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El miedo de ser uno mismo,
                       como consecuencia de las
             interdependencias recíprocas enloquecedoras,
        y su relación con la llamada “situación traumática” [*]



                   Por la Lic. María Elisa Mitre de Larreta


                                           [2001]

        RESUMEN / En este trabajo se trata de presentar el proceso terapéutico
        psicoanalítico de un paciente esquizofrénico crónico. Como en todos los
        casos de este tipo, se hace necesario realizar el trabajo terapéutico en un
        contexto que permita articular la terapia individual con la terapia fami-
        liar y Multifamiliar. Dado lo limitado del tiempo, hemos privilegiado la
        descripción vivencial de los acontecimientos de la vida de este paciente
        que reflejen lo esencial y al mismo tiempo universal de la problemática
        psicótica.
        El pensamiento psicoanalítico tradicional es limitado para poder traba-
        jar psicoanalíticamente con estos pacientes, y es por esto que, siguiendo
        a García Badaracco, utilizamos en algunos aspectos una nueva manera
        de pensar, de la cual tomamos fundamentalmente algunos elementos
        como los que queremos significar con el título del trabajo.
        De la complejidad fenoménica inherente al proceso terapéutico de estos
        pacientes hemos seleccionado lo que tiene más relación con las llamadas
        situaciones traumáticas, entendidas como la consecuencia de interde-
        pendencias recíprocas enloquecedoras, vividas en el campo de la inter-
        subjetividad dentro de la familia, y generadoras de identificaciones pató-
        genas que condicionan la presencia intra-psíquica enfermante de “los
        otros en nosotros”.
        Con “el miedo a ser uno mismo” queremos referirnos metafóricamente a
        las consecuencias de la estructura psíquica antes descripta, que se expre-
        sa habitualmente con esta vivencia.




*   Sobre la base de la teoría del Dr. Jorge E. García Badaracco.

                               Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                        —Página 1 de 15—
El miedo a los adultos exaltados, locos en
                                                  cierto modo, transforma, por así decir, al
                                                  niño en psiquiatra, y para protegerse del
                                                  peligro que representan los adultos sin
                                                  control, tiene que identificarse completa-
                                                  mente con ellos.

                                                                           Sandor Ferenczi



El primer contacto
     Horacio me conoció en un Grupo de Psicoanálisis Multifamiliar, al cual
llegó acompañado por su padre. Me acerqué a ellos porque percibí cierto ma-
lestar por parte de ambos, a partir de la intervención de un paciente que se
había desbordado. Horacio tenía en ese momento 32 años y se manejaba
como un niño pequeño, algo robotizado; lo único que parecía manifestar vida
eran sus ojos. Daba siempre la impresión de estar a la sombra de su padre,
un hombre excesivamente simpático y seductor.
     Desde mi contra-transferencia sentí mucha ternura. Pude escabullirme un
poco de la charla incesante y un tanto superficial del padre, y me acerqué a
Horacio. Lo tomé de los hombros y me encontré con que su camisa estaba
empapada en transpiración. “Hace mucho calor”, me dijo tímidamente, co-
mo pidiendo disculpas. “No”, respondí, “estás muerto de miedo”. Me miró
asombrado. Al día siguiente, él y su padre me pidieron una entrevista.
     Desde los 12 años, Horacio ha pasado por muchos tratamientos, y alude
a que éstos lo han enfermado más. El padre agrega que en Córdoba le dieron
diagnóstico de esquizofrenia, que Horacio escucha voces, que tiene sensacio-
nes corporales y que por momentos siente que se está transformando en mu-
jer.
     El padre es dueño de una importante empresa en Córdoba. Es terrible-
mente snob y, mientras manifestaba que su hijo es esquizofrénico, habla de
sus abuelos y bisabuelos, de su “alta alcurnia” y, como al pasar, de que su
madre murió “loca” en un psiquiátrico. Habla por Horacio, piensa por él y
decide por él. Cuando el padre habla, tengo la sensación de que Horacio qui-
siera ser invisible a mis ojos.
     Finalmente, su padre me cuenta que el último analista le salvó la vida a
su hijo. Que vinieron dos años, desde Córdoba, su ciudad (a 1000 kms. de
la Capital), una vez por semana, dos horas, a Buenos Aires a hacer terapia.
“Si no fuera por este analista, Horacio me hubiera matado”, agrega nervioso
y riéndose.
     Horacio por alguna razón decidió cortar esa terapia. “Necesito una tera-
peuta mujer”, dice, como respondiendo desde otro mundo. “Sí, usted le cayó
muy bien”, dice el padre, hablando una vez más por él. “Además, necesita

                        Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                —Página 2 de 15—
un grupo como el de su clínica.”
    Más adelante en su proceso terapéutico, me contó que había abandonado
al terapeuta que le había “salvado la vida”, porque comenzó a desear cada
vez más que este profesional, que lo había comprendido tanto, fuera su pa-
dre. Frente a este médico, su padre quedaba a sus ojos en inferioridad de
condiciones en cuanto a su comprensión y capacidad intelectual. Horacio
temió que su padre percibiera su deseo, y en una complicidad secreta dentro
de esta compleja trama familiar, abandonó a su terapeuta, siempre con mu-
cho reconocimiento. Más adelante, al elegirme a mí, pensó que una mujer
sería menos rival frente a su padre.


Las primeras sesiones
    Al día siguiente, me reuní con Horacio a solas. Me encontré con una per-
sona que, liberada de la presencia del padre, tenía menos problemas para
hablar. Contaba algunas cosas casi entusiasmado, y quiso empezar su trata-
miento de inmediato. Comenzó a venir tres veces por semana a los grupos de
la clínica, y también lo veía en forma individual tres veces, aunque él hubiera
deseado verme todos los días.
    Más adelante en su tratamiento, me manifestó que su entusiasmo había
provenido de que hasta ese momento las mujeres le habían dado “asco”, y
que cuando se encontró conmigo no tuvo esa sensación, circunstancia que
marcó un hito diferente en su vida y dentro de su proceso terapéutico.
    Sentí constantemente desde mi contra-transferencia que Horacio tenía
bloqueadas sus emociones, que hablaba y explicaba su vida como si las cosas
más terribles le hubieran sucedido a otro, y que resultaría difícil desarmar
toda esta estructura compacta-rígida de tantos años.
    Sin embargo, él me hacía sentir y vivir permanentemente, como creo que
nunca me sucedió con ningún paciente de estas características y con tantas
dificultades, emociones y sentimientos de mucho cariño, deseos de ayudarlo.
Percibí un potencial de bondad, de capacidad de querer, que me transmitía a
través de ese disfraz de muñeco de cuerda. Quizás yo vivía lo que él sentía y
no podía vivenciar.
    Me contó con voz monocorde que vivió su infancia y adolescencia en una
gran casa en Córdoba. En el primer piso vivía el padre solo. En el segundo, su
madre y su abuelo, el padre de su madre, que detestaba a su padre. Su padre,
Raúl, era alcohólico y violento, vivía abajo, porque además de beber hasta
caer desmayado, tenía una vida paralela con una mujer que también bebía y
hacía “escándalos por toda la ciudad”.
    Horacio me cuenta que él y su madre fueron sometidos a violencias de
toda índole: gritos y golpes, en varias ocasiones. Recuerda que lo tomaba a
Horacio de la cabeza y le gritaba a su mujer: “Sabés una cosa, lo voy a ma-
tar.” En otra ocasión, tiró arroz sobre el piso y obligó a la madre a recogerlo

