1. ¿PODÉIS BEBER ESTE CÁLIZ?
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Mateo (20, 20-23)
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus
hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
-¿«Qué deseas?»
Ella contestó:
-«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu
derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó:
-«No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de
beber? »
Contestaron:
-«Lo somos.»
Él les dijo:
-«Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me
toca a mi concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi
Padre.»
1. Una pregunta fundamental
• Jesús nos interpela hoy con una pregunta que apunta directamente al
corazón de nuestra vida cristiana: ¿Podéis beber este cáliz? Es un
auténtico desafío espiritual que tiene mucho que ver con aquella otra
pregunta que se nos planteaba hace algo menos de un mes: ¿Quién soy
yo para ti?”. Aceptar este reto de beber el cáliz del Señor es la
consecuencia inmediata de haberlo reconocido y aceptado como el
Cristo, el Hijo de Dios vivo.
• Ahora bien, es inevitable plantearnos algunas cuestiones que surgen de
esta pregunta que resulta, cuanto menos, misteriosa: ¿De qué cáliz se
trata? ¿Qué significa beber de ese cáliz? La respuesta a estas
preguntas la iremos encontrando a lo largo de nuestra vida. Hoy
simplemente intentaremos comprender el significado en general de esta
compleja pregunta para luego poder responderla, como Santiago y Juan,
sin conocer todo su alcance.
• En una primera aproximación podemos decir que la copa que estamos
invitados a beber es nuestra propia vida y que beberla significa vivirla
en su plenitud.
• Por otra parte, hemos de profundizar en cómo hemos de beber esta
copa de nuestra vida para vivirla en su plenitud. Como sucede cuando
2. queremos disfrutar de beber un buen vino (o de comer una buena
comida) no podemos limitarnos a tragarnos el contenido de la copa
rápidamente sin saber qué es lo que contiene y sin saborearla con
detenimiento.
• En consecuencia, beber auténticamente la copa de mi vida exige realizar
un proceso que consta de tres momentos: tomar la copa, levantarla y
beberla.
2. Tomar la copa
• Como acabamos de decir, antes de apurar su contenido es importante
saber qué vino es el que hay en la copa, contemplarlo, moverlo, olerlo…
de tal modo que podamos incluso decir algo sobre él.
• Del mismo modo vivir la vida no se reduce a dejar pasar el tiempo
haciendo cosas sin sentido como aquellas bolas de las clásicas
máquinas recreativas a las que se golpeaba una y otra vez y sólo podían
limitarse a chocar con los distintos obstáculos que se encuentra hasta
que finalmente caían por la abertura inferior. Vivir la vida exige ser
reflexionada, ya que eso es lo propio de nuestra condición humana,
creada por Dios a su imagen y semejanza. Una vida que no es
reflexionada no merece la pena ser vivida.
• Tomar la vida en nuestras manos, sujetarla firmemente en nuestras
manos es mirar nuestra vida con honestidad, con realismo. Es
preguntarnos: ¿es valiosa mi vida? ¿Es buena? Esto exige coraje
porque si lo hacemos de verdad surgirán preguntas, dudas, miedos y
otros fantasmas que habitualmente nos esmeramos en ocultarnos.
• Además este tomar copa de la vida y contemplarla nos lleva a una
experiencia de soledad porque cada uno tenemos nuestra copa que es
única, como única es nuestra persona y nuestra vida. Muchas personas
podrán ayudarnos (y de hecho lo hacen), pero en último término
tendremos que afrontar solos el reto de vivir nuestra propia vida. Así lo
experimentó el propio Jesús.
• Así pues, este paso es imprescindible si no queremos vivir nuestra vida
como si nos emborracháramos permanentemente.
• ¿Y qué nos encontramos al contemplar en profundidad la copa de
nuestra vida? Es muy posible que lo primero que nos encontremos es
que nuestra vida es una copa de dolor. En primer lugar, encontramos el
dolor de nuestros pecados, nuestras limitaciones, traumas,
frustraciones… que siendo jóvenes creíamos que desaparecerían y con
el paso de los años descubrimos que no nos abandonarán. En segundo
3. lugar, el sufrimiento de las personas que son fundamentales en nuestra
vida y que se convierten en nuestros. Finalmente, descubrimos el
sufrimiento de personas que conocemos y tratamos así como el enorme
sufrimiento del mundo.
• Nos damos cuenta entonces que nuestros sufrimientos son
absolutamente personales. Son nuestra copa de dolor. Sin embargo, al
mismo tiempo nuestros sufrimientos personales son también
universales. Nos sentimos así desbordados por el volumen de
sufrimiento y dolor que existe en el universo…
• Y entonces nos volvemos a contemplar al varón de dolores: colgado en
la cruz como un maldito asumió sobre sí todo ese sufrimiento universal.
Y fue así porque para Jesús su alimento era la voluntad del Padre. En
ella encontró la paz.
• De este modo el cáliz de dolor se convirtió también en cáliz de gozo.
San Juan expresa como nadie este sentido glorioso de la cruz de Cristo.
