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ENSAYO SOBRE EL CARLISMO. ELLOS SABÍAN CÓMO, POR
QUÉ Y PARA QUÉ VIVÍAN.
(CRISIS GLOBAL Y SOLUCIONES PERDURABLES)
José Fermín Garralda Arizcun
Pamplona, 1-V-2011
Texto definitivo
OFRECEMOS AL LECTOR estas páginas para ampliar su comprensión del
Carlismo, mientras respondemos a la Nota digital titulada “Avatares del
Tradicionalismo. Los carlistas, leales sin señores” (2011, 5 pp.). Ciertamente nos
alegra que este autor trate esta cuestión con respeto, y ello nos anima a efectuar
confiadamente varias precisiones a algunos de sus enfoques y afirmaciones. Si su texto es
expositivo y periodístico, he aquí un ensayo de naturaleza expositiva.
Planteamos esta cuestión porque el Carlismo sigue
de alguna manera de moda. Es llamativo que cuando
casi todo en España “hace agua”, desde lo más prosaico -
como la economía familiar- hasta las grandes cuestiones
relativas a la vida humana, la familia, la religión, la
sociedad, el ámbito laboral y el Gobierno, cada vez sean
más los interesados que se replanteen grandes
cuestiones propiamente hispánicas como el
carlismo, haciendo públicas sus opiniones a través
Boina de un asistente sobre el rótulo de los distintos medios.
de la exposición del Museo del
Carlismo de Estella. (Foto: JFG2010)
Como hoy la comunicación aumenta debido a la
apertura, rapidez y bajo coste de los medios digitales,
ya no existen las barreras que había en otras épocas, que dificultaban enormemente la
publicación de las propias conclusiones. Barreras como la de convencer a un editor que
invertía en “eso que dicen que no vale para nada” como es la cultura y hasta el trabajo de
naturaleza científica –cuando este falta todos se ponen a hablar sin saber-, el amiguismo
en las revistas de ciencia y divulgación, o la conveniencia de mantener una línea editorial.
La abundancia de opiniones escritas en la prensa convencional o digital,
radiofónicas y hasta televisivas (Intereconomía TV, 2010), no resuelve
necesariamente quienes fueron los carlistas, qué fue el Carlismo, y por qué este
movimiento popular se encuentra casi ausente de las grandes estadísticas actuales, de los
medios de comunicación convencionales que envuelven y dirigen a la sociedad, y hasta de
las grandes cuestiones temporales que indirecta y parcialmente interpelan a los hombres
de Iglesia cuando son abordadas en conciencia y “sub specie aeternitatis”. De todas
maneras, “producir” mucha información sobre el Carlismo pero de forma inadecuada
oscurecería “la cuestión”. En realidad, lo verdaderamente importante es qué se dice sobre
este gran tema que sigue siendo de actualidad, y si lo que se afirma es objetivo y
verdadero.
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Hace cuatro meses, el tema de qué es, qué fundamenta y qué origina el Carlismo o
a los carlistas, quedó parcialmente desdibujado y oscurecido –es mi parecer- en un
artículo titulado “Carlistas. Un romanticismo perdurable”, publicado en la Revista
de divulgación “Nuestro Tiempo” (Pamplona, nº 665, XI-XII 2010), aunque el 3 de mayo
su autor afirme que la longevidad del Carlismo se deba a su “capacidad de adaptación a
las circunstancias a partir de unos principios muy sólidos” (“Diario de Navarra”, 3-V-
2011, p. 59). También existe el peligro de reducir el Carlismo a libros de fotografías del
pasado. Bien está la reedición del Album Histórico del Carlismo. 1833-1933-1935, de Juan
María Roma (Pamplona, Ed. Sancho el Fuerte, 2011, 335 pp. ), y hay que agradecer a la
editorial este indudable esfuerzo. Sin embargo, sería un craso error que el lector creyese
que el Carlismo no tenía Ideario y Programa político, que no estaba actualizado, que
carecía de proyección social y de políticos en activo, o bien que el Carlismo es cosa del
pasado o bien que hoy es inexistente.
Dicho de otra manera, no por mucho que se escriba sobre el Carlismo –de lo que
nos alegramos porque refleja inquietudes y espíritu crítico-, se resolverá necesariamente
el por qué la comunión carlista, que en su día abarcó una interesante y selecta porción de
españoles, y que ha aportado mucho silenciosamente, fue un amplio sector social
profundamente popular e interclasista, variado y fértil como la misma vida, de gente
honrada y muy religiosa (católica) en los ámbitos personal, social y también político. No
es cuestión de lanzar serpentinas al aire, sino de no ocultar lo que por muchos motivos se
considera y muestra verdadero.
En efecto, también la religión afecta a la alta política, sobre todo en nuestros días, y
existe una doctrina jurídica, social y política católica, publicada -por ejemplo- en varios
volúmenes de la editorial BAC, dedicada al magisterio pontificio. Sí; no por escribirse
mucho, se aclarará por qué hoy día los carlistas son pocos sociológicamente, por qué,
incluso aquellos que mucho le deben, le silencian y tergiversan, y por qué incluso
conocidos periodistas le han vapuleado públicamente sin ser requeridos para ello
(Jiménez Losantos etc.). Ya leímos las respuestas claras y educadas que diferentes
personas les dieron en su momento.
Intereconomía-TV dedicó un Programa a los Requetés en 3-X-2010.
Entre los contertulios se encontraba una margarita de Pamplona, Dª
Rosario Jaurrieta Baleztena, que mostró los mejores valores de su
persona y familiares, comunes a los habitantes de su generación de
buena parte del viejo Reyno de Navarra. Su ser “tradicional” no era
una etiqueta, sino una forma nada casual ni ideológica de ser y estar
con entereza, conciencia y máxima fidelidad en la vida.
