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3.3. – 3.4.- MÉTODOS DE PLANEACIÓN PARTICIPATIVA
Actuando y aprendiendo… gestionando y ajustando las acciones
Seguimiento participativo
Campañas ciudadanas
Gestión asociativa
Proyectos demostrativos
Reflexionando… evaluando lo que hemos hecho
Sistematización**
Talleres de devolución**
¿Que no debo olvidar?
A pesar de que la planificación participativa cuenta con cuerpos metodológicos y
herramientas técnicas ampliamente desarrolladas, hay que tener en cuenta que la
pregunta de partida de un proceso participativo no es una pregunta técnica sino
una pregunta política ¿Participar para qué? ¿Qué procesos de transformación
queremos apoyar con la participación y cuáles son las bases de poder sobre las
que éstos se van a sustentar? (Pindado et al., 2002).
La planificación participativa incorpora la idea de diversidad, lo que en la práctica
se traduce en una confluencia de perspectivas, intereses, identidades y
preferencias plurales. Es precisamente esta diversidad la que le da valor a los
procesos de participación, pero de donde se derivan también sus principales
dificultades. En consecuencia, el conflicto es parte esencial de los procesos y se
debe abordar conscientemente.
Uno de los principales potenciales transformadores de un proceso participativo es
su capacidad educativa. La reflexión, discusión y actuación conjunta puede dar
lugar a procesos de aprendizaje que conduzcan a cambios profundos en los
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valores, actitudes, habilidades y formas de relacionarse cotidianas de los
diferentes actores involucrados… la idea central es que la práctica cotidiana de la
participación nos educa a participar en democracia, y permite desarrollar
habilidades de diálogo entre perspectivas y actores diferentes.
Para articular la participación de los actores se hace necesario construir un
proyecto común alrededor de una cuestión o desafío concreto que permita a los
participantes vincularse a él y desarrollar su potencial transformador. Este
proyecto común contribuye a la construcción de unos valores, unas formas de
entender los problemas y unas propuestas y compromisos que son compartidos
(Pindado et al., 2002).
A nivel metodológico, conviene diferenciar los procesos de los momentos
participativos. Los primeros tienen una continuidad y se construyen día a día como
fruto de la interacción de sus protagonistas. Requieren de momentos puntuales de
participación que configuran fases abiertas y expansivas y otras convergentes y de
toma de decisiones, pero en su conjunto presentan una sintonía en su modo de
proceder y una coherencia con los objetivos que se plantean (Pindado et al.,
2002).
A la hora de iniciar un proceso de planificación participativa es importante tener
claro qué tipo de participación se pretende conseguir en cada momento… y ser
honesto y transparente con la gente. Son múltiples las taxonomías realizadas a
este respecto y en su mayoría toman forma de escalera de la participación con
diferentes niveles, como por ejemplo: 1) provisión de información, 2) Consulta, 3)
Decisión conjunta, y 4) Actuación conjunta (Wilcox, 1994).
En relación a quién participa, es necesario considerar a aquellos cuyos intereses
son afectados o afectan al asunto en cuestión, aquellos con la información, el
conocimiento o la experiencia necesaria para la formulación de estrategias y
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acciones y aquellos con el control o la influencia sobre políticas, instrumentos y
recursos para la implementación (UN-HABITAT, 2001).
En cuanto al cómo se participa, destacar que no hay fórmulas mágicas para
posibilitar una deliberación constructiva y creativa entre los diferentes actores. No
obstante, sí que disponemos de abundantes técnicas y herramientas para la
participación. Es por tanto necesario elegir aquellas que resulten más adecuadas
para cada uno de los momentos del proceso y contar con el personal indicado
para ponerlas en práctica. En ese sentido, la forma de dinamizar los debates es
crucial.
La cuestión de la participación en los procesos de planificación está íntimamente
relacionada con la cuestión del poder y de cómo los colectivos sociales ganan
influencia real en la toma de decisiones. En ese sentido, es importante entender
cómo se construyen las relaciones de poder entre los actores, y considerar su
vertiente multiforme y multidimensional de cara a evitar que los procesos
participativos reproduzcan la desigualdad de poder existentes en otros ámbitos
sociales y sean cooptados por las élites (administrativas, políticas… e incluso de la
sociedad civil) para legitimar sus propuestas. La planificación participativa del
desarrollo es un espacio en disputa, donde la negociación y la incidencia política
desempeñan un papel relevante en los procesos de empoderamiento de los
actores más desfavorecidos
Metodología
El proceso de planificación participativa depende de las características concretas
del contexto donde se vaya a poner en práctica. Resulta determinante a este
respecto no sólo el entorno y la problemática a abordar, sino también el propio
grupo impulsor que lanza la iniciativa de planificación pues ello condicionará
sustancialmente las posibilidades para profundizar en mayor o menor medida en
los procesos de participación.
