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Premio
                                         Nacional de
                                         Periodismo
                                           2008
| EMEEQUIS | 27 de abril de 2009




                                    Con este texto, publicado originalmente en la edición número 146 de emeequis, nuestro
                                   compañero Humberto Paggett —a quien felicitamos ampliamente— fue distinguido la semana
        38                              pasada con el Premio Nacional de Periodismo 2008 en la categoría de crónica.
Unanochede
noche de perros en buenavista



        Perrosenel
          sanborns  La historia que leerán es verídica, intensa,
                   triste. Como en la reconocida película Tarde
                         de perros, protagonizada por Al Pacino,
                     se narra el caso real de un pequeño grupo
                   de delincuentes inexpertos, de poca monta,
                                 que deciden cometer un asalto.
                       La noche del 29 de octubre de este 2008
                         una pandilla de ladrones improvisados
                        intentó un robo inédito en la historia de
                     la ciudad de México. Entraron al Sanborns
                                                                        | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009


                      de Buenavista, al norte del DF, y tomaron
                       23 rehenes, se enfrentaron a la policía…
                                  y tuvieron un final que pocos,
                                     muy pocos podrían esperar.
                                              Por Humberto Padgett
                                                  padgett@m-x.com.mx

                                      Ilustraciones: Leticia Barradas         39
Esta noche, la del 29 de octubre de 2008, Enrique     momento. Sabe que no puede, que la vida del
                                   ya sabe lo que es tener al destino en su contra.      rehén está de por medio.
                                         En su mano, una Pietro Baretta nueve mi-              –¡¿Por qué me metí en esto?! ¡Qué pendejo
                                   límetros es la única llave para salir de la trampa    soy, qué pendejo soy! –se repite Enrique con un
                                   que él mismo había tejido.                            jadeo a todo galope.
                                         –¡Aléjate o mato a este cabrón! ¡Te juro que          Nada interrumpe el delgado gemido de su
                                   lo mato! –aúlla, rompe los oídos de quienes a         rehén, Octavio Cepeda, como si el chillido fuera
                                   unos metros buscan que retire el arma de la nuca      una válvula de escape y su cabeza una olla cer-
                                   de Octavio.                                           cana al estallido.
                                         Jadeante y tembloroso, Enrique aprieta aún            Lo es.
                                   más el enorme cañón contra la cabeza de su rehén.           –¡Tranquilo, no has matado a nadie, to-
                                   El único que le queda. Su tabla de salvación para     davía sales de ésta, cabrón! –busca calmarlo
                                   salir de esa “pendejada” en la que se ha metido.      Moneda.
                                         Ni siquiera él sabe de dónde obtiene aún              De súbito, Enrique asoma medio cuerpo
                                   fuerzas para advertir, para amenazar:                 detrás de Octavio. Pero aún se halla demasiado
                                         –¡Voy a matar a este cabrón! ¡Aléjate o         cerca. La pistola de Enrique, esa maldita pistola,
                                   mato a este cabrón! –grita Enrique al único           todavía está dirigida a esa cabeza que no deja de
                                   policía armado que había en el corredor. Un           temblar encima del traje oscuro.
                                   policía que, con la paciencia de un ajedrecista             La yema del índice hormiguea sobre el
                                   como lo es él, sólo espera el momento oportuno        gatillo. Enrique tiembla, tiembla tanto que en
                                   para actuar.                                          cualquier instante puede estallar.
                                         Lleva Enrique más de una hora de ir y venir           –¡Mátenme, hijos de la chingada! –grita con
                                   por el Sanborns de Buenavista. Presiente que está     esa voz que para entonces ya es pastosa.
                                   solo, que, abajo, sus cuatro compañeros están               –¡Nadie te va a matar, flaco! –suelta Óscar
                                   ya muertos. Y planea ir a la azotea (¿Para qué?       Arteaga, secretario del ministerio público con-
                                   Quién sabe), escudado en Octavio, ese empleado        vertido de repente en un hábil negociador.
                                   bancario que tuvo la mala idea de meterse a comer           –¡Me van a partir la madre, abajo me van a
                                   algo la medianoche del 29 de octubre.                 chingar. Yo lo sé, yo lo sé! ¡Pendejo! –se maldice
                                         –¡Quítenme al francotirador! ¡Quítenlo!         Enrique.
                                   –grita, suponiendo que en alguna parte del                  La capucha ya está empapada con un sudor
                                   Sanborns de Buenavista algún policía está a la        pegajoso y una comezón furiosa lo ataca. Quiere
                                   caza de su cabeza, de su cuerpo, esperando el         arrancársela. Piensa en rendirse, necesita dejarse
                                   momento preciso para matarlo. Para terminar           caer. Correr. Morir.
                                   con esa noche de perros.                                    No entiende cómo la noche fue quebrada
                                         No le falta razón. Decenas de uniformados       por las luces rojas y negras. Tiembla. No sabe
                                   han hecho del Sanborns una ratonera sin salida,       quién habló a la policía, no sabe cómo, a la una
                                   sin escape alguno.                                    de la mañana con 40 minutos, todo se convirtió
                                         Por eso Enrique suda, grita, amenaza con        en una pesadilla.
                                   matar a Octavio, con apretar el gatillo de la nueve         Respira hondo. Da un paso al frente. La mano
                                   milímetros que en su mano se mueve tembloro-          izquierda atenaza el cuello del saco de su rehén.
                                   samente. Por eso estira el pasamontañas negro         Está a cinco metros del policía y los funcionarios
                                   para dejar al descubierto sólo el ojo derecho.        del ministerio público. Éstos saben que la rendi-
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                                         Pero nadie entiende por qué, de pronto, exige   ción está cerca. Tanto como la muerte.
                                   otra arma.                                                  Enrique se detiene. Por un segundo deja de
                                         –¡Denme un arma cabrones! ¡Que me den           apuntar al rehén y se encañona la sien derecha.
                                   un arma, cabrones! –ordena en medio de la lo-         Brama en la nuca de Cepeda.
                                   cura.                                                       –¡Voy a matarlo y luego me mato yo!
                                         Pero en ese pasillo en el que están frente a          En la penumbra, el blanco de su ojo derecho
                                   frente sólo hay otra pistola: la del comandante       destella.
                                   Víctor Hugo Moneda, ansioso de que Enrique
                                   asome la cabeza lo suficiente, detrás de su rehén,                        ✱✱✱
                                   para pegarle en media frente con la .38 Súper.        Enrique Mejía Bello siempre fue vendedor ambu-
                                         La mirada de Moneda busca el hueco propi-       lante en el centro de la ciudad de México. Vendía
                                   cio. Su mano, sin embargo, se mantiene pegada         pilas, carpetas para discos compactos y cintas
       40                          a la automática. Quisiera matarlo en este mismo       adhesivas en dos puestos que ponía y quitaba
noche de perros en buenavista
     de la calle de El Carmen, casi esquina con Justo        el estómago. Con el único familiar con el que
     Sierra hasta que, junto con miles de informales,        mantiene contacto es con su padre: Roberto, un
     fue echado de las calles por el gobierno del Distrito   hombre de sesenta y pico de años.
     Federal el 12 de octubre de 2007.                             En las semanas que siguieron al desalojo de
          Sin opción para acomodarse en alguna de            los vendedores ambulantes, Roberto, de hecho,
     las plazas en que las autoridades ubicaron a los        se hizo cargo de los gastos de su hijo, incluida su
     comerciantes, Enrique, de 33 años, buscó su             parte de la renta del departamento del Callejón
     primer trabajo formal.                                  del 57. Se retrasaba en ocasiones con el pago, pero
          Había acordado ya con Mario, un amigo              invariablemente se ponía al corriente. Pasaba
     vendedor, aportar la mitad de la renta de un            poco tiempo ahí.
     departamento en el Callejón del 57, a la vuelta               Hay algo más en lo que están de acuerdo
     de la Cámara de Senadores y del abandonado              sus conocidos: tiene éxito con las mujeres y es
     Teatro Fru Fru.                                         cariñoso con los niños, particularmente con la
          El alquiler de 3 mil 200 pesos mensuales           pequeña del matrimonio con el que compartía
     se partió a la mitad y le tocó ocupar el cuarto         casa.
     que divide la recámara principal de la cocina,                “Es seguro de sí mismo. Es tranquilo, cuida
     dominada por un refrigerador que sirve de base          a la gente que quiere. Es atento y respetuoso. El
     para cinco figuras de diferentes tamaños de San         no era un asaltante. Tal vez se desesperó, la culpa




                      –¡Quítenme al francotirador! ¡Quítenlo! –grita, suponiendo que en
                      alguna parte algún policía está a la caza de su cabeza, esperando el
                      momento preciso para matarlo. Para terminar con esa noche de perros


     Judas Tadeo, el santo de las causas difíciles.          la tiene el gobierno de Marcelo Ebrard que nos
           Enrique vestía al estilo vaquero: botas de        dejó sin trabajo”, comenta el matrimonio con
     piel, pantalones de mezclilla y camisas a cuadros       el que vivió.
     que llevaba bajo una chamarra negra de cuero.                 Cuando Enrique se vio en la calle, pero sin
     Le gustaba la cerveza oscura de barril y fumaba         chance de colocar su puesto de mercancías, acu-
     ocasionalmente. Carnívoro, consumidor voraz             dió a una feria del empleo organizada por San-
     de milanesas y bisteces, era delgado y siempre          borns. Corrió con suerte. Fue aceptado y el 14 de
     mostraba un aspecto aseado. Tenía también               noviembre de 2007 se hizo cargo del mostrador
     un extraño hábito entre los ambulantes: leer            de aparatos de sonido en la sucursal de Buena-
     con fruición periódicos, novelas e historia de          vista, a unos pasos del Museo del Chopo y de la
                                                                                                                   | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009