                         Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                 —Página 3 de 15—
con la boca, mientras le gritaba y la golpeaba.
    Horacio, desde pequeño, fue testigo mudo de estas terribles escenas, que
se repetían una y otra vez. De esta manera se fue instalando un terror hacia
su padre, e impotencia, porque sentía que debía defender a su madre de se-
mejante agresión y no sabía cómo.
    Horacio fue creciendo en un medio de violencia-terror-violencia, donde su
único refugio fue dormir, hasta ya grande, abrazado a su madre, sintiendo
que de alguna manera la protegía devolviéndole cariño.
    Otro recuerdo que le provocaba terror era el de sentir muchas veces que su
padre entraba borracho a su cuarto, caía desplomado sobre él y lo besaba en
la boca, repitiendo una y otra vez: “Mi bebé, perdoname...”
    Todas estas vivencias y situaciones confusas nunca las pudo compartir
con nadie. Nunca supo si su padre estaba loco, qué era lo que verdaderamen-
te quería de él, si era cariñoso o si tenía deseos de violarlo. Durmió muchos
años protegiéndose con una almohada, por miedo a que su padre, o alguna
otra persona, lo fueran a penetrar.
    En la escuela primaria mantenía una relación cruel con sus amigos, a
quienes maltrataba y golpeaba. Identificado con ese padre cruel y maltrata-
dor, de quien no se podía defender, repetía en el colegio, una y otra vez, la
escena traumática. Fue en ese entonces cuando consultaron con una psicólo-
ga.
    Como dice Ferenczi: “El miedo a los adultos exaltados, locos en cierto
modo, transforma, por así decir, al niño en psiquiatra, y para protegerse del
peligro que representan los adultos sin control, tiene que identificarse com-
pletamente con ellos.”
    A través de estas interdependencias enloquecedores, el sí-mismo quedó
atrapado en identificaciones patógenas. A partir de ese momento, Horacio
comenzó a sentir como si su aparato psíquico estuviera invadido por fuerzas
frente a las cuales no podía oponer resistencia.
    Se sentía permanentemente habitado por alguien que le daba órdenes y
que lo exigía con amenazas de toda índole. Por momentos era el padre, que
quería matar a la madre; en otros, la madre sometida que iba a ser violada
por su padre; y en otros, era él mismo que odiaba a su madre, porque siendo
ésta mucho más inteligente que su padre, se burlaba de este último y le gati-
llaba así más violencia, y él, que también temía ser violado y sometido por su
padre.
    Es decir que Horacio estaba tironeado primero por los objetos reales ex-
ternos y luego internos, en ese lugar desolado donde sobrevolaban estas in-
terdependencias con las cuales él no podía hacer nada. Por otra parte, pode-
mos decir que por el ‘déficit de recursos yoicos’ se veía a sí mismo totalmente
paralizado, sin saber qué hacer, frente a estas fuerzas que lo sometían.
    En este clima emocional traumático, Horacio nunca encontró un apoyo
externo real. Es así que se fue fabricando un mundo psicótico para poder so-
brevivir frente a esta realidad intolerable, convirtiéndose en un objeto pasivo
                         Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                 —Página 4 de 15—
de acontecimientos que actuaban sobre él.
    La madre de Horacio apareció mucho más tarde dentro del proceso tera-
péutico. Isabel es una lindísima mujer que, pienso yo, para neutralizar el su-
frimiento psíquico de toda su vida, se mantuvo ajena, aparentemente, espe-
rando los cambios de su marido y de su hijo, de quien le habían dicho que
jamás podría recuperarse.
    Se defendía con una actitud superficial, como por ejemplo diciendo: “Que
se arreglen ellos”, pero donde pude vislumbrar una fragilidad, en esa estruc-
tura fóbica defensiva, que más adelante pudo ir modificando. Nunca se man-
tuvo verdaderamente ajena, hablaba habitualmente por teléfono conmigo, y
me ponía al tanto de los cambios que ella veía se iban produciendo. Es hasta
el día de hoy que tiene un nivel de reconocimiento que fue fundamental para
este tratamiento.


Una vivencia delirante
    La primera vivencia delirante fue cuando su primera terapeuta le anunció
que deseaba hablar con su padre. Ese día, Horacio sintió que enloquecía. Tu-
vo la vivencia de que su padre iba a pegarle a esta mujer, de la misma mane-
ra en que lo hacía con su madre. A la noche, soñó que su padre lo penetraba.
Al día siguiente comenzó con las sensaciones corporales, y no quiso volver
más a ver a una terapeuta mujer.
    Puedo imaginarme, a través de los relatos de Horacio, el tipo de
interpretaciones que recibía en esa época. No habiendo alcanzado un nivel
edípico, interpretaciones tales como: “Hay que matar a tu padre dentro de tu
cabeza”, eran recibidas como órdenes que debía cumplir, y sentía que sus
analistas le ordenaban que matara a su padre.
    Como seguía sin poder contar verdaderamente con nadie, en su terapia
también recibía las interpretaciones de su analista como órdenes, teniendo la
vivencia de que si no las cumplía podría ser castigado con un abandono to-
tal; se repetía así la situación traumática de sometimiento de toda su vida.
    Cuando se le interpretaban los aspectos homosexuales no resueltos de su
padre, Horacio entendía que su padre era homosexual y que él debía ser como
su padre.
    En este tipo de pacientes, el psiquismo carece de autonomía, y el funcio-
namiento compulsivo de la mente siempre está referido a un otro. No tienen
la capacidad de pensar con verdaderos pensamientos; es más bien un ‘actuar
dentro de la mente’ con poca capacidad de simbolización, y funcionan en
términos de ecuaciones simbólicas, como veremos más adelante. Todo sucede
como si se hubieran coagulado lo auténtico y lo espontáneo, que son necesa-
rios para un desarrollo sano de los recursos yoicos propios del sí-mismo.
    Este tipo de interpretaciones no incluye los aspectos vivenciales del pa-
ciente, y se repite la relación de interdependencia patógena con otro, que in-

                         Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                 —Página 5 de 15—
directamente lo hace actuar compulsivamente, sin poder transformar esto en
verdaderos pensamientos, y bloquea las emociones, produciendo sistemáti-
camente una situación de no-cambio. Es así que el paciente, bloqueado en
sus emociones, no desarrolla su capacidad de espontaneidad y creatividad; se
sigue sometiendo y recibe estas órdenes, que quedan en forma compacta co-
mo núcleos condensados e indiscriminados dentro de su mente.
    Este tipo de pacientes tiene un nivel de sufrimiento psíquico impensable.
Es solamente identificándose con ellos, y saliendo y entrando desde las emo-
ciones, que uno siente que puede ayudarlos, y que ellos, a su vez, se sienten
más comprendidos. Es como si uno los tuviera que ir adivinando, como para
poder recorrer con ellos el vacío de experiencias que nunca tuvieron y que de-
ben transitar.


La función terapéutica
    En los primeros momentos del proceso terapéutico sentí que tenía que
hacer algo para que Horacio estableciera una interdependencia suficientemen-
te sana conmigo, como para que dejase de controlar de manera tan perma-
nente sus vivencias y sentimientos, tales como el temor de dañar. Más ade-
lante, al confiar más en mí, pudo sentirse más “cómodo” dentro de la rela-
ción, en el sentido de ‘contar con’ y comenzar a compartir conmigo las situa-
ciones traumáticas en un contexto diferente al que lo llevó a enfermarse.
    Nunca utilizo estrategias en el tratamiento psicoanalítico. A pesar de ser
un paciente difícil, auténticamente lo pasaba bien con él. Salíamos a dar lar-
gas caminatas, teníamos sesiones en el parque o en un bar.
    Desde mi contra-transferencia sentía que una parte de él estaba conmigo,
pero al mismo tiempo había un ruido sordo de algo que se le imponía en la
mente y se interponía entre nosotros, como una barrera que no le permitía
estar totalmente conmigo.
    Este tipo de pacientes teme entregarse a la experiencia terapéutica, y a
compartir emociones y vivencias, porque temen a un desborde emocional que
los puede llevar a “desintegrarse” o violentarse.
    Horacio poco a poco fue cobrando vida, comenzó a reír, a comportarse de
forma más natural. Un día que escuchó música descubrimos que a los dos
nos gustaba el jazz. Lo tomé de los hombros y le dije con entusiasmo: “¡Qué
suerte descubrir que algo te gusta tanto!” A Horacio le costaba mucho apa-
sionarse por algo, como sucede con estos pacientes.
    Entusiasmarse por algo propio del sí-mismo del otro (en este caso Hora-
cio), que comienza a surgir desde su virtualidad sana es fundamental para el
redesarrollo de la personalidad del ser humano. Si un niño nunca se sintió
mirado ni descubierto desde su ser verdadero, esto queda instalado en el apa-
rato psíquico como una experiencia traumática. Se necesitan experiencias en-
riquecedoras que como en este caso desde otra mirada rescaten sistemática-

                         Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                 —Página 6 de 15—
mente al sí-mismo que quedó detenido en su desarrollo.
    Al día siguiente me trajo dos CD de regalo. La sesión transcurrió escu-
chando música y Horacio fue descubriendo algo propio, genuino: la música, a
la cual se podía entregar sin temores y sin tener que controlar tanto, en la
medida en que estaba siendo acompañado no sólo por mi presencia física,
sino porque pude descubrir y compartir algo que era muy importante para él
y que nadie había adivinado antes.
    Cada avance y expresión nueva de Horacio me emocionaban hasta el pun-
to de hacerme saltar lágrimas de los ojos, porque también hacía revivir en mí
experiencias y vivencias positivas con mis propios hijos. En un momento da-
do, Horacio se sonrojó y me dijo: “Me siento vivo.”
    Más de una vez se asustaba con estas manifestaciones, quizás inéditas en
él, y volvía a robotizarse. Pero es en ese ir y venir, rescatando siempre lo ge-
nuino, que el sí-mismo se va desarrollando. De alguna manera sentí que a
partir de todas estas situaciones concretas y reales con un otro, Horacio pudo
ir contando conmigo cada vez más.


“Los otros en nosotros”
    En el siguiente ejemplo voy a intentar explicar en qué consistía esa inter-
ferencia que como una barrera se daba en nuestro vínculo. Por primera vez
pudo hablar de los “otros” que lo habitaban y que no le permitían ser. Habló
desde su sí-mismo, a través de ecuaciones simbólicas, sin comprender toda-
vía de qué se trataba.
    En una oportunidad me dijo:

       Te voy a decir algo que me pasa todo el tiempo, que nunca se lo conté a
       nadie y que no me permite vivir en paz. Cuando yo salgo a comer con mi
       padre y con mi madre, no puedo disfrutar de la comida. Porque si yo pi-
       do bife de lomo, y mi madre pide bife de lomo, y mi padre pide bife de
       chorizo, siento que mi padre nos va a penetrar a los dos. Si yo pido bife
       de chorizo y mi padre bife de lomo, yo lo voy a penetrar a mi papá, y me
       da pánico. Si yo pido bife de chorizo, mi madre bife de lomo y mi padre
       bife de chorizo, yo la voy a penetrar a mi mamá, y mi papá se va a eno-
       jar conmigo.
       Solamente me quedo tranquilo cuando mi madre ordena por mí. Por
       ejemplo, cuando me dice: ‘Vos vas a comer bife de lomo’, o pollo, que es
       el equivalente, me quedo tranquilo, porque es el otro que decidió por mí,
       y yo no tengo la responsabilidad.
       Encontré una sola manera de salir de esto, que no entiendo qué es. Si al-
       guien pide un café cortado, me alivio porque se corta la situación.
       Ahora yo no espero a que otro pueda cortar la situación. Desde hace po-
       co tiempo, yo puedo pedir un café cortado y cortarla por mí mismo.

