Este título está dedicado a que los adultos proporcionen a los niños y adolescentes las claves necesarias para superar de forma normalizada la pérdida de un ser querido, facilitando su integración dentro del proceso de duelo.
ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...
14 enseñame a decir adios
1. Los niños y adolescentes ante la
pérdida de un ser querido
Capítulo
La pérdida de un ser querido
¿Cómo entienden la muerte?
¿Cómo debemos esperar que reaccionen?
¿De qué depende su reacción?
Resumen
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2. Los niños y adolescentes ante la pérdida de un ser querido
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La pérdida de un ser querido
Confrontar la muerte de alguien cercano puede ser una de las experien-
cias más dolorosas de nuestra vida. De hecho, en la infancia, la muerte de
uno de los progenitores es considerado el suceso más traumático que un
niño puede experimentar.
Como hemos mencionado en la introducción, los niños y adolescentes
también sufren ante el fallecimiento de sus seres queridos, y más aún, si és-
tos jugaban un papel significativo en su desarrollo o eran los encargados de
su cuidado. Ante la experiencia de la pérdida, es habitual que se pregunten
si pudieron haber hecho algo por evitarlo, si les sucederá algo malo a ellos
también o se preocupen por quién se encargará ahora de su cuidado y pro-
tección. Al igual que los adultos, necesitan comprender lo que ha pasado y
otorgar un significado a su experiencia, así como adaptarse a los cambios
vitales que puede implicar esa pérdida. De tal manera que enfrentarse a la
pérdida no sólo significa “decir adiós” a un ser querido, sino también hacer
frente a otras pérdidas no tangibles que rodean esa muerte y que, a menu-
do, son más difíciles de manejar para el menor, como la pérdida de espe-
ranza, la pérdida de confianza en el futuro, la pérdida de su sentimiento de
seguridad y de control, la pérdida de estabilidad y apoyo, etc.
Una buena aproximación al proceso de duelo que está viviendo el niño es
tener en cuenta que todas las reacciones emocionales que experimente (lo
que denominamos “proceso de duelo”), desde la negación o la indiferencia
hasta la ira y la tristeza, son reacciones normales ante un cambio significa-
tivo en su experiencia vital. El duelo es, por tanto, una reacción natural,
esperable y necesaria tras una pérdida, no una enfermedad.
Como veremos más adelante, los niños y adolescentes tienen una mane-
ra peculiar de reaccionar ante la pérdida que, a veces, puede resultar con-
fusa. Pero, para entender dichas reacciones, debemos comprender primero
cómo conceptualizan la muerte a lo largo de las diferentes etapas de su
desarrollo.
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Los niños y adolescentes ante la pérdida de un ser querido
¿Cómo entienden la muerte?
Es una creencia falsa pensar que los niños no entienden o “no se dan
cuenta de lo que sucede” tras el fallecimiento de un ser querido. La capaci-
dad que tienen los niños para saber que ha sucedido algo “importante” a
su alrededor, que “preocupa a los adultos”, es mayor de lo que pensamos.
Además, desde pequeños están expuestos a la realidad de la muerte a través
de los cuentos, de los juegos, de las noticias que aparecen en televisión, de
la música, etc., por lo que sabemos que los niños generan una idea sobre la
muerte, sufren ante las pérdidas y son capaces de elaborar su duelo, aunque
sea necesario guiarles en este proceso.
La comprensión global y adulta de lo que significa la muerte o “estar
muerto” no se establece de una sola vez, sino que se va forjando a lo largo
del desarrollo a través de la superación de determinadas creencias erróneas
presentes en las etapas iniciales, y que son:
Creer que los muertos pueden regresar al mundo de los vivos.
Creer que los muertos tienen las mismas sensaciones que los vivos y
necesitan comer, dormir, abrigarse, etc.
Creer que las personas pueden morir a causa de nuestros deseos o por
culpa de nuestro mal comportamiento.
Creer que la muerte sólo afecta a los demás y no a uno mismo.
De esta manera, la idea que los niños tienen acerca de la muerte está
relacionada con su edad y su grado de maduración. En función de estas va-
riables se han establecido clasificaciones de respuesta ante el duelo, aunque
es posible y normal que el niño o adolescente que tengamos en mente no
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encaje perfectamente dentro de estas categorías debido a que su conceptua-
lización de la muerte puede estar influenciada por otros factores como su
historia de aprendizajes previos, la manera de comportarse de los adultos
cercanos o sus creencias religiosas o culturales, entre otros.