     México. Ha dejado inconcluso algún libro de             sede nacional del PRI. Nada sabía de electrónica,
     Carlos Fuentes.                                         pero tiene habilidad para aprender rápido sobre
           De piel morena, estilaba usar una barba ce-       lo que sea.
     rrada en forma de candado. Se peinaba el cabello              En septiembre de este 2008, la sucursal
     negro de lado después de colocarse los lentes de        fue asaltada. La investigación interna detectó
     contacto.                                               que Enrique había mentido y proporcionado
           Enrique es divorciado y tiene dos hijos pe-       datos falsos de su domicilio, además de que el
     queños, niño y niña, inscritos en el primer año         día del robo faltó al trabajo. No se le indagó pe-
     de primaria y el kínder, pero no los ve frecuen-        nalmente, pero la empresa lo despidió por falta
     tamente. Su matrimonio ocasionó que cinco               de confianza.
     años atrás rompiera con sus dos hermanas y su                 Dice otro conocido de Enrique:
     único hermano varón, según cuenta una de ellas.               “Se enojó, pero se dedicó a buscar trabajo.
     La madre había muerto años antes de cáncer en           No encontró nada. Se enojó más. Nunca comentó               41
lo del robo, pero sí que fue injusto el despido.       las pistolas, todas escuadras negras de nueve
                                   Siempre me pareció inteligente. Aunque ya no           milímetros.
                                   sé, después de la pendejada que cometió”.                   “El líder” garabatea un muy resumido cro-
                                         Y, según la investigación, a finales de ese      quis del sitio y entre todos detallan el plan.
                                   septiembre propuso a Emmanuel Pérez, un amigo               Quince minutos después se sienten seguros
                                   de la infancia, un trabajito: “Qué poca madre, si      y, aún temprano, matan, es un decir, tres horas
                                   yo no hice nada. Se las voy a hacer efectiva. Para     de tiempo alrededor de los decorados arabescos
                                   que hablen con provecho. Vamos a pegarles”.            del Kiosko Morisco de la Alameda de Santa María
                                                                                          La Ribera.
                                                        ✱✱✱                                    Después de la medianoche, se dividen: Juan,
                                   La noche del miércoles 29 de octubre es fría, como     Oscar y El Gordo suben a la camioneta. Manejan
                                   si el invierno secuestrara por algunas horas al        pocos minutos. Toman la calle de Amado Nervo y
                                   otoño. Cinco personas se reúnen a las nueve de la      dan vuelta en Mariano Azuela, paralela a Insur-
                                   noche afuera del Metro Revolución. El objetivo:        gentes y única entrada a esa hora al Sanborns.
                                   asaltar el Sanborns.                                        Ingresan al estacionamiento y reciben el
                                         El grupo se presenta: Enrique, Emmanuel,         boleto del empleado de caseta. Caminan hacia la
                                   Juan, Óscar y Enrique Enríquez, El Gordo.              puerta de vidrio y siguen al restaurante, contiguo
                                         Enrique mete la mano a la bolsa de la su-        al bar, vacío a esa hora.
                                   dadera con bolsas al centro y muestra su pa-                Al mismo tiempo, Enrique y Emmanuel
                                   samontañas, Emmanuel lleva otro. Juan, Oscar           caminan a la esquina de Insurgentes y Amado
                                   y El Gordo entrarán como clientes a las 12:30,         Nervo. Esperan una llamada.
                                   pasada la media noche, cuando imaginan que la               Los otros tres ya están sentados. Han pedido
                                   caja fuerte del Sanborns Buenavista estará llena       algo de comer. Oscar se levanta de la mesa y ca-
                                   con el dinero del día.                                 mina hacia la cocina, cerca del área de monitores.
                                         Será un robo fácil. Poca gente a la que so-      Encuentra la cámara de vigilancia que enfoca el
                                   meter. Saben a qué hora cierra la caja. Tráfico        comedor y la desvía hacia la farmacia. Marca de
                                   casi inexistente alrededor de la sucursal frente       su teléfono celular a Emmanuel.
                                   al PRI nacional.                                            –Ya está lista. Entren –dice en voz baja.
                                         –Necesitamos un vehículo. Necesitamos
                                   más personas –le había dicho un día antes En-          Enrique y Emmanuel se colocan los pasamon-
                                   rique a Emmanuel, quien incluyó en el plan a           tañas. Caminan aprisa hacia Mariano Azuela y
                                   Oscar Reyes, conocido mutuo, y a Juan Huerta           siguen el muro de altas paredes pintadas de rojo
                                   y a El Gordo, a los que Enrique daría la mano por      vino. A la derecha, los pocos clientes del Bar Tito’s
                                   primera vez la noche del asalto.                       ven correr a dos sombras.
                                         Este día Enrique ha dejado el estilo vaquero y        A las 12:45 de la noche, intentarán un robo
                                   se disfraza de bandido. Viste pantalón comando         histórico en la ciudad de México. Nadie antes
                                   negro, una playera negra estampada con la palabra      había asaltado un negocio de ese tamaño to-
                                   “virus”, como si estuviera grafiteada y, debajo de     mando rehenes.
                                   ésta, otra roja de manga larga. Calza botas negras
                                   de policía y presume un pasamontañas.                                       ✱✱✱
                                         Emmanuel, pasado de peso y el cabello re-        El único policía de guardia en el Sanborns Bue-
                                   lamido hacia atrás, lleva otra capucha que se          navista es un hombre de redondo vientre lla-
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                                   acomoda a manera de gorro.                             mado Ángel Dorantes. Está adscrito a la Policía
                                         Sólo falta pasar por la camioneta a la colo-     Auxiliar y su foja registra 16 años de servicio y
                                   nia Santa María La Ribera. Caminan por Ribera          55 de edad.
                                   de San Cosme y doblan en la calle de González               A la medianoche del 29 de octubre le faltan
                                   Martínez. Avistan una camioneta Econoline              nueve horas para salir de su turno. A la mañana
                                   blanca con franjas azules y placas de Tamauli-         siguiente piensa ayudar a Cira, su mujer, con
                                   pas, propiedad en apariencia del patrón de uno         algunas tareas del hogar, en Acolman, estado de
                                   de ellos.                                              México. Trotará unos dos kilómetros y descan-
                                         Suben y dejan atrás las torres metálicas del     sará el resto del día hasta el siguiente, en que debe
                                   Museo Universitario. Revisan la herramienta            presentarse en la tienda de Insurgentes.
                                   para forzar la caja de seguridad: un esmeril y dos          Cansado, hace el último recorrido por la
                                   alicatas de un metro y 80 centímetros que Enri-        tienda. Faltan 15 minutos para la una de la ma-
        42                         que ha comprado días atrás en Tepito. También          ñana y para el cierre del negocio. Se enfila a la
noche de perros en buenavista
     entrada tres, la única abierta a esa hora. Desde el   a los ladrones.
     estacionamiento, Enrique y Emmanuel observan                Pero en esta medianoche, Ángel ha sido lle-
     la amplia silueta y corren hacia él.                  vado a empellones al interior del negocio que cui-
          El policía escucha por detrás las pisadas        da, desarmado y golpeado con su propia pistola,
     aceleradas. Siente dos hombres sobre su cuerpo.       enceguecido por su propia sangre y el mareo.
     Emmanuel lo sujeta por el cuello y lo aprieta con-          Avanzan los dos hombres encapuchados.
     tra su pecho. Enrique toma el revólver de Ángel,      Emmanuel recuerda que hay un encargado de
     un .38 especial, lo levanta sobre su cabeza y azota   la caseta y lo amaga.
     la cacha arriba de la ceja derecha.                          Siguen a la entrada, cuando se topan de
          –¡Cálmate! No venimos por ti –dice uno           frente a una mujer, Irma Guerrero y el capitán del
     de ellos.                                             ejército Javier Solís. Los encañonan y entran.
          –¡Está bien! ¡Ya, ya, ya! ¡Me chingaron! –se           Enrique mira de reojo el departamento de
     doblega el policía. El aire desaparece.               audio y video, en el que trabajó 10 meses has-
                                                           ta que, injustamente según él, lo acusaron de
         Ángel trabaja en el Sanborns Buenavista           robo.
     desde enero de 2008. Se hizo policía cuando la