    La actividad mental es utilizada para controlar y disociar los componen-
tes emocionales que amenazaban constantemente con un desborde. Es decir,

                           Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                   —Página 7 de 15—
Horacio me traía todo este relato sin emoción alguna. Yo por mi parte, sentía
que se trataba de algo fundamental para su avance terapéutico. Podríamos
decir que me lo trajo en “estado bruto”, como poniéndome a prueba, a ver
qué hacía yo con todo eso.
    En esta breve descripción se observa cómo se pone en marcha el funcio-
namiento mental compulsivo, siempre referido a un otro. En otros términos,
como dice Ferenczi: “...esto sería como la expresión de vínculos sa-
do-masoquistas entre un Ello y un Superyó.” García Badaracco agrega: “…sin
que el Yo tenga ‘recursos yoicos genuinos’ suficientes para manejar o contro-
lar sanamente el comportamiento compulsivo.”
    En realidad, Horacio estaba tan habitado por las presencias invasoras y
exigentes de los padres (objetos enloquecedores), que recién mucho más ade-
lante pudimos hablar del pánico a su padre, de los deseos incestuosos, tanto
hacia su padre como hacia su madre (y de su padre y su madre hacia él), de
cómo sentía que había un divorcio emocional entre sus padres, que “pelea-
ban” por poseerlo y obtener de él un amor incondicional, de cómo la madre,
en esas comidas, lo pateaba por debajo de la mesa buscando complicidad
cuando el padre decía algo considerado ridículo por ella, de cómo el padre de
pronto lo tomaba de la mano y le decía: “¿Quién es mi bebé?”.
    Todo esto se constituía en un escenario terrorífico, que se actuaba una y
otra vez en la realidad, y que ponía en evidencia aspectos no resueltos del
Complejo de Edipo en la psicosis.
    El sí-mismo estaba tan atrapado por estas identificaciones que contra-
transferencialmente apenas se podía vislumbrar su existencia. Sólo podía
adivinar y confiar en ese potencial sano que me llevaba a acompañar a este
Yo sin recursos, detenido en su desarrollo, que clamaba por ser rescatado.
    Creo que estas interdependencias enloquecedoras que bloqueaban su men-
te eran las que yo percibía en forma permanente en este “estar” y “no estar”
de Horacio conmigo. También fue, más avanzado su tratamiento, que pudo
hablar más directamente de estas interdependencias que le interceptaban la
mente, y que le impedían ser él mismo. Por lo menos, pensé yo y se lo dije,
había adquirido más recursos como para poder cortar por sí mismo la situa-
ción.
    De esta manera, yo le iba adjudicando la responsabilidad de la salida de
una situación dilemática. Apunté a abrir un espacio mental con la intención
de darle la posibilidad de un pensamiento propio.
    Si yo hubiera apuntado al significado de lo que estaba diciendo y se lo
hubiera transmitido a través de una interpretación, quizás hubiera cerrado la
posibilidad única de rescate del sí-mismo. En este caso, ni me asusté ni me
sorprendí, solamente apunté a su primer acto de autonomía, expresado qui-
zás de una manera “loca”, pero que era poder cortar por sí mismo la situa-
ción.
    Un día me dijo: “Cuando yo caminaba al principio con vos por la calle,
escuchaba una voz que me decía que me iba a matar o que me iba a pegar por
                        Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                —Página 8 de 15—
estar con vos, y que no me iba a poder defender.” Desde mi co-
ntra-transferencia, sentí que los núcleos indiscriminados y condensados esta-
ban comenzando a poder ser verbalizados, y quizás actuados, para ser com-
partidos con alguien por primera vez en su vida. Estas formas de funciona-
miento psíquico están estructuradas para no sufrir, y es allí donde este tipo
de pacientes utiliza pseudo-soluciones deshumanizadas.
    Cuando Horacio comenzó a hablar, se inició el proceso de
des-identificación de las identificaciones primitivas enloquecedoras. Tenía
ahora más recursos desde su sí-mismo en crecimiento para hablar de su vida
de pesadilla. Pude darle cada vez más significados a esas vivencias traumáti-
cas, que en la medida en que las íbamos desdramatizando, se iban desgas-
tando, y las pudo transformar en verdaderos pensamientos.
    Como el tema de las interdependencias referidas a la comida era recurren-
te, pudimos ir trabajándolo de distintas maneras, hasta llegar a un mayor
nivel de simbolización. En Horacio podíamos ver cómo el clima de violencia
en su mundo interno era mantenido por interdependencias recíprocas enlo-
quecedoras amenazantes y sometedoras de su sí-mismo paralizado y aterra-
do.


La vivencia delirante
    Horacio era medicado en Córdoba por un psico-farmacólogo que conside-
raba que su esquizofrenia era irreversible, y que le fue transmitiendo durante
años, tanto a Horacio como a sus padres, que debía ser medicado de por vi-
da. “Dice el doctor R. que si me saca la medicación vuelvo a estar como an-
tes”, me decía casi sin emoción, mirándome expectante.
    Es decir que, evidentemente, el tratamiento con nosotros parecía ser to-
mado en cuenta más como una terapia de apoyo que como un proceso que
podría llevar a un cambio. Luego de discusiones e intentos para que el Dr. R.
bajara la medicación, dada la evolución de Horacio, logramos que se la redu-
jeran.
    Me encontré con Horacio para una sesión, y le dije:
    —¿Así que finalmente te bajaron la medicación?
    El me contestó, titubeante:
    —Y bueno... sí. Me siento mejor, pero... independientemente de la medi-
cación.
    Entonces le dije que no entendía, a lo que replicó:
    —Y bueno... me la bajaron, pero no me la bajaron. El Dr. R. le dijo a mi
papá que tenía que cortar por la mitad la pastilla de Bromodol, pero papá me
la sigue dando entera, porque me dijo que le resultaba difícil cortarla por la
mitad, porque era muy dura.
    —Pero Horacio —respondí—, ¿acaso no la podés cortar vos si no la corta
tu papá...?

                         Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                 —Página 9 de 15—
De pronto Horacio se detuvo, y me dijo, como si estuviera en otra dimen-
sión:
     —Van a poner una bomba en Córdoba. Yo sé que la están por poner—, y
me miró fijamente.
     En ningún momento sentí miedo. Creo que Horacio, entre otras cosas, me
estaba poniendo a prueba a ver si yo me asustaba. Por otro lado, pienso que
desde hace mucho tiempo que Horacio estaba en busca de un interlocutor vá-
lido que supiera descifrar sus mensajes.
     Cuando él me expresó la vivencia delirante de la bomba en Córdoba, logré
desdramatizar la situación a través de mi mirada y tono de voz, la naturali-
dad para tomar su violencia encubierta a través de la idea delirante. Es decir,
Horacio encontró en mí, y así me lo manifestaba, un espacio de paz y tran-
quilidad como no lo había tenido antes. Eso le permitió abrir un espacio
mental para comenzar a sentir por él mismo, sin la terrible y amenazante
exigencia de estar asfixiado por estas interdependencias que le impedían ele-
gir.
     Actué con naturalidad. “Pero, ¿qué estás diciendo?, Horacio. Que yo sepa
no van a poner ninguna bomba.” Creo que él sintió de parte mía como una
propuesta de autonomía, la propuesta de que sea él mismo. Romper él la
pastilla hubiera sido como romper el hechizo con su padre, despertarse a la
vida. Ponerme una bomba a mí por la propuesta de autonomía, por meterme
como un intruso en medio del vínculo simbiótico entre él y su padre, pro-
puesta para la que aún no estaba preparado por falta de recursos yoicos. La
bomba estaba también dirigida hacia su padre, que no creía en su mejoría,
que detenía una vez más su crecimiento, que pensaba que si se disminuía la
medicación era volver a fojas cero. La bomba condensaba el clima de violencia
interna y externa, los impulsos criminosos de toda una vida: de su padre a
él, de su padre hacia su madre, de él hacia su madre y a su padre. Y, en la
transferencia psicótica, hacia mí.
     A partir de todo esto, Horacio pudo comenzar a soñar. Soñó con algo que
siempre temió que pudiera suceder en la realidad: que con una espada grande
lo cortaba a su padre en pedacitos. “Poco después, por suerte, lo pude armar
de nuevo”, me dijo sonriéndose.
     La vivencia delirante y las alucinaciones son formas distorsionadas de
expresar un dolor psíquico intolerable para la mente; o de canalizar un sa-
dismo primitivo, que si se lleva a la acción motora, en este caso, podría lle-
varlo a matar a alguien. Horacio denunciaba permanentemente situaciones
que revelaban una peligrosidad oculta.
     Curiosamente, las personas que tienen un control tan rígido de la mente
nos avisan qué largo camino nos falta por recorrer.
     Desarmar esta compacta estructura resulta mucho más complejo que
cuando una persona actúa en la realidad a través de la violencia o el reclamo,
demandando a los gritos atención permanente e incondicional. La vivencia de
odio puede transformarse más fácilmente en una emoción genuina, espontá-
                         Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                 —Página 10 de 15—
nea, que logra atravesar la barrera entre el paciente y el analista. Pues este
funcionamiento mental, psicótico, controla las emociones. La función del
analista consiste en hacerle sentir al paciente que las emociones no son nece-
sariamente peligrosas, pues es sólo a través de una emoción compartida que
se produce un cambio psíquico.
    Más adelante, le pude transmitir a Horacio todo lo que pensaba acerca de
su vivencia delirante, en este clima emocional que habíamos logrado cons-
truir, en el cual Horacio realmente podía contar conmigo. Habían cedido el
terror, las voces amenazantes, las sensaciones corporales de transformarse en
mujer, y su comunicación era cada vez más directa.
    Cuando caminábamos por el parque o estábamos en la confitería, se le fue
el temor de que le fueran a pegar, no se sentía más bajo amenaza de muerte.
Pero Horacio aún no se emocionaba, y le costaba mucho disentir conmigo o
con alguien. Sentía que si opinaba diferente le podían pegar o matar.
    A veces lo tomaba de los hombros y le gritaba, como un juego: “El día que
te enojes o puedas disentir conmigo, vas a estar curado.”
    Dos días después, vino a mi consultorio y mientras estábamos conver-
sando, me dijo: “Eso que me acabás de decir ya me lo habías dicho antes.” A
partir de entonces surgieron diversas situaciones en las que me reprochaba
haberlo hecho esperar, que no le habían gustado intervenciones mías, que a
veces le repetía varias veces la misma cosa, etc.
    De esta manera comenzaba cada vez más a aparecer su sí-mismo, pu-
diendo así salir de la situación de sometimiento de toda la vida.
    He comprobado que la espontaneidad con estos pacientes, que fueron
tratados de forma violenta y rígida, es como si llegara directamente al sí-
mismo de ellos. La mayoría de las veces neutraliza la vivencia de temor y
sufrimiento. Cuanto más auténticos somos con estos pacientes, más confían
en nosotros; se dan cuenta que disentir con no significaba un abandono total
ni dejarlos de querer, que eran las amenazas veladas de sus padres toda la
vida.

