El documento describe el famoso Experimento de la Prisión de Stanford realizado en 1971 por Philip Zimbardo. En él, voluntarios desempeñaron roles de guardias y prisioneros en una prisión simulada. Rápidamente, los guardias comenzaron a abusar de su poder y los prisioneros desarrollaron síntomas de estrés y sumisión. El experimento demostró cómo el papel y la situación pueden afectar fuertemente la conducta, más que las características personales. También se mencionan otros estudios sobre la obediencia a la autoridad
El experimento de la cárcel de Stanford y la influencia del contexto en la conducta humana
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I.E.S. Virgen del Carmen
Curso 2016-2017
Psicología
TEMA 1. ACTIVIDAD
La psicología y el método experimental. Laboratorios de conducta.
1. Materiales.
a. El experimento de la cárcel de Standford, 2015, Estados Unidos,
122'. Dir. Kyle Patrick Alvarez. Guión: Tim Talbott (novela: Philip
Zimbardo). Reparto: Billy Crudup, Ezra Miller, Michael Angarano, Tye
Sheridan, Johnny Simmons, Olivia Thirlby, Thomas Mann, Jesse
Carere, Callan McAuliffe, Keir Gilchrist, Moises Arias, Ki Hong
Lee, James Wolk, Nicholas Braun, Gaius Charles, Logan
Miller, Nelsan Ellis, Matt Bennett, Brett Davern
2. Contexto.
2.1. El experimento de la cárcel de Standford.1
A. Descripción del experimento.
El experimento de la cárcel de Stanford es un conocido estudio
psicológico acerca de la influencia de un ambiente extremo, la vida en prisión,
en las conductas desarrolladas por el hombre cuando éstas dependen de los
roles sociales que desarrollaban (en este caso los de preso o guardia). Este
experimento fue llevado a cabo en 1971 por un equipo de investigadores
liderado por Philip Zimbardo de la Universidad Stanford. Se reclutaron
voluntarios que desempeñarían los roles de guardias y prisioneros en una
prisión ficticia. Sin embargo, el experimento se les fue pronto de las manos y se
canceló en la primera semana.
El estudio fue subvencionado por la Armada de los Estados Unidos, que
buscaba una explicación a los conflictos en su sistema de prisiones y en el del
Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Zimbardo y su equipo intentaron
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Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Experimento_de_la_cárcel_de_Stanford
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probar la hipótesis de que los guardias de prisiones y los convictos se
autoseleccionaban, a partir de una cierta disposición que explicaría los
abusos cometidos frecuentemente en las cárceles.
Los participantes fueron reclutados por medio de anuncios en los diarios
y la oferta de una paga de 15 dólares diarios por participar en la «simulación de
una prisión». De los 70 que respondieron al anuncio, Zimbardo y su equipo
seleccionaron a los 24 que estimaron más saludables y estables
psicológicamente. Los participantes eran predominantemente blancos, jóvenes
y de clase media. Todos eran estudiantes universitarios.
El grupo de 24 jóvenes fue dividido aleatoriamente en dos mitades: los
«prisioneros» y los «guardias». Más tarde los prisioneros dirían que los
guardias habían sido elegidos por tener la complexión física más robusta,
aunque en realidad se les asignó el papel mediante el lanzamiento de una
moneda y no había diferencias objetivas de estatura o complexión entre los dos
grupos.
La prisión fue instalada en el sótano del departamento de psicología de
Stanford, que había sido acondicionado como cárcel ficticia. Un investigador
asistente sería el «alcaide» y Zimbardo el «superintendente».
Zimbardo estableció varias condiciones específicas que esperaba que
provocaran la desorientación, la despersonalización y la desindividualiza-
ción.
Los guardias recibieron porras y uniformes caqui de inspiración militar,
que habían escogido ellos mismos en un almacén militar. También se les
proporcionaron gafas de espejo para impedir el contacto visual (Zimbardo dijo
que tomó la idea de la película Cool hand Luke - La leyenda del indomable). A
diferencia de los prisioneros, los guardias trabajarían en turnos y volverían a
casa durante las horas libres, aunque durante el experimento muchos se
prestaron voluntarios para hacer horas extra sin paga adicional.
