2. ¿Quién dice la gente que
soy yo?
El hombre que no ha respondido a esta pregunta que hizo Jesús a
sus apóstoles, puede estar seguro de que aún no ha comenzado a
vivir. Ghandi escribió una vez: Yo digo a los hindúes que su vida será
imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jesús. ¿Y qué
pensar entonces de los cristianos –cuántos, Dios mío– que todo lo
desconocen de Él, que dicen amarle, pero jamás le han conocido
personalmente? Y es una pregunta que urge contestar porque, si Él
es lo que dijo de sí mismo, si Él es lo que dicen de Él sus discípulos,
entonces ser hombre es algo muy distinto de lo que nos
imaginamos, mucho más importante de lo que creemos. Porque si
Dios se ha hecho hombre, gira toda la condición humana, que se
ennoblece y se engalana.
3. Jesús exige respuestas absolutas. Él asegura que, creyendo en Él, el hombre
salva su vida e, ignorándole, la pierde. Este hombre se presenta como el
camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Por tanto –si esto es verdad– nuestro
camino, nuestra vida, cambian según sea nuestra respuesta a la pregunta
sobre su persona: “¿Quién dicen que soy Yo?”
¿Y cómo responder sin conocerle, sin haberse acercado a su historia, sin
contemplar los entresijos de su alma, sin haber leído y releído sus palabras?
La lectura del Evangelio nos ayudará a ir descubriendo a Jesús: quién es Él,
cómo es, qué hace, qué dice, qué exige, cómo actúa, cómo mira, cómo
habla... los evangelistas no ofrecen una biografía continuada de Jesús, pero
sí lo que realmente ocurrió. Por otra parte, no hemos de perder de vista
que Jesús “entra por el corazón”, no por la cabeza, así que no se trata de
“estudiar” a Jesús, sino de conocerlo mejor para amarlo más.
COLEGIOS GUADALU PANOS PLANCARTINOS
El hombre que no ha respondido a esta pregunta que
hizo Jesús a sus apóstoles, puede estar seguro de que
aún no ha comenzado a vivir. Ghandi escribió una vez:
Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta si no
estudian respetuosamente la vida de Jesús. ¿Y qué
pensar entonces de los cristianos –cuántos, Dios mío–
que todo lo desconocen de Él, que dicen amarle, pero
jamás le han conocido personalmente? Y es una
pregunta que urge contestar porque, si Él es lo que dijo
de sí mismo, si Él es lo que dicen de Él sus discípulos,
entonces ser hombre es algo muy distinto de lo que nos
imaginamos, mucho más importante de lo que
creemos. Porque si Dios se ha hecho hombre, gira toda
la condición humana, que se ennoblece y se engalana.
Conocerle no es una curiosidad; Jesús es mucho más que un fenómeno
de la cultura. Es algo que pone en juego nuestra existencia. Porque con
Jesús no ocurre como con otros personajes de la historia. Que César
pasara el Rubicón o no lo pasara, es un hecho que puede ser verdad o
mentira, pero que en nada cambia el sentido de mi vida. Que Carlos V
fuera emperador de Alemania o de Rusia, nada tiene que ver con mi
salvación como hombre. Que Napoleón muriera derrotado en Elba o que
llegara siendo emperador al final de sus días, no moverá hoy a un sólo
ser humano a dejar su casa, su comodidad y su amor y marcharse a
hablar de él a una aldehuela del corazón de África.
Pero con Jesús no es así; Jesús exige respuestas absolutas. Él asegura que,
creyendo en Él, el hombre salva su vida e, ignorándole, la pierde. Este
hombre se presenta como el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Por
tanto –si esto es verdad– nuestro camino, nuestra vida, cambian según
sea nuestra respuesta a la pregunta sobre su persona: “¿Quién dicen que
soy Yo?”
¿Y cómo responder sin conocerle, sin haberse acercado a su historia, sin
contemplar los entresijos de su alma, sin haber leído y releído sus palabras?
La lectura del Evangelio nos ayudará a ir descubriendo a Jesús: quién es Él, cómo es,
qué hace, qué dice, qué exige, cómo actúa, cómo mira, cómo habla… los evangelistas
¿CuáleslapreguntaqueJesúshaceasusapóstoles?