En cualquier caso, conocer la forma en la que los niños interpretan la
muerte a lo largo de su desarrollo nos va a permitir estar preparados ante
las posibles demandas o necesidades que nos plantee su peculiar elabora-
ción de la realidad.
Desde el nacimiento hasta los 2 años de edad
A pesar de que los más pequeños no entienden el significado de la muer-
te, reaccionan con ansiedad ante la ausencia o separación de sus seres que-
ridos. Así mismo, son sensibles al estrés que perciben en el ambiente o a los
cambios bruscos en su entorno y rutina diaria que, a veces, trae consigo la
muerte de un familiar. Especialmente, la pérdida de la madre en los primeros
meses de vida puede hacer que los bebés muestren una conducta apática,
callada y que no respondan a las sonrisas. Otros bebés pueden manifestar
un aumento de su actividad motora e irritabilidad, así como dificultades de
sueño y pérdida de peso.
En torno a los dos años, el niño puede empezar a mostrar una ligera com-
prensión de la pérdida, generándole cierta frustración y confusión. El dolor
de la separación puede ser muy intenso, manifestándose a través de protes-
tas constantes, llamadas de atención y dificultades para dormir. También es
frecuente que demanden más contacto físico (abrazos, no querer soltarse
de la mano, caricias, etc.) y que rechacen la separación de sus figuras de
referencia.
Como veremos más adelante, en esta etapa es importante mantener las
rutinas diarias y evitar, en la medida de lo posible, la separación de sus
figuras de apoyo principales. También necesitan, sobre todo los bebés, con-
sistencia en sus cuidados, así como más demostraciones de cariño y protec-
ción.
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Los niños y adolescentes ante la pérdida de un ser querido
De los 3 a los 5 años
Los niños a esta edad no logran comprender que la muerte es para siem-
pre. Por eso, aunque se les explique que el ser querido no va a estar más con
ellos, pasados unos días podrán volver a preguntar por su ausencia (“¿cuán-
do vendrá mama a verme?”, “¿cuándo dejará de estar muerto el abuelo?”),
pensando que puede regresar en cualquier momento.
Así mismo, creen que los muertos pueden sentir igual que los vivos, por
lo que es normal que hagan preguntas del tipo: “¿puede comer?”, “¿pasará
frío?”, “¿va al baño?”, “¿me escucha?”, “¿cómo puedo ir a verle?”, “¿cómo
se duerme en el cielo?”, etc.
En esta etapa, algunos niños confunden la muerte con dormir o con irse
de viaje, sobre todo si han recibido de parte de los adultos explicaciones
como “el abuelo está dormido y no se va a despertar”, “se murió mientras
dormía”, o “papá se ha ido a hacer un viaje muy largo”. De ahí que mues-
tren rechazo a irse a la cama o dificultades de sueño como pesadillas o te-
rrores nocturnos, o que piensen que los que se van de viaje nunca regresan
y no quieran separarse de sus figuras de apoyo. Por este motivo, es impor-
tante ser cuidadoso con las explicaciones que les proporcionemos respecto
a la muerte. En el siguiente capítulo abordaremos cómo tratar este tema.
El pensamiento mágico marca su forma de interpretar la realidad. Los
niños a esta edad tienden a pensar que su conducta, sus pensamientos y
sus deseos son la causa de las cosas que les ocurren a ellos o a los que les
rodean. Ante la pérdida, tratan de entender qué papel jugaron en lo ocu-
rrido atribuyéndose la responsabilidad de los hechos (“mamá murió porque
me porté mal”, y “si me porto bien, entonces regresará”), lo que les puede
generar graves sentimientos de culpa.
En lo que respecta a su comportamiento, la ansiedad y el miedo que
experimentan tras la pérdida hace que se comporten “como si fueran más
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pequeños” y que vuelvan a manifestar conductas que ya habían superado,
como mojar la cama, tener rabietas, chuparse el dedo o hablar “como si
fuera un bebé”, etc. Además, utilizan el juego como un medio seguro donde
expresar sus miedos y preocupaciones, por lo que es común que jueguen a
“hacerse el muerto” o escenifiquen situaciones relacionadas con la pérdida.