La reconciliación con el padre y el incremento de ‘recursos yoicos genui-
nos’
    Horacio me pudo hablar cada vez más directamente de sus vivencias de
odio hacia su padre y su madre. Ya había incorporado recursos yoicos sufi-
cientes para poder enfrentar la realidad sin recurrir a las vivencias delirantes
y delirios. Por ejemplo, me pudo hablar de su terrible sufrimiento psíquico en
las primeras épocas de tratamiento conmigo. Me relató que muchas veces
había pensado seriamente en pegarse un tiro, que cuando en la clínica le
hablaban de que curarse implicaba dejar el tratamiento, o separarse de sus
padres o de mí, sentía como que iba a quedar en el más profundo desamparo.
Muchas veces, cuando se le decía: “Estás mucho mejor”, lo vivía como una
separación o un abandono, desde el cual él no podría sobrevivir, producién-

                         Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                 —Página 11 de 15—
dose así una reacción terapéutica negativa.
    Se imaginaba que curarse sería estar mal como él estaba, pero curado. Se
imaginaba estar curado pero enfermo y solo. Aunque parezca paradójico, sin
recursos yoicos para enfrentarse a su curación.
    Horacio seguía resentido con su padre, pero más que nada porque sentía
que su padre nunca le había reconocido alguna responsabilidad en su enfer-
medad. Aun en la actualidad, Horacio me dice: “Cuando veas que yo estoy
mirando un punto fijo, es que estoy haciendo control mental para no enojar-
me o emocionarme”.
    Vemos así cómo Horacio, y cualquier paciente difícil, no puede asociar
libremente, porque su actividad mental es utilizada para disociar y controlar
sus estados penosos, que condensan experiencias traumáticas en forma de
núcleos indiscriminados.
    Las condensaciones psicóticas, a diferencia de los mecanismos oníricos,
son producciones complejas y compactas, sobre las que el paciente no puede
asociar nada, porque condensan experiencias traumáticas y dolorosas en
forma de núcleos indiscriminados, que van a tener que desarrollarse a través
del proceso terapéutico, para poder transformarse en fantasías que puedan
llegar a ser pensadas o simbolizadas.
    Comenzamos a invitar a su padre a los grupos de la clínica. Era difícil que
el padre pudiera hablar desde él. En presencia de Horacio, siempre estaba re-
ferido a Horacio, y Horacio estaba referido a él. Por ejemplo: “Horacio este fin
de semana estuvo mucho mejor. Yo pienso que Horacio tendría que tener una
novia.” Y Horacio: “Papá dice que yo tengo que jugar al golf y que tengo que
estudiar pintura, porque pinto muy bien.” Y así alternativamente.
    Contra-transferencialmente, el padre de Horacio también me transmitía
deseos de ayudarlo. Después de todo, era el único que acompañaba a su hijo;
lo traía, lo buscaba, lo llevaba a los médicos, hacía quince años que había de-
jado el alcohol y había dejado de maltratar a su familia.
    Para Horacio era muy importante que yo tuviera un vínculo positivo con
el padre. Según él, los psicoanalistas de Córdoba siempre lo habían puesto en
contra de su padre, hasta el punto que tuvo que internarse, porque después
de una sesión en que entendió que tenía que matarlo, rompió toda la casa y
terminó golpeándolo.
    Un día, en la clínica, se dio un clima bastante especial entre todos los pa-
cientes, que me llevó a pararme detrás de su padre y a hablar de lo que yo me
imaginaba que él podría querer decir y que no podía expresar; le apoyé las
manos en los hombros y dije, dirigiéndome a su hijo: “Horacio, te quiero de-
cir que sos una de las personas que más quiero en esta vida, que lo que más
deseo es verte bien y contento. Siento que me he equivocado, quizás por mi
propia historia familiar, y que cuando yo tomaba no era yo mismo. Fui vio-
lento, desagradable, con vos y con tu madre, pero te quiero decir que lamento
hasta el día de hoy todo el sufrimiento que les generé.”


                         Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                 —Página 12 de 15—
Sentí un estremecimiento, y el padre de Horacio se largó a llorar como un
niño. Hice que se abrazaran. Ese fue un hito fundamental en el proceso tera-
péutico de ambos, quizás una experiencia emocional fundante del comienzo
de una nueva relación.
    En esa ocasión, yo actué como un tercero en la relación entre ambos. En la
medida en que pude incluirme más en la trama enfermante, las situaciones
traumáticas fueron perdiendo poder patógeno.
    Sería muy largo entrar en detalles en relación a las vivencias de Horacio
de ser homosexual, pero sólo quiero agregar que a partir de la transferencia
conmigo, y en la medida en que me pude ocupar de los padres y ayudarlos
también a ser ellos mismos sin estar referidos permanentemente a su hijo,
Horacio pudo pensar desde él mismo, respaldado en que otros cuidaban a
sus padres.
    Horacio hoy en día tiene una novia, viaja con ella, ya no tiene temor a ser
homosexual, y aunque a veces regresa a ese síntoma cuando se encuentra en
alguna situación que puede provocarle miedo, se repone rápidamente.
Recordemos que el síntoma es lo último que se abandona, porque debe ser
sostenido hasta el final como un baluarte, en el sentido que todos los
pacientes, no sólo los esquizofrénicos, lo sostienen hasta el final, como si
fuera lo único propio que tienen.

                                    *****




                         Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                 —Página 13 de 15—
Bibliografía de Jorge García Badaracco

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                                   Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                            —Página 14 de 15—
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                                   Mitre de Larreta, María Elisa [2001].
                                            —Página 15 de 15—