(Foto: JFG, 2010)
Para responder sobre quienes fueron los carlistas, y qué fue el Carlismo como
movimiento popular, es preciso resaltar la interiorización del “ser carlista”. Dicho “ser
carlista” se identificó ayer en contraste con las formas revolucionarias liberales, desde
luego que sin convertirse en un cliché, etiqueta o ideología. Dicha interiorización se
realizó en la familia y la escuela como subsidiaria de ésta. Se efectuó en la comunidad civil
(ayuntamientos y asociaciones) y religiosa (parroquias, cofradías y hermandades) más
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próxima, fundadas en las virtudes naturales y sobrenaturales, que al fin y al cabo
enseñaban a vivir en y para Dios, en familia y comunidad, en este soplo de tiempo y vida
que es la existencia del hombre.
También puede preguntarse –aunque la respuesta no sea difícil- por qué hoy los
identificados como carlistas, no aparecen ante el gran público, obligado –en las
temporadas electorales- a visionar la gran escena política, como si de un gran teatro del
mundo se tratase. Teatro que incluye tanto a España y Libia en guerra, como las
actividades de la partitocracia, o bien las meteduras de pata del equipo de propaganda de
Rodríguez Zapatero, al decir, desdecir y volver a decir que el Estado comunista chino,
estaba dispuesto a invertir unos 9.300 o 13.000 millones de euros en las Cajas de Ahorros
ofrecidas en venta, una vez que han sido convertidas en bancos por la fuerza de la Ley del
Estado y saneadas por el Gobierno PSOE a costa de los trabajadores del sector bancario
(expulsiones y pre jubilaciones de empleos) y del contribuyente.
Por último, recordemos que a los carlistas de ayer y hoy no les agradaba llamarse
partido, y que optaron por utilizar sustantivos con el mismo étimo -lexema o raíz- como
communitas y communio, tan relacionado con la palabra communicatio.
***
SE CONSERVAN abundantes datos sobre el
Carlismo en archivos mil -públicos y privados-, y
viven testigos de la Cruzada de 1936, y de otras
épocas mucho más humildes pero interesantes -y
cada vez más apasionantes-, como son las décadas
posteriores a fechas como 1939 y 1986. Recuérdese
que, en 1986, todos los carlistas conscientes sin
excepción se aunaron en la Comunión Tradicionalista
Carlista, que el presente año celebra su 25
aniversario manteniendo la situación anterior,
“Acción Carlista. Órgano Informativo de la enterándome ahora que lo hace con un estilo muy
Comunión Tradicionalista Carlista”. 3er
Trimestre 1986. (Foto: JFG) hispano en una gran Liga Tradicionalista.
Sin embargo, parece que hoy, al tratar sobre el Carlismo y otras realidades de
similares características, sobra mucha interpretación. ¿Por qué puede ser esto?
Propongo alguna explicación a este interrogante. Ahí está la excesiva subjetividad
del actual hombre postmoderno, la elevada especialización académica que pretende
justificarse continuamente y “crear y recrear” posibilidades y argumentos, posibles
influencias ideológicas que son más frecuentes de lo que parece, o bien no entender
personalmente el estilo de vida de los carlistas como personas corrientes, no sometidas –
desde luego- a clichés ni apriorismos. También se observa que en la sociedad de hoy
existe un elevado grado de expresividad y hasta de romanticismo en la forma como se
comunican los mensajes y sus contenidos. El estilo periodístico y el afán por atraer la
atención del público no es ajeno a esto. Así, se confunde posibilidad con realidad, se
utilizan muchas imágenes literarias para excitar la imaginación en la comunicación de
masas -actualmente muy veloz-, y se cae en no pocas simplicidades y/o llamadas de
atención que distorsionan lo que realmente fue y es el Carlismo.
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Con bellas palabras, el autor del trabajo señalado al comienzo de estas páginas
plasma un episodio al comienzo de su escrito, que al parecer expresa que el carlismo
estaba muy afectado de romanticismo. Aunque su ejemplo quizás sea un recurso literario
muy útil por emotivo para atraer la atención del lector, se debiera puntualizar que el
carlismo no es un romanticismo, y que todo permite pensar más en su
clasicismo, debido a sus muchos rasgos objetivos y universales (aunque con una propia
idiosincrasia y peculiaridades muy comprensibles). Debido también a su pensamiento
basado en la filosofía aristotélico-tomista, y, en materia de religión, fundado en la filosofía
cristiana y la doctrina social y política de la Iglesia. Esta última exigía el mantenimiento y
defensa de la Cristiandad, es decir –y para entendernos- de un orden social y político
cristiano, sin confusión de elementos temporales y eternos propios de toda sociedad
desarrollada en la historia. Y lo exigía como tesis o bien porque también socialmente
existía dicha Cristiandad.
¡Ay –diré-, pero qué pobres y dignos erais, y cómo utilizan hoy vuestra
pobreza, honradez y limpieza de vida para avergonzaros! Dicen de
vosotros tantas cosas… que seguramente no os reconocerías.
Sí, añadamos que los carlistas también estaban en sus ciudades, que
ocupaban cargos públicos, que estaban presentes en el asociacionismo
laboral, educativo, social y de ocio, y que fueron agentes de la
modernización e industrialización en España a partir de 1960.
Ilustración de Sáenz de Tejada en
GARCÍA SÁNCHIZ Federico, Navarra, Madrid, Editorial Tradicionalista,
1943 (Foto: JFG2011)
El Carlismo no proponía o imponía sueños subjetivos o historicistas, sino que
defendía realidades vigentes y de todos conocidas, así como el Derecho según la
naturaleza (derecho natural) y eclesiástico, los derechos divinos de la iglesia (sus
libertades de predicación, enseñanza, educación y propiedad como Institución), el
derecho de la sociedad e instituciones a mantener su personalidad y gobernar en aquello
que era de su competencia, y los derechos políticos del rey (legitimidad) y del Reino
(Fueros, cuerpos intermedios, jurisdicciones privativas y representación). Los contenidos
“carlistas” se vivían, el pueblo o pueblos los defendieron ya antes de 1833, y se expresaron
durante épocas culturales muy diversas. El carlismo no era un mero “anti” y más que ser
“contrarrevolucionario” era lo “contrario a la Revolución”.
