El cristianismo arranca históricamente de la religión hebraica y de la cultura helénica. De la primera recibe los libros del Antiguo Testamento y la emoción religiosa; de la segunda, la visión filosófica y la actitud ética. Se basaba principalmente en: El reconocimiento del valor del individuo como obra de la divinidad. La fundamentación de las relaciones humanas en el amor y la caridad. La igualdad esencial de todos los hombres, sea cual fuere su posición económica o clase social. La valoración de la vida emotiva y sentimental sobre la puramente intelectual. La consideración de la familia como la comunidad más inmediata personal y educativa. El reconocimiento de la Iglesia como el órgano de la fe cristiana y por tanto como la orientadora de la educación. La patrística es la fase en la historia de la organización y la teología cristiana que abarca desde el fin del cristianismo primitivo, con la consolidación del canon neotestamentario, hasta alrededor del siglo VIII. Además de la elucidación progresiva del dogma cristiano, la patrística se ocupó sobre todo de la apología o defensa del cristianismo frente a las religiones paganas primero y las sucesivas interpretaciones heterodoxas que darían lugar a las herejías luego. Su nombre deriva de los padres de la Iglesia, los teólogos cuya interpretación dominaría la historia del dogma.