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El miedo a ser uno mismo

  • 1. El miedo de ser uno mismo, como consecuencia de las interdependencias recíprocas enloquecedoras, y su relación con la llamada “situación traumática” [*] Por la Lic. María Elisa Mitre de Larreta [2001] RESUMEN / En este trabajo se trata de presentar el proceso terapéutico psicoanalítico de un paciente esquizofrénico crónico. Como en todos los casos de este tipo, se hace necesario realizar el trabajo terapéutico en un contexto que permita articular la terapia individual con la terapia fami- liar y Multifamiliar. Dado lo limitado del tiempo, hemos privilegiado la descripción vivencial de los acontecimientos de la vida de este paciente que reflejen lo esencial y al mismo tiempo universal de la problemática psicótica. El pensamiento psicoanalítico tradicional es limitado para poder traba- jar psicoanalíticamente con estos pacientes, y es por esto que, siguiendo a García Badaracco, utilizamos en algunos aspectos una nueva manera de pensar, de la cual tomamos fundamentalmente algunos elementos como los que queremos significar con el título del trabajo. De la complejidad fenoménica inherente al proceso terapéutico de estos pacientes hemos seleccionado lo que tiene más relación con las llamadas situaciones traumáticas, entendidas como la consecuencia de interde- pendencias recíprocas enloquecedoras, vividas en el campo de la inter- subjetividad dentro de la familia, y generadoras de identificaciones pató- genas que condicionan la presencia intra-psíquica enfermante de “los otros en nosotros”. Con “el miedo a ser uno mismo” queremos referirnos metafóricamente a las consecuencias de la estructura psíquica antes descripta, que se expre- sa habitualmente con esta vivencia. * Sobre la base de la teoría del Dr. Jorge E. García Badaracco. Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 1 de 15—
  • 2. El miedo a los adultos exaltados, locos en cierto modo, transforma, por así decir, al niño en psiquiatra, y para protegerse del peligro que representan los adultos sin control, tiene que identificarse completa- mente con ellos. Sandor Ferenczi El primer contacto Horacio me conoció en un Grupo de Psicoanálisis Multifamiliar, al cual llegó acompañado por su padre. Me acerqué a ellos porque percibí cierto ma- lestar por parte de ambos, a partir de la intervención de un paciente que se había desbordado. Horacio tenía en ese momento 32 años y se manejaba como un niño pequeño, algo robotizado; lo único que parecía manifestar vida eran sus ojos. Daba siempre la impresión de estar a la sombra de su padre, un hombre excesivamente simpático y seductor. Desde mi contra-transferencia sentí mucha ternura. Pude escabullirme un poco de la charla incesante y un tanto superficial del padre, y me acerqué a Horacio. Lo tomé de los hombros y me encontré con que su camisa estaba empapada en transpiración. “Hace mucho calor”, me dijo tímidamente, co- mo pidiendo disculpas. “No”, respondí, “estás muerto de miedo”. Me miró asombrado. Al día siguiente, él y su padre me pidieron una entrevista. Desde los 12 años, Horacio ha pasado por muchos tratamientos, y alude a que éstos lo han enfermado más. El padre agrega que en Córdoba le dieron diagnóstico de esquizofrenia, que Horacio escucha voces, que tiene sensacio- nes corporales y que por momentos siente que se está transformando en mu- jer. El padre es dueño de una importante empresa en Córdoba. Es terrible- mente snob y, mientras manifestaba que su hijo es esquizofrénico, habla de sus abuelos y bisabuelos, de su “alta alcurnia” y, como al pasar, de que su madre murió “loca” en un psiquiátrico. Habla por Horacio, piensa por él y decide por él. Cuando el padre habla, tengo la sensación de que Horacio qui- siera ser invisible a mis ojos. Finalmente, su padre me cuenta que el último analista le salvó la vida a su hijo. Que vinieron dos años, desde Córdoba, su ciudad (a 1000 kms. de la Capital), una vez por semana, dos horas, a Buenos Aires a hacer terapia. “Si no fuera por este analista, Horacio me hubiera matado”, agrega nervioso y riéndose. Horacio por alguna razón decidió cortar esa terapia. “Necesito una tera- peuta mujer”, dice, como respondiendo desde otro mundo. “Sí, usted le cayó muy bien”, dice el padre, hablando una vez más por él. “Además, necesita Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 2 de 15—
  • 3. un grupo como el de su clínica.” Más adelante en su proceso terapéutico, me contó que había abandonado al terapeuta que le había “salvado la vida”, porque comenzó a desear cada vez más que este profesional, que lo había comprendido tanto, fuera su pa- dre. Frente a este médico, su padre quedaba a sus ojos en inferioridad de condiciones en cuanto a su comprensión y capacidad intelectual. Horacio temió que su padre percibiera su deseo, y en una complicidad secreta dentro de esta compleja trama familiar, abandonó a su terapeuta, siempre con mu- cho reconocimiento. Más adelante, al elegirme a mí, pensó que una mujer sería menos rival frente a su padre. Las primeras sesiones Al día siguiente, me reuní con Horacio a solas. Me encontré con una per- sona que, liberada de la presencia del padre, tenía menos problemas para hablar. Contaba algunas cosas casi entusiasmado, y quiso empezar su trata- miento de inmediato. Comenzó a venir tres veces por semana a los grupos de la clínica, y también lo veía en forma individual tres veces, aunque él hubiera deseado verme todos los días. Más adelante en su tratamiento, me manifestó que su entusiasmo había provenido de que hasta ese momento las mujeres le habían dado “asco”, y que cuando se encontró conmigo no tuvo esa sensación, circunstancia que marcó un hito diferente en su vida y dentro de su proceso terapéutico. Sentí constantemente desde mi contra-transferencia que Horacio tenía bloqueadas sus emociones, que hablaba y explicaba su vida como si las cosas más terribles le hubieran sucedido a otro, y que resultaría difícil desarmar toda esta estructura compacta-rígida de tantos años. Sin embargo, él me hacía sentir y vivir permanentemente, como creo que nunca me sucedió con ningún paciente de estas características y con tantas dificultades, emociones y sentimientos de mucho cariño, deseos de ayudarlo. Percibí un potencial de bondad, de capacidad de querer, que me transmitía a través de ese disfraz de muñeco de cuerda. Quizás yo vivía lo que él sentía y no podía vivenciar. Me contó con voz monocorde que vivió su infancia y adolescencia en una gran casa en Córdoba. En el primer piso vivía el padre solo. En el segundo, su madre y su abuelo, el padre de su madre, que detestaba a su padre. Su padre, Raúl, era alcohólico y violento, vivía abajo, porque además de beber hasta caer desmayado, tenía una vida paralela con una mujer que también bebía y hacía “escándalos por toda la ciudad”. Horacio me cuenta que él y su madre fueron sometidos a violencias de toda índole: gritos y golpes, en varias ocasiones. Recuerda que lo tomaba a Horacio de la cabeza y le gritaba a su mujer: “Sabés una cosa, lo voy a ma- tar.” En otra ocasión, tiró arroz sobre el piso y obligó a la madre a recogerlo Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 3 de 15—
  • 4. con la boca, mientras le gritaba y la golpeaba. Horacio, desde pequeño, fue testigo mudo de estas terribles escenas, que se repetían una y otra vez. De esta manera se fue instalando un terror hacia su padre, e impotencia, porque sentía que debía defender a su madre de se- mejante agresión y no sabía cómo. Horacio fue creciendo en un medio de violencia-terror-violencia, donde su único refugio fue dormir, hasta ya grande, abrazado a su madre, sintiendo que de alguna manera la protegía devolviéndole cariño. Otro recuerdo que le provocaba terror era el de sentir muchas veces que su padre entraba borracho a su cuarto, caía desplomado sobre él y lo besaba en la boca, repitiendo una y otra vez: “Mi bebé, perdoname...” Todas estas vivencias y situaciones confusas nunca las pudo compartir con nadie. Nunca supo si su padre estaba loco, qué era lo que verdaderamen- te quería de él, si era cariñoso o si tenía deseos de violarlo. Durmió muchos años protegiéndose con una almohada, por miedo a que su padre, o alguna otra persona, lo fueran a penetrar. En la escuela primaria mantenía una relación cruel con sus amigos, a quienes maltrataba y golpeaba. Identificado con ese padre cruel y maltrata- dor, de quien no se podía defender, repetía en el colegio, una y otra vez, la escena traumática. Fue en ese entonces cuando consultaron con una psicólo- ga. Como dice Ferenczi: “El miedo a los adultos exaltados, locos en cierto modo, transforma, por así decir, al niño en psiquiatra, y para protegerse del peligro que representan los adultos sin control, tiene que identificarse com- pletamente con ellos.” A través de estas interdependencias enloquecedores, el sí-mismo quedó atrapado en identificaciones patógenas. A partir de ese momento, Horacio comenzó a sentir como si su aparato psíquico estuviera invadido por fuerzas frente a las cuales no podía oponer resistencia. Se sentía permanentemente habitado por alguien que le daba órdenes y que lo exigía con amenazas de toda índole. Por momentos era el padre, que quería matar a la madre; en otros, la madre sometida que iba a ser violada por su padre; y en otros, era él mismo que odiaba a su madre, porque siendo ésta mucho más inteligente que su padre, se burlaba de este último y le gati- llaba así más violencia, y él, que también temía ser violado y sometido por su padre. Es decir que Horacio estaba tironeado primero por los objetos reales ex- ternos y luego internos, en ese lugar desolado donde sobrevolaban estas in- terdependencias con las cuales él no podía hacer nada. Por otra parte, pode- mos decir que por el ‘déficit de recursos yoicos’ se veía a sí mismo totalmente paralizado, sin saber qué hacer, frente a estas fuerzas que lo sometían. En este clima emocional traumático, Horacio nunca encontró un apoyo externo real. Es así que se fue fabricando un mundo psicótico para poder so- brevivir frente a esta realidad intolerable, convirtiéndose en un objeto pasivo Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 4 de 15—