Por el contrario, hoy existen muchos elementos que, desde su origen hasta la
actualidad, indican que, por lo que a él respecta, el liberalismo sí conllevaba un
romanticismo. Refirámonos al mito del buen salvaje y al rechazo como “mal necesario”
de la autoridad política, hasta la confusión entre libertad, libre albedrío e inmunidad total
de coacción civil; recordemos la soberanía nacional y la separación (no ya diferenciación)
entre naturaleza y Gracia con una influencia racionalista y pelagiana. ¿El individuo para
el Estado y la persona para Dios? ¿Estado “neutro” ante Dios y su Iglesia, sin principios y
meramente atento a la opinión sociológica? ¿Un Estado laico (laicista) católico?
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Sin dirigirnos al trabajo señalado al comienzo de estas páginas, sí nos dirigimos a
quienes podrían desarrollar el supuesto romanticismo que aquel, al parecer, recoge para
el Carlismo. Sigue vigente que quien pierde un conflicto, o se opone a lo existente y
políticamente correcto, paga, y que hoy se puede quitar fácilmente hasta la voz a quien
carece de un altavoz potente. El liberalismo hizo su propia interpretación de sus enemigos
-los carlistas-, y hoy algunos han revivido ésta: los carlistas serían inconformistas
forjadores de conflictos y hasta causantes de tres o cuatro guerras. Serían un fruto del
romanticismo de la época. Los carlistas se localizaban en las zonas rurales y montañosas,
surgirían como bandidos aunque finalmente cayesen como soldados, y pueden
considerarse héroes maravillosos –mártires para sus correligionarios- pero siempre
exagerados. Serían gentes poco ilustradas, nada políticas y menos flexibles. En fin, restos
de la antigua cultura barroca, o bien la más radiante expresión del triunfo del sentimiento,
reducido en realidad a un sentimentalismo. Dicen que los carlistas eran poco partidarios
de la inteligencia, lo que hizo famosa la “boutade” de Pío Baroja –por otro lado nada
original- al preguntar: “¿Pensamiento y navarro?: imposible”. Se dejarían llevar por un
temperamento bronco y por emociones primarias, por el “romanticismo” o la “añoranza”
temperamental típica del montañés y de un clima nada simpático como poco
mediterráneo (preguntemos entonces por qué el Carlismo en Castellón, por ejemplo).
Hombres mudos y acríticos, se dejarían dirigir por una cultura y capricho familiar, por el
matriarcado vasco y rural (¿ y el patriarcado de la Ribera de Navarra y del Ebro?), por las
ignorancias del clero rural, propio de gentes integristas, puristas y temerosas. Tendrían
miedo a la libertad y no sabían “nadar” en la variedad de circunstancias bajo su propia
responsabilidad. Añada Vd. el apego al folklore y la falta de libertad dentro del clan
familiar…
Ahora bien, ¿es que las cosas fueron así? Más de un lector se sonreirá -y con razón-
de este cuadro costumbrista de monótonos e incluso oscuros colores, que por otra parte
plasma la literatura de los autores liberales, a veces reproducida por algunos
historiadores. Lo más penoso para el lector es la imagen que se ofrece de las madres y los
sacerdotes rurales –dirán que eran sus confesores- en no pocos textos liberales, esto es, de
esas madres recias y limpias del “polvo y paja” de la tierra, con un verdadero amor
desinteresado y una profunda visión sobrenatural, y de esos curas muchos de ellos santos,
absolutamente fieles y hasta sabios, sin compromisos humanos hacia el establisment, de
gran olfato natural, buena doctrina y maestros de virtudes.
***
PERO REFIRÁMONOS a las afirmaciones del autor del trabajo que ha motivado
estas páginas. El autor no resalta que los carlistas desarrollaron la vida durante épocas
culturales muy diversas, y que durante largos períodos optaron por la lucha política, social
y laboral. Por ejemplo, y de lo que conozco, en Navarra hubo una larga lista de políticos y
cargos públicos (diputados y senadores a Cortes, diputados a la Diputación Foral,
concejales), de escritores y periodistas, de gentes preocupadas por los aspectos sociales y
laborales (crearon los Sindicatos Libres, cooperativas…), educativos (escuelas
dominicales, Bibliotecas populares…), institucionales, de piedad (¿quién fue el primer
prior de la Hermandad de la Pasión de Pamplona?), empresariales etc. Hubo muchos
hombres de amplísima cultura y luego universitarios, los hubo difusores y mecenas de la
cultura vasca agrupados en la Asociación Euskara de Navarra, en Eusko Ikaskuntza, en los
Congresos de Estudios Vascos, también en la Asociación de Estudios y Monumentos
Históricos de Navarra, y en otras diversas manifestaciones culturales. Si los carlistas se
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extendieron por amplios sectores rurales, pues gran parte de España era rural, también se
extenderán por las ciudades, el sector secundario y hoy también el terciario.
Desde luego, no es cierta la afirmación del autor de que Pamplona fuese liberal en
los siglos XIX y XX. Efectivamente, durante el s. XIX lo era su guarnición. En realidad,
durante muchos años los carlistas predominaron en los Ayuntamientos de Pamplona, ya
en 1833 -aunque Mina Apat y los que le copian digan que no-, hacia 1868, tras 1890 y en
otras ocasiones. También estuvieron muy presentes en las Diputaciones forales de
Navarra, y no pocas veces fueron diputados a Cortes por la Merindad de Pamplona u otras
de las cinco del viejo Reino navarro. Así mismo, el mito del Bilbao liberal fue creado por
los liberales una vez fracasados los dos sitios realizados por las Armas carlistas, pues en
1833 las autoridades de la villa optaron por don Carlos, y hacia 1872 buena parte votaba a
los carlistas. Otros historiadores han refutado el mito de que las ciudades fuesen liberales
y el campo carlista, pues había carlistas en todos los ámbitos.