                                                                                                                | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009


     fábrica en que trabajaba cerró y se quedó con ocho                        ✱✱✱
     niños regados en todos los grados escolares. La       Su irrupción fue explosiva:
     opción que tuvo fue pedir trabajo en Seguridad             –¡Ponme a todos en el piso! –ordena En-
     Pública y lo consiguió.                               rique a Oscar.
          Su pequeña gloria llegó durante otro asalto,          Ahí, Enrique reconoce a Rosario, la mese-
     años atrás e, irónicamente, también a un San-         ra. Y a todas sus compañeras: a la cocinera que
     borns. Aquella vez también fueron cinco los asal-     siempre tiene cara de desvelada; al gerente encar-
     tantes que entraron a la sucursal de Lindavista y     gado que no deja de tartamudear susurros para
     cinco policías los que fueron detrás de ellos. La     sí mismo. A la de perfumería y al de la farmacia.
     persecución duró más de una hora, hasta que los       Observa a unos pocos clientes, incluido uno de
     asaltantes se internaron en un fraccionamiento        traje oscuro, que luego se sabrá es un empleado
     del rumbo. Intercambiaron disparos y rindieron        de banco llamado Octavio Cepeda.                           43
“Uno, dos, tres, cuatro, cinco…”                    por otros cuatro de ancho.
                                        Suman: tienen a 24 rehenes, la mayoría em-                Les sujetan las manos por la espalda con
                                   pleados de la tienda y el restaurante. Y a todos         cinta canela. En los lockers, junto a la bodega de
                                   ellos Emmanuel les ordena:                               artículos nuevos, Emmanuel deja el botín logrado
                                        –¡Las manos a la nuca!                              hasta ese momento: 12 mil pesos en billetes y
                                        Óscar, el más joven y vestido de negro; El          aparatos electrónicos usados.
                                   Gordo, con camisa de cuadros pequeños, y Juan,                 Alguien revisa a Ángel. Lo toma por el codo
                                   de cabello largo, playera verde con azul y pants         y lo lleva al vestidor del primer piso. Le quitan
                                   rojo, se les unen. Enrique se acerca a ellos y les       el chaleco antibalas. En el cuarto diminuto es
                                   susurra:                                                 arrinconado con media docena de empleados.
                                        –No traen los pasamontañas, pendejos.               Nadie habla. Sollozos. Bocabajo, sus corazones
                                        Sostiene la pistola negra al frente. Esa nueve      amartillan el piso.
                                   milímetros en la que tiene depositada su vengan-               El Sanborns de Buenavista es de los cinco
                                   za. Los otros sacan las suyas de entre las ropas.        ladrones. O eso piensan ellos.
                                        –¡Nadie se mueva, hijos de la chingada!                   En la enorme tienda, desconocida para casi
                                   –grita Emmanuel al otro lado de las mesas.               todos los asaltantes, dos empleados se ocultan
                                                                                            tras aparadores, bajo las mesas. Uno de ellos se
                                   Curiosea con el revólver y decide asegurase que          arrastra hasta alcanzar el bar, contiguo al restau-
                                   la pistola del policía esté bien cargada. Abre el        rante, vacío como siempre, y toma el teléfono.
                                   tambor. Levanta el arma apuntando al techo por                 Marca el 060, número de emergencia.
                                   encima de su cabeza encapuchada y se asoma
                                   por los agujeros.                                                            ✱✱✱
                                        Inexperto al fin y al cabo, las balas se res-       La caja fuerte fulgura, como si fuera fosfores-
                                   balan, le caen encima. Apresurado, confundido,           cente. Enrique, Juan y El Gordo se acercan.
                                   las busca en el piso, las recoge y las mete en una            –¿Y las herramientas? –pregunta Enri-
                                   bolsa del pantalón. En la otra se guarda el revólver.    que.
                                   Piensa que es mejor continuar con la escuadra.                Craso error.
                                        Recuerda que ahí se encuentra Ángel, el                  –Pues en la camioneta, güey –le dice El
                                   policía.                                                 Gordo, buscando justificar su olvido.
                                        –¡Tú también al piso, cabrón, con la cara                –¿Y si mejor la abrimos a patadas? –propone
                                   al suelo! –le ordena. Pero el hombre sólo atina          Enrique. Lo escuchan algunos empleados, cada
                                   a dejarse caer en una silla. Jadea. La cara está         vez más confundidos. No saben si bromea.
                                   ensangrentada.                                                –Qué pendejos. Mejor vayan por las cosas
                                        Los ladrones se miran entre sí.                     –pide a Juan y a El Gordo.
                                        –¡Al suelo! –le repiten, pero la voz es baja.
                                   Ángel se arrellana en el piso.                           Camina 25 pasos entre los anaqueles cuando
                                        Emmanuel desiste y opta por esculcar los            se detiene súbitamente a pocos metros de la
                                   bolsillos de las personas en el suelo. Saca otro         ventana de vidrio.
                                   pasamontañas para que ahí se depositen carteras,               Sus gruesas mejillas se sacuden, sus rodillas
                                   relojes y celulares. Enrique mira el reloj: la una       casi se quiebran y sus ojos revientan: no hay
                                   de la mañana.                                            punto en el universo visible en que no haya un
                                        Enrique y Emmanuel resuelven que es mejor           cañón apuntando a su cabeza.
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                                   distribuir a las personas. Sin saberlo, se convier-            Las piernas se le hacen de plastilina. Las
                                   ten en secuestradores. Toman a media docena              aprieta, da media vuelta y como nunca corre,
                                   de rehenes y los llevan hacia una puerta imper-          corre, corre hacia el restaurante.
                                   ceptible, en el límite de la librería y la pastelería,         Decenas de policías judiciales, preventivos
                                   repleta de pan de muerto.                                y del grupo especial de Seguridad Pública entran
                                        Pasan el umbral y sienten de golpe el olor de       en estampida.
                                   la carne refrigerada. Siguen hacia una escalera                Emmanuel y Juan se envalentonan. Orde-
                                   blanca y dan vuelta en el descanso, coronado             nan a las 17 personas que ahí tienen arrastrarse
                                   por una Virgen de Guadalupe cubierta por una             a la entrada del restaurante.
                                   cortinilla.                                                    Toman a Rosario, una mesera, y la bajan a
                                        Continúan hacia el pasillo de bodegas y             tropezones por los cuatro escalones que dividen
                                   servicios. Meten a las personas al vestidor del          el bar y el restaurante del resto de la tienda.
        44                         personal, un cuarto de cuatro metros de lado                   La mujer, vestida de tehuana, queda con
noche de perros en buenavista
     la cara hacia el estante de bisutería: canicas         emplazadas por las de Santa Claus.
     de plástico imitación perlas, piedras pintadas               Da dos o tres pasos al frente. Se rasca la
     de verde que simulan jade, pedazos de vidrio           cabeza cubierta de tela negra. Juan, más pequeño
     cortados como diamante.                                y delgado, intenta colocarse detrás. Apunta el
           Emmanuel tuerce el brazo izquierdo de            arma a Rosario.
     Rosario hacia la espalda, el mismo que meses                 –¡Por favor, no, por favor! –solloza Ro-
     antes se le había fracturado. La mujer escucha         sario.
     nuevamente el crujido de su hueso. Crack. El                 –Suéltalos y vamos viendo –repone un po-
     alarido llena la tienda.                               licía preventivo. Los ladrones deciden levantar
           El Gordo y Oscar se alarman, toman previ-        no a dos, sino a tres mujeres.
     siones y, en silencio, se acuestan boca abajo, junto         –Ahí tienes, dame el arma –exige Emma-
     a los rehenes. Como si ellos también lo fueran.        nuel al agente del ministerio público. Se hume-
           Los otros actúan distinto. Juan se lleva las     dece la lengua. Ladea la cabeza.
     manos al pelo. Emmanuel busca en qué parte                   Algo observa entre los policías que lo hace
     de la lengua se le atoran las palabras. Bajan y        caminar de nuevo hacia el frente. Juan lo mira
     suben las armas. Apuntan a los policías. A los         azorado. Cuando trata de regresar, un policía
     rehenes. Apuntan a un policía, a otro.                 le sujeta por el cuello justo como él hiciera una
           Ahí, en la tienda, parapetados entre los         hora antes con Ángel.




                      Levanta el arma apuntando al techo por encima de su cabeza. Inexper-
                      to, las balas se resbalan, le caen encima. Apresurado, confundido,
                      las busca en el piso, las recoge y las mete en una bolsa del pantalón


     estantes, 50 policías prestos a atacar. Esperan             Juan no termina de seguir la caída de su
     la orden.                                              compañero cuando levanta las manos en ren-
           Enrique se escabulle a la pastelería.            dición y cae embestido por otros tres policías.
           Mientras, Emmanuel propone un canje:             Éstos optan por dar a todos los presentes trato
           –Les doy dos personas si me dan un arma –        de secuestradores y no de secuestrados.
     dice, aún encapuchado. Apenas se le escucha.                Pero antes de salir del Sanborns, en la fila
           –¡Entrégate, pendejo! –le dice un jefe de        de 20 detenidos, alguien grita: “Esos cabrones
     la policía preventiva.                                 también son asaltantes”.
           –¡Los mato, me cae de a madre que los mato!            El Gordo y Oscar, que pretendían pasar
     –grita Juan. La pistola tiembla.                       como víctimas, son señalados por decenas de
                                                                                                                | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009