  • 5. de acontecimientos que actuaban sobre él. La madre de Horacio apareció mucho más tarde dentro del proceso tera- péutico. Isabel es una lindísima mujer que, pienso yo, para neutralizar el su- frimiento psíquico de toda su vida, se mantuvo ajena, aparentemente, espe- rando los cambios de su marido y de su hijo, de quien le habían dicho que jamás podría recuperarse. Se defendía con una actitud superficial, como por ejemplo diciendo: “Que se arreglen ellos”, pero donde pude vislumbrar una fragilidad, en esa estruc- tura fóbica defensiva, que más adelante pudo ir modificando. Nunca se man- tuvo verdaderamente ajena, hablaba habitualmente por teléfono conmigo, y me ponía al tanto de los cambios que ella veía se iban produciendo. Es hasta el día de hoy que tiene un nivel de reconocimiento que fue fundamental para este tratamiento. Una vivencia delirante La primera vivencia delirante fue cuando su primera terapeuta le anunció que deseaba hablar con su padre. Ese día, Horacio sintió que enloquecía. Tu- vo la vivencia de que su padre iba a pegarle a esta mujer, de la misma mane- ra en que lo hacía con su madre. A la noche, soñó que su padre lo penetraba. Al día siguiente comenzó con las sensaciones corporales, y no quiso volver más a ver a una terapeuta mujer. Puedo imaginarme, a través de los relatos de Horacio, el tipo de interpretaciones que recibía en esa época. No habiendo alcanzado un nivel edípico, interpretaciones tales como: “Hay que matar a tu padre dentro de tu cabeza”, eran recibidas como órdenes que debía cumplir, y sentía que sus analistas le ordenaban que matara a su padre. Como seguía sin poder contar verdaderamente con nadie, en su terapia también recibía las interpretaciones de su analista como órdenes, teniendo la vivencia de que si no las cumplía podría ser castigado con un abandono to- tal; se repetía así la situación traumática de sometimiento de toda su vida. Cuando se le interpretaban los aspectos homosexuales no resueltos de su padre, Horacio entendía que su padre era homosexual y que él debía ser como su padre. En este tipo de pacientes, el psiquismo carece de autonomía, y el funcio- namiento compulsivo de la mente siempre está referido a un otro. No tienen la capacidad de pensar con verdaderos pensamientos; es más bien un ‘actuar dentro de la mente’ con poca capacidad de simbolización, y funcionan en términos de ecuaciones simbólicas, como veremos más adelante. Todo sucede como si se hubieran coagulado lo auténtico y lo espontáneo, que son necesa- rios para un desarrollo sano de los recursos yoicos propios del sí-mismo. Este tipo de interpretaciones no incluye los aspectos vivenciales del pa- ciente, y se repite la relación de interdependencia patógena con otro, que in- Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 5 de 15—
  • 6. directamente lo hace actuar compulsivamente, sin poder transformar esto en verdaderos pensamientos, y bloquea las emociones, produciendo sistemáti- camente una situación de no-cambio. Es así que el paciente, bloqueado en sus emociones, no desarrolla su capacidad de espontaneidad y creatividad; se sigue sometiendo y recibe estas órdenes, que quedan en forma compacta co- mo núcleos condensados e indiscriminados dentro de su mente. Este tipo de pacientes tiene un nivel de sufrimiento psíquico impensable. Es solamente identificándose con ellos, y saliendo y entrando desde las emo- ciones, que uno siente que puede ayudarlos, y que ellos, a su vez, se sienten más comprendidos. Es como si uno los tuviera que ir adivinando, como para poder recorrer con ellos el vacío de experiencias que nunca tuvieron y que de- ben transitar. La función terapéutica En los primeros momentos del proceso terapéutico sentí que tenía que hacer algo para que Horacio estableciera una interdependencia suficientemen- te sana conmigo, como para que dejase de controlar de manera tan perma- nente sus vivencias y sentimientos, tales como el temor de dañar. Más ade- lante, al confiar más en mí, pudo sentirse más “cómodo” dentro de la rela- ción, en el sentido de ‘contar con’ y comenzar a compartir conmigo las situa- ciones traumáticas en un contexto diferente al que lo llevó a enfermarse. Nunca utilizo estrategias en el tratamiento psicoanalítico. A pesar de ser un paciente difícil, auténticamente lo pasaba bien con él. Salíamos a dar lar- gas caminatas, teníamos sesiones en el parque o en un bar. Desde mi contra-transferencia sentía que una parte de él estaba conmigo, pero al mismo tiempo había un ruido sordo de algo que se le imponía en la mente y se interponía entre nosotros, como una barrera que no le permitía estar totalmente conmigo. Este tipo de pacientes teme entregarse a la experiencia terapéutica, y a compartir emociones y vivencias, porque temen a un desborde emocional que los puede llevar a “desintegrarse” o violentarse. Horacio poco a poco fue cobrando vida, comenzó a reír, a comportarse de forma más natural. Un día que escuchó música descubrimos que a los dos nos gustaba el jazz. Lo tomé de los hombros y le dije con entusiasmo: “¡Qué suerte descubrir que algo te gusta tanto!” A Horacio le costaba mucho apa- sionarse por algo, como sucede con estos pacientes. Entusiasmarse por algo propio del sí-mismo del otro (en este caso Hora- cio), que comienza a surgir desde su virtualidad sana es fundamental para el redesarrollo de la personalidad del ser humano. Si un niño nunca se sintió mirado ni descubierto desde su ser verdadero, esto queda instalado en el apa- rato psíquico como una experiencia traumática. Se necesitan experiencias en- riquecedoras que como en este caso desde otra mirada rescaten sistemática- Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 6 de 15—
  • 7. mente al sí-mismo que quedó detenido en su desarrollo. Al día siguiente me trajo dos CD de regalo. La sesión transcurrió escu- chando música y Horacio fue descubriendo algo propio, genuino: la música, a la cual se podía entregar sin temores y sin tener que controlar tanto, en la medida en que estaba siendo acompañado no sólo por mi presencia física, sino porque pude descubrir y compartir algo que era muy importante para él y que nadie había adivinado antes. Cada avance y expresión nueva de Horacio me emocionaban hasta el pun- to de hacerme saltar lágrimas de los ojos, porque también hacía revivir en mí experiencias y vivencias positivas con mis propios hijos. En un momento da- do, Horacio se sonrojó y me dijo: “Me siento vivo.” Más de una vez se asustaba con estas manifestaciones, quizás inéditas en él, y volvía a robotizarse. Pero es en ese ir y venir, rescatando siempre lo ge- nuino, que el sí-mismo se va desarrollando. De alguna manera sentí que a partir de todas estas situaciones concretas y reales con un otro, Horacio pudo ir contando conmigo cada vez más. “Los otros en nosotros” En el siguiente ejemplo voy a intentar explicar en qué consistía esa inter- ferencia que como una barrera se daba en nuestro vínculo. Por primera vez pudo hablar de los “otros” que lo habitaban y que no le permitían ser. Habló desde su sí-mismo, a través de ecuaciones simbólicas, sin comprender toda- vía de qué se trataba. En una oportunidad me dijo: Te voy a decir algo que me pasa todo el tiempo, que nunca se lo conté a nadie y que no me permite vivir en paz. Cuando yo salgo a comer con mi padre y con mi madre, no puedo disfrutar de la comida. Porque si yo pi- do bife de lomo, y mi madre pide bife de lomo, y mi padre pide bife de chorizo, siento que mi padre nos va a penetrar a los dos. Si yo pido bife de chorizo y mi padre bife de lomo, yo lo voy a penetrar a mi papá, y me da pánico. Si yo pido bife de chorizo, mi madre bife de lomo y mi padre bife de chorizo, yo la voy a penetrar a mi mamá, y mi papá se va a eno- jar conmigo. Solamente me quedo tranquilo cuando mi madre ordena por mí. Por ejemplo, cuando me dice: ‘Vos vas a comer bife de lomo’, o pollo, que es el equivalente, me quedo tranquilo, porque es el otro que decidió por mí, y yo no tengo la responsabilidad. Encontré una sola manera de salir de esto, que no entiendo qué es. Si al- guien pide un café cortado, me alivio porque se corta la situación. Ahora yo no espero a que otro pueda cortar la situación. Desde hace po- co tiempo, yo puedo pedir un café cortado y cortarla por mí mismo. La actividad mental es utilizada para controlar y disociar los componen- tes emocionales que amenazaban constantemente con un desborde. Es decir, Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 7 de 15—