Continuemos nuestros comentarios. Durante
la IIª República los carlistas propusieron una vía
legal y electoral, y llegaron a tener diputados a
Cortes (en 1933, los andaluces tuvieron cuatro
diputados), aunque se preparasen para un conflicto
fruto de una situación extrema, a la que por
experiencia sabían que fácilmente podía llegar.
También en tiempos de Franco, el Régimen quiso
reducir el carlismo a los diez mil km2 del territorio
Cruz votiva de un Tercio requetés durante la de Navarra más Petilla de Aragón, reducir el
Cruzada, que custodia la Hermandad de
Caballeros Voluntarios de la Cruz. Javierada de Carlismo al ámbito de la épica (aunque fuesen
marzo de 2010. (Foto: JFG) comprensibles los dejes épicos y literarios en una
singular circunstancia postbélica), se le redujo a la
boina roja, y se le quiso considerar ajeno a la política. Se aplaudía únicamente la
generosidad sin límites de quien ofreció y dio la vida sin pedir nada a cambio. Una vez que
han cumplido… que se vuelvan a sus casas. La política era para los políticos –se decía-.
Así, creían que iba a tener a los carlistas contentos y… quietos. Sí; estuvieron quietos, pero
también inquietos, y cada vez más.
Aunque hacia 1970, ya en el postconcilio, algunos “progresistas” y “puristas”
tacharon de poco comprometida y superficial la piedad popular -en realidad ésta fue muy
útil en la vida de todas unas generaciones-, fruto de un temperamento espontáneo, lírico,
bravo y hasta bronco, es decir, muy emocional… deseo mencionar aquí un libro del obispo
Rosendo Álvarez Gastón, titulado La religión del pueblo (Madrid, BAC, 1976, 242 pp.),
donde justifica de forma rigurosa el gran bien que conllevó siempre dicha forma de
piedad.
Por otra parte, es extraño confundir a los dirigentes de la Comunión de 1939 como
“gerifaltes”, sin que parezca ser un “deje” de los Gerifaltes de antaño de Valle-Inclán. Los
escasos carlistas que ocuparon altos cargos políticos en el Régimen tras 1939 (Esteban
Bilbao etc.), estuvieron más pendientes de las circunstancias, del posibilismo y de no
“perder el tren” del momento, que de las soluciones ofrecidas por la Causa. Desde luego,
más adelante, los juanistas fueron una exigua minoría, entre los que figurarán varios
arrepentidos por su ingenuidad de creer que don Juan iba a ser tradicionalista. A
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diferencia de los estorilos y los huguistas, durante toda la historia del Carlismo fue
espontánea y muy intensa la unión entre la sociedad y sus dirigentes militares y/o
políticos. Ciertamente, para medrar, aunque se fuese un rico terrateniente, había que
militar en las filas liberales, radicales o mejor conservadoras. Sobre todo será intensa la
unión de los carlistas con la familia regia, que siempre estuvo a la altura de las
circunstancias. Mi madrina de bautizo me contaba que en su casa del valle de Salazar, a
veces llegaban documentos regios y que, para leerlos en familia, en intimidad, cerraban
las ventanas de la casa. Algo muy diferente eran las oligarquías liberales, muchas veces
ajenas al pueblo y a una verdadera representación social
Los golpes que recibió el Carlismo tras 1937 son numerosos. El primero fue el
Decreto de Unificación de 1937, por el que los carlistas perdieron sus organizaciones,
círculos y prensa (salvo “El Pensamiento Navarro” porque no dependía del partido), y se
les separó de sus jefes (Fal Conde fue desterrado en 1936, a don Mauricio de Sivatte se le
prohibió entrar en Barcelona a la vez que los Tercios carlistas…) y del Regente don Javier.
Así pues, el hostigamiento fue muy anterior a 1960. Después, la “operación tornado”,
cuando se expulsó a don Javier y a Carlos Hugo de España, fue “un cuento”. El golpe más
fuerte fue el más oculto, es decir, el paulatino falseamiento de los principios tradicionales
y católicos que decía profesar la legislación del nuevo Estado (que no la praxis o bien los
sectores que les apoyaban). El roncalés Rafael Gambra escribió un libro titulado
Tradición o mimetismo (1976) donde explica todo esto, lo mismo que Antonio Segura
Ferns y otros intelectuales y publicistas de diferente procedencia dentro del Carlismo. El
Régimen en tiempos de Franco no fue tradicionalista, ni existió una verdadera democracia
orgánica. No fue ajeno a los partidos políticos, sino que aceptó el partido único. Si los
locales carlistas se cerraron mucho antes de 1969, la prohibición de Montejurra en dicho
año sólo sirvió para que esta romería política se reanudase con más vigor.
Tan grave como esto –aunque no más- fue la distorsión sistemática que sufrieron
los textos conciliares del Concilio Vaticano II (que no fue un Concilio liberal aunque los
liberales hayan insistido por activa y pasiva que sí) y la desviación huguista. No es
verdadero que en el Vaticano II: “la Iglesia renuncia a la confesionalidad del Estado,
promueve el pluralismo y coloca a la conciencia individual sobre las órdenes del papa y
los obispos”. No es momento para demostrar esto. Es fácil que el lector ya esté algo
cansado de escuchar afirmaciones como la recogida, incluso a algunos profesores de
sectores un tanto endogámicos, a veces aquejados de las ideas democristianas de Maritain
y de la incomprensión de éste hacia España, quizás por lo cual y paralelamente
malinterpretan nuestra historia contemporánea. Sí, los hechos mandan. Los carlistas se
quedaron con el Concilio, con lo que afirmaron los obispos españoles en la sala conciliar y
después del mismo Concilio, o bien lo que decían Juan XXIII y Pablo VI en defensa de la
unidad católica española. También se quedan con la síntesis histórica de Mons. Guerra
Campos. Lógicamente, la pésima y violenta interpretación de un texto conciliar y pastoral,
más la ignorancia general sobre estos delicados temas (¿no se ignoran hasta las cuestiones
básicas del catecismo del padre Astete u otros catecismos posteriores?), hizo un daño
enorme a los carlistas, como también el que don Hugo se declarase republicano y
socialista. Por lo que a esto último se refiere, me parece bien lo que nuestro articulista
dice del huguismo.