           –¡Te doy dos cabrones! –repite Emma-             dedos y, enseguida, por los cañones de pis-
     nuel.                                                  tolas.
           Entran entonces el jefe de grupo de la judi-          La noche se ha hecho negra. Enrique hurga,
     cial en Cuauhtémoc, Juan Morales; el agente del        pase su mirada por acá y allá, busca una salida.
     ministerio público en esa delegación, Pascual          Cree que su única oportunidad está en seguir
     Mota, y el secretario de esta misma oficina,           con el grupo de secuestrados del primer piso.
     Oscar Arteaga.                                         A zancadas, sube la escalera.
           –Tranquilo, nosotros somos del ministerio             En el vestidor, el policía Ángel calcula que
     público y te aseguramos que no pasa nada –habla        han sido 20 minutos de taquicardia, adrenalina
     Arteaga por primera vez.                               y de ese pinche dolor en las manos entrelazadas
           Emmanuel se acerca a los policías. A su          en la nuca. Piensa en Cira y en sus ocho hijos.
     izquierda están las máscaras de hule y las ca-              Cuatro asaltantes han sido detenidos
     labazas de Halloween, a pocos días de ser re-               Sólo quedan Enrique y su venganza.                   45
Si el dedo tiembla tanto como la muñeca,
                                                        ✱✱✱                                 piensan Mata y Arteaga, el cerebro de ese hombre
                                   Largos, eternos minutos son rotos por el grito           estará en la pared en cualquier momento.
                                   de Enrique:                                                    –¡Quiero verlos! –pide Enrique. Los tres
                                        –¡Quiero un arma! –exige con el amparo              hombres vestidos de civil se acercan y se abren
                                   que le dan los rehenes que le quedan.                    los sacos, se exhiben desarmados.
                                        –¿Cuántas armas tienes? –pregunta un                      –Quiero salir a la azotea –desliza Enri-
                                   policía preventivo de apellido Rueda.                    que.
                                        –Una. Mándame otra arma, pero cargada.                    –Tranquilo, flaco. Es un robo. Nadie ha
                                        –¿Para qué quieres el arma? –preguntan              muerto, no hay lesionados. No hagas la bronca
                                   con sorpresa del otro lado                               más grande. Suelta a la gente. Tienes mujeres.
                                        –¡Mándamela, cabrón! –la voz es una liga            ¿Qué vas a hacer en la azotea? No hay nada.
                                   cerca de reventar.                                       ¿Aventarte? –sigue Arteaga.
                                        –¿Cuántos niños tienes?                                   La opción de aceptar la exigencia de Enri-
                                        –Ninguno, no hay niños. ¡Que me des el              que de salir a la azotea es viable. La puerta está
                                   arma!                                                    abierta y desde el pasillo se observa despejada.
                                        –¿Tienes mujeres?                                   Pero hay varios policías pegados a la pared. Ese es
                                        –¡Sí, cabrón, sí hay mujeres! ¡Dame la pinche       un problema. Al salir, se le dispararía al asaltante
                                   pistola! –dice y estalla.                                de lado y casi a quemarropa.
                                                                                                  –¿Qué necesitas para soltar rehenes? –vuel-
                                   Enrique se da cuenta que Ángel sangra y le dice          ve a plantear Arteaga.
                                   que se vaya. Tambaleante, el policía baja por las              –No ver francotiradores –dice Enrique su-
                                   escaleras. En la ambulancia se encuentra con             poniendo que alguien podría apuntarle. Tiene
                                   Rosario y su brazo roto y a otras dos mujeres en         razón. Momentos antes de que los funcionarios
                                   medio de una crisis nerviosa. Él tiene el cuello         subieran, Mota se puso de acuerdo con un po-
                                   maltrecho y necesita cuatro puntos de sutura             licía especializado. A su indicación, entraría y
                                   en la frente.                                            lo mataría.
                                        Morales, Mota y Arteaga suben por la es-                  –Muy bien –dice Mota y llama al francotira-
                                   calera. Después de un pasillo corto encuentran           dor, que aparece con las manos vacías, pero con
                                   algunos cuartos y una vuelta que lleva hacia la          arma oculta en una pierna. El ministerio público
                                   azotea; otra da a un pasillo de 10 metros de largo       le ordena que salga.
                                   con cuartos al lado y al vestidor en donde aún                 Enrique acepta. Nunca pensó que llegaría
                                   están bocabajo cinco personas.                           hasta ahí. La presión comienza a aflojarlo. Y ante
                                        La sexta persona es Octavio Cepeda, un              el retiro del francotirador corresponde: permite
                                   empleado bancario convertido en el escudo de             la liberación de los secuestrados.
                                   Enrique. Al verlos en el pasillo, el asaltante aprieta         Deja salir a todos, menos a Cepeda. Lo lleva
                                   más la nueve milímetros contra la cabeza de              de un lado a otro. Hace una nueva petición:
                                   Octavio.                                                       –¡Mátenme! ¡O yo voy a matar a este ca-
                                        Todos saben que son instantes decisivos.            brón!
                                   Que no hay vuelta atrás.
                                        –¡Quiero una pistola cargada! –insiste              El comandante Víctor Hugo Moneda, un hombre
                                   Enrique.                                                 con 24 años encima como judicial del Distrito
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                                        –¡Dame tu arma! –se dirige a Arteaga.               Federal y devoto del ajedrez, atraviesa la nube de
                                        –No tengo arma –responde y muestra sus              policías. Siente la mano pegada a la cacha de la
                                   manos con varios anillos y una esclava de oro–.          .38 súper y sube por la escalera hacia el almacén
                                   Soy secretario del ministerio público.                   hasta dar con el largo pasillo donde se ha para-
                                        –Yo soy el ministerio público. Vamos a cui-         petado Enrique.
                                   dar que no te hagan nada –interviene Mota.                     Intenta mirar a través de la rendija de tela
                                        –¡Dame el arma! –repite su mantra el asal-          que deja al descubierto el ojo derecho de Enrique,
                                   tante.                                                   pero no alcanza a ver nada.
                                        –¿Cómo te llamas? –pregunta Arteaga–.                     En la penumbra, sólo presiente lo que supone
                                   ¿Cómo quieres que te diga? ¿Pancho? Te digo              es el kilo de acero negro y plomo apretado contra
                                   Pancho. Déjalos ir, Pancho.                              un hombre: la Baretta nueve milímetros. Esa
                                        –¡Me voy a matar, me cae de a madres que            pinche pistola de la que pende una vida, o dos.
        46                         me voy a matar! –y sacude a Octavio Cepeda.                    La de él mismo quizá.
noche de perros en buenavista
          –¡Me hacen algo y mato a este hijo de la chin-   la suya y la de Enrique, esa pinche arma que man-
     gada! –habla de nuevo Enrique, con la capucha         tiene a todos a raya en un pasillo angosto, con los
     negra y la pistola en la mano.                        funcionarios del ministerio público de su lado y
          –¡Ayúdenme, ayúdenme! –gime Cepeda.              el rehén del otro.
          –¡Cállate, hijo de la chingada! –dice y em-            Cuatro, cinco muertos es una posibilidad
     puja más la pistola contra la cabeza.                 real.
          –Si me agarran me mato y mato a este güey,             El policía concluye que con el rehén de por
     me llevo a quien sea – advierte y se asoma detrás     medio no puede disparar. Nunca había estado
     de Octavio Cepeda, fugazmente se apunta a la          en una situación en que estuviera impedido para
     cabeza.                                               hacer fuego.
          Están a cinco metros de distancia.                     –No has matado a nadie. Todo se puede




          Moneda mide la desventaja: cubierto por          arreglar, tenemos todo el tiempo del mundo.
                                                                                                                  | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009

     el cuerpo del rehén, el asaltante es quien puede      Todo se puede arreglar, no tengo prisa, aquí nos
     disparar. El policía, único armado en el pasillo,     podemos pasar toda la noche –habla Moneda, de
     entiende que la iniciativa no es suya.                frente al hombre de la capucha negra.
          –¡Qué pendejo fui! ¿Quién les avisó? ¡Puta             –Ya cálmate, yo no soy policía, nadie te va
     madre! –se lamenta Enrique.                           a tocar –complementa Arteaga.
          Moneda mide, calcula, resuelve: el opo-                –Él es el ministerio público –insiste y dirige
     nente es demasiado novato y se ha vuelto más          la mirada a Mota. Todos muestran sus creden-
     peligroso por ser impredecible. En cualquier          ciales y Moneda opta por enfundar la .38.
     momento, puede disparar a la nuca del hombre                –Si quieres yo me cambio por él –suelta Os-
     de traje que no deja de temblar, y luego evitar la    car Arteaga desde su metro con 60 centímetros
     prisión suicidándose. Tal vez peleando hasta el       de estatura y avanza con las manos extendidas
     final y disparando a los funcionarios y a él.         a los lados, en forma de cruz.
          El tiroteo sería complicado: sólo dos armas,           –¡Cálmate, cálmate! –ordena Moneda al                  47
funcionario del ministerio público, alarmado          que gime una y otra vez.
                                   por el súbito acto de heroísmo.                            –Yo me entrego contigo, déjalo ir –reitera
                                         El sudor es una llave que no deja de chorrear   Arteaga y vuelve a abrir los brazos.
                                   en Enrique. Sí, parece que acepta la orden de              Avanza hacia él. Enrique echa la cabeza
                                   Moneda. Y anuncia:                                    hacia atrás, se saca la capucha. Escurre el sudor
                                         –¡Voy a bajar, ahorita voy a bajar! –balbucea   de su cara, los ojos son dos telarañas rojas.
                                   el asaltante y da un paso al frente.                       –Ya entrégate, güey, aquí te apoyamos. Yo
                                         Policía y funcionarios se hacen a un lado.      soy comandante de la Policía Judicial –propone
                                         Pero Moneda sabe que no basta con salvar        Moneda.
                                   la vida del rehén. Y recuerda la decena de po-             –Él es el secretario –y dirige la mirada
                                   licías judiciales y uniformados escaleras abajo       a Arteaga–. A él le toca declararte, ya baja la
                                   apuntando hacia donde tendría que bajar el            pistola.
                                   secuestrador con un rehén cautivo.
                                         Y sabe que hay cientos de dedos tras los        Extenuado, vencido y sin venganza alguna,
                                   gatillos en la explanada. Y que alguno de ellos,      Enrique arroja la colilla. Está por bajar la pistola,
                                   tal vez, estaría lo suficientemente nervioso como     la Pietro Beretta que lo ha acompañado toda la
                                   para disparar.                                        noche. La pistola con la que buscaba cobrarse
                                         –Me voy a bajar, sé que me van a dar una        lo que dice que le hicieron. La nueve milímetros
                                   madriza, sé que me van a madrear. Sí voy a bajar,     que adquirió en Tepito y que ha sido su acompa-
                                   aunque me chinguen –anuncia Enrique en lo             ñante esta noche. La pistola que durante horas
                                   que ya no puede ser una venganza.                     mantuvo a raya a la policía.
                                         –¡Ni madres, cabrón, aquí nos quedamos!              Todavía con ella en la mano habla:
                                   –ordena el comandante Moneda a Enrique–.                   –No le quería hacer daño a nadie. Sólo fui
                                   ¡Aquí te tienes que entregar, allá abajo esto ter-    un pendejo –confiesa.
                                   mina de otra forma! Entrégate aquí.                        –Está bien, flaco, en verdad sales de ésta
                                         –¡¿Quién avisó, quién putas avisó?! ¡Soy un     –le promete Arteaga.
                                   pendejo! ¿Por qué me metí en esta pendejada?–so-           A punto de rendirse, todavía pone una
                                   lloza el asaltante. El hombre se resquebraja.         condición:
                                         –¡Estoy muy nervioso, muy nervioso, me               –No quiero que me reconozcan afuera. Yo
                                   van a chingar! –dice y todos saben que acorra-        trabajé aquí, por favor no dejen que me reconoz-
                                   lado puede aún ser más . Que el miedo puede           can. Ya me di, dejen ponerme el pasamontañas
                                   empujarlo a oprimir el gatillo de esa Baretta.        –suplica.
                                         Oscar Arteaga busca en la bolsa del pan-             Busca aire. Mira al techo. Duele el antebrazo
                                   talón la caja de Marlboro rojos, el encendedor        de tanto apretar la pistola. Empuja con el cañón
                                   y los lanza a los pies de Enrique.                    la cabeza de Cepeda.
                                         –Yo sé flaco. Cálmate. Nadie te va a tocar.          –Ya estás dado, déjate caer. Ponte tu ca-
                                   Fúmate un cigarro –dice Arteaga con voz sua-          pucha.
                                   ve–. Deja al rehén, yo me entrego contigo.                 Arteaga casi lo puede tocar. Enrique se
                                         –¡Me van a madrear, sé que me van a partir      cubre la cara por última vez. El secretario se
                                   mi pinche madre!                                      acerca y lo sujeta. Enrique le entrega el arma.
                                         Se acuclilla, saca un cigarro y lo enciende.    Moneda se acerca y toma la Pietro Beretta.
                                   Da apresuradas bocanadas, jadea a través del               No lo puede creer. La noche aún le depara
| EMEEQUIS | 27 de abril de 2009