Los prisioneros debían vestir sólo batas de muselina (sin ropa interior) y
sandalias con tacones de goma, que Zimbardo escogió para forzarles a
adoptar «posturas corporales no familiares» y contribuir a su incomodidad para
provocar la desorientación. Se les designaría por números en lugar de por sus
nombres. Estos números estaban cosidos a sus uniformes. Además, debían
llevar medias de nylon en la cabeza para simular que tenían las cabezas
rapadas, a semejanza de los reclutas en entrenamiento. Además, llevarían una
pequeña cadena alrededor de sus tobillos como «recordatorio constante» de su
encarcelamiento y opresión.
El día anterior al experimento, los guardias asistieron a una breve
reunión de orientación, pero no se les proporcionaron otras reglas explícitas
aparte de la prohibición de ejercer la violencia física. Se les dijo que era su
responsabilidad dirigir la prisión, lo que podían hacer de la forma que creyesen
más conveniente.
Zimbardo transmitió las siguientes instrucciones a los «guardias»:
Podéis producir en los prisioneros que sientan aburrimiento, miedo hasta
cierto punto, podéis crear una noción de arbitrariedad y de que su vida
está totalmente controlada por nosotros, por el sistema, vosotros, yo, y
de que no tendrán privacidad... Vamos a despojarlos de su
individualidad de varias formas. En general, todo esto conduce a un
sentimiento de impotencia. Es decir, en esta situación tendremos todo el
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poder y ellos no tendrán ninguno. — vídeo The Stanford Prison Study,
citado en Haslam & Reicher, 2003.
A los participantes que habían sido seleccionados para desempeñar el
papel de prisioneros se les dijo simplemente que esperasen en sus casas a
que se los «visitase» el día que empezase el experimento. Sin previo aviso
fueron «imputados» por robo a mano armada y arrestados por policías reales
del departamento de Palo Alto, que cooperaron en esta parte del experimento.
Los prisioneros pasaron un procedimiento completo de detención por la
policía, incluyendo la toma de huellas, que se les tomara una fotografía para
ser fichados y se les leyeran sus derechos. Tras este proceso fueron
trasladados a la prisión ficticia, donde fueron inspeccionados desnudos,
“despiojados” y se les dieron sus nuevas identidades.
B. ¿Qué conclusiones arroja?
Se ha dicho que el resultado del experimento demuestra la obediencia
de la gente cuando se le proporciona una ideología legitimadora y el
apoyo institucional.
En psicología se suele decir que el resultado del experimento apoya las
teorías de la atribución situacional de la conducta en detrimento de la
atribución disposicional. En otras palabras, se supone que fue la situación la
que provocó la conducta de los participantes y no sus personalidades
individuales. De esta forma sería compatible con los resultados del también
famoso experimento Milgram.
2. La banalidad del mal.
La expresión banalidad del mal fue acuñada por Hannah Arendt (1906-
1975), teórica política alemana, en su libro Eichmann en Jerusalén, cuyo
subtítulo es Un informe sobre la banalidad del mal.
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En 1961, en Israel, se inicia el juicio a Adolf Eichmann por genocidio
contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial. El juicio estuvo
envuelto en una gran polémica y muchas controversias. Casi todos los
periódicos del mundo enviaron periodistas para cubrir las sesiones, que fueron
realizadas de forma pública por el gobierno israelí.
Además de crímenes contra el pueblo judío, Eichmann fue acusado de
crímenes contra la humanidad y de pertenecer a un grupo organizado con fines
criminales. Eichmann fue condenado por todos estos crímenes y ahorcado en
1962, en las proximidades de Tel Aviv.
Una de las corresponsales presentes en el juicio, como enviada de la
revista The New Yorker, era Hannah Arendt.
En 1963, basándose en sus reportajes del juicio y sobre todo su
conocimiento filosófico-político, Arendt escribió un libro que tituló Eichmann en
Jerusalén. En él, describe no solamente el desarrollo de las sesiones, sino que
hace un análisis del «individuo Eichmann».
Según Arendt, Adolf Eichmann no poseía una trayectoria o
características antisemitas y no presentaba los rasgos de una persona con
carácter retorcido o mentalmente enferma. Actuó como actuó simplemente
por deseo de ascender en su carrera profesional y sus actos fueron un
resultado del cumplimiento de órdenes de superiores. Era un simple
burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para
Eichmann todo era realizado con celo y eficiencia y no había en él un
sentimiento de «bien» o «mal» en sus actos. (A este fenómeno se le llama
disonancia cognitiva.)
