declarados de Dios, no pueden hacer otra cosa, porque así está escrito17 . Mucho más doloroso es que el duque Jorge y el arzobispo de Maguncia18 estén haciendo lo mismo. En efecto: ellos tienen en común con nosotros todos los dones de Dios, el sacramento y el evangelio, y sin embargo, son ellos los que en verdad causan el más grave daño a Cristo y su iglesia. Podemos imaginarnos, pues, que lo que más dolió a Cristo fue este beso de su discípulo. III. La tribulación en la Casa de Caifás. En primer lugar, Cristo tiene que librar una lucha en el terreno de los pensamientos, allá en el huerto, con el diablo; luego se ve enfrentado con una boca impía, la de Judas —y este Judas se lleva la victoria— e inmediatamente después se levantan contra él los puños de los hombres que sin miramientos le conducen al matadero. En tiempos pasados hubo una discusión acerca de si Cristo fue llevado a la casa de Caifás o a la de Anás. Esto último parece ser lo más verosímil19 . Tal vez, Anás tenía su casa en aquella misma calle, y se le quería lisonjear un poco; y así, Cristo tuvo que servirles de hazmerreir y objeto de exhibición. Se lo llevaron a Anás con el único fin de que éste pudiera verle. No fue más que una especie de atención para Anás con que querían decirle: “Aquí tenemos al hombre a quien tú odias tanto.” Anás por su parte envió a Cristo inmediatamente a la casa de Caifás, a donde se dirigió también él mismo, de modo que todos los sucesos ulteriores, todos los padecimientos de Cristo, tienen por escenario la casa de Caifás, a saber, la triple negación de Pedro y la deserción de todos los discípulos, que dejan a Cristo completamente solo, sin un único hombre con quien pudiera hablar. Ya al orar allá en el huerto de Getsemaní estuvo rodeado de diablos. Pero en aquellos momentos de angustia al menos se hallan a su lado sus discípulos y quieren ayudarle, si bien tiene que reprenderlos por la debilidad de su carne. Pero aquí le vemos sólo y abandonado en la casa de Caifás, y frente a él, la muchedumbre de los que le cubren de blasfemias. Después de haber padecido el efecto de los pensamientos diabólicos y de las malas lenguas, cae ahora también corporalmente en las manos de los impíos. Y con todo esto continua aquella tribulación con que Satanás acosa su
  • 9. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 9 corazón; acto seguido caen sobre él con palabras blasfemas que él soportó en silencio, y por último le atormentaron con los martillazos y los clavos con que le fijaron en la cruz. Sus ojos no ven más que dolores. Todo le atormenta: el corazón, la lengua, y todos los miembros. ¡Esto sí puede llamarse una pasión! Eran momentos en que Satanás se empeñaba en volcar sobre Jesús todos los sufrimientos posibles. A esto se agrega otra cosa más: Cuando buscan pruebas en contra de Cristo, no fueron capaces de hallarlas, y por más testigos que se levantaron, no pudieron ponerse de acuerdo, pues éste decía una cosa, aquél otra, de modo que el concilio no se pudo fiar de los testimonios presentados. Así ocurrió también con lo que declararon los últimos dos testigos: “Éste dijo: puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo” (Mateo 26:61). Ni siquiera éstos concordaban. ¿Y no se procedió de la misma manera en Augsburgo20 ? No pueden probamos ningún error o culpa, y no obstante se apresuran a darnos muerte21 Esto es el resultado cuando se condena a la gente sin antes haber puesto en claro quién es el culpable. Así, pues, todo recurso es bueno si se dirige contra aquel hombre inocente, y no importa cuál sea el motivo invocado. Ya que le tienen capturado, buscan con toda solicitud cómo podrían condenarle. De ninguna manera quieren soltarle, pero pese a todos sus esfuerzos, no pueden hallar contra él ningún testimonio válido. Así vemos que los impíos tropiezan con más dificultades al practicar el mal, que los piadosos al hacer el bien. En esta forma sigue el interrogatorio hasta que el sumo sacerdote le dice a Cristo: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios” (Mateo 26:63).Y cuando Jesús responde: “Tú lo has dicho”, todos gritan: “¡Es reo de muerte!”, porque está escrito en la ley: El que se llama a sí mismo Hijo de Dios, es digno de muerte22 . Pero no se les ocurre pensar que a Pilatos no se le da un bledo de esta ley. El Fruto de La Pasión de Cristo para Nuestra Fe. 1. Debemos Considerar la Pasión de Cristo como Sufrida en Bien Nuestro. Ésta es la primera parte de la pasión de Cristo, la cual nos muestra cómo él sufrió en el huerto y de parte de Judas y luego en la casa de Caifás. Y ésta es a la vez la primera forma como se ha de predicar acerca de la pasión, a saber, relatar, conforme al testimonio de la historia sagrada, lo que Cristo padeció. Así se predicaba acerca de la pasión en el papado, y estaba bien hecho; porque esto contribuye a que al menos algunos hombres comprendan al fin que Cristo murió por ellos. Debe admitirse empero que en aquellos sermones, la historia de la pasión no se interpretaba en este sentido, sino más bien en el sentido de que debe servirnos de recuerdo y despertar nuestra compasión para con Jesús. Así, ya lo decía Alberto23 : “Mejor es contemplar siquiera una vez al año, y someramente, la pasión de Cristo, que ayunar y rezar el Salterio durante el año entero.” Es verdad, sí, siempre que el interés esté dirigido realmente a la obra de Cristo; porque así al menos queda grabado en nuestro corazón el texto de la historia de la pasión. El error de Alberto es que lo interpreta todo exclusivamente con miras a la obra de Cristo. Ya vemos: no basta con saber cómo transcurrió la pasión de Cristo; ante todo hay que saber qué fruto trae; este fruto es: la fe. En efecto: la pasión de Cristo no es meramente una sublime obra y un ejemplo digno de ser imitado, sino que requiere fe. La fe es la verdadera aplicación de la pasión, pues nos enseña qué provecho hemos de sacar de ella. Esto nos ocupa durante el año entero, y nos ocupa también en este momento en que yo pregunto por qué padeció Jesús todo esto. Pues esto es lo que en verdad importa: que veamos el propósito y la intención con que lo hizo. No quiere que me detenga sólo en considerar cuán profundo fue su dolor, v cuán grandes sus trabajos, sino que ante todo debo saber por qué se sometió a
  • 10. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 10 semejante sacrificio, y por qué derramó tan voluntariosamente su sangre. Porque todo esto se hizo por ti. Así lo explica Isaías (53:4 y sigs.); las heridas, el desesperar de la vida, y todo lo demás, se hace por causa tuya. Por cuanto tú estabas aprisionado en pecados, el Señor impuso el castigo a Cristo para que nosotros obtuviéramos la paz. Así como Cristo vino a los hombres y se hizo semejante a ellos, así tiene que padecer ahora lo que los hombres tendrían que padecer. 2. La Pasión de Cristo es Incompatible con los Abusos Cometidos por la Iglesia Romana. Esto es lo que ante todo debiera haberse destacado en la predicación acerca de la pasión de Cristo, para evitar que surgieran los cultos blasfemos24 . En efecto: si los papistas se limitaron a hacer ver que la muerte de Cristo solamente derrotó a Satanás, y venció la maldad de un Herodes, Judas y otros, pasaron por alto lo más importante. Pues lo que Cristo hizo, lo hizo no para vencer a Pilatos y Judas, sino para que tú no sufrieras daño, tú que estás bajo el pecado, la muerte y el diablo, sujeto a Judas y a los tiranos25 , tú que eres merecedor de la muerte, del infierno, del juicio de Dios y de todo otro mal. Así es como también Pablo habla de la pasión de Cristo26 . Si esto se reconociera claramente, y si se depositara la fe en ello, no se permitiría que penetrara en la iglesia ninguno de esos otros cultos con que los hombres pretenden poder reconciliar a Dios. Pero ningún obispo o monje lo reconoció, ninguno procedió como habría correspondido. Si lo creyeran, ni uno sólo quedaría en su estado monacal, sino que todos dirían: “Si esto es cierto, si Cristo murió a causa de los pecados míos, si tiene razón Isaías al decir que ’Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros’ (Isaías 53: 6), y ’él herido fue por nuestras rebeliones’ (v. 5), y si también tiene razón Pedro quien escribe: ’Vosotros fuisteis sanados y salvados por las heridas de él’ (1 Pedro 2:24), y si hemos sido librados de nuestros pecados por los sufrimientos y las luchas de Cristo, por su temor y sudor, entonces yo me pregunto: ¿qué estoy haciendo todavía en mi obispado y en mi celda monacal?” Ya no elevaría yo más ojos, llenos de admiración, hacia la magnificencia del papado, sino que diría: “Es verdad, ellos predican el texto de las Escrituras; pero al mismo tiempo dicen también: ’tienes que entrar en un convento, tomar los hábitos, vivir en continencia y pobreza; entonces, con tu obediencia, continencia y pobreza, vencerás al diablo’.” Y en esta forma han dado una apariencia deslumbrante a aquellas virtudes monacales, y han desviado a los hombres de la pasión de Cristo, de esta pasión que nos dice que mis pecados han sido cargados sobre él, y que el mismo Satanás ha sido vencido en bien mío. Ellos en cambio dicen: “Tus pecados siguen siendo carga tuya, y tú mismo tienes que vencer a Satanás y a la muerte.” ¡Todo, todo tengo que hacerlo yo! ¿Qué es el resultado? O un santo empedernido, o un pecador desesperado. Pues aquí no hay obra de castidad o de pobreza que valga. Al verse en la tribulación, ¿quién podría soportar siquiera un pecado de los comunes y corrientes? Estando presente el diablo que nos acosa, es imposible que el corazón soporte aun el más insignificante de los pecados. Y sin embargo, no hacen ni hicieron otra cosa que insistir en el esfuerzo propio, especialmente en el día de hoy en que suelen predicar sermones de ocho horas, y con esa su desvergonzada predicación no hacen más que realzar la eficacia de sus ordenaciones y órdenes27 y demás instituciones humanas. Esto no es ni más ni menos que crucificar a Cristo de nuevo.