  • 8. Horacio me traía todo este relato sin emoción alguna. Yo por mi parte, sentía que se trataba de algo fundamental para su avance terapéutico. Podríamos decir que me lo trajo en “estado bruto”, como poniéndome a prueba, a ver qué hacía yo con todo eso. En esta breve descripción se observa cómo se pone en marcha el funcio- namiento mental compulsivo, siempre referido a un otro. En otros términos, como dice Ferenczi: “...esto sería como la expresión de vínculos sa- do-masoquistas entre un Ello y un Superyó.” García Badaracco agrega: “…sin que el Yo tenga ‘recursos yoicos genuinos’ suficientes para manejar o contro- lar sanamente el comportamiento compulsivo.” En realidad, Horacio estaba tan habitado por las presencias invasoras y exigentes de los padres (objetos enloquecedores), que recién mucho más ade- lante pudimos hablar del pánico a su padre, de los deseos incestuosos, tanto hacia su padre como hacia su madre (y de su padre y su madre hacia él), de cómo sentía que había un divorcio emocional entre sus padres, que “pelea- ban” por poseerlo y obtener de él un amor incondicional, de cómo la madre, en esas comidas, lo pateaba por debajo de la mesa buscando complicidad cuando el padre decía algo considerado ridículo por ella, de cómo el padre de pronto lo tomaba de la mano y le decía: “¿Quién es mi bebé?”. Todo esto se constituía en un escenario terrorífico, que se actuaba una y otra vez en la realidad, y que ponía en evidencia aspectos no resueltos del Complejo de Edipo en la psicosis. El sí-mismo estaba tan atrapado por estas identificaciones que contra- transferencialmente apenas se podía vislumbrar su existencia. Sólo podía adivinar y confiar en ese potencial sano que me llevaba a acompañar a este Yo sin recursos, detenido en su desarrollo, que clamaba por ser rescatado. Creo que estas interdependencias enloquecedoras que bloqueaban su men- te eran las que yo percibía en forma permanente en este “estar” y “no estar” de Horacio conmigo. También fue, más avanzado su tratamiento, que pudo hablar más directamente de estas interdependencias que le interceptaban la mente, y que le impedían ser él mismo. Por lo menos, pensé yo y se lo dije, había adquirido más recursos como para poder cortar por sí mismo la situa- ción. De esta manera, yo le iba adjudicando la responsabilidad de la salida de una situación dilemática. Apunté a abrir un espacio mental con la intención de darle la posibilidad de un pensamiento propio. Si yo hubiera apuntado al significado de lo que estaba diciendo y se lo hubiera transmitido a través de una interpretación, quizás hubiera cerrado la posibilidad única de rescate del sí-mismo. En este caso, ni me asusté ni me sorprendí, solamente apunté a su primer acto de autonomía, expresado qui- zás de una manera “loca”, pero que era poder cortar por sí mismo la situa- ción. Un día me dijo: “Cuando yo caminaba al principio con vos por la calle, escuchaba una voz que me decía que me iba a matar o que me iba a pegar por Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 8 de 15—
  • 9. estar con vos, y que no me iba a poder defender.” Desde mi co- ntra-transferencia, sentí que los núcleos indiscriminados y condensados esta- ban comenzando a poder ser verbalizados, y quizás actuados, para ser com- partidos con alguien por primera vez en su vida. Estas formas de funciona- miento psíquico están estructuradas para no sufrir, y es allí donde este tipo de pacientes utiliza pseudo-soluciones deshumanizadas. Cuando Horacio comenzó a hablar, se inició el proceso de des-identificación de las identificaciones primitivas enloquecedoras. Tenía ahora más recursos desde su sí-mismo en crecimiento para hablar de su vida de pesadilla. Pude darle cada vez más significados a esas vivencias traumáti- cas, que en la medida en que las íbamos desdramatizando, se iban desgas- tando, y las pudo transformar en verdaderos pensamientos. Como el tema de las interdependencias referidas a la comida era recurren- te, pudimos ir trabajándolo de distintas maneras, hasta llegar a un mayor nivel de simbolización. En Horacio podíamos ver cómo el clima de violencia en su mundo interno era mantenido por interdependencias recíprocas enlo- quecedoras amenazantes y sometedoras de su sí-mismo paralizado y aterra- do. La vivencia delirante Horacio era medicado en Córdoba por un psico-farmacólogo que conside- raba que su esquizofrenia era irreversible, y que le fue transmitiendo durante años, tanto a Horacio como a sus padres, que debía ser medicado de por vi- da. “Dice el doctor R. que si me saca la medicación vuelvo a estar como an- tes”, me decía casi sin emoción, mirándome expectante. Es decir que, evidentemente, el tratamiento con nosotros parecía ser to- mado en cuenta más como una terapia de apoyo que como un proceso que podría llevar a un cambio. Luego de discusiones e intentos para que el Dr. R. bajara la medicación, dada la evolución de Horacio, logramos que se la redu- jeran. Me encontré con Horacio para una sesión, y le dije: —¿Así que finalmente te bajaron la medicación? El me contestó, titubeante: —Y bueno... sí. Me siento mejor, pero... independientemente de la medi- cación. Entonces le dije que no entendía, a lo que replicó: —Y bueno... me la bajaron, pero no me la bajaron. El Dr. R. le dijo a mi papá que tenía que cortar por la mitad la pastilla de Bromodol, pero papá me la sigue dando entera, porque me dijo que le resultaba difícil cortarla por la mitad, porque era muy dura. —Pero Horacio —respondí—, ¿acaso no la podés cortar vos si no la corta tu papá...? Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 9 de 15—
  • 10. De pronto Horacio se detuvo, y me dijo, como si estuviera en otra dimen- sión: —Van a poner una bomba en Córdoba. Yo sé que la están por poner—, y me miró fijamente. En ningún momento sentí miedo. Creo que Horacio, entre otras cosas, me estaba poniendo a prueba a ver si yo me asustaba. Por otro lado, pienso que desde hace mucho tiempo que Horacio estaba en busca de un interlocutor vá- lido que supiera descifrar sus mensajes. Cuando él me expresó la vivencia delirante de la bomba en Córdoba, logré desdramatizar la situación a través de mi mirada y tono de voz, la naturali- dad para tomar su violencia encubierta a través de la idea delirante. Es decir, Horacio encontró en mí, y así me lo manifestaba, un espacio de paz y tran- quilidad como no lo había tenido antes. Eso le permitió abrir un espacio mental para comenzar a sentir por él mismo, sin la terrible y amenazante exigencia de estar asfixiado por estas interdependencias que le impedían ele- gir. Actué con naturalidad. “Pero, ¿qué estás diciendo?, Horacio. Que yo sepa no van a poner ninguna bomba.” Creo que él sintió de parte mía como una propuesta de autonomía, la propuesta de que sea él mismo. Romper él la pastilla hubiera sido como romper el hechizo con su padre, despertarse a la vida. Ponerme una bomba a mí por la propuesta de autonomía, por meterme como un intruso en medio del vínculo simbiótico entre él y su padre, pro- puesta para la que aún no estaba preparado por falta de recursos yoicos. La bomba estaba también dirigida hacia su padre, que no creía en su mejoría, que detenía una vez más su crecimiento, que pensaba que si se disminuía la medicación era volver a fojas cero. La bomba condensaba el clima de violencia interna y externa, los impulsos criminosos de toda una vida: de su padre a él, de su padre hacia su madre, de él hacia su madre y a su padre. Y, en la transferencia psicótica, hacia mí. A partir de todo esto, Horacio pudo comenzar a soñar. Soñó con algo que siempre temió que pudiera suceder en la realidad: que con una espada grande lo cortaba a su padre en pedacitos. “Poco después, por suerte, lo pude armar de nuevo”, me dijo sonriéndose. La vivencia delirante y las alucinaciones son formas distorsionadas de expresar un dolor psíquico intolerable para la mente; o de canalizar un sa- dismo primitivo, que si se lleva a la acción motora, en este caso, podría lle- varlo a matar a alguien. Horacio denunciaba permanentemente situaciones que revelaban una peligrosidad oculta. Curiosamente, las personas que tienen un control tan rígido de la mente nos avisan qué largo camino nos falta por recorrer. Desarmar esta compacta estructura resulta mucho más complejo que cuando una persona actúa en la realidad a través de la violencia o el reclamo, demandando a los gritos atención permanente e incondicional. La vivencia de odio puede transformarse más fácilmente en una emoción genuina, espontá- Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 10 de 15—
  • 11. nea, que logra atravesar la barrera entre el paciente y el analista. Pues este funcionamiento mental, psicótico, controla las emociones. La función del analista consiste en hacerle sentir al paciente que las emociones no son nece- sariamente peligrosas, pues es sólo a través de una emoción compartida que se produce un cambio psíquico. Más adelante, le pude transmitir a Horacio todo lo que pensaba acerca de su vivencia delirante, en este clima emocional que habíamos logrado cons- truir, en el cual Horacio realmente podía contar conmigo. Habían cedido el terror, las voces amenazantes, las sensaciones corporales de transformarse en mujer, y su comunicación era cada vez más directa. Cuando caminábamos por el parque o estábamos en la confitería, se le fue el temor de que le fueran a pegar, no se sentía más bajo amenaza de muerte. Pero Horacio aún no se emocionaba, y le costaba mucho disentir conmigo o con alguien. Sentía que si opinaba diferente le podían pegar o matar. A veces lo tomaba de los hombros y le gritaba, como un juego: “El día que te enojes o puedas disentir conmigo, vas a estar curado.” Dos días después, vino a mi consultorio y mientras estábamos conver- sando, me dijo: “Eso que me acabás de decir ya me lo habías dicho antes.” A partir de entonces surgieron diversas situaciones en las que me reprochaba haberlo hecho esperar, que no le habían gustado intervenciones mías, que a veces le repetía varias veces la misma cosa, etc. De esta manera comenzaba cada vez más a aparecer su sí-mismo, pu- diendo así salir de la situación de sometimiento de toda la vida. He comprobado que la espontaneidad con estos pacientes, que fueron tratados de forma violenta y rígida, es como si llegara directamente al sí- mismo de ellos. La mayoría de las veces neutraliza la vivencia de temor y sufrimiento. Cuanto más auténticos somos con estos pacientes, más confían en nosotros; se dan cuenta que disentir con no significaba un abandono total ni dejarlos de querer, que eran las amenazas veladas de sus padres toda la vida. La reconciliación con el padre y el incremento de ‘recursos yoicos genui- nos’ Horacio me pudo hablar cada vez más directamente de sus vivencias de odio hacia su padre y su madre. Ya había incorporado recursos yoicos sufi- cientes para poder enfrentar la realidad sin recurrir a las vivencias delirantes y delirios. Por ejemplo, me pudo hablar de su terrible sufrimiento psíquico en las primeras épocas de tratamiento conmigo. Me relató que muchas veces había pensado seriamente en pegarse un tiro, que cuando en la clínica le hablaban de que curarse implicaba dejar el tratamiento, o separarse de sus padres o de mí, sentía como que iba a quedar en el más profundo desamparo. Muchas veces, cuando se le decía: “Estás mucho mejor”, lo vivía como una separación o un abandono, desde el cual él no podría sobrevivir, producién- Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 11 de 15—