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En consecuencia, el proceso se adapta y surge en un contexto concreto, y
además lo hace de forma flexible para ir avanzando según las necesidades que la
propia gente involucrada va definiendo. Por ello, más que proponer una
metodología cerrada, a continuación se presentan un conjunto de orientaciones
metodológicas que pretenden apoyar su aplicación sin limitar las posibilidades de
introducir interpretaciones creativas en cada caso concreto.
El proceso de planificación participativa ha sido descrito de maneras muy diversas,
pero en general incluye las siguientes actividades que no deben ser entendidas
como fases cerradas sino que en la práctica deben solaparse, realimentarse y
modularse de acuerdo a lo que el propio proceso va requiriendo. Son las
siguientes:
Movilizándonos… definiéndonos, posicionándonos y construyendo alianzas
La primera cuestión para arrancar un proceso de planificación participativa
consiste en posicionarnos nosotros mismos y clarificar desde dónde, para qué y
para quién vamos a hacerlo. Esto implica un ejercicio de autoreflexión sobre
nuestro punto de partida y nuestros intereses en el proceso, así como del papel
que pretendemos ocupar en el mismo (CIMAS, 2009, p.15).
Tras una delimitación inicial de la temática, la primera tarea es establecer quién va
a asumir el impulso del proceso. Éste puede ser ejercido por una persona, grupo o
institución que marca las directrices del proceso, ejerce un papel en la resolución
de los temas conflictivos y actúa con una legitimidad reconocida por otros agentes
y por la sociedad en su conjunto. Es ésta una cuestión clave para el éxito final del
proceso, pues determina en gran medida el grado de implicación de los diversos
actores sociales, económicos, políticos y ciudadanos. Los requisitos básicos para
impulsar el proceso son tres: credibilidad ante la ciudadanía, capacidad de
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convocatoria en la comunidad local y habilidad para conciliar intereses
divergentes.
A continuación, es necesario construir alianzas e implicar a los actores clave para
contar con sus aportaciones desde el inicio. Esto supone llevar a cabo los
siguientes pasos:
1) Identificar los actores relevantes;
2) Presentar el proceso de planificación de manera personal para comunicarles los
objetivos, el alcance y el enfoque del plan;
3) Acordar la estrategia general con ellos, recogiendo las sugerencias sobre la
forma de abordar el proceso participativo así como sobre los principales retos a
enfrentar,
4) Lograr su compromiso e implicación y
5) Articular su participación asegurando que su aportación sea lo más efectiva
posible. Con todo ello, la temática y los objetivos del proceso se van perfilando y
van incorporando las voces y la sensibilidad de los diferentes involucrados.
Es necesario definir a continuación cuál va a ser el modelo organizativo para
orientar y facilitar el proceso de planificación. Por una parte, debe permitir recoger
un amplio espectro de opiniones y criterios e integrar en la adopción de decisiones
a todos los actores relevantes. Por otro lado debe conseguir que el plan sea un
instrumento vivo, que evolucione y haga evolucionar a los participantes en la
asunción de unos objetivos compartidos. Para ello, es habitual la creación de un
Grupo Motor constituido por personal técnico y ciudadano que impulsa y coordina
el día a día de las diferentes actividades que se realizarán a los largo del proceso
de planificación. Asimismo, se puede contar con una Comisión de Seguimiento
formada por personas representativas de las diferentes instituciones y
organizaciones involucradas que se reúne periódicamente para validar los
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avances realizados y establece los acuerdos básicos para seguir avanzando
(CIMAS, 2009, p.23).
Una vez constituido el grupo de trabajo es un buen momento para elaborar un
cronograma de todo el proceso, que nos ayudará a tener una visión global de
nuestro plan de trabajo a corto y a medio plazo (CIMAS, 2009, p.28). En este
momento se establecerá una estrategia de comunicación para la difusión del
proyecto entre la ciudadanía, y arraigar la idea entre las organizaciones públicas,
privadas y de la sociedad civil, reclamando su participación plural en el proceso.