  • 11. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 11 3. La Pasión de Cristo Sufrida por Nosotros nos Ayuda a Vencer las Tribulaciones. Cuando nos asalta el pecado y la tribulación, ¿qué hemos de hacer? La Escritura dice: El Señor cargó los pecados tuyos sobre Cristo, y éste venció en el huerto a Satanás cuando se vio acosado por él. Lo que tienes que hacer, pues, al sentirte atribulado, es hablarte a ti mismo de esta manera: “Y bien: no soy yo quien vencerá a Satanás y a la muerte, sino que la victoria ya ha sido obtenida, por Jesús. Otra victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo no existe.” Ésta es la manera como se debe interpretar la pasión de Cristo, porque su finalidad no es hacer que rompamos a llorar y nos flagelemos, como lo hacían los monjes y en especial los descalzos, los cuales, al haberlo hecho, creían ser mejores aún que Cristo, cosa con que sin duda hicieron reír de contento a Satanás. Además, ¡me siento tan satisfecho conmigo mismo, porque imité al Hijo de Dios! Y eso lo vendían después, como méritos supererogatorios28 , a los campesinos a cambio de su cereal y sus corderos. Tal es lo que hoy afirman en sus sermones; también esto significa crucificar a Cristo de nuevo. Tú en cambio debes proceder de la manera siguiente: Cuídate mucho de que no sea la pasión tuya lo que vence a Satanás, la muerte y el pecado. Aprende a ver en la pasión de Cristo no simplemente un relato histórico, sino cree que la muerte que pesa sobre mí y sobre ti, realmente no pesa sobre nosotros sino sobre Cristo, lo mismo que el pecado y Satanás. Sí, confía en esto, para que al dar los últimos alientos, o sea, en la muerte, en el pecado y la angustia, puedas decir: No soy yo quien tiene que cargar con todo eso, sino que mi corazón se aferra al hombre que llevó nuestro pecado, diablo y muerte. Así es como se celebra de veras la pasión de Cristo y se le tributa el más alto honor, y así es como él quiere que hagamos. Por otra parte, de nada le sirve que simplemente le compadezcas porque fue traicionado, azotado y crucificado. Más aún, esa compasión significa para él una deshonra y una blasfemia. En cambio, le doy a Cristo la honra debida si ensalzo su pasión en lo más profundo de mi ser y digo: “Por más grave que fuera mi pecado, creo no obstante que la pasión de Cristo es más fuerte que los pecados míos y los del mundo entero.” Más si quiero vencer más pecados con mis propias fuerzas, desconfió de que Cristo sea capaz de hacerlo, a pesar de que justamente para esto él se sometió a todos los dolores y afrentas. Y así le abandono a él y me refugio en mí mismo. Por eso di, también en la hora de la muerte: “La estima en que tengo tu pasión, oh Cristo, es tan alta que no dudo ni un momento de que tú hayas vencido la muerte por mí.” Entonces rendiste a la pasión de Jesús el más grande honor. 4. La Pasión de Cristo Sufrida por Nosotros debe Defenderse contra toda Doctrina Falsa. Esta honra que merece la pasión de Cristo la obscurecieron y la seguirán obscureciendo. Pues me temo que vendrán falsos maestros, como dice Pablo (Hechos 25:30), que en un principio harán sólo escasa mención de este artículo de la fe, y al fin lo dejarán completamente a un lado. Ahora bien: Satanás no puede venirse sin el beso de Judas: no dejarán de relatar las palabras de la historia de la pasión, pero entremezclarán su propia ponzoña hasta extinguir finalmente por completo el entendimiento correcto de lo que Cristo hizo por nosotros. Muchas veces os lo advertí. Yo mismo ando en dudas día y noche acerca de este artículo. No puedo comprenderlo tan plenamente como debiera. Me resulta más fácil escribir y hablar sobre él que sentirlo en el corazón. ¿Qué sucedería si no me ocupara constantemente en él, si pese a todo mi meditar sigo siendo tan poco firme en mi comprensión? También Pablo, y Cristo mismo, aunque habían mucho de las
  • 12. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 12 buenas obras, sin embargo siempre hacen mención de la pasión de Cristo sufrida por nosotros, y de este artículo de que “él ganó la iglesia del Señor por su propia sangre”, Hechos 20:28. Así, pues, hemos seguido hoy la costumbre del papa y hemos predicado en primer lugar la historia misma de la pasión de Cristo, que el papa ha tenido que dejar intacta, a causa de los escogidos29 . Pero no debemos detenernos aquí, sino proseguir adelante y explicar con toda insistencia por qué tuvo que padecer Jesús todo esto, a saber, que el pecado mío y la muerte mía fueron cargados sobre él, y él se hace cargo de ellos. Mediante esta prédica, el Señor puede ganar mucho pueblo para su iglesia. ¿Qué quiere entonces el papa y sus obispos y monasteries? Todos ellos son por ende condenados, porque enseñan otra cosa y me echan más pecados sobre más propios hombros. Cuando iba a confesarme, tendrían que haberme perdonado más pecados y haberme dirigido hacia la pasión de Cristo. Pero si bien hablaban también de Cristo, sin embargo enseñaban al mismo tiempo que sólo observando los preceptos y las obras recomendados por ellos se podía tener la certeza del perdón y de la salvación. Pero esto es una burda mentira; porque si los pecados están amontonados sobre Cristo, y si Cristo hace satisfacción por ti, no se los puede volver a echar sobre ti. Lo uno no es compatible con lo otro: o es en vano la pasión de Cristo, o lo es el obrar tuyo. Prefiero empero que perezcan todas más obras con que blasfemé del Señor, antes de que se me arrebate el fruto de la pasión de Cristo. Si crees esto de verdad, ni los herejes ni los facciosos30 te podrán hacer daño alguno. ¡Dios nos lo conceda por su gracia! Notas: 1. Códice Nuremberguense: “Era costumbre predicar sobre la pasión durante muchas horas, y sin fruto.” 2. A este sermón sobre la historia de la pasión habrían de seguir otros tres: un sermón vespertino el Viernes Santo, un sermón matutino el Sábado de Gloria, y un sermón vespertino el mismo día. 3. El Jueves Santo, Lutero había predicado un sermón sobre la Santa Cena. Acerca de la posición de Lutero respecto de este sacramento véase Obras de Lutero, Ed. Paidós, Buenos Aires, tomo V, pág. 139 y sigs.: El Catecismo Mayor: La Santa Cena; ibid., pág. 201 y sigs.: Sermón acerca del dignísimo sacramento del santo y verdadero cuerpo de Cristo; ibíd., pág. 369 y sigs.: Confesión acerca de la Santa Cena de Cristo. 4. Al lavarles los pies, Jn. 13:1 y sigs. 5. En lugar de este texto bíblico, la WA sólo tiene la indicación: ‘Cum hymnum’ usque ‘Mane autem facta’ etc. (‘Cuando hubieron cantado el himno’ hasta ‘Venida la mañana’), lo que quiere decir que a esta altura de su sermón, Lutero leyó Mateo 26:30-75. De este largo pasaje insertamos aquí sólo los versículos 30, 36-50 y 57, que son los más directamente ligados con el sermón. 6. ‘Ex aula… in hortum’ = (del atrio) de la casa donde se había celebrado la Pascua, Mt. 26:18, al huerto de Getsemaní, Mt. 26:36.
  • 13. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 13 7. Comp. lo que dice Lutero al comienzo de este sermón acerca de la importancia de conocer la “historia”, y la ignorancia que reinaba al respecto. 8. Más adelante, Lutero se referirá a una segunda manera de contemplar la pasión de Cristo, que consiste en apropiarse el fruto de la misma en fe y obediencia. 9. Comp. Lc. 22:44. 10. He. 2:14. 11. Lo dicho en Jn. 18:3 acerca de la “compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y fariseos”, Lutero evidentemente lo interpreta en el sentido de que la “compañía de soldados” era una tropa romana, a diferencia de los “alguaciles” judíos. En realidad, la “compañía de soldados” era la guardia (judía) del templo; comp. Lc. 22:52. 12. Esto se basa en la suposición, infundada, de que Jacobo, el “hermano de Jesús”, figuraba ya entonces entre sus discípulos. 13. Por lo visto, Lutero presupone que ya en aquellos momentos los discípulos solían saludarse con el ósculo fraternal, como se hizo práctica general más tarde; comp. Ro. 16:16. 14. Jn. 18:4-8. 15. En el hecho de que Jesús había confiado a Judas la administración de la caja común (Jn. 12:6), Lutero ve una distinción especial; de ahí la designación “el apóstol de más elevado rango”. 16. Por el movimiento de la Reforma. 17. En pasajes como 1 Jn. 3:13; Jn. 15:18, se predice como inevitable el odio del mundo contra Cristo y su iglesia. 18. El duque Jorge de Sajonia (línea albertina) siempre se mostró hostil a la Reforma. Por su parte, el arzobispo Alberto (Albrecht) de Maguncia (1490-1545), jerarca eclesiástico ambicioso y poco escrupuloso, fue quien con su apoyo a la venta de indulgencias hizo que Lutero reaccionara públicamente con sus 95 tesis, el 31 de octubre de 1517. En la lucha abierta que siguió a este hecho, Alberto se mantuvo primeramente a la expectativa, y sólo más tarde se convirtió en vehemente adversario de la Reforma. 19. Sólo Juan (cap. 18:13 y sigs.) menciona un primer interrogatorio en la casa de Anás; Mateo (cap. 26:57) y Marcos (cap. 14:53) lo omiten y pasan a relatar directamente lo ocurrido en la casa de Caifás. Anás, suegro de Caifás y ex sumo sacerdote, supo mantener notable influencia también sobre sus sucesores. Las palabras desde “acerca de… ” hasta “verosímil” figuran sólo en el Códice Nuremberguense. 20. En la Dieta de Augsburgo (1530) se presentó públicamente la “Confesión” de los partidarios de la Reforma, documento concebido como plataforma para Uegar a un acuerdo con la iglesia oficial. Sin embargo, al mismo tiempo los allegados al emperador Carlos V desplegaron un activo juego de intrigas en contra de los protestantes. 21. Esta oración es agregado del Códice Nuremberguense.