Por lo general, estas conductas suelen desaparecer por sí mismas, sin nece-
sidad de intervención especializada, una vez que el niño va recuperando su
sentimiento de seguridad.
Durante este periodo, es fundamental proporcionarles explicaciones so-
bre la muerte adecuadas a su vocabulario, evitando eufemismos (como “se
ha ido de viaje”, “está dormido”, “nos ha dejado”), así como corregir las
concepciones erróneas que podamos detectar (en el capítulo 3 se incluyen
pautas y sugerencias para la comunicación del fallecimiento).
De los 6 a los 9 años
En torno a los 6 años personifican la muerte con un esqueleto, un fantas-
ma o una especie de “monstruo” que puede venir en cualquier momento a
hacerles daño y a llevarles lejos de casa.
A esta edad comprenden que la muerte es para siempre y que la persona
fallecida no regresará nunca más, lo que les provoca verdaderos sentimien-
tos de rabia y una profunda sensación de abandono. Suelen manifestar ira
hacia la persona fallecida por haberles dejado solos, o también hacia aque-
llas personas del entorno que no han sido capaces de evitar la muerte.
Por otro lado, suelen mostrar una gran curiosidad por saber qué ocurre
cuándo se muere, lo que les lleva a plantear cuestiones que, en ocasiones,
pueden resultar morbosas para los adultos, como por ejemplo: “¿qué pasa
con el cuerpo?, ¿se pudre?”.
Durante este periodo es normal que presenten preocupaciones exage-
radas por su propia salud o por la de otros miembros de la familia, por
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Los niños y adolescentes ante la pérdida de un ser querido
lo que es frecuente que pregunten cosas como “¿tú también te vas a mo-
rir?”. Algunos niños pueden manifestar temor a ir al colegio, dificultades de
aprendizaje y conductas agresivas. Otros niños pueden mostrarse retraídos
o sumamente apegados y dependientes de los adultos. También son comu-
nes las conductas regresivas y las quejas físicas (dolores de cabeza, dolor de
estómago, etc.).
En esta etapa, el niño necesita información realista y clara sobre lo suce-
dido. También es aconsejable que se le incluya o se le ofrezca la oportuni-
dad de participar en los rituales de despedida (sin obligarle a hacerlo si no
quiere). Por otro lado, si se informa a los profesores de la situación en que
se encuentra el niño, se le podrá proporcionar un apoyo adicional en el
contexto escolar.
De los 10 a los 12 años
Si bien antes de esta edad pensaban que la muerte era algo que le ocu-
rría a los demás pero no a ellos, ahora son conscientes de que la muerte es
irreversible y que afecta a todo el mundo, asimilando la noción adulta del
significado de estar muerto. Son capaces de entender los aspectos biológicos
de la muerte así como las relaciones causa-efecto, por lo que es normal que
se planteen las consecuencias que la muerte supondrá en sus vidas.
A esta edad, empiezan a desarrollar su propia identidad y su grupo de
amigos comienza a cobrar especial importancia. Temen que la muerte del
ser querido les haga parecer “diferentes” delante de su grupo de amigos, y
algunos menores ocultan sus verdaderas emociones para no sentirse vulne-
rables o débiles. Además, son comunes las expresiones de ira o enfado, así
como la preocupación por su propia mortalidad.
Para facilitar la identificación de sus emociones puede resultarles de utili-
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dad que les hablemos de nuestros propios sentimientos acerca de la pérdida
y que nos mostremos abiertos a tratar el tema de la muerte y solventar sus
dudas. En la medida en que el niño quiera participar, es aconsejable incluirlo
en los rituales de despedida.
De 13 años en adelante
Los adolescentes tienen la capacidad de pensar en conceptos abstractos,
por lo que siguen mostrando una gran curiosidad hacia lo que ocurre des-
pués de la muerte y les gusta hablar de fantasmas, personas que se han
“aparecido” y del “más allá”.
Sin embargo, la muerte es algo que les confronta y les asusta, sobre todo,
porque cuestiona su sensación de invulnerabilidad. En esta etapa, suelen re-
chazar el apoyo que se les ofrece y tienden a mostrarse reacios a participar
en los rituales de los adultos. Sienten que nadie les puede comprender y su
sensación de soledad puede ser muy profunda.