4. ¿Cómo es éste hombre?
hombre, cada generación pueda inventarlo y hacerlo suyo? La humanidad
entera es el verdadero lienzo de la Verónica.
Podemos añadir otros rasgos de Jesús, siguiendo el “retrato” que de Él hacen los
evangelios.
JESÚS, ¿CÓMO ERES?
CITA CÓMO ES JESÚS
Mc 1,40-42 Cariñoso
Lc 5, 16 Ora frecuentemente
Jn 7, 46 Cautiva con su palabra
Jn 8, 1-11 Misericordioso
Lc 22, 60-62 Mira con profundidad
Lc 24, 28-35 Tiene ademanes muy peculiares
Lc 8, 52-55 Es detallista
Mc 12, 13-17 De inteligencia sagaz
Mc 11, 15-18 Firmeza de carácter
Mt 19, 13-15 Tierno con los niños
Mt 20, 27-28 Servicial
Lc 7, 36-49 Perdona
Jn 11, 32-37 Sensible
Jn 18, 4-9 Valiente
Mc 5, 25-34 Acogedor
5. UN HOMBRE TENTADO
Si Jesús es plenamente hombre, entonces, como todo hombre,
sufre tentaciones. Suprimir este aspecto en la vida de Jesús,
creyendo que de esta manera respetan y salvaguardan la
dignidad de Cristo, Hijo de Dios, es absurdo, pues se hace de
la tentación de Jesús una comedia, a la que Él se hubiera
prestado para darnos ejemplo. Si Jesús no ha vivido la
tentación como tentación, si la tentación no ha significado
nada para Él, hombre y Mesías, su actitud no podría ser ya un
ejemplo para nosotros, ya que no tiene nada que ver con la
nuestra. Sólo será ejemplar cuando, tras haber vivido la
tentación, la haya superado desde su interior. ¡Se trata de la
verdad misma de la encarnación!
8. Jesús busca a todos, pero antes que nadie a los buscadores. Por
eso pregunta a aquellos dos muchachos: “¿A quién buscan?” Y le
responden también con una pregunta: “¿Maestro, dónde vives?”
Él les ha preguntado «qué» buscan y ellos responden «a quién»
buscan. No buscan una cosa, ni siquiera una idea o una verdad.
Buscan a una persona, o porque, humildemente, saben que lo que
necesitan es un líder a quien seguir, o porque, confusamente,
intuyen que ha pasado el tiempo de las ideas abstractas y ha
llegado la hora en que la única verdad es una Persona, porque la
Palabra se ha hecho carne. Y no buscan una persona a quien
conocer, buscan a alguien con quien vivir, alguien cuya vida y
tarea puedan compartir. La sonrisa de Jesús pierde lo que tenía de
enigmática y acentúa cuanto en ella había de afectuosa. “Venid y
lo veréis”. Le han pedido su amistad y Él la abre de par en par.
9. Un hombre con sentido e
alteridad
Jesús es un hombre que vivió para amar: le gusta estar en medio de la
gente del pueblo (Mc 2,15), para servirla, siempre dispuesto a
compartir la comida y la amistad cuando se le invitaba. Participa de
las alegrías y de las penas de los demás.
La amistad ocupa un lugar destacado en su vida; sus discípulos son, en
primer lugar, amigos (Jn 15,14-15); les considera como su propia familia
(Mt 12,46-50). Aunque tiene una mayor simpatía por los excluidos y
rechazados, no rehúsa otros contactos; va incluso a casa de sus
enemigos; acepta las invitaciones de los fariseos (Lc 7,31). Recibe
también a «notables» que vienen a verle al caer la tarde (Jn 3,2).
Cualquier situación es buena para recibir a los hombres que ama.