  • 14. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 14 22. Comp. Lv. 24:1.6 23. Alberto Magno, 1193-1280, monje dominico, el teólogo más influyente de su época. Se destacó además como filósofo, fisiólogo, médico y naturalista. 24. Referencia al “sacrificio de la misa” en que el sacerdote presuntamente reproducía, en forma “incruenta”, el sacrificio de Cristo en Gólgota, y a las obras con que los fieles intentaban asegurarse la gracia de Dios. 25. Con “Judas”, Lutero piensa en las falsas autoridades de la iglesia, con “tiranos” en las malas autoridades seculares. 26. Comp. Ro. 3:25; 4:25; 5:6 y sigs. 27. La ordenación (al sacerdocio) ratifica la autorización para administrar la gracia divina; la afiliación a una orden monástica se considera un medio seguro para alcanzar la perfección. 28. Obras de supererogación = conforme a la doctrina católica, obras ejecutadas por los monjes y santos sobre o además de los términos de la obligación (p. ej. ayunos, oraciones, etc.). Estas obras constituyen un “tesoro de méritos” confiado a la administración de la iglesia, la cual, como madre bondadosa, puede distribuir participaciones en este tesoro en forma de indulgencias. El activo comercio que la iglesia medieval hacía con estas indulgencias fue uno de los factores desencadenantes de la Reforma. 29. Para que pudieran ofrecerla y creerla los que por la gracia de Dios han sido escogidos para Uegar a la salvación mediante la fe en Su palabra. 30. Herejes = los que enseñan doctrina falsa; facciosos = los que se apartan de la iglesia.
  • 15. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 15 Breve Historia de la Iglesia Luterana* *Parte 2. Editado por pastor Rodolfo Olivera Obermöller. Última revisión, 23 de mayo de 2011. La Disputa de Heidelberg (1518) Mientras tanto Lutero tomó parte en la convención agustina en Heidelberg, al noroeste de Baden-Würtemberg, más bien conocida como la DISPUTA DE HEIDELBERG. En la convención que comenzó el 26 de abril de 1518, Lutero presentó una tesis sobre la esclavitud del hombre al pecado y la gracia divina, en donde explicaba el estado de completo pecado en el cual se encontraba el ser humano, y de lo necesaria que era la gracia divina para acceder a la salvación. Tal es el pecado en el mundo que nada de lo que hagamos puede agradar a Dios, sino que todo es egoísmo y orgullo, mas cuando aceptamos la gracia de Dios, su regalo de perdón y Vida eterna en Jesucristo, comenzamos realmente a vivir con fe y a realizar obras según la voluntad de Dios. En el curso de la controversia por las indulgencias, el debate se elevó hasta el punto de dudar del poder absoluto y de la autoridad del Papa, debido a que las doctrinas de TESORO DE LA IGLESIA y la TESORO DE LOS MÉRITOS, que servían para reforzar la doctrina y práctica de las indulgencias, se basaban en la bula Unigenitus (1343) del Papa Clemente VI, que tenía serias contradicciones bíblicas y teológicas, las cuales Lutero conocía muy bien. En vista de su oposición a esa doctrina y de la imposibilidad de que un Papa estuviese en un error, Lutero fue calificado de HEREJE (= el que niega un dogma establecido por la religión o que enseña cosas falsas), y el Papa, decidido a suprimir sus puntos de vista, ordenó llamarlo a presentarse en Roma para un juicio eclesiástico, viaje que Lutero no realizaría por ayuda del príncipe Federico. Tras la presentación de su teología en la Disputa de Heidelberg, muchos teólogos y humanistas quedaron asombrados de la lucidez y los fundamentos con los cuales Lutero hablaba. Varios de ellos no tardarían en seguirlo y dedicarse junto con él a la elevación de la Reforma. Justo cuando empezaba a nublarse el futuro en la vida de Lutero, apareció en escena un gran adherente al pensamiento reformador, que no había estado al margen de lo que sucedía en la ciudad, el príncipe elector Federico el Sabio, el sostenedor de la Universidad de Wittenberg. Federico había percibido las deshonestas intenciones en la cúpula romana para con uno de sus mejores profesores, y temiendo que si Lutero iba a Roma no se libraría de la cárcel o aún de la muerte (ya que había escuchado de su gran tozudez y perseverancia), le aconsejó con insistencia que no aceptara ningún juicio fuera de Alemania, ya que no sería tratado con justicia y no tendría a nadie que lo defendiera; era su sólo su palabra contra la del PAPA y la TRADICIÓN DE LA IGLESIA. Lutero está dispuesto a soportarlo todo. El viaje a Roma multiplicaba las ocasiones de ser asesinado en el camino, pero aun en el caso de que el monje llegara a destino a salvo del puñal o Lutero ante Cayetano
  • 16. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 16 del veneno, no era difícil imaginarse la suerte que le esperaba una vez estando en Roma. Lo que más le preocupaba era el silencio del Papa, quien no había respondido a su carta, sino sólo lo había citado a un juicio. ¿Cómo era posible que no responda, tratándose del Evangelio?, se preguntaba Lutero. Pero sus amigos ya habían imaginado un modo de salvarlo. No podía viajar a Roma sin un SALVOCONDUCTO (= carta legal que aseguraba su seguridad y su libertad, para que no fuera apresado ni asesinado) del Elector Federico de Sajonia. Mientras tanto, el Cardenal Cayetano seguía uniendo fuerzas en contra de Lutero y solicitó un refuerzo de medidas a Roma: los jueces no tardaron en declararlo “hereje notorio” y comunicaron la noticia al príncipe Elector de Sajonia. El Juicio en Augsburgo (1518) Federico el Sabio insistió que Lutero fuera juzgado en territorio alemán y no permitió su salida hacia Roma. La idea de Federico fue explotar las buenas disposiciones de Cayetano y presionarlo para que tome personalmente la dirección del proceso Lutero. Federico deseaba jueces imparciales con sede en Alemania. Bastaría entonces con cambiar la citación de Roma por una a Augsburgo, sustituyendo así, a los jueces evidentemente sospechosos del representante del Papa. Cayetano decidió tomar el riesgo, y además, necesitaba agradar al Elector de Sajonia para así, obtener su voto en la elección de un nuevo Emperador. Lutero publicó varios escritos como único método para reducir a silencio las falsedades que circulan bajo su nombre. Días más tarde recibió palabras de aliento desde Basilea (Suiza), en donde se le asegura que el gran humanista ERASMO DE ROTTERDAM (1469-1536) no cesaba de elogiar sus tesis. Le aconsejaron adoptar la clásica táctica de los humanistas: no atacar a Roma de frente y dejar pasar el tiempo. Finalmente llega el momento de la reunión en Augsburgo. Lutero ofreció interponer sus buenos oficios: ¿por qué no acabar con las diferencias en una buena disputa teológica? La idea era buena, ya que no se perseguía a Lutero, sino a su doctrina. Si se retractaba salvaría su vida. Pero el emisario de Cayetano, encargado del proceso, no tenía muy buena disposición y no se vio dispuesto a escuchar a Lutero, mas sólo quería que se retracte, mas el doctor sólo lo haría si le comprobaban doctrinalmente que estaba equivocado. Al día siguiente Lutero se presentó nuevamente, pero esta vez, ante el cardenal Cayetano, quien estaba seguro de poder arreglar el asunto y se muestra sonriente. Pero al final, éste toma la misma posición que se había dado en el día anterior: que Lutero se retracte, sin discutir sobre sus doctrinas. Viendo que no se llegaba a nada, Lutero puso fin a la entrevista pidiendo autorización para retirarse a reflexionar y poner su respuesta por escrito, a lo cual Cayetano accedió de muy mala gana, ya que veía que su misión no estaba siendo efectiva. «[Escribiendo] la persona abrumada alcanza doble ganancia: primero, que lo escrito puede someterse al juicio de terceros; y segundo, que hay más oportunidad para apelar al temor, y no a la conciencia de un déspota arrogante y charlatán que de otro modo se sobrepondría nada más que con su imperioso lenguaje». En la siguiente entrevista, Lutero presentó una clara, concisa y rotunda exposición de sus opiniones, bien apoyada con muchas citas bíblicas, y rebosante de explicaciones. Después de haber leído este escrito en alta voz, lo puso en manos del cardenal, quien lo arrojó desdeñosamente a un lado, declarando que era una mezcla de palabras tontas y de citas desatinadas. Lutero se levantó con toda dignidad y atacó al orgulloso prelado en su mismo terreno, el de las tradiciones y enseñanzas de la Iglesia, refutando completamente todas sus aseveraciones desde los dichos del Papa y los Concilios. Cuando el prelado vio que aquellos razonamientos de Lutero eran
  • 17. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 17 incuestionables, perdió el dominio sobre sí mismo y en un arrebato de ira exclamó: «¡Retráctate! ¡Retráctate! Que si no lo haces, te envío a Roma, para que comparezcas ante los jueces encargados de examinar tu caso. Te excomulgo a ti, a todos tus secuaces, y a todos los que te son o fueren favorables, y los expulso de la iglesia». Y en tono soberbio y airado dijo al fin: «Retráctate o no vuelvas». Cayetano terminó por amenazar fuertemente a Lutero con la EXCOMUNIÓN (= expulsión de la Iglesia y de la comunión con Dios) y declara como “prevenido” a todo lugar a donde vaya, pero la amenaza cayó en el vacío. El reformador se retiró luego junto con sus amigos, demostrando así que no debía esperarse una retractación de su parte, o al menos no sin una buena disputa teológica. Pero esto no era lo que el cardenal se había propuesto. Éste se había jactado que por la violencia obligaría a Lutero a someterse y al quedarse solo con sus partidarios, miró de uno a otro desconsolado por el inesperado fracaso de sus planes. Esta vez los esfuerzos de Lutero quedaron con buenos resultados. Si bien no hubo razonamiento ni una crítica seria por parte del prelado católico-romano, había quedado claro que no iba a ser fácil convencerlo, y que ya había más gente que lo apoyaba. La desteñida reunión pudo comparar a ambos hombres y juzgar por sí mismo el espíritu que habían manifestado, así como la fuerza y veracidad de sus asertos. ¡Cuán grande era el contraste! El reformador, sencillo, humilde y firme, se apoyaba en la fuerza de Dios, teniendo de su parte a la razón y la verdad; mientras que el representante del Papa, dándose importancia, intolerante, hinchado de orgullo, falto de juicio, no tenía un solo argumento de las Santas Escrituras, y sólo gritaba con impaciencia: «Si no te retractas, serás despachado a Roma para que te castiguen». No existiendo ya razón para continuar en Augsburgo, y puesto que se le prohibió volver a presentarse a menos que quisiera retractarse, Lutero partió de