                                   filtro.                                               una sorpresa. La siente liviana, como si flotara.
                                         Y en la derrota, busca su última salida:        Es un arma con todas las formas, los grabados, el
                                         –Mátenme ya –dice sin siquiera alzar la         diseño y la línea de cualquier Pietro Beretta.
                                   voz, que para entonces se ha convertido en un              Una nueve milímetros de punta a punta.
                                   terrón quebrado que parece no ir dirigida a los            Pero ya en sus manos, Moneda sabe que esa
                                   policías. Habla en una especie de susurro. Como       arma, como todas las que usaron esa noche los
                                   si se dirigiera a sí mismo.                           asaltantes, es falsa.
                                         –Del reclusorio sales, pero del hoyo no              –¡Es de juguete! –suelta Moneda, quien
                                   –suelta Mota.                                         luego sabría que la única arma real que tuvieron
                                         Están a tres metros de Enrique. Funciona-       los asaltantes fue la del policía Ángel, la misma
                                   rios y policía hablan en turnos.                      que Emmanuel vació sin querer en el restaurante
                                         Pero aunque Enrique ha lanzado su rendi-        del Sanborns esta noche.
        48                         ción la pistola sigue ahí, en la cabeza de Octavio,        Una noche de perros.
noche de perros en buenavista
                    Epílogo




    Minutos después de que el episodio acabó,
    Enrique Mejía Bello identificó en el ministe-
    rio público a sus. “Este no fue, esa nada tuvo
    que ver. Ese sí, éste también”, dice con aire
    aliviado apuntando con el dedo a su amigo
    de la infancia Emmanuel Pérez Sánchez, a
    su conocido Oscar Reyes. También a Juan
    Huerta y Enrique Enríquez, los otros asal-
    tantes de ocasión a quienes conociera cinco
    horas atrás.
         El 4 de noviembre, los cinco iniciaron
    su proceso formal de prisión en el Reclusorio
    Norte, acusados de robos calificados diver-
    sos, tentativa de robo en agravio del estable-
    cimiento mercantil y secuestro. Tal vez se les
    sume el delito de lesiones. Podrían recibir una
    pena de decenas de años en prisión.
         Roberto, el padre de Enrique, sacó las
    pocas cosas que su hijo tenía en el departa-
    mento de Callejón del 57, incluido un libro
    de Carlos Fuentes. Su historia fue contada
    por conocidos y empleados del Sanborns que
    pidieron no publicar su nombre, por Víctor
    Hugo Moneda Rangel, comandante en jefe
    de la Policía Judicial; Pascual Enrique Mota,
                                                      | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009

    agente del ministerio público en Cuauhté-
    moc; Oscar Arteaga, secretario del minis-
    terio público, y Ángel Dorantes, el policía
    auxiliar. ¶


    Posdata abril 2009: los cinco asaltantes ya
    fueron condenados. Recibieron una sentencia
    de mil años de prisión. El comandante Víctor
    Hugo Moneda fue asesinado el 8 de diciembre
     de 2008 por sicarios contratados por uno de
        los comandantes de la Policía Judicial que
                            eran sus subalternos.           49