¿Quiénes somos y qué queremos ser?… el diagnóstico y la
contextualización
La elaboración de un diagnóstico es el punto de partida de cualquier proceso de
planificación. Básicamente es un proceso de conocimiento de la realidad sobre la
que se va a intervenir, por lo que tiene fuertes connotaciones de tipo
epistemológico. “La planificación requiere, en primer lugar, un conocimiento muy
claro de la realidad para actuar sobre ella y cambiarla (…) teniendo en cuenta que
el sujeto que investiga no está separado de la realidad por investigar, y que esta
realidad articula procesos diversos que se desenvuelven en diferentes niveles y
con diferentes dimensiones temporales” (Saavedra, 2001, p. 59)
En el marco de la planificación participativa, la elaboración de un diagnóstico es un
proceso de construcción intersubjetiva de conocimiento en el que las diferentes
visiones y concepciones sobre los asuntos prioritarios convergen en una
interpretación construida a través del diálogo. ¿Significa esto que el papel del
experto técnico debe quedar excluido del proceso de planificación? Obviamente
no. Significa que la realidad social es excesivamente compleja y está sometida a
interpretaciones diversas, por lo que no puede ser capturada unívocamente. Esto
es especialmente así cuando lo que se desea es generar un conocimiento –el
diagnóstico– alrededor del cual articular a los actores y movilizar sus recursos y
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esfuerzos en pro de objetivos compartidos. Es por ello que en la planificación
participativa hablamos de expertos técnicos en relación a la materia a tratar,
expertos metodológicos en relación al proceso de participación y expertos
experienciales o ciudadanos que viven el día a día de la cuestión.
En sintonía a todo esto son tres los criterios de carácter general para la
elaboración de diagnósticos: 1) los diagnósticos deben ser participativos, 2) Los
diagnósticos deben estar orientados a la acción, y 3) Los diagnósticos deben
incorporar la perspectiva de la investigación-acción, es decir, la investigación se
realiza para fundamentar la acción, pero la acción en sí misma es una fuente de
aprendizaje y conocimiento de la que se nutre la investigación. Esto hace que la
etapa de diagnóstico no se agota en sí misma sino que es una constante a lo largo
de todo el ciclo de planificación.
La idea es conocer la realidad para poder transformarla. Pero para ser
participativo, un diagnóstico debe abrirse desde el inicio a la implicación de los
actores en la definición misma del problema a abordar. Es decir, tiene que haber
un proceso de “problematización” de la demanda inicial. Por medio de las
metodologías participativas, trasladamos el problema a su contexto y allí le
preguntamos a la gente para dotarlo de sentido desde las diferencias, conflictos y
también visiones compartidas. Contextualizar el problema se convierte así en el
punto de partida, lo que permite conocer las interrelaciones que lo nutren y le dan
consistencia dentro de un contexto convivencial lleno de significados (Ganuza et
al., 2010).
Tras los pasos iniciales para la movilización, es hora de que nos demos cuenta de
hasta dónde no están incorporados al proceso muchas de las fuerzas sociales y
sectores que podrían estar. Por ello es interesante realizar un mapeo que
identifique y analice las relaciones que mantienen entre sí los diferentes actores y
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explorar su posicionamiento hacia el proceso que estamos lanzando. A
continuación, resulta imprescindible salir a la calle y abrirnos a la gente
combinando técnicas de tipo cualitativo y cuantitativo (CIMAS, 2009, p.39) que nos
permitan “escuchar” lo que la gente opina y experimenta cotidianamente sobre la
cuestión que estamos abordando.
Una vez recopilada toda esta información deberemos hacer un análisis y
devolución creativa de la misma a la gente para exponer cuáles son las principales
“posturas” y hacer unas primeras interpretaciones y análisis de las mismas. De
esta manera conseguimos que la gente vea que no nos quedamos con
información, que no olvidamos posiciones que pueden ser importantes, que
tratamos de profundizar en las cuestiones y que aspiramos a construir una
interpretación colectiva y creativa de la realidad (CIMAS, 2009, p.51). Una vez
completado el diagnóstico es habitual formular una visión o una serie de objetivos
que refleje el horizonte al que pretende contribuir el esfuerzo de planificación y su
implementación.