vuelta a Wittenberg, teniendo especial cuidado de no decir a dónde se dirigía. A pesar de tener un salvoconducto, sus detractores (clérigos y laicos) intentaban apresarle. Sus amigos insistieron en que, como ya era inútil su presencia allí, debía volver a Wittenberg sin demora y que era menester ocultar sus proyectos con el mayor sigilo. Conforme con esto salió de Augsburgo antes del alba, a caballo, y acompañado solamente por un guía que le había proporcionado el magistrado. Con mucho cuidado cruzó las desiertas y oscuras calles de la ciudad. Mientras tanto, enemigos vigilantes complotaban y planificaban su muerte. Rápida y sigilosamente llegó a una pequeña puerta en el muro de la ciudad; le fue abierta y pasó con su guía sin impedimento alguno. Viéndose ya seguros fuera de la ciudad, los fugitivos apresuraron su huida y antes que el legado papal se enterara de la partida de Lutero, éste ya se hallaba fuera del alcance de sus perseguidores y sin que ellos supieran su dirección. El hombre a quien pensaban tener en su poder se les había escapado como un pájaro de la red del cazador. Al saber que Lutero se había ido, Cayetano quedó abrumado por la sorpresa y la furia. Había pensado recibir grandes honores por su sabiduría y serenidad al tratar con este nuevo perturbador de la Iglesia, y ahora quedaban frustradas sus esperanzas. Rápidamente expresó su descontento en una carta que dirigió al príncipe Federico, elector de Sajonia, para quejarse amargamente de Lutero, y exigir que Federico enviase a Roma al reformador o que le desterrase de Sajonia. En su defensa, Lutero había pedido que el legado o el Papa le demostraran sus errores por las Santas Escrituras. Sin comprender mucho la gravedad del asunto, Lutero se comprometió solemnemente a renunciar a sus doctrinas si le probaban que estaban en contradicción con la Palabra de Dios. El elector tenía escasos conocimientos de las doctrinas del joven monje, pero le impresionaban profundamente el candor, la fuerza y la claridad de las palabras de Lutero; y así, habiendo escuchado a ambas partes, Federico resolvió protegerle mientras no le demostrasen que el reformador estaba en error. Contestando las peticiones del prelado, dijo: «En vista de que el doctor Martín Lutero compareció ante tu presencia en Augsburgo, deberías estar satisfecho. No esperábamos que, sin
  • 18. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 18 haberlo convencido, pretendieseis obligarlo a retractarse. Ninguno de los sabios que se hallan en nuestros principados, nos ha dicho que la doctrina de Martín fuese impía, anticristiana y herética». Con estas palabras el príncipe rehusó enviar a Lutero a Roma y arrojarlo de sus estados. El elector notaba un decaimiento general en el estado moral de la sociedad. Se necesitaba una grande obra de reforma. Las disposiciones tan complicadas y costosas requeridas para refrenar y castigar los delitos estarían de más si los hombres reconocieran y acataran los mandatos de Dios y los dictados de una conciencia iluminada. Federico vio que los trabajos de Lutero tendían a este fin y se regocijó secretamente de que una mejor influencia se hiciese sentir en la Iglesia. Vio asimismo que como profesor de la universidad Lutero tenía mucho éxito. Sólo había transcurrido un año desde que el reformador fijara sus 95 Tesis en la iglesia del castillo, y ya se notaba una disminución muy grande en el número de peregrinos que concurrían allí en la fiesta de Todos los Santos a venerar las reliquias para obtener indulgencias. Claramente esto contrariaba mucho al príncipe, dueño de las reliquias, y quien seguramente sacaba un buen lucro de la peregrinación. Roma estaba perdiendo fieles y ofrendas; pero al mismo tiempo había otros que se encaminaban a Wittenberg, no como peregrinos que iban a venerar reliquias, sino como estudiantes que invadían las escuelas para instruirse. Los escritos de Lutero habían despertado en todas partes nuevo interés por el conocimiento de las Sagradas Escrituras, y no sólo alrededor de Alemania sino que hasta de otros países acudían estudiantes a las aulas de la universidad. Había jóvenes que, al ver Wittenberg por primera vez, levantaban sus manos al cielo, y alababan a Dios, porque en esa ciudad brillaba la luz de la verdad, y resplandecía hasta a los países más remotos. A pesar de todo esto, Lutero seguía sosteniendo su fidelidad a la Iglesia romana y no había pensado en separarse de la comunión de ella. Mas los escritos del reformador y sus doctrinas se estaban difundiendo por todas las naciones de la cristiandad. La vertiginosa y sorpresiva “evangelización” se inició en Suiza y Holanda. Llegaron ejemplares de sus escritos a Francia y España. En Inglaterra recibieron sus enseñanzas como si fuera la mismísima Palabra de Dios. Así también fueron bien conocidos en Bélgica e Italia. Miles de creyentes despertaban de su mortal letargo gracias a la espiritualidad y crítica de Lutero. Sus doctrinas se oían por doquier, en las cabañas, en los conventos, en los palacios de los nobles, en las academias, y en la corte de los reyes; y aun hubo ilustres caballeros que se levantaron por todas partes para sostener y proteger de forma armada los pensamientos del reformador. Una nueva esperanza de fe estaba surgiendo. Se percibían vientos de cambio, pero era peligroso expresarlo abiertamente. Roma se exasperaba más y más con los escritos de Lutero, y de entre los más encarnizados enemigos de éste y aun de entre los doctores de las universidades católicas, hubo quienes declararon que no se imputaría pecado al que matase al rebelde monje. Cierto día, un desconocido se acercó al reformador con una pistola escondida debajo de su manto y le preguntó por qué iba solo. Lutero contestó: «Estoy en manos de Dios, Él es mi fuerza y mi amparo, ¿qué puede hacerme el hombre mortal?» Al oír estas palabras el hombre se desfiguró y huyó desenfrenadamente sino decir nada. Lutero quedó aterrorizado luego de tal encuentro. Era la primera vez que atentaban directamente contra su vida. De vuelta en Wittenberg Ya de regreso en Wittenberg y protegido por el príncipe Federico, Lutero continuó predicando y escribiendo para explicar sus posturas, pero Cayetano no abrió su corazón y los escritos de Lutero sólo fueron objeto de observaciones despectivas: no se veía en ellos más que un vano palabrerío, las citas de las Escrituras nada tenían que ver con la cuestión y, por otra parte, ya se había dado de ellas la verdadera interpretación por los Concilios y el Papa. Lutero se sentía desesperado. Tenía el
  • 19. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 19 sentimiento de haber hecho cuanto podía para responder a la citación papal, en acto de total obediencia. Pero el Papa tampoco le prestaba atención. Entonces, Lutero escribió al sabio príncipe Federico, tratando de buscar explicaciones: «Si soy demasiado insignificante para que se me haga el honor de enseñarme la verdad, quizás su Eminencia querrá por lo menos manifestar a Vuestra Alteza en qué he errado, en qué se fundan para acusarme. ¡Es tan extraordinario ser inculpado de error sin saber cómo ni por qué! Se me niega el debate público que solicito, se me niega discutir conmigo en privado, demostrarme por escrito mi error, se recusa de antemano el juicio de cuatro universidades. Si además se rechazara un pedido que viniera de Vuestra Alteza, ¿qué otra cosa se podría pensar sino que simplemente se desea mi pérdida?». Ha llegado el momento de poner en ejecución el último plan para arreglar la confusión: apelar a un Concilio. Es el último procedimiento jurídico que podía intentar, y que al mismo tiempo lo acercaba a la universidad de Paris, en la cual pensó ampararse, siendo éste el único lugar posible para sustraerse del poder romano. El 28 de noviembre de 1518 Lutero depositó su apelación ante un notario. El 1º de diciembre Lutero se despidió de su comunidad de los agustinos, partiendo durante la noche. Pero antes de partir, le llegó un mensaje de JORGE SPALATIN, secretario y mano derecha de Federico, quien le ruega encontrarse con él para efectuar una reunión secreta. Allí, Spalatin convenció a Lutero para que no partiera. Esto era algo difícil de pedir, ya que también había llegado la noticia a Wittenberg de que llegaría un cortesano romano llamado CARLOS VON MILTITZ (1490- 1529), que se jactaba de haber prometido al Papa que detendría al monje y lo conduciría ante él; además, estaba provisto de todos los poderes necesarios para hacerlo. Lutero optó por quedarse y reiniciar sus cursos y su predicación, pero temiendo constantemente por su vida. El príncipe Federico logró un gran acierto en haber confiado la cátedra de griego al joven teólogo FELIPE MELANCHTHON7 (1497-1560), quien se transformaría en uno de los más fieles colaboradores y discípulos de Lutero. Lentamente la universidad comenzó a llenarse cada vez más. Desde todos los lugares venían a perfeccionarse a Wittenberg, incluso era cada vez más difícil encontrar alojamiento en la ciudad. Se acercaban momentos más peligrosos contra Lutero, cada vez eran mayores las causas reunidas para “silenciarlo” definitivamente. Fue en aquel momento, cuando Lutero más necesitaba la simpatía y el consejo de un verdadero amigo, que apareció Felipe Melanchthon en Wittenberg. Joven aún, modesto y reservado, tenía Melanchthon un criterio sano, extensos conocimientos y elocuencia persuasiva, rasgos todos que combinados con la pureza y rectitud de su carácter le granjeaban el afecto y la admiración de todos. Su brillante talento no era más notable que su mansedumbre. Muy pronto fue discípulo sincero del Evangelio a la vez que el amigo de más confianza de Lutero y su más valioso cooperador; su dulzura, su discreción y su formalidad servían de contrapeso al valor y a la energía de Lutero. La unión de estos dos hombres en la obra vigorizó la Reforma y estimuló mucho a Lutero, especialmente ante la adversidad que se avecinaba. Deseando mantenerse en términos amistosos con el protector de Lutero, Federico el Sabio, el Papa realizó un intento final de alcanzar una solución pacífica al conflicto. Una conferencia con el nuncio (= enviado) papal CARLOS VON MILTITZ en ALTENBURG, en enero de 1519, llevó a Lutero a decidir guardar silencio en tanto así lo hicieran sus oponentes; escribir una humilde carta al Papa; y redactar un tratado demostrando sus respetos a la Iglesia. La carta escrita nunca fue enviada, debido a que no contenía retracción alguna. En el tratado que redactó más tarde, Lutero negó cualquier efecto de las indulgencias en el purgatorio y sobre la vida de los cristianos.
