Un avaro enterró un valioso diamante cerca de su casa. Un vecino descubrió el tesoro y se lo robó. Cuando el avaro volvió y no encontró el diamante, otro vecino lo consoló diciéndole que imaginara que el tesoro seguía allí para que no se sintiera mal. La moraleja es que se deben valorar las cosas por su utilidad y no por su apariencia.