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  • 1. Premio Nacional de Periodismo 2008 | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 Con este texto, publicado originalmente en la edición número 146 de emeequis, nuestro compañero Humberto Paggett —a quien felicitamos ampliamente— fue distinguido la semana 38 pasada con el Premio Nacional de Periodismo 2008 en la categoría de crónica.
  • 2. Unanochede noche de perros en buenavista Perrosenel sanborns La historia que leerán es verídica, intensa, triste. Como en la reconocida película Tarde de perros, protagonizada por Al Pacino, se narra el caso real de un pequeño grupo de delincuentes inexpertos, de poca monta, que deciden cometer un asalto. La noche del 29 de octubre de este 2008 una pandilla de ladrones improvisados intentó un robo inédito en la historia de la ciudad de México. Entraron al Sanborns | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 de Buenavista, al norte del DF, y tomaron 23 rehenes, se enfrentaron a la policía… y tuvieron un final que pocos, muy pocos podrían esperar. Por Humberto Padgett padgett@m-x.com.mx Ilustraciones: Leticia Barradas 39
  • 3. Esta noche, la del 29 de octubre de 2008, Enrique momento. Sabe que no puede, que la vida del ya sabe lo que es tener al destino en su contra. rehén está de por medio. En su mano, una Pietro Baretta nueve mi- –¡¿Por qué me metí en esto?! ¡Qué pendejo límetros es la única llave para salir de la trampa soy, qué pendejo soy! –se repite Enrique con un que él mismo había tejido. jadeo a todo galope. –¡Aléjate o mato a este cabrón! ¡Te juro que Nada interrumpe el delgado gemido de su lo mato! –aúlla, rompe los oídos de quienes a rehén, Octavio Cepeda, como si el chillido fuera unos metros buscan que retire el arma de la nuca una válvula de escape y su cabeza una olla cer- de Octavio. cana al estallido. Jadeante y tembloroso, Enrique aprieta aún Lo es. más el enorme cañón contra la cabeza de su rehén. –¡Tranquilo, no has matado a nadie, to- El único que le queda. Su tabla de salvación para davía sales de ésta, cabrón! –busca calmarlo salir de esa “pendejada” en la que se ha metido. Moneda. Ni siquiera él sabe de dónde obtiene aún De súbito, Enrique asoma medio cuerpo fuerzas para advertir, para amenazar: detrás de Octavio. Pero aún se halla demasiado –¡Voy a matar a este cabrón! ¡Aléjate o cerca. La pistola de Enrique, esa maldita pistola, mato a este cabrón! –grita Enrique al único todavía está dirigida a esa cabeza que no deja de policía armado que había en el corredor. Un temblar encima del traje oscuro. policía que, con la paciencia de un ajedrecista La yema del índice hormiguea sobre el como lo es él, sólo espera el momento oportuno gatillo. Enrique tiembla, tiembla tanto que en para actuar. cualquier instante puede estallar. Lleva Enrique más de una hora de ir y venir –¡Mátenme, hijos de la chingada! –grita con por el Sanborns de Buenavista. Presiente que está esa voz que para entonces ya es pastosa. solo, que, abajo, sus cuatro compañeros están –¡Nadie te va a matar, flaco! –suelta Óscar ya muertos. Y planea ir a la azotea (¿Para qué? Arteaga, secretario del ministerio público con- Quién sabe), escudado en Octavio, ese empleado vertido de repente en un hábil negociador. bancario que tuvo la mala idea de meterse a comer –¡Me van a partir la madre, abajo me van a algo la medianoche del 29 de octubre. chingar. Yo lo sé, yo lo sé! ¡Pendejo! –se maldice –¡Quítenme al francotirador! ¡Quítenlo! Enrique. –grita, suponiendo que en alguna parte del La capucha ya está empapada con un sudor Sanborns de Buenavista algún policía está a la pegajoso y una comezón furiosa lo ataca. Quiere caza de su cabeza, de su cuerpo, esperando el arrancársela. Piensa en rendirse, necesita dejarse momento preciso para matarlo. Para terminar caer. Correr. Morir. con esa noche de perros. No entiende cómo la noche fue quebrada No le falta razón. Decenas de uniformados por las luces rojas y negras. Tiembla. No sabe han hecho del Sanborns una ratonera sin salida, quién habló a la policía, no sabe cómo, a la una sin escape alguno. de la mañana con 40 minutos, todo se convirtió Por eso Enrique suda, grita, amenaza con en una pesadilla. matar a Octavio, con apretar el gatillo de la nueve Respira hondo. Da un paso al frente. La mano milímetros que en su mano se mueve tembloro- izquierda atenaza el cuello del saco de su rehén. samente. Por eso estira el pasamontañas negro Está a cinco metros del policía y los funcionarios para dejar al descubierto sólo el ojo derecho. del ministerio público. Éstos saben que la rendi- | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 Pero nadie entiende por qué, de pronto, exige ción está cerca. Tanto como la muerte. otra arma. Enrique se detiene. Por un segundo deja de –¡Denme un arma cabrones! ¡Que me den apuntar al rehén y se encañona la sien derecha. un arma, cabrones! –ordena en medio de la lo- Brama en la nuca de Cepeda. cura. –¡Voy a matarlo y luego me mato yo! Pero en ese pasillo en el que están frente a En la penumbra, el blanco de su ojo derecho frente sólo hay otra pistola: la del comandante destella. Víctor Hugo Moneda, ansioso de que Enrique asome la cabeza lo suficiente, detrás de su rehén, ✱✱✱ para pegarle en media frente con la .38 Súper. Enrique Mejía Bello siempre fue vendedor ambu- La mirada de Moneda busca el hueco propi- lante en el centro de la ciudad de México. Vendía cio. Su mano, sin embargo, se mantiene pegada pilas, carpetas para discos compactos y cintas 40 a la automática. Quisiera matarlo en este mismo adhesivas en dos puestos que ponía y quitaba
  • 4. noche de perros en buenavista de la calle de El Carmen, casi esquina con Justo el estómago. Con el único familiar con el que Sierra hasta que, junto con miles de informales, mantiene contacto es con su padre: Roberto, un fue echado de las calles por el gobierno del Distrito hombre de sesenta y pico de años. Federal el 12 de octubre de 2007. En las semanas que siguieron al desalojo de Sin opción para acomodarse en alguna de los vendedores ambulantes, Roberto, de hecho, las plazas en que las autoridades ubicaron a los se hizo cargo de los gastos de su hijo, incluida su comerciantes, Enrique, de 33 años, buscó su parte de la renta del departamento del Callejón primer trabajo formal. del 57. Se retrasaba en ocasiones con el pago, pero Había acordado ya con Mario, un amigo invariablemente se ponía al corriente. Pasaba vendedor, aportar la mitad de la renta de un poco tiempo ahí. departamento en el Callejón del 57, a la vuelta Hay algo más en lo que están de acuerdo de la Cámara de Senadores y del abandonado sus conocidos: tiene éxito con las mujeres y es Teatro Fru Fru. cariñoso con los niños, particularmente con la El alquiler de 3 mil 200 pesos mensuales pequeña del matrimonio con el que compartía se partió a la mitad y le tocó ocupar el cuarto casa. que divide la recámara principal de la cocina, “Es seguro de sí mismo. Es tranquilo, cuida dominada por un refrigerador que sirve de base a la gente que quiere. Es atento y respetuoso. El para cinco figuras de diferentes tamaños de San no era un asaltante. Tal vez se desesperó, la culpa –¡Quítenme al francotirador! ¡Quítenlo! –grita, suponiendo que en alguna parte algún policía está a la caza de su cabeza, esperando el momento preciso para matarlo. Para terminar con esa noche de perros Judas Tadeo, el santo de las causas difíciles. la tiene el gobierno de Marcelo Ebrard que nos Enrique vestía al estilo vaquero: botas de dejó sin trabajo”, comenta el matrimonio con piel, pantalones de mezclilla y camisas a cuadros el que vivió. que llevaba bajo una chamarra negra de cuero. Cuando Enrique se vio en la calle, pero sin Le gustaba la cerveza oscura de barril y fumaba chance de colocar su puesto de mercancías, acu- ocasionalmente. Carnívoro, consumidor voraz dió a una feria del empleo organizada por San- de milanesas y bisteces, era delgado y siempre borns. Corrió con suerte. Fue aceptado y el 14 de mostraba un aspecto aseado. Tenía también noviembre de 2007 se hizo cargo del mostrador un extraño hábito entre los ambulantes: leer de aparatos de sonido en la sucursal de Buena- con fruición periódicos, novelas e historia de vista, a unos pasos del Museo del Chopo y de la | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 México. Ha dejado inconcluso algún libro de sede nacional del PRI. Nada sabía de electrónica, Carlos Fuentes. pero tiene habilidad para aprender rápido sobre De piel morena, estilaba usar una barba ce- lo que sea. rrada en forma de candado. Se peinaba el cabello En septiembre de este 2008, la sucursal negro de lado después de colocarse los lentes de fue asaltada. La investigación interna detectó contacto. que Enrique había mentido y proporcionado Enrique es divorciado y tiene dos hijos pe- datos falsos de su domicilio, además de que el queños, niño y niña, inscritos en el primer año día del robo faltó al trabajo. No se le indagó pe- de primaria y el kínder, pero no los ve frecuen- nalmente, pero la empresa lo despidió por falta tamente. Su matrimonio ocasionó que cinco de confianza. años atrás rompiera con sus dos hermanas y su Dice otro conocido de Enrique: único hermano varón, según cuenta una de ellas. “Se enojó, pero se dedicó a buscar trabajo. La madre había muerto años antes de cáncer en No encontró nada. Se enojó más. Nunca comentó 41
  • 5. lo del robo, pero sí que fue injusto el despido. las pistolas, todas escuadras negras de nueve Siempre me pareció inteligente. Aunque ya no milímetros. sé, después de la pendejada que cometió”. “El líder” garabatea un muy resumido cro- Y, según la investigación, a finales de ese quis del sitio y entre todos detallan el plan. septiembre propuso a Emmanuel Pérez, un amigo Quince minutos después se sienten seguros de la infancia, un trabajito: “Qué poca madre, si y, aún temprano, matan, es un decir, tres horas yo no hice nada. Se las voy a hacer efectiva. Para de tiempo alrededor de los decorados arabescos que hablen con provecho. Vamos a pegarles”. del Kiosko Morisco de la Alameda de Santa María La Ribera. ✱✱✱ Después de la medianoche, se dividen: Juan, La noche del miércoles 29 de octubre es fría, como Oscar y El Gordo suben a la camioneta. Manejan si el invierno secuestrara por algunas horas al pocos minutos. Toman la calle de Amado Nervo y otoño. Cinco personas se reúnen a las nueve de la dan vuelta en Mariano Azuela, paralela a Insur- noche afuera del Metro Revolución. El objetivo: gentes y única entrada a esa hora al Sanborns. asaltar el Sanborns. Ingresan al estacionamiento y reciben el El grupo se presenta: Enrique, Emmanuel, boleto del empleado de caseta. Caminan hacia la Juan, Óscar y Enrique Enríquez, El Gordo. puerta de vidrio y siguen al restaurante, contiguo Enrique mete la mano a la bolsa de la su- al bar, vacío a esa hora. dadera con bolsas al centro y muestra su pa- Al mismo tiempo, Enrique y Emmanuel samontañas, Emmanuel lleva otro. Juan, Oscar caminan a la esquina de Insurgentes y Amado y El Gordo entrarán como clientes a las 12:30, Nervo. Esperan una llamada. pasada la media noche, cuando imaginan que la Los otros tres ya están sentados. Han pedido caja fuerte del Sanborns Buenavista estará llena algo de comer. Oscar se levanta de la mesa y ca- con el dinero del día. mina hacia la cocina, cerca del área de monitores. Será un robo fácil. Poca gente a la que so- Encuentra la cámara de vigilancia que enfoca el meter. Saben a qué hora cierra la caja. Tráfico comedor y la desvía hacia la farmacia. Marca de casi inexistente alrededor de la sucursal frente su teléfono celular a Emmanuel. al PRI nacional. –Ya está lista. Entren –dice en voz baja. –Necesitamos un vehículo. Necesitamos más personas –le había dicho un día antes En- Enrique y Emmanuel se colocan los pasamon- rique a Emmanuel, quien incluyó en el plan a tañas. Caminan aprisa hacia Mariano Azuela y Oscar Reyes, conocido mutuo, y a Juan Huerta siguen el muro de altas paredes pintadas de rojo y a El Gordo, a los que Enrique daría la mano por vino. A la derecha, los pocos clientes del Bar Tito’s primera vez la noche