  • 20. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 20 Von Miltitz aún tenía confianza en poder terminar el conflicto amistosamente; pero ante todo, estaba al servicio del Papa. Se advirtió a Lutero que pronto debería enfrontar a un nuevo representante de Roma. Y una vez más volvió la pregunta crucial: ¿ceder o no ceder? También se le aconsejó a Lutero que no insistiera en ser juzgado, ya que su conciencia le obligaba a obedecer las Escrituras antes que al Papa, y no podía olvidar que a éste pertenecía la interpretación de aquélla. Era más importante ceder ahora y esperar una mejor ocasión para la discusión. Puesto que los dos responsables del conflicto eran Tetzel y Lutero, Miltitz los llamaría a ambos y obtendría su silencio aunque fuera por intimidación. El primero en ser citado fue el vendedor de indulgencias, pero alegó que estaba enfermo por haber sido atacado por algunos “luteranos”. Miltitz no quería esperar, por lo cual llamó a Lutero. El enjuiciado sólo deseaba que el dinero dejase de corromper a la Iglesia, que el pueblo dejase de ser inducido a error, y que se enseñase a preferir la práctica de la caridad a la de las indulgencias. El resto le era indiferente. Preocupado de no comprometer el éxito final por un exceso de intransigencia, Miltitz se contenta con el doble compromiso de Lutero de no volver a escribir sobre las indulgencias y de publicar algunas rectificaciones. En cambio, promete solicitar al Papa que designase un obispo calificado para redactar la lista de tesis que deben ser retractadas. Finalmente, Miltitz redactó un informe sobre Lutero a León X en donde explicaba que pese a todo lo que se diga, éste no ha tenido intención alguna de oponerse al Papa, a la Sede Apostólica ni a la Iglesia Romana. Sería más bien Tetzel, quien recibirá el castigo por sus abusos e inescrupulosa actitud. A pesar de ser movido Lutero por el Espíritu de Dios para comenzar la obra, no había de llevarla a cabo sin duros conflictos. Las censuras de sus enemigos, la manera en que falseaban los propósitos de Lutero y la mala fe con que juzgaban desfavorable e injustamente el carácter y los móviles del reformador, le envolvieron como ola que todo lo sumerge; y no dejaron de tener su efecto. Muchos representantes de la Iglesia y de los gobernantes estaban plenamente convencidos de la verdad de las Tesis; pero pronto vieron que la aceptación de estas verdades entrañaba cambios mucho más complejos de lo que se imaginaban. Lutero temblaba cuando se veía a sí mismo solo frente a los más opulentos y poderosos de la tierra. Dudaba a veces, preguntándose si en verdad Dios le impulsaba a levantarse contra la autoridad de la Iglesia. «¿Quién era yo –escribió Lutero más tarde– para oponerme a la majestad del Papa, a cuya presencia temblaban… los reyes de la tierra?… Nadie puede saber lo que sufrió mi corazón en los dos primeros años, y en qué abatimiento, en qué desesperación caí muchas veces». Pero no fue dejado solo en brazos del desaliento. Cuando le faltaba ayuda de los hombres, la esperaba de Dios solo y así aprendió a confiar en Dios y a basarse más firmemente en su fe y en la convicción que esa fe le daba. «No se puede llegar a comprender las Escrituras, ni con el estudio, ni con la inteligencia; vuestro primer deber es pues empezar por la oración. Pedid al Señor que se digne, por su gran misericordia, concederos el verdadero conocimiento de su Palabra. No hay otro intérprete de la Palabra de Dios, Los principes alemanes coronan a Carlos V
  • 21. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 21 que el mismo Autor de esta Palabra, según está escrito: ‘Todos serán enseñados por Dios’. Nada esperéis de vuestros estudios ni de vuestra inteligencia; confiad únicamente en Dios y en la influencia de su Espíritu. Creed a un hombre que lo ha experimentado…». Por aquel tiempo fue cuando Lutero, al leer las obras del mártir checo Juan Hus, descubrió que la gran verdad de la justificación por la fe, que él mismo enseñaba y sostenía, había sido expuesta antes por el reformador bohemio: «¡Todos hemos sido “husitas”, aunque sin saberlo; Pablo, Agustín y yo mismo!… ¡Dios pedirá cuentas al mundo, porque la verdad fue predicada hace ya un siglo, y la quemaron!». El Nuevo Emperador: Carlos V (1519) 12 de enero de 1519: muerte del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico MAXIMILIANO I DE HABSBURGO (1459-1519). La noticia recorre los caminos nevados de Europa y el mundo cristiano despierta a una nueva era. El primero en ser notificado es Federico, ya que el trono recaería primeramente sobre él. Sería la autoridad alemana hasta la elección del nuevo emperador, y aun hasta su coronación. Su primer deber es velar por esta elección, que se realizará en junio en la ciudad alemana de Frankfurt. El interés del Papa era que fuese elegido un príncipe alemán. De hecho se consideraba al mismo Federico, pero bajo ningún pretexto debía pensarse en el rey de España, Carlos I. Federico se mostró tan incorruptible como lo había sido antes, y, muy interesado en su profesor, utilizó el conflicto para intervenir ante Roma, para que el Papa recibiera a Lutero. Ante las presiones, el Papa decide ver y oír a Lutero personalmente. Fray Martín podrá hacer libremente la retractación que ha temido pronunciar ante el legado. Se le ruega a Lutero que apenas reciba la notificación, se ponga en camino de inmediato, sin odio y sin pasión, con el espíritu en paz, lleno de caridad y de la gracia del Espíritu Santo. El Papa estaba seguro de que Lutero, en estas condiciones, sí se retractaría. La única sombra de todo era que se fundaba en los inconsistentes informes de Miltitz. Lutero jamás había dicho que estuviese dispuesto a retractarse. Spalatin oyó de Lutero sus incertidumbres. No es él quien debía dar explicaciones, sino oír la voz de sus retractores. Mientras tanto, los movimientos políticos para la elección del nuevo emperador se volvían cada vez más candentes. Los tres electores eclesiásticos (arzobispos) alemanes desacatan las directivas del Papa. Carlos I de España (1500-1558) hace notar que se producen manifestaciones populares en su favor en Alemania. La última carta de Roma es Federico el Sabio. Federico declina el ofrecimiento de Roma y el rey CARLOS I DE ESPAÑA, único candidato, sería elegido Rey de Romanos y reconocido como Emperador electo bajo el nombre de CARLOS V el 28 de junio de 1519 por unanimidad de votos del colegio electoral. La Disputa de Leipzig (1519) Mientras en Frankfurt se celebra con alegría la elección de un desconocido, la ciudad alemana de LEIPZIG está en plena efervescencia. En las calles y en las plazas sólo se habla de la nueva La disputa de Leipzip
  • 22. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 22 «disputa» que enfrentará al doctor Lutero, ahora con el temible teólogo católico, el doctor JUAN ECK (1486-1543), de la Universidad de Ingolstadt, Alemania. El acontecimiento ha traído a una considerable cantidad de profesores y estudiantes, sabios y monjes. A pesar del silencio instado por Miltitz, Eck retó al decano y profesor de la Universidad de Wittenberg ANDRÉS CARLSTADT8 (1477- 1541) y no a Lutero a una disputa teológica, quizá por una cuestión de rivalidad entre universidades, ya que era sabido que Carlstadt apoyaba las doctrinas de Lutero y era su amigo. El debate se llevaría a cabo entre 27 de junio y el 18 de julio de 1519. Rodeados de doscientos estudiantes armados de picas y palos, dos carruajes se abrían paso entre la multitud. En el primero viajaba el doctor Carlstadt y en el segundo estaba Lutero con su amigo Melanchthon. Carlstadt sería el primer opositor de Eck, aunque nadie ignoraba que el enfrentamiento decisivo sería con Lutero. Dadas las cuestiones planteadas, resultaba claro que el propósito de Eck era atacar a Lutero a través de Carlstadt, por lo cual el reformador declaró que si eran sus doctrinas las que se iban a discutir en la Universidad de Leipzig, entonces él debía participar del debate. La disputa se condujo con todas las formalidades de los ejercicios académicos de la época y duró varios días. Cuando llegó el momento del enfrentamiento entre Eck y Lutero, quedó muy claro quien era el mejor conocedor de las Escrituras, y quién prefería el derecho canónico y la teología escolástica. Cuando Lutero se unió a este debate negó el derecho divino del trono papal y la autoridad de poseer el OFICIO DE LAS LLAVES9 o el poder de anunciar el perdón de los pecados por Dios, que según él había sido otorgado por Cristo a la Iglesia toda, como congregación de fe, y no exclusivamente al Papa. Negó también que la pertenencia a la Iglesia Católica Romana (de Occidente) bajo la autoridad del Papa fuera necesaria para la salvación, manteniendo la validez de la Iglesia Griega (de Oriente)10. Finalmente declaró que el papado es de origen humano y no divino, algo imperdonable para el pensamiento católico. Luego de la larga disputa, no quedó claro quién venció en la trifulca. Si bien Lutero estaba tranquilo, Eck salió con aires de triunfo, ya que había logrado comprobar que Lutero era un hereje ante la Iglesia, en cuanto coincidía con ciertas doctrinas HUSITAS11 declaradas heréticas y condenadas con anterioridad. Sólo faltaba que las universidades den el veredicto de quién era el triunfador. Todo esto dio comienzo a un nuevo período de confrontaciones y peligros. Pero Lutero no estaba solo y la gente encontraba que era el ganador. Pronto, sin quererlo, se transformaría en una figura nacional y las ideas “luteranas” se esparcían fecundamente por toda Europa. La exaltada obstinación de muchos de querer asimilar las enseñanzas de Lutero con la herejía llegó a provocar rumores incontrolados sobre Lutero y su familia. Se decían cosas como que ha tenido por padre al diablo o que probablemente un demonio bajo forma humana habría fecundado a su madre antes de su marido. «¡Déjalos que hablen! Que mientan, que inventen, que piensen lo que quieran. Nada deseo tanto como ser relevado de la carga de la enseñanza. No creo que se pueda estudiar teología sin ofender al Papa y a los obispos. Nada reprueban tanto las Escrituras como el abuso contra las cosas santas, pero los prelados no pueden tolerar que alguien se lo diga. [...] El verdadero drama es dar la espalda a las dificultades y a las perturbaciones, es decir, a la vida cristiana». Se publicaban documentos por ambos lados y se respondían mutuamente entre las universidades. El 29 de marzo de 1520, las adhesiones que le llegaron a Lutero de toda Alemania,
