Análisis de las funciones de los delegados de clase en la enseñanza reglada (Educación Primaria y Secundaria), así como las ventajas e inconvenientes, y análisis de propuestas personales para mejorar su participación en los centros educativos.
Planificacion Anual 2do Grado Educacion Primaria 2024 Ccesa007.pdf
El papel del delegado de grupo de alumnos en los centros educativos de Educación Secundaria
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EL PAPEL DEL DELEGADO DE GRUPO DE ALUMNOS EN LOS CENTROS
EDUCATIVOS DE EDUCACIÓN SECUNDARIA
López Azuaga, Rafael
76085471-E
Licenciado en Psicopedagogía
Resumen
Desde siempre, en los centros educativos ha existido la figura del “delegado de clase”
como un apoyo tanto para el docente como para el alumnado. Diversos autores y
algunas experiencias de alumnos demuestran que esta figura está muy infravalorada,
sobre todo por sus compañeros de clase. En este trabajo teórico analizamos las
principales funciones del delegado desde la actual legislación educativa y aquellas
funciones que han desarrollado algunos ejemplos de delegados de clase. Planteamos una
serie de propuestas de mejora que pueden ayudar a que la figura del delegado sea más
relevante dentro de la organización del centro educativo.
Palabras clave:
Delegado de clase, Junta de Delegados, Participación del alumnado, Organización de
centros educativos
INTRODUCCIÓN
Desde que ha existido la escuela, la figura del “delegado de clase” siempre ha estado
presente. Desde Educación Primaria se ha elegido a un alumno como “delegado de
clase”, o incluso todos pasaban por ese puesto durante unos días específicos, o todo el
alumnado durante algunos días tenían algunas funciones determinadas. Yo mismo he
llegado a ser delegado durante algunos años, algunos de ellos a la fuerza debido a que
no había candidatos y no tuve más remedio que tomar las riendas. En Educación
Secundaria esta figura toma mayor relevancia, dado la evolución del desarrollo
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
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tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
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tareas.
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subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
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10. RREEVVIISSTTAA DDIIGGIITTAALL EENNFFOOQQUUEESS EEDDUUCCAATTIIVVOOSS Nº 84 1/12/2011
cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
enfoques@enfoqueseducativos.es www.enfoqueseducativos.es 18
12. RREEVVIISSTTAA DDIIGGIITTAALL EENNFFOOQQUUEESS EEDDUUCCAATTIIVVOOSS Nº 84 1/12/2011
cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
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cognitivo del alumnado, ya que le permite estar más capacitado para realizar nuevas
tareas.
La figura del delegado ha sido, a lo largo de los años, una de las figuras más
subestimadas, desprestigiadas e incluso “explotadas” de las que existen en los centros
educativos. Siguiendo a Fernández Enguita (1993), la figura del delegado de clase es la
única visible para todos, y una de las pocas vías que tiene el alumnado para favorecer la
participación de éstos en la organización de los centros educativos. A lo largo de los
años, al poco tiempo de comenzar el curso escolar se convocaban elecciones para elegir
a un delegado, o el grupo-clase designaba a aquel que veían más adecuado para llevar a
cabo este cargo. Uno de los inconvenientes que encontramos es que el alumnado no era
consciente de las funciones y responsabilidades de un delegado. Para ellos, un delegado
es: “El que va a por tizas”, “El que mantiene limpia la clase”, “El que va a hacer
recados para el maestro”, “El que anota las faltas de asistencia en el parte”, etc.
Consideraban cada una de estas tareas como un “marrón”, y que el delegado era una
mezcla de asistente y esbirro del profesorado, antes que un representante eficaz de los
intereses de sus compañeros. Por ello, designaban como delegado a aquel que
consideraban como “repelente” o simplemente que no era de su agrado o incluso lo
consideraban tan inocente que podrían aprovecharse de él.
Una de las funciones de los alumnos es atender las necesidades de sus
compañeros, y si el delegado no resultaba ser un alumno con capacidad de hacerse
respetar por sus compañeros, éstos terminaban aprovechándose de él. Le enviaban para
realizar recados personales, o les amenazaban sin se chivaban a sus profesores de que
estaban realizando a escondidas una conducta inadecuada: Chillar en clase, tirar bolitas
de papel a una compañera, levantarse del pupitre y charlar con sus compañeros cuando
el docente se ausenta de la clase, etc. El delegado terminaba ocultando algunas de estas
situaciones para ganarse el favor de sus compañeros a la vez que seguía cumpliendo con
sus funciones de delegado. Si hacía lo contrario, podría darse el caso de que fuese
amenazado a la salida del colegio o que lo insultasen llamándole “empollón” o
“enchufado del profe”. En otras ocasiones, designaban a aquel considerado “follonero”
como una manera de posibilitar que el grupo-clase se rebelase del docente, a raíz de la
rebeldía del propio delegado. Así entonces las intenciones del profesorado con la
elección del delegado se frustrarían, posibilitando que el trabajo del docente sea
perjudicado a raíz de no contar con el apoyo del delegado para las funciones a las que
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19. RREEVVIISSTTAA DDIIGGIITTAALL EENNFFOOQQUUEESS EEDDUUCCAATTIIVVOOSS Nº 84 1/12/2011
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Legislación educativa
Decreto 19/2007, de 23 de enero, por el que se adoptan medidas para la promoción de la
Cultura de Paz y la Mejora de la Convivencia en los Centros Educativos sostenidos con
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http://www.juntadeandalucia.es/compromisos20082012/archivos_repos/0/61.pdf
Decreto 327/2010, de 13 de julio de 2010, por el que se aprueba el Reglamento
Orgánico de los Institutos de Educación Secundaria. Consultado el: 21-01-11
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Orden de 27 de julio de 2006 por la que se regulan determinados aspectos referidos al
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http://www.juntadeandalucia.es/boja/boletines/2006/175/d/updf/d7.pdf
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