del asalto. ven correr a dos sombras. Este día Enrique ha dejado el estilo vaquero y A las 12:45 de la noche, intentarán un robo se disfraza de bandido. Viste pantalón comando histórico en la ciudad de México. Nadie antes negro, una playera negra estampada con la palabra había asaltado un negocio de ese tamaño to- “virus”, como si estuviera grafiteada y, debajo de mando rehenes. ésta, otra roja de manga larga. Calza botas negras de policía y presume un pasamontañas. ✱✱✱ Emmanuel, pasado de peso y el cabello re- El único policía de guardia en el Sanborns Bue- lamido hacia atrás, lleva otra capucha que se navista es un hombre de redondo vientre lla- | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 acomoda a manera de gorro. mado Ángel Dorantes. Está adscrito a la Policía Sólo falta pasar por la camioneta a la colo- Auxiliar y su foja registra 16 años de servicio y nia Santa María La Ribera. Caminan por Ribera 55 de edad. de San Cosme y doblan en la calle de González A la medianoche del 29 de octubre le faltan Martínez. Avistan una camioneta Econoline nueve horas para salir de su turno. A la mañana blanca con franjas azules y placas de Tamauli- siguiente piensa ayudar a Cira, su mujer, con pas, propiedad en apariencia del patrón de uno algunas tareas del hogar, en Acolman, estado de de ellos. México. Trotará unos dos kilómetros y descan- Suben y dejan atrás las torres metálicas del sará el resto del día hasta el siguiente, en que debe Museo Universitario. Revisan la herramienta presentarse en la tienda de Insurgentes. para forzar la caja de seguridad: un esmeril y dos Cansado, hace el último recorrido por la alicatas de un metro y 80 centímetros que Enri- tienda. Faltan 15 minutos para la una de la ma- 42 que ha comprado días atrás en Tepito. También ñana y para el cierre del negocio. Se enfila a la
  • 6. noche de perros en buenavista entrada tres, la única abierta a esa hora. Desde el a los ladrones. estacionamiento, Enrique y Emmanuel observan Pero en esta medianoche, Ángel ha sido lle- la amplia silueta y corren hacia él. vado a empellones al interior del negocio que cui- El policía escucha por detrás las pisadas da, desarmado y golpeado con su propia pistola, aceleradas. Siente dos hombres sobre su cuerpo. enceguecido por su propia sangre y el mareo. Emmanuel lo sujeta por el cuello y lo aprieta con- Avanzan los dos hombres encapuchados. tra su pecho. Enrique toma el revólver de Ángel, Emmanuel recuerda que hay un encargado de un .38 especial, lo levanta sobre su cabeza y azota la caseta y lo amaga. la cacha arriba de la ceja derecha. Siguen a la entrada, cuando se topan de –¡Cálmate! No venimos por ti –dice uno frente a una mujer, Irma Guerrero y el capitán del de ellos. ejército Javier Solís. Los encañonan y entran. –¡Está bien! ¡Ya, ya, ya! ¡Me chingaron! –se Enrique mira de reojo el departamento de doblega el policía. El aire desaparece. audio y video, en el que trabajó 10 meses has- ta que, injustamente según él, lo acusaron de Ángel trabaja en el Sanborns Buenavista robo. desde enero de 2008. Se hizo policía cuando la | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 fábrica en que trabajaba cerró y se quedó con ocho ✱✱✱ niños regados en todos los grados escolares. La Su irrupción fue explosiva: opción que tuvo fue pedir trabajo en Seguridad –¡Ponme a todos en el piso! –ordena En- Pública y lo consiguió. rique a Oscar. Su pequeña gloria llegó durante otro asalto, Ahí, Enrique reconoce a Rosario, la mese- años atrás e, irónicamente, también a un San- ra. Y a todas sus compañeras: a la cocinera que borns. Aquella vez también fueron cinco los asal- siempre tiene cara de desvelada; al gerente encar- tantes que entraron a la sucursal de Lindavista y gado que no deja de tartamudear susurros para cinco policías los que fueron detrás de ellos. La sí mismo. A la de perfumería y al de la farmacia. persecución duró más de una hora, hasta que los Observa a unos pocos clientes, incluido uno de asaltantes se internaron en un fraccionamiento traje oscuro, que luego se sabrá es un empleado del rumbo. Intercambiaron disparos y rindieron de banco llamado Octavio Cepeda. 43
  • 7. “Uno, dos, tres, cuatro, cinco…” por otros cuatro de ancho. Suman: tienen a 24 rehenes, la mayoría em- Les sujetan las manos por la espalda con pleados de la tienda y el restaurante. Y a todos cinta canela. En los lockers, junto a la bodega de ellos Emmanuel les ordena: artículos nuevos, Emmanuel deja el botín logrado –¡Las manos a la nuca! hasta ese momento: 12 mil pesos en billetes y Óscar, el más joven y vestido de negro; El aparatos electrónicos usados. Gordo, con camisa de cuadros pequeños, y Juan, Alguien revisa a Ángel. Lo toma por el codo de cabello largo, playera verde con azul y pants y lo lleva al vestidor del primer piso. Le quitan rojo, se les unen. Enrique se acerca a ellos y les el chaleco antibalas. En el cuarto diminuto es susurra: arrinconado con media docena de empleados. –No traen los pasamontañas, pendejos. Nadie habla. Sollozos. Bocabajo, sus corazones Sostiene la pistola negra al frente. Esa nueve amartillan el piso. milímetros en la que tiene depositada su vengan- El Sanborns de Buenavista es de los cinco za. Los otros sacan las suyas de entre las ropas. ladrones. O eso piensan ellos. –¡Nadie se mueva, hijos de la chingada! En la enorme tienda, desconocida para casi –grita Emmanuel al otro lado de las mesas. todos los asaltantes, dos empleados se ocultan tras aparadores, bajo las mesas. Uno de ellos se Curiosea con el revólver y decide asegurase que arrastra hasta alcanzar el bar, contiguo al restau- la pistola del policía esté bien cargada. Abre el rante, vacío como siempre, y toma el teléfono. tambor. Levanta el arma apuntando al techo por Marca el 060, número de emergencia. encima de su cabeza encapuchada y se asoma por los agujeros. ✱✱✱ Inexperto al fin y al cabo, las balas se res- La caja fuerte fulgura, como si fuera fosfores- balan, le caen encima. Apresurado, confundido, cente. Enrique, Juan y El Gordo se acercan. las busca en el piso, las recoge y las mete en una –¿Y las herramientas? –pregunta Enri- bolsa del pantalón. En la otra se guarda el revólver. que. Piensa que es mejor continuar con la escuadra. Craso error. Recuerda que ahí se encuentra Ángel, el –Pues en la camioneta, güey –le dice El policía. Gordo, buscando justificar su olvido. –¡Tú también al piso, cabrón, con la cara –¿Y si mejor la abrimos a patadas? –propone al suelo! –le ordena. Pero el hombre sólo atina Enrique. Lo escuchan algunos empleados, cada a dejarse caer en una silla. Jadea. La cara está vez más confundidos. No saben si bromea. ensangrentada. –Qué pendejos. Mejor vayan por las cosas Los ladrones se miran entre sí. –pide a Juan y a El Gordo. –¡Al suelo! –le repiten, pero la voz es baja. Ángel se arrellana en el piso. Camina 25 pasos entre los anaqueles cuando Emmanuel desiste y opta por esculcar los se detiene súbitamente a pocos metros de la bolsillos de las personas en el suelo. Saca otro ventana de vidrio. pasamontañas para que ahí se depositen carteras, Sus gruesas mejillas se sacuden, sus rodillas relojes y celulares. Enrique mira el reloj: la una casi se quiebran y sus ojos revientan: no hay de la mañana. punto en el universo visible en que no haya un Enrique y Emmanuel resuelven que es mejor cañón apuntando a su cabeza. | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 distribuir a las personas. Sin saberlo, se convier- Las piernas se le hacen de plastilina. Las ten en secuestradores. Toman a media docena aprieta, da media vuelta y como nunca corre, de rehenes y los llevan hacia una puerta imper- corre, corre hacia el restaurante. ceptible, en el límite de la librería y la pastelería, Decenas de policías judiciales, preventivos repleta de pan de muerto. y del grupo especial de Seguridad Pública entran Pasan el umbral y sienten de golpe el olor de en estampida. la carne refrigerada. Siguen hacia una escalera Emmanuel y Juan se envalentonan. Orde- blanca y dan vuelta en el descanso, coronado nan a las 17 personas que ahí tienen arrastrarse por una Virgen de Guadalupe cubierta por una a la entrada del restaurante. cortinilla. Toman a Rosario, una mesera, y la bajan a Continúan hacia el pasillo de bodegas y tropezones por los cuatro escalones que dividen servicios. Meten a las personas al vestidor del el bar y el restaurante del resto de la tienda. 44 personal, un cuarto de cuatro metros de lado La mujer, vestida de tehuana, queda con
  • 8. noche de perros en buenavista la cara hacia el estante de bisutería: canicas emplazadas por las de Santa Claus. de plástico imitación perlas, piedras pintadas Da dos o tres pasos al frente. Se rasca la de verde que simulan jade, pedazos de vidrio cabeza cubierta de tela negra. Juan, más pequeño cortados como diamante. y delgado, intenta colocarse detrás. Apunta el Emmanuel tuerce el brazo izquierdo de arma a Rosario. Rosario hacia la espalda, el mismo que meses –¡Por favor, no, por favor! –solloza Ro- antes se le había fracturado. La mujer escucha sario. nuevamente el crujido de su hueso. Crack. El –Suéltalos y vamos viendo –repone un po- alarido llena la tienda. licía preventivo. Los ladrones deciden levantar El Gordo y Oscar se alarman, toman previ- no a dos, sino a tres mujeres. siones y, en silencio, se acuestan boca abajo, junto –Ahí tienes, dame el arma –exige Emma- a los rehenes. Como si ellos también lo fueran. nuel al agente del ministerio público. Se hume- Los otros actúan distinto. Juan se lleva las dece la lengua. Ladea la cabeza. manos al pelo. Emmanuel busca en qué parte Algo observa entre los policías que lo hace de la lengua se le atoran las palabras. Bajan y caminar de nuevo hacia el frente. Juan lo mira suben las armas. Apuntan a los policías. A los azorado. Cuando trata de regresar, un policía rehenes. Apuntan a un policía, a otro. le sujeta por el cuello justo como él hiciera una Ahí, en la tienda, parapetados entre los hora antes con Ángel. Levanta el arma apuntando al techo por encima de su cabeza. Inexper- to, las balas se resbalan, le caen encima. Apresurado, confundido, las busca en el piso, las recoge y las mete en una bolsa del pantalón estantes, 50 policías prestos a atacar. Esperan Juan no termina de seguir la caída de su la orden. compañero cuando levanta las manos en ren- Enrique se escabulle a la pastelería. dición y cae embestido por otros tres policías. Mientras, Emmanuel propone un canje: Éstos optan por dar a todos los presentes trato –Les doy dos personas si me dan un arma – de secuestradores y no de secuestrados. dice, aún encapuchado. Apenas se le escucha. Pero antes de salir del Sanborns, en la fila –¡Entrégate, pendejo! –le dice un jefe de de 20 detenidos, alguien grita: “Esos cabrones la policía preventiva. también son asaltantes”. –¡Los mato, me cae de a madre que los mato! El Gordo y Oscar, que pretendían pasar –grita Juan. La pistola tiembla. como víctimas, son señalados por decenas de | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 –¡Te doy dos cabrones! –repite Emma- dedos y, enseguida, por los cañones de pis- nuel. tolas. Entran entonces el jefe de grupo de la judi- La noche se ha hecho negra. Enrique hurga, cial en Cuauhtémoc, Juan Morales; el agente del pase su mirada por acá y allá, busca una salida. ministerio público en esa delegación, Pascual Cree que su única oportunidad está en seguir Mota, y el secretario de esta misma oficina, con el grupo de secuestrados del primer piso. Oscar Arteaga. A zancadas, sube la escalera. –Tranquilo, nosotros somos del ministerio En el vestidor, el policía Ángel calcula que público y te aseguramos que no pasa nada –habla han sido 20 minutos de taquicardia, adrenalina Arteaga por primera vez. y de ese pinche dolor en las manos entrelazadas Emmanuel se acerca a los policías. A su en la nuca. Piensa en Cira y en sus ocho hijos. izquierda están las máscaras de hule y las ca- Cuatro asaltantes han sido detenidos labazas de Halloween, a pocos días de ser re- Sólo quedan Enrique y su venganza. 45