  • 23. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 23 principalmente de medios cultos, le hicieron pensar que quienes lo atacaban sólo trataban de disfrazar su propia ignorancia. La tímida observación de Miltitz poco a poco se va comprobando: por cada partidario del Papa hay tres de Lutero. Hacia 1519 los escritos de Lutero circulaban ampliamente por Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Suiza, y los estudiantes se dirigían a Wittenberg para escuchar a Lutero, quien publicaba ahora sus importantes obras: COMENTARIOS SOBRE LAS EPISTOLA A LOS GáLATAS Y SU TRABAJO EN LOS SALMOS. La Reacción Alemana (1520) Además de un número creciente de seguidores, particularmente entre los profesores de Wittenberg y otras universidades, Lutero tenía la simpatía de los humanistas que veían en él un defensor de la reforma que ellos mismos propugnaban, y de los nacionalistas alemanes, para quienes el monje era el portavoz de la protesta germana frente a los abusos de Roma. Muchos caballeros alemanes llegaron a enviarle mensajes prometiéndole su apoyo armado, si el conflicto entre él y el Papa llegaba a estallar. Además el pueblo ya no quería seguir empobreciéndose a causa de los impuestos de Roma. El Emperador elegido tardaba en llegar desde España, el Imperio estaba acéfalo, y era ésta una situación que abría el camino a muchas especulaciones. Si aún existían posibilidades para Lutero, éstas debían intentarse antes de que Carlos V tomara las riendas del poder, dado que éste último confesaba una total fidelidad al poder papal. La controversia de Leipzig hizo que Lutero tomara contacto con los humanistas, particularmente Felipe Melanchthon y Erasmo de Rotterdam, y que mantuviera relaciones con el caballero ULRICH VON HUTTEN y FRANCISCO VON SICKINGEN. Estos caballeros querían mantener a Lutero bajo su protección, invitándolo a su fortaleza en la eventualidad de que no se sintiera seguro en Sajonia a causa del destierro papal. Estos hombres, envalentonados por el ejemplo de Lutero, se propusieron remediar la miseria alemana provocada por Roma utilizando medios mucho más agresivos. Se redactaron escritos que tenían como blanco directo a la Iglesia Romana: «Esos parásitos [obispos] nos han chupado la sangre, nos han roído la carne y ya están llegando a la médula de nuestros huesos... ¡A las armas! contra esos asaltantes que viven de la sangre y del sudor del pueblo alemán, que lo despojan para pagarse mulas, favoritos y mujeres en sus palacios de mármol. ¿Cuándo abrirán los ojos los alemanes?» Este es el pensamiento de Alemania en abril de 1520. Y mientras Hutten continúa su ofensiva con la pluma, von Sickingen aprontaba las armas para una acción decididamente militar. A fines de abril se estableció el contacto con Lutero quien podía movilizar más hombres que los dos caballeros juntos. Él debía ser el móvil de la revolución. Sin embargo, aunque la cuestión de su seguridad se planteaba con insistencia, Lutero no pensó ni por un segundo en enrolarse en semejante cruzada. Mientras tanto el teólogo católico Johann Eck estaba cerca de Roma para alertar sobre la situación en Alemania; la tormenta estaba presta a comenzar. Los alemanes, cansados del yugo romano, estaban decididos y armados, bastaría un simple gesto para desencadenar una hostilidad generalizada. Mientras tanto, Lutero continuaba con sus desarrollos teológicos y alcanzó a esbozar el concepto luterano de “IGLESIA” en su escrito EN EL PAPADO DE ROMA publicado en junio de 1520. Luego en su conocido sermón sobre LAS BUENAS OBRAS, publicado en la primavera de 1520, se afirmaba
  • 24. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 24 contrario a la doctrina católica de las buenas obras y obras de supererogación (aquellas efectuadas por encima de los términos de la simple obligación). Lutero postulaba que las obras del creyente son verdaderamente buenas en cualquier vocación o profesión secular que sea ordenada e instruida por Dios, es decir, que no hay disciplinas más “santas” que otras, sino distintas vocaciones en las que uno puede servir a Dios en el mundo; algunos son zapateros, otros mineros, otros abogados y otros sacerdotes…, pues a los ojos de Dios, todas estas vocaciones son válidas y aptas para servirle en el mundo. Una Iglesia Alemana Independiente Ante tanta problemática Lutero escribe en agosto de 1520: A LA NOBLEZA CRISTIANA DE LA NACIÓN ALEMANA PARA EL PERFECCIONAMIENTO DE LA CRISTIANDAD. Con este escrito también rechaza muchas cosas que se decían sobre él. Lutero insta a que la nobleza cristiana siga su vocación a Dios y cumpla con su deber. Que convoque un Concilio libre e independiente de Roma, un Concilio que eximiría a los estados alemanes del yugo romano. Lutero, ya sin esperanzas de ser escuchado por Roma, se dedica a organizar el programa de este futuro Concilio: reorganización eclesiástica, asuntos financieros y reformas económicas, etc. Se eliminaría el papado, los Estados Pontificios serían anexados al imperio del que forman parte jurídicamente; se suprimirá el celibato del clero y se respetará el instinto sexual como una necesidad tan natural como beber y comer. Los burros cargados de oro ya no tomarán el camino a Roma. Con la publicación de este nuevo escrito, la obra de Lutero cala hondo en todo tipo de personas. Cantidad de príncipes y de altos personajes envían al reformador sus testimonios de aprobación y de gratitud. Más tarde, Lutero escribiría un completo desarrollo de su doctrina sobre la salvación y la vida cristiana en su magistral obra: LA LIBERTAD CRISTIANA publicado en noviembre de 1520, texto fundante de la confesionalidad luterana. En sus nuevos escritos, Lutero criticaría mordazmente a sus adversarios y trata de convencer a León X de que se desligue de la Curia romana, y aun del papado, confiando en la reconversión del pontífice. Le ofrece un camino de reflexión sobre la verdadera vida cristiana. En un llamamiento que dirigió Lutero al nuevo emperador y a la nobleza de Alemania en pro de la reforma del cristianismo, decía refiriéndose al Papa: «Es una cosa horrible contemplar al que se titula vicario (= el que está “en vez de”) de Jesucristo ostentando una magnificencia superior a la de los emperadores. ¿Es esto parecerse al pobre Jesús o al humilde Pedro? ¡Él es, dicen, el señor del mundo! Mas Cristo, del cual se jacta ser el vicario, dijo: ‘Mi reino no es de este mundo’. El reino de un vicario ¿se extendería más allá que el de su Señor?». Este llamamiento circuló con rapidez por toda Alemania e influyó poderosamente en el ánimo del pueblo. La nación entera se sentía conmovida y muchos se apresuraban a alistarse bajo el estandarte de la Reforma. Los opositores de Lutero que se consumían en deseos de venganza, exigían que el Papa tomara medidas decisivas contra él. No tardarían en decretar la condena de sus doctrinas. El Papa León X y la Bula Contra Lutero (1521) Los informes de Miltitz habían tranquilizado a León X. Las luchas diplomáticas por la corona imperial habían distraído al Papa de las otras noticias en Alemania. Juan Eck se encargó de prender el fuego, quien aseguraba que Lutero se había adherido públicamente a la herejía husita (del mártir checo Juan Hus) y había declarado no creer en la infabilidad del Papa ni en la autoridad plena de los Concilios. Los informes de Eck y la condena pronunciada por la Universidad de Colonia a fines de agosto, decidieron a León X a reabrir el proceso, y el cardenal de Médici12 tomó personalmente
  • 25. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 25 la dirección. El 1º de febrero de 1521 se nombró una comisión formada en su mayoría por franciscanos de la orden de la Observancia. Su fin era determinar detalladamente los errores de Lutero, pero como el trabajo acababa de ser hecho por las universidades de Colonia y Lovaina, la comisión se limitó a aprobar lo que ellas habían señalado, repitiendo sus objeciones. Dichas universidades habían arbitrado el debate entre Eck y Lutero. A mediados de marzo estaban en condiciones de presentar a León X las conclusiones del trabajo: la publicación de una BULA PAPAL (= documento que comunicaba una sentencia papal) que, sin dirigirse expresamente a la persona de Lutero, condenaba algunas de sus tesis y calificaba las otras, según el caso, como escandalosas, falsas, ofensivas, corrompidas, contrarias a la verdad católica. Invitarían nuevamente a Lutero a retractarse. El Papa se manifestó satisfecho y encargó que se insistiera sobre Staupitz para que obtuviera la retractación de Lutero. Pero cuando salía la carta el 15 de marzo, llegaba al mismo tiempo a Roma Johann Eck, quien traía noticias poco gratas desde Alemania que le hicieron ver al Papa que la situación era cada vez más grave. Eck convenció al Papa de seguir otro camino, atacar a Lutero por tres lados: la doctrina, los libros y la persona, cosa de poder excomulgarlo. Con la Bula, tras un llamado a la nación alemana, tradicional aliada de la Santa Sede, son condenadas 41 de las 95 Tesis de Lutero. Pero Lutero reclamó que se habían sacado totalmente de contexto las frases y que no se estaba viendo el problema real: las indulgencias. El centro de las acusaciones en contra de Lutero estaba en sus alusiones a la autoridad papal, y no a los abusos del clero y la torcida doctrina que enseñaban. Una vez más se esquivó la reivindicación que Lutero pedía para que se pronunciaran sobre el Evangelio y no sobre sentencias históricas; nadie podía (ni quería) señalarle sus errores. La Bula contenía las siguientes condenas: prohibición de enseñar las ideas de Lutero bajo pena de excomunión; destrucción de los libros y prohibición de su reimpresión, conservación y comercialización. Lutero y sus adeptos debían retractarse en el término de 60 días so pena de herejía. Para que la Bula llegase a todas partes de Alemania, se designa a un nuevo nuncio, el humanista y diplomático papal italiano JERÓNIMO ALEANDRO (1480-1542). Se le confirieron poderes de Inquisidor que le permitirían tanto encender la hoguera como conceder un salvoconducto a Lutero si éste aceptaba ir a Roma. La lenta elaboración de la Bula no ha pasado desapercibida. El Estado de Sajonia tenía un agente en Roma, y Lutero había sido prevenido desde el principio. Federico le transmitió a Lutero cuanta correspondencia llegaba desde Roma. La situación había llegado al límite de la comprensión de Lutero; ¿por qué tanta injusticia, cómo tanta indiferencia? «Condenan mis libros aunque admiten que encierran mucho ingenio y mucha ciencia, pero declaran que no los han leído y que ni siquiera han tratado de hacerlo. Mis quejas son mucho más fundadas que las suyas. [...] He suplicado que se me muestre mi error, y todavía estoy dispuesto a no hablar si, quienes me contradicen, callan. [...] Tengo ya demasiados pecados sobre mi conciencia, no agregaré el de callar mientras mi oficio sea enseñar. No me haré culpable de un silencio impío, ni de negligencia hacia la verdad y hacia millares de almas». El Papa advirtió a Martín Lutero el 15 de junio de 1520 con la Bula papal EXSURGE DOMINE que se arriesgaba a la excomunión, a menos que en un plazo de sesenta días repudiara los 41 puntos de su doctrina seleccionados de sus escritos. Más adelante, Lutero enviaría su escrito LA LIBERTAD CRISTIANA al Papa, añadiendo la siguiente frase: «Yo no me someto a leyes humanas al interpretar la Palabra de Dios».