Pensar que el carlismo existía por disposición de la Iglesia, es erróneo, pues los
miembros de la rama carlista eran reyes (de España, se entiende), y tras 1876 Carlos VII
siguió una política claramente contraria al poder establecido de hecho en Madrid (no
reconoció a la dinastía liberal usurpadora, ni se subordinó al régimen político liberal),
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muy diferente al acercamiento práctico y diplomático efectuado por León XIII al Estado
constituido –y mal constituido- canovista. Este acercamiento vaticano fue simultáneo al
realizado a los demás Estados de Europa. Digamos así que, tras 1876, Carlos VII se
reafirmaba como rey de España, y que la política de total oposición práctica e inhibición
de los carlistas hacia el régimen canovista que dominaba España, supuso una suficiente
reafirmación del carlismo que le ayudó a evitar su disolución y le ayudará a crecer,
además de mantenerse como único valladar frente a la Revolución violenta. Incluso
Cánovas (y Juan Cancio Mena en Pamplona) reconoció la función de barrera del carlismo
a la revolución radical, deseando él que así fuese, aunque los carlistas -por otra parte
halagados- rechazasen semejante utilización. El rey Carlos VII era el jefe supremo en lo
civil, mientras que el Papa León XIII, además de ser rey de los Estados Pontificios -
enfrentado como tal con el nuevo Estado italiano, su usurpador, sin hacerle ralliement
alguno-, era sobre todo Pastor de la Iglesia universal. Esta diferencia, pero no separación
de jurisdicciones, condensa la relación entre la Iglesia y el Estado del magisterio de la
Iglesia, expuesto por León XIII entre otros pontífices. Como para que ahora algunos
vengan a querer cambiar la doctrina (ellos hablan de evolucionar hasta convertirse en una
doctrina diferente). En este sentido, el carlismo nunca fue clerical, ni dependía de
la diplomacia y política vaticana, incluso aún en el caso de plantear expresamente la
defensa del estamento clerical y de la Iglesia institucional.
Si hubo clérigos alfonsinos que quisieron anular al carlismo
–de esto, ¡oh paradoja!, no se quejan los democristianos- y
que utilizaron a la Iglesia para asuntos temporales y
compromisos políticos –la queja sigue sin aparecer-, el carlista
no tenía por qué hacer caso a dicho clero en estos temas, ni
siquiera al Consejo nº XIII –politizado- de Mons. Sancha,
arzobispo de Toledo, dirigido al clero de su diócesis. En este
sentido, fue saludable que el carlismo fuese independiente del
alto clero, elegido con intervención del Gobierno de turno,
para así poder mantener su independencia
Don Carlos VII , en Juan José política antiliberal.
Peña e Ibáñez, Las guerras
carlistas (1940)
Claro es que la Iglesia no podía agradecer expresa y públicamente a los carlistas sus
muchos y desinteresados servicios a la religión católica, una vez que los carlistas fueron
vencidos. El que pierde, paga, aunque ello no perjudicó a las buenas relaciones de los jefes
carlistas o del Obispo Caixal i Estradé con Pío IX. Por otra parte, la Iglesia tenía que
sortear las agresiones del Estado liberal triunfante, más o menos laicista y secularizador.
Para declarar la confesionalidad católica, el Estado español no tenía que pedir
permiso a la Iglesia jerárquica. Quizás sea superfluo hacer esta observación porque la
confesionalidad de la suprema potestas o Estado –por supuesto no Estado al estilo
luterano, estatista y menos totalitario- siempre fue doctrina de la Iglesia, pues el Estado
no se equipara a un gran sindicato o una sociedad secundaria. Por eso, decir que los
carlistas fueron “más papistas que el Papa” más me parece un acierto que un ataque al
carlismo, aunque la forma de decirlo sea desafortunada por la confusión que genera.
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Mientras la Iglesia universal practicaba un “vuelo bajo” ante la política de hecho del
Gobierno liberal, y reducía sus exigencias toda vez que no podía competir con el poder
temporal del Estado rebelde en cuanto que liberal, parte de los católicos españoles
estaban dirigidos por Carlos VII, y, en el ejercicio de sus derechos civiles específicos,
podían exigir al Estado –y era su deber como católicos hacerlo en el ejercicio de una
competencia específicamente suya- más de lo que la propia Iglesia jerárquica exigía, en
consonancia a lo mucho que la sociedad civil necesitaba, era capaz de recibir, y hasta
demandaba.
Los carlistas nunca buscaron el agradecimiento de la Iglesia jerárquica, aunque
supiesen que muchas veces lo tuvieron más indirecta que directamente, y más implícita
que explícitamente. Sí, no lo buscaron. Citemos un caso concreto. Aita Teodoro, que se
había trasladado para descansar desde Madrid donde estudiaba hasta la villa Ochagavía,
fue voluntario requeté con sus 19 años de julio de 1936, y uno de los primeros del Tercio
de Lesaca, convertido luego en el de San Fermín durante la Cruzada. Sin embargo, no
marchó al frente para que la Iglesia se lo agradeciese, sino por conciencia del deber
cristiano, bajo su responsabilidad personal en su condición de milites Christi, y, sobre
todo, por amor a Dios, pues Él fue su verdadero y único galardón. Decía que no pudo
aguantar que los nacionalistas (que se decían muy católicos) se fuesen con los comunistas.