¿Qué hacer y cómo?… estrategias y planes de acción
La formulación de estrategias y planes de acción es consecuencia de un proceso
creativo de discusión, intercambio y negociación entre los diferentes actores. Esto
incluye la definición, evaluación y priorización de las principales opciones, la
valoración de los recursos disponibles y las posibilidades de implementación a
nivel institucional y organizativo, así como la obtención de acuerdos que faciliten la
consecución de apoyos y la movilización de recursos adicionales.
El proceso de elaboración del plan consiste en convertir las estrategias en
programas y acciones concretas para su implementación. Para ser efectiva, el
plan de acción debe centrarse en una Idea-Fuerza que sirva como eje vertebrador
(CIMAS, 2009, p.63). Además debe centrarse en los temas prioritarios, orientase a
los resultados, buscar la especificidad y delimitar el marco temporal.
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Para que un proceso se pueda mantener por si mismo se tiene que basar en el
protagonismo colectivo construido desde la base. Es decir que la gente sienta y
compruebe que sus iniciativas son tenidas en cuenta. Ello implica que la
implementación de las estrategias se apoya en la organización participativa y
democrática de los actores involucrados en el proceso (CIMAS, 2009, p. 67). Por
tanto, el fortalecimiento de las organizaciones involucradas es parte integrante de
las estrategias de planificación participativa.
Si bien en la parte de diagnóstico y contextualización se ha trabajado con los
diferentes actores y redes de manera separada, en el momento de elaborar los
planes de acción es imprescindible trabajar con todos los implicados en espacios
comunes puesto que lo que se pretende es que las transformaciones sean
impulsadas y sostenidas por las propias redes involucradas en el proceso. Se trata
por tanto de formular alternativas y propuestas de actuación de forma pública
mediante procedimientos participativos (Ganuza et al., 2010, p. 122).
El proceso parte de la autoreflexión sobre el punto de partida para propiciar una
discusión sobre hacia donde queremos ir. A partir de ahí se formulan propuestas y
se elabora un plan de acción desagregado en programas que incluye
una definición de las diferentes acciones. Además incluye un cronograma y un
esquema organizativo que articule el trabajo y explicite los compromisos de los
diferentes actores involucrados.
Es importante destacar que la movilización de recursos es una parte integrante de
la elaboración del plan. La cuestión de los recursos es un aspecto que debe ser
considerado desde el principio y a lo largo de todo el proceso de planificación e
implementación. Si no es así, se corre el riesgo de desvirtuar el proceso de
negociación, pues cuando no hay recursos en juego el establecimiento de
prioridades puede tender a la banalización.
Actuando y aprendiendo… gestionando y ajustando las acciones
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La implementación de las estrategias se desarrollará a través de intervenciones
diversas, empleando un amplio rango de acciones. “La puesta en marcha del plan
se refiere a la organización, la programación y el uso eficaz y eficiente de los
recursos humanos, físicos, financieros y tecnológicos en el horizonte de la
planificación definido y en el espacio como expresión social y lugar de realización”
(Saavedra, 2001, p. 64).
En este momento, los proyectos o acciones pasan a ser el centro del proceso,
entendidos como actuaciones acotadas en el tiempo, con unos recursos definidos
y orientados a la consecución de determinados resultados o productos. De cara a
potenciar el aprender haciendo resulta especialmente interesante la idea de
comenzar con proyectos demostrativos que permitan testear las ideas planteadas,
refinarlas y mejorarlas para su posterior ampliación y replicación.
El seguimiento de los proyectos debe hacerse de manera participativa para
comprobar los avances y posibilitar una mutua rendición de cuentas entre los
actores involucrados en las redes de trabajo. En este sentido, es particularmente
importante hacer un seguimiento del estado del proceso participativo para
introducir reajustes e incorporar a nuevos actores y temáticas a raíz de cambios
sociales, medioambientales, económicos, políticos…
Por ello, es necesario definir una serie de mecanismos que nos permitan, de
manera articulada y sistemática, ir recogiendo y recopilando la información para ir
incorporando al plan los cambios que se van generando en el contexto en el que
trabajamos (Ganuza et al., 2010, p. 152). El seguimiento es por tanto un proceso
de análisis y reflexión sobre las actividades en curso de cara a realizar ajustes,
recabar información adicional y propiciar el aprendizaje por parte de los actores
involucrados. No obstante, hablar de participación implica hablar no sólo de
acceso y manejo de la información, sino también de control y toma de decisiones
colectivas.