  • 26. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 26 Carlos V y el Nuncio Aleandro en Worms Después de la coronación de Carlos V, realizada el 23 de octubre de 1520, el nuncio Aleandro vuelve a la carga contra Lutero. El rey de Romanos y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico había jurado que sería un fiel servidor de la Iglesia. La cuestión era si firmaría el decreto que permitiría la “limpieza” de Alemania, pero sus consejeros se opusieron. El nuevo reinado no puede comenzar con un acto bélico ni con una exhibición excesiva de poder. Una vez conversado con Eck, Aleandro ya comienza a presentir lo que ocurrirá. No se ha podido exponer la Bula papal en cuantiosos lugares. Varias ciudades no aceptan presentar la Bula y dejarse imponer por la voluntad del Papa. Lutero entretanto, se apresta a publicar EL CAUTIVERIO BABILÓNICO DE LA IGLESIA (fines de 1520) y no demuestra ninguna preocupación. No quedaba más que combatir la Bula y la Iglesia dominada por el “demonio”. El mismo príncipe Federico simula que la desconoce y la ignora. La única incógnita, y la más peligrosa, es cómo reaccionaría el nuevo Emperador. En la mañana del 10 de noviembre de 1520, los estudiantes de Wittenberg leyeron un anuncio en el cual se insta a arrojar a la hoguera los inspiradores libros de Lutero. Nadie podía faltar a este acto; ya era la hora de desenmascarar al verdadero “anticristo”. No hacía falta más para atraer a la gente. Con bastante anticipación a la hora señalada, se empezó a recolectar en toda la ciudad el “combustible” para la hoguera, todo escrito o imagen de Lutero era bienvenida, pero no todo salió como se esperaba. Avivando el desconcierto de las autoridades romanas, mucha gente tenía en sus manos importantes obras como la Summa de Santo Tomás y los libros del Derecho Canónico, los cuales ardieron junto con los escritos “luteranos” causando una gran confusión. Sólo días después, el 28 de noviembre, el Emperador llegaba a Worms acompañado por la corte, a la espera de la apertura de una DIETA (= Asamblea), prevista para enero. Pero en Worms ni siquiera querían alojar al nuncio Aleandro; la gente intuía que no iba a haber un juicio justo. La idea de la Dieta era insistir en la autoridad del Emperador y de sus resoluciones, y sobre el hecho de que el Imperio no puede subsistir sin la Iglesia Romana; además se ponía énfasis en lo inoportuno de oír a Lutero, cuando en realidad el problema eran sus escritos, que cuestionaban la sabiduría y bondad del Papa. Aleandro se opone formalmente a la venida de Lutero a Worms: se han leído sus libros y eso basta. La doctrina de Lutero es inaceptable para la Iglesia de Roma; se ha dictado una Bula; se acaba de promulgar la ley imperial que permite aplicarla y se espera poder doblegar la obstinación de Federico, el Elector de Sajonia. Conseguido esto, nada impediría la desintoxicación de Alemania y de la cristiandad de la herejía luterana. El nuncio no estaba encargado de la instrucción de un proceso contra una persona, sino de hacer ejecutar una resolución contra una herejía. Era necesario evitar hacer de toda la Bula un “proceso Lutero”, sino que se debía condenar directamente su doctrina, de modo que ya no ejerza más influencia en los territorios del Imperio. Aunque los inquisidores no olvidan que la persona de Lutero atrae multitudes, olvidaban que era finalmente su doctrina la que tenía incontables adeptos. Lutero había sido convocado ya a varias reuniones para que explicara sus ideas, pero en la mayoría de los casos, se lo había malinterpretado y juzgado de mala manera. A los teólogos enviados por Roma no les importaban sus doctrinas, sino que la autoridad del Papa no fuera cuestionada (ya que él autorizaba la venta de indulgencias y era un pilar importante de la Iglesia). Lutero, cada vez más acongojado, sólo quería ser una ayuda para la Iglesia, para que ésta volviera a la pureza de la fe primitiva, la de los apóstoles y la primera Comunidad cristiana.
  • 27. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 27 «Soy como Jeremías, el hombre de las disputas y de las discordias; pero cuanto más aumentan sus amenazas, más acrecientan mi alegría… Han destrozado ya mi honor y mi reputación. Una sola cosa me queda, y es mi miserable cuerpo; que lo tomen; abreviarán así mi vida de algunas horas. En cuanto a mi alma, no pueden quitármela. El que quiere propagar la Palabra de Cristo en el mundo, debe esperar la muerte a cada instante. La Excomunión y la Dieta de Worms (1521) El 3 de enero de 1521 el papa León X firmó una última Bula: el plazo fijo para la retractación había expirado y Lutero fue declarado hereje obstinado y excomulgado. A todos los lugares a donde fuera se le impondrá entredicho y suspensión. Todos sus partidarios, y ante todo el caballero Hutten que lo protegía, recibirían las mismas penas. La sentencia debía ser publicada por todos los obispos y se movilizó a las órdenes religiosas para divulgarla y hacerla cumplir. La bula de excomunión tenía el nombre de Decet Romanum Pontificem. La ejecución de la bula, sin embargo, fue evitada por la relación del Papa con Federico III de Sajonia y por el nuevo emperador Carlos V quien, viendo la actitud papal hacia él y la posición de la Dieta, encontró contraindicado apoyar las medidas contra Lutero, dirigiéndose a Worms con gran decisión: «Iría allí aunque hubiese tantos demonios como tejas en los tejados». Como ya había sucedido con la Bula precedente, la dificultad residía en obtener el consentimiento de las autoridades regionales. Serán los nuncios los encargados de nombrar inquisidores con poder de hacer uso de la fuerza por medio del brazo secular. Luego, el 18 de enero otro Breve papal invita al Emperador Carlos V a que publique la sentencia y asegure con un edicto personal su total ejecución. El nuevo Emperador tenía una gran deuda con Federico por su exaltación al trono, quien le rogó que no tomase medida alguna contra Lutero, sin antes haberle oído. De este modo, el Emperador se hallaba en una embarazosa situación que le dejaba perplejo. Roma no se daría por contenta sino con un edicto imperial que sentenciase a muerte a Lutero. El príncipe elector Federico, haciendo buen uso de su apelativo “el Sabio”, había declarado terminantemente «que ni su Majestad Imperial, ni ningún otro había demostrado que los escritos de Lutero hubiesen sido refutados»; y por este motivo, «pedía que el doctor Lutero provisto de un salvoconducto, pudiese comparecer ante jueces sabios, piadosos e imparciales». Este nuevo paso de Roma, sugerido por Aleandro, tropieza nuevamente con el problema de que se enjuicia a la persona de Lutero y no a su doctrina, que es a la que la gente se adhería. Los otros excomulgados, se aliarán entonces, a muerte con él, pues su caída los arrastraría a todos. Por un momento parecería que Roma ha ganado terreno, de hecho, el Emperador se comunica en seguida con el Papa para demostrarle la mejor disposición. Fue un tiempo de crisis terrible para el proceso reformador. Durante siglos las sentencias de excomunión emitidas por Roma había sumido en el terror a los monarcas más poderosos, y había llenado los más soberbios imperios con desgracias y desolaciones. Aquellos sobre quienes caía la condenación eran mirados con espanto y horror; quedaban incomunicados de sus semejantes y se les trataba como a bandidos a quienes se debía perseguir hasta exterminarlos. Lutero no ignoraba la tempestad que estaba a punto de desencadenarse sobre él; pero se mantuvo firme, confiando en que Cristo era su escudo y fortaleza. Con la fe y el valor de un mártir, escribía: «¿Qué va a suceder? No lo sé, ni me interesa saberlo… Sea donde sea que estalle el rayo, permanezco sin temor, ni una hoja del árbol cae sin el beneplácito de nuestro Padre celestial;
  • 28. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 28 ¡cuánto menos nosotros! Es poca cosa morir por la Palabra de Dios, pues este Verbo se hizo carne y murió por nosotros; con Él resucitaremos si con Él morimos; y pasando por donde pasó, llegaremos a donde llegó, y moraremos con Él durante la eternidad». Cuando tuvo conocimiento de la bula papal, dijo: «La desprecio y la ataco como impía y mentirosa… El mismo Cristo es quien está condenado en ella… Me regocijo de tener que sobrellevar algunos males por la más justa de las causas. Me siento ya más libre en mi corazón; pues sé finalmente que el Papa es el Anticristo, y que su silla es la de Satanás». Con irresistible fuerza Lutero devolvió a Roma la sentencia de condenación, y declaró públicamente que había resuelto separarse de ella para siempre. En presencia de gran número de estudiantes, doctores y personas de todas las clases de la sociedad, quemó Lutero la bula papal con las leyes canónicas y otros escritos que daban apoyo al poder papal: «Al quemar mis libros, mis enemigos han podido causar la privación a la verdad en el ánimo del pueblo y destruir sus almas; por esto yo también he destruido sus libros. Ha principiado una lucha reñida, hasta aquí no he hecho sino defender la verdad; principié esta obra en nombre de Dios, y ella se acabará sin mí y por su poder». Sin embargo el decreto de Roma no quedó sin efecto. La cárcel, el tormento y la espada eran armas poderosas para imponer la obediencia, y que a esta altura habían probado con creces su efectividad. Los débiles y los supersticiosos temblaron ante el decreto del Papa, y si bien era general la simpatía hacia Lutero, muchos consideraron que la vida era demasiado cara para arriesgarla en la causa de la Reforma. Varios lo habían intentado antes y habían sido ejecutados de las peores formas. Todo parecía indicar que la obra del reformador iba a terminar. A los escarnios de sus enemigos que le desafiaban por la supuesta debilidad de su causa, contestaba Lutero: «¿Quién puede