De familia carlista y él en la universidad, se hizo más carlista en el Tercio de requetés. No
obstante, enseguida la Jerarquía católica se pronunció considerando la guerra como una
Cruzada, decisión que permite imaginar la extrema necesidad del caso. Tendríamos que
detenernos a considerar cómo fue esa época para hacernos cargo de ella. Ante tantas
falsas voces actuales de “paz”, es una deslealtad mostrar, por razones de eclecticismo y
hacerse perdonar, que los mejores curas no tuvieron un “bando”, pues, además, salvo
excepciones, lo tuvieron. Lógicamente, lo tuvieron una vez que estalló el conflicto y con lo
que ocurrió en él –aunque todo estaba cuajándose y preparado tiempo atrás-, no ya en su
preparación. Por ello, el Norte orientador del verdadero español -católico y tradicional-
fue: “Ante Dios nunca serás héroe anónimo”. Decimos tradicional porque también
la tradición, que es cultura y que recoge una fe hecha cultura, sirve indirecta y a veces
explícitamente a la fe. Algunos “angelistas” y “democristianos” lo olvidan con frecuencia.
Parece que el motivo se debe a que ven con recelo el que los enemigos del liberalismo
tengan la gloria de defender a la Iglesia y la civilización cristiana generada en parte por
ésta última en el tiempo.
Acto de la CTC, “el Día
de la Comunión”, en el
Cerro de los Ángeles,
2010.
(Foto: JFG)
Es un error frecuente confundir a los carlistas con “los que se dicen carlistas”. El
perjuicio es muy grande. Por eso, las instituciones civiles demandan a aquellos que
utilizan sus nombres y símbolos. Ser carlista conlleva exigir a los ciudadanos una
“consciencia” que por muchos motivos hoy es difícil tener. Hoy existen –y esto es un juicio
de valor- muchos más tradicionalistas (o carlistas) de los que se dicen que lo son, pues la
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cultura liberal asfixia desde las Enseñazas Medias todo conocimiento del Carlismo y de la
historia de España, como también lo hace la prensa, el ambiente y un largo etcétera.
Además, es fácil saber que no todos quienes se han dicho carlistas lo eran; por ejemplo,
piense Vd. en la escisión huguista. Constatemos todo ello hablando tranquilamente con
las personas, para observar sus inquietudes reales y desapasionadas. Decir que hoy
“apenas quedan un puñado de fieles” al Carlismo es una media verdad, porque los 45.000
votos a la CTC al Senado en 2008 no son un mero “puñado” (aunque sí lo sea si lo
comparamos con los que pueden votar) y, además, los actuales sistemas político y
electoral generan una gran distorsión, que hace que muchos tradicionalistas (o carlistas)
estén aislados y no lo sepan. Pero no quiero entrar en aparentes dialécticas.
No tenía noticia de la reunión que el autor señala en 1976 entre supuestos carlistas
y miembros del PNV. Desde luego, nadie que en Navarra estaba en el seno del Carlismo de
siempre, pensaba en integrarse en “Euzcadi”. En este sentido, esta información es algo
anecdótica, salvo que con tales “carlistas” el autor se refiera a los huguistas. No conozco a
carlista no huguista alguno que tras 1936 hasta la actualidad admita una autonomía
conjunta para Navarra y Vascongadas. Además de desaparecer Navarra como territorio y
comunidad, una, indivisible, y diferenciada, desaparecería también el Fuero (derecho
propio), que desde luego no es un estatuto (delegación del Estado).
En esas fechas, los lamentables hechos de Montejurra en mayo-76 no fueron ajenos
a altas esferas políticas del Estado, y, sin duda, fue por eso por lo que no se investigaron.
Pocos días antes del enfrentamiento lo ocurrido en 1976, la Regencia Nacional Carlista de
Estella pidió en “El Pensamiento Navarro” que no se acudiese a Montejurra, ofreciendo a
cambio como alternativa la asistencia al Aplec de Montserrat. Dicho enfrentamiento fue la
jugada maestra de la ofensiva que sufrió el Carlismo desde 1937. En adelante, es
comprensible que después el huguismo desapareciese de la escena social y política, al
propagar un absurdo carlismo sin Dios, Patria, Fueros, y sin Rey… y tras hacerse con
bienes que no eran inicialmente suyos, como por ejemplo círculos y hasta parte de los
bienes del Museo Carlista depositado en la familia Baleztena de Pamplona. Ahora bien, es
un dicho popular que “Roma no paga traidores”, y que una vez cumplido el encargo viene
el desprecio. Si se piensa que por todo lo anterior, es decir, por inoperante, por ser
mirados como vergüenza pública tras lo ocurrido en Montejurra, por disgregación propia
etc. el Carlismo no huguista debiera desaparecer… sin embargo no ha sido así. En el
de quien, el por qué y el para qué –que es precisamente lo peculiar del
carlismo- se encuentra una de las claves de este comentario.
Don Carlos Hugo se presentó, como si pasase a ser un buen republicano,
a las elecciones al Congreso de los Diputados por Navarra el 1-III-1979.
No obtuvo el escaño. El 28-IV-1980 abandonó el llamado Partido
Carlista.
El autor recuerda que de joven vio este cartel electoral de gran tamaño y
de color morado, así como otro en blanco y negro sobre fondo negro, más
pequeño, por las calles de Pamplona.
En 1986 los carlistas no huguistas, se unieron en la Comunión Tradicionalista
Carlista. Así, los que buscaban acabar con el Carlismo fracasaban, hasta asombrarse por la
recomposición de la CTC en dicho año, sólo diez años después de la pretendida “puntilla”
11. José Fermín Garralda Arizcun, 1-V-2011 11
final. La máxima constante de aquellos que lo buscaban, será estimular la tendencia
castizamente española a la disgregación, y ahondar las pequeñas fisuras comprensibles
entre quienes siempre han estado en la oposición. Pensemos que hoy, estando UPN en el
poder en Navarra, se ha dividido y subdividido en PP y DNE. El asombro de aquellos que
se admiraron en 1986 pudo ser mayor cuando en 2008 la CTC obtuvo 45.000 votos al
Senado, lo que en sí mismo fue una gran victoria, aunque no será esta la primera vez que
se interpreten los hechos en contra del vencedor.