10. Por ello, es significativo describir a Jesús como un hombre para los
demás, para los otros, pues su vida no fue otra cosa que una
constante donación, una expresión permanente de su gran sentido
de alteridad (alter significa “otro”; sentido de alteridad es sentido de
la existencia de los otros, que necesitan de mi amor); así se
manifiesta
en múltiples ocasiones:
El servicio es un eje existencial de su vida; Él mismo dice: «No he
venido a ser servido sino a servir». Mt 10, 45
Su forma de vivir, sin tener dónde reclinar la cabeza, da testimonio
de su total disponibilidad. Mt 8, 20
No acepta el éxito como un instrumento para hacer prosperar su
causa, por ello no se deja hacer rey. Jn 6, 15
11. Su sentido de alteridad nos habla de un corazón misericordioso, que se expresa en múltiples
facetas:
Le encontraremos compadeciéndose del pueblo y de sus problemas; Mt 9,36
Contemplando con cariño a un joven que parece interesado en seguirle; Mc 10,21
Mirando con ira a los hipócritas, entristecido por la dureza de su corazón; Mc 3,5
Estallando ante la incomprensión de sus apóstoles; Mc 8,17
Lleno de alegría cuando éstos regresan satisfechos de predicar; Lc10, 21
Entusiasmado por la fe de un pagano; Lc 7,9
Conmovido ante la figura de una madre que llora a su hijo muerto; Lc 7,13
Indignado por la falta de fe del pueblo; Mc 9, 18
Dolorido por la ingratitud de los nueve leprosos curados; Lc 17,17
Preocupado por las necesidades materiales de sus apóstoles; Lc 22,35
12. Además, le veremos participar de las más comunes necesidades y
sentimientos humanos:
Tener hambre; Mt 4,2
Sed; Jn 4,7
Cansancio; Jn 4,6
Inseguridad ante la vida sin techo; Lc 9,58
Llanto; Lc 19,41
Tristeza; Mt 26,37
Tentaciones; Mt 4,1
14. La oración es para Cristo mucho más que la respiración de su alma. Marcos, Mateo y Lucas nos
testimonian esta dimensión de la vida de Jesús, de su relación con el «Padre»; es un hombre de
oración (Mt 6,5- 15). Todos los aspectos de su personalidad quedan impregnados por ella: ahí
está la fuente de su misión, de su convencimiento y de su entusiasmo: «Mi alimento es hacer la
voluntad de mi Padre» (Jn 4,34).
Jesús ora:
Cuando es bautizado –primer acto de su vida pública– : oró y se abrió el cielo; Lc 3, 21
Al elegir a sus apóstoles subió a un monte para orar. Y al día siguiente los llamó; Lc 6, 12
La mayor parte de sus milagros parecen ser el fruto de la oración;
Antes de curar al sordomudo; Mc 7,34
Antes de resucitar a Lázaro; Jn 11, 41
Antes de multiplicar los panes; Mt 14, 19
Cuando sus apóstoles llegan gozosos porque han hecho milagros, no se alegra del éxito
obtenido, sino de que la voluntad del Padre se haya cumplido en esos signos; Mt 11, 25
Toda su vida está llena de estas pequeñas oraciones de diálogo directísimo con el Padre y
de plena conformidad con Él; Mt 11, 25; Jn 11,41; Mt 26, 39
16. Los niños no eran muy valorados en Israel. Nacer varón era una fortuna, pero
sólo comenzaba a disfrutarse con la adolescencia. Antes, un niño era simple
«propiedad» de su padre, que podía obrar con él a su antojo. Sólo en algún
texto rabínico tardío encontramos frases de valoración de la infancia (como
aquel que afirma que el mundo se mantiene sólo por el aliento de los niños)
pues el pensamiento del tiempo de Jesús valoraba sólo al niño por el adulto
que llegaría a ser.
El rabí Dosa ben Arquinos llegó a escribir que cuatro cosas alejaban al hombre
de la realidad y le sacaban del mundo: el sueño de la mañana, el vino de
mediodía, el entretenerse en lugares donde se reúne el vulgo y el charlar con
los niños.
Y sin embargo Jesús, a contracorriente de sus coterráneos, no sólo ama a los
niños, ordenando a los apóstoles que les dejen acercarse a Él, sino que incluso
tiene la osadía de ponerles de modelo: “Quien no se haga como niño, no
entrará en el Reino de los Cielos”.