  • 9. Si el dedo tiembla tanto como la muñeca, ✱✱✱ piensan Mata y Arteaga, el cerebro de ese hombre Largos, eternos minutos son rotos por el grito estará en la pared en cualquier momento. de Enrique: –¡Quiero verlos! –pide Enrique. Los tres –¡Quiero un arma! –exige con el amparo hombres vestidos de civil se acercan y se abren que le dan los rehenes que le quedan. los sacos, se exhiben desarmados. –¿Cuántas armas tienes? –pregunta un –Quiero salir a la azotea –desliza Enri- policía preventivo de apellido Rueda. que. –Una. Mándame otra arma, pero cargada. –Tranquilo, flaco. Es un robo. Nadie ha –¿Para qué quieres el arma? –preguntan muerto, no hay lesionados. No hagas la bronca con sorpresa del otro lado más grande. Suelta a la gente. Tienes mujeres. –¡Mándamela, cabrón! –la voz es una liga ¿Qué vas a hacer en la azotea? No hay nada. cerca de reventar. ¿Aventarte? –sigue Arteaga. –¿Cuántos niños tienes? La opción de aceptar la exigencia de Enri- –Ninguno, no hay niños. ¡Que me des el que de salir a la azotea es viable. La puerta está arma! abierta y desde el pasillo se observa despejada. –¿Tienes mujeres? Pero hay varios policías pegados a la pared. Ese es –¡Sí, cabrón, sí hay mujeres! ¡Dame la pinche un problema. Al salir, se le dispararía al asaltante pistola! –dice y estalla. de lado y casi a quemarropa. –¿Qué necesitas para soltar rehenes? –vuel- Enrique se da cuenta que Ángel sangra y le dice ve a plantear Arteaga. que se vaya. Tambaleante, el policía baja por las –No ver francotiradores –dice Enrique su- escaleras. En la ambulancia se encuentra con poniendo que alguien podría apuntarle. Tiene Rosario y su brazo roto y a otras dos mujeres en razón. Momentos antes de que los funcionarios medio de una crisis nerviosa. Él tiene el cuello subieran, Mota se puso de acuerdo con un po- maltrecho y necesita cuatro puntos de sutura licía especializado. A su indicación, entraría y en la frente. lo mataría. Morales, Mota y Arteaga suben por la es- –Muy bien –dice Mota y llama al francotira- calera. Después de un pasillo corto encuentran dor, que aparece con las manos vacías, pero con algunos cuartos y una vuelta que lleva hacia la arma oculta en una pierna. El ministerio público azotea; otra da a un pasillo de 10 metros de largo le ordena que salga. con cuartos al lado y al vestidor en donde aún Enrique acepta. Nunca pensó que llegaría están bocabajo cinco personas. hasta ahí. La presión comienza a aflojarlo. Y ante La sexta persona es Octavio Cepeda, un el retiro del francotirador corresponde: permite empleado bancario convertido en el escudo de la liberación de los secuestrados. Enrique. Al verlos en el pasillo, el asaltante aprieta Deja salir a todos, menos a Cepeda. Lo lleva más la nueve milímetros contra la cabeza de de un lado a otro. Hace una nueva petición: Octavio. –¡Mátenme! ¡O yo voy a matar a este ca- Todos saben que son instantes decisivos. brón! Que no hay vuelta atrás. –¡Quiero una pistola cargada! –insiste El comandante Víctor Hugo Moneda, un hombre Enrique. con 24 años encima como judicial del Distrito | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 –¡Dame tu arma! –se dirige a Arteaga. Federal y devoto del ajedrez, atraviesa la nube de –No tengo arma –responde y muestra sus policías. Siente la mano pegada a la cacha de la manos con varios anillos y una esclava de oro–. .38 súper y sube por la escalera hacia el almacén Soy secretario del ministerio público. hasta dar con el largo pasillo donde se ha para- –Yo soy el ministerio público. Vamos a cui- petado Enrique. dar que no te hagan nada –interviene Mota. Intenta mirar a través de la rendija de tela –¡Dame el arma! –repite su mantra el asal- que deja al descubierto el ojo derecho de Enrique, tante. pero no alcanza a ver nada. –¿Cómo te llamas? –pregunta Arteaga–. En la penumbra, sólo presiente lo que supone ¿Cómo quieres que te diga? ¿Pancho? Te digo es el kilo de acero negro y plomo apretado contra Pancho. Déjalos ir, Pancho. un hombre: la Baretta nueve milímetros. Esa –¡Me voy a matar, me cae de a madres que pinche pistola de la que pende una vida, o dos. 46 me voy a matar! –y sacude a Octavio Cepeda. La de él mismo quizá.
  • 10. noche de perros en buenavista –¡Me hacen algo y mato a este hijo de la chin- la suya y la de Enrique, esa pinche arma que man- gada! –habla de nuevo Enrique, con la capucha tiene a todos a raya en un pasillo angosto, con los negra y la pistola en la mano. funcionarios del ministerio público de su lado y –¡Ayúdenme, ayúdenme! –gime Cepeda. el rehén del otro. –¡Cállate, hijo de la chingada! –dice y em- Cuatro, cinco muertos es una posibilidad puja más la pistola contra la cabeza. real. –Si me agarran me mato y mato a este güey, El policía concluye que con el rehén de por me llevo a quien sea – advierte y se asoma detrás medio no puede disparar. Nunca había estado de Octavio Cepeda, fugazmente se apunta a la en una situación en que estuviera impedido para cabeza. hacer fuego. Están a cinco metros de distancia. –No has matado a nadie. Todo se puede Moneda mide la desventaja: cubierto por arreglar, tenemos todo el tiempo del mundo. | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 el cuerpo del rehén, el asaltante es quien puede Todo se puede arreglar, no tengo prisa, aquí nos disparar. El policía, único armado en el pasillo, podemos pasar toda la noche –habla Moneda, de entiende que la iniciativa no es suya. frente al hombre de la capucha negra. –¡Qué pendejo fui! ¿Quién les avisó? ¡Puta –Ya cálmate, yo no soy policía, nadie te va madre! –se lamenta Enrique. a tocar –complementa Arteaga. Moneda mide, calcula, resuelve: el opo- –Él es el ministerio público –insiste y dirige nente es demasiado novato y se ha vuelto más la mirada a Mota. Todos muestran sus creden- peligroso por ser impredecible. En cualquier ciales y Moneda opta por enfundar la .38. momento, puede disparar a la nuca del hombre –Si quieres yo me cambio por él –suelta Os- de traje que no deja de temblar, y luego evitar la car Arteaga desde su metro con 60 centímetros prisión suicidándose. Tal vez peleando hasta el de estatura y avanza con las manos extendidas final y disparando a los funcionarios y a él. a los lados, en forma de cruz. El tiroteo sería complicado: sólo dos armas, –¡Cálmate, cálmate! –ordena Moneda al 47
  • 11. funcionario del ministerio público, alarmado que gime una y otra vez. por el súbito acto de heroísmo. –Yo me entrego contigo, déjalo ir –reitera El sudor es una llave que no deja de chorrear Arteaga y vuelve a abrir los brazos. en Enrique. Sí, parece que acepta la orden de Avanza hacia él. Enrique echa la cabeza Moneda. Y anuncia: hacia atrás, se saca la capucha. Escurre el sudor –¡Voy a bajar, ahorita voy a bajar! –balbucea de su cara, los ojos son dos telarañas rojas. el asaltante y da un paso al frente. –Ya entrégate, güey, aquí te apoyamos. Yo Policía y funcionarios se hacen a un lado. soy comandante de la Policía Judicial –propone Pero Moneda sabe que no basta con salvar Moneda. la vida del rehén. Y recuerda la decena de po- –Él es el secretario –y dirige la mirada licías judiciales y uniformados escaleras abajo a Arteaga–. A él le toca declararte, ya baja la apuntando hacia donde tendría que bajar el pistola. secuestrador con un rehén cautivo. Y sabe que hay cientos de dedos tras los Extenuado, vencido y sin venganza alguna, gatillos en la explanada. Y que alguno de ellos, Enrique arroja la colilla. Está por bajar la pistola, tal vez, estaría lo suficientemente nervioso como la Pietro Beretta que lo ha acompañado toda la para disparar. noche. La pistola con la que buscaba cobrarse –Me voy a bajar, sé que me van a dar una lo que dice que le hicieron. La nueve milímetros madriza, sé que me van a madrear. Sí voy a bajar, que adquirió en Tepito y que ha sido su acompa- aunque me chinguen –anuncia Enrique en lo ñante esta noche. La pistola que durante horas que ya no puede ser una venganza. mantuvo a raya a la policía. –¡Ni madres, cabrón, aquí nos quedamos! Todavía con ella en la mano habla: –ordena el comandante Moneda a Enrique–. –No le quería hacer daño a nadie. Sólo fui ¡Aquí te tienes que entregar, allá abajo esto ter- un pendejo –confiesa. mina de otra forma! Entrégate aquí. –Está bien, flaco, en verdad sales de ésta –¡¿Quién avisó, quién putas avisó?! ¡Soy un –le promete Arteaga. pendejo! ¿Por qué me metí en esta pendejada?–so- A punto de rendirse, todavía pone una lloza el asaltante. El hombre se resquebraja. condición: –¡Estoy muy nervioso, muy nervioso, me –No quiero que me reconozcan afuera. Yo van a chingar! –dice y todos saben que acorra- trabajé aquí, por favor no dejen que me reconoz- lado puede aún ser más . Que el miedo puede can. Ya me di, dejen ponerme el pasamontañas empujarlo a oprimir el gatillo de esa Baretta. –suplica. Oscar Arteaga busca en la bolsa del pan- Busca aire. Mira al techo. Duele el antebrazo talón la caja de Marlboro rojos, el encendedor de tanto apretar la pistola. Empuja con el cañón y los lanza a los pies de Enrique. la cabeza de Cepeda. –Yo sé flaco. Cálmate. Nadie te va a tocar. –Ya estás dado, déjate caer. Ponte tu ca- Fúmate un cigarro –dice Arteaga con voz sua- pucha. ve–. Deja al rehén, yo me entrego contigo. Arteaga casi lo puede tocar. Enrique se –¡Me van a madrear, sé que me van a partir cubre la cara por última vez. El secretario se mi pinche madre! acerca y lo sujeta. Enrique le entrega el arma. Se acuclilla, saca un cigarro y lo enciende. Moneda se acerca y toma la Pietro Beretta. Da apresuradas bocanadas, jadea a través del No lo puede creer. La noche aún le depara | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 filtro. una sorpresa. La siente liviana, como si flotara. Y en la derrota, busca su última salida: Es un arma con todas las formas, los grabados, el –Mátenme ya –dice sin siquiera alzar la diseño y la línea de cualquier Pietro Beretta. voz, que para entonces se ha convertido en un Una nueve milímetros de punta a punta. terrón quebrado que parece no ir dirigida a los Pero ya en sus manos, Moneda sabe que esa policías. Habla en una especie de susurro. Como arma, como todas las que usaron esa noche los si se dirigiera a sí mismo. asaltantes, es falsa. –Del reclusorio sales, pero del hoyo no –¡Es de juguete! –suelta Moneda, quien –suelta Mota. luego sabría que la única arma real que tuvieron Están a tres metros de Enrique. Funciona- los asaltantes fue la del policía Ángel, la misma rios y policía hablan en turnos. que Emmanuel vació sin querer en el restaurante Pero aunque Enrique ha lanzado su rendi- del Sanborns esta noche. 48 ción la pistola sigue ahí, en la cabeza de Octavio, Una noche de perros.
  • 12. noche de perros en buenavista Epílogo Minutos después de que el episodio acabó, Enrique Mejía Bello identificó en el ministe- rio público a sus. “Este no fue, esa nada tuvo que ver. Ese sí, éste también”, dice con aire aliviado apuntando con el dedo a su amigo de la infancia Emmanuel Pérez Sánchez, a su conocido Oscar Reyes. También a Juan Huerta y Enrique Enríquez, los otros asal- tantes de ocasión a quienes conociera cinco horas atrás. El 4 de noviembre, los cinco iniciaron su proceso formal de prisión en el Reclusorio Norte, acusados de robos calificados diver- sos, tentativa de robo en agravio del estable- cimiento mercantil y secuestro. Tal vez se les sume el delito de lesiones. Podrían recibir una pena de decenas de años en prisión. Roberto, el padre de Enrique, sacó las pocas cosas que su hijo tenía en el departa- mento de Callejón del 57, incluido un libro de Carlos Fuentes. Su historia fue contada por conocidos y empleados del Sanborns que pidieron no publicar su nombre, por Víctor Hugo Moneda Rangel, comandante en jefe de la Policía Judicial; Pascual Enrique Mota, | EMEEQUIS | 27 de abril de 2009 agente del ministerio público en Cuauhté- moc; Oscar Arteaga, secretario del minis- terio público, y Ángel Dorantes, el policía auxiliar. ¶ Posdata abril 2009: los cinco asaltantes ya fueron condenados. Recibieron una sentencia de mil años de prisión. El comandante Víctor Hugo Moneda fue asesinado el 8 de diciembre de 2008 por sicarios contratados por uno de los comandantes de la Policía Judicial que eran sus subalternos. 49