  • 12. dose así una reacción terapéutica negativa. Se imaginaba que curarse sería estar mal como él estaba, pero curado. Se imaginaba estar curado pero enfermo y solo. Aunque parezca paradójico, sin recursos yoicos para enfrentarse a su curación. Horacio seguía resentido con su padre, pero más que nada porque sentía que su padre nunca le había reconocido alguna responsabilidad en su enfer- medad. Aun en la actualidad, Horacio me dice: “Cuando veas que yo estoy mirando un punto fijo, es que estoy haciendo control mental para no enojar- me o emocionarme”. Vemos así cómo Horacio, y cualquier paciente difícil, no puede asociar libremente, porque su actividad mental es utilizada para disociar y controlar sus estados penosos, que condensan experiencias traumáticas en forma de núcleos indiscriminados. Las condensaciones psicóticas, a diferencia de los mecanismos oníricos, son producciones complejas y compactas, sobre las que el paciente no puede asociar nada, porque condensan experiencias traumáticas y dolorosas en forma de núcleos indiscriminados, que van a tener que desarrollarse a través del proceso terapéutico, para poder transformarse en fantasías que puedan llegar a ser pensadas o simbolizadas. Comenzamos a invitar a su padre a los grupos de la clínica. Era difícil que el padre pudiera hablar desde él. En presencia de Horacio, siempre estaba re- ferido a Horacio, y Horacio estaba referido a él. Por ejemplo: “Horacio este fin de semana estuvo mucho mejor. Yo pienso que Horacio tendría que tener una novia.” Y Horacio: “Papá dice que yo tengo que jugar al golf y que tengo que estudiar pintura, porque pinto muy bien.” Y así alternativamente. Contra-transferencialmente, el padre de Horacio también me transmitía deseos de ayudarlo. Después de todo, era el único que acompañaba a su hijo; lo traía, lo buscaba, lo llevaba a los médicos, hacía quince años que había de- jado el alcohol y había dejado de maltratar a su familia. Para Horacio era muy importante que yo tuviera un vínculo positivo con el padre. Según él, los psicoanalistas de Córdoba siempre lo habían puesto en contra de su padre, hasta el punto que tuvo que internarse, porque después de una sesión en que entendió que tenía que matarlo, rompió toda la casa y terminó golpeándolo. Un día, en la clínica, se dio un clima bastante especial entre todos los pa- cientes, que me llevó a pararme detrás de su padre y a hablar de lo que yo me imaginaba que él podría querer decir y que no podía expresar; le apoyé las manos en los hombros y dije, dirigiéndome a su hijo: “Horacio, te quiero de- cir que sos una de las personas que más quiero en esta vida, que lo que más deseo es verte bien y contento. Siento que me he equivocado, quizás por mi propia historia familiar, y que cuando yo tomaba no era yo mismo. Fui vio- lento, desagradable, con vos y con tu madre, pero te quiero decir que lamento hasta el día de hoy todo el sufrimiento que les generé.” Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 12 de 15—
  • 13. Sentí un estremecimiento, y el padre de Horacio se largó a llorar como un niño. Hice que se abrazaran. Ese fue un hito fundamental en el proceso tera- péutico de ambos, quizás una experiencia emocional fundante del comienzo de una nueva relación. En esa ocasión, yo actué como un tercero en la relación entre ambos. En la medida en que pude incluirme más en la trama enfermante, las situaciones traumáticas fueron perdiendo poder patógeno. Sería muy largo entrar en detalles en relación a las vivencias de Horacio de ser homosexual, pero sólo quiero agregar que a partir de la transferencia conmigo, y en la medida en que me pude ocupar de los padres y ayudarlos también a ser ellos mismos sin estar referidos permanentemente a su hijo, Horacio pudo pensar desde él mismo, respaldado en que otros cuidaban a sus padres. Horacio hoy en día tiene una novia, viaja con ella, ya no tiene temor a ser homosexual, y aunque a veces regresa a ese síntoma cuando se encuentra en alguna situación que puede provocarle miedo, se repone rápidamente. Recordemos que el síntoma es lo último que se abandona, porque debe ser sostenido hasta el final como un baluarte, en el sentido que todos los pacientes, no sólo los esquizofrénicos, lo sostienen hasta el final, como si fuera lo único propio que tienen. ***** Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 13 de 15—
  • 14. Bibliografía de Jorge García Badaracco [1966b] En colaboración con Bartolini, A., Dornbusch, A., Weil, J.: “Psicopatía y tratamiento psicoanalí- tico”, en Psicoanálisis de la manía y la psicopatía (Rascovsky, A., Liberman, D., eds.), Paidós, Bue- nos Aires, 1966, págs. 248-258. [1966c] En colaboración con Bartolini, A., Dornbusch, A., Weil, J.: “El proceso psicoanalítico”. Trabajo de investigación psicoanalítica para uso inter-no de la Asociación Psicoanalítica Argentina. [1967a] “Contribución al estudio del proceso psicoanalítico”. Trabajo de investigación psicoanalítica para uso interno de la Asociación Psicoanalítica Argentina. [1968a] “Contribución al estudio de la noción de ‘objeto interno’ ”. Trabajo de investigación psicoanalíti- ca para uso interno de la Asociación Psicoanalítica Argentina. [1970a] En colaboración con Proverbio, N., Canevaro, A.: “La terapia familiar en la Comunidad Terapéuti- ca Psicoanalítica de pacientes psicóticos. Grupo familiar múltiple y grupo familiar nuclear”, en Pa- tología y Terapéutica del Grupo Familiar, Actas del Primer Congreso Argentino de Psicopatología del Grupo Familiar, Buenos Aires, Editorial Fundación ACTA, 1970, págs. 150-152. [1970b] En colaboración con Canevaro, A.: “La reacción terapéutica negativa y la influencia familiar”, en Patología y Terapéutica del Grupo Familiar, Actas del Primer Congreso Argentino de Psicopatología del Grupo Familiar, Buenos Aires, Editorial Fundación ACTA, 1970, págs. 221-225. [1972a] En colaboración con Proverbio N., Canevaro, A.: “Tratamiento de pacientes psicóticos”, en Acta Psiquiátrica y Psicológica de América Latina, XVIII:4, págs. 232-243. [1975a] En colaboración con Zemborain, E.: “El narcisismo en pacientes psicóticos. Analizabilidad de las ‘neurosis narcisísticas’ en función del comportamiento del analista como objeto externo”, en Re- vista de Psicoanálisis, XXXII:3, 1975. [1976b] En colaboración con Zemborain, E.: “Contribución al esclarecimiento del Complejo de Edipo”, en Actas del XI Congreso Psicoanalítico Latinoamericano. [1977a] “Delirio”, en Enciclopedia de Psiquiatría (Vidal, G., Bleichmar, H., Usandivaras, R., eds.), Buenos Aires, Editorial El Ateneo, págs. 119-128. [1978a] “La familia como contexto real de todo proceso terapéutico”, en Terapia Familiar, 1, págs. 9-16. [1978c] “Integración del psicoanálisis individual y la terapia familiar en el proceso terapéutico del paciente psicótico”, en Revista de Psicoanálisis, XXXV:3, págs. 529-578. [1978f] “La noción de ‘déficit de recursos yoicos’ en psicoanálisis”. Trabajo de investigación psicoanalítica para uso interno de la Asociación Psicoanalítica Argentina. [1979a] “Introducción de la problemática familiar en el proceso terapéutico del paciente psicótico”, en Re- vista Terapia Familiar, 3, págs. 10-24. [1979c] “Revisión del concepto de resistencia a la luz de la experiencia clínica”, en Revista de Psicoanálisis, XXXVI:5, págs. 787-805. [1979d] En colaboración con Zemborain, E.: “El complejo de Edipo a la luz de la experiencia clínica con pacientes psicóticos”, en Revista Uruguaya de Psicoanálisis, Nro. 59, págs. 59-90. [1980a] En colaboración con Dobner, G., Guzzo, S.A., Zemborain, E.: “Revisión de algunos conceptos acer- ca de la perversión desde la experiencia clínica”, en Revista de la Asociación Psicoanalítica Argenti- na, XXXVII:6, 1235-1264. [1980e] “Participación en la Mesa Redonda sobre ‘Escisión del Yo’ ”, en Revista de Psicoanálisis, XXXVII:2, 1980, págs. 385-415. [1980f] “El psicoanálisis como método terapéutico”, en Revista de Psicoanálisis, XXXVII:6, 1980, págs. 1305-1332. [1983b] “El psicoanalista trabajando con pacientes psicóticos”, en Revista de Psi-coanálisis, 1983, XL:1, págs. 19-26. [1983c] “Reflexiones sobre sueño y psicosis a la luz de la experiencia clínica”, en Revista de Psicoanálisis, XL:4, págs. 693-709. [1985a] “Identificación y sus vicisitudes en las psicosis. La importancia del concepto de ‘objeto enloquece- dor’ ”, en Revista de Psicoanálisis, XLII:3, págs. 495-514. Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 14 de 15—
  • 15. [1990a] Comunidad terapéutica psicoanalítica de estructura multifamiliar, Editorial Tecnipublicaciones S.A., Madrid, 1990. [1990b] “Las identificaciones y la des-identificación en el proceso analítico”, en Revista de Psicoanálisis, XLVII:1, págs. 84-102. [1991a] “Conceptos de cambio psíquico: aporte clínico”, en Revista de Psicoanálisis, XLVIII:2, págs. 213- 242. [1996a] “ ‘Duelo y melancolía’ 80 años después”, en Revista de Psicoanálisis, LIII:1, págs. 39-52. [1998b] “El grupo multifamiliar en el contexto de la psicoterapia en general”, en Psychotherapies, 18:1, págs, 3-14. [2000a] Psicoanálisis Multifamiliar - Los otros en nosotros y el descubrimiento del sí-mismo, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2000. [2005a] Demonios de la mente, EUDEBA, Buenos Aires, 2005. Mitre de Larreta, María Elisa [2001]. —Página 15 de 15—