Digamos también que el carlismo actual no es “de romerías”: es de organización y
elecciones, de hablar con otros grupos políticos en el ámbito nacional (2008 y 2011) y
regional (Cataluña y Navarra en 2010-2011…), tiene sus debilidades pero también sus
fortalezas, es intendencia “ideológica” de otras iniciativas sociales y políticas, es fermento
y brazos de no pocos proyectos de diferentes instituciones sociales, iniciativas que luego
serán masivamente secundadas por los españoles (tales como la defensa de la vida y la
familia, del derecho de los padres a la educación de sus hijos y contra la “Educación para
la ciudadanía” –tiranía- etc., la crítica a la usura…).
Elecciones al Parlamento Europeo, 12-VI- Acto de presentación a las elecciones. La CTC al Parlamento
1994. “DEIA” y “Diario de Noticias”, 25 y “Diario de Navarra”, 10-VI-1994 Europeo, 12-VI-1994
24-V-1994
Este año 2011, la CTC cumple sus 25 años, y reúne básicamente a todos los
carlistas. Es una organización y como tal reconoce que es un instrumento, aunque
lógicamente no como lo entiende la partitocracia liberal. El Carlismo es el grupo político
más antiguo de Europa con sus más de 175 años. En realidad, los carlistas (no sólo son
católicos y antiliberales, sino también tradicionalistas y monárquicos) dicen que son tan
antiguos como España, aunque sus oponentes no lo admitan. Parece inevitable -porque
no es difícil hacerlo- formular críticas al aparente y humanamente débil, y “perdedor”.
También parece que no pocos clérigos y católicos, así como los conservadores y hasta los
liberales en mayor grado, todavía no han agradecido al pueblo y dirigentes carlistas lo que
estos han realizado en no pocas ocasiones con grandes sacrificios: sin la sangre de
muchísimos voluntarios requetés –nunca por los carlistas olvidados- quizás muchos no
hubiéramos existido, la religión hubiera sido arrasada y también España, estaríamos
haciendo la reconversión efectuada en el Este de Europa, y la vida hubiera sido muy
diferente y seguramente mucho más problemática. ¿Por qué ofrecieron los requetés
anónimos su vida, que era lo único que verdaderamente tenían?: sabían que “Ante Dios
nunca serás héroe anónimo”, y que desde hace tiempo el conflicto político en España
incluye un conflicto eminentemente religioso. Ante esto último, los liberales
conservadores que sean “muy piadosos” se “echarán las manos a la cabeza”. Lo siento,
pues que abran los ojos, y vean también cómo la realidad les desmiente de nuevo. Claro es
que se debe ser humilde para reconocerlo, mientras que quienes ofrecen su vida son
siempre muy sencillos en el acto de darla. Es el maravilloso “pasar desapercibido” del
12. José Fermín Garralda Arizcun, 1-V-2011 12
héroe anónimo, cuya hazaña al final e incluso en este pobre mundo suele ser pregonada a
los cuatro vientos… salvo que la lucha continúa como hoy.
De ahí la oportunidad y conveniencia del libro de Requetés. De las trincheras al
olvido, de Pablo Larraz y Víctor Sierra-Sesúmaga, aunque -como ambos dicen
sencillamente- sus verdaderos autores sean aquellos que dejan su testimonio directo en
estas páginas. No es posible borrar la memoria histórica, raíz del presente: idea raíz ésta
que, aunque muchos la nieguen porque es antiliberal, todos la viven, viviéndola hasta de
una forma problemática a diferencia de los carlistas. Es llamativo que los tradicionalistas
miren más hacia el futuro que hacia el pasado, ya que por ser precisamente
tradicionalistas, han asumido plenamente la historia, mientras que los liberales se tapan
la cara e incluso reniegan del bien hecho, y los socialistas miran sólo el pasado, además
para tergiversarlo, y para que se les sumen aquellos otros que desean hacerse perdonar.
La villa Leiza de Navarra ayer fue plenamente carlista, y hoy sufre el chantaje y
terror entre los vecinos promovido por los amigos de ETA, hasta el punto de que Múgica
fue asesinado por la banda terrorista con la complicidad de algún vecino. Pues bien, en
ella hay carlistas que se han mantenido en pie, y con puesto en el ayuntamiento,
independientemente de las siglas utilizadas. La sangre del primer carlista navarro muerto
en combate durante la guerra y único en territorio navarro, se apellidaba Muruzábal, que
era de San Martín de Unx y murió en la villa de Leiza donde tiene un bello monumento
reconstruido varias veces. Hace no mucho, en 1978, el valiente joven José María
Arrizabalaga, del Señorío de Vizcaya, era asesinado por ETA. Sus almas y nuestra
memoria se reconfortan con el “Ante Dios nunca serás héroe anónimo”.
Pancartas de la CTC de
Navarra en defensa de la vida,
en la concertación VIDA SÍ -
ABORTO NO en Pamplona,
25-III-2011.
(Foto: JFG)
¿Qué mantiene a los carlistas, que son más de los que parece, y que siempre
ofrecieron las razones y soluciones que la sociedad ahora comienza a descubrir y hasta a
exigir a los políticos liberales, socialistas y nacionalistas? Porque –dirán- apoyar al
liberalismo... para llegar a donde hemos caído…,¡ya es tener ganas…! Los carlistas dicen
de sí mismos que se mantienen en la Esperanza, sí, pero explican sus motivos y
justificaciones: desde el derecho natural primario de carácter universal, y el derecho
público cristiano, hasta el derecho privado y público civil -si éste existe-, pasando por la
razón natural, el poso de la historia e “intrahistoria”, la transmisión natural de padres a
hijos, la constitución propia de “las cosas” temporales, la prudencia y hasta el olfato
político... Puede llegar en día en que –dicen- lo menos llamativo o significativo sea ya el
nombre de carlista ya las hermosas boinas blancas y rojas, porque la gente se fijará en lo
más urgente, en lo que esos que se llaman carlistas, tan corrientes, viven y defienden. De
ahí, la táctica del silencio y de la tergiversación que utilizan los enemigos políticos del
Carlismo, como son los liberales conservadores, porque alguien en la partitocacia tiene
13. José Fermín Garralda Arizcun, 1-V-2011 13
que hacer de antihéroe o contrapunto, y eso, lógicamente se les atribuye -no sin cálculo- a
ellos, aunque los carlistas no formen en las filas de dicha partitocracia.