La ira suele ser una respuesta frecuente a su sentimiento de frustración por
no poder cambiar la realidad. Sus reacciones emocionales pueden ser muy
fuertes, aunque siguen mostrando dificultades para identificar y expresar sus
emociones.
Debe tenerse en cuenta que la pérdida de un amigo o de un miembro de
la familia puede incitar, particularmente a los adolescentes, a involucrarse
en actividades de riesgo o a tomar decisiones impulsivas, como faltar a cla-
se, escaparse de casa o consumir alcohol o drogas.
Durante este periodo, los adultos cercanos deben fomentar la indepen-
dencia del adolescente y animarle a que se relacione con su grupo de ami-
gos (ya que suelen mostrarse más abiertos a compartir sus experiencias con
ellos), aunque también deben mostrarse accesibles y proporcionar apoyo
emocional cuando el adolescente lo necesite.
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Los niños y adolescentes ante la pérdida de un ser querido
Hay que tener en cuenta que el enfado del adolescente ante la pérdida
puede ir aumentando a lo largo del proceso de duelo, por lo que hay que
estar preparados para tolerar ciertas expresiones de ira. No obstante, en lo
que respecta a las conductas de riesgo, se debe intervenir rápidamente y
buscar ayuda de un profesional en caso de necesidad.
También se debe prestar atención si el adolescente presenta pensamien-
tos de suicido (a través de verbalizaciones como “no os vais a tener que
preocupar más por mí”, “nadie me echará de menos”, “me quitaré de en
medio”, etc.), largos periodos de depresión o aislamiento de familiares y
amigos.
Estas manifestaciones deben ser tomadas en serio y debe proporcionarse
un apoyo de un profesional especializado de manera inmediata. La existen-
cia de deseos de venganza también debe ser atendida, animando al adoles-
cente a considerar otros caminos más constructivos para dar respuesta a sus
sentimientos.
¿Cómo debemos esperar que reaccionen?
Al analizar en detalle las respuestas que son frecuentes encontrar en niños
y adolescentes tras la experimentación de una pérdida, es necesario tener
en cuenta tres aspectos fundamentales:
1.- Cada niño o adolescente responde al duelo de manera individualizada
y personal. Así, unos menores pueden mostrarse indiferentes o ensimisma-
dos, otros pueden aumentar su nivel de actividad, otros manifestar rabia,
etc. No existe una única manera de expresar el dolor, sino que todas las
reacciones son “normales”.
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2.- Los niños suelen mostrar su dolor en periodos breves y ocasionales a
lo largo del día. A diferencia de los adultos, los niños no experimentan un
duelo continuo e intenso, debido a que la experiencia de una pérdida es tan
dolorosa y difícil de comprender que supera su capacidad de asimilación.
Por eso, es normal que pasen rápidamente del llanto a la distracción. Aun-
que este comportamiento variable puede interpretarse como indiferencia o
superación del dolor, en realidad, su duelo es tan intenso como el de cual-
quier otro miembro de la familia y su proceso de elaboración de la pérdida
les requiere mucho más tiempo.
3.- Debido a su capacidad limitada para reconocer sus propias emociones
y describirlas verbalmente, la respuesta más “visible” de su proceso de due-
lo va a manifestarse a través de cambios en su comportamiento (irritabili-
dad y conductas agresivas). De hecho, los niños más pequeños muestran sus
sentimientos de una manera indirecta, a través de rabietas frecuentes o de
quejas físicas, como dolores de cabeza o malestar de estómago.
Aunque a menudo se identifica el duelo con la expresión de tristeza y
aflicción, la realidad es que este proceso es mucho más complejo y se mani-
fiesta a través de un rango amplio de pensamientos, emociones, conductas
y sensaciones físicas, de ahí que el duelo pueda ser expresado de múltiples
maneras.
En el capítulo “Y además…” (página 84), se incluye una tabla con las res-
puestas más habituales en niños y adolescentes, así como pautas generales
para su manejo.
Reacciones emocionales frecuentes
Todos los niños sufren la pérdida y manifiestan, aunque sea de una mane-
ra peculiar, el mismo rango de emociones que los adultos. Entre las reaccio-
nes más habituales se incluyen:
Negación: niega o rechaza la realidad de la pérdida.•