Las palabras de Jesús “cuando sea elevado de la tierra, atraeré a
todos a mí (Jn 12, 32) no se refieren sólo a su crucifixión sino también a
su resurrección. Igualmente en su entrevista nocturna con Nicodemo (Jn
3, 13-14) Jesús expresa con el ejemplo de la serpiente de bronce que
Moisés levantó como un estandarte en el desierto para la salvación del
pueblo que la cruz no es un simple instrumento de tortura sino que en Él
se convierte en estandarte de curación y fuente de la que brota la vida
eterna.
• Los gozos están escondidos en los dolores. más de una vez hemos
tenido esa experiencia. Necesitamos recordarnos unos a otros este
misterio; ser ángeles de consuelo como el que consoló a Jesús en
Getsemaní.
3. Levantar la copa
• En los grandes momentos realizamos un brindis. Levantar la copa es
una invitación a afirmar y celebrar la vida juntos. Para beber de
verdad nuestra copa necesitamos a otros que quieran beberla suya con
nosotros.
• Cuando levantamos nuestras copas en un gesto libre de todo miedo,
proclamando que nos apoyaremos mutuamente en nuestro viaje común,
creamos comunidad. De algún modo lo que hacemos en nuestras
reuniones y celebraciones es levantar nuestras copas.
• Lo que hacemos en realidad cuando levantamos juntos nuestras copas
es comunicarnos vida mutuamente. Es siempre más cómodo ocultar
nuestros traumas y nuestras taras, incluso nuestros pequeños gozos
4. que creemos que nadie entenderá; preferimos no recordar y aparentar
que tenemos el control y que todo está bien. Sin embargo, sólo
podremos experimentar la bendición de ser comunidad si nos
arriesgamos a levantar con los hermanos nuestra propia vulnerabilidad y
estamos dispuestos a acoger la de los demás.
• La comunidad es como un gran mosaico formado por pequeñas piezas
que parecen insignificantes, pero son necesarias para formar la figura de
Cristo. Si falta una pieza, por muy pequeña que nos parezca, el mosaico
queda incompleto. Por eso, nuestra aportación a la comunidad, aunque
nos veamos miserables e indignos, aunque nos veamos como un fraude,
aunque sintamos que no hacemos nada para edificarla, es
absolutamente necesaria.
• En definitiva, la comunidad es la asociación de personas sin importancia
que juntas hacen a Dios visible en el mundo.
4. Beber la copa
• Llegamos al momento definitivo: beber la copa. Pero ya hemos dicho
que no se trata sólo de tragarla, sino de saborearla lentamente hasta
apurarla del todo.
• No es fácil hacerlo. Significa proclamar con todas las consecuencias:
“Quiero que ésta sea mi vida”. No es resignarse a soportar mi vida actual
con la vana esperanza que algún día sea diferente. Se trata de descubrir
que ésta es la vida que Dios ha querido para mí y es la vida a través de
la cual Dios quiere salvarme y hacerme feliz.
• A menudo pretendemos consolar a las personas que nos rodean
diciéndoles: “Bien, es triste que te haya pasado esto, pero intenta sacar
el mejor partido de ello”. Eso no es beber la copa de la vida.
• Se trata de vivir con esperanza, con coraje y con confianza en
nosotros mismos. Es estar en el mundo con la cabeza levantada,
enfrentándonos a la realidad que nos rodea. Es nadar con fuerza en el
río de la vida sin empecinarnos inútilmente en hacer que la corriente
vaya en otra dirección ni limitarnos a dejarnos arrastrar por él. Es tomar
las riendas de mi vida y llevarlas yo sin permitir que la vida me lleve a
mí.
• La verdadera santidad es beber tu propia copa y confiar que así,
asimilándote plenamente a tu propio caminar por la tierra, que es
irremplazable, puedes llegar a ser una fuente de esperanza para
muchos.
5. • Para concluir, recordemos que en cada eucaristía podemos realizar este
recorrido que acabamos de reflexionar: en la presentación de las
ofrendas lo que hacemos es tomar nuestras vidas y sujetarlas
fuertemente con nuestras manos para presentarlas con el pan y el vino
que se convertirán en el cuerpo y la sangre de Cristo; en la doxología
con la que culmina toda la plegaria eucarística levantamos nuestras
vidas por Cristo, con Él y en Él para elevar nuestra alabanza al Padre en
la unidad del Espíritu Santo; finalmente, en el momento de la comunión,
al comer el cuerpo de Cristo estamos también bebiendo la copa de
nuestra vida que adquiere todo su valor y su sentido en el amor de
nuestro Señor que ha muerto y resucitado por cada uno de nosotros.
• No se trata, por tanto, de beber nuestra vida sólo en un momento
especial de la misma, sino cada día, cada instante que Dios nos
concede. Hay que contemplar, levantar y beber la copa de nuestra vida
sorbo a sorbo, sin perder nada de su contenido, ya que todo él
constituye aquello que somos y que estamos llamados a ser según el
plan de Dios, que “nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear
el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el
amor” (Ef 3, 4).
• Llegó el momento de responder hoy a la pregunta:
¿Puedes beber este cáliz?