Resumen de la profesion docente y la comunidad escolar...... nota de lectura de toral
1. VILMA ALEJANDRA LAGUNAS LOPEZ 2º SEMESTRE LIC. EDUC. PRIMARIA Página 1
M. FERNÁNDEZ ENGUITA
La profesión docente y la comunidad escolar: crónica de un desencuentro
Los padres: entre la indiferencia y la impotencia
Los principales responsables e interesados en la educación de sus hijos, son los padres,
nada les permitirá realizar mejor su derecho a controlar está e influir sobre ella que la
oportunidad de intervenir en la gestión de los centros docentes. La participación no requiere
otra cosa que el compromiso de los propios padres.
Una mayoría silenciosa y una minoría sospechosa
Los padres son personas casi siempre intensamente preocupados por, y pendientes de, la
educación de sus hijos, empezando por su suerte en la escuela. Un posible motivo de esto
puede ser que los padres, simplemente, no confíen, a estos efectos, en la acción colectiva.
Los padres ni siquiera acuden al centro ante un problema individual de sus hijos. También
existe un auténtico problema de desinterés o, al menos, de fatalismo por parte de un sector
de padres; Aunque la abstención es un problema de todos los procesos electorales y de
todos los colectivos, sería difícil, por no decir imposible, encontrar un caso similar al de los
padres de los alumnos en las elecciones a los consejos escolares. La participación vendría a
marcar la diferencia entre la instrucción y la formación, o entre la enseñanza y la educación.
A veces la decisión de participar tiene su origen en un incidente en el que el padre o la
madre se han visto enfrentados al centro, o cualquier miembro del profesorado.
La difícil tarea de participar
Los padres que participan, por su parte, tienen que hacer frente, con frecuencia, a la
acusación de que solo se preocupan de los problemas particulares de sus hijos, no los
problemas de todos. El deseo de los padres no es sustituir a los profesores. Su deseo se
reduce, normalmente, a poder controlar el resultado del proceso, las características del
producto fina; y, si no les complace, decirlo.
Muchos padres declaran que temen las represalias de los profesores. En todo caso, los
profesores activos atribuyen ese miedo a los que no participan. Los representantes de los
padres se autocensuran y se autolimitan, pues de nada serviría plantear problemas o
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adelantar propuestas que, además de resultar mal recibidos o inviables porque el
profesorado tiene la mayoría, pudiera crear fricciones.
Lo extraescolar y lo complementario
Las actividades extraescolares desempeñan, cuando menos, una triple función. Por un lado,
puede considerarse como una manera de cubrir la distancia que separa la enseñanza de la
educación, la instrucción de la formación, la capacitación académica del desarrollo integral.
Las actividades extraescolares son también una forma de prolongar el horario de
permanencia en los niños y jóvenes en la escuela, o en cualquier caso fuera de la residencia
familiar, por lo que resultan elemento esencial en el desempeño de la función de custodia. El
contenido de las actividades extraescolares no suelen ser motivo de conflicto entre los
padres y profesores..
La controvertida función de custodia
Se han dicho que lo centros de enseñanza se han convertido en “aparcamientos” o
“guarderías” donde depositar a los niños y jóvenes en las horas en que su familia n pueden
atenderles. Los profesores ven, a menudo, en las actividades de custodia, un atentado a su
profesionalidad y un factor de endurecimiento de sus condiciones laborales, ya que ellos se
dedican a “educar”, más no a cuidar de los alumnos. Las tutorías, que no son una actividad
de custodia pero tienen en común con las correspondientes a ésta sobrepasar los
parámetros habituales de la instrucción, presentan un problema parecido.
El alumnado, o el convidado de piedra; Delegados, pero ¿de quién?
El delegado es el representante de un grupo, es el que organiza al conjunto de estudiantes.
A la hora de elegir a los delegados siempre tratan de escoger al que es más “relajista” o al
más “tonto”, es por esta razón que no cumplen con su deber correctamente. Los estudiantes
tienen esa mentalidad que los delegados de grupo son los que se encarga de realizar
pequeños servicios como: limpiar la pizarra, ir por la tiza, llevar el parte, recolectar dinero
para comprar un balón, etc. Podríamos decir que el profesor saca ventaja de estos
problemas, haciendo que el delegado se convierta en su colaborador y que la tarea que le
toca es de ser guardián o más bien como un “policía” de respetar el orden en sus
compañeros. El delegado se convierte en el títere del profesor.
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El delegado tiene otras funciones como puede ser acudir a juntas de evaluación, ejercer de
mediador entre sus compañeros y el tutor o los profesores, etc.
Una democracia bajo tutela
Las posibilidades de participación de los alumnos están fuertemente limitas por el hecho de
que, al fin, y al cabo, en ella, y al margen de ella están sometidos a la autoridad y el poder
del profesorado. Los alumnos no consideran que el contexto escolar, y en particular la
actitud de los profesores, sean especialmente favorables a la realización de sus derechos.
En el centro de enseñanza, todos los caminos vuelven una y otra vez al profesor, que se
presenta ante el alumno como juez y parte al mismo tiempo. Los delegados están más
expuestos, ya que les corresponde ser portavoces de cualquier descontento de sus
representados. Hay profesores dispuestos a tomar represarías sobre cualquier alumno que
les molesta, pero son una minoría.