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Reflexionando… evaluando lo que hemos hecho
Durante el proceso de planificación y una vez concluido éste, es recomendable
pararse a reflexionar sobre lo realizado de cara a introducir cambios y aprender
para experiencias futuras. En coherencia con el enfoque, la evaluación debe ser
participativa tanto en su realización como en su intencionalidad, es decir los
aprendizajes que de ella se extraigan deben ser útiles no sólo para el Grupo Motor
sino para todos los participantes.
De manera coherente con la filosofía del enfoque, la evaluación no debe centrarse
únicamente en resultados e impactos, sino también en los procesos y los métodos
de trabajo, la producción de conocimiento útil para los implicados, la participación
e implicación de la gente, las redes creadas o consolidadas y los cambios en las
relaciones entre los actores.
En ocasiones es útil definir un conjunto de indicadores representativos de cada
una de las dimensiones a evaluar que nos describa su estado en la situación de
partida y en la actual. De este modo, se pueden trazar tendencias e identificar las
acciones que han permitido potenciar los avances y contrarrestar los retrocesos.
Antecedentes y contexto
Origen
La planificación participativa surge como reacción a la planificación normativa de
carácter técnico-racional para plantear la planificación como un proceso en el que
se supera la distinción entre “sujeto” planificador y “objeto” planificado, que se
confunden.
Las bases teóricas de la planificación participativa son múltiples y no están
cerradas pues más que un modelo de planificación cerrado, se trata un en enfoque
abierto y en permanente construcción. No obstante, las referencias básicas serían
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la educación popular de Paolo Freire, la investigación acción de Fals Borda, el
Diagnóstico Rural Participativo de Robert Chambers, la socio-praxis de Carlos
Núñez, el diálogo de saberes de Boaventura de Souza Santos o el enfoque
estratégico situacional de Matus.
En esencia, la planificación participativa introduce una ruptura epistemológica con
los paradigmas positivistas. Entiende que los procesos de desarrollo se
caracterizan por la diversidad de actores y perspectivas. En consecuencia, la
interpretación que cada uno de los actores hace de los problemas es
necesariamente diferente. Por ello, la realidad en su conjunto sólo puede ser
apreciada de manera intersubjetiva y situacional a través del diálogo entre
racionalidades diferentes.
Además, entiende que la capacidad de predicción es limitada pues el
comportamiento de la gente no es ni predecible ni controlable. Por tanto, asume
que las intervenciones son emergentes y derivan de la interacción entre los
actores que participan en el propio proceso. En consecuencia, enfatiza el valor de
los aprendizajes generados y las relaciones construidas a lo largo del proceso.
¿Dónde se ha aplicado?
La planificación participativa viene empleándose desde hace años en el ámbito
local tanto en programas impulsados desde las administraciones públicas como
desde organizaciones de la sociedad civil. Así, encontramos experiencias dirigidas
a sectores de población específicas (juventud, tercera edad, inmigrantes…),
planes participativos orientados a ámbitos temáticos (Agenda 21 Local o
sostenibilidad, Planes de igualdad, Planes de dinamización económica…),
prácticas de planificación participativa delimitados por un territorio (planes de
barrio, de espacios públicos o planes integrales de ciudad) y algunas experiencias
de carácter más global (planes estratégicos locales).
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¿En qué consiste?
Las metodologías participativas se orientan a la construcción de procesos en los
que las personas compartan el conocimiento que tienen sobre el mundo para
reflexionar sobre las posibles alternativas a los problemas que de forma conjunta
se plantean (Ganuza et al., 2010).
La cuestión consiste, por tanto, en ver de qué manera se puede contar con la
ciudadanía, no sólo como fuente de información sobre los problemas sino también
como fuente de reflexión y de acción en la resolución de los mismos.
Frente a un sistema político que dificulta una participación política activa de los
ciudadanos, las metodologías participativas son un instrumento para el ejercicio
concreto de esta participación valorando la capacidad reflexiva de los
individuos. Las metodologías participativas cobran sentido a la hora de emprender
iniciativas para resolver los problemas de manera conjunta y de acuerdo a los
principios democráticos.
El sentido de las metodologías participativas es, por tanto, esencialmente político
en la medida en que trata de resolver uno de los problemas centrales de la
democracia: cómo hacer que mucha gente participe en un proceso deliberativo y
de toma de decisiones, sin perder la calidad de los resultados y considerando la
distribución desigual del poder que se da en todos los contextos