“Navarra: ¡se tú misma! Por tus fueros, por “Despierta la tradición. Hay otra
tus raíces, NO a esa Constitución”
propuesta para Europa.
España”. Cartel de la candidatura carlista (CTC) al
Senado en la elecciones de 2008. Foto: JFG(2008)
Colegio Mayor Larraona, 2004.
Foto: JFG(2004)
Los carlistas dicen que se sostienen porque “Ante Dios nunca serás héroe
anónimo”. Añaden a ello su responsabilidad personal hacia los suyos, y el calor que
reciben de sus mayores. Si sumamos otros motivos hay que fijarse en el hecho de que para
ellos los aspectos formales deben proteger la naturaleza y los contenidos de las cosas, que
lo pequeño es necesario para mantener y aspirar a cuestiones mucho mayores, que el
hombre y la sociedad forman una unidad cada una en su esfera, y que la Causa atiende en
primer lugar a los grandes principios, basados en la verdad religiosa y en la tradición. Por
eso, las apariencias románticas pueden no ser romanticismo (sentimentalismo o triunfo
del sentimiento sin sujeción a la razón), sino el vuelo del alma a regiones más libres, más
elevadas, seguras y complacientes. No es romanticismo todo lo que parece que lo es, como
declarar el amor a la propia familia, sino las utopías racionalistas y secularizadoras
producto de los sueños y, al fin, de la autosuficiencia como una hijuela pequeña más de la
soberbia.
B anderas tradicionalistas en la gran manifestación
de Navarra el 17-III-2007, en defensa de sus Fueros y
libertades. “Pro libertate patria, gens libera state” (“Por
la libertad de la Patria permaneced libres como pueblo”.
Lema de los Infanzones de Obanos). El Gobierno de
Navarra, haciendo gala del “ordeno y mando” del
liberalismo, que impone una voz y gestos únicos al estilo
absolutista, persiguió físicamente en esta manifestación
las banderas carlistas y las de Navarra con el escudo
laureado. De la diversidad tan cacareada, nada de nada.
Los carlistas resisitieron y en parte ganaron. Como si las
banderas de la Tradición no hubiesen sido de Navarra.
Como si el escudo laureado se pudiese quitar o no se
exhibiese en piedra en el frontis del palacio de la
Diputación. Después de la multitudinaria manifestación
–que por otra parte el PP nacional quiso monopolizar-,
una heroína y margarita carlista del Valle de Roncal,
rescató -desde el silencio y con una honda convicción-
de la oficina de la Policía Foral, algunas de las banderas
secuestradas, falleciendo ella esa misma noche víctima
de un infarto al corazón. ¿Quién dará más en fidelidad y
buen hacer? Foto: (DdN, 18-III-2007)
14. José Fermín Garralda Arizcun, 1-V-2011 14
Si este comentario es más largo más de lo debido, ha pretendido identificar los
aciertos del artículo señalado al inicio de estas páginas, pero también los errores relativos
a algunos de sus datos y percepción general. Desde luego, ante la historia remota y
reciente de España, y de los pueblos que la conforman, es conveniente confiar mucho más
en los carlistas o Carlismo, es decir, en este peculiar pueblo español consciente de sí
mismo. Recuerdo que el marqués de Rozalejo (Pamplona) pasó de ser liberal conservador
a pedir el ingreso en las filas de la Comunión Tradicionalista, cuando descubrió la verdad
de los principios de la tradición española representada por el Carlismo, y el entusiasmo y
entrega de los requetés en 1936, estando en sus filas. Como a él, lo mismo les pasó a otros.
Ahora bien, también es cierto que el Carlismo es una fidelidad dinástica (al menos hoy se
sabe quien no puede ser rey de España), que esta fidelidad se transmite casi
insensiblemente, y que a quienes abandonan la rama usurpadora por motivos de
principios les suele costar un poco asumir la verdadera y plena fidelidad.
Sin embargo, repito, los carlistas se han desenvuelto
desde antes de 1833 según las exigencias de cada
momento, y van mucho más allá de la imagen con la que
algunos desean identificarles. Miremos todos los
aspectos de la vida. Seguramente en ellos encontraremos
una forma de vivir personal, familiar, social y política, al
servicio del bien común temporal y eterno, que puede
plasmarse en el lema de Dios, Patria, Fueros y Rey. Los
carlistas, con su vida y comportamiento, pueden hacer
creíble el Carlismo o tradición española. A la larga, si
verdaderamente nuestra sociedad española sale de esta
crisis, es porque –según los carlistas- los españoles se
acercan a lo que significa o representa el Carlismo aún
Programa político actualizado de la CTC, sin el nombre y hasta sin la suficiente consciencia.
2010 (Foto: JFG)
Antes de llegar a ese punto final, es preciso que los hombres aislados se organicen y
que expresen lo que realmente quieren ser. A ello a veces ayuda una buena etiqueta –así
lo llaman algunos- e incluso esta es indispensable en las turbulentas aguas, compromisos,
claudicaciones y trampas que ofrece la política actual. Según los carlistas, el Carlismo hoy
está institucionalizado, aunque es mucho más que una institución política. Las
instituciones tienen sus grandes ventajas, aunque siempre deban evitar el formalismo y la
frialdad, el anquilosamiento o quietismo, y el alejamiento de la vida real. Sin embargo,
esto es fácil cuando el ser carlista se vive con naturalidad en la familia y se hace sociedad.
El Carlismo –dicen- es una Comunión que expresa una comunidad de hombres libres y
toda una sociedad tradicionalista, que nunca es ideológica. No hay cosa peor que la
masificación producto del individualismo, el dirigismo, y el totum revolutum de la
ingenuidad y la falta de objetivos.
José Fermín Garralda Arizcun
Pamplona, 7-V-2011
Texto definitivo