decir que no sea Dios el que me ha elegido y llamado; y que ellos al menospreciarme no debieran temer que están menospreciando a Dios mismo? Moisés iba solo a la salida de Egipto; Elías estaba solo, en los días del rey Ajab; Isaías solo en Jerusalén; Ezequiel solo en Babilonia… Dios no escogió jamás por profeta, ni al sumo sacerdote, ni a otro personaje distinguido, sino que escogió generalmente a hombres humildes y menospreciados, y en cierta ocasión a un pastor, Amós. En todo tiempo los santos debieron, con peligro de su vida, reprender a los grandes, a los reyes, a los príncipes, a los sacerdotes y a los sabios… Yo no digo que soy un profeta, pero digo que deben temer precisamente porque yo soy solo, y porque ellos son muchos. De lo que estoy cierto es de que la palabra de Dios está conmigo y no con ellos». La atención general de Europa se fijó en la reunión de los estados alemanes convocada en WORMS, de la región de Renania, a poco de haber sido elevado Carlos V al trono. Varios asuntos políticos importantes tenían que ventilarse en dicha Dieta, en que por primera vez los príncipes de Alemania iban a ver a su joven monarca presidir una asamblea deliberativa. De todas partes del Imperio acudieron los altos dignatarios de la Iglesia y gobernantes. Nobles hidalgos, señores de elevada jerarquía, poderosos y celosos de sus derechos hereditarios; representantes del alto clero que ostentaban su categoría y superioridad; aristócratas seguidos de sus guardias armados, y embajadores de tierras extrañas y lejanas; todos se juntaron en Worms. Con todo, el asunto que despertaba más interés en aquella vasta asamblea era la causa del reformador sajón. La DIETA DE WORMS, inaugura oficialmente sus sesiones el 28 de enero de 1521. Pero esta vez, en el orden del día figura una temática que alude directamente a las injusticias que están sucediendo alrededor de Lutero y sus compatriotas: la discusión de las “Quejas de la nación alemana contra la curia romana”. Si bien el caso Lutero ni siquiera entra en el programa, son ahora los
  • 29. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 29 príncipes alemanes quienes se han unido al proceso reformador en búsqueda de mayor autonomía política y financiera, además de un alejamiento del autoritarismo romano. Toda conversación, toda disputa, siempre terminaba con el nombre de Lutero. Por más que buscaban sacarlo del centro del problema, no había forma de eliminar su influencia y su persona del conflicto europeo. Al no encontrar salida alguna al problema sin tener que escuchar a Lutero, Aleandro no encuentra más salida que el destierro para el alemán. No se puede permitir hablar a Lutero y dejar que destruya al Papa: «Que la herejía “luterana” no sea en Alemania lo que la abominable e insolente doctrina de Mahoma es en Asia». Carlos V se adhiere al nuncio papal y decide publicar de inmediato el edicto de destierro, no obstante, es detenido por sus consejeros, ya que se necesita el consentimiento de la Dieta y además, los caballeros luteranos aún no han bajado las armas. Sin tener más opciones, se llega a la conclusión de solicitar al Emperador que cite finalmente a Lutero a Worms. Así escribiría el mismo Carlos V: «Honorable, caro y piadoso Martín, yo y los Estados del Sacro Imperio actualmente reunidos, hemos resuelto y decidido considerar tus doctrinas y los libros que has publicado. Te ordenamos venir, acordándote en nuestro nombre y en el del Imperio la total seguridad y la total garantía que atestigua el salvoconducto adjunto. Hacemos votos para que cumplas nuestra orden y no te abstengas de comparecer dentro de los 20 días en que recibas nuestro salvoconducto, para que nadie te haga mal ni violencia...» Carlos había encargado ya de antemano al elector Federico que trajese a Lutero ante la Dieta, asegurándole protección, y prometiendo disponer una discusión libre con gente competente para debatir los motivos de disidencia, en caso de ser necesario. Lutero por su parte ansiaba comparecer ante el monarca. Su salud por entonces no estaba muy buena; no obstante, escribió su príncipe Federico: «Si no puedo ir a Worms bueno y sano, me haré llevar enfermo allá. Porque si el Emperador me llama, no puedo dudar que sea un llamamiento de Dios. Si quieren usar de violencia contra mí, lo cual parece probable (puesto que no es para instruirse por lo que me hacen comparecer), lo confío todo en manos del Señor. Aún vive y reina el que conservó ilesos a los inexpertos de la hornalla. Si no me quiere salvar, poco vale mi vida entonces. Impidamos solamente que el Evangelio sea expuesto al desprecio de los impíos, y derramemos nuestra sangre por Él, para que no triunfen. ¿Será acaso mi vida o mi muerte la que más contribuirá a la salvación de todos?… Esperadlo todo de mí, menos la fuga y la retractación. Huir, no puedo; y retractarme, mucho menos». La noticia de que Lutero comparecería ante la Dieta circuló en Worms y despertó una agitación general. Aleandro a quien, como legado del papa, se le había confiado el asunto de una manera especial, se alarmó y enfureció. Preveía que el resultado sería desastroso para la causa del papado. Hacer investigaciones en un caso sobre el cual el papa había dictado ya sentencia condenatoria, era tanto como discutir la autoridad del soberano pontífice. Además de esto, temía que los elocuentes y poderosos argumentos de este hombre apartasen de la causa del Papa a muchos de los príncipes. En consecuencia, insistió mucho cerca de Carlos en que Lutero no compareciese en Worms. El 16 de abril de 1521 al mediodía llega Lutero finalmente a Worms. Todos quieren verlo, la gente lo aclama. El humilde monje ha hecho un viaje triunfal atravesando Alemania. Más de cien hombres armados acompañan al monje, que siempre vistiendo su hábito, provoca a su paso entusiasmo y conmoción. En rigor, no se sabe a qué viene a Worms. Los escritos del Emperador son muy vagos,
  • 30. Vanguardia Luterana, Año 1 N° 3 30 y lo único que Lutero ha conseguido implantar es que no se le pida una retractación previa a un juicio oral. Lutero ha sido convocado para el 17 de abril de 1521. El Emperador, gobernante de la mitad del mundo, se enfrentaría a un simple monje convencido de su fe, pero guía de una gran multitud que buscaba una ansiada liberación de Roma. Si bien el Emperador Carlos V sabe perfectamente quién es el que tiene el poder, tiene muy en cuenta que una sola palabra de Lutero puede desencadenar una guerra interna en sus dominios, que le sería fatal. Con redoblado celo insistió Aleandro cerca del Emperador para que cumpliese su deber de ejecutar los edictos papales y sacar a Lutero de la escena. Esto empero, según las leyes de Alemania, no podía hacerse sin el consentimiento de los príncipes, y Carlos V, no pudiendo resistir a las instancias del nuncio, le concedió que él mismo llevara el caso ante la Dieta. Aleandro iba a alegar en favor de Roma y a defender al primado de Pedro ante los principados de la cristiandad. Los que amparaban la causa de Lutero preveían de antemano, no sin recelo, el efecto que produciría el discurso del legado, quien era ampliamente conocido por su gran capacidad oratoria. Además, el elector de Sajonia no se hallaba presente, aunque por indicación suya habían concurrido algunos de sus cancilleres para tomar nota del discurso de Aleandro. Con todo el poder de la instrucción y la elocuencia se propuso Aleandro derrocar la verdad proclamada por Lutero. Arrojó contra el monje cargo sobre cargo acusándole de ser enemigo de la Iglesia y de la Nación, de vivos y muertos, de clérigos y laicos, de concilios y cristianos en particular: «Hay en los errores de Lutero motivo para quemar a cien mil herejes… ¿Qué son todos estos “luteranos”? Un puñado de gramáticos insolentes, de sacerdotes enviciados, de frailes disolutos, abogados ignorantes, nobles degradados y populacho pervertido y seducido. ¡Cuánto más numeroso, más hábil, más poderoso es el partido católico! Un decreto unánime de esta ilustre asamblea iluminará a los sencillos, advertirá a los incautos, decidirá a los que dudan, fortalecerá a los débiles». Lutero se mantenía en silencio ante los ataques de Aleandro, hasta que finalmente se le pregunta si los libros presentados son suyos y si está dispuesto a retractarse de ellos. Nuevamente se cae en lo mismo y Lutero se mantiene firme: reconoce sus libros, pero no se retractará a menos que le prueben algún error. Finalmente se le concede un día para que conteste oralmente con exclusión de cualquier defensa escrita. Al día siguiente Lutero se abre paso entre la multitud para presentarse a una nueva entrevista, mas redacta de todas formas su respuesta en alemán y latín: «Me es imposible retractarme sobre estos escritos. Pero sólo soy un hombre, y no puedo defenderme de otra manera que como el propio Cristo lo hizo ante Anás. Un servidor lo había abofeteado y simplemente contestó: Si he hablado como no debía dime qué es lo que he dicho mal. [...] Que se me convenza mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón - porque no le creo ni al Papa ni a los concilios solos, ya que está demostrado que a menudo han errado, contradiciéndose a sí mismos - por los textos de la Sagrada Escritura que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios. Por eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable. No puedo hacer otra cosa; esta es mi postura. ¡Que Dios me ayude!». La negativa de Lutero causa la indignación del Emperador, quien hace la señal para que dos guardias se lo lleven; la multitud está enardecida. Al día siguiente Carlos V convoca a los Electores y a los demás príncipes para consultar sobre el caso Lutero: su herejía ha sido proclamada y no hay otra sentencia que la hoguera. Luego de la Dieta, el Emperador le privó de sus derechos burgueses y lo declaró “legalmente