"Fue como si en aquellos últimos minutos [Eichmann] resumiera la
lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la
terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se
sienten impotentes."
Arendt, Eichmann en
Jerusalén
Para Arendt, Eichmann no era el «monstruo», el «pozo de maldad» que
era considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no
eran disculpables, ni él inocente, pero estos actos no fueron realizados porque
Eichmann estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino
por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de
exterminio.
Sobre este análisis Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» para
expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al
que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las
consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La
tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos «malvados» no
son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las
órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores.
3. El caso de la cárcel de Abu Ghraib.2
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Fuente: The New Yorker, http://www.newyorker.com/magazine/2004/05/10/torture-at-abu-
ghraib
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In the era of Saddam Hussein, Abu Ghraib, twenty miles west of
Baghdad, was one of the world’s most notorious prisons, with torture, weekly
executions, and vile living conditions. As many as fifty thousand men and
women—no accurate count is possible—were jammed into Abu Ghraib at one
time, in twelve-by-twelve-foot cells that were little more than human holding pits.
In the looting that followed the regime’s collapse, last April, the huge
prison complex, by then deserted, was stripped of everything that could be
removed, including doors, windows, and bricks. The coalition authorities had the
floors tiled, cells cleaned and repaired, and toilets, showers, and a new medical
center added. Abu Ghraib was now a U.S. military prison. Most of the prisoners,
however—by the fall there were several thousand, including women and teen-
agers—were civilians, many of whom had been picked up in random military
sweeps and at highway checkpoints. They fell into three loosely defined
categories: common criminals; security detainees suspected of “crimes against
the coalition”; and a small number of suspected “high-value” leaders of the
insurgency against the coalition forces.
Last June, Janis Karpinski, an Army reserve brigadier general, was
named commander of the 800th Military Police Brigade and put in charge of
military prisons in Iraq. General Karpinski, the only female commander in the
war zone, was an experienced operations and intelligence officer who had
served with the Special Forces and in the 1991 Gulf War, but she had never run
a prison system. Now she was in charge of three large jails, eight battalions,
and thirty-four hundred Army reservists, most of whom, like her, had no training
in handling prisoners.
General Karpinski, who had wanted to be a soldier since she was five, is
a business consultant in civilian life, and was enthusiastic about her new job. In
an interview last December with the St. Petersburg Times, she said that, for
many of the Iraqi inmates at Abu Ghraib, “living conditions now are better in
prison than at home. At one point we were concerned that they wouldn’t want to
leave.”
A month later, General Karpinski was formally admonished and quietly
suspended, and a major investigation into the Army’s prison system, authorized
by Lieutenant General Ricardo S. Sanchez, the senior commander in Iraq, was
under way. A fifty-three-page report, obtained by The New Yorker, written by
Major General Antonio M. Taguba and not meant for public release, was
completed in late February. Its conclusions about the institutional failures of the
Army prison system were devastating. Specifically, Taguba found that between
October and December of 2003 there were numerous instances of “sadistic,
blatant, and wanton criminal abuses” at Abu Ghraib. This systematic and illegal
abuse of detainees, Taguba reported, was perpetrated by soldiers of the 372nd
Military Police Company, and also by members of the American intelligence
community. Taguba’s report listed some of the wrongdoing:
Breaking chemical lights and pouring the phosphoric liquid on
detainees; pouring cold water on naked detainees; beating detainees
with a broom handle and a chair; threatening male detainees with rape;
allowing a military police guard to stitch the wound of a detainee who
was injured after being slammed against the wall in his cell; sodomizing a
detainee with a chemical light and perhaps a broom stick, and using
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military working dogs to frighten and intimidate detainees with threats of
attack, and in one instance actually biting a detainee.
There was stunning evidence to support the allegations, Taguba
added—“detailed witness statements and the discovery of extremely graphic
photographic evidence.” Photographs and videos taken by the soldiers as the
abuses were happening were not included in his report, Taguba said, because
of their “extremely sensitive nature.”
Materiales:
La ciencia del mal:
https://www.youtube.com/watch?v=pQwDJ3oDDVA
El experimento de Milgram: 9’ aprox.
Versión documental
https://www.youtube.com/watch?v=8rocRcUOwFw
Recreación
https://www.youtube.com/watch?v=iUFN1eX2s6Q
Stanford:
http://www.prisonexp.org/spanish/setting-up