La presencia paterna, de apoyo a estorbo
La presencia de los padres en el consejo escolar, cuya justificación estriba en la inmadurez
de los alumnos, no es valorada de la misma manera por éstos a todas las edades. Al
principio, los propios padres, además de como una voz autónoma, se ven a sí mismos como
la voz de los niños. Al llegar a la enseñanza secundaria, su función aparece ante sus
propios hijos con menos claridad. Ya no se da por sentada una identidad de interés entre los
colectivos, alumnos y padres, y su desempeño en el consejo escolar pasa a ser discutido, o
claramente menospreciado. Lo primero que los padres deben perder es su función individual
como tutores y valores de sus hijos. La segunda que deben perder los padres es su lugar
como colectivo en la gestión escolar, en sustitución de los alumnos.
Los alumnos pasan ya a considerar que la comunidad escolar es cosa de dos: los profesores
y ellos.
La ineficacia de participar
El representante, que desempeña el papel del joven comprometido, no puede casi nunca
ocultar una actitud de reproche, incluso cierto desdén, hacia los representados, que son
vistos como pasivos, egoístas e insolidarios. El delegado es dejado a un lado sus funciones
de asistente y cabo, un informador del profesor, una especie de agenda relativa al grupo. El
delegado debe hacer de portavoz de las limitaciones generales. La presencia del delgado en
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el consejo no sirve de nada, o sirve de muy poco, porque no se les toma en serio o no se
cuenta con ellos, y porque casi nunca salen adelante sus propuestas.
El peso de la experiencia cotidiana
Los alumnos no son ciegos y sordos ante lo que se les enseña y aprenden. Perciben
perfectamente, por ejemplo, la falta de coordinación entre distintas asignaturas, o los
diferentes criterios de evaluación, lo cual basta para revelarles que los profesores no están
exentos de errores, o simplemente que las cosas pueden hacerse de varias maneras y que
unas son mejores que otras. Cuando un grupo de alumnos percibe esto, tiene también otra
opción, teóricamente al menos: hacer oir su voz, intentar un dialogo con el profesor. Pero lo
que la experiencia les indica es que no vale la siquiera la pena de intentarlo. A los alumnos
no se les reconoce capacidad alguna de influir en las decisiones sobre que han de aprender
y como ha de evaluarse lo aprendido.
Una constante al margen de cualquier variable
Los centros presentan una mayor disposición que los privados a recocer las competencias
de padres ya alumnos, lo cual significa que todos ellos cuentan con una asociación de
padres y buena parte con una asociación de alumnos, así como que los representantes de
estos colectivos actúan con más independencia respecto a la dirección o el profesorado.
Las necesidades y las expectativas del público llamadas a entrar en colisión con los
intereses del profesorado se desplazan en consecuencia: los horarios y las actividades
extraescolares son el principal motivo de los conflictos en la enseñanza básica.
Tipos de participación: variantes y posiciones
“Participación” es uno de esos términos manidos, tan frecuentes en el discurso sobre la
educación, que a fuerza de designarlo todo terminan por no significar nada. Lo mismo que la
“igualdad de oportunidades”, la “enseñanza activa”, la “eficacia” o la “calidad”, la
participación ha acabado por convertirse en algo que todo el mundo invoca, porque nadie
puede declararse contrario, pero que para cada cual recubre un contenido distinto.
Para los profesores, la participación de los otros debe consistir fundamentalmente en que se
acepten a sus fórmulas, sigan sus consejos, y “hagan los deberes”. Para los padres y
alumnos, o al menos para el sector más activo de ambos colectivos, significa ser parte del
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poder de decisión o, cuando menos, no dejar por entero la dirección de la educación en
manos del profesorado.
La participación regulada por la ley ofrece muchas más oportunidades de expresión y cuotas
de poder, sin lugar a dudas, a los profesores que a los alumnos o a los padres.
Los profesores cuentan con el poder con que los invisten la institución escolar: decidir qué y
cómo deben aprender los alumnos y, sobre todo, evaluar su rendimiento con las
consiguientes consecuencias para su futuro académico, profesional y social.
Participación y representación
El profesorado es más poderoso que antes de la entrada en vigor de LODE, pero no todo el
colectivo participa ya por igual de ese poder, por lo menos entre elección y elección.
En el caso del alumnado, para quien la participación debía ser también una experiencia
formativa y constitutiva de su personalidad, lo menos que puede decirse es que están
aprendiendo, fundamentalmente, a delegar, es decir, a no tomar sus asuntos en sus propias
manos. La especialización de la función representativa en unos pocos miembros del
colectivo permite al resto dedicarse a sus propios asuntos con mayor tranquilidad: los
profesores a enseñar, los alumnos a aprender y los padres a mantener el hogar.
En contrapartida, el sistema de representación, al desactivar a los colectivos representados,
sofoca otras potencialidades. Resultado de esto es que los profesores se encierran en el
cascarón de su aula, los padres se alejan de la vida cotidiana de la escuela, perdiendo ésta
la oportunidad de emplear los recursos personales e intelectuales de la comunidad entorno;
los alumnos, en fin, carecen de un espacio para el desarrollo de iniciativas grupales y
colectivas.